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EL RECORTE CCCXLIII
Fue una de sus últimas entrevistas a un medio de máxima difusión. Por milésima vez, la diva, hacía un repaso de toda su carrera profesional y volvía a hablar de Hollywood. Era el 13 de octubre de 2012 para El País.
Todas las imágenes, menos una, has sido sacadas de la página web de El País.
“En 54 años no ha salido nadie
como yo”
La primera
estrella española en Hollywood reivindica con 84 años su vigencia
Dejó el cine
en 1974, el destape le parecía "vulgar", pero sigue dando conciertos
Repasamos la
carrera de Sara Montiel con la ayuda de su fotográfica memoria
Por: Víctor
Núñez Jaime
La actriz y cantante Sara Montiel, de 84 años, fotografiada en Madrid. /Alberto Rivas/
El ático
donde vive Sara Montiel se extiende por toda la séptima planta de un edificio
en el elegante barrio madrileño de Salamanca. Cuando se abre la puerta del
ascensor, un retrato de trazos color carmín atrapa la atención. Es el bello,
joven y ya mítico rostro de la actriz delineado por su hermano Luis Fernando
(“lo hizo en diez minutos”) que da la bienvenida con una mirada entre tierna y
sensual. Adentro, las rojas paredes están saturadas de cuadros y fotografías de
marcos dorados o plateados. Hay mesillas y vitrinas en donde permanecen
apretujados objetos de cristal, cerámica y mármol. Son jarrones, botellas,
esculturas, joyeros, lámparas, candelabros. Una pared de espejos le da mayor
profundidad al ya de por sí amplio salón que preside, desde aquí, un enorme
cuadro del pintor mallorquín Joan Miquel Roca Fuster. Es ella, desnuda, apenas
ataviada con un velo, en medio de una escena onírica. Enfrente, otro óleo de
similares proporciones muestra a una delgada y joven hada montada en un caballo
blanco. Encima del piso de madera se extienden algunos tapetes de tonos guindas
y azules.
Antes que
su dueña, llega con sigilo “Cuchi”, un perro caniche enano gris. “Es la tercera mascota que tengo. Y todos se han llamado
Cuchi: cuchi-cuchi-cuchi”, dirá después, con picardía, la protagonista
de Piel Canela. Sara Montiel entra —viene de su dormitorio— y ofrece la mano
derecha para saludar. Trae puesto un vestido blanco y unas sandalias con
incrustaciones doradas. Sus uñas —postizas— son verdes y su roja cabellera la
tiene recogida en una coleta. Acaba de lavarse la cara, no está maquillada,
sólo se ha puesto un poco de crema Nivea sobre la piel bronceada (“secuela del verano en la playa. Pero ya desaparecerá,
porque soy como la leche”). Se sienta —con delicadeza— en un sillón gris
con flores negras, rojas y blancas. Entonces suspira y coloca las manos sobre
el regazo.
Ahí está.
Es Sara, Sarita, Saritísima, la última diva.
Tiene 84 años (“nunca he ocultado mi edad”) y afirma –categórica-
que sigue estando vigente. Amadrina este fin de semana el festival de cine de
Almería AWFF, que además rinde tributo a su contribución al western. Y no
piensa bajarse de los escenarios. “En primavera me
pongo a dar conciertos. Y me va muy bien. Pero en diciembre y enero no hago
nada, ¿eh? El año pasado hice seis galas. Me quieren mucho en toda España.
Estoy dos horas en el escenario y todos salen encantados. Y no hago nada para
cuidar mi voz”, dice mientras enseña orgullosa un póster de una
actuación en Zamora del pasado junio. Aparece recostada, cubierta por una
sábana rosa pálido y con un puro en la mano.
"Introducing Sarita Montiel", decían los créditos de "Veracruz" (Robert Aldrich, 1954), su debut en Hollywood. No era la actriz principal, pero se convirtió en uno de sus reclamos. En la foto, con el protagonista, Gary Cooper, con quien aclara que no tuvo un romance.
