ANALES DEL CINE ESPAÑOL
SARA MONTIEL
Este
trabajo ha sido realizado por el Centro Español de Estudios Cinematográficos,
dando continuidad a varios textos de diversas fechas y autores, mezclados con
textos propios. El comentario sobre La violetera y la coordinación general son
de Pascual Cebollada.
El día 25 de enero
último se dedicó en Madrid un homenaje a Sara Montiel, la estrella más famosa
de la cinematografía hispana y una de las más queridas de la cinematografía
mundial, cuya justificación no es preciso explicar. Con motivo de la celebración
del mismo se repuso la película La violetera, su segundo gran éxito, después de
El último cuplé. CINE Y MÁS suma sus simpatías al mismo dedicando en sus Anales
del Cine Español una retrospectiva humana y artística de esta actriz.
Como
un prólogo
Claro que estaba
previsto; Sara Montiel está en la lista de figuras que pretendemos pasen por
estos anales. Y aunque hoy hablemos de ella, por razones de actualidad, no se
descarta que vuelva más adelante, en una especie de apéndice que habrá que
añadir a estos ensayos iniciales para completar ambientes, retratos y
documentación. Pero había que aprovechar una conferencia de prensa y un
homenaje que en el “preestreno” de La
violetera se convertiría también en fiesta al borde de una sala de la Gran
Vía madrileña, como un flash colorista de retroceso en el tiempo.
Una larga conversación
de preguntas y respuestas ordenadas y directas, entre la crítica, la nostalgia
y el cotilleo anecdótico con Sara Montiel tienen que ser de lo más atractivo.
Verla y escucharla en su ambiente, en su vida actual y en sus recuerdos, con
personajes a flor de anecdotario, sabemos ya que es algo insólito, como unas
nuevas memorias suscitadas a punta de intención. Pero el oportunismo noticiable
se ha impuesto y aquí la traemos.
Con permiso de Elisa
Garrido cambiamos de espacio su carta y la convertimos en un testimonio más que
ayude a dar una imagen lo más aproximada posible de Sara Montiel. Se unen a su
comentario los que hemos extraído de entrevistas y artículos de ajena
precedencia: las fuentes son ABC, El Alcázar, Pueblo, H.D., Tiempo, Ya, etc., y
los nombres de Vicente Antonio Pineda, José Vara Finez, Salvador Cayol, J.M.
Amiliba, Pio G.V., J.M. Plaza, Luís Sánchez Bardón, Hebreo San Martín, Luisa
María Soto, Ángeles Velasco, Carmen Rigalt, C. Palomar y otros, con sus
trabajos y entrevistas, contribuirán a dar a Sara Montiel una idea más completa
y fiel de la que puedan ofrecer sus apariciones en público.
En
un lugar de la Mancha
María Antonia Alejandra
Vicenta Isidora Elpidia Abad Fernández nació el 10 de marzo de 1928 en Campo de
Criptana (Ciudad Real), de una familia modesta que, siendo ella muy niña, hubo
de trasladarse a Orihuela (Alicante) donde, en el Colegio de las Dominicas de
Jesús y María, recibió algunas enseñanzas. ¿Algunas? Andando los años, le
preguntaría más de una vez por eso y por su cultura:
-¿Cuántos
años fuiste a la escuela?
-Ninguno.
La escuela estaba muy difícil para los pobres, y nosotros no teníamos ni una
perra.
Quizá presumir de
pobre, para los que ya tienen dinero, sea un lujo. Sara no se conforma con esta
contestación y rápidamente exige más del recuerdo:
-Mi
hermana y yo íbamos a robar patatas para poder comer. En casa me tocaba leerle
el periódico a mi padre. De esta forma, poco a poco aprendí a leer. Pero, ¿sabes?,
la vida me ha enseñado muchísimo, tanto como las escuelas.
-¿Sabes
algo de Pérez Galdós?
-Claro
que sí. Le he leído.
-¿Autores
preferidos?
-Unamuno,
Miguel Hernández.
-¿Músicos?
-Beethoven.
Después, Chopin.
-¿Qué
ciencias te interesan?
-La medicina.
Y el psicoanálisis. Admiro a Freud.
Creo
que tienes una gran frustración y es no haber podido ir a la Universidad.
-Ahí me
ha cogido en mi punto débil. Yo tengo complejo no sólo de no haber ido a la
Universidad, sino también de no haber ido a un colegio normal, porque en la
época de Franco no podíamos ir a la escuela, porque no las había, y mi padre no
podía pagar un colegio de pago. Empecé a leer con casi veinte años y a esa edad
no se asimilan las cosas. Tenía talento, pero no posibilidades para
demostrarlo. Es la vida la que me ha ido enseñando y la he ido absorbiendo con
mi inteligencia natural.
-Creo,
además, que esto te ha hecho pasar una de las mayores vergüenzas de tu vida.
-Exacto.
Cuando estrenamos La violetera, en el
año 1958, en Caracas, yo tuve que escribir unas cosas para el público y puse
hispanidad sin hache. Yo creo que ha sido la mayor vergüenza de mi vida.
Empieza
el cine
-Para el
cine nací a los catorce. Pero ya antes iba a intervenir en una película que no
se realizó. Había quedado finalista en un concurso en Cifesa; gané el premio y
circularon muchos retratos míos… más la película no se hizo. Sin embargo,
aquellos retratos los vio Herreros y me propuso para un film que iba a
emprender Filmófono.
-¿Quiere
eso decir que en Herreros hallaste tu primer impulso artístico?
-Es
decisivo, posiblemente. También recuerdo la eficaz ayuda que me prestó don
Julio Sacristán y aquel interés con que Casanova me propuso un contrato para
tres años, por haberme oído cantar una saeta durante el desfile de una de las
procesiones de Semana Santa. Mis padres dieron un permiso notarial y estuve
estudiando declamación en el Conservatorio, con doña Anita Martos. Pero
enseguida me puse a trabajar. Empecé en doblaje también. Me interesaba el cine
y el teatro sobre todo. Desde muy chica me hacía yo mis decorados. Era muy
mañosa: sé cortar y sé coser. Entonces, a finales del 44, interpreté un pequeño
papel de colegiala en Te quiero para mí, de
Ladislao Vajda, y luego Empezó en boda,
con Fernando Fernán Gómez.
En Te quiero para mí (basada en “Mi novio, el emperador”, de Luisa
María de Linares) se le asigna el noveno papel del reparto por orden de
importancia. Como su nombre real le parece al director poco apropiado, le elige
el de María Alejandra.
Para la segunda
película, Enrique Herreros le hace cortar las trenzas que aún llevaba y le da
un nombre nuevo: Sara, porque así se llamaba su abuela, y Montiel por los
campos quijotescos de la Mancha en que había nacido. Su ascensión en el cine es
rápida. Sáenz de Heredia la lleva a Bambú
(1945), Mariona Rebull (1947) y La mies es mucha (1948). El protagonismo
en Empezó en boda, película trivial y
vulgar, compartido con Fernando Fernán Gómez, fue un espaldarazo decisivo para
Sara Montiel que, en 1947, tendría la alegría de encarnar a un personaje
manchego, la sobrina de Don Quijote en la película de Rafael Gil. Y al año
siguiente, Locura de amor, un enorme
éxito en España y América, en la que hace el personaje de Aldara, motivo de
celos para doña Juana; don Felipe es Fernando Rey.
-¿Por
qué estás estudiando inglés y árabe?
-Porque
hago las tres versiones de Aquel hombre
de Tánger, y en Hollywood no admiten el doblaje.
-¿Es
que vas a trabajar en Hollywood?
-Fueron
representantes de la Paramount y de la Medtro-Goldwyn-Mayer para contratarme. Lo
más seguro es que haga una película para la Metro cedida por mi productora.
También Selnitz me ha solicitado para otra, que se hará en octubre próximo.
El diálogo es de 1950.
Donde Sarita va ese año es a México. Apenas llega, la eligen reina de las fiestas
de la primavera. Total, trece películas en los estudios mexicanos y tres en
Hollywood. Burt Lancaster, que la había visto en Locura de amor, la eligió para hacer de india en Veracruz, junto a él y a Gary Cooper. Su
segunda es Dos pasiones y un amor, dirigida
por Anthony Mann, con quien estaría siete años casada.
Hollywood
-Guardo
muy buenos recuerdos de mi estancia en la Meca del cine.
-¿Por
qué?
-En sus
estudios cinematográficos realicé Veracruz, con el malogrado Gary Cooper. Dicen
que esa cinta fue, artísticamente, mi revelación. Para mí también lo fue, que
conste. Jamás supuse que pudiera codearme con artistas de fama universal, y que
pudiera salir bastante lúcida, al parecer, de la prueba.
-Gary
Cooper.
-Un
“fuera de serie”.
-¿Opinó
él de ti?
-Casi ni
lo sé. Cada uno realizaba su trabajo y en paz. Me dijeron, no obstante, que
alababa mi gentileza –Dios se lo tenga en cuenta-, y aseguraba que era “una
señora buenísima”.
-¿Dejó
huella en Hollywood?
-Puede
que haya muchos que no lo crean, pero no lo echo de menos, en absoluto. A
algunos, vivir en Beverly Hills les volvería tarumba. A mí me dejó tal cual.
-¿Los
añoras?
-Estéticamente,
para mí fue importante. Me consagró, en definitiva, ante el cine, pero nada
más. Por otra parte, vuelvo con frecuencia a Nueva York para presenciar los
principales estrenos cinematográficos, desfile de modelos, etc., porque esto
siempre ayuda en la comprensión artística.
El 26 de diciembre de
1956, regresa con su madre a Madrid. Juan de Orduña le confía el papel
principal de El último cuplé,
pensando, en principio, que ella actúe y sea Concha Piquer la que cante. Sara
ya había cantado antes en algunas películas y el maestro Solano había
descubierto en ella –al interpretar el viejo cuplé “Nena”- una picante gracia
moderna. Fue uno de los grandes resortes del triunfo: la confirmación de la
actriz y trescientos veintitrés días en el cine Rialto de Madrid. Enseguida, el
otro gran éxito de La violetera, los
dos que ya no se superarían en su carrera. Galas, televisión, discos y premios
en España y en toda Hispanoamérica.
Hacer
cine en España
Alfonso Sánchez
escribiría entonces:
Los
cuplés y Sara Montiel dan dinero a todo el mundo, salvo a Juan de Orduña, que
los descubrió. Tal vez sea castigo a las consecuencias que ha provocado. El
fenómeno sociológico o, sin tantas pretensiones, meramente cinematográfico de
los cuplés ha creado una gran estrella: Sara Montiel. Nuestro cine, tan
necesitado de un público incondicional, ha encontrado, al menos, una estrella
cuyo nombre es eficaz banderín de enganche en la taquilla. Que el cine la
explote, me parece ineludible. Recibo las invitaciones para ver Carmen,
la de Ronda casi al mismo tiempo que la
convocatoria para participar en un congreso sobre el cine en color y los
problemas económicos de nuestro cine. Si es que en nuestro cine no hay
cuestiones más importantes que tratar, me quedo con Sara Montiel.
-¿Ha
existido algún eclipse en tu carrera? – le preguntarían luego.
-Varios.
Uno, cuando me negué a hacer Los
guerrilleros de Villa. Entablé pleito, que llegó al Supremo. Entonces,
Cesáreo González me pidió que lo retirase y de ahí partieron Tuset Street y Esa mujer.
-Sin
embargo, en Tuset Street, creo que saliste regañada con el director y hubo que cambiarlo.
-Ese ha
sido un suceso que ya tengo olvidado y del que no me gusta hablar, pero debo
decir, para aclarar conceptos, que fue la firma productora quien le dijo al
señor Grau que lo que interesaba era una película con Sara Montiel y no con la
arquitectura y tipismo de una calle, por muy “graciosa” que ésta fuese. Ahí
empezó todo y ese fue el motivo principal que aconsejó –de común acuerdo con el
señor Grau- el cambio de director. Por lo demás, repito, es un asunto olvidado
y que no deseo remover.
-Dicen
que los directores de cine te tienen miedo.
-¿Miedo?
He trabajado con Bardem, que es el director más duro en España. Y yo le elegí
para hacer Varietés y lo impuse
porque decían que si no hacía cine comercial y tal. No hubo ningún roce. Yo
tengo un gran respeto hacia todos los profesionales. Con los únicos con los que
no me entiendo es con los tontos. Y lo malo es que me he encontrado con muchos
y además eran jóvenes y eso tiene difícil remedio.
La verdad es que sus
películas posteriores a La violetera no
le dieron mucha gloria, aunque sí dinero. En 1974 se sintió tentada por la
dirección:
-Ahora me
veo preparada para ser directora. Técnicamente no es que me las sepa todas,
pero sí estoy preparada. Estuve siete años casada con Anthony Mann y con él
hice de script, de montadora, de dobladora, me he leído los guiones, o sea que
de eso puede ser que esté bastante enterada. Algún día dirigiré una película
musical y lo haré muy bien, pero será más adelante, cuando se termine todo este
barullo de juventud, de viveza. Entonces, cuando yo sea más mayor, que vea que
la vida se va para otro lado, entonces quizá dirija cine, porque es algo que lo
llevo en la sangre.
Pero no hubo nada de
nada. En 1987 aún le preguntaban:
-Y
de volver al cine, ¿qué?
-Televisión
quiere que haga un filmado importante y que vuelva al cine, pero lo veo
difícil. Yo dejé el cine hace unos años porque se hacían unas cosas muy raras.
Y me fui al teatro musical, a viajar… Ahora quieren que vuelva y estamos en
conversaciones, y me imagino que si todo sale bien volverá a finales de año o
comienzos del próximo. ¿Ilusión? ¡Claro que me hace! Es volver a mis raíces.
-¿Hablamos
un poco del cine moderno?
-No creo
exactamente en la definición de cine antiguo o moderno, según lo hagan
veteranos o jóvenes, sino en la concreta realidad de cine bueno o malo. Hay
películas de directores veteranos que tienen absoluta actualidad y películas de
jóvenes realizadores que parecen hechas hace muchos años. Lo que sí hay es una
evolución en la técnica narrativa, ajustada a esa propia evolución intelectual
que se ha operado en el público. Ahora bien, dentro del nuevo estilo o forma
que se ha dado al cine, hay directores que llevan su espíritu revolucionario a
extremos de incomprensión para el espectador. A muchos le parece magnífico el
cine de Antonioni, y respeto su opinión, pero a mí Antonioni me cansa. Y esto
podría aplicarlo a otros muchos directores que tratan de hacer un cine
subterráneo, complejo, confuso.
-¿No
crees, entonces, en el cine de minorías?
-Me
parece que la llamada película de minorías es aquella que ha fracasado
comercialmente. No creo que un director que pretenda hacer cine se conforme,
inicialmente, con gustar a ocho espectadores. Su pretensión es gustar
ampliamente, pero no lo consigue; luego, fracasa.
-Tendrá
también sus ídolos.
-Cuando
era jovencita, mi actriz preferida era Ingrid Bergman, y a quien no alcancé a
ver mucho fue a Rita Hayworth. De gente actual me gustan mucho Robert Redford,
Meryl Streep y, musicalmente, Liz Minelli y Barbra Streisand. Hombre, si
hablamos de verdad de cantantes, a mí la que me gusta es Ertha Kitt, que tiene
setenta y tres años y el mayor número de discos vendidos en Estados Unidos.
Pero, de verdad, quien me gusta de verdad, es Frank Sinatara.
CUPLÉS
SIN CINE
Sara Montiel cambió el
cine por los grandes espectáculos escénicos con protagonismo absoluto. Y por
los discos. Canta, y canta sobre todo cuplés.
-A los
quince años cambié la forma de cantar. En la época aquella se gritaba mucho, y
entonces llegué yo cantando muy normal, una voz muy pequeña, pero sin
desentonar, porque he nacido con un oído increíblemente fino. Es algo con lo
que se nace, no una virtud que yo tuviera. A esto de la voz hay que añadirle un
tesón, un crecimiento, una seguridad de llegar a ser algo importante.
-¡Cómo no
voy a cantar cosas de El último cuplé!
Eso es Sara Montiel y eso es lo que la gente espera oír desde que rodé la
película. Nadie quería El último cuplé, nadie
quería que yo hiciera la película cantando. Por circunstancias, al final, la
persona que iba a cantar en mi lugar no pudo hacerlo. Canté yo y surgió lo que
surgió, un gordo redondísimo, un clásico como Lo que el viento se llevó.
Hice la
película con veintisiete años. ¡Cómo no iba a estar bien! Pero, aún ahora, sigo
pensando que no ha habido señora como yo –hasta que no se demuestre lo contrario-
implantando un estilo. Yo cantaba hablando casi. Por otra parte, nadie sabía lo
que era el cuplé y yo se lo descubrí. A partir de ahí, no dejé de hacer cine
hasta el año setenta y seis –lo dejé voluntariamente- pagándome lo que pedía:
treinta y seis millones por película, más el veinticinco por ciento de los
beneficios.
Sara Montiel no atrae
tanto por su cine como por sus canciones y más aún por ella misma. Cómo es
físicamente a la vista está. Contestaba en 1964:
-Dicen
por ahí muchas cosas de mí. Y, a veces, me irrita que no me dejen tranquila.
Por ejemplo, cuando me preguntan con rintintín: -¿Qué haces para conservarte tan bien? Yo estoy tentada a
contestar: “Pues tener treinta años estupendos”. Y serán estupendos mis
cuarenta. Y los cincuenta. Porque yo nací estupenda…
Y en 1974:
-Mira, si
te digo la verdad, yo no sé si soy sexy o no, porque de eso los que saben son
los hombres. Yo solamente sé que me miro al espejo y me digo: “Antonia, que
bien estás”.
Y en 1987:
-¿No
te da miedo mirarte al espejo?
-No, yo
soy muy coqueta y me encanta mirarme al espejo. Yo asumo la edad muy bien. Será
que los amores que he tenido siempre han sido hombres mayores que yo o porque
no he tenido nunca complejo de vejez. Porque llevo la vejez muy bien, ¿no? Yo
lo digo siempre y lo repito: si quiere tener arrugas tengo que pintármelas.
AMORES
COMO CATARROS
Y ¿qué ha sido de la
vida amorosa de Sara?
-Dicen
que has tenido tantos amores como catarros.
-Es que
yo llamo a los amores catarros, porque yo soy propensa a cogerlos terribles y
no me los puedo quitar de encima. Pues cada vez que tenía un amante no me lo
podía quitar de encima. Pero sí, he tenido muchos.
-¿Tantos
como María Asquerino?
-No sé
cuántos ha tenido María, pero sé que mi marido está entre ellos. Mi marido
siempre ha tenido buen gusto para todo.
-Aparte
de él, ¿cuál fue el hombre de tu vida?
-Sin duda
alguna, Anthony Mann. Fue importante y decisivo en mi vida, aunque también lo
fue el poeta León Felipe, pero tenía sesenta y cinco años cuando le conocí. Le
quería como a un padre, pero él se enamoró de mí como una fiera. Yo creo que
fui su último tren.
Me
enamoré de Miguel Mihura, un hombre maravilloso, pero mi amor fue platónico,
porque yo no sabía lo que era el amor ni nada hasta que no fui mayor y me di
más cuenta. Después conocí a mucha gente importante, porque he viajado y me he
pasado la mayor parte de los años, entre los dieciocho y los treinta y cinco o
treinta y seis, fuera de España. Que me haya enamorado o no, pues a lo mejor he
dicho: “¡Qué hombre más maravilloso, estoy enamorada de él!”, pero sabiendo que
no podríamos convivir, ¿me explico? De esto sí que he tenido varias gentes muy
importantes. Hay dos premios Nobel, por ejemplo, que, desde luego, pues sí, con
uno al menos me podría haber casado perfectamente, pero como me conocía, porque
siempre me he conocido desde muy chica y sabía la meta a la que quería llegar,
pues supe que con este hombre sería imposible. Era un premio Nobel científico,
pero no voy a dar nombres, porque es una vida muy íntima mía.
-Y
después de tantos años, ¿qué has dejado por hacer?
-¿Yo?
Nada. He tenido tres maridos. ¡Y lo que me callo!... Tengo dos hijos, que son
el Súmmum para mí. Sigo llamándome Sara Montiel después de El último cuplé, sigo siendo famosa y llenando los teatros. No, no
he dejado nada por hacer.
-Tres
maridos. ¿Qué opinas del matrimonio?
-Si una
pareja se lleva bien, deben casarse. Y una vez casados, estar con sus hijos. Si
se llevan mal, mejor es que se separen. Pepe Tous y yo nos hemos casado después
de estar diez años juntos y poder dar así nuestros apellidos a nuestros hijos.
UNAS
PREGUNTAS SERIAS
El matrimonio, la
separación. Esto podría dar pie para preguntar por algún aspecto fundamental de
la persona y de sus criterios.
-¿Qué
piensas del aborto tú, que te has visto obligada a adoptar?
-No lo
admito, estoy en contra. Me parece bien que se utilicen métodos
anticonceptivos, pero ni siquiera por una violación estoy de acuerdo con el
aborto.
-¿Qué
opinas de la pena de muerte?
-Es
horrorosa.
-¿Qué
es la vida para ti?
-Amor.
-¿Qué
enfermedad temes más’
-La que
sea más lenta, porque hace sufrir a los demás.
-¿La
muerte?
-No la
temo. Cuando nos vamos, algo queda en los demás. Frecuentemente visito a mi
madre en el cementerio y hablo con ella. Yo soy profundamente religiosa, aunque
también tengo mis ideas sobre la religión.
Son ideas chocantes y,
a veces, también las prácticas parecen contradictorias. Decía un comentarista:
Reacios a toda
ingerencia religiosa, desde niños y aún más desde adultos, alarmados por la
hipocresía reinante en la Curia, nunca han querido doblegarse, ni siquiera ante
la pequeña Thais, con una historia fiel a los audaces pasos dados por Sara a lo
largo de su vida.
-La niña
no es adoptada, sino legítima. Así lo decretaros las leyes de Brasil, de manera
que recibió mi apellido de soltera. Cuando me casé con Pepe –para regalarle una
legalidad completa a la criatura- fue una decisión conjunta y ciertamente
civil. Nada de curas en la boda. Lo mismo que en mi primer matrimonio, a los
veintisiete años: ningún lazo con la religión, aunque sí con Dios, que está con
nosotros en cuerpo y alma, sin intermediarios.
Pero en el segundo
matrimonio sí que hubo curas. La boda se celebró en la iglesia española de
Montserrat, de Roma. La contaba el cronista de “Ya”:
En lugar destacado del
presbiterio asistieron a la ceremonia el embajador de España ante el Quirinal,
don Alfredo Sánchez Bella, y su esposa. Antes de comenzar la misa, en la que
comulgaron los novios, don Justo Pérez de Urbel, que ha venido a Roma
exclusivamente para celebrar esta boda, dirigió a los novios una sentida
plática. Durante la ceremonia, el coro de la iglesia interpretó, entre otras,
el “Ave María” de Vitoria.
Terminada la
ceremonia, Sarita Montiel acudió a la tumba de don Alfonso XIII, ante la que
depositó su ramo de novia. En unión de su esposo, Vicente Ramírez Olalla, se
dirigió a toda prisa al Vaticano para ser recibida en audiencia privada por el
Padre Santo. Más de diez minutos ha durado la paternal conversación sostenida
por el Pontífice con los recién casados. Audiencia emotiva, en la que el Padre
Santo ha preguntado a la actriz si no iba a interpretar el papel de
protagonista de una película dedicada a la que fue famosa actriz Luisa
Lavalliere, que acabó sus días entregada a la religión.
El Papa, que despidió
a sus visitantes con la bendición apostólica, donó a Sarita Montiel un preciado
rosario de plata y a su esposo una medalla del pontificado.
Abundan las contradicciones.
-Tengo
entendido que tienes miedo a Dios y al cáncer.
-¿Miedo
yo? Eso es una exageración. Creo en Dios y en esa creencia educo a mis hijos.
Temo al cáncer y a otras muchas enfermedades, pero me preocupa aún más la
droga, que es un cáncer que va a más y de forma irreparable. El cáncer en sí
llegará algún día a curarse, como ha ocurrido con otras enfermedades
desconocidas.
-¿Cómo
te definirías políticamente?
-Socialdemócrata.
Me gusta la democracia y la justicia social.
LA
POLÍTICA
Así podríamos entrar en
la política que, como sus opiniones religiosas, han provocado polémicas y algún
que otro diálogo escrito violento.
Decía un periódico en
junio de 1975: “Milagro: a Sara Montiel se le ha aparecido don Karl Marx
montado en un caballo blanco y gritando ¡Socialismo y cierra España!”.
Todo empezó –comentaba
luego una revista con una entrevista de Francisco Umbral en “Blanco y Negro”
del 31 de mayo. En ella –sigue el comentario- Sara Montiel, ya en el ocaso de
sus pasados e indudables esplendores corporales, visto que el destape en el
terreno físico ya no parece dar mucho más de sí, se lanza al destape político
con unas declaraciones en las que –desde su condición de mujer del pueblo-
afirma que le gustaría para España un socialismo democrático con justicia y
libertad. Además de ello, hablaba de su amistad con León Felipe -<me quería como una hija>- y con Indalecio
Prieto, que exclamó al ver El último
cuplé que en esa película “había un cacho de mujer”. Todo ello despertó las
ironías –que no las iras- de Pedro Rodríguez en “Arriba” y Marcial Hernández en
“Pueblo”. Entre otras guasas, la acusaban de ponerle cuernos al Régimen,
artística y metafóricamente hablando, claro. Ante ello, Sara se ha creído
obligada a dar fehacientes pruebas de democracia.
De todas esas cosas hay
curiosas acusaciones y confesiones que dejamos al margen. “Ya” insistiría, más
tarde, comentando una frase de Sara. La frase era: -<Ya
era hora de que llegara el cambio>.
Y “Ya” comentaba:
La
de vocaciones para el cambio que se descubren ahora. Debió ser muy duro para
ella actuar bajo el franquismo y en todos estos años de democracia, aunque no
hiciera ascos a trabajar ante quien fuera. De algo podemos estar seguros ahora:
que Sara Montiel no va a cambiar.
Aún más tarde le
preguntarían:
-¿Y
de política cómo andas?
-Pues
aparte del terrorismo, la droga y el paro, creo que estamos en una democracia
maravillosa y en una libertad que espero que no se convierta en libertinaje. A
mí me gusta cómo están gobernando los socialistas y creo que todo no se puede
hacer en un día. Hay que dar tiempo al tiempo. Antes los artistas íbamos al
extranjero avergonzados, pero desde que hay democracia yo voy con la cabeza muy
alta por el mundo.
No es fácil conocer
–sin ese diálogo directo, mano a mano- la verdad sobre Sara. No hay textos
serios sobre ella (Televisión Española pasó, en marzo del 88, Sara Montiel y Anthony Mann en el
espacio “Mujeres para una época”), que sí tiene unas memorias escritas:
-En estas
memorias cuento lo que me ha sucedido a mí, para que me lean los jóvenes,
porque a los cincuenta y cinco años de edad yo puedo enseñar a no cometer
errores en la vida. A las personas que sean de mi edad, de los cuarenta años
para arriba, también les puede interesar. En las memorias cuento mis amoríos,
el mundo político que me tocó vivir, el cine, la canción, mis matrimonios. Las
décadas de los cincuenta y de los sesenta son mías, porque marqué una época en
España y fuera de España.
-Y
cuando te dicen que eres el orgullo de España, ¿cómo te sientes?
-Muy
bien, porque he sido la embajadora de mi país durante muchos años en todo el
mundo: en Japón, en América, en Rusia, recientemente en Francia, y gracias a
Frederick Mitterrand, sobrino del presidente de la República, han pasado por la
televisión un ciclo de películas mías, porque en muchos países conocen el cine
español a través de mis películas. Que me digan que soy el orgullo de España me
llega al alma, muy dentro. Pero yo no creo que el Gobierno tenga que pagarme
por eso, porque yo sí que he sido profeta en mi tierra.
Decía en 1974:
-Yo soy
buena actriz. Siempre estoy luchando con la belleza física para demostrar que
soy buena actriz. Y no he tenido fracasos, porque no hago las películas tan
malas que hace Sofía Loren.
-Prefiero
ser estrella popular, que es lo que soy. Yo soy una artista que se conoce en
Japón, en la Unión Soviética y en los Estados Unidos. En el mundo. Yo me moriré
siendo Sara Montiel, que ni en sueños me podía imaginar que podía llegar tan
lejos. Fíjate que una mujer de Campo de Criptana es conocida hasta en Japón. Yo
creo que eso es muy importante.
NOCHE
DE PLACAS Y VIOLETAS
Reveló Sara Montiel la
noche del 25 de enero que tenía veinte sentidos: Hice la violetera con mis cinco sentidos,
con mis seis, con mis veinte. Capacidad de concentración se llama
esa figura, que se podría confrontar enseguida con la proyección de la
película. De ella se incluye, en este trabajo, un comentario más evocativo que
crítico y nada hay que añadir salvo que uno, mayorcito él, siguió con gusto
acrítico las andanzas de la guapa vendedora de violetas.
El espectáculo había
sido antes de la película. Durante la espera, se ofreció (una buena idea), un
repaso filmográfico de la entonces Sarita, con “trailers” de varios de sus
títulos: imágenes para formarse un criterio sobre la estrella, ya que no sobre
la actriz, con rimbombantes elogios sobre ella y sus personajes, en voces y
comentarios antiguos y viejos. Eso, en la pantalla. La sala estaba media, con
los invitados más tranquilos. El vestíbulo, de empujones, como la calle,
codazos para llegar a la puerta, donde Interflora regalaba violetas (por
cierto, no eran naturales ¿verdad?) a las damas y la Tabacalera (respuesta sumisa
a la política antitabaco de su Gobierno) puros a los caballeros; que la
publicidad, de flores o de humo, reclama derechos, que para eso paga.
Y en esto, cuando ya se
notaba el frío en la espera de la calle y el ambiente ya era gris oscuro en el
vestíbulo, llegó Sara. Vista a unos cuantos metros parecía la de siempre, pero
con más joyas, más economía de gestos y sonrisa menos abierta. ¡Qué quiere
usted!, son los años y su disimulo. Pero, en suma, bien. Era ella y lo que de
ella se esperaba. Los invitados, y las invitadas, miraban más que aplaudían
–aunque se oyó un “¡guapa!” a una de éstas, pero tampoco se trataba de un
plebiscito.
Despacio, con cierta
solemnidad ritual, alguna que otra mirada al tendido, la estrella fue conducida
al escenario, desde el que se la requería por un micrófono. Y se procedió a la
entrega de la prueba conmemorativa del homenaje, que eran unos estuches con
placas. Luís Cobos, Giménez Rico, Enrique Balmaseda leían las dedicatorias y
decían unas frases ad hoc. Se expuso, y es justo, el agradecimiento de la
industria del cine español. Se resaltó su popularidad, y está bien. Una placa
decía: “Con cariño”. Curioso: ¿Saben ustedes en qué placa estaba lo de “con
cariño”? Pues en la de la Universidad Complutense. Curiosa distinción, no se dijo
si “honoris causa”, de una universidad. Fueron mucho mejores los de la
Academia, la del ICAA y la de la Sociedad General de Autores. Al final, Sara
dio las gracias, y lo hizo muy bien: No tengo palabras, no me salen, estoy emocionada, muchas
gracias. El aplauso fue mayor entonces. En el pasillo se le acercó
un doble (o una doble): los fotógrafos hicieron el grupo con un travestido
caracterizado (o caracterizada) de Sara Montiel. O sea que, por un momento, los
invitados contemplaron, como en cualquier película de gemelas, dos Saras frente
a frente. O sea, para los admiradores, un premio. Y empezó La violetera a las puertas del Apolo. En la fachada del Capitol ya
había colocado el gran cartelón de la película. Hace treinta y tres años había
otro parecido en la acera de enfrente, en el Rialto.
LA
VIOLETERA
Antología
de cuplés interpretados por Sara Montiel.
Madrid, última noche
del año 1899. Soledad, una preciosa florista, vende violetas en las puertas del
teatro Apolo. Empieza la película del director argentino Luís César Amadori La violetera (1958), con guión de
Arozamena que adapta un argumento escrito, curioso dato, por un Manuel Villegas
López que es, por encima de todo, un exigente teórico cinematográfico. La
principal intérprete es Sara Montiel. Sara estaba en un momento espléndido de
su carrera de actriz y de cantante, y la película se pensó y se hizo para ella.
A la vez, es un homenaje antológico al cuplé.
Sara canta y crea o
interpreta Rosa de Madrid, Flor de té,
Mala entraña, Es mi hombre, Mimosa, Agua que no has de beber, El polichinela,
Mon homme… Del maestro Padilla es La
violetera, que da título a la película y que ya había cantado para el mundo
y para Charles Chaplin, el de Luces de la
ciudad, otra genial tonadillera de Tarazona de Aragón que se llamó Raquel
Meller. Sara Montiel canta dos veces La
violetera que, como la vida de Soledad, tampoco es igual.
Catorce años después de
su estreno, la película se repuso en Madrid, con fotogramas ampliados a 70mm.
No se le hizo ningún favor, aunque los decorados de Alarcón se lucían más.
Ahora, el 26 de enero de 1990, se repone con honores de estreno; al día
siguiente de un homenaje multitudinario a la actriz en el mismo cine Capitol
(El estreno, 6 de abril de 1958, fue en el Rialto, la sala de los grandes
triunfos del cine español).
La ambientación de fin
de siglo, el París del Ambassedeurs y el drama del Titanic rodean con la misma
fidelidad el melodrama y los amores que Soledad vive. Sara y los cuplés vuelven
con la nostalgia. Dos actores extranjeros, Ral Vallone y Frank Villard, se ve
que asimilaron bien a aquellos personajes y Ana Mariscal es una señora actriz
invitada que borda el papel de Magdalena, la condesa de Bahía. 1958, 1972 y 1991:
el cuplé ha vuelto y sí se sabe cómo ha sido, y el cine español se ha cobrado
lo que hizo para resucitarlo con los líricos y sentimentales Juan de Orduña y
Luís César Amadori.
No es La violetera lo que se dice una gran
película: es una película muy digna, que luce suntuosidad el alto presupuesto
que tuvo a su disposición y que tiene un especial encanto para espectadores
españoles, que ven en ella un buen soporte para el doble triunfo del cuplé y de
Sara Montiel. Incluso en 1991.
FILMOGRAFÍA
Primera época
1944
Te quiero para mí
D. Ladislavo Vajda. I. Antonio Casal, José Isbert, Isabel de Pomés, José Nieto.
Empezó en boda
D. Rafaello Montarazzo. I. Fernando Fernán Gómez, Guadalupe
Muñoz Sampedro, Julia Lajos, Manuel Arbó.
1945
Se le fue el novio
D. Julio Salvador. I. Fernando Fernán Gómez, Marta Flores, Ramón Martori.
El misterioso viajero del clipper
D. Gonzalo Pardo Delgrás. I. Margarita Robles, Emilio Ruiz,
Josefina Tapia.
