RONDA
PRESTA EL ESCENARIO
“Carmen”
vuelve
al cine
Después
de la Bertini, Raquel Meller, Rita Hayworth y Vivianne Romance, ahora
SARA
MONTIEL
ANTONIO, el célebre y violento bandido, enamorado de Carmen, está magníficamente interpretado por Jorge Mistral. Entre los viejos ruinos de una fortaleza, Antonio, rey de la serranía de Ronda, en cuyo pueblo y paisajes fue rodada la nueva versión de 'Carmen', espera la llegada de la temperamental rondeña.
JOSÉ, el don José de la obra de Merimée, aparece aquí como teniente de Dragones en una de las escenas de la nueva película. Maurice Ronet incorpora en ella el papel de oficial francés, cuya pasión por Carmen le lleva a la degradación y al bandidaje. José, cegado por los celos y la rabia, mata al fin a Carmen.
LUCAS, el fino torero rondeño, enamorado fiel, apasionado y silencioso. En una película como ésta, inspirada en 'Carmen', no podía faltar el tipismo de los bandoleros, los 'toreadores' y los amoríos trágicos. Germán Cobos realiza en su papel de Lucas una brillante interpretación. En la fotografía, el actor en una de las escenas de la película.
Ya estamos en Ronda. Catorce o dieciséis
horas de tren y uno ‘aterriza’ en ese maravilloso pueblecito perdido en la
serranía, con sabor de época, de pasado; oliendo aún a bandoleros, a bandidos
generosos, a persecuciones por riscos encrespados y montañas sin horizontes.
Allí está Ronda, con sus casas blancas, sus calles estrechas, sus ventanas
llenas de macetas de mil colores. Con su puente que se alza delgado, esbelto,
pavoneándose entre montañas donde se quedan enganchadas las nubes blancas de
este mes de junio.
Ronda, para los cineístas españoles, es
como el Oeste para los norteamericanos. Si queremos paisaje brumoso nos vamos a
Galicia; si cosecha de arroz, a Valencia; si desolación, sol, sudor y
cansancio, a Castilla… Pero cuando queremos bandoleros, guerrilleros y mujeres
guapas, nos marchamos a Andalucía. Y sobre todo a Ronda. Todavía queda allí el
recuerdo de anteriores películas: sobre todo, ‘La duquesa de Benamejí’, que en
aquella tierra y bajo aquel cielo se rodó casi íntegra. Ahora le toca el turno
a ‘Carmen, la de Ronda’. El título ya indica dónde se están rodando los
exteriores. Por eso no nos extraña nada ver a la ‘estrella’ Sara Montiel entre
una pareja de la Guardia Civil. ‘Pero ¿cómo? –preguntamos- ¿Es que esta Carmen se desarrolla en
época actual…?’. Ni nos contestan. Todo el equipo está ocupado en
vigilar la buena marcha de Sara; la pareja le sirve de protección hasta el
coche donde ella se refugia mientras no tiene que rodar. El pueblo la aclama,
los chiquillos la persiguen, las mujeres le gritan; los hombres la piropean… y
hasta hay alguna anónima ‘fan’ que en cualquier papel, y con cualquier lápiz,
solicita el autógrafo de la ‘estrella’.
(El mundo del cine es increíble. Aquí,
allá y hasta en Hollywood. Las ‘estrellas’ de cine viven de dos maneras:
olvidadas, tristes y solas, o famosas, tristes y rodeadas. Sí, la fama también
produce tristeza, agobio, soledad. He visto como Sara Montiel no podía salir a
la calle y tenía que estar todo el día encerrada en su hotel, sin asomarse
siquiera a la ventana; he visto a Jorge Mistral correr por la calle angustiado
en busca de un comercio amigo donde repostar fuerzas, y hasta Maurice Ronet y
Germán Cobos, ‘nuevos en la plaza’, también eran víctimas de esa locura
colectiva que se llama ‘amor al ídolo’.)