No había
quien financiara
la película. “¿Para qué recuperar los cuplés?” El productor Juan de Orduña
escuchaba una y otra vez la misma pregunta. Después de tanta insistencia, su
hermano logró conseguir un pequeño crédito gracias a un aval. Sara Montiel
estaba en Hollywood, acaba de hacer Yuma y, previa advertencia
sobre las limitaciones del rodaje, viajó a Barcelona para protagonizar El
último cuplé.
Orduña quería que una “cantante
profesional” doblara a la actriz en todas las canciones que tenía que
interpretar, pero no hubo quien aceptara sin que le pagaran inmediatamente. Así
que Sara Montiel tuvo que hacerlo. Pidió a la orquesta que bajara medio tono
para adaptarse a su voz y comenzó a entonar temas como “Nena”, “Clavelitos”,
“Ven y ven.”
Fueron tres meses de rodaje llenos
de obstáculos. Los decorados eran de cartón. Hubo a quien le tocó usar un
vestido de papel. Se hacía una única toma de cada plano porque no había
material para hacer varias y elegir la mejor. Un día, el director estadounidense
Anthony Mann, entonces esposo de Sara Montiel, visitó el plató y al ver la
precariedad de medios con la que se trabajaba concluyó que la película estaba
destinada al fracaso. “Nunca había trabajado en
condiciones tan malas. Después de haber estado en México y Estados Unidos, esto
era pésimo”, recuerda ahora la actriz, quien al acabar la filmación se
fue a Nueva York.
Transcurría la primavera de 1957 y
el teléfono comenzó a sonar con noticias inesperadas: “la película es todo un
éxito. El Cine Rialto está a reventar. La gente tiene que comprar las entradas
con varias semanas de anticipación. Esto ya es un fenómeno social.” ¡Por fin!
Sara Montiel llevaba años soñando que un día, no muy lejano, llegara a un
aeropuerto y fuera recibida por una multitud de gente y de fotógrafos (“como le
ocurría a Sofía Loren”). Y ese día había llegado. Un gentío alborotado y
decenas de flases le dieron la bienvenida en Barajas.
A partir de
entonces, el éxito fue estratosférico. Comenzó a protagonizar una cadena de
melodramas musicales. Puso su tarifa: “un millón de
dólares por película.” Ella misma elegía las canciones que iba a
interpretar. También el vestuario, para que estuviera a juego con la
escenografía. Y hasta el horario de trabajo: “porque
me negué a volver a madrugar. En México y Estados Unidos tenía que levantarme a
las cinco y media o seis de la mañana. ¡Nunca más!” Se olvidó de
Hollywood: “en todas partes cayó El último
cuplé como una avalancha y en todas partes triunfó. ¿Quién, en un caso
así, querría volver a hacer de india?”
Sara Montiel, caracterizada de María Luján, fumando y esperando en un destartalado cabaret de Barcelona en "El último cuplé" (Juan de Orduña, 1957), gran éxito internacional del cine español. Aquí nació su estrella.
De Sara Montiel se
dicen muchas cosas. Se dice que exigía una media, a manera de filtro, en todas
las cámaras que captaban su imagen. “¿Tú crees? Es
ridículo. Lo único que pido es luz blanca directa a la cara. Nada más. Es lo
único que necesito para salir estupenda. Tengo una maquilladora que trabaja
para mí, es verdad. Pero me da muy poco fondo, porque me gusta muy tenue. Así
ha sido siempre.” Se dice que usa peluca. “Uuuuy,
¡mira el pelo que tengo! A mi edad, tengo mucho pelo, ¿comprendes? Ahora:
cuando voy a la televisión me pongo como una leona, ¿eh? Me lo rizo muy bien y
ya está.”
