Leyendas
SARA
-mito-
MONTIEL
En un año de
centenarias celebraciones para el cine español, la recuperación de la práctica
totalidad de las bandas sonoras grabadas por Sara Montiel debe figurar entre
los acontecimientos más importantes. Durante años, los discos de la estrella
han sido cotizadas piezas de coleccionista que no habían llegado a conocer
ediciones en CD que les hiciesen justicia. Con la reedición de estas bandas
sonoras se cubre un importante vacío y se rinde merecido homenaje a nuestro
mito cinematográfico más universal.
Josef Von
Sternberg, uno de los más grandes y desconocidos artistas que ha dado el cine
en sus 101 años de vida, hizo cantar a Marlene Dietrich cuatro canciones en El Ángel Azul. Más por juego –y puro
fetichismo de Sternberg- que por confianza en el mercado, la actriz grabó en
disco el después popularísimo Ich Bin Von
Kopf Bis Fuss Auf Liebe Eingestellt. En pocos días los discos se habían
agotado y al no conservarse las placas matrices, Marlene Dietrich tuvo que
volver a los estudios para registrar nuevamente la canción con vistas a una
tirada que pudiese satisfacer todas las demandas. Desde entonces rara fue la
película en la que la actriz no interpretase un par de canciones con su voz
grave, densa, ronca y sensual.
En muchos
aspectos la trayectoria de Sara Montiel puede compararse a la de la Dietrich.
Ambas dejaron su país natal para ir a triunfar a Hollywood después de hacer
previas escalas: Sara en México y Marlene en un reconocido quirófano de cirugía
plástica; las dos fueron cabareteras en los films que las catapultaron a la
fama; después de finalizar sus carreras cinematográficas tanto Sara como
Marlene se convirtieron en solicitadísimas estrellas-cantantes en los escenarios
de todo el mundo; y, por supuesto, las canciones fueron un elemento esencial de
todos sus films.
Los paralelismos
entre ambas diosas de la pantalla podrían serlo sus diferencias poniendo como
ejemplo primordial la frialdad de la alemana ante la carnalidad de la manchega.
Por supuesto, llegado el momento de escoger, para quienes hemos crecido
alimentados con potajes y abadejo, aroma a laurel y ajo y sobredimensionadas
rebanadas de pan bañadas con vino azucarado, la elección es clara.
Sara Montiel
trajo a la España de finales de los 50 lo que necesitaba: belleza, sexo y
alimento. Su belleza natural sólo se había visto en la pantalla cuando Ava
Gardner o María Félix intervenían en un film. El sexo irradiaba en cada
movimiento, gesto, mirada, palabra… Ya podían luchar los censores para que no
enseñase las piernas o que no permaneciese demasiado tiempo tendida en la
chaisse-lounge; Sara hacía un mohín al galán y de turno en la sala subía la
temperatura.
Pero Sara no fue sólo la versión patria de Marilyn Monroe o Brigitte Bardot. En una España donde comer pollo era un lujo –en muchas zonas era un lujo comer y punto-, Sara Montiel fue un alimento espiritual para los millones de espectadores que reían con ella, lloraban con ella y tarareaban las canciones de su vida con ella.
Las películas de
Sara, dramones que dejan en mantillas a los culebrones importados de
Latinoamérica, eran disuasorias que les colocasen los cancerberos de la moral
cristiana. Los hombres la deseaban; las mujeres la compadecían, la entendían y
en muchos casos se identificaban con su resignación al aceptar la remisión de
su pecado; los homosexuales la idolatraban, envidiaban sus vestidos de Balmain
y Balenciaga tanto como los galanes que conquistaba en sus películas (en la
vida real era muy diferente); las prostitutas y cabareteras encontraron en ella
un espejo donde al mirarse veían un brillo de esperanza; y los niños
recuperaban sus películas en cines de programa doble donde la mentalidad de los
propietarios era mucho más abierta que la de quienes gobernaban.
El gran problema
de Sara Montiel fue el no encontrar un Josef Von Sternberg que estuviese tras
ella con constancia y un amor tan intenso como distante. A Sara le tocó
convertirse en su propio Sternberg y demostrar a sus directores que ella sabía
bastante más de cine que todos ellos juntos… y lo que no sabía lo aprendía con
una rapidez pasmosa. ¡En cuántas ocasiones tuvo que inventarse un maquillaje,
sugerir un encuadre o recomendar una iluminación!
Lógicamente esto
le supuso infinitas críticas y todavía muchas más envidias entre la profesión
que la acusó de mala actriz, estrella caprichosa y todo lo que pueda
imaginarse, incluidas las cuatro letras. Casi treinta años después de que se
estrenase El último cuplé, Lilián de
Celis todavía gustaba relatar que si Sara Montiel llegó a cantar en dicha
película fue gracias a ella puesto que, en principio Lilián de Celis debía
grabar los playbacks y no aceptó. No ha vivido un segundo de su vida sin
arrepentirse de su decisión porque ahora sería la
imagen de Sara Montiel con mi voz. Sara Montiel no canta, dice. Son
muchos millones los que al oír cantar a Sara Montiel en la pantalla o en disco,
opinan todo lo contrario.
Después de rodar
con Juan de Orduña, Luís Marquina, Ladislao Vajda y Mario Camus, en repetidas
ocasiones Sara Montiel ha confesado su voluntad de no volver al cine. Se dijo
que Pedro Almodóvar la camelaba para que interpretase el papel de una actriz
que ha triunfado en México y regresa a España tras muchos años de ausencia.
También se dijo que el guión sufrió unos cuantos ajustes y se transformó en Tacones Lejanos, pero la verdad del
cuento la sabe La Lirio, no yo. En cualquier caso es como si el fino olfato de
Sara –quien ya había rechazado a Jorge Grau por pretender hacerla aparecer
gorda fondona en Tuset Street-
hubiese intuido ese cruel plano de la espalda de Marisa Paredes, optando por
quedarse en casa escuchando música bakalao en compañía de sus hijos Thais y
Zeus.
Puestos a aventurar, a uno le parece que si alguien debería responsabilizarse del regreso de Sara Montiel al cine, ese no puede ser otro que Bigas Luna, el director que mejor ha sabido casar sexo y gastronomía. Porque en el fondo, y como la misma Sara Montiel reconoce en las Memorias publicadas en la revista Lecturas, pocos piropos le han lanzado tan directos y genuinos como el de que “Estás más buena que el pan”. La única reserva respecto a Bigas Luna es que, a pesar de rescatar como fantasía erótica a María Martín en Bilbao y saber ver en la Stefania Sandrelli de Jamón, jamón a la perfecta catadora de calzoncillos rellenos, nos ha amargado lo que queda de milenio al mostrar a Anita Ekberg como un monstruo de feria, que, por excesivo, no aceptaría ni David Lynch.
La última
sorpresa que Sara nos puede deparar es su vuelta al teatro, pero no con uno de
esos recitales arrevistados donde las canciones de Carlos Berlanga y Javier
Gurruchaga se intercalan a sus viejos éxitos. Sara Montiel, como le aconsejaba
León Felipe, deber ser una actriz escénica y en este momento ninguna obra le
iría mejor que el Sunset Boulevard musicado
por Andrew Lloyd Webber. Cualquier récord anterior volvería a ser aniquilado.
Por Jonathan Expósito
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