El rodaje de las escenas de 'Carmen, la de Ronda' exigió una detallada preparación de los actores en cuanto ambiente y situación. En la foto, el director Demicheli da las últimas instrucciones a Sara Montiel, mientras Maurice Ronet espera su vez guión en mano.
Ronda, con sus blanquísimas paredes encaladas, sus calles en cuesta, adoquinadas con guijarros, es el escenario elegido para el rodaje de esta nueva versión de 'Carmen'. Sara Montiel camino hacia su residencia después del trabajo.
Otra vez ‘Carmen’ en la pantalla. De
nuevo bajo los focos la heroína de Próspero Mermée, aquel francés con ‘ángel’
que inventó una historia en tierras españolas y acabó con el mundo. De nuevo
Carmen. Una mujer con solera, con
leyenda: un mito. Carmen, la mujer sin alma, la mujer que enamora a los
hombres pero no puede enamorarse ella; la mujer cuyo destino lo lleva escrito
en la palma de la mano. Sus rayas de amor, vida y muerte se entrecruzan, si
pisan, se borran, se mezclan. Amor, vida y muerte. He ahí el tema de la
película: Antonio quiere a Carmen, pero Carmen conoce a José. Antonio es el
hombre rudo, fuerte, para quien los deseos son órdenes; el hombre que no se
separa nunca de su pistola. José es diferente: es francés, enamoradizo, tímido,
sentimental; queda flechado al ver a Carmen; miente, mata y deserta por amor a
Carmen. Es el hombre cuyas rayas de la mano coinciden con las rayas de la mano
de ella. Es el hombre que encuentra la muerte. Y junto a ellos, Lucas, el
torero, el alma buena, resignado, dispuesto a hacer cualquier sacrificio. La
sombra leal sobre el triángulo trágico.
Carmen canta en las ventas y los
‘colmaos’ y revoluciona a los hombres con su belleza y su gracia. Carmen es una
mujer de rompe y rasga. No lleva navaja en la liga, sino claveles sobre su pelo
negro y mantoncillos rojos sobre sus hombros morenos. Carmen es inconstante,
inconsecuente, frívola -¿podemos llamarla así?- y apasionada. Es, en una
palabra, Carmen, y su nombre –después de lo que escribió don Próspero- nos lo
dice todo.
Tulio Demicheli da la voz de rodar.
Estamos en las afueras de Ronda, sobre una cuesta empinada, terrible. Sopla un
viento que mejor podríamos llamar huracán. Alguien dice que en lugar de filmar
‘Carmen, la de Ronda’, se está filmando ‘Huracán sobre el Caine’. Pero el
chiste no hace gracia a nadie. La escena se desarrolla entre Carmen y José.
Ella acaba de dar una paliza colosal a Micaela por haber denunciado a Antonio.
José intenta llevarla a la cárcel, pero ella sabrá ‘camelárselo’ durante el
trayecto. ‘Tienes los ojos muy bonitos, y la mirada
de hombre bueno, y el corazón de hombre ‘honrao’. Y a José se le va
temblando hasta el trabuco, pues desde que ha visto a Carmen sólo piensa en
ella, vive para ella y respira para ella.
Esta escena es la clave de la película.
José dejará en libertad a Carmen pero se sentirá desde ese momento ligado a
ella para toda la vida. No le importará ni su ejército, ni sus jefes, ni su
deber, ni su patria… Sólo le importará Carmen, Carmen, Carmen. La mujer que
desde lo alto del ‘tablao’ canta: ‘Qué mala
estrella la mía…’ o ‘Antonio Vargas Heredia’. Da lo mismo. En su voz
caliente y pasional todas las canciones suenan a lo mismo: amor, perdición. Y
muerte. Ya lo dicen las rayas de su mano.
Lo que no saldrá en la película. Mientras se preparan las cámaras, entre el grupo de curiosos y de comparsas, Jorge Mistral espera el momento de actuar. En la silla, Sara junto al director de la película, Tulio Demicheli.
