viernes, 29 de octubre de 2010

LA ACTUALIDAD ESPAÑOLA - 8 de Junio de 1967 - España


 ¡TODAVÍA NO HA DICHO SÍ! SARA MONTIEL, TREINTA MILLONES POR UNA PELÍCULA
 Dicen los entendidos que un catarro mal cuidado dura una semana y un catarro bien cuidado dura siete días. Pues, señores, siete días le duró a Sara Montiel aquel rostro infotografiable que a mí me hizo pensar –vaya usted a saber por qué- en el principio del fin de una mujer que estaba en plena ascensión.


Han pasado dos años. Sara ya tiene treinta y cuatro. A lo mejor, treinta y seis. Las mujeres…ya se sabe. Pues bien, aunque tenga cuarenta. Voy a ahorrarme su descripción. Es fácil: el lector mira y, luego, opina. Ya está, ¿no?
Pues bien. Esta es la mujer que, otra vez en un aeropuerto, dice adiós. No viste pantalón. No está constipada. Va sola. Su marido la despide junto a la escalerilla del avión. Ella sonríe. Y dice:
-Cuando regrese, dentro de tres días, charlamos. ¿Quieres?
Cuatro días después, tras haber grabado en Caracas doce canciones de las “suyas” -¿habrá que decir doce cuplés?- estaba otra vez en Barajas igual que se fue, pero con un millón de pesetas más en su cuenta corriente.
Había dicho “charlamos, ¿quieres?” y yo sí quise. Pero aquella mujer a la que yo casi me atreví a enterrar artísticamente con el pensamiento, se despedía dos días más tarde, otra vez en Barajas, al iniciar su viaje a Roma:
-Mañana estaré de regreso. Voy a ver cómo van las cosas de mi próxima película y a traerme de paso el guión. Charlamos cuando regrese, ¿quieres?



Pensé yo que a este paso la única forma de charlar con Sara Montiel era ponerse a su altura, es decir, volar junto a ella. Antes de iniciar este nuevo viaje había afirmado rotundamente: “Actualmente tan sólo existen cuatro figuras universales que tengan la máxima cotización: Sofía Loren, Marlon Brando, Liz Taylor y Sara Montiel”.
Conocí a Sara Montiel -¿te acuerdas Sarita?- hace ahora exactamente dos años, en el aeropuerto de Barcelona. Yo acababa de ser testigo del triunfo de nuestros tenistas ante los tenistas norteamericanos y llevaba en la mano la pelota con la que Manolo Santana había dado el golpe de gracia a las ilusiones yanquis. Sara, en cambio, acababa de salir de un fuerte resfriado y llevaba en su rostro la huella inconfundible de la enfermedad. Estaban hundidos sus ojos, hinchadas sus mejillas, colorada su nariz. Confieso que no la conocí al verla, pese a que me fijé en ella porque su atuendo –cómodo y deportivo traje de chaqueta y pantalón- me llamó la atención.
Mientras esperaba la salida del avión, me tropecé con José Vicente Ramírez Olalla -¿te acuerdas “Chente”?- y fue él quien me presentó a su esposa. Charlamos. Ella, forzando la sonrisa, me dijo: “No te fijes hoy demasiado en mí; soy mucho más mona. Pero este resfriado me ha dejado hecha un cromo”. Y a fe que estaba hecha un “cromo”. Tanto que yo pensé estar frente a una caricatura de la archibonita Sara. Tanto que yo creí estar presenciando el comienzo del fin de un mito del celuloide.
Para no fijarme demasiado en ella empecé a jugar con la pelota que llevaba. Y aquella pelota de tenis, que simbolizaba el triunfo de España frente a Estados Unidos en la Copa Davis, pasó de mis manos a las manos de Sara –sólo hablábamos de tenis- y de las de la actriz pasaría después a las del hermano enfermo de su marido. Luego volamos en el mismo avión a Madrid, si bien es verdad que separados por esa barrera hueca que separa a los viajeros de clase turística de los viajeros de primera clase. (¿Hará falta decir que en primera clase iba el matrimonio de famosos?) Volvimos a unirnos en Barajas y el descapotable rojo de los señores Ramírez Olalla me dejó a la puerta de mi casa. Cuando reanudó la marcha, Sara me dijo: “Ven a verme cuando se me haya pasado este resfriado. Soy distinta”. Yo dije para mí: “Esta mujer está ya acabada”. Y me cubrí de gloria. 
¿Un farol? Esta es la respuesta. Me enteré de ello antes de su regreso de Roma. Una productora argentina acaba de ofrecerle a Sara Montiel treinta millones de pesetas por una sola película. ¡Y yo creí que estaba acabada!
Pero ya está aquí Sara otra vez. A su lado, en Barajas, hay un hombre desconocido para nosotros. Se llama Duccio Tessari. Es el director de la próxima película de nuestra actriz. Una coproducción hispano-italiana en la que, ¡oh maravilla!, no habrá ni un solo cuplé. Habrá canciones, eso sí, pero de ritmo actual. Tres o cuatro, nada más. Y una Sara distinta, moderna, casi “ye-yé”. Porque Sara es…
-Soy una actriz que está loca por demostrarlo sin tener que cantar. Lo que ocurre es que al público hay que darle lo que pide y a mí me pide siempre lo mismo. Pero ahora voy a darle más, mucho más. Ahora van a ver a una actriz de verdad, no sólo a una mujer que, cuando todo el mundo gritaba al cantar, ella convenció a todos “diciendo” sus canciones.
El coche arranca veloz. Madrid. Plaza de España. Ya no está, cuando llego, Sara. Una reunión de negocios. ¿La película que va a rodar en Checoslovaquia? Quizá. ¿Los preparativos para el Festival de San Sebastián dentro de unos días? Tal vez.
Sara se me ha ido otra vez. El teléfono.
-Ando loca estos días. ¡Vaya un trajín! Esto de ser una actriz taquillera trae sus complicaciones. Y ahora a San Sebastián.
-Sí, ya, pero…
-Llámame mañana y charlamos, ¿quieres?
Yo sí quería. Yo quería charlar. Yo quería saberlo todo. Y ya ven: a Sara Montiel, sin constipado, no hay quién pueda frenarla. ¡Y yo que creí que estaba acabada! En fin, mañana será otro día.