Se dice que, en realidad, no canta. “No sé quién comenzó a difundir eso de que alguien venía
a doblarme las canciones. ¡Nunca! Mira: tal vez yo no sea la mejor cantante.
Pero sé interpretar. Y muy bien. He grabado unas 900 canciones. En 1969 hice
“Sara Montiel en Persona” para que el público fuera a verme, porque no me
conocían, sólo me habían visto en la pantalla. Fue un poco, también, para
callar ese rumor de que yo no cantaba.”
Se dice que no desconoce en qué
consisten las cirugías plásticas. “¡Jamás! Pero si
no tengo arrugas. Algunas líneas de expresión, sí. Muy finas. Pero no son
arrugas. No tengo bolsas ni ojeras. No me he hecho nada en la cara, ¿ves? Yo no
soy como las de ahora: todas operadas. Se ponen unos morros impresionantes. Yo
no me pongo morcillas. ¿No has visto que hay algunas que parecen patos? Ay, me
hace mucha gracia. Pero no me gusta.”
Se dice que pasa sus días en sendos
rituales de belleza. “Para nada. Mi madre me decía:
“ay, hija mía, cuando seas mayor vas a tener la piel de lagarto.” Porque me
lavo la cara nada más que con jabón. Con el jabón que sea. Y después me pongo
una loción para hidratar. Siempre por la mañana. Tengo los poros muy finos y
nunca he tenido problema. Soy muy blanca, piel delicada, fina, pero sin
arrugas. Y me maquillo muy poco. Eso sí, me pinto bien mis cejas, me pinto los
ojos. Siempre, en el cine y en la televisión, he cuidado mucho las luces que me
ponen. Entro al plató una hora antes de empezar el programa y hablo con el
iluminador. Veo cómo está puesta la luz, dónde me voy a sentar y le digo: “me
vas poner un foco aquí y otro en la cara.” Porque entre más luz tengas de
frente, sales mejor.”
Se dice que intimó demasiado con
Marlon Brando. “Ah, eso es por los huevos de
Marlon. Lo conocí en el 51, en una película que él hacía con Frank Sinatra.
Luego nos volvimos a ver en el 55, cuando él estaba haciendo Sayonara.
Una vez, hablando de comida, le conté que en España teníamos la tortilla de
patata, con huevo. Le hablé también del cocido madrileño. Y de que cada
provincia tiene su propia comida, porque España es muy rica en la gastronomía.
Y le dije: “yo hago unos huevos fritos con ajos, a lo manchego, ¡que pa qué te
cuento!” Y ahí quedó la cosa. Como a las dos semanas, a las cinco de la mañana,
Margareth, una criada divina, negra del sur, que teníamos Anthony Mann y yo, me
despertó: “¡Señora, Marlon Brando está en la cocina!” Pues salí, le hice unos
huevos fritos con ajos y un café que me salió buenísimo. Luego él no paraba de
decir: “he comido huevos manchegos. Huevos de la tierra de Don Quijote.” Muy
majo. Compartíamos también el gusto por México, donde él había hecho Zapata.
Pero nada más.”
Se dice que fue amante de Gary
Cooper. “¡Ay, por favor! Jamás tuve relaciones
amorosas con él. Fuimos amigos y ya. Cuando lo traté, yo estaba con Severo
Ochoa. Es cierto que, si hubiera querido, hubiera hecho el amor con Gary
Cooper. Pero no quise.”
De Sara Montiel se dicen muchas
cosas. “Se han dicho muchas mentiras. Pero ninguna
me ha afectado. Estoy muy acostumbrada.”
Vendiendo flores y enamorando aristócratas, Montiel consolidó como 'sex symbol' hispano mundial con "La violetera" (Luís César Amadori, 1958). Ya era la actriz mejor pagada de España.
Sara
Montiel estuvo a
punto de no nacer. Cuando su madre supo que estaba embarazada por segunda vez
decidió que era mejor “que el niño viniera al mundo.” Los tiempos “estaban muy
difíciles” como para que la familia creciera tan rápido y, a escondidas, salió
de su pueblo para abortar. Pero nadie se dio cuenta de que en el vientre tenía
dos placentas. Le sacaron una y la otra siguió creciendo. “Fíjate: tal vez hubiera podido tener una gemela o
gemelo.” No lo tuvo pero sus padres se encargaron de que ella tuviera
suficiente presencia. Por eso se llama María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia
Isidora Abad Fernández.
En 1928, Campo de Criptana (Ciudad
Real, Castilla La Mancha) era un pueblo humilde que subsistía gracias a la
agricultura. Al estallar la Guerra Civil, los Abad Fernández se fueron a
Orihuela (Alicante) y ahí la futura estrella comenzó a estudiar en un colegio
de monjas. Ahí, también, Sor Leocadia le enseño a cantar. Antonia tenía 16 años
cuando en la Semana Santa de 1941 cantó una saeta. La escuchó el periodista
José Ángel Ezcurra, fundador de la revista Triunfo, y quiso
conocerla.
Ezcurra le puso con una profesora de
canto y la animó para que se presentara a un concurso. Interpretó “La morena de
mi copla” y ganó. Luego la llevaron a Barcelona para hacer unas pruebas cinematográficas.
Y entonces, no sin ciertas reticencias, comenzó a conquistar al cine con su
primera película: Empezó en boda, con Fernando Fernán Gómez. “Fernando fue el primero que me besó. Porque yo no sabía
besar. Y me explicó cómo se hacían las películas. Es que yo creía que se hacían
como se ven: desde el principio hasta el final.”
Quiso tener un nombre artístico y
pensó en “Alejandra.” Pero al ilustrador Enrique Herreros no le gustaba. Él
sentía, sobre todo, que hacía falta un “apellido contundente”, uno que
destacara por su sonoridad. Como Montiel. Ella, por su parte, recordó que su
bisabuela se llamaba Sara. Y ese nombre le gustó. Así nació Sara Montiel. Y así
la llamaron por primera vez en la revista Primer Plano.
Llegaron más películas. Locura
de amor, por ejemplo, donde ella era la antagonista. “Era la mala malísima. Pero ahí el público comenzó a
notar que, en realidad, yo estaba buenísima.” Sentía, sin embargo, que
su carrera de actriz no acababa de despegar. Un día, el dramaturgo Miguel
Mihura (“mi primer amor, el hombre que me hizo
mujer. El hombre al que volvía loco en la cama y lo dejaba como un trapo”)
la recomendó con los productores de Hispamex y la contrataron para hacer Furia
roja en México.
Sara Montiel llegó al
Distrito Federal acompañada por su madre en abril de 1950. “¡Ay qué país, México!
Qué sitios, qué gente. Una industria cinematográfica muy profesional, en plena
época de oro. Y qué comida. ¡Y la gente se podía divorciar! Y esa era una
realidad que contrastaba con la España cutre que teníamos. Y al instante me
hice famosa. Cómo no, si me pusieron al lado de Pedro Infante. Hice tres
películas con él: Necesito dinero, Ahí viene Martín corona y Vuelve
Martín Corona. Y me hice mexicana, claro. Todavía tengo mi carta de
nacionalidad en la caja fuerte. Y, además del español, tengo pasaporte
mexicano. Cuando me casé con Anthony Mann, en Los Ángeles, me casé con
pasaporte mexicano.”
Se había ido a Estados Unidos para
hacer películas como Veracruz y Serenade, donde
conoció a Mann. Pero después del éxito de El último cuplé centró
su vida artística en España, hasta que en los 70 dejó de filmar. “Después de Cinco almohadas para una noche me
di cuenta de que el “cine del destape” no era para mí. Era muy vulgar. Tuve
muchos ofrecimientos. Pero no acepté.”