El destino depara a veces estas sorpresas. En Ronda, Sara Montiel encontró a dos amigas de la infacia: Dámasa y Teresa, con quienes, siendo niña, recorrió Sara algunos pueblos en la barraca de tiro al blanco, que ellas poseen.
De un tiempo a esta parte, acaso desde la muerte de Juan Ramón, han proliferado de una manera singular los 'Platero'. Centro de atención del grupo, aparece el borriquillo 'Sarito de Ronda', junto a la 'estrella', Jorge Mistral y el Don José francés Maurice Ronet.
Un
burro que cambia de nombre
A la caída de la tarde, el regreso al
hotel. O a las casas particulares. O a los palacios. Sara tiene una ‘suite’ en
el Victoria, de Ronda. Pero Mistral se alquiló un palacio, frente al Tajo de
Ronda. Un palacio con veintiséis habitaciones, sin contar los jardines
flotantes, aéreos, como los de Babilonia…, pero menos. En el palacio viven
Mistral, Maurice Ronet –el José de ‘Carmen’- los ‘dobles de luces’ de los dos y
el servicio, que es numerosísimo. Y un burro. No se asombren: un burro. Resulta
que Ronet fue al mercado y se encontró con el burro más bonito del mundo,
excluyendo a ‘Platero’. Lo compró por la buena suma de cincuenta duros. Y
cuando Mistral regresó de Sevilla, donde había ido a una corrida de toros, se
encontró con el burro. No se sorprendió. Sonrió y dijo: ‘¿Cómo se llama…?’. Y
Maurice con su acento francés, respondió: ‘Agraciado…’.
(Pero ya no se llama así, porque luego
llegó Sara Montiel y conoció al burro y le hizo gracia el burro y quiso al
burro. Y le cambió el nombre. ‘Agraciado’ pasó a segundo término para trocarse
en ‘Sarito de Ronda’. Lo cual fue recibido con júbilo por todo el equipo de la
película).
A mí que no me hablen más del ‘divismo’
de Yul Bryner o de Curd Jurgens. El primero hace que le sirvan la comida de
‘Maxims’ en los Estados Unidos y lleva a su secretario en un ‘Rolls Royce’
color champaña. Curd alquiló un castillo en Bavaria, cuando rodaba allí una
película, pero a tanta distancia del lugar de rodaje que había de emplear más
de cinco horas en el camino; la productora pensó que era mejor llevar los
exteriores a la ladera del castillo. Pues bien, Mistral hace como ellos, como
los grandes ídolos del cine. (Recuerdo que la Swanson me contó que en sus
fiestas llenaba la piscina de champaña francés y traía orquídeas desde Honolulú.)
Veintiséis habitaciones a su disposición; unas rosas rojas y amarillas que
entran rebeldes por la ventana de su cuarto; tocadiscos en cinco o seis
lugares; aparatos de radio, últimos modelos. Y junto a la puerta,
invariablemente, un hombre que nunca supe lo que tenía que hacer. Al llegar la
noche, me preguntaba: ‘¿Quiere decirle al señor Mistral a qué hora tengo que
venir mañana…?’. Mistral respondía: ‘A las ocho…’. Picado por la
curiosidad, le pregunte: ‘Oye, Jorge, y este hombre ¿qué hace…?’. ‘¡Ah, no lo
sé…! Me lo encontré aquí al llegar y creo oportuno que venga todos los días a
las ocho…’. Inefable.
En el patio andaluz del palacio hay un
organillo. Cuando amanece con sol, la muchacha va hasta él y gira la manivela.
Las notas de un chotis o un pasodoble resuenan en toda la casa. Mistral y Ronet
abren los ojos. Saben que tienen que trabajar. Y precisamente en ese momento
hace su entrada oficial en el palacio el hombre que está siempre al lado de la
puerta. Ese hombre que no puede averiguar qué hacía. Ese hombre al que cita
todas las mañanas, a las ocho, Jorge Mistral. Llueva o haga sol; él no tiene
que mirar el cielo como si fuese del equipo de la película.
