Mexico’s ‘Marilyn Monroe’ Hits Town
No, it isn’t
Marilyn Monroe with her hair dyed black. It’s Sarita Montiel, the “Marilyn
Monroe of Mexico” who made a brief stop al the Quad-City airport in
MolineThursday night. The shapely brunette said, however, she prefers to be
known by her own name. She was enroute to New York for the premiere of her
latest movie.
(Morning
Democrat Photo)
STORY ON PAGE 15
Mexico’s ‘Marilyn Monroe’
Sets Quad-Cities Sizzling
If wathermen al
the Quad-City airport in Moline had troubles with their thermometers Thursday
night, the heat wave could be attributed to the brief stop over at the field of
sizzling Miss Sarita Montiel, ‘Mexico’s Marilyn Monroe’.
The curvaceous
was in her way to New York to aitend the United States premier of her latest
movie “Vera Cruz”, co starring Gary Cooper on Christmas Day.
The petite dark
eyed dark hatred acctress said sae resents being tabbed “Mexico’s Marilyn
Monroe”, “I want to be known by my own name”,
she told newsmen.
All of “Vera
Cruz” is in English eveept for one Spanish Word “señor”, “That was one Word I didn’t have any trouble with”,
she laughed.
She said she had
no preference for Latin Americans over North Americans. “The most important thing is that a man have talent and a heart”.
The 26 years-old
actress has been making movies for five years and has starred thas far in 33
movies. She was born in Yucatan but has lived in Mexico City for the past few
years.
A crowd of about
50 teenagers were on hand at the airport, mistakenly beheving that the real
Marilyn Monroe was to make an appearance. Thly were not disappointed, however,
by the gracious Miss Montiel.
Miss Montiel
differs from Miss Monroe is one respect. She said definitely that she does not
sleep in the nude.
An Englishman, Gerarald Griffin of Stockport, England, acted as her interpreter.
EL RECORTE CCCLII
El político y escritor español Joaquín Leguina, contaba para la revista Cinemanía, mayo de 1996, su particular experiencia con el estreno en España de "Veracruz".
Joaquín Leguina
Cuando se
estrenó en el Gran Cinema de Santander la película de Robert Aldrich Veracruz, con Gary Cooper, Burt
Lancaster y… Sara Montiel, tenía yo 14 años. El personaje que interpretaba la
joven española era de aquellos acostumbrados a poner los fines por encima de
los medios. Me explicaré. Sara Montiel era en esa película una militante
juarista, levantada en armas contra Maximiliano, el usurpador que Napoleón III
había instalado en México a título de emperador.
La belleza le servía a Sara para arrimar a su sardina revolucionaria el ascua
de los dos protagonistas yanquis.
Tanto del bueno (Gary Cooper) como del malo (Burt Lancaster). A los dos
encandilaba sucesivamente atraer hacia la causa de Benito Juárez sus favores
armados a cambio de los favores desarmados que ella les entregaba y que no
pasaban, en aquel entonces, de algunos besuqueos más o menos insinuantes. Pues
bien, a aquellos besos debo yo una gran frustración por culpa de la censura de
espectáculos que, teniendo muy en cuenta el desparpajo erótico de nuestra
compatriota, calificó la película sólo apta para mayores de nosecuántos años.
Los hechos que
acarrearon mi desgracia ocurrieron así: un jueves por la tarde, tres o cuatro
alumnos de los Reverendos Padres Escolapios decidimos, como tantas veces, ir al
cine a la sesión de las 4,30. Sabíamos que la película no nos estaba
“autorizada”, mas, para burlar la prohibición, teníamos bien ensayado un
sencillo truco, consistente en esperar el momento de mayor afluencia para,
elevados sobre nuestras puntillas, entregar las entradas al portero que,
acuciado por la avalancha de gente, no disponía de tiempo ni de espacio para
escrutar nuestras edades.
También en esta
ocasión dio resultado, pero ya dentro del local y antes de ascender por las
escaleras que conducían al “paraíso”, cometí el error de mi vida. Me paré a
contemplar los fotogramas que anunciaban los próximos estrenos y en ese
momento, aliviado de gente, el portero volvió sus ojos hacia mi persona para
decir:
-Oye, chaval, ¿tú cuántos años
tienes?
Le contesté,
añadiendo dos o tres unidades a la cruel realidad de mi edad.
-No te lo crees ni tú –contestó-. Ven para acá y
sal fuera. Que te devuelvan el dinero en la taquilla –concluyó
autoritario.
…Y fue así como
me quedé aquella tarde sin cine y sin Veracruz.
Lamiéndome la
herida acudí a la salida para recibir la correspondiente regañina de mis
compañeros: por “apailao” y “berzas”. De paso, me contaron con pelos y señales
la película que en aquella narración coral era una maravilla de acción, de
tiros, de buenos y malos, de cabalgadas y… de Sarita, “¡cómo está la Sarita!”.
Las imágenes que el maldito portero no me dejó ver quedaron inventadas,
paradójicamente impresas en mi memoria con menos nitidez, pero igual firmeza
que si hubiera visto y no sólo oído la película.
A este primer
desencuentro con el western mexicano
de Aldrich siguieron otros muchos, pues allá por donde anduve los 14 años
siguientes (y fueron sitios bien distintos) escudriñé las carteleras sin
encontrar jamás escrita en ellas la palabra Veracruz.
En 1968 o 1969,
viviendo ya en Madrid, un buen samaritano, dueño de un cine más allá de Ventas,
en la antigua carretera de Aragón, tuvo a bien reponer la película. Allí me fui
para verla.
No debí hacerlo,
porque contemplada tantos años después, a la película se le notaban las
costuras. Por ejemplo, el duelo final entre Gary Cooper y Burt Lancaster, donde
éste, un pistolero vestido de negro de arriba abajo, tras disparar, vuelve a
repetir el juego con el revólver, que el espectador ya conoce, consistente en,
después de disparar, hacer girar el arma sobre su dedo índice dos vueltas
adelante y dos atrás, introduciéndolo después en la funda. El espectador, a
quien sólo se le ha mostrado en plano corto este ejercicio, tiende a pensar que
el “malo” (Burt Lancaster) acaba de ultimar al “bueno”. Mas, al tomar la cámara
inmediatamente después un plano general, el espectador contempla con alegría al
pistolero, que aún ha tenido tiempo de realizar estos movimientos mecánicos,
herido de muerte, derrumbándose con estrépito ante un Gary Cooper firme y
definitivo vencedor. Un imaginativo truco que, visto por primera vez, seguramente
resultaba eficaz, pero que, ya conocido a través de la narración de 14 años
antes, me movió, en aquel cine frente al metro Quintana, más a la sonrisa
cómplice que a la imposible sorpresa. Y es que las películas hay que verlas en
su momento para que, cuando años después se revisen, volver a revivir las
sensaciones que se tuvieron la primera vez. En el caso de Veracruz, para mí resultaba imposible, pues la memoria que pudiera
tener era vicaria, oída y no vista.
Oír o leer una
narración exige un complemento inmediato de imaginación por parte del lector.
En el cine también, pero de otra calidad, en segunda derivada y, sobre todo el
cine, permite una reelaboración selectiva en la memoria muy distinta a una obra
escrita o contada. En una película, el paisaje y los actores que dan vida a los
personajes constituyen una realidad sólo aparentemente cerrada. Como en toda
obra de arte, el espectador tiene que completarla y en el recuerdo
reelaborarla. Y es esa distinta reelaboración, memoriosa y necesariamente selectiva,
donde lo narrado mediante la palabra y lo aprehendido a través de las imágenes
parlantes muestran procesos igualmente subjetivos, pero muy distintos. Uno no
puede sustituir al otro. Ése fue mi error.
Con todo, hay
una cosa de la que uno no puede arrepentirse al ver Veracruz. Contemplar la belleza, entre pícara e inquietante, de
Sara Montiel constituye un placer estético y erótico al que no conviene
renunciar.
Así que si
alguna de las televisiones se decide a reponerla, me encontrarán frente al televisor,
consciente, eso sí, de que nada podrá llenar el hueco producido por aquel
portero uniformado que me echó a la calle por cuenta de los salvadores de
almas, siempre provistos de tijeras para cortar lo que se les pone por delante.
En todo caso, y como bien dice el bolero: “Veracruz, son tus noches de lluvia y
estrellas, / palmera y mujer / Veracruz, vibra en mi ser. / Algún día a tus
playas lejanas / habré de volver”.
LA FOTO CCCLII
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