Escribe: José Manuel Carral
Fotografía: Rogelio Leal

EL RECORTE VI

El 27 de Noviembre de 1981, la revista Lecturas se hacía eco del estado de salud de nuestra artista. El continuo agetreo y el no parar la obligaron, en aquella ocasión a pasar por el médico y tomarse unos días de descanso. 

SARA MONTIEL, SOMETIDA A UN CHEQUEO MEDICO
Tuvo que suspender su espectáculo musical “Doña Sara de La Mancha” y fue internada urgentemente en una clínica madrileña aquejada de fiebre y gran agotamiento físico


Sara Montiel, que a diario venía interpretando con éxito en un teatro madrileño el espectáculo musical “Doña Sara de la Mancha”, fue internada urgentemente en la Clínica Covesa en la noche del nueve de noviembre aquejada de fiebre, con tensión baja y agotamiento físico.
El público que acudió a verla esa noche se encontró con las puertas del teatro cerradas y un letrero que explicaba: “Por enfermedad de Sara Montiel, queda suspendida la función de noche”. Al día siguiente, la suspensión se prolongaba “hasta nuevo aviso”.
A Sara Montiel le duele irse del escenario pero tras los exámenes y pruebas a que la están sometiendo, tendrá que reposar durante varias semanas, por lo que no podrá volver al teatro de La Latina donde proyectaba permanecer hasta el 13 de diciembre para llevar inmediatamente su espectáculo a Barcelona.
Según Pepe Tous, abrigan la esperanza de cumplir la temporada prevista en un teatro barcelonés.
-Lógicamente, al médico toca decir la última palabra, puesto que Antonia –Sara Montiel- lleva dos años de intenso trabajo y, ante todo, debe cuidar su salud.
Por lo visto, la actriz de Campo de Criptana, Sara Montiel, sufrió una afección gripal fuerte, pero, por no faltar a la cita con su público, aguantó en pie con inyecciones, con sulfamidas, lo que agravó su cansancio. “Alguna noche cantó con 38 o 39 grados de fiebre”, dice Tous. Esto se reflejó asimismo en la tiroides, glándula delante de la tráquea, cuya insuficiencia padece la artista desde hace años. También sufrió en las mismas fechas una infección de estómago. Todo ello resquebrajó la moral de Sara que terminó obedeciendo las órdenes del médico en el sentido de que era necesario internarla para un chequeo a fondo.
En la clínica, Sara Montiel, fue conducida a un departamento de “Medicina nuclear” para una prueba.
-Sí, precisamente para ver mejor la tiroides. Es que se utiliza el átomo… No puedo entrar en detalles.
Tras calmar a la artista, los médicos le permiten incluso permanecer en pie dentro de la clínica. Su marido, Pepe Tous, la acompaña. Todas las tardes reciben la visita de su hija Thais que pregunta una y otra vez a su mamá:
-¿Por qué estás aquí? ¿Cuándo vuelves a casa? Yo quiero que vengas conmigo a casa…
Dentro de pocos días, Sara Montiel conocerá el informe completo del cuadro médico que interviene en el chequeo. Entonces podrá proyectar los cambios precisos en su programa.






















J. DE MONTINI
Fotos: FÉLIX GOMEZ

LA FOTO VI


Sara, estupenda, en una foto de la misma época que la de la portada de esta entrada. Luce su, casi tan famoso como ella, babero de brillantes y esmeraldas. 

martes, 19 de octubre de 2010

PRONTO - 26 de Marzo de 1994 - España



SARA MONTIEL: “ME CASARÉ CON GIANCA, DIGA LO QUE DIGA SU MUJER”

LA ACTRIZ ESPAÑOLA NO QUISO ENFRENTARSE A LA MUJER DE SU NOVIO EN “LA MÁQUINA DE LA VERDAD”, SIENDO DEFINITIVAMENTE LA ITALIANA ANNA MARIA QUARANTA LA QUE SE SOMETIO AL DETECTOR DE MENTIRAS


El anuncio de que Sara Montiel iba a sentarse ante “La máquina de la verdad” de Julián Lago despertó una enorme expectación entre todos los seguidores de esta historia en la que nadie parece tener claro nada, tal como les decíamos hace algunas semanas.
            A partir del señalado día en que Sara sentenció “Me caso”, las preguntas y dudas sobre este matrimonio se han ido sucediendo y hasta el momento no se han dado respuestas convincentes, antes bien al contrario, se han ido añadiendo ingredientes que han convertido la aparentemente sencilla y romántica historia de amor, de un amor renacido tras el paso de los años, en lo que se suele llamar “un maldito embrollo”.
            En buena lógica, cabe suponer que cuando Tele 5 anunció la presencia de Sara Montiel en el programa, lo hizo previo acuerdo, verbal o de otro tipo, con la actriz, aunque ésta, 49 horas antes de la grabación del espacio, decidió no asistir. Así lo confirmó el propio Julián Lago al inicio del mismo, en la noche del pasado día 17. Curiosamente, el lugar previsto para Sara, lo ocupó la legítima esposa de Giancarlo Viola, Anna María Quaranta, una bella y discreta italiana que, según parece, tuvo bastante que ver en la negativa de Sara a acudir a contar su historia ante las cámaras de televisión.
            Justo una semana antes del día previsto para el programa, Sara celebró su 66 cumpleaños en el trascurso de una cena íntima en compañía de unas amigas. La popular actriz no contó con la presencia de sus hijos ni de Giancarlo, ya que los primeros se encontraban en Palma de Mallorca, preparando los exámenes y el segundo estaba en Roma. “Sin embargo todos se han acordado de mí –nos dijo Sara-. Mis hijos me han comprado algunos regalos y Giancarlo me ha enviado 66 rosas rojas. Como ves no me he sentido sola, aunque en fechas como éstas siempre me acuerdo de Pepe Tous”. Aseguró también Sara que no le importa cumplir años “porque me siento joven y eso es lo que cuenta”.
            En vísperas de la emisión del programa, Sara viajaba a Sevilla para estar presente en el estreno del recital de su íntima amiga Concha Márquez Piquer. La actriz llegó a la capital acompañada de la hija de Concha y su marido, ya que Giancarlo seguía en Italia.
            Ante la prensa allí congregada para conocer sus últimas declaraciones, Sara contó que después de presenciar el espectáculo de Concha Márquez,…se iba a Palma de Mallorca a ver a sus hijos y luego a París.
            El interés de los informadores, como es lógico, se centró en la anunciada aparición de Sara en televisión, a lo que ella respondió textualmente: “Ni voy a ir, ni tengo ningún tipo de contrato ni nada”.
            Las preguntas, a partir de ahí, arreciaron:
            -Entonces, ¿es un montaje?
            -Será un montaje de ellos o de quien sea.  
            -Y la boda, ¿sigue en pie?
            -La boda no tiene nada que ver con el montaje de “La máquina de la verdad”. Me casaré con Gianca, diga lo que diga su mujer. 