Bambú
D. José Luis Sáenz de Herdia. I. Imperio Argentina, Fernando Fernán
Gómez, Luís Peña, Mary Lamar.
1946
Por el gran Premio
D. Pierre-Antoine Caron. I. Matilde Muñoz Sampedro, Raúl Cancio,
Manolo Morán, Paola Bárbara.
1947
Confidencia
D. Jerónimo Mihura. I. Carmen Muñoz, Julia Lajos, Julio Peña, Guillermo Marín, Miriam
Day.
Mariona Rebull
D. José Luís Sáenz de Heredia. I. José María Seoane, Alberto Romea,
Blanca de Silos, Tomás Blanco.
Don Quijote de la Mancha
D. Rafael Gil. I. Rafael Rivelles, Juan Calvo, Fernando Rey.
Vidas confusas
D. Jerónimo Mihura. I. Guillermina Grin, Julia Caba Alba, Enrique Guitart, Aníbal Vela.
1948
Alhucemas
D. José López Rubio. I. Julio Peña, Adriano Rimoldi, Nani Fernández, Carmen Cobeña.
Locura de amor
D. Juan de Orduña. I. Aurora Bautista, Fernando Rey, Jorge Mistral.
La mies es mucha
D. José Luís Sáenz de Heredia. I. Fernando Fernán Gómez, Enrique
Guitart, Julia Caba Alba.
1949
Pequeñeces
D. Juan de Orduña. I. Aurora Bautista, Jorge Mistral, Carlos Larrañaga.
1950
El capitán Veneno
D. Luís Marquina. I. Fernando Fernán Gómez, José Isbert, Manolo Morán, Trini Montero.
Aquel hombre de Tánger
D. Robert Elwyn. I. Nils Ather, Roland Young, Nancy Coleman, José Suárez.
Etapa mexicana
1950
Furia roja
D. Steve Sekely. I. Arturo de Córdoba.
Necesito dinero
D. Miguel Zacarías. I. Pedro Infante.
1951
Cárcel de mujeres
D. Miguel M. Delgado. I. Luís Beristain, Katy Jurado, Miroslava, Tito Junco.
¡Ahí viene Martín Corona!
D. Miguel Zacarías. I. Pedro Infante, José Pulido.
¡Vuelve Martín Corona!
El enamorado
D. Miguel Zacarías. I. Pedro Infante, José Pulido.
1952
Ella, Lucifer y yo
D. Miguel Morayra. I. Abel Salazar, Carlos López Moctezuma.
Yo soy gallo dondequiera
Jimmy
D. Roberto Rodríguez. I. Joaquín Cordero, Julio Villareal.
1953
Piel canela
D. Juan J. Ortega. I. Manuel Fábregas, Ramón Gay.
1954
¿Por qué no me quieres?
D. Chano Urueta. I. Raúl Martínez, Agustín Lara.
Se solicitan modelos
D. Chano Urueta. I. Domingo Soler, Chula Prieto.
Frente al pecado de ayer
Cuando se quiere de veras
D. Juan J. Ortega. I. Alberto González, Andrés Soler.
Yo no creo en los hombres
D. Juan J. Ortega. I. Roberto Cañedo, Emperatriz Carbajal.
La ambiciosa
Donde el círculo termina
D. Alfredo Crevenna. I. Raúl Ramírez, Nadia de Haro, Jorge Martínez de Hoyos.
Etapa de Hollywood
1954
Veracruz
D. Robert Aldrich. I. Gary Cooper, Burt Lancaster, Denise Darcel, César Romero, George
Macready, Ernest Borgnine, Charles Bronson.
1955
Serenade
Dos pasiones y un amor
D. Anthony Mann. I. Mario Lanza, Joan Fontaine, Vincent Price.
1957
Run of the Arrow
Yuma
D. Samuel Fuller. I. Rod Steiger, Ralph Meeker, Brian Keith, Charles Bronson.
Etapa dorada
1957
El último cuplé
D. Juan de Orduña. I. Alfredo Mayo, Armando Calvo, Enrique Vera, José Moreno.
1958
La violetera
D. Luís César Amadori. I. Ana Mariscal, Raf Vallone, Frank Villard.
1959
Carmen, la de Ronda
D. Tulio Demicheli. I. Maurice Ronet, Jorge Mistral, Amadeo Nazzari.
1960
Mi último tango
D. Luís César Amadori. I. Isabel Garcés, Maurice Ronet, Milo Quesada.
1961
Pecado de amor
D. Luís César Amadori. I. Reginald Kernan, Rafael Alonso, Mario Girotti.
1962
La bella Lola
D. Alfonso Balcázar. I. Germán Cobos, Antonio Cifariello, Frank Villard.
La reina del Chantecler
D. Rafael Gil. I. Luigi Giuliani, Alberto de Mendoza, Gerard Tichy.
1963
Samba
D. Rafael Gil. I. Fosco Giachetti, Leonardo Vilar, Marc Michel, Zeni Pereira.
Noches de Casablanca
D. Henri Decoin. I. Maurice Ronet, Franco Fabrizi, Leo Anchoriz.
1965
La dama de Beirut
D. Ladislao Vajda. I. Ferdinand Gravey, Giancarlo del Duca, Magali Noël.
1966
La mujer perdida
D. Tulio Demicheli. I. Massimo Serato, Giancarlo del Duca, Antonio Ferrandis.
1968
Tuset Street
D. Luís Marquina. I. Teresa Gimpera, Patrick Bauchau, Emma Beltrán.
1969
Esa mujer
D. Mario Camus. I. Ivan Rassimov, Hugo Blanco, Cándida Losada, Marcela Yurfa,
William Layton, Carlos Otero.
1971
Varietés
D. Juan Antonio Bardem. I. Chris Avram, Vicente Parra, Trini
Alonso, Emilio Laguna, Antonio Ferrandis, Miguel del Castillo.
1974
Cinco almohadas para una noche
D. Pedro Lazaga. I. Craig Hill, Manuel Zarzo, Rafael Arcos.
1975
Canciones de nuestra vida
D. Eduardo Manzanos. I. Imperio Argentina, Carmen Sevilla.
SARITÍSIMA
Querida Sara
Montiel, antes llamada María Antonia Abad Fernández, natural de Criptana y
española universal:
Desde que supe
que en la última decena de enero te iban a hacer un homenaje en Madrid, vi que
mi carta habitual de CINE Y MÁS tenía
que ser para ti. Empiezo reconociendo que, pese a mi predilección por los
nombres de pila bautismal, en tu caso no se te puede llamar más que por el de
cine que, al fin y al cabo, no está nada mal puesto. El otro, ese tercero de
Saritísima que he escrito a la cabeza y actualmente muy usado, ya me parece una
exageración. No sé quién ni cuándo te lo inventó, pero ya lo vi, entre tres
admiraciones, en la hoja de lanzamiento de La reina del Chantecler, nada menos
que en 1963. Y creo que, al fin y al cabo, tampoco te va mal al extraño
superlativo, hiperbólico como tú, singular e inalienable, desbordado hasta
tener posibles interpretaciones despectivas y resonancias lejanas. ¿No eres tú
una mujer lejana y despectiva, siempre subida en el podio de las pequeñas
diosas prefabricadas que se aíslan con joyas y pieles, con luces y soslayos,
pese a una humanidad sana y pueblerina que se te escapa al menor descuido?
Tengo la sensación de que el éxito, el dinero y los homenajes publicitarios de
fenómeno público cotizable, han cambiado tu piel y tu paso y no vas donde
quieres sino donde te llevan los intereses o quién sabe si tú misma, Sara
Montiel Pigmalión de María Antonia Abad.
Lo pensaba la
otra noche de esa tu última fiesta, en el vestíbulo del Capitol, por donde
pasaste con media sonrisa y con flexibilidad hierática, si así puede decirse.
Alguien comentaba a mi lado tu belleza diseñada y me descubría que tienes mal
genio y que hablas a tacos y barrancas, que tienes un feroz vocabulario cuando
te enfadas. No lo sé, porque en vosotras, las actrices que llegáis a mitos,
leyenda y realidad forman una cosa híbrida, más valiosa para la exportación que
para el diálogo.
Me fijé en otra
cosa: las mujeres, sobre todo las del “pueblo”, que se apiñaban en fría acera
de la Gran Vía, te admiraban más que los hombres (salvo cuando cantas, con la
voz dormida y el cuerpo despierto) y no creo que fuera por la carga de
brillantes que vas luciendo, a juego con tu figura tallada y luminosa, para
estas ocasiones. En verdad que era un espectáculo verte y ver a quienes te
miraban: el cine, la revista, los discos, se olvidan al contemplarte porque
eres, al menos por fuera, mujer total, quizá totalitaria y absorbente. Es viejo
el fenómeno, bien conocido por los productores, de que en tus películas lo que
interesa es Sara Montiel y lo que se ve es la estrella y no la actriz, la mujer
superlativa que canta o que va a cantar, nacida de El último cuplé, mantenida con una gran fe en ti misma y con una
seguridad contagiosa en esa condición gratuita de estrella.
Daría algo por
verte en tu casa, los pómulos limpios, charlando de menor a menor con tus hijos
elegidos, sin temor a los flashes ni a los teleobjetivos y sin redactor de
memorias al lado, sin regidor que te apunte, espontánea y natural como esa
mujer manchega que con tanto amor habla a veces de su madre. ¿Cómo eres, Sara
Montiel? He leído cosas tuyas y sobre ti y no he conseguido averiguarlo, porque
a veces son contradictorias o insuficientes. Te hablo como cualquier
“espectadora” de tus apariciones en público o lectora de revistas del corazón,
en las que ni siquiera tienes la fluidez de otras mujeres de similar nivel que
por ellas pasan. El caso es que tampoco te llamaría esfinge. Perdona que no te
comprenda: sin duda es culpa mía, pero te veo actuar y no vivir. Creo que
provocas más admiración que adhesión, más curiosidad que interés. Me rindo a la
evidencia de unas cualidades que han dado la vuelta al mundo y no renuncio a la
parte que me toca de la Sara nacional. Y te lo agradezco. Pero prefiero imaginarte
sin fotógrafos y sin taquígrafos. Es decir: una Sara Montiel que no se ha
olvidado de que antes se llamó María Antonia Abad.
Elisa Garrido
EL RECORTE CCCLXXVII
La propia Sara hacía un repaso de su vida en la revista Magazine para la periodista Nieves Herrero. Fue el domingo, 28 de junio de 2009.
PROTAGONISTAS A
SOLAS
CON NIEVES
HERRERO
24
Sara Montiel
“Me encuentro en mi decadencia. Naces y mueres, ésa
es la realidad”
Fotografía de Luís Malibrán
“Seve no se me va nunca de la memoria”
Ni
tan siquiera cuando estaba casada con Pepe (Tous). Es más, mi marido sabía que
yo no podía olvidarle. Al quedarnos ambos viudos, casi nos volvemos a
encontrar…”. Sara
Montiel insiste en su amor por Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología en el
año 59. Parece obviar las críticas de sus descendientes por airear aquel
romance. Su nombre sale de su boca, a la vez que una nube de humo del puro
habano que se está fumando. Fuma, espera y habla de la persona que ha presidido
los recuerdos de su intensa existencia. “He tenido
muchos hombres. Y muy buenos. No puedo decir quién ha sido el hombre de mi
vida, pero sí el que más me llenó. Ése fue Seve”.
La sensualidad
de María Antonia Abad, aquella adolescente que abandonó Campo de Criptana hace
ya muchos años, sigue intacta. No resulta difícil imaginarla, como ella relata,
junto al autor y empresario teatral Miguel Mihura. “El
hombre joven no me va. Me gusta mirarlo y ser su amiga, pero no me atrae.
Miguel me llevaba 24 años. Yo tenía 17 y él 41. Estaba convencida de que nos
casaríamos al cumplir los 20 años, pero luego él no quiso. Se sentía muy mayor.
Yo lo hubiera hecho locamente enamorada”, admite.
Demasiado fuerte
para aquella sociedad que un hombre maduro se enamorara de una adolescente.
Insiste en que algo parecido le pasó con Severo Ochoa. “Cuando
le conocí, Seve tenía 46 años y yo, 23. También Anthony Mann, mi primer marido,
me llevaba 22 años. Yo he tenido siempre amores muy mayores, menos Pepe (Tous),
al que yo sacaba seis años. Y también él último, el cubano”. Bien sabe
Sara que Tony, el cubano, le robó el glamour,
por no entrar en más detalles, y sin embargo, no le guarda rencor. Curioso.
“Tony no me ha hecho nada. Nos casamos, y al mes ya
estaba pidiendo el divorcio. Le engañó un sinvergüenza para que hablara mal de
mí. Me llamó arrepentido y su madre también. No es mal chico. No me robó ni un
duro y te diré que nadie me ha admirado tanto como él”.
PARSIMONÍA LABIAL. Sara se regodea
en cada frase, saborea las palabras. En el amor sigue siendo “soñadora, visceral y vitalista. Aunque me han hecho
daño, lo he podido superar y me he vuelto a enamorar”, reconoce. Ahora
vuelve a rondar su corazón el actor italiano Giancarlo Viola, quien lleva tres
años esperando el sí quiero de la
manchega. “Si no tuviera alguien a quien querer, no
estaría motivada”, detalla.
Cual diva, se
comporta como las grandes estrellas de Hollywood. Tiene un toque misterioso, de
artista. Quizás por eso, no sabe qué es un supermercado, ni cuánto vale un kilo
de patatas. Igual que uno no se podría imaginar a Bette David en la cola del súper, a Sara tampoco. “No lo he pisado jamás. No es mi sitio. Soy Sara Montiel
y no voy”. Ni tan siquiera se compra los cohíbas que se fuma. Se los
consigue su fiel Ana. “Las estrellas se han
perdido. Antes se rodeaban de misterio y no estaban tan expuestas como hoy.
Después de 50 años, yo sigo esperando que salga alguien como yo”.
