lunes, 1 de julio de 2019

FOTOGRAMAS - 7 de Marzo de 1.969 - España




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La historia empieza una mañana de junio de un año del último cuarto del siglo XIX, en la Sala de Audiencia de un Palacio de Justicia. Soledad Romero Fuentes va a ser juzgada por homicidio. El abogado defensor advierte al tribunal que su defendida se ha resistido totalmente a colaborar con él, y que en tales condiciones se ha visto obligado a investigar directamente en su pasado. Por su parte, el fiscal ataca duramente a la procesada, acusándola de ser una mujer cualquiera que ha llegado al crimen por motivos pasionales.
Durante el juicio se producen una serie de “flash-back” que muestran a Soledad en los tiempos en que era religiosa. Entonces se llamaba Sor Soledad, y vivía feliz en el convento, cuidando de los niños y, en sus ratos libres paseando cantando por la playa. Pero un día el convento es invadido por una turba de salvajes. Uno de ellos viola a Sor Soledad y la monja, víctima de un violento “shock”, queda embarazada. En el momento de dar a luz trae al mundo un hijo muerto. Desesperada, abandona el convento y la vida religiosa.
Ya en el mundo, es recogida por un pintor. A continuación comienza a cantar en cafetines de baja categoría. Sus actuaciones la conducirán rápidamente a la fama, convirtiéndose en una gran cantante. Aparecen varios hombres en su vida, pero para ella aún no ha llegado el verdadero amor. Por fin llega, en la persona de un hombre casado. Ambos consultan a una adivina, que les predice un futuro desgraciado. Pese a ello, juntos se enfrentan a la sociedad sin ocultar su amor que es cada día más fuerte.
Tras una visita al convento, durante la cual Soledad, la antigua monja, pasa revista a su vida, la cantante comprende que debe renunciar al amor.
Al final de la película, Soledad escucha del Tribunal una sentencia absolutoria, pero cuando su abogado defensor le indica que es libre, que ya se puede ir, la mujer se pregunta tristemente a qué lugar puede dirigirse.



SARA:
doce años de “cuplés”
Un café-cantante del puerto de Barcelona, una cupletista que ha sido poniendo mucho sentimiento. Una muerte. Unas espectadoras que abandonan el cine llorando a lágrima viva. Y “El último cuplé” empieza a ganar batallas. Había nacido Sara, la Sara nacional. Para muchos, la más grande después de Imperio Argentina.
Sara –que por aquel entonces era todavía mucho más María Antonia- entonó aquel “Nena” que hacía sollozar hasta las piedras, ignoraba que ese cuplé no iba a ser el último.
Ignoraba que, en el futuro, su carrera artística iba a depararle un continuo peregrinar cupletero del que ni siquiera una tardía toma de conciencia –que, por otra parte, sería incompleta- iba a salvarla.
Texto: MARUJA TORRES


MARÍA Antonia Alejandra Vicenta Isidora Elpidia Abad Fernández nació en Campo de Criptana el mes de marzo de 1926. Muchos años más tarde, Tico Medina escribiría que tal vez María Antonia –Sara Montiel, para el cine- conoció allá en su niñez, en Orihuela, a un muchacho guardador de cabras llamado Miguel Hernández, que era perito en lunas. Si le conoció o no, eso lo sabrá ella, María Antonia, y en verdad que a lo largo de su camino no iba a notársele. En lo único que María Antonia salió perito fue en cuplés. Y ello, en un país tan tozudamente volcado a la nostalgia como el nuestro, iba a conducirla inevitablemente al triunfo.
Pero eso sería más tarde, cuando ya ni la propia Sara esperaba lograr algo grande en el cine español. Cuando ya había vivido su etapa en Méjico, y su etapa en Hollywood, sin demasiado provecho. Sara, esto hay que decirlo también, es experta en desaprovechar ocasiones que ni pintadas.

ESPAÑA, PRIMERA ETAPA
A los dieciocho años debutó en el cine, con “Te quiero, para mí”, junto a Antonio Casal, y a partir de entonces interpretó numerosos pequeños papeles. Títulos: “Empezó en boda”, “Bambú”, “Se le fue el novio”, “El misterioso viajero del clipper”, “Por el gran premio”, “Alhucemas”, “Confidencia”, “Vidas confusas”, “Don Quijote de la Mancha”… Algunos de los films en que intervino alcanzaron gran éxito a escala nacional: el seudo-religioso “La mies es mucha”, dramones históricos como “Locura de amor”, “Pequeñeces” y “Mariona Rebull”… En general, a Sara Montiel se le encomendaban los papeles de tercera, de intrusa. Su belleza –muy distinta a la de “El último cuplé”, mucho más cercana a La Mancha- empezaba a destacar.
Lo último que filmó en España antes de marchar a Méjico, fue “El capitán Veneno”, nuevamente con Fernando Ferán-Gómez, y una coproducción: “Aquel hombre de Tánger”, con Nils Asther. Era el año 1950.



MÉJICO LINDO Y QUERIDO
Sara ha dicho recientemente que, de todo cuanto precedió a “El último cuplé”, prefiere no acordarse. En lo que se refiere a su etapa mejicana, hace muy bien. Su filmografía de aquella época es todo un poema: “Cárcel de mujeres” (1951), “El fuerte”, “Ella, Lucifer y yo”, “Emigrantes”, “Soy gallo dondequiera” (1952), “Piel canela”, “Porque ya no me quieres” (1953), “Se solicitan modelos”, “Frente al pecado”, “No creo en los hombres”, “¡Ahí viene Martín Corona!” (1954)… Títulos que, por sí solos, constituyen todo un poema, y que nada añaden a la gloria cupletera de nuestra Sara, si bien contribuyeron, indudablemente, a que Hollywood pusiera sus ojos en ella cuando necesitó una belleza exótica para “Veracruz”. “Veracruz” tendría que constar en la veleidosa memoria de Sarita, porque era una excelente película de Robert Aldrich, porque en ella tuvo ocasión, la manchega, de codearse con un señor llamado Gary Cooper, y porque, entre paréntesis, Sara estaba guapísima, tal vez como no ha vuelto a estarlo nunca.
Otro film del que Sara debería acordarse es “Yuma”, de Samuel Fuller, que en su tiempo (1957) produjo verdadero impacto. Pero entre estos dos había interpretado otro: “Dos pasiones y un amor”, con Joan Fontaine y Mario Lanza, y Anthony Mann como director. Sara y el norteamericano contrajeron matrimonio aquel mismo año.

ESPAÑA OTRA VEZ
¿Hasta qué punto pudo influir en la Montiel un hombre experimentado, un hombre fundamentalmente de cine como Anthony Mann? Es un misterio que nadie sabrá nunca. Tal vez fue él mismo quien, realista, le aconsejó que buscara en su tierra, en España, lo que posiblemente Hollywood no podría darle nunca: la categoría de “star”. Pero ésta había de llegarle de manera impensada, sorprendiendo a la propia Sara y a todos, hasta el público. Sobre todo, al público.
El público se quedó de piedra y se quitó el sombrero cuando la poderosa presencia de Sarita Montiel –la recordaban todavía con sus ricitos rubios en la frente, seduciendo a José María Seoane en “Mariona Rebull”- asomó a la pantalla con un aquí estoy yo de hembra bravía. Sara mostró lo que había que mostrar: su generoso escote, sus amígdales y, por encima de cualquier otra consideración, su increíble, pasmosa fotogenia. Además, cantaba. Cantaba los cuplés de nuestras abuelas, aprendidos en su infancia por nuestras madres y, enterrados bajo varias capas de polvo, desconocidos para las jóvenes generaciones. La voz espesa y lenta de la Montiel –tan distinta que resultaba hermosa- pasó como un huracán sobre el polvo acumulado y devolvió al cuplé su antigua vida. Madres y abuelas corrieron como locas al cine, arrastrando a sus hijas, nietas, maridos y demás familia. Aquello era el no va más: Sara gustaba a todos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, niños y niñas que se colaban a pesar del “no apto”.
El “boom” tuvo consecuencias. La primera, que se le buscara a Sara Montiel una “competidora”. Signo de importancia, éste, que en nuestro país sólo suele practicarse con los toreros. Fue Lilian de Celis –que, según los enemigos de Sara, sí sabía cantar cuplés- la encargada de presentar batalla, con su “Aquellos tiempos del cuplé”. Pero la insignificancia de Lilian –méritos canores aparte- impidió que el filón de la rivalidad se explotara más a fondo. Otra consecuencia fue el que Mary Santpere parodiara a Sarita en “Miss Cuplé”, pero éste resultó un accidente menor.


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EMPIEZA LA RACHA
La consecuencia más importante: “El último cuplé” se convirtió, paradójicamente, en el primero. Sara firmó un contrato con Benito Perojo para protagonizar cuatro películas: “La violetera”, “Mi último tango” y “Pecado de amor”. Gran “star” de nuestro cine, verdadero pilar de la exportación a Sudamérica, Sara Montiel disponía ya de autoridad para aceptar o rechazar un guión, modificarlo, discutir con el director. Más adelante podría incluso cambiar un director por otro. El mérito y la responsabilidad de sus películas empezaba a ser particularmente suyo. Y sus películas iban degenerando, una tras otra, en una repetición desangelada de lo que en principio constituyó un golpe maestro a la taquilla. Y Sara, empecinadamente, iba mostrándose fiel a sus preferencias, a su deseo de no cambiar de estilo, de ser siempre el eje de la misma historia, adobada con nuevas canciones, casi siempre versiones personales de éxitos de ayer. Otra característica de Sara ha sido la de elegir para sus películas a galanes extranjeros caídos en cierto desuso allá en su patria: Maurice Ronet, Reginald Kernan –el acartonado padre de “La isla de Arturo”-, Giancarlo del Duca, Antonio Cifariello, que en paz descanse; Alberto de Mendoza, Patrick Bauchau, ahora el decorativo ruso Ivan Rasiminof…
En mayo de 1964, previo divorcio de Anthony Mann, contrajo matrimonio en Roma con Chente Ramírez Olalla. Respecto a Mann, no volvió a abrir la boca hasta que el realizador de tantos “westerns” falleció hace año y pico, y entonces dijo que le había querido mucho, y que se habían llevado muy bien durante los años que estuvieron casados, y que lo sentía mucho.
“Tuset Street”, lo ha dicho todo el mundo, pudo significar un punto y aparte en su carrera, dado el cansancio con que el público recibía los “La bella Lola”, “La reina del Chantecler”, “La mujer perdida”, “Noches de Casablanca”, “La dama de Beirut”, etcétera. Pero todo el mundo sabe cómo acabó el “match” Montiel-Grau, y nadie cree realmente que a Sara le hayan asaltado alguna vez las ansias de ser una Magnani, aunque ella vaya declarando que lo que desea es ganar un “Oscar”. Claro que un “Oscar”, hoy, lo gana hasta Lee Marvin.
Ahora rueda, o ha acabado ya, “Esa mujer”, con un director especialista en ídolos como es Mario Camús –con una larga práctica a cargo de Raphael- y un tema de su gusto. No hace falta explicar que es el de siempre. Aunque aquí Sara tiene la satisfacción de salir de monja mucho rato –en “Pecado de amor” sentó precedente, aunque poquito, y asomándole los tacones altos bajo los hábitos-, que es, por lo visto, otra de las ilusiones de su vida. Como la de asistir al estreno de sus películas en un cine de la Granvía rodeada de guardias y achuchada por sus admiradores.
Aunque doce años de cuplés son muchos años, por más que el cuplé dé de sí, que ha dado ya bastante, el pobre.


EL RECORTE CCCVIII
Durante el rodaje de "Esa mujer", la artista concede una entrevista al periódico El Alcázar, reflexionando sobre su, hasta ese momento, carrera profesional. Era para el número de 26 de Junio de 1.969.

 SARA MONTIEL
EN EL PINACLO DE SU ARTE
*“He renunciado a diversas nacionalidades, entre ellas la norteamericana, por permanecer fiel a mi tierra”
*“La película que más fama me ha dado ha sido ‘El último cuplé’
*“Lo de guapa, si lo soy, que no es culpa mía, no ha tenido arte ni parte en mi triunfo”
*“Hubiera salido adelante con facciones menos atractivas”
*“He filmado, en total, unas treinta películas”
*“De Pablo VI guardo el admirable resplandor de su mirada”
*“Adoro el trabajo porque me ha dado felicidad”

Ahora obramos nosotros también en estricta justicia.
A Sara Montiel la vimos, durante el rodaje de una famosa película, en los estudios Sevilla Films, y concluida nuestra misión informativa no hemos vuelto a saber más de ella.
Es cierto que gozamos del tiempo suficiente para conocer a la gran actriz española, por activa y por pasiva, ya que tuvo la gentileza de dedicarnos cuanto espacio necesitamos para realizar nuestra información, que era intensa.
Esta gentileza jamás se la agradeceremos bastante a la gentil “estrella”, que no suele obrar con todos de modo parecido. Ella –y ellos- sabrán por qué y tendrán sus razones potísimas.
Nos parece que, quizás, haya bastante gente deseosa de buscarle tres pies al gato y ande husmeando, golosamente, por encontrar Dios sabe qué defectos poco menos que inconfesables, en la portentosa actriz vernácula a escala universal.
Unos y otros, como cada cristiano, tendremos defectos y virtudes. Después de todo, ¿qué puede pretender hallar en un ser humano hecho de barro y ceniza aventado con el soplo inmortal de Dios, que vitaliza la materia, como enseña la Biblia?

Paciencia agotada
Ahora sabemos lo que cuesta hacer cine. ¡Aquello era insoportable!... Para rodar un exiguo plano, dos horas de preparación. ¿Qué extraño es que aguantáramos tres días para recabar de la protagonista la densa gama humana y artística, que buscábamos en nuestra internacional actriz?
Es cierto que nosotros supimos esperar; pero también lo es que Sara Montiel tuvo que armarse de paciencia infinita para, entre plano y plano –o lo que fuera- conversar con nosotros, a fin de que sacáramos nuestra misión adelante.
Cuando concluimos –parte de tres jornadas, como decimos-, unos y otros tenían que estar de nuestra permanente estancia entre los decorados, improvisadas salas de juego, electricistas, carpinteros, figurinistas, etc., hasta los pelos.
Sin contar al director, que, aunque no dijo “esta boca es mía”, otorgó, tácitamente, su beneplácito para que realizáramos el inmenso trabajo que traíamos entre manos.
Aún llegamos a pensar, para nuestros adentros: “Esta gente va a confundirnos con algún secretario de la Productora y nos va a meter en nómina”.


Los figurinistas prueban a Sara Montiel uno de los trajes que ha de lucir en una de sus películas. 

Un concurso tuvo la culpa
A Sara Montiel la encontramos española ciento por ciento.
-Me encuentro en la vertiente de mi raigambre manchega y creo que corre por mi cuerpo sangre ibérica a raudales.
-¿Hasta qué punto?
-Pude obtener diversas nacionalidades, entre ellas, la norteamericana, cuando trabajaba en Hollywood, y preferí mantenerme fiel, no sólo a mi condición española, sino manchega.
-Manchega, ¿por qué?
-¿No sabes, hijo mío, que nací en Campo de Criptana? Don Quijote y yo, paisanos, para que lo sepas.
-Artista.
-Cúlpalo al concurso de Radio Nacional, organizado por Boby Deglané, que obtuve. De allí, al  cine, un paso.
-¿El primero?
-¡A los doce años, cuando gané esta especie de oposición al cine! Ni uno más ni uno menos.
-Como ahora.
-Hombre, ahora tengo alguno más. Pero el que quiera saber cuántos, que sí que lo desean más de cuatro, mi partida de bautismo está en la parroquia y en el Municipio de mi tierra natal. Más clara no puedo ser.

Hollywood me consagró
-Cine.
-Mi vida, como sabes. Pero también la de bastantes que vivieron de él, gracias a la protección que les di y que quizá hayan olvidado. Tampoco me importa. ¡Peor para ellos!...
-¿Por qué triunfaste?
-Lo de guapa, si lo soy, que no es culpa mía, no tuvo arte ni parte. Con peor cara creo que hubiera conseguido lo mismo, porque en la Mancha se aprende a sacar agua de una piedra que se le ponga por delante, y le hace falta.
-¿A qué atribuyes tu triunfo?
-Triunfo, bueno; sí lo hubiera. Pero creo que tiene mucha más importancia el esfuerzo, la voluntad, la tenacidad y la constancia. Con estas virtudes el éxito sí que es seguro.
-¿Y las academias?
-¿Las qué…? ¡Ah, bueno! Ya sé a qué te refieres. No me hicieron falta, hijo.
-¿Y de haberlas frecuentado?
-No digo que no me hubieran dado resultado, como a otras colegas, pero bien o mal, he hecho cine, teatro, TV, arte, en fin de cuentas, sin tener que recurrir a sus aprendizajes.
-¿Por qué antes el extranjero que España?
-El fenómeno no es raro en gente dedicada a cualquier faceta artística. Se pone una ocasión por delante; se agarra una de ella, como a un clavo ardiendo, y se hace cine, de un modo inesperado. O pintura, baile, cante, coreografía… ¡Lo que le vaya a una mejor, porque se corre tras de ello!


Se filma un plano. La actriz recibe lumbre de uno de los actores que intervienen en la producción, según señaló el guionista. 

“Gary Cooper me juzga”
-Hollywood, Sara.
-Guardo muy buenos recuerdos de mi estancia en la Meca del Cine.
-¿Por qué?
-En sus estudios cinematográficos realicé “Veracruz”, con el malogrado Gary Cooper. Dicen que esa cinta fue, artísticamente, mi revelación. Para mí también lo fue, que conste. Jamás supuse que pudiera codearme con artistas de fama universal, y que pudiera salir bastante lúcida, al parecer, de la prueba.
-Gary Cooper.
-Un “fuera de serie”.
-¿Opinó él de ti?
-Casi ni lo sé. Cada uno realizaba su trabajo, y en paz. Me dijeron, no obstante, que alababa mi gentileza –Dios se lo tenga en cuenta-, y aseguraba que era “una señora buenísima”.
-¿Dejó huella en Hollywood?
-Puede que haya muchos que no lo crean, pero no lo echo de menos, en absoluto. A algunos, vivir en Beberly Hills les volvería tarumba. A mí me dejó tal cual.
-¿Lo añoras?
-Estéticamente, para mí fue importante. Me consagró en definitiva, ante el cine, pero nada más. Por otra parte, vuelvo con frecuencia a Nueva York para presenciar los principales estrenos cinematográficos, desfile de modelos, etc., porque esto siempre ayuda en la comprensión artística.
-¿Y México?
-¡Buen país!... Trabajé en esta nación cuanto quise. Llegué a hacer, en tres años, veintiuna películas.



Mi mejor obra
-¿Cuántas obras?
-Menos de lo que la gente se cree. En total, unas treinta y cinco, que no es una cifra, después de todo, tan desorbitada.
-¿Tan pocas?
-Si te lo parecen, lo siento. Una por año, como Marisol, por ejemplo.
-¿De cuál estás más satisfecha?
-Esto te lo diría, quizá, el público. A mi modo de ver, sin embargo, creo que la que me dio más fama fue “El último cuplé”. No digo que sea la mejor, porque de esto –digo yo- la crítica sabe más.
-¿Y las otras?
-No puedo olvidarme de “Carmen, la de Ronda”, “La Violetera”, “Pecado de amor”, etcétera. Buenas o malas, las he hecho yo, y he de quererlas, por fuerza.
-¿Quiénes han sabido sacar más partido de tu arte?
-Hasta ahora, no he tenido dificultades con mis directores. Todos ellos me han ayudado, y he de recordar por fuerza a Anthony Mann, Juan de Orduña, Rafael Gil, etc.

Sin tapujos
-Tu vida, Sara.
-Mi vida, ¿eh? Acabo de referírtela, minuto a minuto. Te he dicho las películas que he protagonizado, y eso sí que es mi existencia.

“De España, adentro”
-¿No ocultas nada?
-¡Nada!... Lo hago todo a la luz del día, porque para eso soy de las de “España, adentro”.
-¿Y lo del Papa?
-Hombre, sí. Algo faltaba, en efecto. Algo que se refiere a la penetrabilidad de los ojos de Pablo VI, que fue un auténtico padre conmigo, después del matrimonio. Jamás podré olvidar aquella mirada.
-¿Y sus palabras?
-Tampoco. “Procura imitar, hija mía, a Eva Lavalier, porque quizá te sea muy provechoso”.
-¿Eres feliz?
-Como los demás… Porque, felices, felices… ¿quiénes lo son en su totalidad: los tontos o los santos?
-¿Cómo eres en los estudios?
-Que hablen por mí mis directores. Nadie puede acusarme de indisciplina, orgullo, altivez, etcétera.
-¿Qué te va mejor: el cine o el canto?
-Ambas modalidades me van bien y mis películas se han distinguido, en todo caso, porque he hecho las dos cosas al mismo tiempo. He de decir, sin embargo, que en el Japón se me han otorgado dos Discos de Oro por la prodigialidad pública de mis canciones.
-Tu mejor actriz.
-Ninguna como Ingrid Bergman. Después de verla actuar, en cine y en teatro, se encuentra una con que no es nada.
-¿Te gusta el trabajo?
-Lo adoro. No podría vivir sin él y sí sé lo que es la felicidad en la vida, a él se lo debo.
Sara Montiel se encuentra, actualmente, en el pináculo de su arte y de su fama.

José Vara FINEZ


LA FOTO CCCVIII


La famosa escena de 'Cantando el a, e, i, o, u' en "Esa mujer". 

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