México contaba con refugiados
españoles de primer nivel. Gracias a José Puche, que había sido ministro de
Sanidad en la República de Juan Negrín, Sara Montiel comenzó a verse rodeada de
varios intelectuales. Ella, que nunca ha sido “mujer de escuela y
universidades”, tuvo “al mejor maestro”: el poeta León Felipe. “León no soportaba que yo no supiera leer bien, que fuera
tan ingenua, inculta. Me daba libros de historia de México. Y yo los leía, los
copiaba. Así aprendí a leer y a escribir. Me puso a estudiar teatro. Se enamoró
de mí. Pero… yo no. Y creo que lo decepcioné. A sus tertulias acudía gente como
Alfonso Reyes o Pablo Neruda. Un día me presentó a Diego Rivera y a Frida
Kahlo. Jamás me imaginé estar entre gente como ellos.”
Jamás imaginó, tampoco, conocer a
Ernest Hemingway. “Fuimos a Cuba a grabar unos
exteriores y ahí conocí a Ernesto. Después de un mes de rodaje, la señora María
Luisa Gómez Mena organizó una cena para todo el equipo en su mansión. Invitó a
más gente, entre ellos a Ernesto. Nos presentaron y hablamos sobre sus andanzas
en España y sobre su novia segoviana. “Era tan guapa como tú”, me dijo. Cuando
acabamos de comer salieron los criados con unas bandejas de puros para quien
quisiera. Ernesto cogió uno para él y otro para mí. Y me dijo: “no sé por qué
me da que tú vas a fumar muy bien. Como la señora Gómez Mena, muy elegante.”
Uy, yo casi me ahogo con el humo. Él me dijo: “no tienes que tragarte el humo.
No debe llegar más allá de la punta de tu lengua.” Y eso hago hasta ahora. Sigo
fumando de vez en cuando. Y sé que cuando fumo mi mano está muy bien puesta.
Hay mujeres que cogen el cigarro mal, arrugado, pero yo lo hago con la mano
estirada. Me lo ha dicho mucha gente y yo sé que tengo ese don.” Y al
contar esto, le resulta inevitable rememorar aquella escena de El
último cuplé en donde, acompañada por la música de piano y recostada
en una chaisse-longe, derrama sensualidad.
Con la comedia "Cinco almohadas para una noche" (Pedro Lazaga, 1974) dejó el cine. "El destape no era para mí", explica la actriz. "Era muy vulgar. Tuve muchas ofertas, pero no acepté".
Tiene más planes. “Aquí en mi casa guardo 150 vestidos de noche. Cuando
tenga tiempo y ganas haré una exposición con ellos. Cogeré a dos o tres modelos
y haré una fiesta a beneficio de algo. También pienso vender esta casa. Ya es
de mis hijos y ellos la quieren vender. Nos iremos al piso de Plaza de España.”
Tiene una memoria precisa. “Es demasiada. A veces no quisiera tener la memoria que
tengo. Me acuerdo muy bien de todo y eso no a todos les gusta.” Cuando
empieza a ver las fotos incluidas en su autobiografía Vivir es un
placer (Plaza&Janés, 2000) recuerda las fechas y las
circunstancias exactas en que fueron hechas. “Me
veo y digo: ¡coño!, ¿yo era así?... ¡Madre mía!”
Tiene dos
hijos y el recuerdo de once que no fueron. “He
tenido once abortos. El último, a los 51 años. Intenté e intenté parir, pero no
pude. Al final adopté dos: Thais y Zeus, que los amo con todo mi corazón. Hubo
una vez que casi lo lograba. En el 59, cuando ya tenía una panza enorme de ocho
meses, me caí al salir del estudio de mi marido. Caí de culo, sentada, y empecé
a reírme: “pero ¿será posible?, ¿seré tonta?” A las cuatro horas empecé a
sangrar como un cochinillo al que le rajan el cuello. Me llevaron al hospital,
me hicieron una cesárea. El bebé se murió en el momento en que me caí. El
doctor que me atendió me dijo que tendría secuelas debido al edema de Quint, y
así fue. Me quedaba embarazada pero a los tres, cuatro, cinco meses…, todos los
perdía causa de una inflamación en los tejidos blandos.”