La actriz tiene
su cabeza y su casa llena de recuerdos, de objetos, pinturas… Un jarrón chino
descomunal y muchas fotos que le recuerdan su origen. “Mi
padre, Isidoro, no tenía una buena posición y al quedarse viudo comenzó a
trabajar en todo lo que podía. A los 11 meses de enviudar, con tres hijos a su
cargo, se casó con mi madre”. Y así se presentó en casa de su abuela. “Ella les dijo que no quería más hijos en casa, que no
había dinero para darles de comer. Pasaron tres años, y cuando mi madre se
quedó embarazada, la llevó a abortar. Pero aquel aborto no se consumó y yo
seguí para adelante. Te puedes imaginar que tenga motivos suficientes como para
estar en contra de la interrupción del embarazo”.
VENÍAN GEMELAS… Sara vino a este mundo de nalgas
en un parto muy duro. “Pesé siete kilos y tengo que
decir que soy persona desde la primera falta de mi madre (alude a la
polémica frase de la ministra Bibiana Aído sobre el principio del ser humano). Ahí empezó mi vida”. Así fue como nació María
Antonia Alejandra Vicenta Isidora Elpidia, contra todo pronóstico. “Nací con dos placentas. Por lo que se ve, mi madre iba a
tener gemelos”.
No quiso ninguno
de sus seis nombres para emprender el camino hacia la fama. Pensó en la madre
de la abuela Ángela y en los campos manchegos de Montiel. Con Sara Montiel, Saritísima durante mucho tiempo, sí
ocurrió la excepción. “Me siento profeta en mi
tierra y eso es difícil porque la envidia cunde mucho en nuestro país”, asevera.
Con pseudónimo y
determinación, abrió un camino hasta entonces cerrado para los actores
españoles. “Me fui a América hace 50 años. Hasta
entonces, no había aparecido nadie. En primer lugar, me fui a México para
triunfar. En España, se hacía un cine muy pobre”, opina.
Sara soñaba con
ser actriz, como Ingrid Bergman o como su admirada Rita Hayworth: “Me colé en el cine una y mil veces para ver Gilda”. En sus anhelos, tenía que
triunfar como aquella pelirroja, de origen español, que formó un escándalo
simplemente por quitarse un guante. Nada más llegar a México, se fijó en ella
el productor Miguel Zacarías. Firmó un contrato para tres películas… Y finalmente
rodó 19. La Warner quiso contratarla y llevársela a Estados Unidos. Su sueño
estaba a punto de hacerse realidad: le brindaban ser la nueva Rita Hayworth. “Después de ofrecerme un contrato de siete años, no quise
firmar. En esos siete años no podía casarme, no podía viajar, no podía salir
del país sin su permiso… Y yo tenía 23 años y ya conocía a Severo Ochoa. Yo era
una mente libre y a mí siete años me parecían siete siglos. Ya ves, hoy pienso
que se me habrían pasado volando”.
La Montiel
vuelve a encender el puro que se le ha apagado entre los dedos. Se queda
pensativa. Continúa. “Después de cinco años de no
ver a la familia, regresamos a España y fue cuando me ofrecieron El último cuplé. Ya no volvía a
Hollywood. Había firmado un contrato para hacer 12 películas a un millón de
dólares cada una”, rememora.
Atrás quedó su
matrimonio con Anthony Mann, y atrás quedaron las comidas con Greta Garbo o con
Audrey Hepburn, que vivía “unas casas más arriba de
la mía”. Atrás quedaba su amistad con John Wayne y con James Dean “que se mató porque no veía ni torta y ese día no se puso
las gafas para conducir. Fue un accidente”. Hasta el gran Marlon Brando “fue a casa alguna vez para que le hiciera unos huevos
fritos y un café. Yo le gustaba mucho”. Mientras España suspiraba por
aquellas estrellas, Sara compartía el firmamento con ellas y las enamoraba.
Algunos besos tórridos de película, reconoce que no fueron ficticios “algunos me los robaron”.
Fue una
adelantada a su tiempo. En la forma de vestir, de hablar, hasta de mirar. Nunca
ha tenido mentalidad española. “Jamás. Yo nací así.
Siempre pensé en viajar, salir del país”. Tampoco fue normal que le enseñaran
a leer León Felipe y Miguel Mihura o que conociera en la cárcel de Orihuela a
Miguel Hernández, “que era amigo de mi padre y le
llevábamos comida y medicinas porque estaba tuberculoso”. Nada es normal
en la voluptuosa Sara, quien con 28 años se convertía en la mujer más deseada. “Lo mío fue un boom
que no se había conocido jamás en Europa…”, asegura la heredera natural
de la cupletista Raquel Meller. “Fui su relevo.
Estuvo cantando fuera de España y llegó a ser primerísima figura. Ella estrenó La violetera, El relicario, Fumando espero… Fue
famosa en todo el mundo saliendo de un pueblo de Aragón. Apenas hizo cine. Tuvo
su caída, como todas las estrellas. Yo ya me encuentro en mi decadencia. Naces
y mueres, ésa es la realidad. Si tienes la suerte de cumplir muchos años, pues
mejor”.
Pese a la edad,
ella es única hasta para ir al gimnasio. “Voy con
mi chándal maravilloso y mis zapatillas de brillantes. Yo soy doña brillantes”, confiesa. Se mueve
con agilidad, se le nota las horas que pasa encima de la bicicleta. “Mientras pedaleo, canturreo mis canciones”. Un
espectáculo gratuito para quienes comparten sala con ella. “Yo era una mujer de caerse de espaldas. Empecé a
maquillarme de vieja, pero yo con 20 0 25 años era muy bonita”, se
pavonea.
Sabe que
despierta furor entre travestis y homosexuales. “Después
de mis estrenos, me iba a la Dirección General de Seguridad a sacar de allí a
todos los gays que habían sido detenidos por ir vestidos y peinados como yo. Me
daba pena que fueran a la cárcel por querer ser como yo”. Y no tiene
ningún pudor en tomar el sol a lo Marylin, “desnuda
completamente”. Aunque no oculta su alianza
con la cirugía estética, su secreto de belleza está “en el agua y el jabón”.
A DÍA DE HOY. “El presente lo
tengo guapísimo al lado de mis hijos y con mis actuaciones, donde congrego a
4.000 personas cada vez que canto”. Cuando llegaros sus niños, se acabaron
sus frustraciones por querer ser madre. “Estoy
feliz con ellos. Thais es abogada, aunque no ejerce. Y Zeus sigue mis pasos
como artista. Los dos se parecen a mí. Uno en mi profesión, y Thais, en el
genio y en que es muy decidida”.
Ha sido difícil
hacer en estos años de madre y de padre. Pepe Tous murió en 1992, cuando Zeus
tenía 9 años y la niña 13. “Fue duro, y lo sigue
siendo porque las decisiones las tengo que tomar yo sola”. Les ha
enseñado a “ser buena gente” y a ganarse la
vida por sí mismos: “No quieren ser los hijos de
Sara Montiel. Se lo curran solos”.
Este verano no va a viajar. “Quiero estar cerca cuando mi hijo grabe su disco”. ¿Y el amor? “Yo no quiero casarme, ni cuarta, ni quinta boda, nada. Estoy bien así”. Sara da una última calada e inunda de humo la sala. A pesar de lo sensual que aparece, exhibe gestos masculinos: “Llevo fumando puros toda mi vida. Y de hombre no tengo nada, ni una uña. Maricona sí, pero hombre no. Lo que ocurre es que tengo carácter y una forma de ser… muy amplia”.
LA FOTO CCCLXXVII
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