El título de la revista, escrita en hebreo, viene a traducirse como "Zedals Llama". La diva aparece solo en la portada.
EL RECORTE CCCXXXII
La revista Cinespaña, junio de 1.959, dedica este artículo a Sara Montiel en pleno rodaje de "Carmen, la de Ronda".
Una estrella
Sara
MONTIEL
En la serranía
de Ronda –una de las más pintorescas ciudades de la Baja Andalucía- entre picos
agrestes donde hacen nido las águilas, bajo un cielo azul y transparente, se
está rodando los exteriores de “Carmen, la de Ronda”, adaptación libre de la
novela de Próspero Merimée, que relata las aventuras y desventuras de una mujer
para quien el amor estaba prohibido.
Y allí, frente a
la inmensidad, está Sara Montiel, en estos momentos la primera estrella del
cine hablado en castellano. Mira el cielo, desmenuza un clavel rojo y reventón
entre sus largos dedos, no sonríe, entorna la mirada y de cuando en cuando se
mira las rayas de su mano izquierda: esa mano donde está escrito su Destino:
“Amarás a los hombres y los hombres te amarán… pero os destruiréis mutuamente”.
Pero ella no
intenta leer su Destino en relación con Carmen; ella está leyendo su pasado.
Ese pasado de hace muy pocos años todavía cuando se llamaba María Antonia Abad
y vivía modestamente por tierras de Levante. Ese pasado triste y oscuro que hoy
se mezcla con un presente lleno de éxitos, de aplausos, de contratos fabulosos,
de gloria. Ese presente que comenzó hace dos años –o algo menos- con una
película titulada “El último cuplé”, con la que batió todos los records de taquilla
habidos y por haber. Una película que resucitó toda una época: la de los
cuplés, esas cancioncillas tristonas y sentimentales que hicieron furor allá
por el final de la primera guerra.
Hasta “El último
cuplé”, ¿cuál había sido la vida de Sara Montiel? Un continuo batallar a la
caza y captura de un buen papel. Un debut afortunado como protagonista de
“Empezó en boda”; un papel sensacional en “Locura de amor”; una buena
intervención en “Mariona Rebull” y luego una serie de insípidos personajes donde
sólo tenía que lucir su cara bonita de mujer joven. Hastiada de la mediocridad
se marcha a Méjico, para representar a España en las Fiestas de Primavera. Allí
de nuevo la ruleta de su suerte marca número bueno: la eligen Reina, la firman
un contrato y debuta, junto a Arturo de Córdova y Verónica Lake, en “Furia
Roja”. Película tras película, hasta veinte; pero la misma historia de España
se repite en Méjico. Siempre es lo mismo: la heroína buena, la chiquita joven,
la ingenua sentimental… o la fatal con complejos. Pero el papel, el gran papel
soñado, no llega.
Hollywood llega
sin embargo. Los productores de “Veracruz” buscan a una mujer guapa, con rasgos
exóticos, buena actriz. Sara Montiel se somete a una prueba y Gary Cooper y
Burt Lancaster dicen al unísono: “Esta es la mujer”. Se marcha a la Ciudad del
Cine: es agasajada, fotografiada, buscada por los “caza talentos”, asediada por
una pléyade de “cinematografistas” que intentan lanzar una nueva estrella. Se
estrena “Veracruz” y la película es un éxito total. La Warner le ofrece un
papel en “Serenade”, junto a Mario Lanza y Joan Fontaine. La intérprete genial
de “Rebeca” desaparece ante la belleza de la Montiel. Después “Run of the
Arrow”, junto a un “Kazanista”, Rod Steiger. Y después…
Muchas
proposiciones pero ninguna interesante. En una película, a Sara Montiel le
exigen que enseñe muchas piernas y poco talento; en otra, que vaya con un tipo
de letra inferior a la protagonista. En la jungla hollywoodiana Sara Montiel no
puede ser una excepción. Ha tenido éxito y todos intentan despedazarla. Y en
ese momento, le llega una proposición de su Patria: rodar “El último cuplé”.
-Pero
si yo canto muy poco…-comenta.
Después del
estreno del film se venden más de un millón de discos con las canciones de la
película. Su voz ronca, sensual, apasiona a todos los públicos de España e
Hispanoamérica. Más que cantar dice, musita, suspira. La noche del estreno de
la película, en el horizonte surge una nueva estrella con luz propia: Sara
Montiel. Y ahora, ya nadie intenta despedazarla. Se escribe para ella, se
produce para ella, se piensa para ella. Benito Perojo rompe el fuego
contratándola para cuatro películas consecutivas. Pero antes de empezar la
primera tiene que volver a Hollywood. No para hacer un film, sino para casarse.
Para matrimoniar con un gran director: Anthony Mann, el hombre que mejor conoce
el “western” y que se enamoró de Sarita cuando rodaba “Serenade”.
“La violetera”
es su segunda película en esta su cuarta etapa. Bate los records de “El último
cuplé”. Junto a la película realiza una gira por el Continente Americano y
levanta oleadas de admiración y cariño. Rendida, casi enferma, tiene que
regresar a Hollywood y, en su casa de California, bajo el cielo caliente y
frente al mar azul, dejar pasar el tiempo. De pronto, la llamada de Madrid. “Carmen,
te espera…” Ella entorna los ojos, piensa. Carmen, un personaje fuera de serie:
una mujer carne y pecado, pasión y fuego, amor y locura. Quizá en aquel momento
piensa en Raquel Meller, en Rita Hayworth o en Sofía Loren, que también sueña
con ser Carmen. Vence la fatiga, levanta el ánimo, dice adiós a las cálidas
costas californianas y surca de nuevo el Atlántico. Se fue rubia –ese es su
color-, pero vuelve morena-rojiza; se marchó pálida y vuelve tostada; sobre sus
ojos había una mirada triste y ahora hay un brillo de pasión. La mujer que creó
y recreó Próspero Merimée está dispuesta a vivir de nuevo su historia de amor
ante las cámaras.
Y la vive. Ahora
está en Ronda, frente a un cielo azul donde las notas negras de los cuervos lo
oscurecen de cuando en cuando. Ella levanta la cabeza y ve el signo fatídico.
Luego la inclina lentamente sobre su mano izquierda y ve las rayas de su mano:
“La raya de la vida, de la muerte, del amor…” Pocos minutos después cae en los
brazos de Don José (Maurice Ronet) o se deja besar desesperadamente por Antonio
(Jorge Mistral). Da lo mismo. Ella canta en los “tablaos”, bajo los faroles de
gas: unas canciones calientes y sensuales, unas canciones que hablan de amor,
de pasión, de locura.
Sara Montiel,
luego, desaparece. Huye. Se desvanece en la sombra del hotel. A la puerta
cientos y cientos de admiradores le gritan, le piden una foto o un autógrafo.
Pero ella no quiere salir. Prefiere tumbarse, mirar el cielo, respirar hondo y
sonreir pensando en su pasado. Un pasado que también estaba escrito en la palma
de su mano…pero que las fuerza de los acontecimientos ha borrado totalmente.
Y ahora, en la
baja Andalucía, quemada por un sol de verano, envuelta en unas ráfagas de aire
caliente, Sara Montiel vive el momento presente. El gran momento de una gran
actriz. Sara, Carmen, Ronda… la leyenda ha cobrado realidad.
ALFREDO TOCILDO
LA FOTO CCCXXXII
Una escena de "Carmen, la de Ronda" con Maurice Ronet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario