domingo, 26 de marzo de 2023

CINE Y MÁS - marzo de 1991 - España


ANALES DEL CINE ESPAÑOL

SARA MONTIEL


Este trabajo ha sido realizado por el Centro Español de Estudios Cinematográficos, dando continuidad a varios textos de diversas fechas y autores, mezclados con textos propios. El comentario sobre La violetera y la coordinación general son de Pascual Cebollada.

El día 25 de enero último se dedicó en Madrid un homenaje a Sara Montiel, la estrella más famosa de la cinematografía hispana y una de las más queridas de la cinematografía mundial, cuya justificación no es preciso explicar. Con motivo de la celebración del mismo se repuso la película La violetera, su segundo gran éxito, después de El último cuplé. CINE Y MÁS suma sus simpatías al mismo dedicando en sus Anales del Cine Español una retrospectiva humana y artística de esta actriz.

Como un prólogo

Claro que estaba previsto; Sara Montiel está en la lista de figuras que pretendemos pasen por estos anales. Y aunque hoy hablemos de ella, por razones de actualidad, no se descarta que vuelva más adelante, en una especie de apéndice que habrá que añadir a estos ensayos iniciales para completar ambientes, retratos y documentación. Pero había que aprovechar una conferencia de prensa y un homenaje que en el “preestreno” de La violetera se convertiría también en fiesta al borde de una sala de la Gran Vía madrileña, como un flash colorista de retroceso en el tiempo.


Una larga conversación de preguntas y respuestas ordenadas y directas, entre la crítica, la nostalgia y el cotilleo anecdótico con Sara Montiel tienen que ser de lo más atractivo. Verla y escucharla en su ambiente, en su vida actual y en sus recuerdos, con personajes a flor de anecdotario, sabemos ya que es algo insólito, como unas nuevas memorias suscitadas a punta de intención. Pero el oportunismo noticiable se ha impuesto y aquí la traemos.

Con permiso de Elisa Garrido cambiamos de espacio su carta y la convertimos en un testimonio más que ayude a dar una imagen lo más aproximada posible de Sara Montiel. Se unen a su comentario los que hemos extraído de entrevistas y artículos de ajena precedencia: las fuentes son ABC, El Alcázar, Pueblo, H.D., Tiempo, Ya, etc., y los nombres de Vicente Antonio Pineda, José Vara Finez, Salvador Cayol, J.M. Amiliba, Pio G.V., J.M. Plaza, Luís Sánchez Bardón, Hebreo San Martín, Luisa María Soto, Ángeles Velasco, Carmen Rigalt, C. Palomar y otros, con sus trabajos y entrevistas, contribuirán a dar a Sara Montiel una idea más completa y fiel de la que puedan ofrecer sus apariciones en público.

En un lugar de la Mancha

María Antonia Alejandra Vicenta Isidora Elpidia Abad Fernández nació el 10 de marzo de 1928 en Campo de Criptana (Ciudad Real), de una familia modesta que, siendo ella muy niña, hubo de trasladarse a Orihuela (Alicante) donde, en el Colegio de las Dominicas de Jesús y María, recibió algunas enseñanzas. ¿Algunas? Andando los años, le preguntaría más de una vez por eso y por su cultura:

-¿Cuántos años fuiste a la escuela?

-Ninguno. La escuela estaba muy difícil para los pobres, y nosotros no teníamos ni una perra. 


Quizá presumir de pobre, para los que ya tienen dinero, sea un lujo. Sara no se conforma con esta contestación y rápidamente exige más del recuerdo:

-Mi hermana y yo íbamos a robar patatas para poder comer. En casa me tocaba leerle el periódico a mi padre. De esta forma, poco a poco aprendí a leer. Pero, ¿sabes?, la vida me ha enseñado muchísimo, tanto como las escuelas.

-¿Sabes algo de Pérez Galdós?

-Claro que sí. Le he leído.

-¿Autores preferidos?

-Unamuno, Miguel Hernández.

-¿Músicos?

-Beethoven. Después, Chopin.

-¿Qué ciencias te interesan?

-La medicina. Y el psicoanálisis. Admiro a Freud.

Creo que tienes una gran frustración y es no haber podido ir a la Universidad.

-Ahí me ha cogido en mi punto débil. Yo tengo complejo no sólo de no haber ido a la Universidad, sino también de no haber ido a un colegio normal, porque en la época de Franco no podíamos ir a la escuela, porque no las había, y mi padre no podía pagar un colegio de pago. Empecé a leer con casi veinte años y a esa edad no se asimilan las cosas. Tenía talento, pero no posibilidades para demostrarlo. Es la vida la que me ha ido enseñando y la he ido absorbiendo con mi inteligencia natural.

-Creo, además, que esto te ha hecho pasar una de las mayores vergüenzas de tu vida.

-Exacto. Cuando estrenamos La violetera, en el año 1958, en Caracas, yo tuve que escribir unas cosas para el público y puse hispanidad sin hache. Yo creo que ha sido la mayor vergüenza de mi vida. 


Empezó en boda.

Empieza el cine

-Para el cine nací a los catorce. Pero ya antes iba a intervenir en una película que no se realizó. Había quedado finalista en un concurso en Cifesa; gané el premio y circularon muchos retratos míos… más la película no se hizo. Sin embargo, aquellos retratos los vio Herreros y me propuso para un film que iba a emprender Filmófono.

-¿Quiere eso decir que en Herreros hallaste tu primer impulso artístico?

-Es decisivo, posiblemente. También recuerdo la eficaz ayuda que me prestó don Julio Sacristán y aquel interés con que Casanova me propuso un contrato para tres años, por haberme oído cantar una saeta durante el desfile de una de las procesiones de Semana Santa. Mis padres dieron un permiso notarial y estuve estudiando declamación en el Conservatorio, con doña Anita Martos. Pero enseguida me puse a trabajar. Empecé en doblaje también. Me interesaba el cine y el teatro sobre todo. Desde muy chica me hacía yo mis decorados. Era muy mañosa: sé cortar y sé coser. Entonces, a finales del 44, interpreté un pequeño papel de colegiala en Te quiero para mí, de Ladislao Vajda, y luego Empezó en boda, con Fernando Fernán Gómez.

En Te quiero para mí (basada en “Mi novio, el emperador”, de Luisa María de Linares) se le asigna el noveno papel del reparto por orden de importancia. Como su nombre real le parece al director poco apropiado, le elige el de María Alejandra.

Para la segunda película, Enrique Herreros le hace cortar las trenzas que aún llevaba y le da un nombre nuevo: Sara, porque así se llamaba su abuela, y Montiel por los campos quijotescos de la Mancha en que había nacido. Su ascensión en el cine es rápida. Sáenz de Heredia la lleva a Bambú (1945), Mariona Rebull (1947) y La mies es mucha (1948). El protagonismo en Empezó en boda, película trivial y vulgar, compartido con Fernando Fernán Gómez, fue un espaldarazo decisivo para Sara Montiel que, en 1947, tendría la alegría de encarnar a un personaje manchego, la sobrina de Don Quijote en la película de Rafael Gil. Y al año siguiente, Locura de amor, un enorme éxito en España y América, en la que hace el personaje de Aldara, motivo de celos para doña Juana; don Felipe es Fernando Rey.

-¿Por qué estás estudiando inglés y árabe?

-Porque hago las tres versiones de Aquel hombre de Tánger, y en Hollywood no admiten el doblaje.

-¿Es que vas a trabajar en Hollywood?

-Fueron representantes de la Paramount y de la Medtro-Goldwyn-Mayer para contratarme. Lo más seguro es que haga una película para la Metro cedida por mi productora. También Selnitz me ha solicitado para otra, que se hará en octubre próximo.


Locura de amor.

El diálogo es de 1950. Donde Sarita va ese año es a México. Apenas llega, la eligen reina de las fiestas de la primavera. Total, trece películas en los estudios mexicanos y tres en Hollywood. Burt Lancaster, que la había visto en Locura de amor, la eligió para hacer de india en Veracruz, junto a él y a Gary Cooper. Su segunda es Dos pasiones y un amor, dirigida por Anthony Mann, con quien estaría siete años casada.

Hollywood

-Guardo muy buenos recuerdos de mi estancia en la Meca del cine.

-¿Por qué?

-En sus estudios cinematográficos realicé Veracruz, con el malogrado Gary Cooper. Dicen que esa cinta fue, artísticamente, mi revelación. Para mí también lo fue, que conste. Jamás supuse que pudiera codearme con artistas de fama universal, y que pudiera salir bastante lúcida, al parecer, de la prueba.

-Gary Cooper.

-Un “fuera de serie”.

-¿Opinó él de ti?

-Casi ni lo sé. Cada uno realizaba su trabajo y en paz. Me dijeron, no obstante, que alababa mi gentileza –Dios se lo tenga en cuenta-, y aseguraba que era “una señora buenísima”.

-¿Dejó huella en Hollywood?

-Puede que haya muchos que no lo crean, pero no lo echo de menos, en absoluto. A algunos, vivir en Beverly Hills les volvería tarumba. A mí me dejó tal cual.

-¿Los añoras?

-Estéticamente, para mí fue importante. Me consagró, en definitiva, ante el cine, pero nada más. Por otra parte, vuelvo con frecuencia a Nueva York para presenciar los principales estrenos cinematográficos, desfile de modelos, etc., porque esto siempre ayuda en la comprensión artística.

El 26 de diciembre de 1956, regresa con su madre a Madrid. Juan de Orduña le confía el papel principal de El último cuplé, pensando, en principio, que ella actúe y sea Concha Piquer la que cante. Sara ya había cantado antes en algunas películas y el maestro Solano había descubierto en ella –al interpretar el viejo cuplé “Nena”- una picante gracia moderna. Fue uno de los grandes resortes del triunfo: la confirmación de la actriz y trescientos veintitrés días en el cine Rialto de Madrid. Enseguida, el otro gran éxito de La violetera, los dos que ya no se superarían en su carrera. Galas, televisión, discos y premios en España y en toda Hispanoamérica. 


La mies es mucha. 


Con Fernando Fernán Gómez en El capitán veneno.

Hacer cine en España

Alfonso Sánchez escribiría entonces:

Los cuplés y Sara Montiel dan dinero a todo el mundo, salvo a Juan de Orduña, que los descubrió. Tal vez sea castigo a las consecuencias que ha provocado. El fenómeno sociológico o, sin tantas pretensiones, meramente cinematográfico de los cuplés ha creado una gran estrella: Sara Montiel. Nuestro cine, tan necesitado de un público incondicional, ha encontrado, al menos, una estrella cuyo nombre es eficaz banderín de enganche en la taquilla. Que el cine la explote, me parece ineludible. Recibo las invitaciones para ver Carmen, la de Ronda casi al mismo tiempo que la convocatoria para participar en un congreso sobre el cine en color y los problemas económicos de nuestro cine. Si es que en nuestro cine no hay cuestiones más importantes que tratar, me quedo con Sara Montiel.

-¿Ha existido algún eclipse en tu carrera? – le preguntarían luego.

-Varios. Uno, cuando me negué a hacer Los guerrilleros de Villa. Entablé pleito, que llegó al Supremo. Entonces, Cesáreo González me pidió que lo retirase y de ahí partieron Tuset Street y Esa mujer.

-Sin embargo, en Tuset Street, creo que saliste regañada con el director y hubo que cambiarlo.

-Ese ha sido un suceso que ya tengo olvidado y del que no me gusta hablar, pero debo decir, para aclarar conceptos, que fue la firma productora quien le dijo al señor Grau que lo que interesaba era una película con Sara Montiel y no con la arquitectura y tipismo de una calle, por muy “graciosa” que ésta fuese. Ahí empezó todo y ese fue el motivo principal que aconsejó –de común acuerdo con el señor Grau- el cambio de director. Por lo demás, repito, es un asunto olvidado y que no deseo remover.

-Dicen que los directores de cine te tienen miedo.

-¿Miedo? He trabajado con Bardem, que es el director más duro en España. Y yo le elegí para hacer Varietés y lo impuse porque decían que si no hacía cine comercial y tal. No hubo ningún roce. Yo tengo un gran respeto hacia todos los profesionales. Con los únicos con los que no me entiendo es con los tontos. Y lo malo es que me he encontrado con muchos y además eran jóvenes y eso tiene difícil remedio.

La verdad es que sus películas posteriores a La violetera no le dieron mucha gloria, aunque sí dinero. En 1974 se sintió tentada por la dirección:

-Ahora me veo preparada para ser directora. Técnicamente no es que me las sepa todas, pero sí estoy preparada. Estuve siete años casada con Anthony Mann y con él hice de script, de montadora, de dobladora, me he leído los guiones, o sea que de eso puede ser que esté bastante enterada. Algún día dirigiré una película musical y lo haré muy bien, pero será más adelante, cuando se termine todo este barullo de juventud, de viveza. Entonces, cuando yo sea más mayor, que vea que la vida se va para otro lado, entonces quizá dirija cine, porque es algo que lo llevo en la sangre.

Pero no hubo nada de nada. En 1987 aún le preguntaban:

-Y de volver al cine, ¿qué?

-Televisión quiere que haga un filmado importante y que vuelva al cine, pero lo veo difícil. Yo dejé el cine hace unos años porque se hacían unas cosas muy raras. Y me fui al teatro musical, a viajar… Ahora quieren que vuelva y estamos en conversaciones, y me imagino que si todo sale bien volverá a finales de año o comienzos del próximo. ¿Ilusión? ¡Claro que me hace! Es volver a mis raíces.

-¿Hablamos un poco del cine moderno?

-No creo exactamente en la definición de cine antiguo o moderno, según lo hagan veteranos o jóvenes, sino en la concreta realidad de cine bueno o malo. Hay películas de directores veteranos que tienen absoluta actualidad y películas de jóvenes realizadores que parecen hechas hace muchos años. Lo que sí hay es una evolución en la técnica narrativa, ajustada a esa propia evolución intelectual que se ha operado en el público. Ahora bien, dentro del nuevo estilo o forma que se ha dado al cine, hay directores que llevan su espíritu revolucionario a extremos de incomprensión para el espectador. A muchos le parece magnífico el cine de Antonioni, y respeto su opinión, pero a mí Antonioni me cansa. Y esto podría aplicarlo a otros muchos directores que tratan de hacer un cine subterráneo, complejo, confuso.

-¿No crees, entonces, en el cine de minorías?

-Me parece que la llamada película de minorías es aquella que ha fracasado comercialmente. No creo que un director que pretenda hacer cine se conforme, inicialmente, con gustar a ocho espectadores. Su pretensión es gustar ampliamente, pero no lo consigue; luego, fracasa.

-Tendrá también sus ídolos.

-Cuando era jovencita, mi actriz preferida era Ingrid Bergman, y a quien no alcancé a ver mucho fue a Rita Hayworth. De gente actual me gustan mucho Robert Redford, Meryl Streep y, musicalmente, Liz Minelli y Barbra Streisand. Hombre, si hablamos de verdad de cantantes, a mí la que me gusta es Ertha Kitt, que tiene setenta y tres años y el mayor número de discos vendidos en Estados Unidos. Pero, de verdad, quien me gusta de verdad, es Frank Sinatara. 


El capitán Veneno.

CUPLÉS SIN CINE

Sara Montiel cambió el cine por los grandes espectáculos escénicos con protagonismo absoluto. Y por los discos. Canta, y canta sobre todo cuplés.

-A los quince años cambié la forma de cantar. En la época aquella se gritaba mucho, y entonces llegué yo cantando muy normal, una voz muy pequeña, pero sin desentonar, porque he nacido con un oído increíblemente fino. Es algo con lo que se nace, no una virtud que yo tuviera. A esto de la voz hay que añadirle un tesón, un crecimiento, una seguridad de llegar a ser algo importante.

-¡Cómo no voy a cantar cosas de El último cuplé! Eso es Sara Montiel y eso es lo que la gente espera oír desde que rodé la película. Nadie quería El último cuplé, nadie quería que yo hiciera la película cantando. Por circunstancias, al final, la persona que iba a cantar en mi lugar no pudo hacerlo. Canté yo y surgió lo que surgió, un gordo redondísimo, un clásico como Lo que el viento se llevó.

Hice la película con veintisiete años. ¡Cómo no iba a estar bien! Pero, aún ahora, sigo pensando que no ha habido señora como yo –hasta que no se demuestre lo contrario- implantando un estilo. Yo cantaba hablando casi. Por otra parte, nadie sabía lo que era el cuplé y yo se lo descubrí. A partir de ahí, no dejé de hacer cine hasta el año setenta y seis –lo dejé voluntariamente- pagándome lo que pedía: treinta y seis millones por película, más el veinticinco por ciento de los beneficios.

Sara Montiel no atrae tanto por su cine como por sus canciones y más aún por ella misma. Cómo es físicamente a la vista está. Contestaba en 1964:

-Dicen por ahí muchas cosas de mí. Y, a veces, me irrita que no me dejen tranquila. Por ejemplo, cuando me preguntan con rintintín: -¿Qué haces para conservarte tan bien? Yo estoy tentada a contestar: “Pues tener treinta años estupendos”. Y serán estupendos mis cuarenta. Y los cincuenta. Porque yo nací estupenda…

Y en 1974:

-Mira, si te digo la verdad, yo no sé si soy sexy o no, porque de eso los que saben son los hombres. Yo solamente sé que me miro al espejo y me digo: “Antonia, que bien estás”.

Y en 1987:

-¿No te da miedo mirarte al espejo?

-No, yo soy muy coqueta y me encanta mirarme al espejo. Yo asumo la edad muy bien. Será que los amores que he tenido siempre han sido hombres mayores que yo o porque no he tenido nunca complejo de vejez. Porque llevo la vejez muy bien, ¿no? Yo lo digo siempre y lo repito: si quiere tener arrugas tengo que pintármelas. 


(Pincha en la foto para verla a tamaño original)

AMORES COMO CATARROS

Y ¿qué ha sido de la vida amorosa de Sara?

-Dicen que has tenido tantos amores como catarros.

-Es que yo llamo a los amores catarros, porque yo soy propensa a cogerlos terribles y no me los puedo quitar de encima. Pues cada vez que tenía un amante no me lo podía quitar de encima. Pero sí, he tenido muchos.

-¿Tantos como María Asquerino?

-No sé cuántos ha tenido María, pero sé que mi marido está entre ellos. Mi marido siempre ha tenido buen gusto para todo.

-Aparte de él, ¿cuál fue el hombre de tu vida?

-Sin duda alguna, Anthony Mann. Fue importante y decisivo en mi vida, aunque también lo fue el poeta León Felipe, pero tenía sesenta y cinco años cuando le conocí. Le quería como a un padre, pero él se enamoró de mí como una fiera. Yo creo que fui su último tren.

Me enamoré de Miguel Mihura, un hombre maravilloso, pero mi amor fue platónico, porque yo no sabía lo que era el amor ni nada hasta que no fui mayor y me di más cuenta. Después conocí a mucha gente importante, porque he viajado y me he pasado la mayor parte de los años, entre los dieciocho y los treinta y cinco o treinta y seis, fuera de España. Que me haya enamorado o no, pues a lo mejor he dicho: “¡Qué hombre más maravilloso, estoy enamorada de él!”, pero sabiendo que no podríamos convivir, ¿me explico? De esto sí que he tenido varias gentes muy importantes. Hay dos premios Nobel, por ejemplo, que, desde luego, pues sí, con uno al menos me podría haber casado perfectamente, pero como me conocía, porque siempre me he conocido desde muy chica y sabía la meta a la que quería llegar, pues supe que con este hombre sería imposible. Era un premio Nobel científico, pero no voy a dar nombres, porque es una vida muy íntima mía.

-Y después de tantos años, ¿qué has dejado por hacer?

-¿Yo? Nada. He tenido tres maridos. ¡Y lo que me callo!... Tengo dos hijos, que son el Súmmum para mí. Sigo llamándome Sara Montiel después de El último cuplé, sigo siendo famosa y llenando los teatros. No, no he dejado nada por hacer.

-Tres maridos. ¿Qué opinas del matrimonio?

-Si una pareja se lleva bien, deben casarse. Y una vez casados, estar con sus hijos. Si se llevan mal, mejor es que se separen. Pepe Tous y yo nos hemos casado después de estar diez años juntos y poder dar así nuestros apellidos a nuestros hijos. 


El último cuplé.


UNAS PREGUNTAS SERIAS

El matrimonio, la separación. Esto podría dar pie para preguntar por algún aspecto fundamental de la persona y de sus criterios.

-¿Qué piensas del aborto tú, que te has visto obligada a adoptar?

-No lo admito, estoy en contra. Me parece bien que se utilicen métodos anticonceptivos, pero ni siquiera por una violación estoy de acuerdo con el aborto.

-¿Qué opinas de la pena de muerte?

-Es horrorosa.

-¿Qué es la vida para ti?

-Amor.

-¿Qué enfermedad temes más’

-La que sea más lenta, porque hace sufrir a los demás.

-¿La muerte?

-No la temo. Cuando nos vamos, algo queda en los demás. Frecuentemente visito a mi madre en el cementerio y hablo con ella. Yo soy profundamente religiosa, aunque también tengo mis ideas sobre la religión.

Son ideas chocantes y, a veces, también las prácticas parecen contradictorias. Decía un comentarista:

Reacios a toda ingerencia religiosa, desde niños y aún más desde adultos, alarmados por la hipocresía reinante en la Curia, nunca han querido doblegarse, ni siquiera ante la pequeña Thais, con una historia fiel a los audaces pasos dados por Sara a lo largo de su vida.

-La niña no es adoptada, sino legítima. Así lo decretaros las leyes de Brasil, de manera que recibió mi apellido de soltera. Cuando me casé con Pepe –para regalarle una legalidad completa a la criatura- fue una decisión conjunta y ciertamente civil. Nada de curas en la boda. Lo mismo que en mi primer matrimonio, a los veintisiete años: ningún lazo con la religión, aunque sí con Dios, que está con nosotros en cuerpo y alma, sin intermediarios.

Pero en el segundo matrimonio sí que hubo curas. La boda se celebró en la iglesia española de Montserrat, de Roma. La contaba el cronista de “Ya”:

En lugar destacado del presbiterio asistieron a la ceremonia el embajador de España ante el Quirinal, don Alfredo Sánchez Bella, y su esposa. Antes de comenzar la misa, en la que comulgaron los novios, don Justo Pérez de Urbel, que ha venido a Roma exclusivamente para celebrar esta boda, dirigió a los novios una sentida plática. Durante la ceremonia, el coro de la iglesia interpretó, entre otras, el “Ave María” de Vitoria.

Terminada la ceremonia, Sarita Montiel acudió a la tumba de don Alfonso XIII, ante la que depositó su ramo de novia. En unión de su esposo, Vicente Ramírez Olalla, se dirigió a toda prisa al Vaticano para ser recibida en audiencia privada por el Padre Santo. Más de diez minutos ha durado la paternal conversación sostenida por el Pontífice con los recién casados. Audiencia emotiva, en la que el Padre Santo ha preguntado a la actriz si no iba a interpretar el papel de protagonista de una película dedicada a la que fue famosa actriz Luisa Lavalliere, que acabó sus días entregada a la religión.

El Papa, que despidió a sus visitantes con la bendición apostólica, donó a Sarita Montiel un preciado rosario de plata y a su esposo una medalla del pontificado.

Abundan las contradicciones.

-Tengo entendido que tienes miedo a Dios y al cáncer.

-¿Miedo yo? Eso es una exageración. Creo en Dios y en esa creencia educo a mis hijos. Temo al cáncer y a otras muchas enfermedades, pero me preocupa aún más la droga, que es un cáncer que va a más y de forma irreparable. El cáncer en sí llegará algún día a curarse, como ha ocurrido con otras enfermedades desconocidas.

-¿Cómo te definirías políticamente?

-Socialdemócrata. Me gusta la democracia y la justicia social.


La violetera.

LA POLÍTICA

Así podríamos entrar en la política que, como sus opiniones religiosas, han provocado polémicas y algún que otro diálogo escrito violento.

Decía un periódico en junio de 1975: “Milagro: a Sara Montiel se le ha aparecido don Karl Marx montado en un caballo blanco y gritando ¡Socialismo y cierra España!”.

Todo empezó –comentaba luego una revista con una entrevista de Francisco Umbral en “Blanco y Negro” del 31 de mayo. En ella –sigue el comentario- Sara Montiel, ya en el ocaso de sus pasados e indudables esplendores corporales, visto que el destape en el terreno físico ya no parece dar mucho más de sí, se lanza al destape político con unas declaraciones en las que –desde su condición de mujer del pueblo- afirma que le gustaría para España un socialismo democrático con justicia y libertad. Además de ello, hablaba de su amistad con León Felipe -<me quería como una hija>- y con Indalecio Prieto, que exclamó al ver El último cuplé que en esa película “había un cacho de mujer”. Todo ello despertó las ironías –que no las iras- de Pedro Rodríguez en “Arriba” y Marcial Hernández en “Pueblo”. Entre otras guasas, la acusaban de ponerle cuernos al Régimen, artística y metafóricamente hablando, claro. Ante ello, Sara se ha creído obligada a dar fehacientes pruebas de democracia.

De todas esas cosas hay curiosas acusaciones y confesiones que dejamos al margen. “Ya” insistiría, más tarde, comentando una frase de Sara. La frase era: -<Ya era hora de que llegara el cambio>.

Y “Ya” comentaba:

La de vocaciones para el cambio que se descubren ahora. Debió ser muy duro para ella actuar bajo el franquismo y en todos estos años de democracia, aunque no hiciera ascos a trabajar ante quien fuera. De algo podemos estar seguros ahora: que Sara Montiel no va a cambiar.

Aún más tarde le preguntarían:

-¿Y de política cómo andas?

-Pues aparte del terrorismo, la droga y el paro, creo que estamos en una democracia maravillosa y en una libertad que espero que no se convierta en libertinaje. A mí me gusta cómo están gobernando los socialistas y creo que todo no se puede hacer en un día. Hay que dar tiempo al tiempo. Antes los artistas íbamos al extranjero avergonzados, pero desde que hay democracia yo voy con la cabeza muy alta por el mundo.

No es fácil conocer –sin ese diálogo directo, mano a mano- la verdad sobre Sara. No hay textos serios sobre ella (Televisión Española pasó, en marzo del 88, Sara Montiel y Anthony Mann en el espacio “Mujeres para una época”), que sí tiene unas memorias escritas:

-En estas memorias cuento lo que me ha sucedido a mí, para que me lean los jóvenes, porque a los cincuenta y cinco años de edad yo puedo enseñar a no cometer errores en la vida. A las personas que sean de mi edad, de los cuarenta años para arriba, también les puede interesar. En las memorias cuento mis amoríos, el mundo político que me tocó vivir, el cine, la canción, mis matrimonios. Las décadas de los cincuenta y de los sesenta son mías, porque marqué una época en España y fuera de España.

-Y cuando te dicen que eres el orgullo de España, ¿cómo te sientes?

-Muy bien, porque he sido la embajadora de mi país durante muchos años en todo el mundo: en Japón, en América, en Rusia, recientemente en Francia, y gracias a Frederick Mitterrand, sobrino del presidente de la República, han pasado por la televisión un ciclo de películas mías, porque en muchos países conocen el cine español a través de mis películas. Que me digan que soy el orgullo de España me llega al alma, muy dentro. Pero yo no creo que el Gobierno tenga que pagarme por eso, porque yo sí que he sido profeta en mi tierra.

Decía en 1974:

-Yo soy buena actriz. Siempre estoy luchando con la belleza física para demostrar que soy buena actriz. Y no he tenido fracasos, porque no hago las películas tan malas que hace Sofía Loren.

-Prefiero ser estrella popular, que es lo que soy. Yo soy una artista que se conoce en Japón, en la Unión Soviética y en los Estados Unidos. En el mundo. Yo me moriré siendo Sara Montiel, que ni en sueños me podía imaginar que podía llegar tan lejos. Fíjate que una mujer de Campo de Criptana es conocida hasta en Japón. Yo creo que eso es muy importante. 


NOCHE DE PLACAS Y VIOLETAS

LA PELÍCULA DEL HOMENAJE

Reveló Sara Montiel la noche del 25 de enero que tenía veinte sentidos: Hice la violetera con mis cinco sentidos, con mis seis, con mis veinte. Capacidad de concentración se llama esa figura, que se podría confrontar enseguida con la proyección de la película. De ella se incluye, en este trabajo, un comentario más evocativo que crítico y nada hay que añadir salvo que uno, mayorcito él, siguió con gusto acrítico las andanzas de la guapa vendedora de violetas.

El espectáculo había sido antes de la película. Durante la espera, se ofreció (una buena idea), un repaso filmográfico de la entonces Sarita, con “trailers” de varios de sus títulos: imágenes para formarse un criterio sobre la estrella, ya que no sobre la actriz, con rimbombantes elogios sobre ella y sus personajes, en voces y comentarios antiguos y viejos. Eso, en la pantalla. La sala estaba media, con los invitados más tranquilos. El vestíbulo, de empujones, como la calle, codazos para llegar a la puerta, donde Interflora regalaba violetas (por cierto, no eran naturales ¿verdad?) a las damas y la Tabacalera (respuesta sumisa a la política antitabaco de su Gobierno) puros a los caballeros; que la publicidad, de flores o de humo, reclama derechos, que para eso paga.

Y en esto, cuando ya se notaba el frío en la espera de la calle y el ambiente ya era gris oscuro en el vestíbulo, llegó Sara. Vista a unos cuantos metros parecía la de siempre, pero con más joyas, más economía de gestos y sonrisa menos abierta. ¡Qué quiere usted!, son los años y su disimulo. Pero, en suma, bien. Era ella y lo que de ella se esperaba. Los invitados, y las invitadas, miraban más que aplaudían –aunque se oyó un “¡guapa!” a una de éstas, pero tampoco se trataba de un plebiscito.

Despacio, con cierta solemnidad ritual, alguna que otra mirada al tendido, la estrella fue conducida al escenario, desde el que se la requería por un micrófono. Y se procedió a la entrega de la prueba conmemorativa del homenaje, que eran unos estuches con placas. Luís Cobos, Giménez Rico, Enrique Balmaseda leían las dedicatorias y decían unas frases ad hoc. Se expuso, y es justo, el agradecimiento de la industria del cine español. Se resaltó su popularidad, y está bien. Una placa decía: “Con cariño”. Curioso: ¿Saben ustedes en qué placa estaba lo de “con cariño”? Pues en la de la Universidad Complutense. Curiosa distinción, no se dijo si “honoris causa”, de una universidad. Fueron mucho mejores los de la Academia, la del ICAA y la de la Sociedad General de Autores. Al final, Sara dio las gracias, y lo hizo muy bien: No tengo palabras, no me salen, estoy emocionada, muchas gracias. El aplauso fue mayor entonces. En el pasillo se le acercó un doble (o una doble): los fotógrafos hicieron el grupo con un travestido caracterizado (o caracterizada) de Sara Montiel. O sea que, por un momento, los invitados contemplaron, como en cualquier película de gemelas, dos Saras frente a frente. O sea, para los admiradores, un premio. Y empezó La violetera a las puertas del Apolo. En la fachada del Capitol ya había colocado el gran cartelón de la película. Hace treinta y tres años había otro parecido en la acera de enfrente, en el Rialto. 


LA VIOLETERA

Antología de cuplés interpretados por Sara Montiel.

Madrid, última noche del año 1899. Soledad, una preciosa florista, vende violetas en las puertas del teatro Apolo. Empieza la película del director argentino Luís César Amadori La violetera (1958), con guión de Arozamena que adapta un argumento escrito, curioso dato, por un Manuel Villegas López que es, por encima de todo, un exigente teórico cinematográfico. La principal intérprete es Sara Montiel. Sara estaba en un momento espléndido de su carrera de actriz y de cantante, y la película se pensó y se hizo para ella. A la vez, es un homenaje antológico al cuplé.

Sara canta y crea o interpreta Rosa de Madrid, Flor de té, Mala entraña, Es mi hombre, Mimosa, Agua que no has de beber, El polichinela, Mon homme… Del maestro Padilla es La violetera, que da título a la película y que ya había cantado para el mundo y para Charles Chaplin, el de Luces de la ciudad, otra genial tonadillera de Tarazona de Aragón que se llamó Raquel Meller. Sara Montiel canta dos veces La violetera que, como la vida de Soledad, tampoco es igual.

Catorce años después de su estreno, la película se repuso en Madrid, con fotogramas ampliados a 70mm. No se le hizo ningún favor, aunque los decorados de Alarcón se lucían más. Ahora, el 26 de enero de 1990, se repone con honores de estreno; al día siguiente de un homenaje multitudinario a la actriz en el mismo cine Capitol (El estreno, 6 de abril de 1958, fue en el Rialto, la sala de los grandes triunfos del cine español).

La ambientación de fin de siglo, el París del Ambassedeurs y el drama del Titanic rodean con la misma fidelidad el melodrama y los amores que Soledad vive. Sara y los cuplés vuelven con la nostalgia. Dos actores extranjeros, Ral Vallone y Frank Villard, se ve que asimilaron bien a aquellos personajes y Ana Mariscal es una señora actriz invitada que borda el papel de Magdalena, la condesa de Bahía. 1958, 1972 y 1991: el cuplé ha vuelto y sí se sabe cómo ha sido, y el cine español se ha cobrado lo que hizo para resucitarlo con los líricos y sentimentales Juan de Orduña y Luís César Amadori.

No es La violetera lo que se dice una gran película: es una película muy digna, que luce suntuosidad el alto presupuesto que tuvo a su disposición y que tiene un especial encanto para espectadores españoles, que ven en ella un buen soporte para el doble triunfo del cuplé y de Sara Montiel. Incluso en 1991.

FILMOGRAFÍA

Primera época

1944

Te quiero para mí

D. Ladislavo Vajda. I. Antonio Casal, José Isbert, Isabel de Pomés, José Nieto.

Empezó en boda

D. Rafaello Montarazzo. I. Fernando Fernán Gómez, Guadalupe Muñoz Sampedro, Julia Lajos, Manuel Arbó.

1945

Se le fue el novio

D. Julio Salvador. I. Fernando Fernán Gómez, Marta Flores, Ramón Martori.

El misterioso viajero del clipper

D. Gonzalo Pardo Delgrás. I. Margarita Robles, Emilio Ruiz, Josefina Tapia.

Bambú

D. José Luis Sáenz de Herdia. I. Imperio Argentina, Fernando Fernán Gómez, Luís Peña, Mary Lamar.

1946

Por el gran Premio

D. Pierre-Antoine Caron. I. Matilde Muñoz Sampedro, Raúl Cancio, Manolo Morán, Paola Bárbara.

1947

Confidencia

D. Jerónimo Mihura. I. Carmen Muñoz, Julia Lajos, Julio Peña, Guillermo Marín, Miriam Day.

Mariona Rebull

D. José Luís Sáenz de Heredia. I. José María Seoane, Alberto Romea, Blanca de Silos, Tomás Blanco.

Don Quijote de la Mancha

D. Rafael Gil. I. Rafael Rivelles, Juan Calvo, Fernando Rey.

Vidas confusas

D. Jerónimo Mihura. I. Guillermina Grin, Julia Caba Alba, Enrique Guitart, Aníbal Vela.

1948

Alhucemas

D. José López Rubio. I. Julio Peña, Adriano Rimoldi, Nani Fernández, Carmen Cobeña.

Locura de amor

D. Juan de Orduña. I. Aurora Bautista, Fernando Rey, Jorge Mistral.

La mies es mucha

D. José Luís Sáenz de Heredia. I. Fernando Fernán Gómez, Enrique Guitart, Julia Caba Alba.

1949

Pequeñeces

D. Juan de Orduña. I. Aurora Bautista, Jorge Mistral, Carlos Larrañaga.

1950

El capitán Veneno

D. Luís Marquina. I. Fernando Fernán Gómez, José Isbert, Manolo Morán, Trini Montero.

Aquel hombre de Tánger

D. Robert Elwyn. I. Nils Ather, Roland Young, Nancy Coleman, José Suárez.

Etapa mexicana

1950

Furia roja

D. Steve Sekely. I. Arturo de Córdoba.

Necesito dinero

D. Miguel Zacarías. I. Pedro Infante.

1951

Cárcel de mujeres

D. Miguel M. Delgado. I. Luís Beristain, Katy Jurado, Miroslava, Tito Junco.

¡Ahí viene Martín Corona!

D. Miguel Zacarías. I. Pedro Infante, José Pulido.

¡Vuelve Martín Corona!

El enamorado

D. Miguel Zacarías. I. Pedro Infante, José Pulido.

1952

Ella, Lucifer y yo

D. Miguel Morayra. I. Abel Salazar, Carlos López Moctezuma.

Yo soy gallo dondequiera

Jimmy

D. Roberto Rodríguez. I. Joaquín Cordero, Julio Villareal.

1953

Piel canela

D. Juan J. Ortega. I. Manuel Fábregas, Ramón Gay.

1954

¿Por qué no me quieres?

D. Chano Urueta. I. Raúl Martínez, Agustín Lara.

Se solicitan modelos

D. Chano Urueta. I. Domingo Soler, Chula Prieto.

Frente al pecado de ayer

Cuando se quiere de veras

D. Juan J. Ortega. I. Alberto González, Andrés Soler.

Yo no creo en los hombres

D. Juan J. Ortega. I. Roberto Cañedo, Emperatriz Carbajal.

La ambiciosa

Donde el círculo termina

D. Alfredo Crevenna. I. Raúl Ramírez, Nadia de Haro, Jorge Martínez de Hoyos.


Veracruz.

Etapa de Hollywood

1954

Veracruz

D. Robert Aldrich. I. Gary Cooper, Burt Lancaster, Denise Darcel, César Romero, George Macready, Ernest Borgnine, Charles Bronson.

1955

Serenade

Dos pasiones y un amor

D. Anthony Mann. I. Mario Lanza, Joan Fontaine, Vincent Price.

1957

Run of the Arrow

Yuma

D. Samuel Fuller. I. Rod Steiger, Ralph Meeker, Brian Keith, Charles Bronson.

Etapa dorada

1957

El último cuplé

D. Juan de Orduña. I. Alfredo Mayo, Armando Calvo, Enrique Vera, José Moreno.

1958

La violetera

D. Luís César Amadori. I. Ana Mariscal, Raf Vallone, Frank Villard.

1959

Carmen, la de Ronda

D. Tulio Demicheli. I. Maurice Ronet, Jorge Mistral, Amadeo Nazzari.

1960

Mi último tango

D. Luís César Amadori. I. Isabel Garcés, Maurice Ronet, Milo Quesada.

1961

Pecado de amor

D. Luís César Amadori. I. Reginald Kernan, Rafael Alonso, Mario Girotti.

1962

La bella Lola

D. Alfonso Balcázar. I. Germán Cobos, Antonio Cifariello, Frank Villard.

La reina del Chantecler

D. Rafael Gil. I. Luigi Giuliani, Alberto de Mendoza, Gerard Tichy.

1963

Samba

D. Rafael Gil. I. Fosco Giachetti, Leonardo Vilar, Marc Michel, Zeni Pereira.

Noches de Casablanca

D. Henri Decoin. I. Maurice Ronet, Franco Fabrizi, Leo Anchoriz.

1965

La dama de Beirut

D. Ladislao Vajda. I. Ferdinand Gravey, Giancarlo del Duca, Magali Noël.

1966

La mujer perdida

D. Tulio Demicheli. I. Massimo Serato, Giancarlo del Duca, Antonio Ferrandis.

1968

Tuset Street

D. Luís Marquina. I. Teresa Gimpera, Patrick Bauchau, Emma Beltrán.

1969

Esa mujer

D. Mario Camus. I. Ivan Rassimov, Hugo Blanco, Cándida Losada, Marcela Yurfa, William Layton, Carlos Otero.

1971

Varietés

D. Juan Antonio Bardem. I. Chris Avram, Vicente Parra, Trini Alonso, Emilio Laguna, Antonio Ferrandis, Miguel del Castillo.

1974

Cinco almohadas para una noche

D. Pedro Lazaga. I. Craig Hill, Manuel Zarzo, Rafael Arcos.

1975

Canciones de nuestra vida

D. Eduardo Manzanos. I. Imperio Argentina, Carmen Sevilla.

 

SARITÍSIMA

Querida Sara Montiel, antes llamada María Antonia Abad Fernández, natural de Criptana y española universal:

Desde que supe que en la última decena de enero te iban a hacer un homenaje en Madrid, vi que mi carta habitual de CINE Y MÁS tenía que ser para ti. Empiezo reconociendo que, pese a mi predilección por los nombres de pila bautismal, en tu caso no se te puede llamar más que por el de cine que, al fin y al cabo, no está nada mal puesto. El otro, ese tercero de Saritísima que he escrito a la cabeza y actualmente muy usado, ya me parece una exageración. No sé quién ni cuándo te lo inventó, pero ya lo vi, entre tres admiraciones, en la hoja de lanzamiento de La reina del Chantecler, nada menos que en 1963. Y creo que, al fin y al cabo, tampoco te va mal al extraño superlativo, hiperbólico como tú, singular e inalienable, desbordado hasta tener posibles interpretaciones despectivas y resonancias lejanas. ¿No eres tú una mujer lejana y despectiva, siempre subida en el podio de las pequeñas diosas prefabricadas que se aíslan con joyas y pieles, con luces y soslayos, pese a una humanidad sana y pueblerina que se te escapa al menor descuido? Tengo la sensación de que el éxito, el dinero y los homenajes publicitarios de fenómeno público cotizable, han cambiado tu piel y tu paso y no vas donde quieres sino donde te llevan los intereses o quién sabe si tú misma, Sara Montiel Pigmalión de María Antonia Abad.

Lo pensaba la otra noche de esa tu última fiesta, en el vestíbulo del Capitol, por donde pasaste con media sonrisa y con flexibilidad hierática, si así puede decirse. Alguien comentaba a mi lado tu belleza diseñada y me descubría que tienes mal genio y que hablas a tacos y barrancas, que tienes un feroz vocabulario cuando te enfadas. No lo sé, porque en vosotras, las actrices que llegáis a mitos, leyenda y realidad forman una cosa híbrida, más valiosa para la exportación que para el diálogo.

Me fijé en otra cosa: las mujeres, sobre todo las del “pueblo”, que se apiñaban en fría acera de la Gran Vía, te admiraban más que los hombres (salvo cuando cantas, con la voz dormida y el cuerpo despierto) y no creo que fuera por la carga de brillantes que vas luciendo, a juego con tu figura tallada y luminosa, para estas ocasiones. En verdad que era un espectáculo verte y ver a quienes te miraban: el cine, la revista, los discos, se olvidan al contemplarte porque eres, al menos por fuera, mujer total, quizá totalitaria y absorbente. Es viejo el fenómeno, bien conocido por los productores, de que en tus películas lo que interesa es Sara Montiel y lo que se ve es la estrella y no la actriz, la mujer superlativa que canta o que va a cantar, nacida de El último cuplé, mantenida con una gran fe en ti misma y con una seguridad contagiosa en esa condición gratuita de estrella.

Daría algo por verte en tu casa, los pómulos limpios, charlando de menor a menor con tus hijos elegidos, sin temor a los flashes ni a los teleobjetivos y sin redactor de memorias al lado, sin regidor que te apunte, espontánea y natural como esa mujer manchega que con tanto amor habla a veces de su madre. ¿Cómo eres, Sara Montiel? He leído cosas tuyas y sobre ti y no he conseguido averiguarlo, porque a veces son contradictorias o insuficientes. Te hablo como cualquier “espectadora” de tus apariciones en público o lectora de revistas del corazón, en las que ni siquiera tienes la fluidez de otras mujeres de similar nivel que por ellas pasan. El caso es que tampoco te llamaría esfinge. Perdona que no te comprenda: sin duda es culpa mía, pero te veo actuar y no vivir. Creo que provocas más admiración que adhesión, más curiosidad que interés. Me rindo a la evidencia de unas cualidades que han dado la vuelta al mundo y no renuncio a la parte que me toca de la Sara nacional. Y te lo agradezco. Pero prefiero imaginarte sin fotógrafos y sin taquígrafos. Es decir: una Sara Montiel que no se ha olvidado de que antes se llamó María Antonia Abad.

 

Elisa Garrido


EL RECORTE CCCLXXVII

La propia Sara hacía un repaso de su vida en la revista Magazine para la periodista Nieves Herrero. Fue el domingo, 28 de junio de 2009.


PROTAGONISTAS A SOLAS

CON NIEVES HERRERO

24

Sara Montiel

“Me encuentro en mi decadencia. Naces y mueres, ésa es la realidad”

Fotografía de Luís Malibrán


“Seve no se me va nunca de la memoria”

Ni tan siquiera cuando estaba casada con Pepe (Tous). Es más, mi marido sabía que yo no podía olvidarle. Al quedarnos ambos viudos, casi nos volvemos a encontrar…”. Sara Montiel insiste en su amor por Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología en el año 59. Parece obviar las críticas de sus descendientes por airear aquel romance. Su nombre sale de su boca, a la vez que una nube de humo del puro habano que se está fumando. Fuma, espera y habla de la persona que ha presidido los recuerdos de su intensa existencia. “He tenido muchos hombres. Y muy buenos. No puedo decir quién ha sido el hombre de mi vida, pero sí el que más me llenó. Ése fue Seve”.

La sensualidad de María Antonia Abad, aquella adolescente que abandonó Campo de Criptana hace ya muchos años, sigue intacta. No resulta difícil imaginarla, como ella relata, junto al autor y empresario teatral Miguel Mihura. “El hombre joven no me va. Me gusta mirarlo y ser su amiga, pero no me atrae. Miguel me llevaba 24 años. Yo tenía 17 y él 41. Estaba convencida de que nos casaríamos al cumplir los 20 años, pero luego él no quiso. Se sentía muy mayor. Yo lo hubiera hecho locamente enamorada”, admite.

Demasiado fuerte para aquella sociedad que un hombre maduro se enamorara de una adolescente. Insiste en que algo parecido le pasó con Severo Ochoa. “Cuando le conocí, Seve tenía 46 años y yo, 23. También Anthony Mann, mi primer marido, me llevaba 22 años. Yo he tenido siempre amores muy mayores, menos Pepe (Tous), al que yo sacaba seis años. Y también él último, el cubano”. Bien sabe Sara que Tony, el cubano, le robó el glamour, por no entrar en más detalles, y sin embargo, no le guarda rencor. Curioso. “Tony no me ha hecho nada. Nos casamos, y al mes ya estaba pidiendo el divorcio. Le engañó un sinvergüenza para que hablara mal de mí. Me llamó arrepentido y su madre también. No es mal chico. No me robó ni un duro y te diré que nadie me ha admirado tanto como él”.

PARSIMONÍA LABIAL. Sara se regodea en cada frase, saborea las palabras. En el amor sigue siendo “soñadora, visceral y vitalista. Aunque me han hecho daño, lo he podido superar y me he vuelto a enamorar”, reconoce. Ahora vuelve a rondar su corazón el actor italiano Giancarlo Viola, quien lleva tres años esperando el sí quiero de la manchega. “Si no tuviera alguien a quien querer, no estaría motivada”, detalla.

Cual diva, se comporta como las grandes estrellas de Hollywood. Tiene un toque misterioso, de artista. Quizás por eso, no sabe qué es un supermercado, ni cuánto vale un kilo de patatas. Igual que uno no se podría imaginar a Bette David en la cola del súper, a Sara tampoco. “No lo he pisado jamás. No es mi sitio. Soy Sara Montiel y no voy”. Ni tan siquiera se compra los cohíbas que se fuma. Se los consigue su fiel Ana. “Las estrellas se han perdido. Antes se rodeaban de misterio y no estaban tan expuestas como hoy. Después de 50 años, yo sigo esperando que salga alguien como yo”.

La actriz tiene su cabeza y su casa llena de recuerdos, de objetos, pinturas… Un jarrón chino descomunal y muchas fotos que le recuerdan su origen. “Mi padre, Isidoro, no tenía una buena posición y al quedarse viudo comenzó a trabajar en todo lo que podía. A los 11 meses de enviudar, con tres hijos a su cargo, se casó con mi madre”. Y así se presentó en casa de su abuela. “Ella les dijo que no quería más hijos en casa, que no había dinero para darles de comer. Pasaron tres años, y cuando mi madre se quedó embarazada, la llevó a abortar. Pero aquel aborto no se consumó y yo seguí para adelante. Te puedes imaginar que tenga motivos suficientes como para estar en contra de la interrupción del embarazo”.

VENÍAN GEMELAS… Sara vino a este mundo de nalgas en un parto muy duro. “Pesé siete kilos y tengo que decir que soy persona desde la primera falta de mi madre (alude a la polémica frase de la ministra Bibiana Aído sobre el principio del ser humano). Ahí empezó mi vida”. Así fue como nació María Antonia Alejandra Vicenta Isidora Elpidia, contra todo pronóstico. “Nací con dos placentas. Por lo que se ve, mi madre iba a tener gemelos”.

No quiso ninguno de sus seis nombres para emprender el camino hacia la fama. Pensó en la madre de la abuela Ángela y en los campos manchegos de Montiel. Con Sara Montiel, Saritísima durante mucho tiempo, sí ocurrió la excepción. “Me siento profeta en mi tierra y eso es difícil porque la envidia cunde mucho en nuestro país”, asevera.

Con pseudónimo y determinación, abrió un camino hasta entonces cerrado para los actores españoles. “Me fui a América hace 50 años. Hasta entonces, no había aparecido nadie. En primer lugar, me fui a México para triunfar. En España, se hacía un cine muy pobre”, opina.

Sara soñaba con ser actriz, como Ingrid Bergman o como su admirada Rita Hayworth: “Me colé en el cine una y mil veces para ver Gilda”. En sus anhelos, tenía que triunfar como aquella pelirroja, de origen español, que formó un escándalo simplemente por quitarse un guante. Nada más llegar a México, se fijó en ella el productor Miguel Zacarías. Firmó un contrato para tres películas… Y finalmente rodó 19. La Warner quiso contratarla y llevársela a Estados Unidos. Su sueño estaba a punto de hacerse realidad: le brindaban ser la nueva Rita Hayworth. “Después de ofrecerme un contrato de siete años, no quise firmar. En esos siete años no podía casarme, no podía viajar, no podía salir del país sin su permiso… Y yo tenía 23 años y ya conocía a Severo Ochoa. Yo era una mente libre y a mí siete años me parecían siete siglos. Ya ves, hoy pienso que se me habrían pasado volando”.

La Montiel vuelve a encender el puro que se le ha apagado entre los dedos. Se queda pensativa. Continúa. “Después de cinco años de no ver a la familia, regresamos a España y fue cuando me ofrecieron El último cuplé. Ya no volvía a Hollywood. Había firmado un contrato para hacer 12 películas a un millón de dólares cada una”, rememora. 


EN MALLORCA. Sara y su marido, fallecido en 1992, con sus hijos Thais y Zeus, en los 80.

Atrás quedó su matrimonio con Anthony Mann, y atrás quedaron las comidas con Greta Garbo o con Audrey Hepburn, que vivía “unas casas más arriba de la mía”. Atrás quedaba su amistad con John Wayne y con James Dean “que se mató porque no veía ni torta y ese día no se puso las gafas para conducir. Fue un accidente”. Hasta el gran Marlon Brando “fue a casa alguna vez para que le hiciera unos huevos fritos y un café. Yo le gustaba mucho”. Mientras España suspiraba por aquellas estrellas, Sara compartía el firmamento con ellas y las enamoraba. Algunos besos tórridos de película, reconoce que no fueron ficticios “algunos me los robaron”.

Fue una adelantada a su tiempo. En la forma de vestir, de hablar, hasta de mirar. Nunca ha tenido mentalidad española. “Jamás. Yo nací así. Siempre pensé en viajar, salir del país”. Tampoco fue normal que le enseñaran a leer León Felipe y Miguel Mihura o que conociera en la cárcel de Orihuela a Miguel Hernández, “que era amigo de mi padre y le llevábamos comida y medicinas porque estaba tuberculoso”. Nada es normal en la voluptuosa Sara, quien con 28 años se convertía en la mujer más deseada. “Lo mío fue un boom que no se había conocido jamás en Europa…”, asegura la heredera natural de la cupletista Raquel Meller. “Fui su relevo. Estuvo cantando fuera de España y llegó a ser primerísima figura. Ella estrenó La violetera, El relicario, Fumando espero… Fue famosa en todo el mundo saliendo de un pueblo de Aragón. Apenas hizo cine. Tuvo su caída, como todas las estrellas. Yo ya me encuentro en mi decadencia. Naces y mueres, ésa es la realidad. Si tienes la suerte de cumplir muchos años, pues mejor”.

Pese a la edad, ella es única hasta para ir al gimnasio. “Voy con mi chándal maravilloso y mis zapatillas de brillantes. Yo soy doña brillantes”, confiesa. Se mueve con agilidad, se le nota las horas que pasa encima de la bicicleta. “Mientras pedaleo, canturreo mis canciones”. Un espectáculo gratuito para quienes comparten sala con ella. “Yo era una mujer de caerse de espaldas. Empecé a maquillarme de vieja, pero yo con 20 0 25 años era muy bonita”, se pavonea.

Sabe que despierta furor entre travestis y homosexuales. “Después de mis estrenos, me iba a la Dirección General de Seguridad a sacar de allí a todos los gays que habían sido detenidos por ir vestidos y peinados como yo. Me daba pena que fueran a la cárcel por querer ser como yo”. Y no tiene ningún pudor en tomar el sol a lo Marylin, “desnuda completamente”. Aunque no oculta su alianza con la cirugía estética, su secreto de belleza está “en el agua y el jabón”.

A DÍA DE HOY. “El presente lo tengo guapísimo al lado de mis hijos y con mis actuaciones, donde congrego a 4.000 personas cada vez que canto”. Cuando llegaros sus niños, se acabaron sus frustraciones por querer ser madre. “Estoy feliz con ellos. Thais es abogada, aunque no ejerce. Y Zeus sigue mis pasos como artista. Los dos se parecen a mí. Uno en mi profesión, y Thais, en el genio y en que es muy decidida”.

Ha sido difícil hacer en estos años de madre y de padre. Pepe Tous murió en 1992, cuando Zeus tenía 9 años y la niña 13. “Fue duro, y lo sigue siendo porque las decisiones las tengo que tomar yo sola”. Les ha enseñado a “ser buena gente” y a ganarse la vida por sí mismos: “No quieren ser los hijos de Sara Montiel. Se lo curran solos”.

Este verano no va a viajar. “Quiero estar cerca cuando mi hijo grabe su disco”. ¿Y el amor? “Yo no quiero casarme, ni cuarta, ni quinta boda, nada. Estoy bien así”. Sara da una última calada e inunda de humo la sala. A pesar de lo sensual que aparece, exhibe gestos masculinos: “Llevo fumando puros toda mi vida. Y de hombre no tengo nada, ni una uña. Maricona sí, pero hombre no. Lo que ocurre es que tengo carácter y una forma de ser… muy amplia”.


LA FOTO CCCLXXVII 


Fotografiada por Eguiguren a finales de los '80.

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