viernes, 21 de agosto de 2020

BLANCO Y NEGRO - 18 de Agosto de 1.991 - España


Mis inmortales del cine

Por TERENCI MOIX

SARA MONTIEL


Sara Montiel tuvo un aprendizaje técnico en Hollywood que justifica su dominio en la segunda etapa de su carrera española. 

DESPUÉS de aportar al cine español el personaje de mayor raigambre popular desde Imperio Argentina, Sara Montiel se convirtió en la estrella por antonomasia, un prototipo universal que ha ido desapareciendo de la pantalla, en detrimento del cine como ritual. Junto a Elizabeth Taylor –a quien tanto respeta-, la Montiel es seguramente la única que continúa manteniéndose en idéntico rango y dentro de las mismas exigencias. Es Saritísima. La máxima. Una categoría que nadie puede negarle.

Como todo el mundo sabe, entró en la leyenda de manera casi accidental, imponiendo en la expresión olvidada de los antiguos cuplés un estilo personalísimo, discutido acaso, pero que traspasó todas las barreras para convertirse en un auténtico suceso nacional. Aquella cupletista de belleza inolvidable no hacía sino consagrar en nuestra época un ejercicio tan antiguo como el mundo; ejercicio que han practicado de distintas maneras los hombres y las mujeres que siempre supieron ganar el corazón del público. Sara practicaba a la perfección el antiguo “arte de gustar”, y tanto gustó que la condecoramos con un lugar insustituible en nuestros recuerdos más hermosos. Valor de ley en realidad, pues las condecoraciones que recibió Sara Montiel siempre vinieron del público y no de arcas más dudosas. Como a las verdaderas estrellas, a Sara la hizo el público. Y mi generación tuvo una parte importantísima en el nacimiento de su culto, incluso en sus aspectos más camp, pues de todo hay en la viña de esta diva.

Saritísima provocó una profunda impresión en dos etapas muy distintas de su vida profesional. La primera fue como mora tentadora, en nuestra infancia de cine de los sábados, la segunda, como cupletista de inesperado erotismo, en nuestra adolescencia de los años cincuenta. En el primer caso se llamaba Aldara, en el segundo, María Luján. En ambos entró a saco en nuestra educación sentimental y se instaló en ella a título vitalicio. 


La belleza de Sara Montiel caía bien a las señoras, y su sex-appeal complacía a los caballeros por mantener un punto en común con las realidades carnales más tradicionales, más dignas de crédito. 

Se ha repetido a menudo que Sara Montiel llevó el erotismo al cine español, y esto por sí solo ya merece un monumento. Es más: lo habría llevado a cualquier cinematografía, incluso a las más liberadas, porque ha sido una de las mujeres más bellas del séptimo arte y, sin discusión, una de las más fotogénicas. El director Jorge Grau, a quien Sara echó del rodaje de Tuset Street, escribió sobre sus virtudes como animal cinematográfico: “Gracias a su experiencia americana, no es dominada por los focos ni la cámara ni por la responsabilidad del primer plano; al contrario, es ella la que domina esos elementos y los usa eficazmente para dar de sí cuanto tiene, para esconder su cortedad expresiva tras la sexualidad de su mirada.” En cuanto al actor galo Maurice Ronet, declaró: “Volver a trabajar con Sara siempre es un placer. No sólo es una de las mujeres más bellas del cine mundial, sino una profesional consciente de sus deberes con el público. Y una estupenda compañera.”

Fue la suya una guapeza que caía bien a las señoras, generalmente con la ayuda de argumentos que servían a sus intereses sentimentales. Al mismo tiempo tuvo un sex appeal que complacía a los caballeros, por mantener un punto de contacto con las realidades carnales más tradicionales, más dignas de crédito. Menos desfiguradas. Era, es, la real hembra, la belleza de la tierra, el impacto genuino al que ni siquiera la sofisticación consigue desposeer de su arrolladora fuerza primordial. Estos serían los dos pilares sobre los que se sostendría el mito Montiel, más allá de sus valores artísticos. Pero no olvido otros dos pilares fundamentales, que se han ido fortaleciendo con los años mientras torres aparentemente más seguras se deslomaban en menos tiempo. Por un lado, la selección de historias que halagan en todo momento el gusto de la mayoría; por otro, un público fiel que forma parte de la minoría homosexual y se dirige hacia su ídolo con el mismo espíritu de adoración que el de los Estados Unidos lo haría con Mae West, Ethel Merman o Judy Garland. 