 Ahí estaba la clave de todo. Resulta que pese a que Sara Montiel había aceptado la propuesta de Julián Lago, no sabemos por qué cifra, aunque se barajan cantidades alrededor de los catorce millones, cuando supo que entre los invitados iba a sentarse su rival, la legítima de Gianca, Anna María Quaranta, se echó atrás, dejando a Lago compuesto y sin personaje, sin embargo, éste bien pronto resolvió el problema y, en el lugar que debía haber ocupado Sara, sentó a la italiana.
            Anna María Quaranta había hecho unas declaraciones pocos días después del anuncio de boda de Sara Montiel, en las que ésta no salía demasiado bien parada. Aseguraba Anna María que su marido seguía viviendo en su casa y también que no habría boda.
            El interés por el programa, a pesar del obligado cambio de personaje, no decreció, al fin y al cabo podríamos enterarnos de una vez por todas qué hay de cierto en el asunto, ya que Anna María, como cabe suponer, está directamente implicada en el mismo.
            Si a todo ello se le suma que aún permanece en la memoria de todos el espectáculo sin precedentes de otra italiana, Antonia Dell’ Atte, que llevó el programa de Julián Lago a las más altas cotas de audiencia con su pasión, con su contagiosa vitalidad y su innegable gracejo, era para frotarse las manos pensar en algo parecido con otra italiana al frente, también “sedutta e abandonatta”.
            Pero no, Anna María Quaranta apareció ante las cámaras como la otra cara de la moneda –algunos llegaron a pensar incluso que no podía ser verdaderamente italiana-. Haciendo gala de una serenidad poco corriente, sobre todo teniendo en cuenta algunas preguntas que como dardos le lanzaron los invitados, no perdió en ningún momento la calma ni torció el gesto, ni una británica lo hubiera hecho mejor.
            Algunas cosas, no obstante, quedaron en claro.
            Anna María Quaranta, manifestó desde un principio que había venido a dejar claras algunas cuestiones que afectaban a su familia y no a hablar de la relación de su marido con Sara Montiel, aunque como ella misma confesó, esa relación la pilló de sorpresa.
            “En este momento me siento muy enfadada”, afirmó la italiana ante la pregunta de Lago sobre si haría algo en estos momentos por recuperar a su marido. Sin embargo, este enfado no la hizo vibrar ante preguntas tan directas sobre si piensa que Sara Montiel es una “robamaridos”, a lo cual respondió con un escueto “no”.
            Maruja Díaz, que se sentaba entre los invitados y que mostraba un gran interés por Anna María, a la que varias veces calificó de “bellísima” y que también cuidó mucho de proclamar su gran amistad de siempre con Sara Montiel, negó, en cambio, que ella hubiese accedido a las peticiones amorosas de Giancarlo Viola, aunque sí admitió que él la había cortejado. “La verdad es que me parece que era por los años setenta de esta era, estaba en el Price trabajando, y entre los muchos galanes que iban por allí un día apareció Giancarlo y la verdad es que me miró así, profundamente. Yo iba llena de perifollos, como siempre, Antonia y yo siempre nos lo ponemos todo. Y de una forma muy bonita, muy caballero, porque él es fino, me dijo: “Senti, que bella que sei”, me dijo en italiano, “como mi ricorda a Sara Montiel”, y yo me dije, “vaya, otro más”, pero yo creo que en aquella época él tenía Sartititis aguda, estaba muy enamorado de Sara”.
            Maruja se extrañaba de que dos mujeres como Sara y Anna María estén sufriendo por un hombre “que a mí me parece un hombre que es correcto y tal, pero no veo que sea para volverse loca. La que tiene “armá” con esa señora y con la pobre de Antonia…”.
            Al llegar a este punto, terció Jesús Mariñas, intentando descifrar otro de los misterios que componen este asunto, el de la tercera mujer en discordia, una misteriosa dama que ha convivido los últimos diez años con Viola y con la que, según parece, éste ha tenido una hija o un hijo hace tres o cuatro años.
            Anna María manifestó: “Yo desde luego, no me he enterado”, como tampoco se ha enterado de muchas otras cosas realmente obvias.
            Saliéndose por la tangente, la italiana respondió de la siguiente manera a la pregunta del periodista sobre si realmente ella convivía con su marido: “Giancarlo vive mucho fuera de casa y, de vez en cuando, viene a casa, a ver a sus hijos, a vernos a nosotros. Tenemos una casa muy grande y es lógico que cuando viene a Civitavecchia vaya a nuestra casa”.
            Igual que ignora la existencia de otra mujer en la vida de Giancarlo, Anna María también dijo ignorar que Sara hubiese quedado embarazada del italiano.
            Ante este comentario, Mariñas espetó: “Es que esta señora no se entera de nada y yo creo que es cinismo, o que es una resignada”.
            Entonces, algo más explícita, la todavía legítima esposa de Viola, afirmó: “En el 65 me separé de mi marido por Sara Montiel. Nos separamos y mi marido estaba con Sara, por tanto sé que estaba con ella. Si luego tuvo un hijo o no con ella lo ignoro, porque yo estaba en Italia, pero asimismo también sé que luego volví a España a recuperar a mi marido, que se encontraba mal, me llamó un amigo de él, y la señora no estaba por aquél entonces para ocuparse de Giancarlo”.
            Lo que quedó claro es que Viola no puede, por lo menos por el momento, tal como decíamos hace unas semanas, casarse con Sara Montiel, aunque sí le ha manifestado a Anna María esa intención, según aseguró ella, añadiendo: “Pero antes de casarse hay que divorciarse, hay que separarse, por lo menos en Italia”.
            Afirmó también la italiana que las únicas condiciones que le pone a su marido para la separación son “los hijos. Los hijos están muy ligados al padre, aman mucho a su padre, necesitan a su padre, pese a que sean mayores ya”.
            El asombro de los presentes –y no presentes- no tuvo límites cuando sin inmutarse, Anna María confesó que sus hijos tienen treinta y uno, veintitrés y veintiún años.
            Y aún hay más. Asegura Anna María que, a estas alturas, Giancarlo todavía no le ha pedido el divorcio, sigue viviendo en la casa familiar cuando está en Civittavechia, pero ahora no están juntos y tampoco ha solicitado siquiera la separación. Un verdadero galimatías del que no puede deducirse cuáles son las verdaderas intenciones del italiano respecto a nada.
            De hecho, la impresión general es que Anna María Quaranta no quiere “mojarse”, como suele decirse, en este asunto en el que involuntariamente se ha visto envuelta. Parca en palabras hasta límites insospechados, practicó hasta la saciedad aquello de “irse por los cerros de Úbeda”. El aliciente, sin embargo, no decayó gracias a la oportuna intervención de Jesús Mariñas, el cual explicó algunas cosas sobre la pareja Sara-Giancarlo, tan sustanciosas como que ya han formado sociedad mercantil. Dijo Mariñas: “Yo pienso que Giancarlo se aprovechó de ella antes e intenta aprovecharse de ella ahora. De momento, y toco madera, ya han formado una sociedad. El ha formado la sociedad, ella ha puesto el dinero y él está utilizando un abrigo de cachemir azul de Vicente Parra, en cuya casa vive Sara Montiel y en cuya cama duermen ambos dos, no sé si hacen algo más que dormir”.


