domingo, 9 de julio de 2017

ALTEROSA - Agosto de 1.957 / Primera quincena - Brasil


La diva aparece únicamente en la portada.


EL RECORTE CCL
A su muerte, producida el 8 de Abril de 2013, la revista Fotogramas, en su número de Mayo de 2013, le dedicaba esta reseña - homenaje a la actriz.



HOMENAJE 1928 – 2013
SARA MONTIEL
ESA MUJER
Fue una pionera en Hollywood, sí, y reventó taquillas cantando cuplés, también. Pero, por encima de todo, Sara Montiel fue una mujer adelantada a su tiempo, una superestrella en mayúsculas. La homenajeamos a partir de las entrevistas que nos concedió.

La modestia nunca se contó entre las virtudes (o, según se mire, los defectos) de María Antonia Abad Fernández. Soy una estrella, nos decía en una entrevista a FOTOGRAMAS en verano de 1975. Soy un mito en España y fuera de España. Es una grandísima responsabilidad para mí, claro. ¿Que qué es ser estrella? Pues tener una gran personalidad, eso es ser estrella: tener una grandísima personalidad. La que la empujó a emigrar a México cuando solamente era una aspirante a celebridad en un cine español marcado por las producciones de época y las comedias de teléfonos blancos. La misma personalidad que le permitió compartir protagonismo con Gary Cooper y Burt Lancaster cuando en Hollywood apenas eran capaces de situar en el mapa la Península Ibérica. Fue una pionera, cierto, y la actriz mejor pagada de su época. Y supo mantener después su aura: cuando se percató que su carrera cinematográfica languidecía, se reconvirtió, mantuvo el personaje de divina que se había creado durante décadas y nunca perdió cierto cariño popular, pese a los desmanes de su (en ocasiones ridícula) presencia en las portadas de prensa rosa.


ESTRELLA DE NUESTRAS PORTADAS
Una selección de las 11 portadas de nuestra revista que Sara Montiel protagonizó, desde julio de 1954 (compartida con Gary Cooper, su partenaire en 'Vera Cruz'). La actriz dejó constancia de la categoría de superestrella que atesoraba en aquella España de la posguerra.

No en vano, María Antonia, o Sara Montiel desde que así la bautizara su casi eterno representante, Enrique Herreros, siempre fue consciente de su poder y magnetismo. Manchega de Campo de Criptana (Ciudad Real), donde nació (oficialmente, porque su fecha de nacimiento siempre se puso en cuarentena) el 10 de marzo de 1.928, la futura diva fue descubierta por uno de los mandamases de la productora CIFESA cuando cantaba en una procesión de Semana Santa en Orihuela, donde su familia se había trasladado. Tras un breve y mínimo proceso de aprendizaje, saltó al ruedo en Te quiero para mí (Ladislao Vajda, 1944) y, tras films como Se le fue el novio (Julio Salvador, 1945), Mariona Rebull (José Luís Sáenz de Heredia, 1947), o, sobre todo, Locura de amor (Juan de Orduña, 1948), Sarita vio en México la oportunidad de crecer. Yo era una joven con ganas de abrirse camino, escribía en nuestras páginas a principios de los 70. Me fui en busca de mis Américas sin más bagaje que una pequeña maleta, la compañía de mi madre, la promesa de un contrato y todo un mundo por delante.


