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La historia
empieza una mañana de junio de un año del último cuarto del siglo XIX, en la
Sala de Audiencia de un Palacio de Justicia. Soledad Romero Fuentes va a ser
juzgada por homicidio. El abogado defensor advierte al tribunal que su
defendida se ha resistido totalmente a colaborar con él, y que en tales
condiciones se ha visto obligado a investigar directamente en su pasado. Por su
parte, el fiscal ataca duramente a la procesada, acusándola de ser una mujer
cualquiera que ha llegado al crimen por motivos pasionales.
Durante el
juicio se producen una serie de “flash-back” que muestran a Soledad en los
tiempos en que era religiosa. Entonces se llamaba Sor Soledad, y vivía feliz en
el convento, cuidando de los niños y, en sus ratos libres paseando cantando por
la playa. Pero un día el convento es invadido por una turba de salvajes. Uno de
ellos viola a Sor Soledad y la monja, víctima de un violento “shock”, queda
embarazada. En el momento de dar a luz trae al mundo un hijo muerto.
Desesperada, abandona el convento y la vida religiosa.
Ya en el mundo,
es recogida por un pintor. A continuación comienza a cantar en cafetines de
baja categoría. Sus actuaciones la conducirán rápidamente a la fama,
convirtiéndose en una gran cantante. Aparecen varios hombres en su vida, pero
para ella aún no ha llegado el verdadero amor. Por fin llega, en la persona de
un hombre casado. Ambos consultan a una adivina, que les predice un futuro
desgraciado. Pese a ello, juntos se enfrentan a la sociedad sin ocultar su amor
que es cada día más fuerte.
Tras una visita
al convento, durante la cual Soledad, la antigua monja, pasa revista a su vida,
la cantante comprende que debe renunciar al amor.
Al final de la
película, Soledad escucha del Tribunal una sentencia absolutoria, pero cuando
su abogado defensor le indica que es libre, que ya se puede ir, la mujer se
pregunta tristemente a qué lugar puede dirigirse.
SARA:
doce años de “cuplés”
Un café-cantante del puerto de Barcelona, una
cupletista que ha sido poniendo mucho sentimiento. Una muerte. Unas
espectadoras que abandonan el cine llorando a lágrima viva. Y “El último cuplé”
empieza a ganar batallas. Había nacido Sara, la Sara nacional. Para muchos, la
más grande después de Imperio Argentina.
Sara –que por aquel entonces era todavía mucho más
María Antonia- entonó aquel “Nena” que hacía sollozar hasta las piedras,
ignoraba que ese cuplé no iba a ser el último.
Ignoraba que, en el futuro, su carrera artística iba
a depararle un continuo peregrinar cupletero del que ni siquiera una tardía
toma de conciencia –que, por otra parte, sería incompleta- iba a salvarla.
Texto: MARUJA TORRES
MARÍA Antonia
Alejandra Vicenta Isidora Elpidia Abad Fernández nació en Campo de Criptana el
mes de marzo de 1926. Muchos años más tarde, Tico Medina escribiría que tal vez
María Antonia –Sara Montiel, para el cine- conoció allá en su niñez, en
Orihuela, a un muchacho guardador de cabras llamado Miguel Hernández, que era
perito en lunas. Si le conoció o no, eso lo sabrá ella, María Antonia, y en
verdad que a lo largo de su camino no iba a notársele. En lo único que María
Antonia salió perito fue en cuplés. Y ello, en un país tan tozudamente volcado
a la nostalgia como el nuestro, iba a conducirla inevitablemente al triunfo.
Pero eso sería
más tarde, cuando ya ni la propia Sara esperaba lograr algo grande en el cine
español. Cuando ya había vivido su etapa en Méjico, y su etapa en Hollywood,
sin demasiado provecho. Sara, esto hay que decirlo también, es experta en
desaprovechar ocasiones que ni pintadas.
ESPAÑA, PRIMERA ETAPA
A los dieciocho
años debutó en el cine, con “Te quiero, para mí”, junto a Antonio Casal, y a
partir de entonces interpretó numerosos pequeños papeles. Títulos: “Empezó en
boda”, “Bambú”, “Se le fue el novio”, “El misterioso viajero del clipper”, “Por
el gran premio”, “Alhucemas”, “Confidencia”, “Vidas confusas”, “Don Quijote de
la Mancha”… Algunos de los films en que intervino alcanzaron gran éxito a
escala nacional: el seudo-religioso “La mies es mucha”, dramones históricos
como “Locura de amor”, “Pequeñeces” y “Mariona Rebull”… En general, a Sara
Montiel se le encomendaban los papeles de tercera, de intrusa. Su belleza –muy
distinta a la de “El último cuplé”, mucho más cercana a La Mancha- empezaba a
destacar.
Lo último que
filmó en España antes de marchar a Méjico, fue “El capitán Veneno”, nuevamente
con Fernando Ferán-Gómez, y una coproducción: “Aquel hombre de Tánger”, con
Nils Asther. Era el año 1950.
MÉJICO LINDO Y QUERIDO
Sara ha dicho
recientemente que, de todo cuanto precedió a “El último cuplé”, prefiere no
acordarse. En lo que se refiere a su etapa mejicana, hace muy bien. Su
filmografía de aquella época es todo un poema: “Cárcel de mujeres” (1951), “El
fuerte”, “Ella, Lucifer y yo”, “Emigrantes”, “Soy gallo dondequiera” (1952),
“Piel canela”, “Porque ya no me quieres” (1953), “Se solicitan modelos”,
“Frente al pecado”, “No creo en los hombres”, “¡Ahí viene Martín Corona!”
(1954)… Títulos que, por sí solos, constituyen todo un poema, y que nada añaden
a la gloria cupletera de nuestra Sara, si bien contribuyeron, indudablemente, a
que Hollywood pusiera sus ojos en ella cuando necesitó una belleza exótica para
“Veracruz”. “Veracruz” tendría que constar en la veleidosa memoria de Sarita,
porque era una excelente película de Robert Aldrich, porque en ella tuvo
ocasión, la manchega, de codearse con un señor llamado Gary Cooper, y porque,
entre paréntesis, Sara estaba guapísima, tal vez como no ha vuelto a estarlo
nunca.
Otro film del
que Sara debería acordarse es “Yuma”, de Samuel Fuller, que en su tiempo (1957)
produjo verdadero impacto. Pero entre estos dos había interpretado otro: “Dos
pasiones y un amor”, con Joan Fontaine y Mario Lanza, y Anthony Mann como
director. Sara y el norteamericano contrajeron matrimonio aquel mismo año.
ESPAÑA OTRA VEZ
¿Hasta qué punto
pudo influir en la Montiel un hombre experimentado, un hombre fundamentalmente de cine como Anthony Mann? Es un
misterio que nadie sabrá nunca. Tal vez fue él mismo quien, realista, le
aconsejó que buscara en su tierra, en España, lo que posiblemente Hollywood no
podría darle nunca: la categoría de “star”. Pero ésta había de llegarle de
manera impensada, sorprendiendo a la propia Sara y a todos, hasta el público.
Sobre todo, al público.
El público se
quedó de piedra y se quitó el sombrero cuando la poderosa presencia de Sarita
Montiel –la recordaban todavía con sus ricitos rubios en la frente, seduciendo
a José María Seoane en “Mariona Rebull”- asomó a la pantalla con un aquí estoy yo de hembra bravía. Sara
mostró lo que había que mostrar: su generoso escote, sus amígdales y, por
encima de cualquier otra consideración, su increíble, pasmosa fotogenia.
Además, cantaba. Cantaba los cuplés de nuestras abuelas, aprendidos en su
infancia por nuestras madres y, enterrados bajo varias capas de polvo,
desconocidos para las jóvenes generaciones. La voz espesa y lenta de la Montiel
–tan distinta que resultaba hermosa- pasó como un huracán sobre el polvo
acumulado y devolvió al cuplé su antigua vida. Madres y abuelas corrieron como
locas al cine, arrastrando a sus hijas, nietas, maridos y demás familia.
Aquello era el no va más: Sara gustaba a todos, hombres y mujeres, viejos y
jóvenes, niños y niñas que se colaban a pesar del “no apto”.
El “boom” tuvo
consecuencias. La primera, que se le buscara a Sara Montiel una “competidora”.
Signo de importancia, éste, que en nuestro país sólo suele practicarse con los
toreros. Fue Lilian de Celis –que, según los enemigos de Sara, sí sabía cantar
cuplés- la encargada de presentar batalla, con su “Aquellos tiempos del cuplé”.
Pero la insignificancia de Lilian –méritos canores aparte- impidió que el filón
de la rivalidad se explotara más a fondo. Otra consecuencia fue el que Mary
Santpere parodiara a Sarita en “Miss Cuplé”, pero éste resultó un accidente
menor.
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EMPIEZA LA RACHA
La consecuencia
más importante: “El último cuplé” se convirtió, paradójicamente, en el primero.
Sara firmó un contrato con Benito Perojo para protagonizar cuatro películas:
“La violetera”, “Mi último tango” y “Pecado de amor”. Gran “star” de nuestro
cine, verdadero pilar de la exportación a Sudamérica, Sara Montiel disponía ya
de autoridad para aceptar o rechazar un guión, modificarlo, discutir con el
director. Más adelante podría incluso cambiar un director por otro. El mérito y
la responsabilidad de sus películas empezaba a ser particularmente suyo. Y sus
películas iban degenerando, una tras otra, en una repetición desangelada de lo
que en principio constituyó un golpe maestro a la taquilla. Y Sara,
empecinadamente, iba mostrándose fiel a sus preferencias, a su deseo de no
cambiar de estilo, de ser siempre el eje de la misma historia, adobada con
nuevas canciones, casi siempre versiones personales de éxitos de ayer. Otra
característica de Sara ha sido la de elegir para sus películas a galanes
extranjeros caídos en cierto desuso allá en su patria: Maurice Ronet, Reginald
Kernan –el acartonado padre de “La isla de Arturo”-, Giancarlo del Duca,
Antonio Cifariello, que en paz descanse; Alberto de Mendoza, Patrick Bauchau,
ahora el decorativo ruso Ivan Rasiminof…
En mayo de 1964,
previo divorcio de Anthony Mann, contrajo matrimonio en Roma con Chente Ramírez
Olalla. Respecto a Mann, no volvió a abrir la boca hasta que el realizador de
tantos “westerns” falleció hace año y pico, y entonces dijo que le había
querido mucho, y que se habían llevado muy bien durante los años que estuvieron
casados, y que lo sentía mucho.
“Tuset Street”,
lo ha dicho todo el mundo, pudo significar un punto y aparte en su carrera,
dado el cansancio con que el público recibía los “La bella Lola”, “La reina del
Chantecler”, “La mujer perdida”, “Noches de Casablanca”, “La dama de Beirut”,
etcétera. Pero todo el mundo sabe cómo acabó el “match” Montiel-Grau, y nadie
cree realmente que a Sara le hayan asaltado alguna vez las ansias de ser una
Magnani, aunque ella vaya declarando que lo que desea es ganar un “Oscar”.
Claro que un “Oscar”, hoy, lo gana hasta Lee Marvin.
Ahora rueda, o
ha acabado ya, “Esa mujer”, con un director especialista en ídolos como es
Mario Camús –con una larga práctica a cargo de Raphael- y un tema de su gusto.
No hace falta explicar que es el de siempre. Aunque aquí Sara tiene la
satisfacción de salir de monja mucho
rato –en “Pecado de amor” sentó precedente, aunque poquito, y asomándole los
tacones altos bajo los hábitos-, que es, por lo visto, otra de las ilusiones de
su vida. Como la de asistir al estreno de sus películas en un cine de la
Granvía rodeada de guardias y achuchada por sus admiradores.
Aunque doce años
de cuplés son muchos años, por más que el cuplé dé de sí, que ha dado ya
bastante, el pobre.
EL RECORTE CCCVIII
Durante el rodaje de "Esa mujer", la artista concede una entrevista al periódico El Alcázar, reflexionando sobre su, hasta ese momento, carrera profesional. Era para el número de 26 de Junio de 1.969.
EN EL PINACLO DE SU ARTE
*“He renunciado a diversas nacionalidades, entre
ellas la norteamericana, por permanecer fiel a mi tierra”
*“La película que más fama me ha dado ha sido ‘El
último cuplé’
*“Lo de guapa, si lo soy, que no es culpa mía, no ha
tenido arte ni parte en mi triunfo”
*“Hubiera salido adelante con facciones menos
atractivas”
*“He filmado, en total, unas treinta películas”
*“De Pablo VI guardo el admirable resplandor de su
mirada”
*“Adoro el trabajo porque me ha dado felicidad”
Ahora obramos
nosotros también en estricta justicia.
A Sara Montiel
la vimos, durante el rodaje de una famosa película, en los estudios Sevilla
Films, y concluida nuestra misión informativa no hemos vuelto a saber más de
ella.
Es cierto que
gozamos del tiempo suficiente para conocer a la gran actriz española, por
activa y por pasiva, ya que tuvo la gentileza de dedicarnos cuanto espacio
necesitamos para realizar nuestra información, que era intensa.
Esta gentileza
jamás se la agradeceremos bastante a la gentil “estrella”, que no suele obrar
con todos de modo parecido. Ella –y ellos- sabrán por qué y tendrán sus razones
potísimas.
Nos parece que,
quizás, haya bastante gente deseosa de buscarle tres pies al gato y ande
husmeando, golosamente, por encontrar Dios sabe qué defectos poco menos que
inconfesables, en la portentosa actriz vernácula a escala universal.
Unos y otros,
como cada cristiano, tendremos defectos y virtudes. Después de todo, ¿qué puede
pretender hallar en un ser humano hecho de barro y ceniza aventado con el soplo
inmortal de Dios, que vitaliza la materia, como enseña la Biblia?
Paciencia agotada
Ahora sabemos lo
que cuesta hacer cine. ¡Aquello era insoportable!... Para rodar un exiguo
plano, dos horas de preparación. ¿Qué extraño es que aguantáramos tres días
para recabar de la protagonista la densa gama humana y artística, que
buscábamos en nuestra internacional actriz?
Es cierto que
nosotros supimos esperar; pero también lo es que Sara Montiel tuvo que armarse
de paciencia infinita para, entre plano y plano –o lo que fuera- conversar con
nosotros, a fin de que sacáramos nuestra misión adelante.
Cuando
concluimos –parte de tres jornadas, como decimos-, unos y otros tenían que
estar de nuestra permanente estancia entre los decorados, improvisadas salas de
juego, electricistas, carpinteros, figurinistas, etc., hasta los pelos.
Sin contar al
director, que, aunque no dijo “esta boca es mía”, otorgó, tácitamente, su
beneplácito para que realizáramos el inmenso trabajo que traíamos entre manos.
Aún llegamos a
pensar, para nuestros adentros: “Esta gente va a confundirnos con algún
secretario de la Productora y nos va a meter en nómina”.
Los figurinistas prueban a Sara Montiel uno de los trajes que ha de lucir en una de sus películas.
Un concurso tuvo la culpa
A Sara Montiel
la encontramos española ciento por ciento.
-Me
encuentro en la vertiente de mi raigambre manchega y creo que corre por mi
cuerpo sangre ibérica a raudales.
-¿Hasta qué
punto?
-Pude
obtener diversas nacionalidades, entre ellas, la norteamericana, cuando
trabajaba en Hollywood, y preferí mantenerme fiel, no sólo a mi condición
española, sino manchega.
-Manchega, ¿por
qué?
-¿No
sabes, hijo mío, que nací en Campo de Criptana? Don Quijote y yo, paisanos,
para que lo sepas.
-Artista.
-Cúlpalo
al concurso de Radio Nacional, organizado por Boby Deglané, que obtuve. De
allí, al cine, un paso.
-¿El primero?
-¡A
los doce años, cuando gané esta especie de oposición al cine! Ni uno más ni uno
menos.
-Como ahora.
-Hombre,
ahora tengo alguno más. Pero el que quiera saber cuántos, que sí que lo desean
más de cuatro, mi partida de bautismo está en la parroquia y en el Municipio de
mi tierra natal. Más clara no puedo ser.
Hollywood me consagró
-Cine.
-Mi
vida, como sabes. Pero también la de bastantes que vivieron de él, gracias a la
protección que les di y que quizá hayan olvidado. Tampoco me importa. ¡Peor
para ellos!...
-¿Por qué
triunfaste?
-Lo
de guapa, si lo soy, que no es culpa mía, no tuvo arte ni parte. Con peor cara
creo que hubiera conseguido lo mismo, porque en la Mancha se aprende a sacar
agua de una piedra que se le ponga por delante, y le hace falta.
-¿A qué
atribuyes tu triunfo?
-Triunfo,
bueno; sí lo hubiera. Pero creo que tiene mucha más importancia el esfuerzo, la
voluntad, la tenacidad y la constancia. Con estas virtudes el éxito sí que es
seguro.
-¿Y las
academias?
-¿Las
qué…? ¡Ah, bueno! Ya sé a qué te refieres. No me hicieron falta, hijo.
-¿Y de haberlas
frecuentado?
-No
digo que no me hubieran dado resultado, como a otras colegas, pero bien o mal,
he hecho cine, teatro, TV, arte, en fin de cuentas, sin tener que recurrir a
sus aprendizajes.
-¿Por qué antes
el extranjero que España?
-El
fenómeno no es raro en gente dedicada a cualquier faceta artística. Se pone una
ocasión por delante; se agarra una de ella, como a un clavo ardiendo, y se hace
cine, de un modo inesperado. O pintura, baile, cante, coreografía… ¡Lo que le
vaya a una mejor, porque se corre tras de ello!
Se filma un plano. La actriz recibe lumbre de uno de los actores que intervienen en la producción, según señaló el guionista.
“Gary Cooper me juzga”
-Hollywood,
Sara.
-Guardo
muy buenos recuerdos de mi estancia en la Meca del Cine.
-¿Por qué?
-En
sus estudios cinematográficos realicé “Veracruz”, con el malogrado Gary Cooper.
Dicen que esa cinta fue, artísticamente, mi revelación. Para mí también lo fue,
que conste. Jamás supuse que pudiera codearme con artistas de fama universal, y
que pudiera salir bastante lúcida, al parecer, de la prueba.
-Gary Cooper.
-Un
“fuera de serie”.
-¿Opinó él de
ti?
-Casi
ni lo sé. Cada uno realizaba su trabajo, y en paz. Me dijeron, no obstante, que
alababa mi gentileza –Dios se lo tenga en cuenta-, y aseguraba que era “una
señora buenísima”.
-¿Dejó huella en
Hollywood?
-Puede
que haya muchos que no lo crean, pero no lo echo de menos, en absoluto. A
algunos, vivir en Beberly Hills les volvería tarumba. A mí me dejó tal cual.
-¿Lo añoras?
-Estéticamente,
para mí fue importante. Me consagró en definitiva, ante el cine, pero nada más.
Por otra parte, vuelvo con frecuencia a Nueva York para presenciar los
principales estrenos cinematográficos, desfile de modelos, etc., porque esto
siempre ayuda en la comprensión artística.
-¿Y México?
-¡Buen
país!... Trabajé en esta nación cuanto quise. Llegué a hacer, en tres años,
veintiuna películas.
Mi mejor obra
-¿Cuántas obras?
-Menos
de lo que la gente se cree. En total, unas treinta y cinco, que no es una
cifra, después de todo, tan desorbitada.
-¿Tan pocas?
-Si
te lo parecen, lo siento. Una por año, como Marisol, por ejemplo.
-¿De cuál estás
más satisfecha?
-Esto
te lo diría, quizá, el público. A mi modo de ver, sin embargo, creo que la que
me dio más fama fue “El último cuplé”. No digo que sea la mejor, porque de esto
–digo yo- la crítica sabe más.
-¿Y las otras?
-No
puedo olvidarme de “Carmen, la de Ronda”, “La Violetera”, “Pecado de amor”,
etcétera. Buenas o malas, las he hecho yo, y he de quererlas, por fuerza.
-¿Quiénes han
sabido sacar más partido de tu arte?
-Hasta
ahora, no he tenido dificultades con mis directores. Todos ellos me han
ayudado, y he de recordar por fuerza a Anthony Mann, Juan de Orduña, Rafael
Gil, etc.
Sin tapujos
-Tu vida, Sara.
-Mi
vida, ¿eh? Acabo de referírtela, minuto a minuto. Te he dicho las películas que
he protagonizado, y eso sí que es mi existencia.
“De España, adentro”
-¿No ocultas nada?
-¡Nada!...
Lo hago todo a la luz del día, porque para eso soy de las de “España, adentro”.
-¿Y lo del Papa?
-Hombre,
sí. Algo faltaba, en efecto. Algo que se refiere a la penetrabilidad de los
ojos de Pablo VI, que fue un auténtico padre conmigo, después del matrimonio.
Jamás podré olvidar aquella mirada.
-¿Y sus
palabras?
-Tampoco.
“Procura imitar, hija mía, a Eva Lavalier, porque quizá te sea muy provechoso”.
-¿Eres feliz?
-Como
los demás… Porque, felices, felices… ¿quiénes lo son en su totalidad: los
tontos o los santos?
-¿Cómo eres en
los estudios?
-Que
hablen por mí mis directores. Nadie puede acusarme de indisciplina, orgullo,
altivez, etcétera.
-¿Qué te va
mejor: el cine o el canto?
-Ambas
modalidades me van bien y mis películas se han distinguido, en todo caso,
porque he hecho las dos cosas al mismo tiempo. He de decir, sin embargo, que en
el Japón se me han otorgado dos Discos de Oro por la prodigialidad pública de
mis canciones.
-Tu mejor
actriz.
-Ninguna
como Ingrid Bergman. Después de verla actuar, en cine y en teatro, se encuentra
una con que no es nada.
-¿Te gusta el
trabajo?
-Lo
adoro. No podría vivir sin él y sí sé lo que es la felicidad en la vida, a él
se lo debo.
Sara Montiel se
encuentra, actualmente, en el pináculo de su arte y de su fama.
José Vara FINEZ
LA FOTO CCCVIII
La famosa escena de 'Cantando el a, e, i, o, u' en "Esa mujer".
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