Anna María se limitó a sonreír y callar. Decía que el único fin que la había movido a acudir a “La máquina de la verdad” era simplemente aclarar algunas cosas inciertas que se habían publicado, pero realmente con su testimonio no contribuyó a aclarar demasiadas cuestiones, aunque, eso sí, por lo menos parecía algo más enterada que los otros protagonistas.
            Lo que si afirmó fue que cree que esta historia es un paréntesis, como lo gue en el pasado. Aseguró también que ella sigue locamente enamorada de Giancarlo “eso siempre lo he dicho, lo sabe todo el mundo”.
            En opinión de Maruja Díaz, Anna María y Sara no deberían estar “así como están por un señor que no creo que esté jugando limpio”.  
            Para Anna María Quaranta, asombrosamente, el mejor final de esta historia sería “tal y como están las cosas que se casen ellos, que me soliciten la separación y que luego se casen”.
            El asunto terminó ante el polígrafo del profesor Gelb. Estas fueron las preguntas clave y las respuestas de la esposa de Giancarlo Viola.
            -¿Le ofreció a usted dinero, directa o indirectamente, Sara Montiel para permitir a su marido, Giancarlo Viola, que se fuera con ella?
            A esta primera pregunta la respuesta fue “no” y la máquina indicó que decía la verdad.
            -¿Ha llegado a algún acuerdo con su marido para repartirse los beneficios económicos de la publicación de esta historia?
            Anna María también respondió a esta pregunta con un “no” y, según el polígrafo, decía nuevamente la verdad.
            -¿Le ha confiado su marido que de verdad quiere casarse con Sara Montiel?
            Respuesta afirmativa, “sí”, y Anna María tampoco mentía.
            O sea pues que las intenciones de Viola son, cuando menos, contraer matrimonio con Sara Montiel, aunque no se sepa cuándo, cómo y dónde. Lo que es seguro, sin embargo, es que la historia dará todavía mucho que hablar y tampoco sería raro que después de conocer las declaraciones de la italiana, Sara decidiera sentarse por fin ante el polígrafo para explicar su versión de todo este enrevesado asunto.

TEXTO: Marta de la Vega
FOTOS: Prensa Madrid



EL RECORTE V

En el mes de Noviembre de 2007, la revista Hola publicaba esta corta entrevista a Sara para saber cuál era su opinión sobre el casamiento de Gianca con otra mujer. 

SARA MONTIEL INDIFERENTE ANTE LA PROXIMA BODA DE GIANCARLO VIOLA
La actriz, que el próximo día 6 recibe un homenaje en Miami, dice que no quiere volver a casarse con nadie



Sara Montiel ha reaccionado con cierta indiferencia ante el anuncio de boda de su “eterno amigo” Giancarlo Viola. La artista ve lógica la decisión del actor italiano de casarse después de las múltiples negativas por parte de  ella a sus propuestas  de matrimonio. Viola, de setenta y cuatro años, ha decidido casarse con otra mujer, una italiana, según ha anunciado, al aterrizar a España para asistir a la presentación de un libro.
El viernes, la mítica actriz cogió un avión rumbo a Miami, donde el próximo día 6 le rendirán un homenaje con motivo de los cincuenta años de “El último cuplé”. Sara tuvo que acceder a la terminal en silla de ruedas debido a un esguince de tobillo. “Estoy bien. Anoche, yendo al médico, bajando las escaleras, no me fracturé el tobillo de milagro, pero me he hecho un esguince y no puedo caminar”, aclaró.
            -¿Has recibido esta semana la visita de Giancarlo Viola?
            -Sí, ha estado en casa.
            -¿Qué te parece que se case?
            -Bueno, él tiene ganas de casarse.
            -Pero parece no importarle demasiado con quién se casa.
            -No. Es una chica muy maja.
            -¿La conoces?
            -Hombre, claro. Estuvo comiendo en casa.
            -¿Asistirás a la boda?
            -Si me invita, sí.
            -A ti te lo ha pedido ya tres veces.
            -Tres, cuatro o cino.
            -¿Por qué siempre le has dicho que no?
            -Porque no quiero casarme.
            -¿Te quedaste un poco escarmentada con el cubano?
            -¿Escarmentada? Que no, que no quiero casarme con nadie. Además, ya estoy muy viejecita yo para casarme de nuevo.