PRIMERA PARADA: MÉXICO
Hasta 11 largometrajes (todos dramáticos, encarnando a mujeres malas o desgraciadas. Folletines, melodramas, a los que debo el curtirme en el trabajo en los platós y ser el trampolín que me permitió dar el salto a Hollywood) rodó en su estancia mexicana. Fue un periodo artísticamente discutible pero en el que se codeó con la flor y nata de la alta cultura: Pude introducirme en el mundo de aquellos intelectuales (los Neruda, León Felipe, Alfonso Reyes o Nicolás Guillén). Siempre me decían que si estaba calladita me dejarían estar presente en sus tertulias, nos escribía.
Sara empezaba a tenerlo claro: Mi marcha a México fue muy beneficiosa, nos explicaba en una entrevista en 1957. Allí no pasé inadvertida. El artista no debe tener fronteras. ¿Resentida con el cine español? Al contrario: aquí me lanzaron y en México me reconocieron. Tanto que la llamaron desde Estados Unidos, a donde acudió para robar plano con su belleza racial a dos primeras espadas como Gary Cooper y Burt Lancaster en la estupenda Vera Cruz (Robert Aldrich, 1954).
Los dos eran simpatiquísimos, contaba en FOTOGRAMAS durante la filmación de su siguiente film norteamericano, Dos pasiones y un amor (Anthony Mann, 1956). En esa entrevista también se confesaba, a medias, sobre su vida privada: Amo este país porque aquí he encontrado mi destino. No puedo decirle nada más. Es un americano, un hombre, magnífico. Le gustará a usted, no es actor. Yo estoy loca por él. No es alto ni guapo, pero es único. Él ha estado casado ya, pero será la primera vez que yo lo haga, la primera y la última. Sara se refería a su director, pero erró en sus previsiones: Mann sería solamente el primero de sus cuatro maridos.
LA GLORIA DE LA CUPLETISTA
El periodo yanqui de la Montiel se redondearía con otro western, Yuma (Samuel Fuller, 1957). Pero unas vacaciones en España cambiarían su destino: su amistad con el realizador Juan de Orduña la llevó a aceptar participar en un drama musical de bajo presupuesto, El último cuplé (1957). El resultado fue un inesperado éxito estratosférico (el film estuvo más de un año en las carteleras de los cines de estreno; en los pueblos se fletaban autocares que llevaban al público hasta localidades mayores donde se proyectaba la película), condicionado y beneficiado por una coyuntura que había dejado a los espectadores españoles sin cine norteamericano (por un boicot al gobierno franquista de la MPAA, que asociaba a los grandes estudios de Hollywood). Para la actriz, supuso un contrato millonario y la tan perseguida condición de superstar en su tierra.
Si la jugada le salió redonda a nivel económico y de impacto popular, lo cierto es que sus trabajos siguientes en la gran pantalla acabarían repitiendo hasta la saciedad la fórmula. Los dramas trufados de canciones se repetían, y la Montiel veía aumentar fama y beneficios monetarios. Pero su carrera se estancaba, aunque ella no compartiera esa visión: No creo haberme encasillado; en todo caso me habrán encasillado, nos decía años después, durante el rodaje de Cinco almohadas para una noche (Pedro Lazaga, 1974), la que sería su última película oficial (en 2011 volvería al cine interpretándose a sí misma en Abrázame, de Óscar Parra de Carrizosa). Que me den un  buen guión, sin canciones y lo haré, haga de vieja, de joven, de buena o de mala; llorar o reír… No estoy totalmente de acuerdo en lo de estar encasillada, pero en todo caso la elección ha sido de parte de los productores, de los señores que ponen el dinero para hacer una película. Y hasta ahora no he arruinado, como otros, a ninguno. A mí me contratan para cantar y canto.


Y es que la trayectoria de la actriz durante la segunda mitad de los años 50 y la década de los 60 vino inequívocamente marcada por el bombazo de El último cuplé. El público quería verla sufriendo, amando y cantando. Y ella, y los avispados productores que la contrataban, se dedicaron a explotar el filón: de La violetera (Luís César Amadori, 1958) o Carmen la de Ronda (Tulio Demicheli, 1959) a La Dama de Beirut (L. Vajda, 1965) o Esa mujer (Mario Camus, 1969), pasando por La reina del Chantecler (Rafael Gil, 1962) o Noches de Casablanca (Henri Decoin, 1963). Sara Montiel sabía lo que querían de ella, y no tuvo reparos en ofrecerlo una y otra vez.
Mis películas son fabulosas porque consiguen que el público pase dos horas bárbaramente, nos decía en una entrevista publicada a principios de los 70. Y, encima, tienen al frente a una señora muy importante que siempre está rodeada de señores estupendos, cosa que busco pensando en las mujeres. Es lógico que ellas se regalen la vista, como los señores hacen conmigo. La mujer también tiene derecho a disfrutar visualmente. Ya que la censura no nos deja hacer cosas más importantes…
Todo un discurso de modernidad, en el que declaraba su perpetua batalla contra las prohibiciones que, en los últimos estertores de la dictadura franquista, todavía se resistían a desaparecer. España puede competir con cualquier país en cuanto a gente: tiene maravillosos escritores clásicos y modernos, lo mismo ocurre en la pintura. Lo que pasa es que todos, y sobre todo yo, tropezamos con la censura, que nos corta las alas. Si hubiera una censura más amplia, una libertad mayor, asombraríamos al mundo entero, sostenía en 1975. Y es que la carnalidad de la Montiel abrió la espoleta del erotismo a un más bien casto cine español que no supo cómo parar la sensualidad que la artista desbordaba.


SARITA EN HOLLYWOOD
Además de rodar tres film, Sara se codeó con la flor y nata del cine USA.
1, 2 y 3. En el set de ‘Gigante’ (George Stevens, 1956): con Taylor y Armando del Moral (periodista que creó los Globos de Oro), y con James Dean en las últimas fotos en vida del mítico actor.
4. En el plató de ‘Ellos y ellas’ (Joseph L. Mankiewicz, 1955), con Marlon Brando, amigo del matrimonio Mann-Montiel, al que solía preparar huevos fritos.
5. Con Henry Fonda.
6. Con Ton, hija de Anthony Mann, y Kirk Douglas.
7.Junto a Alfred Hitchcock.

ESTRELLA CON PERSONALIDAD
En cualquier caso, y volviendo a su carrera cinematográfica, Sara Montiel se defendía con uñas y dientes de las malas críticas: Si en mi carrera salió algún petardo fue inconscientemente, lo juro, publicábamos en un número especial de FOTOGRAMAS casi íntegramente dedicado a la estrella, firmado por Terenci Moix en 1971. Siempre trabajo con toda la ilusión. No me canso de aprender, decía.
La actriz continuaba, orgullosa de su estatus, y haciendo gala de su falta de modestia: ¡Soy una vedette! ¿Mis películas dan o no dan muchos millones de pesetas? Son las que más dinero dan… ¿Que dicen que soy la estrella de los líos? ¡Será porque soy Sara Montiel! ¿Es que no sabían lo que yo gano? Soy, con Liz Taylor, Sophia Loren y Marlon Brando, la figura más cotizada del mundo. La Taylor y la Loren, estrellas con las que le encantaba compararse. A principios de los 70, afirmaba, un punto provocadora: Soy más fotogénica y mucho más bella que Sophia. Ella mide 1,73 y yo estoy en 1,68. Porque por delantera somos primas hermanas… Y tan fotogénica como Liz, pero menos bella.
Y en otra charla con FOTOGRAMAS, en verano de 1975, mantenía: Liz Taylor no necesita cantar en sus películas. Claro, he hecho cosas a veces que no me gustan mucho. También nos podemos equivocar. Mira los errores que ha tenido Sophia Loren últimamente: quitando Los girasoles (Vittorio De Sica, 1970), ha hecho cinco películas seguidas de esas que no se pueden ver, que yo he pasado una vergüenza espantosa viéndolas. Y te nombro a señoras a las que les han servido todo en bandeja de plata, aquí y fuera de España. ¿Yo? Ni de plata, ni de cobre, ni tan siquiera bandeja. A mí me ha costado mucho, y me cuesta, llamarme Sara Montiel.
En esa entrevista, la actriz, cuya relación con la industria del cine español nunca fue fluida, seguía explicitando su malestar por el reconocimiento que se le dispensaba en su propio país: En otros lugares se cuida a las estrellas con amor. Y aquí se tira a degüello. Tengo miles de ofertas, las que quiera, de México, Rumanía, Checoslovaquia… Y no quiero. Aquí me quedo.
Y se quedó, aunque por poco tiempo: tuvo una desastrosa experiencia en Tuset Street (Jorge Grau, 1968), en la que vivió un serio conflicto con el director (no consiento que Grau ponga a mí público contra mi película, exclamaba, quiere hacerse famoso a costa de mi nombre. Le pagué 600.000 pesetas, cantidad exorbitante para un desconocido como él). Se marchó antes de terminar el rodaje (que finalizó Luís Marquina). Aquí muchos directores tienen miedo de dirigir a Sara Montiel, temen que la personalidad de Sara anule la suya. Y están equivocados, se defendía ella.
Sara Montiel inició los años 70 despidiéndose del cine; apenas rodaría dos films más (quitando su aparición en La Casa de los Martínez, en 1971): Varietés (Juan Antonio Bardem, 1971) y Cinco almohadas para una noche. Los gustos del público habían cambiado, y el Destape y la Transición no dejaban espacio al cuplé. Empezaba la reinvención de la diva.



PARTICULARÍSIMO
1.María Antonia de niña.
2.Con Miguel Mihura, al que conoció con 17 años. En sus memorias dijo: “Fue el primer hombre de mi vida, el primero con el que estuve como mujer”.
3.Su primer matrimonio, con Anthony Mann, duro entre 1957 y 1963.
4.En su segunda boda, con Chente Ramírez Olalla, con el que estuvo casada dos meses (1964).
5.En una sesión fotográfica para FOTOGRAMAS, en tiempos del destape.
6.En sus memorias confesó que en 1951 vivió una relación con el premio Nobel Severo Ochoa, entonces casado.
7.Pepe Tous, su tercer marido (1979-1992) y el hombre de su vida.
8.En 2002 se casó con el cubano Tony Hernández, llenando páginas de la prensa rosa.
9.Con sus hijos, Thais y Zeus, que adoptó con Tous.

LA NUEVA CARA DEL MITO
Su  tercer marido, Pepe Tous (su segundo matrimonio, en 1964, con Chente Ramírez, apenas duró dos meses), fue clave en ese lavado de cara: fue quien le organizó los espectáculos teatrales (como Saritísima) y los conciertos, que junto a los discos (a las grabaciones de sus clásicos cabe añadir trabajos concebidos para la personalidad de la estrella a cargo de fans del pedigrí de Joaquín Sabina o Javier Gurruchaga, en discos como Purísimo Sara o A flor de piel) y la televisión (con programas como Sara y punto o Ven al Paralelo) fueron el nuevo campo de expresión de Montiel.
Fumadora de puros (solía contar que fue Ernest Hemingway quién le dio a probar el primero, en Cuba), Montiel se convirtió en carnaza habitual de la prensa del corazón, sobre todo con el cambio de siglo y a raíz de su boda-montaje con el cubano Tony Hernández. Siempre desafiante (posó desnuda en varias ocasiones, por ejemplo, en una edad en que la mayoría piensa, o vive, en su jubilación), rompedora y libre, casi siempre con capacidad de reírse de sí misma, su actitud la hizo blanco de críticas sangrantes. Pero ella siguió a lo suyo, como recordando las predicciones que nos lanzaba en 1974: ¿Qué cómo me imagino en la vejez? Nunca lo he pensado. Supongo que seré una señora mayor y estaré en el mundo del espectáculo, como empresaria o directora de cine o teatro, buscando obras, promocionando gente. Me veo muy en activo.
Nunca dirigió cine, pero no levantó el pie del acelerador. Hace tres años grabó un videoclip con Alaska. Estuvo perfecta, aguantó casi 20 horas de rodaje y nos tumbó a todos, aseguraba su compañera de filmación. Sara inventó una forma de interpretar, como actriz y cantante. Se hizo un traje a medida, y de alta costura. Guapísima, siempre ha sabido favorecer a la cámara, con ese gesto tan suyo, esa leve inclinación de cabeza que sólo saben hacer ella y las transformistas maravillosas que la veneran.
Adorada por el colectivo gay, la diva fue siempre una adelantada a su tiempo, icono sexual en épocas de vacas flacas y una personalidad apabullante, con la que tuvieron que lidiar empresarios y directores, compañeros de reparto y aquellos fotógrafos que acabaron haciendo famosos los trucos que usaban para mantenerla siempre joven. Se puede ser fea y tener una fotogenia increíble. Y se puede ser guapa y retratar mal. Mi caso es de una fotogenia increíble. ¿Qué les exijo a mis fotógrafos? Que valoren los cambios de luz, que logren para la escena una luz tenue, sin descuidar la cara, nos decía en una entrevista en los años 70. No tengo un lado malo. Generalmente se tiene un tres cuartos mejor que el otro. Le pasa a todo el mundo. El lado izquierdo de mi cara retrata de una manera más bella, más bonita y perfecta. El derecho, sin embargo, retrata joven y con la nariz pequeñita. Me sale una cara menos importante y sofisticada. Es el lado que utilizo para hacer de ingenua.
El 8 de abril, Montiel falleció en su casa madrileña del barrio de Salamanca. Un coche fúnebre recorrió las calles de la ciudad y en Callao proyectaron imágenes de El último cuplé y La Violetera. María Antonia se había ido. Sara, el mito, seguía, sigue y seguirá vivo.

Por Álex Montoya.
Fotos: Archivo de FOTOGRAMAS


LA FOTO CCL


Sara, desde el objetivo de Ibáñez, a fines de los 50. 



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