Tiene nostalgia de sus amores. “Cuatro matrimonios
y… y… ¡Uy!, ya perdí la cuenta de los novios. El primero fue Miguel Mihura. Yo
tenía 17 años y él 40. A León Felipe lo quise, pero no me enamoré. El gran amor
de mi vida ha sido Severo Ochoa. Pero fue un amor imposible. Clandestino. Lo vi
por primera vez en el consulado mexicano de Nueva York y me gustó de inmediato.
Y yo a él. Pero estaba casado y, además, no pegaba que él estuviera
investigando y yo haciendo películas. ¿Qué iba a ser mi vida con él? ¿Él en su
laboratorio y yo tomando el té con las esposas de otros científicos? No. Con
Tony Mann estuve casada siete años hasta que nos divorciamos porque cada uno
tenía sus planes. Chente [José Vicente Ramírez García-Olalla] fue un error.
Quería que dejara mi carrera y se apropió de buena parte de mi dinero. Pepe
Tous fue mi gran compañero. ¡27 años juntos! A él le debo el impulso de faceta de
cantante y, principalmente, que fue un gran padre para mis hijos hasta el
último de sus días.” ¿Y ahora? “Tengo un amigo con derecho a cosquillas. No
digo más.”
El sol
entra por la
ventana mientras Sara Montiel habla en el rincón favorito de su casa. En este
sillón floreado permanece durante horas viendo películas en una pantalla de 85
pulgadas. Y desde aquí se esfuerza por explicar porque ella no es “alguien
normal.”
—Yo no soy la clásica
señora. No, no. En absoluto. Yo ahora estoy escribiendo y también grabando
cosas que publicaré luego o que se publicaran cuando me muera. Porque, claro,
tengo 84 años. Ya no tengo mucho tiempo, soy consciente. Pero desde hace 54
años no ha salido alguien como yo, que haga las taquillas que hacía yo. Tengo
una placa en un cine de México porque estuve tres años con El último
cuplé. Y eso no vuelve a repetirse. Mi éxito, lo que me pasó a mí, llegar a
lo que llegué, ya es muy difícil.
—Y la
época que usted protagonizo, ¿tampoco volverá?
—Ya no. Porque se acabó el glamur de antes. Era otra manera de lanzar a las
estrellas. Los estudios nos cuidaban mucho. Nos protegían. Una estrella no iba
al súper mercado a comprar un kilo de carne y unas zanahorias con unos
pantalones cualquiera y la camisa por fuera. Hoy sí. Y por eso la gente no les
tiene respeto. Ahora la gente no se mata por ver a una estrella, porque las
tienen en anuncios, en la tele… Entonces, todo eso quita el misterio que tenían
antes las estrellas.
—Pero
usted, por ejemplo, ha permitido que la prensa rosa se inmiscuya en su vida
privada. ¿No es esta una forma de perder ese misterio del que habla?
—Es que ahora los de la prensa se meten en la vida privada de todos. De
todos. Hasta en la de los reyes. Además, yo nunca he escondido nada. Y lo de mi
boda con el cubano [Antonio Hernández] y su homosexualidad y yo qué sé… no
tiene importancia. No me afectó.
Sara
Montiel —la piel bronceada y sin maquillaje— viste siempre de rojo, negro o
blanco. “Es un
consejo que me dio Marlene Dietrich.” Duerme
en camisón. De seda. “Lo delicado me ha gustado toda la vida.” Se guarda algunas cosas que todavía no quiere
hacer públicas, como para resarcir su misterio de estrella. Porque ha sido la
primera actriz española de fama internacional. Porque es la última diva.
LA FOTO CCCXLIII
Foto de estudio de "Yuma".
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