La
popular artista, siempre sorprendente
SARA MONTIEL
Ochenta años,
ochenta velas y sus dos hijos al lado
“He vivido y
continúo viviendo muy intensamente, que es lo más gracioso”
Sara Montiel con su clásico cigarro puro y sus espectaculares joyas, posa en su ático de Madrid al cumplir ochenta años.
Tiene, el aire de quien ha pisado Hollywood y la
silueta de Gary Cooper en la retina. Ochenta años de historia viva nos
contemplan. Intensa y emocionante. También triste. Que hay de todo en la vida
de esta manchega universal, Dulcinea para sus grandes amores. Ochenta velas, ni
una más ni una menos, aguardan dando lumbre a la sombra de sus hijos, Thais y
Zeus.
-Ochenta años como ochenta soles, Sara.
-Pues mira. Gracias a Dios, voy
cumpliendo años. Recuerdo que cuando celebré los sesenta y mi marido Pepe Tous
me dio un fiestón, me dije a mí misma: “A ver si llego a los ochenta!”.
-Pues aquí estás.
-Sí, he llegado.
-Harás algo especial.
-Mi pueblo me pone una estatua en
Campo de Criptana, mi tierra natal, el próximo veintinueve de marzo. Y luego
también inauguraré el molino ‘El Culebro’, que lo han restaurado porque es del
siglo once y se estaba cayendo. Aparte, el Museo Sara Montiel.
Momentos antes de apagar las ochenta velas de la tarta en su casa de Madrid y rodeada por sus dos hijos, Thais y Zeus.
-Ochenta años muy intensos.
-Mucho. Porque he vivido, gracias a
Dios, muy intensamente. Artísticamente y como mujer. Y lo más gracioso es que
lo estoy viviendo ahora también.
-Con todos mis respetos, Sara, no es lo mismo vivir
la vida a los ochenta que a los veinte.
-Por supuesto que no. A los veinte no
piensas nada, no oyes nada.
-Pongamos a los cuarenta entonces.
-Eso ya es otra cosa, que están más
cerca de los ochenta.
-Mujer, tanto como muy cerca…
-Me refiero a que puede ser un poco
parecido en la manera de pensar. Yo tengo la suerte de que me voy deteriorando
poquito a poquito. Pasan diez años, y un poquitín; pasan otros diez, otro
poquitín. Son genes que se tienen, qué quieres que te diga.
-Si tú lo dices, Sara…
-Fíjate si me encontraré bien que ha
venido un empresario maravilloso empeñado en que trabaje con él. Quiere que me
presente en varios sitios de España y luego, en septiembre, en la Gran Vía de
Madrid.
-Te has “liado la manta a la cabeza” seguro.
-Yo le he dicho que sí.
-Eres una valiente, Sara.
-Pero sólo es un sí momentáneo, porque
estoy indecisa todavía. Lo único que tengo que hacer es irme a Melilla para
ensayar con mi maestro de canto. Ya son veinte años los que llevamos trabajando
juntos.
-Tú eres una artista muy seria, y si dices sí, es
que sí.
-¡Por supuesto! Yo no hago
“play-back”, sino que canto en vivo con mi orquesta, con mis coros. Por eso
tengo que prepararme bien.
Sara Montiel, que tiene intención de regresar a los escenarios próximamente, sopla las velas de la gran tarta con la ayuda de sus hijos.
Thais ríe divertida mientras le da un poco de tarta a su madre.
“DE AQUÍ A
LIMA”
-Habrá habido algún acierto a lo largo de todos
estos años, pero también errores.
-Y muchos.
-Siempre hay uno mayor que otro.
-Casarme con el cubano, que no sé por
qué lo hice.
-Pues si tú no lo sabes…
-De todas formas, creo saberlo, aunque
no lo puedo decir, porque se trata de algo muy íntimo y privado.
-A lo mejor querías demostrarte a ti misma que aún
tenías capacidad de seducción, Sara.
-Por ahí no van los tiros, porque yo
he tenido tíos más importantes que el cubano “de aquí a Lima”.
-Pero lo de Tony Hernández ya forma parte de tu
pasado.
-¡Por supuesto que ya lo he olvidado!
Enseguida le mandé a “freír monas”.
-Y hasta hoy.
-Bueno, cuando se murió mi hermana me
llamó el chico para darme el pésame.
-Mira, un detalle.
-Las cosas como son.
“SI TU ME
DICES VEN, LO DEJO TODO”
-Giancarlo.
-Mira, precisamente ayer mismo estuve
hablando con él por teléfono.
-Parece como el Guadiana.
-¿Qué dices? Él siempre ha estado ahí.
Siempre. Yo no le llamo, él me llama a mí.
-Y ahí sigue.
-Ahí.
-Como dice el bolero: “Si tú me dices ven, lo dejo
todo”.
-Lo mismo.
-Pero nunca te llegaste a casar con él.
-No lo veía claro.
-Te refieres como marido.
-Que no lo veía claro, y ya está.
-Tiene éxito con las mujeres.
-Bueno, sí, pero no era por eso. ¡Y
mira que mis hijos le quieren! Zeus y Thais le conocen desde el noventa y tres,
cuando apareció en la televisión allí, en Barcelona, al año de morirse mi
marido.
-Quieres decir que tus hijos siempre han estado al
tanto de tu vida pasada.
-Siempre.
-No sé por qué me da, Sara, que tienes por ahí algo.
-Fijo.
-Pues tú dirás.
-Tengo un africano hace ya tres años.
-Del Norte…
-No, de Marruecos, del Sur. Llevamos
ya tres años juntos. Lo que pasa es que yo ya no digo nada. Fíjate que acaba de
estar aquí cinco días y no se ha enterado nadie…
La popular artista brindando con sus hijos: "Thais y Zeus continúan viviendo conmigo. ¿Cómo van a dejar un hotel de cinco estrellas así porque sí?"
“UN COMPLEJO
RESIDENCIAL EN EL ATLAS”
-¿Y quién es él?, como dice José Luís Perales en una
de sus más famosas canciones.
-Es arquitecto, y está haciendo un
complejo residencial en la cordillera del Atlas.
-Revela por lo menos su apellido.
-Bobet. Es de padre francés y madre
española. Pero viene muy poco por aquí. Yo le conocí en Marruecos.
-Más joven que tú.
-Tiene cincuenta y seis años.
-No se te ocurrirá casarte otra vez.
-Pero, ¿qué dices?
-Conociéndote, Sara…
-¡Que no! Está divorciado. Es muy
majo. Tiene los ojos claros.
-Tendrán tus hijos que dar el “visto bueno”.
-No lo conocen.
-No ha ido todavía a tu casa.
-Qué va. La experiencia es la madre de
la ciencia.
-Lo dices por tu experiencia anterior.
-Por eso.
-Hablando de tus hijos: Zeus va como un cohete en su
carrera musical.
-¡Como un auténtico cohete! Ni te lo
imaginas. Trabaja con Oscar Gómez, y creo que su disco saldrá por abril o mayo.
Está ahora grabando.
-He leído que es un chico muy romántico.
-Claro que lo es. Lo que pasa es que
uno de sus primeros amores le salió “rana”, y entonces él era muy jovencillo.
-No me digas más.
-Y entonces, claro, ahora es más
precavido a la hora de volver a enamorarse.
“LO QUE LE
GUSTAN SON LAS LETRAS”
-Porque Thais estudió en Londres.
-Terminó Derecho hace mucho tiempo,
pero no ejerce. Acaba de cumplir veintinueve años.
-No le gustan las leyes, entonces.
-No, no le gusta el Derecho. Va a
Londres de vez en cuando. Seguramente se va a aquedar a vivir allí en el
Discovery Channel.
-Como presentadora.
-Pienso que en un programa
divulgativo. Thais hizo un máster sobre Shakespeare en Cambridge. Es una
erudita en ese autor. Lo que a mi hija le gusta de verdad son las letras, la
Historia, leer…
-Pero los dos continúan viviendo contigo.
-¡Cómo van a dejar un hotel de cinco
estrellas así porque sí!
-Sólo te falta un nieto.
-Como es tan rara hoy la juventud… De
pronto tienen hijos como de pronto no los tienen.
-Serías una abuela divertida.
-Yo sería una abuela sensacional. Una
abuela cañón. Pues como soy.
-Mira que tienes vitalidad…
-Tengo una mentalidad muy abierta. La
he tenido toda mi vida. Por ejemplo, me llevo de cine con los chicos de quince,
de dieciséis, de dieciocho años… Hablo con ellos normalmente, como si yo fuera
de su edad.
Sara Montiel y Thais posando delante del famoso cuadro de la artista que está en el salón de su casa y que ha dado la vuelta al mundo. "Mi hijo, Zeus, va como un cohete en su carrera como cantante", asegura la cantante, a quien van a erigir una estatua en la localidad manchega de Campo de Criptana (Ciudad Real), su tierra natal.
“MUY DURO PARA
UNA MADRE MAYOR COMO YO”
-Te ha tocado a ti bregar sola con tus hijos.
-Cuando murió mi marido, mi hija tenía
trece años y mi hijo nueve. Tuve que entrar de lleno para levantarlos y
cuidarlos.
-Sola.
-Sola. Eso fue muy duro para mí. Es
muy duro para una madre ya mayor como era yo. Porque dices: “Bueno, me he
quedado viuda con cuarenta y cinco años y tengo a mis hijos”. Pero es que tenía
sesenta y cinco años cuando murió mi marido.
-Hablemos de cosas menos tristes, Sara, que estamos
en tu cumpleaños.
-Te contaré que, de vez en cuando, me
hago un regalo a mí misma.
-Una joya, dime que me equivoco.
-Pues mira, hace poco vi una sortija
preciosa de brillantes y me dije a mí misma: “Mira, como ésa no la tengo”.
-Y cayó.
-¡Vaya que si cayó!
-Hablando de alhajas. ¿Sabes que va a abrir Tiffany
en Madrid?
-¡Qué bien! Pero yo ya tengo un
collar, unos pendientes y una pulsera de Tiffany. Me las regaló Tony Mann, mi
primer marido.
-No te falta de nada, Sara.
Texto: TICO
CHAO
Peluquería:
MANUEL ZAMORANO
Maquillaje:
CATI
EL RECORTE CCXXXIX
Si en el año 2.008 la diva cumplía 80 maravillosos años, en el 2.000, a la edad de 72, hacía un repaso por su dilatada vida y carrera profesional en su libro de Memorias. Así se expresaba la artista para la revista Magazine (La Vanguardia) en su número de 4 de Febrero de 2001.
SARA MONTIEL
una diva en su santuario
Con batín de seda de Christian Dior, perrito de aguas y cigarro habano, Sara Montiel posa en su dormitorio.
A-no-na-da-da, a-bi-ga-rra-do, mo-rro-co-tu-do… Sara
Montiel parece tener debilidad por los vocablos polisilábicos, enfáticos y
recargados, unos vocablos que en su boca suenan aún más polisilábicos,
enfáticos y recargados y que concuerdan perfectamente con las extensiones
anaranjadas de su cabellera, con las larguísimas uñas postizas azules e
imposibles y la copa de plata (vacía) que sostiene en la mano cuando nos
recibe. “Hola-a-a… ¿No ha venido José Martí?”. Un
muro recubierto de espejos, instalado al fondo del salón para crear la
sensación de espacio, duplica la irrepetible figura de doña Sara.
Ya en el rellano de su apartamento –el ático de un
edificio moderno en el corazón del barrio madrileño de Salamanca-, un retrato
suyo de grandes dimensiones advierte que se está entrando en territorio
saritísimo. Tras llamar a la puerta y obtener el huraño consentimiento de un
perrillo de aguas, el visitante se encuentra súbitamente desbordado por los más
variados estímulos ópticos, una especie de último cuplé de la decoración lujosa
y abigarrada que desanima cualquier voluntad de establecer un inventario más o
menos exhaustivo.
Todo tiene aire caro y de otra época, incluso un
papel de Miguel Barceló –una especie de gato despatarrado y violento, fechado
en 1.981-, al que hacen compañía un icono ruso y un rancio óleo de Palmaroli.
Desde el fondo del pasillo, tapizado de arriba abajo
con retratos de la artista en diversos momentos de su larga carrera, llega el inconfundible
resoplido de una olla exprés. “¿No ha venido José
Martí?”.
El reportero José Martí Gómez es una de las personas
que mejor conocen a Sara Montiel. Es más, podría asegurarse que Martí conoce
incluso a María Antonia Abad. Durante muchas tardes, José Martí escuchó
pacientemente a ambas para redactar unas “Memorias” que se publicaron por
entregas, y con gran éxito de público, en un semanario de actualidades mundanas
y sentimentales. Martí fue testigo de primera mano del insólito cambio que se
operaba en María Antonia Abad, una criatura sencilla, manchega y entrañable,
cuando Pepe Tous, su marido, interrumpía los coloquios con el
reportero-biógrafo para anunciar una visita, tal vez el empresario de un teatro
mexicano, el representante de una casa discográfica… Entonces María Antonia
Abad se levantaba, hacía una cosa rara con la boca y, convertida repentinamente
en Sara Montiel, estrella internacional, mito ibérico y superlativo, decía: “Hola-a-a”.
No, José Martí no ha venido esta tarde a Madrid,
donde cae una lluvia de todos los diablos y en las emisoras de radio que
sintonizan los taxistas se debaten, como si fueran cuestión de Estado, los
amoríos de Sarita Montiel y un premio Nobel de Fisiología y Medicina,
recientemente aireados por la primera en la versión 2000 de sus recuerdos. No
ha venido José Martí y de María Antonia Abad parece no haber ni rastro en este
apartamento decorado hasta la asfixia. Todo es Sara Montiel. El maquillaje
feroz, el traje de noche para la tarde, el chal de pedrería roja, los zapatos
negros con tacón alto y pompones emplumados, la joyería pesada y el generoso
arrastre de vocales.
En las paredes no cabría ni un sello de correos. Los
ciento cincuenta y tres cuadros –confesados- que posee la artista forman una de
las pinacotecas más caprichosas nunca vistas: dibujos de Picasso, Casas,
Guayasamín y Gutiérrez Solana; óleos de Urgell, Sorolla, Pruna y Cittadini; un
retrato de la propietaria firmado por Roca Fuster –“mi
preferido”-, alguna concesión al género abstracto y desproporcionado y
unas payesitas mallorquinas de Coll Bardolet, prueba fehaciente de que la
artista vivió muchos años en Mallorca, donde una casa no es una casa que se
respete si en alguno de sus rincones no cuelgan, enmarcadas, algunas de las
miles de payesitas minimalistas que pintó Coll Bardolet.
-Afuera, en la terraza, hay una
piscina, pero no se puede salir a ver porque llueve- nos informa Sara Montiel mientras atiende con irreprochable
profesionalidad a las peticiones de Montserrat Velando.
-No
se preocupe; yo me entretendré mirando cosas.
Sofás, butacones, divanes y otomanas dan buena
cuenta de la superficie inmobiliaria. El resto se lo disputan mesitas bajas,
mesitas y muebles relativamente chinos, cubiertos de laca negra. Hay cuernos de
marfil tallado y licoreras de Bohemia; estatuillas belle époque, arts déco y
precolombinas; huevos de jade y ónices de formas caprichosas; jarrones, jarras,
jarritos, cántaros y ánforas; una mesa de cristal sostenida por unos
funcionales elefantes de cerámica y una colección de unos doce caniches del
mismo material que parecen ladrarle a una lamparilla modernista.
Sobre la mesa de comedor, una urna de cristal
protege un exuberante bodegón de flores y pájaros, ambos exóticos y disecados;
en los exiguos lugares de paso acechan los miembros de una desperdigada
sillería de maderas nobles dispuestos a hacernos tropezar innoblemente… Un
paraíso del antidiseño. La pesadilla de un patoso.
Contra todo pronóstico, Sara Montiel insiste en ser
fotografiada como una odalista traviesa y sensual. Convierte la chalina en
chador, se arremanga con todo desparpajo las largas faldas negras y se deja
caer de través en un butacón. “¡Antoñita! ¿Te has mareado?”, pregunta un amigo
recién llegado al encontrarla en tal posición. “Llevo
cincuenta y seis años de carrera i-nin-te-rrum-pi-da; soy una de las mueres más
fotografiadas del mundo. Cuatro portadas en ‘Life’; tantas en ‘París Match’…
¡Qué sé yo! ¡La de fotos que me han hecho! Oye, que ahora no se te ha disparado
el flash; vamos a repetir…”
El dormitorio es la apoteosis del estilo saritísimo.
Un pasillo forrado de tejido damasquinado preludia una habitación en la que los
elementos dominantes son un espejo veneciano –“comprado
en Italia, claro”- un par de camas cubiertas por abullonadas colchas de
raso blanco y un televisor de bastantes pulgadas. Para esta sesión de
fotografías escoge un camisón de seda rosa de Christian Dior, un Montecristo
del número cuatro y el perrito de aguas; nada más natural cuando una ha hecho
el aprendizaje de estrella en el Hollywood de los años dorados, ha compartido
cartel con Gary Cooper y Burt Lancaster y fue el propio Hemingway –“Ernesto; con él no fue amor, sino puro sexo”-
quien le enseñó a fumar habanos prerrevolucionarios, cuando ella tenía apenas
22 años.
Nos sentamos a charlar en el salón, frente a una
mesa baja de cristal abarrotada de objetos familiares: mandos a distancia
(cuatro unidades), teléfonos móviles (tres), ceniceros de plata, puñados de
calderilla, pañuelos de papel, cortaúñas, clips, recibos de empresas de
mensajería, un platito de patatas fritas, colillas de puro… Ella habla de cosas
glamurosas y lejanas –sus casas mallorquinas, sus amantes ilustres y maduros-
mientras por la casa se esparce un olorcillo de casa española a las ocho y
media de la tarde de un día lluvioso: olor a verdurita cocida.
-¡Hermana!- , grita de repente, en un fulminante relampagueo de María Antonia
Abad; ¡Hermana, cena tú, que yo voy a salir!
-Mi hermana… Ocho años mayor que yo… La
hemos des-hos-pi-ta-li-za-do recientemente… Fractura de meñisco –informa mientras se envuelve nuevamente en volutas
de humo y en los pliegues de su
complicado personaje.
Volvemos a la Mallorca de Pepe Tous, pasando por
California –donde tuvo una cocinera sureña que preparaba un “pavo americano que estaba de rechupete”-, Madrid
–donde en una época le tiraban piedras por la calle si salía con pantalones- y
aquel inolvidable Moscú soviético de otros tiempos en el que las masas obreras
y campesinas se rendían clamorosamente a sus pies.
-Pepe
Tous sigue estando muy presente… -le
decimos, señalando las fotografías familiares repartidas por el salón.
-Sí; aquí lo tenemos, en ese jarrón…
-¿Disculpe?
-Ahí tenemos sus cenizas… En ese
jarrón… Ahí está siempre.
-Euuuh… ¿Es un jarrón…? ¿Un jarrón chino?
-Chino, no, che-col-lo-va-co. De
por-ce-la-na. Con incrustaciones de oro y de pla-ti-no.
Poco a poco van llegando los amigos que la sacan
esta noche a cenar. La saludan con mucha zalamería y le preguntan si ya ha
llamado a Umbral para felicitarle, si quiere ir el domingo a oír a Tamara, “a la de Farina, no a la furcia esa”, etcétera,
etcétera…
Sara Montiel se enfunda en un elegante abrigo
cerrado con cuello de pieles, pero los amigos la mandan a cambiarse, ipso facto
y de arriba abajo. “Es que la llevamos a cenar a un sitio hippy, ¿sabes?”.
Afuera, la lluvia bate la terraza, la piscina
doméstica, los muebles de jardín de hierro forjado y los arbolitos que crecen
en enormes jardineras. Al enfilar el largo pasillo, dispuestos a abandonar el
territorio Sarita, pasamos frente a la cocina, donde una señora mayor y
circunspecta, recién hospitalizada, como un plato de judías verdes.
-¡Hermana! ¡No me esperes levantada!
Texto de:
Emiliano Manzano
Fotos de:
Montserrat Velando
LA FOTO CCXXXIX
Espléndida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario