sábado, 20 de septiembre de 2014

CLIMA - 11 de Enero de 1958 - España


NUESTRA PORTADA
Sarita Montiel ocupa una vez más la portada de nuestra revista. La guapísima actriz acaba de empezar el rodaje de “La violetera” y ha tenido la gentileza de enviarnos, con algunas fotos de cinta, este magnífico primer plano. Por otra parte, hemos de consignar el éxito que ha tenido la publicación de su biografía en nuestras páginas. Sarita Montiel está de moda. Justificadísimo. Porque además de guapa es una excelente artista.

 SARITA MONTIEL
CUENTA SU VIDA
María Antonia Abad se convierte en Sara Montiel. – “Yo era una niña muy repipi”
En los trenes que llegan a Madrid desde todos los puntos de España no sólo viajan novios de provincias, hombres de negocios y alcaldes de pueblo que traen en un papelito anotadas las gestiones que piensan realizar en ministerios y despachos. En los trenes que llegan a Madrid cada día viene una niña, con un lazo tieso –como una gran mariposa disecada en lo alto de la cabeza-, de la mano de su madre o un muchacho que viaja solo y a solas con sus pensamientos y que de vez en cuando silba suavemente una alegre, ingenua e intrascendente cancioncilla.
Nadie se detiene a mirar los millares de esos muchachos que inician la aventura de su vida en la capital como si apostasen todo cuanto tienen a un solo paño y de una única jugada.
Cada mañana o cada noche se inician una, dos, tres… ¡quién sabe cuántas pequeñas historias!


Desde el muchacho que salta del estribo de un departamento abrazado a un violín, hasta la niña que lleva bajo el brazo un método de solfeo de Eslava.
Un día, hace todavía muy pocos años, una niña de medias blancas con borlas y ojos muy vivos entró por la Gran Vía como llega un creyente a La Meca.
-Mamá, fíjate cuántos cines. ¡Aquí sí que no se pueden ver todas las películas en un día!
La niña había llegado aquella misma mañana de Orihuela para participar en un concurso de canciones organizado por Cifesa en el Retiro.
-Me vistieron con un traje negro de terciopelo y al adelantarme hacia el público tropecé y me caí; entonces yo me levanté muy seria, como si eso de caerse fuese costumbre, me sacudí las manos y canté mi cancioncita, la que me llevaba mejor sabida.
-¿Y que cantó usted, Sarita?
-Aquello de “la morena de mi copla”. ¿No sabe usted cuál? Dice: “Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena…” Éramos treinta concursantes. Como se podrá ver había mucha competencia.
La niña que había venido de Orihuela casi casi con un melón debajo del brazo se ganó el primer premio del concurso de canciones.
-¿Cómo te llamas niña? –le preguntó Bobby Deglané ante los micrófonos.
-María Antonia Abad Fernández.
-¡Qué bonito nombre! ¡Pero si tienes nombre de reina! ¿Y de dónde eres tú?
-De Campo de Criptana, pero vivo en Orihuela.
-Muy bien; perfectamente. Aquí tenemos la más esperanzadora promesa artística de la provincia de Ciudad Real, donde tan buenos amigos conservo.
Fue avisado el padre de la muchacha para firmar el contrato que le ofrecía la casa productora Cea, que consistía en costear durante un tiempo determinado los gastos de estudio en Madrid.
-La subvención consistía en quinientas pesetas mensuales, que entonces era una cantidad considerable, y una institutriz para que me acompañase, ya que mi padre requería cuidados porque ya estaba algo enfermo y mi madre había tenido que volver a Orihuela.

LA VIOLETERA
Estamos en los Estudios Cea, donde se está rodando “La Violetera”. Sarita está sentada ante un velador de mármol, en un “music-hall” de principios de siglo.
Enrique Herreros habla con la madre de Sarita Montiel, que está sentada en una silla plegable. Es una dama de buen empaque.
-Enrique, ¿cómo se llama este sitio en la película?
-Salón Bolero.
-¡Qué mono!. ¿verdad? ¡Salón Bolero!
En el Salón Bolero hay unos corredores a modo de palcos en cuyas balaustradas se apoyan los caballeros del cuello alto y las castizas de mangas de jamón. Están terminando la toma.
-Sarita, que no te retires porque te vamos a hacer fotografías.
-¡Que no quiten la luz!
-Pero, hombre, acérquese usted más, que parece que me tiene usted miedo. Así, como que estamos hablando, ¿no es verdad? ¡Diga usted que sí!
Al fondo del estudio están hacinados decorados que han utilizado o que van a utilizar. Enrique Herreros ha conseguido, para que podamos hablar cómodamente, dos sillas plegables junto a una estufa eléctrica.
Lleva Sarita un vestido verde de larga cola, con un jubón de terciopelo negro. Su doncella, al pasar, le ha colocado un chal azulenco con bordados de hilo de plata.
-Bueno, pues con aquellas quinientas pesetas con que me subvencionó Cifesa me quedé en Madrid para ir al Conservatorio. Allí estudié declamación con doña Anita Martos, hija del ministro don Cristino Martos.
-¿Y qué hacía usted, Sarita, además de estudiar declamación con doña Anita Martos?
-Iba al cine. Bueno, mejor podría decir que vivía en el cine. Me llevaba un bocadillo de jamón y me llenaba los bolsillos del vestido de pipas.
Benito Perojo habla en francés con un viejo actor. Sarita firma fotografías para sus compañeros de reparto.
-Sarita, que vamos a empezar.
Sarita se desprende del chal al pasar. Pisa el pitillo. Salta tubos de goma y se agacha, escabulléndose como un gato entre los trípodes de dos enormes focos.
Desde la cámara a la nariz de Sarita extienden una cinta métrica; luego le arriman un enorme fotómetro.
Un muchacho les grita a los figurantes de los cuellos altos y las mangas de jamón.
-Aprovechen a fumar, señores; saquen los pitillos y muevan los labios, pero sin hablar.
El muchacho reparte cigarrillos “Peninsulares”.
La “script”, con un sueter azul, un pañuelo anudado al cuello y unos estrechos pantalones de franela se acerca al plató con su guión acribillado de anotaciones en rojo.
Benito Perojo dialoga con un grupo de actores.
El de la chaqueta sale con su cartel y dice, poniéndoselo delante de su nariz, a Sarita Montiel:
-Violetera, 506 y 507, segunda.
Una vez dicho esto, es de la chaqueta se agacha y sale arreando. El director del film, Amadori, con el bolsillo de la chaqueta lleno de estilográficas y lápices de plata, grita:
-¡Silencio, cá… ma… ra…, rueden!
La toma dura pocos minutos. Un tipo pequeñín, desde el fondo del estudio lanza bocanadas de incienso.
-¿Se ha fijado usted que huele a catedral?
-¡Claro, hombre, es que están incensando! Así se produce el ambiente cargado del “Salón Bolero”. Sí se produjese humo de verdad no habría quien parase aquí.
Vuelve Sarita a abandonar el plató.
-Yo era una niña muy repipi. Cifesa me mandó a Barcelona para hacerme unas pruebas. Juan de Orduña fue quien me dirigió. Recuerdo que por primera vez en mi vida me pintaron las uñas para aquellas pruebas. Yo no sabía lo que era pintarme nada. No veas, Enrique, cómo me aproveché. Me ponía las manos en la cara y en el cuello y llené todas las pruebas de manos. ¡No faltaba más! ¡Tenía que lucir mis manos! Las pruebas las hice declamando “La santa virreina” de Pemán.


Un pitillo para Sarita. Estamos otra vez sentados.
-Cuando regresé a Madrid me llevaron a casa de Gyenes para hacerme unas fotografías. Gyenes llamó por teléfono al director Ladislao Vajda, y le dijo: “Vente por mi estudio, que está aquí una muchacha que quizá te interese para la película”.
Fue Vajda al estudio. Vio a la muchacha. La película que iba a rodar se titulaba “Te quiero para mí”.
-El papelito era muy gracioso, de colegiala traviesa. Eso me iba muy bien, porque yo era muy repipi y muy avispada.
La revista “Semana” publicó en la portada una de las fotografías de Sarita hecha por Gyenes.
-Era una fotografía que yo creía de mujer fatal. Me había puesto un escote así, de dos deditos, y a mí me parecía que quedaba muy vampiresa. ¡Pobrecita de mí! La fotografía apareció con el nombre de María Alejandra.
Filmófono preparaba “Empezó en boda”.
-Enrique Herreros vio la fotografía de “Semana”… Herreros se ríe.
-Yo creí que se trataba de una muchacha mayor, por lo menos de veinte años. La mandé llamar a mi despacho, y cuál no sería nuestra sorpresa al ver que era una niña con calcetines y trenzas, con una cara de colegiala…
-¡Pobrecita de mí, Enrique! ¡Si es que de verdad era una niña! ¡Cómo no iba a llevar trenzas si debía tener catorce años!
-Nosotros de dijimos: “Bueno, niña: vete a casa, di que te vistan de mujer y vuelve”.
-¡Ya lo creo que me vestí de mujer! Fui a casa, cogí un vestido de terciopelo de la señorita de compañía, me puse tacones y me peiné así para arriba: ¡Qué vampiresa me encontraba yo!

COMO CAMBIO DE NOMBRE
Enrique Herreros le dice a Sarita que me cuente cómo empezó la competencia de Sarita Montiel.
-Eso fue una cosa muy bonita tuya, Enrique. Estaba yo rodando en Aranjuez –explica Sarita, dirigiéndose a mí- cuando llegó Enrique muy serio y me dijo: “Oye, niña, ya no eres la estrella más joven. Ha salido estos días una estrella de la que se hablará mucho”. Yo me quedé muy preocupada. Entonces Enrique me dijo: “Esa estrella que ha surgido se llama Sarita Montiel y ha nacido en Campo de Criptana”. Desde entonces me llamé Sarita Montiel.
Los figurantes forman grupos en el estudio, aguardando el aviso de rodaje. Se han puesto el abrigo y algunos se sientan donde pueden.
-Sarita, ¿qué hacía usted en Madrid con su señorita de compañía?
-Vivir en el cine, como le decía. No salía del Voy del Muñoz Seca. Me llevaba la merienda, y ya se podía hundir el mundo… Iba todos los días al Conservatorio, a mí clase de declamación. Doña Antia Martos me decía: “Pero niña, si con ese acento de la provincia de Ciudad Real no puedes salir a la escena”. Entonces me llenaba la boca de piñones y me gritaba: “Ahora habla, criatura! ¡Vamos, habla!” Así fui dejando de comerme las eses.
En Orihuela se habían quedado los hermanos mayores de la muchacha, rezongando de que quisiese ser estrella de cine.
-Mis hermanos no querían ni que me acerase al cine. Los he tenido siempre de enemigos, porque soy la pequeña de la casa, y ¡ya sabe usted!
La “script”, con un sueter azul, un pañuelo anudado al cuello y unos estrechos pantalones de franela se acerca al plató con su guión acribillado de anotaciones en rojo.
Benito Perojo dialoga con un grupo de actores.
El de la chaqueta sale con su cartel y dice, poniéndoselo delante de su nariz, a Sarita Montiel:
-Violetera, 506 y 507, segunda.
Una vez dicho esto, es de la chaqueta se agacha y sale arreando. El director del film, Amadori, con el bolsillo de la chaqueta lleno de estilográficas y lápices de plata, grita:
-¡Silencio, cá… ma… ra…, rueden!
La toma dura pocos minutos. Un tipo pequeñín, desde el fondo del estudio lanza bocanadas de incienso.
-¿Se ha fijado usted que huele a catedral?
-¡Claro, hombre, es que están incensando! Así se produce el ambiente cargado del “Salón Bolero”. Sí se produjese humo de verdad no habría quien parase aquí.
Vuelve Sarita a abandonar el plató.
-Yo era una niña muy repipi. Cifesa me mandó a Barcelona para hacerme unas pruebas. Juan de Orduña fue quien me dirigió. Recuerdo que por primera vez en mi vida me pintaron las uñas para aquellas pruebas. Yo no sabía lo que era pintarme nada. No veas, Enrique, cómo me aproveché. Me ponía las manos en la cara y en el cuello y llené todas las pruebas de manos. ¡No faltaba más! ¡Tenía que lucir mis manos! Las pruebas las hice declamando “La santa virreina” de Pemán. 


"Los guiones, con bombones, saben mejor", parece decir Sarita Montiel.

Otra vez llaman al plató. Corren los figurantes, componiéndose la indumentaria. Encienden los pitillos.
-Sarita, cuidado con la cola del vestido, que la vas arrastrando y esto está perdido de polvo.
Sarita va hacia el plató. Enrique Herreros entra en el estudio con una bufanda liada al cuello y un traje marengo.
-Si queréis acercaros a Madrid, os llevo.
Aceptamos; pero apenas si puede uno sentarse en el coche.
-Sentaros sobre las cartas, es igual.
Cientos de cartas dirigidas a Sarita Montiel.
-Son de aficionados que escriben pidiendo fotografías y autógrafos. Algunos hasta se declaran y todo. Por Dios, no piséis ninguna que hay que contestar a todos…
El coche va lanzado por la autopista de Barajas. Herreros está muy impresionado con el color del cielo.

(Es un reportaje de Agencia FIEL).
(En el próximo número, III capítulo).



EL RECORTE CLXXXVI
En el Otoño de 1997, la revista Lecturas elegía a varios famosos para que dijesen cuál era su ciudad favorita. Nuestra estrella, recordando el estreno de "La violetera", evocaba Toledo como ese lugar en el que siempre le gustaba perderse. 

LOS FAMOSOS NOS PRESENTAN SUS CIUDADES FAVORITAS
Para algunos es su ciudad natal, para otros no. Pero, en cualquier caso, es el lugar donde les gusta “perderse” siempre que pueden.
SARA MONTIEL:
“Estar en Toledo es como estar en mi casa”

Con la ciudad a su espalda, Sara recuerda sus visitas de niña  y el estreno en ella de "La violetera".

Toledo, la imperial Toledo, erguida en medio de la llanura que rodea al Tajo, es la ciudad preferida de Sara Montiel. La famosa manchega de Campo de Criptana hablaba ya en los años cincuenta a Clark Gable,  a James Dean y a Gary Cooper de esta ciudad sin igual. Nunca había desvelado Sara que un día Clark Gable le hizo una confesión: “Me confesó que tenía unos parientes en Nueva York, de origen judío sefardita, cuyos antepasados habían tenido casa en Toledo, cerca de la Gran Sinagoga, y aún conservaban las llaves”.
SARA HA VUELTO A TOLEDO ENCANTADA
Sara ha vuelto encantada a la ciudad donde, en el sigloVI, los reyes visigodos establecieron su corte convirtiéndola en capital política y religiosa del reino. “Me siento orgullosa de esta capital imperial que el mundo entero reconoce como propia”. Recuerda Sara sus primeros viajes a esta ciudad con su familia. “Y tengo recuerdos maravillosos de mis actuaciones aquí. Estar en Toledo es como estar en mi casa. Por ejemplo, recuerdo el estreno “La violetera” en el Teatro Rojas, que entonces era un cine. Se produjo un desmadre tan impresionante que tuve que refugiarme en una casa…”.


Sara, ante una entrada de la muralla. "A esta ciudad el mundo entero la reconoce como propia". 

TOLEDO, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
Considerada una segunda Jerusalén en el siglo XV, Toledo fue un modelo de convivencia de judíos, musulmanes y cristianos y Carlos V la convirtió en capital imperial. Sus tesoros de todas las tendencias artísticas imaginables hicieron  que la ciudad entera fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. “Siempre que recibo a mis amigos extranjeros les llevo a Toledo”, asegura Sara Montiel.



Reportaje realizado por Europa Press


LA FOTO CLXXXVI


Bellísima en "La violetera". 

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