La Warner y la R.K.O. la encasillaron en papeles de carácter étnico como es el caso de Yuma, filme en el que encarnó a una india piel roja. 

Pero está por encima de todo Sara Montiel, que es probablemente otra cosa. Está Sara Montiel y su apoteósica irrupción dentro de un cine que en la segunda mitad de los años cincuenta todavía era el más puritano de Europa.

Así las cosas, llegó ella, desafiante y ofrecedora a la vez; la Sara de escotes que provocaron la intervención de varios censores durante cada rodaje; la del tono canalla al susurrar Fumando espero y Es mi hombre; la de la mirada devoradora, capaz de esclavizar al público como estaba esclavizando a sus galanes Femme fatale, hembra apasionada, vampiresa con resabios de chulapona, nada faltó en la creación de un personaje que además debía ser tierno, fiel y simpático. Con sus cuplés como regalo masivo, Sara Montiel se convirtió en una señora muy importante. Una señora como pocas, poquísimas, ha tenido el cine mundial. Pero conviene recordar que no fueron estos sus comienzos.

 

Pizpireta de posguerra

Empezó como una adolescente monísima que debutaba en el cine con el nombre de María Alejandra. Así aparecía en 1942, vistiendo todavía calcetines cortos y arreglando una bicicleta, en un ejemplar de la revista Cámara. Más adelante, el equipo valenciano de la Triunfo se preciaría de ser su verdadero descubridor al bautizarla con su nombre definitivo. En cualquier caso, estas anécdotas pertenecen a la prehistoria del mito, algo que escapa a los estrechos límites de un artículo para la Prensa.

Apareció como una precoz vampiresa rubia en títulos como El misterioso viajero del Clipper (1945), Empezó en boda (1944), Confidencia (1947), con Julio Peña, y Vidas Confusas (1947), con Enrique Guitart. Todavía rubita, pero menos platinada, encantó como una damita española que coqueteaba con los voluntarios de la guerra de Cuba en Bambú (1945), vehículo de Imperio Argentina dirigido por Sáenz de Heredia, y error de ambos. En todas esas películas, Sarita lució con simpática eficacia la máscara de pizpireta, imitación de las rubias americanas, encarnación de la “chica topolino”. Cambió de máscara para ser la sobrina del cura en el justamente ponderado Don Quijote de Rafael Gil y, siempre bellísima, fue la cupletista Lula que escucha las confidencias del viudo Rius en Mariona Rebull, acertada refundición de las dos grandes novelas de Ignacio Agustí a cargo de Sáenz de Heredia. Y antes de acceder al espaldarazo de la pasión, todavía fue la indiecita que se deja evangelizar por Fernán-Gómez en La mies es mucha 1948), otro Sáenz de Heredia infinitamente menos soportable que el anterior.

La señora importante que acabaría por ser Sara Montiel se insinuó de manera poderosa en la mora Aldara de Locura de amor, donde sus tête-à-tête con una Aurora Bautista en reina trágica tuvieron el valor de conmover a las plateas, porque imponían la presencia de la hembra pasional en aquel cine nuestro que si por algo se distinguió fue por ser el más asexuado de cualquier historia. Como doña Juana, más o menos. 



No estaban los tiempos para pasiones carnales, y una Sara Montiel que había cosechado un impresionante éxito personal incordiando en un mesón de Tudela todavía no encontró vehículos a su medida. Pero sí pudo aparecer en el papel de cortesana respondona en aquellas Pequeñeces del padre Coloma que Juan de Orduña convirtió en uno de los superespectáculos más escandalosos de la época. Una Sara Montiel que ya aparecía dispuesta a echar por los ojos toda la tentación que las cámaras estaban pidiendo a gritos hizo un par de películas más, cogió las maletas y se fue a México. Después de Locura de amor, el cine español se le había quedado pequeño.

 

La guapísima chamaca

En el cine mexicano, las tentadoras gozaban de una cierta prosperidad, como demuestra una portada del semanario Cine Mundial, con una Sara en actitud tanto o más “sexy” que la que en aquellos mismos años pudiesen exhibir las maggiorate italianas más descocadas. Y, desde luego, en belleza no tenía que envidiar a ninguna, antes bien sobrepasaba a muchas.