El paso de Sara Montiel por cualquier lugar de España da lugar a escenas como ésta. Los municipales guardan a la actriz del entusiasmo de sus admiradores. Sara aparece en el extremo de la derecha, descansando de su trabajo.
Ballesteros, el cameraman, coloca las
últimas luces. Mejor dicho, da las últimas órdenes. Germán Cobos está dentro de
una carroza. Vestido en color tabaco o miel. Por la calleja de la espalda, una
calleja donde están asomados cientos de geranios, aparece Carmen. Está lívida,
desencajada. Su mata de pelo flota al aire. Hay temblor en su voz. ‘Por favor, Lucas, ayúdame, tengo que huir…’.
Lucas abre la puerta de su coche. El cochero grita a los caballos. Los caballos
desaparecen en la Plaza de la Iglesia, mientras el reloj de la torre deja caer
cuatro gordas y anchas campanadas.
Se repite una, dos, tres veces… A la
tercera va la vencida. Sara entró en el momento oportuno; el del ‘micro’ dice
que aquello está bien; el de la ‘cámara’ da la señal de ‘okay’; los caballos
salieron de cuadro en el momento oportuno. Todo ha ido bien, menos las cuatro
campanadas, que, como es natural, no volvieron a sonar. Pero tampoco hacían
falta. El pueblo de Ronda se olvidó también del reloj y sigue firme allí, en
silencio y con una sombra de curiosidad en la mirada. Sara entra en su coche,
que tiene todas las ventanillas veladas con cortinas oscuras. El ídolo
desaparece tragado por la sombra. A los pocos minutos se presentan dos mujeres.
Hablan con la Guardia Civil. Insisten. Vuelven a insistir. Se consulta con
alguien de la producción: ‘Dicen que son la Teresa y la Dámasa, dos amigas suyas… Que
si pueden hablar con la señorita Montiel’. Un mensajero se introduce en
el coche. Sale como loca Sara Montiel. ‘¡Dámasa,
Teresa! No sabéis la de veces que he soñado con vosotras… Pasad, pasad,
pronto…’. Se cierra el coche, se corren las cortinas y la gente de Ronda
abre unos ojos como platos y el reloj de la torre da la media.
Sobre estas líneas, la secuencia de una enérgica bofetada. José intenta sujetar a Carmen, cuyo genio apasionado se pone de manifiesto en estas fotos. Al fin, don José vence.
Después, a la caída de la tarde, en el
hotel, Sara me explicó toda su historia. ‘Figúrate
que la Dámasa y la Teresa son amigas mías de la infancia. Hacía dieciocho años
que no las veía. Yo me iba con ellas de feria cuando era pequeña. Pero no en
plan de divertirme, sino de trabajar. Ellas tenían una caseta de tiro al
blanco. Yo preparaba las escopetas, decía ‘Blanco’ y daba las bolsas de los
caramelos. Luego comíamos todas juntas en la parte de detrás de la caseta y
dormíamos allí. Y veíamos las estrellas a través de las grietas de la lona. Y
así fui por toda la provincia de Alicante y de Murcia y hasta llegamos a
Almería. En cuanto el verano se aproximaba, yo le preguntaba a mi madre: ‘Me
dejará usted ir con la Dámasa y la Teresa…’. Y trabajaba mucho para que me
diesen el permiso. Pero ya ves, yo me vine a Madrid y me convertí en
‘estrella’; ellas siguen de feria en feria. Y no sabes la de veces que he
soñado con ellas, con la caseta, con los tiros al blanco, con aquella fila de
pueblerinos que cerraban un ojo para apuntar y llevarse premios. Y ahora, al
cabo de los dieciocho años, me las encuentro aquí, en Ronda, con su caseta –ya sin
grietas el techo- y con un remolque la mar de bonito y lustroso. Nos hemos
citado en Marbella y allí pienso estar un día despachando balines… si Dios me
ayuda…’
El cine es así. ‘Carmen’, la mujer del
destino amargo, se encuentra en Ronda con sus amigas de la infancia. La Dámasa
y la Teresa. Y toda una vida en medio. Ni delante ni alrededor, como diría
Fernán-Gómez; en el medio.
En los escenarios naturales de la Baja Andalucía, Sarita Montiel y Maurice Ronet, la Carmen y él, José de 'Carmen, la de Ronda'.
Claveles
rojos y pelo negro
Mistral y Ronet están frente a frente.
Se van a matar. En el fondo, Carmen tiene los ojos brillantes, la boca
entreabierta. Sus claveles son todavía más rojos y su pelo más negro. Un
cuchillo corta el aire y va a clavarse en José. Antonio huye. Carmen grita. La
escena termina.
Mientras los del maquillaje manchan de
nuevo la camisa de Ronet, hay un descanso. Un descanso para el ‘herido’ y un
descanso para el ‘matador’. Estamos en plena serranía de Ronda, junto a unas
ruinas, con un montón de bandoleros en la puerta y unos cuantos caballos que
sin afán de divismo se están comiendo toda la hierba que encuentran a su
alcance. Maurice yace en el suelo de la cueva. ‘¿Has traído muchas cuartillas?’,
me pregunta. Luego me explica que querría escribir, que en Ronda se siente
inspirado, que por la noche, cuando enciende la chimenea y pone un disco de
Stan Kenton, se cree capaz de hacer algo importante, trascendental. Del tema
literario pasamos al cinematográfico. Y después al amoroso. ‘¿Te vas a
casar con Anouk Aimée…?’. Tarda en responder. Después, lentamente,
murmura: ‘No
lo sé…’ (Todas las noches Anouk llama desde Ronda al palacio de Mistral.
Está terminando ya su trabajo en la película de Fellini ‘La dulce vida’, donde
interpreta el personaje de una millonaria que procede de los bajos fondos.) Y
entonces recordamos el día en que nos conocimos, hace algunos años, cuando
rodaba ‘El torero’ junto a Danielle Darrieux. Resulta que se rodaba también
otra película titulada ‘Aventuras del barbero de Sevilla’, con Luís Mariano y
Danielle Godet. Ésta tenía un novio, actor, llamado Steve Barclay. Parecían
estar muy enamorados. De pronto recibí un telegrama de Barclay, desde Roma. ‘Espérame en
Barajas, algo urgentísimo…’. Cuando descendió del avión estaba como
loco. ‘Danielle
me engaña con un actor francés… Vengo a matarle’. Hoy, al recordarlo,
Maurice y yo sonreímos. Pero aquella mañana en que Barclay esperaba a la salida
de la residencia de don Ramón de la Cruz con una pistola en el bolsillo, nadie
sonreía. Yo le dije: ‘Habla primero con Danielle, es mejor…’. Y Danielle
le dijo lo inevitable: ‘No te quiero, quiero a Maurice…’. Aquel hombre se
puso a llorar. Y Maurice salvó la vida.
Todo el tipismo y el pintoresquismo de lo español queda de manifiesto en esta película basada en la novela de Merimée.
Quizá quiera escribir algo de eso en las
largas noches de Ronda. Frente al fuego, con música de Stan Kenton y el huracán
golpeando las ventanas. Quizá quiera escribir eso o algunas cartas de amor.
Quién sabe… El cine produce una especie de angustia vital por el momento
presente. Ninguno quiere hablar de su pasado ni de su futuro; sólo quieren
hablar del momento actual. Por eso, aquí, hablamos únicamente de Ronda, de su
serranía, de los buitres volando por lo alto de las montañas y hasta de aquella
pareja de águilas que uno diría que se asomaron tímidamente al rodaje con
varios cientos de metros sobre nuestras cabezas.
Sarita Montiel y Germán Cobos en una de las escenas de 'Carmen, la de Ronda'. Sara Montiel interpreta aquí la protagonista.
Esta nueva versión de Carmen tiene la virtud de haber reunido un buen cuadro estelar. Con Sara Montiel, Jorge Mistral.
La exuberante belleza de Sarita Montiel queda contrastada en esta foto de una escena en la que aparece con Amadeo Nazzari.
Mañana Carmen volverá a la sierra. Irá a
la grupa del caballo de Antonio. Pero irá cantando ‘Los cuatro muleros’,
dedicados a José. Otra vez amor, odio, muerte. La fuerza del destino les
arrastra. Nada puede detenerlos. El mito Carmen ha tomado carne otra vez; ni la
Bertini, ni Raquel Meller, ni Vivianne Romance, ni Rita Hayworth pudieron
acabar con el personaje de Próspero Merimée. Carmen es indomable, irreductible.
Carmen está en el aire, en el cielo, en la tierra. Carmen es leyenda y
realidad, frivolidad y ternura. Carmen es ángel y demonio. Por eso, ahora, en la
serranía de Ronda, lejos de todos y de todo, se escucha su canción. Una canción
de amor, de pasión, de celos, de venganza, de olvido… Y en la grupa del caballo
de Antonio va Carmen. Sobre su regreso descansa su mano izquierda. Y en el
fondo de su mano, unas rayas, unos signos, unos símbolos. Amor, muerte, vida…
Carmen ha vuelto a nacer.
Texto:
Alfredo Tocildo
Fotos:
Simón López y Basabe
EL RECORTE CXII
En 1991 TVE dedicaba todo un ciclo a Sara Montiel. En él se incluían 12 de sus mejores películas melodramáticas. Entre ellas figuraba, como no, 'Carmen, la de Ronda'. El acto institucional y las impresiones sobre este novedoso proyecto de la televisión pública de España, quedaban recogidos así en la revista Pronto, en Junio del 91.
TVE
repondrá doce de sus películas
SARA
MONTIEL
(63
años): una belleza legendaria
“No
he sido una Ingrid Bergman, pero todo no se puede tener en esta vida”
Sara Montiel, la incombustible, reaviva
su llama cinematográfica a través de un ciclo de doce de sus películas, que se
emite los martes por la primera cadena de TVE. A través de ellas se puede
comprobar, de nuevo, dos cosas: que Sara sigue siendo ‘la gran estrella de
España’ y que aún conserva, a sus sesenta y tres años, su ya legendaria
belleza.
Bonita
nostalgia
Sara, que estuvo acompañada en el acto
de presentación de dicho ciclo por su marido y sus hijos, además de por la
ministra Matilde Fernández, la veterana actriz Aurora Redondo, así como por
directivos de RTVE, declaró que sus películas eran el reflejo de una época, de
un estilo y de unos sentimientos, plenas además de una nostalgia feliz.
Saritísima añadió:
-Creo, con la
correspondiente modestia, que he tenido una carrera importante en el cine. Me
gusta mucho que los jóvenes tengan ahora, a través de este ciclo, la
oportunidad de conocerme como actriz. Ya sé que no he sido una Ingrid Bergman,
pero es que todo no se puede tener en la vida.
La actriz remató sus palabras haciendo
un elocuente guiño.
La ministra Matilde Fernández se refirió
así a su presencia en el acto:
-Este es el primer ciclo dedicado a una mujer, a una actriz
española. Tenemos muchas otras mujeres importantes en nuestro mundo del
espectáculo que merecen recuperarse para el público. Hoy estoy aquí junto a
Sara porque la conozco y porque me ha gustado acompañarla en el lanzamiento de
estas películas que veremos a través de TVE.
-¿Vio usted esas películas en su tiempo?
-Ya tengo cuarenta y algún años, y creo que he visto casi
todas las películas de Sara, porque la televisión nos ha ayudado a recuperar
muchos filmes que a lo mejor no pudimos ver en su momento. Lo que sí puedo
asegurarle es que repetiré el visionado de casi todas las películas de Sara de
este ciclo.
Trialasos
Fotos:
Lola Heras
LA FOTO CXII
Nuestra estrella, Sara Montiel, en la premiere de 'Carmen, la de Ronda'
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