MARÍA ALEJANDRA, BELLEZA MORENA, SOLO TIENE DIECISEIS AÑOS
Las gacetillas y
los reportajes publicitarios –verdadero opio de la cinematografía- han
difundido una especia de patrón de descubrimientos estelares. Parece dominar la
idea de que sólo se consagran aquellas criaturas que pasaron por trances
novelescos.
Manicuras,
dependientas de comercio, estudiantes de filosofía, baronesas polacas y
relojeros suizos, integran ese mundo aventurero, que realiza, de la noche a la
mañana, el sueño remoto de alcanzar una gloria humana brillante y estruendosa.
Cuando se nos
dijo que una muchacha dominicana se había atrevido a desafiar a las costumbres
y al tiempo, apenas pudimos creerlo. María Montez hizo más: llegada a Hollywood
con el propósito único de convertirse en estrella, aburrió, espantó y cautivó,
por fin, a los más difíciles productores de la Meca del cine. Y ¿qué necesitó
María Montez? Nada. Bueno, sí; muy poca cosa: un puñado de sonrisas científicas
en los bolsillos y una capacidad de resistencia asombrosa frente a cuantos
porteros – exploradores y secretarios – barrera salieron a su encuentro.
La mentalidad
española no está preparada, ciertamente, para este tipo de propagandas. Además,
la elevación al estrellato, salvo muy contados casos, no constituye, en manera
alguna, un medio de independizarse económicamente. Se ruedan pocas películas, y
los sueldos son escasos. No abundan, pues, los episodios a base de lindas
costureras convertidas en millonarias por obra y gracia del celuloide. Sin embargo,
el caso contario, es decir, el de la muchacha que, lisa y llanamente, pretende
ser estrella, suele ocurrir con más frecuencia.
UNA VISITA DE LA NUEVA ESTRELLA
Así, nos han
anunciado de pronto una visita. Un sondeo previo de los botones y ordenanzas,
no arroja grandes resultados: “Un señor y una señorita”, o al revés. Pero sin
otros datos.
Pasan el señor E. y…
MARÍA ANTONIETA
Que es morena. Y
tiene una cara de muñeca. La nariz pequeña. Dientes y boca perfectos. Unos ojos
extraordinariamente vivaces. Y un suavísimo acento “valensiá”.
Se sienta
modosamente, y comienza nuestro interrogatorio.
-Ustedes
dirán…
-La señorita…, yo…, en fin; que lo
explique ella misma…
-Pues
–rompe
ya, sin titubeos, María Antonieta-, que quiero ser
estrella de cine.
“De los audaces
es el mundo” –pensamos-, y a renglón seguido nos permitimos preguntar:
-¿Pero sabe lo
que es eso? ¿Ha visitado algún estudio?
-¡Anda!
¡Ya lo creo! Y he trabajado… Sí; en “Mi novio, el emperador”. Hago un papelito.
Vean…
Y nos muestra
unas fotografías. Y, en efecto, no están mal.
-¿Ha ido usted a
Campúa? – sugerimos.
-Naturalmente.
CONSECUENCIAS DE UNA SAETA
Por
lo visto, la muchacha no tiene pelo de tonta y conoce los primeros pasos de
toda aspirante a estrella. En las fotos de Campúa se expresa mejor su belleza.
Ahora no hay más remedio que lanzar otra preguntita consabida. Esa que gusta
siempre:
-¿Cómo
nació en usted la afición al cine?
-Vivía en Campo de Criptana, mi pueblo natal. Un día, durante la
Semana Santa de 1942, me oyeron cantar una saeta.
-¿Pero
también canta?
-Pues claro. De todo: ópera, valses, fox lento… Aunque en
aquella época sólo sabía algunos trozos de música clásica y poco más. Lo que
aprendí en el coro del colegio. Al oírme una señora, como les digo, se interesó
por mí y me ofreció educar mi voz en Valencia. Acepté, aun cuando para ello
hube de pensarlo mucho. Entonces tenía otra idea distinta de lo que había de
ser mi vida…
-¿Por
qué?
-Quería profesar como religiosa. Desde niña soñaba con ello… Una
vez en Valencia, me eduqué la voz; aprendí francés e italiano.
LA PRUEBA CINEMATOGRÁFICA
-¿Cómo llegó
hasta el cine?
-Me
presentaron un día a Juan de Orduña. En seguida quiso hacerme una prueba.
Fuimos a Barcelona. Era durante el rodaje de “Deliciosamente tontos”.
-¿Tenía miedo?
-Espantoso.
Recuerdo que me hicieron entrar al plató cuando acababan de construir la
decoración de un barco. Aquellos muros encalados, con ventanas sin fondo y
escaleras incompletas y aquel navío navegando sobre el suelo macizo del
estudio, me daban mucho miedo. Y la presencia de tanta gente. Pero,
principalmente, los focos. El calor y la luz me cegaban.
-¿Leyó o declamó
algo?
-Las
dos cosas. Me aprendí y recité algunas poesías de los Quintero. Tenía que
encarnar a todos los personajes a la vez, con voces distintas.
-¿Y después de
la prueba?...
-A
pesar de que fue satisfactoria, según me dijeron, nadie se acordó de mí… Hasta
que Ladislao Vajda me dio un papel…
-Usted no tendrá
prisa, sin embargo. Parece, joven…
-Dieciséis
años…
-¡Cáspita! Nadie
lo diría… ¿Qué vida hace?
-Por
la mañana, voy a misa todos los días. Luego, practico deporte. Y leo mucho.
UN BAUTIZO
-Ahora,
díganos, con franqueza, una cosa: ¿Por qué se hace llamar María Antonieta?
-¡Ay, no sé! Tampoco a mí me convence…
Inmediatamente
nos ponemos de acuerdo. Hay que buscarle otro nombre. Alguien propone el de
Rosa de Criptana. Se desecha. Otro indica el de Sol de Valencia. Tampoco. Está
muy visto. ¿Podría ser María del Campo? Nada. Ninguno de ellos…
-¿Cuáles
son sus nombres de pila?
-María, Antonia, Alejandra…
-Ya
está: María Alejandra. ¿Qué tal?
-María Alejandra: ¡eso es!
Y
la chiquilla palmotea con alegría infantil y luminosa. CÁMARA acaba de bautizar
a una estrella. Ahí tenéis un puñado de fotografías. ¿No estamos pidiendo a
gritos gente nueva? Os presentamos a María Alejandra… Dieciséis años, bella,
radiante… Con un optimismo y una voluntad de triunfar tan grande que solamente
presta la adolescencia.
M. Abizanda
LA FOTO CCCLXX
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