Debutó en México, honrosamente escoltada por Pedro Armendáriz y Arturo de Córdova, en la versión autóctona de un “pseudo-western” que paralelamente rodaba Verónica Lake en versión yanqui: Furia Roja (1950). Vieron los mexicanos que Sarita encajaba en el tipo étnico exigido por su público y la colocaron como pareja de un ídolo de la canción de la categoría de Pedro Infante, primero en la comedia costumbrista Necesito dinero (1951), después para dos títulos consecutivos: Ahí viene Martín Corona (1951) y Vuelve Martín Corona (El Enamorado, 1951), donde era la india canzonetista española que se convierte en el gran amor del héroe. Lentamente, le cambiaron el estilo, ajamonándola debidamente para que encajase en el tipo de las mujeres fatales, y de tal guisa fue aprovechada en folletines bastante inmundos, al estilo de Piel canela (1953), Yo no creo en los hombres (1954) o La ambiciosa (1954). Después de haber sido la alegre chaparrita de Pedro Infante fue chica descarriada, madre soltera, mestiza despreciada por galanes achulados, ladrona de maridos ajenos, cómplice buena de “gangsters” aztecas y cuantos papeles se terciasen para una chamaca que en España sólo había podido enseñar los hombros bajo la coartada de los vestidos de noche en salones decimonónicos.

Durante su estancia de cuatro años en México, Sarita se convirtió en una de las estrellas más populares de aquella cinematografía. Y un periódico italiano proclamaba: “También los mexicanos quieren tener su Marilyn Monroe. Por el momento han elegido a esta actriz de veintiún años llamada Sarita Montiel.”

Aquella elección implicó indudablemente un encasillamiento del que sólo podía sacarla un nuevo y gigantesco paso en su carrera.

Aquella Aldara inolvidable de Locura de amor, ¿dónde estaba? Hollywood se fijó en ella, como es sabido, pero fue buscando el reclamo de su experiencia mexicana. Volvía a ser una avispada chamaquita –una “mexican spitfire”, según la publicidad- en un excelente filme de aventuras que enfrentaba a dos titanes del cine con el eslogan: “Batalla de gigantes.” Huelga decir que se trataba de Burt Lancaster y Gary Cooper. Una Sarita desbordante de belleza y dinamismo fue la pareja de Cooper, y aunque en el reparto iba precedida por la francesa Denise Darcel, en la pantalla se la comió viva sin la menor dificultad. Las fotos del cuarteto protagonista recorrieron el mundo y en la actualidad constituyen un material codiciado por los coleccionistas. 


En That man from Tanglers. 

Casi cuarenta años después de Veracruz, Sara todavía guarda celosamente el guión de rodaje, en cuyas páginas iba anotando sus correcciones fonéticas y pegando fotos que tomaba durante sus ratos libres. De esta época data su famoso aprendizaje técnico, tantas veces citado por defensores y detractores, y que justifica el dominio de luces y planificación de que hizo gala en su segunda etapa de su carrera española. Si estos conocimientos técnicos son ciertos, no sería ajenos a ellos la presencia en su vida de un director tan reputado como Anthony Mann.

En la Warner, y después en la R.K.O., rodaría sus otros dos títulos hollywoodienses en los que su físico reclamaría de nuevo el equívoco étnico: así volvió a ser mexicana en Dos pasiones y un amor, junto a Mario Lanza, y después, india piel roja en Yuma, junto a Rod Steiger. Tan encasillamiento en el mestizaje no fue culpa de Sara ni demuestra que ella en la Warner no pudiera hacer con éxito algunos papeles de una Yvonne de Carlo o incluso una Ava Gardner. Entramos así en el famoso racismo que ha afectado a todas las estrellas latinas importadas a Hollywood y confinadas a papeles estereotipados en virtud de sus características étnicas. Y éste fue un yugo del que no pudo salvarse ni la gran Dolores del Río, encabezando una extensa lista de latinos y latinas que fueron flor de un día en el cine americano: Vittorio Gassman, Linda Cristal, Pina Pellicer, Miroslava, Fernando Lamas, Ricardo Montalbán –bien que éste encontró su propiedad en el teatro-, George Chakiris y tantos otros.

 

La bomba Montiel

De la huella que aquella Sara juvenil dejó en sus compañeros dan prueba fehaciente unas declaraciones de Mario Lanza: “Sara Montiel es muy carina y brava. Para Serenade la descubrí de la siguiente manera: estaba mi hija Coleen mirando una revista y de pronto, al verla dijo: “Es la mujer más guapa que he visto en mi vida.”

En 1957, una Cifesa que ya no era aquella gran marca que Sara dejó antes de irse a México, anunciaba en su lista de material El último cuplé, y como reclamo la siguiente frase: “Con Sara Montiel, famosa star de Hollywood.” Pero lo cierto es que nadie creía en aquella película y menos que nadie la propia Sara, quien regresó a Hollywood con las 100.000 pesetas que había ganado por hacer de María Luján y convertida en esposa del director Anthony Mann.

Durante el rodaje había ocurrido un hecho que se revelaría providencial en la carrera de Sarita: al negarse doña Concha Piquer a doblar los cuplés, ella y Orduña decidieron correr el riesgo, aunque es preciso recordar que Sara ya había cantado en sus películas mexicanas, pero ahora se enfrentó al cuplé y el resultado ya forma parte de la historia y la leyenda del cine. 


Con Giancarlo del Duca en La mujer perdida, filme en el que una vez más muestra esa mirada devoradora capaz de esclavizar al público y a sus galanes. 

La fiebre del cuplé

Dígase lo que se diga, el cuplé era un género muerto cuando Sara lo devolvió al primer plano de la actualidad nacional. Aunque en el teatro y las variedades hubo intentos anteriores de resucitarlo, según testifican tratadistas como Álvaro Retana y Ángel Zúñiga, lo cierto es que su estética quedaba muy lejos de las nuevas generaciones. Sin demérito de otras excelentes cantantes –ahí están las siempre extraordinarias Olga Ramos y Lilián de Celis-, la voz pastosa de la Montiel fue la verdadera transmisora de una forma nueva de decir el cuplé y de llegar al público. Ello no evitó que la divina Raquel Meller rompiese su silencio para ponerse contra la intrusa: “Además de imitarme y cantar mis canciones, Sara Montiel tiene voz de sereno.”

Al caer sobre España el segundo soplo del huracán Montiel, el recuerdo de la “spifire” de Veracruz se había evaporado. A partir de entonces, la imagen de Sara permanecería relacionada con el mundo del cuplé y, por extensión, con el melodrama pasional. 


Sara Montiel con Vicent Price y Joan Fontaine en una escena de Serenade.


Con Jorge Mistral en Carmen la de Ronda. 

La lluvia de cupleterías fílmicas, teatrales y radiofónicas que se precipitó sobre España a partir de 1957 constituye un fenómeno nostálgico que está por estudiar. Al socaire de Nena  y del Ven y ven, una debutante con grandes posibilidades llamada Lilián de Celis –de quien se dijo que tenía la voz más apta para el cuplé de la Montiel- cantó todos los cuplés que pudo en un programa de radio que se hizo famoso. Los repitió después en el filme Aquellos tiempos del cuplé, de corte satírico, mientras grababa en larga duración las canciones de El último cuplé que no había cantado Sara.

Siguiendo la racha de la nostalgia, Marujita Díaz, además de imitar penosamente a Guilietta Massina en Pelusa, se dedicó a imitar a la Montiel, alternando sus imitaciones con un movimiento de ojos rotativo y picarón que utilizó hasta la saciedad en títulos como… Y después del cuplé y La corista.

La inmensa Nati Mistral prestó su voz a María Félix en La bella Otero, mientras esperaba la oportunidad cinematográfica que su genio merecía. Emma Penella hizo de cupletista en La guerra empieza en Cuba; Lola Flores, en una colaboración en Las de Caín; Alberto Closas y Silvia Pinal se metieron en los felices veinte para Charlestón; la mismísima Mary Santpere llevaba al cine su ingeniosa parodia de los cuplés en un filme medio cómico medio folletinesco (Miss Cuplé), e incluso la bellísima Mikaela intentó alcanzar la popularidad con recursos propios de la Montiel en una comedia de Jesús Franco llamada Vampiresas 1930. Por su parte, Juan de Orduña rodaba Música de ayer, que se lanzaba como “la película hermana” de El último cuplé, con intenciones parejas trasladadas al mundo de la zarzuela.

Al año siguiente, en la revista Triunfo, el genial Mingote proponía una falla valenciana que representaba al cine español. ¡Todo el mundo cantaba cuplés!

Pese a que las películas citadas y otras muchas evocaban la “belle epoque” o lo que los productores entendían como tal, ninguna llegó a alcanzar el éxito de El último cuplé, ni sus estrellas conocieron el nivel de adoración popular que obtenía Sara. Su éxito culminaba con La violetera, una producción mucho más cuidada que la anterior, junto a un galán internacional –Raff Vallone- y la astuta dirección del argentino Amadori.

No podemos olvidar que el encasillamiento a que se vio sometida la carrera posterior de Saritísima tiene connotaciones decididamente económicas. A ningún productor, ni a ella misma, interesaba una Sara que no fuese un fiel reflejo de los éxitos obtenidos. Tal condicionamiento, estrechamente ligado a la ley de la oferta y la demanda, decretó que durante años su filmografía se mantuviese sujeta a unos cánones invariables. Porque si el mito Montiel nació para quedarse fue a condición de tener todos los recursos asegurados, todas las piezas probadas, sin la menos concesión a la espontaneidad. En cierto modo era lógico, porque, si bien se mira, nadie pensó en promocionar a la Sara anterior a los cuplés, ni siquiera a la que había pasado por Hollywood. Ella misma lo reconoció en unas declaraciones no exentas de amargura y acaso de rencor: “Después de Veracruz regresé a España, quedándome medio año en Madrid. Pues bien, ni un solo productor me dijo nada; seguía el desconocimiento de mi persona. Tanto es así que en la fiesta de la cinematografía de aquel año ni se me cursó invitación, y cuando, a pesar de todo, yo llegué a la sala del brazo de mi marido, apenas se fijaron en mí y no se me llamó a los micrófonos. Pero no digo esto con ánimo de reproche, ni mucho menos. Quiero ser sencilla y lo comprendo, y cuando una cosa se comprende, se perdona. Yo no había tenido ocasión de hacer nada para que no se me siguiera considerando del montón.”


Gran estrella

Dos años después, la situación cambiaba radicalmente. Sara no sólo salía del montón: además se situaba en una cumbre nunca alcanzada por figura alguna del cine español. En el Festival de San Sebastián de 1958 batía el “record” de firma de autógrafos: cincuenta minutos dándole al bolígrafo. Fulgurantes presentaciones personales en Argentina, México, Cuba y otros países de habla hispana. Llegadas a Barajas en olor de multitudes. La Gran Vía madrileña, bloqueada en cada uno de sus estrenos. Es decir, las salidas públicas de la Montiel se convertían en una institución. Y cuando, en 1964, divorciada ya de Anthony Mann, Sara se fue a Roma para contraer matrimonio con el industrial Vicente Ramírez Olalla, el mismísimo fray Justo Pérez de Urbel celebró el oficio y éste recibió una cobertura informativa completamente desacostumbrada.

Consciente ella misma de que su éxito estaba en el género que la había encumbrado, Sara rechazó en aquella época algunos títulos importantes. Entre ellos recordamos: El Cid, cuya Jimena acabó haciendo Sofía Loren; La tirana, que hizo Paquita Rico; La guerrillera de Villa y La venganza, que fueron para Carmen Sevilla, e incluso La esclava libre (Band of angels), que la hubiera emparejado con Clark Gable.

Llegó a decirse que Rafael Alberti le estaba escribiendo una adaptación de La gitanilla, de Cervantes, en supuesta coproducción hispano-soviética. También se dijo que debía rodar en Rusia un filme sobre la gran Catalina. Entre tantos proyectos frustrados, lo realmente cierto es que durante años Sara acarició la idea de protagonizar la Doña Bárbara, de Rómulos Gallegos. 


Sara Montiel impuso en la expresión olvidada de los antiguos cuplés un estilo personalísimo. Así lo hizo en El último cuplé y en La violetera, filme que protagonizó junto a Raff Vallone y Ana Mariscal. 

Mucho se habló de su desagradecimiento hacia Juan de Orduña, su verdadero descubridor para el cine. Los rumores se basaban en el rechazo de Sara a protagonizar La tirana, película que en cualquier caso resultó un desastre artístico y un fracaso en taquilla. Años después, la estrella y su descubridor estuvieron en tratos para una nueva versión de un título canónico de Juanita Reina: La Lola se va a los puertos. Orduña, que en aquella época estaba dirigiendo algunas zarzuelas para TVE, murió sin ver realizado su proyecto. Sara le despidió con una emotiva carta publicada en Nuevo Fotogramas: “Tu paso por la vida fue algo así como este impulso maravilloso que todos los de nuestra profesión esperamos. Y yo lo recibí de tus manos y en unas condiciones de trabajo en que sólo un hombre de tu talento y sensibilidad podía ser capaz de llevar a cabo la obra emprendida y en la que nadie, absolutamente nadie, sólo tú y yo, tenía fe: El último cuplé. Pero tú ya antes me había dado otra oportunidad, fue en Locura de amor, y también en contra de la opinión de cierto sector que no me veía a mí en el papel de princesa mora. Y también me impusiste.

Mis palabras quizá parezcan apasionadas, no me importa; responden a mis sentimientos de gratitud y de reconocimiento. Juan de Orduña, el cine español está en deuda contigo por toda tu obra, por toda tu creación. Yo, tu “nena”, lo estaré toda mi vida, como parte integrante de nuestro cine y muy particularmente porque gracias a ti, sólo a ti, soy Sara Montiel.”

Para ser plenamente aquella Sara Montiel que ya era invocada como un mito, la diva se escondió tras un estilo y unos argumentos que la obligaban a no moverse de su sitio. 


Habíamos asistido al triunfo de un personaje. Lo que siguió ya fue un círculo vicioso. Títulos como Mi último tango (1960), Pecado de amor (1961), La bella Lola (1962) o La reina del Chantecler (1963) hicieron la fortuna de los productores, pero lamentablemente la insistencia provocó el agotamiento, y otros filmes como Samba (1964), Noches de Casablanca (1964) y La dama de Beirut (1965) demostraron que la carrera comercial del mito estaba en peligro, si bien su vigencia permanecía intacta. Lo prueba la expectación creada en torno al rodaje de Tuset Street, frustrado intento de la propia Sara por colocarse en la órbita de los años sesenta.

Con menos esnobismo volvió al melodrama más salvaje en el que fue paradójicamente su filme mejor acabado, gracias al talento de Mario Camus: Esa mujer (1969). Y el mismísimo Juan Antonio Bardem aceptó “intentar” la aventura comercial convirtiendo el guión de su magnífico drama Cómicos en un pseudomusical al servicio de Sara que se llamó Varietés (1971).



Gary Cooper, Sara Montiel, Denise Darcel y Burt Lancaster posan durante el rodaje de Veracruz. 

Mito viviente

El título anterior todavía funcionó bien en las taquillas, pero no ocurrió lo mismo con la comedia de corte picarón Cinco almohadas para una noche (1974), última aparición de Sara Montiel en las pantallas. Desde aquella fecha se ha especulado a menudo sobre su posible reaparición. En un momento determinado, Sara se prendó de los valores de la nueva generación y así surgieron proyectos con Pedro Olea y Eloy de la Iglesia que nunca se realizaron. Más recientemente se habló de Pedro Almodóvar, pero la reaparición cinematográfica de la Montiel sigue siendo una utopía.

Paralelamente a su retiro del cine se produjo el nacimiento de una Sara “show-woman”, circunstancia a la que sin duda no es ajena la aparición en su vida de José Tous, que en adelante se convertiría en promotor de sus espectáculos. 




Los tiempos eran otros, las necesidades, distintas; pero la Sara que varios países contribuyeron a mitificar continuaba manteniendo la llama del espectáculo como institución y de su presencia como acontecimiento. Atendiendo a esas características de expectación continua, que Sara mantiene a través de los años, quien esto escribe la bautizó hace algunos años con el apodo de “Saritísima”. Y valga el superlativo a la manera italiana, que sirve no sólo como tributo, sino también como mote cariñoso que familiariza a la artista con vastos sectores de público y en casos concretos con toda una generación. Sin ir más lejos, a la más famosa de sus “vedettes”, Wanda Osiris, la bautizaron los italianos con el superlativo de “Wandísima”.


Sara Montiel se convirtió en un prototipo universal que ha desaparecido en detrimento del cine ritual. Con Reginald Kernan en Pecado de amor. 

La publicidad de uno de sus espectáculos teatrales decía: “Recibiendo a Sara Montiel recibimos a un mito viviente.” No existe la menor razón para no suscribirlo, habida cuenta de la adoración que continúa despertando, no en el cine, que fue su imperio, sino en la suprema inmediatez del teatro, donde este contacto con el público siempre da una mejor idea de la permanencia de su personalidad y su atractivo. Y como fue precisamente al público quien condecoró a Sara con el epíteto de “mito viviente” y otros de muy hermosa memoria, no vamos a llevarles la contraria. Después de todo, El último cuplé es un título de oro en esa Crónica sentimental de España que invocó Vázquez Montalbán. Y Sara Montiel es y será siempre la crónica y el sentimiento vivo de millones de españoles. 


Un retrato de la actriz. 

Terenci MOIX



EL RECORTE CCCLVII

Paralela a su vida profesional estaba la faceta personal. En 1992 se cerraba para ella la etapa más estable de su vida. La enfermedad y el posterior fallecimiento de Pepe Tous fueron un duro golpe. Así comenzaba el trágico destino del marido de Sara. Se vislumbra en este artículo de la revista Lecturas de 3 de julio de 1992. 


Pepe Tous

se recupera de su reciente operación


Pepe, junto a su mujer, ha vuelto a su normal actividad diaria. 

Pepe Tous fue operado a mediados de mayo en el Hospital de Barcelona por el doctor José Vidal y su equipo. Ahora, cuando está casi restablecido, el marido de Sara Montiel ha querido contar a nuestra revista el motivo de esta intervención:

“He preferido sentirme bien del todo y por eso he esperado este tiempo”, comienza explicándonos.

Pepe y Sara posan felices ante nuestro fotógrafo en un descanso de la última grabación del programa “Ven al Paralelo” que se graba en el teatro Arnau de Barcelona.

Sara, ya recuperada del susto que le produjo esta intervención de su marido comenta: “Uf, no te puedes imaginar el miedo que pasé. No era grave, pero ver a Pepe en una camilla cuando le bajaron al quirófano, pensé que era el final, que el mundo se me venía abajo. Gracias a Dios que todo ha salido bien”.

-¿Cómo te encuentras en estos momentos? –preguntamos a Pepe.

-La verdad es que me encuentro mejor, estoy un poco más delgado, pero eso se debe a los días que pasé en el sanatorio. He salido de una intervención quirúrgica muy prosaica y por ello, tratar el tema me sonroja un poco, porque el doctor Vidal me ha operado de hemorroides internas altas. No ha sido una operación grave, pero sí te puedo decir que el posoperatorio es muy molesto.

-Me figuro que ahora no te exigirán un tratamiento especial, pero sí cuidado en la alimentación, ¿no?

-Sí, lo malo ya pasó, como te dije anteriormente. Ahora no hago ningún tratamiento especial, solamente me han dicho los doctores que no coma cosas fuertes, ni picantes.

-¿Cómo reaccionó tu mujer cuando se enteró de que tenías que entrar en el quirófano?

-Pues imagínatelo, con bastante miedo y muy nerviosa, menos mal que tenía que grabar y como ella es una gran profesional siguió adelante. Todas las intervenciones quirúrgicas son complicadas y a nadie le gusta entrar en un quirófano. 


La pareja posó para nuestra revista en un descanso de la grabación de "Ven al Paralelo".

-¿Qué hicisteis con vuestros hijos?

-Coincidió que estaban con los exámenes. No era cuestión de distraerlos. No los hemos querido traumatizar demasiado. Sobre todo la semana que yo pasé en la clínica. Cuando ya me encontré en casa fue cuando les dijimos que me había operado y que no hacía falta que viniesen aquí, porque lo importante en estos momentos es que terminen todos sus exámenes.

-¿Todavía tienes molestias?

-Ahora me siento mejor, de todas formas en casa me tienen siempre preparado un cojín para el sillón.

-Pepe, ¿cuándo finaliza “Ven al Paralelo”?

-Creo que sobre el 11 de julio, ahora hemos terminado las grabaciones y entonces aprovecharemos para trasladarnos a nuestra casa de Palma con nuestros hijos y descansar.

 

BARCELONA. Chelo García-Cortés

Fotos: Lluís Bou



LA FOTO CCCLVII


En una escena de Esa mujer. Seguramente más de una vez Sara le cantó a Pepe aquello de: 'contigo aprendí...'
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario