La diva aparece únicamente en la portada.
EL RECORTE CCL
A su muerte, producida el 8 de Abril de 2013, la revista Fotogramas, en su número de Mayo de 2013, le dedicaba esta reseña - homenaje a la actriz.
HOMENAJE
1928 – 2013
SARA MONTIEL
ESA MUJER
Fue una
pionera en Hollywood, sí, y reventó taquillas cantando cuplés, también. Pero,
por encima de todo, Sara Montiel fue una mujer adelantada a su tiempo, una
superestrella en mayúsculas. La homenajeamos a partir de las entrevistas que
nos concedió.
La modestia nunca se contó entre las virtudes (o,
según se mire, los defectos) de María Antonia Abad Fernández. Soy una
estrella, nos decía en una entrevista a FOTOGRAMAS en verano de
1975. Soy un
mito en España y fuera de España. Es una grandísima responsabilidad para mí,
claro. ¿Que qué es ser estrella? Pues tener una gran personalidad, eso es ser
estrella: tener una grandísima personalidad. La que la empujó a
emigrar a México cuando solamente era una aspirante a celebridad en un cine
español marcado por las producciones de época y las comedias de teléfonos
blancos. La misma personalidad que le permitió compartir protagonismo con Gary
Cooper y Burt Lancaster cuando en Hollywood apenas eran capaces de situar en el
mapa la Península Ibérica. Fue una pionera, cierto, y la actriz mejor pagada de
su época. Y supo mantener después su aura: cuando se percató que su carrera
cinematográfica languidecía, se reconvirtió, mantuvo el personaje de divina que
se había creado durante décadas y nunca perdió cierto cariño popular, pese a
los desmanes de su (en ocasiones ridícula) presencia en las portadas de prensa
rosa.
ESTRELLA DE NUESTRAS PORTADAS
Una selección de las 11 portadas de nuestra revista que Sara Montiel protagonizó, desde julio de 1954 (compartida con Gary Cooper, su partenaire en 'Vera Cruz'). La actriz dejó constancia de la categoría de superestrella que atesoraba en aquella España de la posguerra.
No en vano, María Antonia, o Sara Montiel desde que
así la bautizara su casi eterno representante, Enrique Herreros, siempre fue
consciente de su poder y magnetismo. Manchega de Campo de Criptana (Ciudad
Real), donde nació (oficialmente, porque su fecha de nacimiento siempre se puso
en cuarentena) el 10 de marzo de 1.928, la futura diva fue descubierta por uno
de los mandamases de la productora CIFESA cuando cantaba en una procesión de
Semana Santa en Orihuela, donde su familia se había trasladado. Tras un breve y
mínimo proceso de aprendizaje, saltó al ruedo en Te quiero para mí (Ladislao Vajda, 1944) y, tras films como Se le fue el novio (Julio Salvador,
1945), Mariona Rebull (José Luís
Sáenz de Heredia, 1947), o, sobre todo, Locura
de amor (Juan de Orduña, 1948), Sarita vio en México la oportunidad de
crecer. Yo
era una joven con ganas de abrirse camino, escribía en nuestras
páginas a principios de los 70. Me fui en busca de mis Américas sin más bagaje que una
pequeña maleta, la compañía de mi madre, la promesa de un contrato y todo un
mundo por delante.
PRIMERA
PARADA: MÉXICO
Hasta 11 largometrajes (todos dramáticos, encarnando a mujeres
malas o desgraciadas. Folletines, melodramas, a los que debo el curtirme en el
trabajo en los platós y ser el trampolín que me permitió dar el salto a
Hollywood) rodó en su estancia mexicana. Fue un periodo
artísticamente discutible pero en el que se codeó con la flor y nata de la alta
cultura: Pude
introducirme en el mundo de aquellos intelectuales (los Neruda, León
Felipe, Alfonso Reyes o Nicolás Guillén). Siempre me decían que si estaba calladita me dejarían
estar presente en sus tertulias, nos escribía.
Sara empezaba a tenerlo claro: Mi marcha a México fue muy beneficiosa, nos
explicaba en una entrevista en 1957. Allí no pasé inadvertida. El artista no debe tener
fronteras. ¿Resentida con el cine español? Al contrario: aquí me lanzaron y en
México me reconocieron. Tanto que la llamaron desde Estados Unidos,
a donde acudió para robar plano con su belleza racial a dos primeras espadas
como Gary Cooper y Burt Lancaster en la estupenda Vera Cruz (Robert Aldrich, 1954).
Los
dos eran simpatiquísimos, contaba en
FOTOGRAMAS durante la filmación de su siguiente film norteamericano, Dos pasiones y un amor (Anthony Mann,
1956). En esa entrevista también se confesaba, a medias, sobre su vida privada:
Amo este país
porque aquí he encontrado mi destino. No puedo decirle nada más. Es un
americano, un hombre, magnífico. Le gustará a usted, no es actor. Yo estoy loca
por él. No es alto ni guapo, pero es único. Él ha estado casado ya, pero será
la primera vez que yo lo haga, la primera y la última. Sara se
refería a su director, pero erró en sus previsiones: Mann sería solamente el
primero de sus cuatro maridos.
LA GLORIA DE
LA CUPLETISTA
El periodo yanqui de la Montiel se redondearía con
otro western, Yuma (Samuel Fuller,
1957). Pero unas vacaciones en España cambiarían su destino: su amistad con el
realizador Juan de Orduña la llevó a aceptar participar en un drama musical de
bajo presupuesto, El último cuplé (1957).
El resultado fue un inesperado éxito estratosférico (el film estuvo más de un
año en las carteleras de los cines de estreno; en los pueblos se fletaban
autocares que llevaban al público hasta localidades mayores donde se proyectaba
la película), condicionado y beneficiado por una coyuntura que había dejado a
los espectadores españoles sin cine norteamericano (por un boicot al gobierno
franquista de la MPAA, que asociaba a los grandes estudios de Hollywood). Para
la actriz, supuso un contrato millonario y la tan perseguida condición de
superstar en su tierra.
Si la jugada le salió redonda a nivel económico y de
impacto popular, lo cierto es que sus trabajos siguientes en la gran pantalla
acabarían repitiendo hasta la saciedad la fórmula. Los dramas trufados de
canciones se repetían, y la Montiel veía aumentar fama y beneficios monetarios.
Pero su carrera se estancaba, aunque ella no compartiera esa visión: No creo haberme
encasillado; en todo caso me habrán encasillado, nos decía años
después, durante el rodaje de Cinco
almohadas para una noche (Pedro Lazaga, 1974), la que sería su última
película oficial (en 2011 volvería al cine interpretándose a sí misma en Abrázame, de Óscar Parra de Carrizosa). Que me den
un buen guión, sin canciones y lo haré,
haga de vieja, de joven, de buena o de mala; llorar o reír… No estoy totalmente
de acuerdo en lo de estar encasillada, pero en todo caso la elección ha sido de
parte de los productores, de los señores que ponen el dinero para hacer una
película. Y hasta ahora no he arruinado, como otros, a ninguno. A mí me
contratan para cantar y canto.
Y es que la trayectoria de la actriz durante la
segunda mitad de los años 50 y la década de los 60 vino inequívocamente marcada
por el bombazo de El último cuplé. El
público quería verla sufriendo, amando y cantando. Y ella, y los avispados
productores que la contrataban, se dedicaron a explotar el filón: de La violetera (Luís César Amadori, 1958)
o Carmen la de Ronda (Tulio
Demicheli, 1959) a La Dama de Beirut (L.
Vajda, 1965) o Esa mujer (Mario
Camus, 1969), pasando por La reina del Chantecler
(Rafael Gil, 1962) o Noches de
Casablanca (Henri Decoin, 1963). Sara Montiel sabía lo que querían de ella,
y no tuvo reparos en ofrecerlo una y otra vez.
Mis
películas son fabulosas porque consiguen que el público pase dos horas
bárbaramente, nos decía en una
entrevista publicada a principios de los 70. Y, encima, tienen al frente a una señora
muy importante que siempre está rodeada de señores estupendos, cosa que busco
pensando en las mujeres. Es lógico que ellas se regalen la vista, como los señores
hacen conmigo. La mujer también tiene derecho a disfrutar visualmente. Ya que
la censura no nos deja hacer cosas más importantes…
Todo un discurso de modernidad, en el que declaraba
su perpetua batalla contra las prohibiciones que, en los últimos estertores de
la dictadura franquista, todavía se resistían a desaparecer. España puede
competir con cualquier país en cuanto a gente: tiene maravillosos escritores
clásicos y modernos, lo mismo ocurre en la pintura. Lo que pasa es que todos, y
sobre todo yo, tropezamos con la censura, que nos corta las alas. Si hubiera
una censura más amplia, una libertad mayor, asombraríamos al mundo entero, sostenía
en 1975. Y es que la carnalidad de la Montiel abrió la espoleta del erotismo a
un más bien casto cine español que no supo cómo parar la sensualidad que la
artista desbordaba.
SARITA EN
HOLLYWOOD
Además de rodar tres film, Sara se codeó con la flor
y nata del cine USA.
1, 2 y 3. En el set de ‘Gigante’ (George Stevens,
1956): con Taylor y Armando del Moral (periodista que creó los Globos de Oro),
y con James Dean en las últimas fotos en vida del mítico actor.
4. En el plató de ‘Ellos y ellas’ (Joseph L.
Mankiewicz, 1955), con Marlon Brando, amigo del matrimonio Mann-Montiel, al que
solía preparar huevos fritos.
5. Con Henry Fonda.
6. Con Ton, hija de Anthony Mann, y Kirk Douglas.
7.Junto a Alfred Hitchcock.
ESTRELLA CON
PERSONALIDAD
En cualquier caso, y volviendo a su carrera
cinematográfica, Sara Montiel se defendía con uñas y dientes de las malas
críticas: Si
en mi carrera salió algún petardo fue inconscientemente, lo juro, publicábamos
en un número especial de FOTOGRAMAS casi íntegramente dedicado a la estrella,
firmado por Terenci Moix en 1971. Siempre trabajo con toda la ilusión. No me canso de
aprender, decía.
La actriz continuaba, orgullosa de su estatus, y
haciendo gala de su falta de modestia: ¡Soy una vedette! ¿Mis películas dan o no dan muchos
millones de pesetas? Son las que más dinero dan… ¿Que dicen que soy la estrella
de los líos? ¡Será porque soy Sara Montiel! ¿Es que no sabían lo que yo gano?
Soy, con Liz Taylor, Sophia Loren y Marlon Brando, la figura más cotizada del
mundo. La Taylor y la Loren, estrellas con las que le encantaba
compararse. A principios de los 70, afirmaba, un punto provocadora: Soy más
fotogénica y mucho más bella que Sophia. Ella mide 1,73 y yo estoy en 1,68.
Porque por delantera somos primas hermanas… Y tan fotogénica como Liz, pero
menos bella.
Y en otra charla con FOTOGRAMAS, en verano de 1975,
mantenía: Liz
Taylor no necesita cantar en sus películas. Claro, he hecho cosas a veces que
no me gustan mucho. También nos podemos equivocar. Mira los errores que ha
tenido Sophia Loren últimamente: quitando Los girasoles (Vittorio De
Sica, 1970), ha
hecho cinco películas seguidas de esas que no se pueden ver, que yo he pasado
una vergüenza espantosa viéndolas. Y te nombro a señoras a las que les han
servido todo en bandeja de plata, aquí y fuera de España. ¿Yo? Ni de plata, ni
de cobre, ni tan siquiera bandeja. A mí me ha costado mucho, y me cuesta,
llamarme Sara Montiel.
En esa entrevista, la actriz, cuya relación con la
industria del cine español nunca fue fluida, seguía explicitando su malestar
por el reconocimiento que se le dispensaba en su propio país: En otros lugares
se cuida a las estrellas con amor. Y aquí se tira a degüello. Tengo miles de
ofertas, las que quiera, de México, Rumanía, Checoslovaquia… Y no quiero. Aquí
me quedo.
Y se quedó, aunque por poco tiempo: tuvo una
desastrosa experiencia en Tuset Street (Jorge
Grau, 1968), en la que vivió un serio conflicto con el director (no consiento
que Grau ponga a mí público contra mi película, exclamaba, quiere hacerse
famoso a costa de mi nombre. Le pagué 600.000 pesetas, cantidad exorbitante
para un desconocido como él). Se marchó antes de terminar el rodaje
(que finalizó Luís Marquina). Aquí muchos directores tienen miedo de dirigir a Sara
Montiel, temen que la personalidad de Sara anule la suya. Y están equivocados, se
defendía ella.
Sara Montiel inició los años 70 despidiéndose del
cine; apenas rodaría dos films más (quitando su aparición en La Casa de los Martínez, en 1971): Varietés (Juan Antonio Bardem, 1971) y Cinco almohadas para una noche. Los
gustos del público habían cambiado, y el Destape y la Transición no dejaban espacio
al cuplé. Empezaba la reinvención de la diva.
PARTICULARÍSIMO
1.María Antonia de niña.
2.Con Miguel Mihura, al que conoció con 17 años. En
sus memorias dijo: “Fue el primer hombre de mi vida, el primero con el que
estuve como mujer”.
3.Su primer matrimonio, con Anthony Mann, duro entre
1957 y 1963.
4.En su segunda boda, con Chente Ramírez Olalla, con
el que estuvo casada dos meses (1964).
5.En una sesión fotográfica para FOTOGRAMAS, en
tiempos del destape.
6.En sus memorias confesó que en 1951 vivió una
relación con el premio Nobel Severo Ochoa, entonces casado.
7.Pepe Tous, su tercer marido (1979-1992) y el
hombre de su vida.
8.En 2002 se casó con el cubano Tony Hernández,
llenando páginas de la prensa rosa.
9.Con sus hijos, Thais y Zeus, que adoptó con Tous.
LA NUEVA CARA
DEL MITO
Su tercer
marido, Pepe Tous (su segundo matrimonio, en 1964, con Chente Ramírez, apenas
duró dos meses), fue clave en ese lavado de cara: fue quien le organizó los
espectáculos teatrales (como Saritísima)
y los conciertos, que junto a los discos (a las grabaciones de sus clásicos
cabe añadir trabajos concebidos para la personalidad de la estrella a cargo de
fans del pedigrí de Joaquín Sabina o Javier Gurruchaga, en discos como Purísimo Sara o A flor de piel) y la televisión (con programas como Sara y punto o Ven al Paralelo) fueron el nuevo campo de expresión de Montiel.
Fumadora de puros (solía contar que fue Ernest
Hemingway quién le dio a probar el primero, en Cuba), Montiel se convirtió en
carnaza habitual de la prensa del corazón, sobre todo con el cambio de siglo y
a raíz de su boda-montaje con el cubano Tony Hernández. Siempre desafiante
(posó desnuda en varias ocasiones, por ejemplo, en una edad en que la mayoría
piensa, o vive, en su jubilación), rompedora y libre, casi siempre con
capacidad de reírse de sí misma, su actitud la hizo blanco de críticas
sangrantes. Pero ella siguió a lo suyo, como recordando las predicciones que
nos lanzaba en 1974: ¿Qué cómo me imagino en la vejez? Nunca lo he pensado.
Supongo que seré una señora mayor y estaré en el mundo del espectáculo, como
empresaria o directora de cine o teatro, buscando obras, promocionando gente.
Me veo muy en activo.
Nunca dirigió cine, pero no levantó el pie del acelerador.
Hace tres años grabó un videoclip con Alaska. Estuvo
perfecta, aguantó casi 20 horas de rodaje y nos tumbó a todos, aseguraba
su compañera de filmación. Sara inventó
una forma de interpretar, como actriz y cantante. Se hizo un traje a medida, y
de alta costura. Guapísima, siempre ha sabido favorecer a la cámara, con ese
gesto tan suyo, esa leve inclinación de cabeza que sólo saben hacer ella y las
transformistas maravillosas que la veneran.
Adorada por el colectivo gay, la diva fue siempre
una adelantada a su tiempo, icono sexual en épocas de vacas flacas y una
personalidad apabullante, con la que tuvieron que lidiar empresarios y
directores, compañeros de reparto y aquellos fotógrafos que acabaron haciendo
famosos los trucos que usaban para mantenerla siempre joven. Se puede ser fea
y tener una fotogenia increíble. Y se puede ser guapa y retratar mal. Mi caso
es de una fotogenia increíble. ¿Qué les exijo a mis fotógrafos? Que valoren los
cambios de luz, que logren para la escena una luz tenue, sin descuidar la cara,
nos decía en una entrevista en los años 70. No tengo un lado malo. Generalmente se
tiene un tres cuartos mejor que el otro. Le pasa a todo el mundo. El lado
izquierdo de mi cara retrata de una manera más bella, más bonita y perfecta. El
derecho, sin embargo, retrata joven y con la nariz pequeñita. Me sale una cara
menos importante y sofisticada. Es el lado que utilizo para hacer de ingenua.
El 8 de abril, Montiel falleció en su casa madrileña
del barrio de Salamanca. Un coche fúnebre recorrió las calles de la ciudad y en
Callao proyectaron imágenes de El último
cuplé y La Violetera. María
Antonia se había ido. Sara, el mito, seguía, sigue y seguirá vivo.
Por Álex
Montoya.
Fotos: Archivo
de FOTOGRAMAS
LA FOTO CCL
Sara, desde el objetivo de Ibáñez, a fines de los 50.
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