TEXTO: Marta Tarín
FOTO: EUROPA PRESS REPORTAJES





LA FOTO V

Esta foto la pueden encontrar en las memorias de Sara publicadas por la revista Lecturas en los 80. Aquí en una escena de la Dama de Beirut, película que protagonizó con su eterno Don Juan, Giancarlo Viola.

viernes, 8 de octubre de 2010

ECRAN - 15 DE JULIO DE 1955 -Chile



En este número, como en otros de la misma revista o de otras, Sara aparece exclusivamente en la portada. Ecran, en concreto, es la revista internacional de cine de Chile. 




EL RECORTE IV



En este número de la revista Interviú, de 10 al 16 de Octubre de 1984, encontramos una extensa entrevista a nuestra estrella realizada, nada menos, que por el gran nobel Camilo José Cela. El diálogo entre estos dos colosos es para disfrutar.





SARA MONTIEL, LA VOZ QUE DESTILA ESTROGENO


 Sara Montiel, o sea, Abad Fernández, María Antonia, hija de Isidoro y de Vicenta, natural de Campo de Criptana, provincia de Ciudad Real, donde nació el 10 de Marzo, santos Cayo, Codrato, Anecto, Simplicio y Droctoveo, de 1928, el año en que murió Vázquez de Mella, se publicó el Romancero gitano de García Lorca y se estrenó el Bolero de Ravel, es una de las mujeres más cachondas del occidente europeo, gracias sean dadas a Dios y dicho sea con todos los respetos.
-Antonia, no te agaches que se te dispara el escote.
-¡Ay, hijo!
Por la mar abajo se pintan las velas de los veleros, los barcos que jamás llevan prisa.
-Antonia, no cruces las piernas que te restallan los muslos.
-¡Jesús, estos hombres!
Por el aire vuelan los aeroplanos a chorro cagando centellas y pintando surcos de algodón en rama.
-Antonia, no te pongas a contraluz que me da bizquera.
-¡Anda y mira para otro lado, a ver si te vuelve la serenidad!
Un niño en bicicleta por la cuesta abajo es siempre un peligro público.
-¿Cómo las motos, pongamos por caso, o sea un suponer?
-Pues sí, una cosa así; fíjese en que las palomas torcaces van siempre de huida y como disimulando.
Por el camino se levanta polvareda hereje que zurra a los turistas en calzón corto. ¡Que se jodan y bailen!
-Antonia, estate quieta que me viene.
-¡Pues aprovecha, hombre, aprovecha, que a la ocasión la pintan calva!
Roca Fuster pintó a Antonia desnuda en un cuadro de mucha lección y aprovechamiento; también hubieran podido pintarla Rubens en la pura pelota picada, o Ingres bañándose, o Boticelli haciendo equilibrios sobre la concha, o Velázques mirándose en el espejo, o Goya recostada en la cama, o Renoir peinándose o cualquier otro con alguna afición; la cosa no hubiera tenido mayor mérito porque, ¡Dios, qué ojazos y qué bullarengue, qué tetamen, qué caderamen, qué muslamen! ¡Si no parece de verdad! Hace ya muchos años, una tarde que fue al seminario de San Miguel de Orihuela a llevarle algo de comida al preso Miguel Hernández, el poeta le preguntó a la madre: Esta niña, tu hija, ¿es de verdad? Antonia sigue sin parecer de verdad y cuando habla, se distancia todavía más de este bajo mundo.
-¿Y cómo habla?
-No sabría decírselo pero, cuando la voz le resbala por la garganta, los corazones se abaten, la sangre se acelera en las venas y los cipotes se sublevan.
-¿Cómo cipayos?
-Pues sí, una cosa así, o como circasianos verriondos, que son tan difíciles de sujetar.
Estrógeno, como su nombre indica, es la sustancia que provoca el estro. Y estro, del latín oestrus y éste del griego oistros (transcribo en caracteres del alfabeto latino por eso de que se me entienda), tábano y también delirio profético o poético, vale por ardor sexual de los mamíferos.
-¡Jo, qué señor más culto!
-Así es, gentil mocita, y observe usted que, al lmodo de que lo cortés no quita lo valiente, tampoco lo etimológico resta ni merma la vocacional calentorro.
Antonia va vestida de blanco hasta los pies y con un traje vaporoso y que se abre por todas partes. Antonia va descalza y coronada de buganvillas de color ciclamen, naturales y frescas. Antonia no lleva sostén ni falta que le hace y enseña las manos –lo único no perfecto de toda ella- cubiertas de brillantes y esmeraldas, supongo que también de rubíes, zafiros y otras gemas solemnes y variadas. Antonia es una mujer irreal y rutilante y nada me extraña que sus criados, de tanto en cuanto, se mareen y la desvalijen. 

 -Contigo hay dos posibles formas de conversación, Antonia: a tumba abierta o con salvavidas, en los cueros vivos o preocupándose por nadar y guardar la ropa, tú dirás. Como me gustas más que el pan frito y como te admiro igual que un quinto que lleva cerca de una semana sin cascársela, declaro que bailaré al son que toques y te confieso mi idea de que cualquiera de las dos formas puede ser buena o mala.
Antonia me mira, no sé si con estupor o con curiosidad, y me habla con mucho sentido común.
-Tú pregunta y ya veremos lo que sale.
-Sí.
La casa de Antonia está aquí, en Palma de Mallorca, pasado el caserío de Génova, a más de media ladera del monte de Na Burguesa, sola y bien situada, con la ciudad a la izquierda y allá abajo, la bahía enfrente y todo el aire alrededor.
-¿Todo el aire del mundo?
-Casi. Desde la casa de Antonia se ve el palacio de Marivent y se pueden contar los barcos de guerra de Porto Pi; hace algo de calina y la isla de Cabrera se desdibuja camino de África.
-He tenido que separar los perros porque el otro día a poco más se matan.
-Tú sabrás, yo los hubiera dejado hasta que uno de los dos tomara el mando; es la política que sigo con los míos y, ya lo ves, me va bien.
-¡Es que me da como reparo! ¿Y si se matan?
-Sí; eso pasa a veces.
Antonia tiene dos perros de pastor del país, dos cans de bestiar mallorquines, negros y fieros, los dos machos y uno viejo y el otro joven; la pelea es inevitable y, por muchas precauciones que se tome el ama, algún día se encontrarán y se matarán, es la ley de vida.
-No me lo digas.
-No, mujer; a lo mejor no son más que figuraciones.
Por dentro de la casa de Antonia también hay algún perrillo faldero, quizá sea uno sólo, minúsculo, simpático y triste, al que consigo no pisar en toda la tarde. En la casa de Antonia hay un marido, dos niños, tres o cuatro perros, cinco o seis gatos, dos canarios, gallinas, tórtolas… El otro día se le sublevó el servicio –los unos por los otros y la casa sin barrer-, se quedó sola, se lió la manta a la cabeza, se fajó con todo y allí no pasó nada. Se es o no se es. La casa de Antonia está poblada de vitrinas con mil objetos en su interior, todos  curiosos; quizá sean recuerdo de sus viajes por medio mundo, por más de medio mundo.
-El otro día hizo quince años que enterré a mi madre, fue en el 1969. Estaba en Rusia cuando me llamaron, me puso un telegrama el doctor Epeldegui; la enterré el día de Santiago Apóstol, parecía que la pobre estaba esperándome para morir…, murió relativamente joven, a los sesenta y tres años…, tenía cáncer de huesos…
Antonia guarda silencio unos instantes, respira hondo, y continúa.
-Me horroriza el avión, me espanta…, tengo pavor, ni como ni bebo…, pedí a la estrella Sirio, que es la más brillante de todo el cielo, que me dejara verla viva, y la estrella me concedió esa gracia… Mi padre murió hace ya mucho tiempo; mi padre murió en el 44, le llevaba a mi madre cerca de treinta años… Mi padre vendía vino en Orihuela, cerca del seminario de San Miguel, que lo habían convertido en cárcel. Nosotros nos fuimos a Orihuela el año 35, empujados por el hambre. Ya ves, salí de Campo de Criptana con el rabo entre las piernas y ahora tengo una calle, antes se llamaba Pozo Hondo; todo esto es muy emocionante para mí… Yo quise mucho a mi padre y a mi madre, tanto al uno como al otro. A los dos igual pero de distinta manera…, a mi padre lo adoraba…, lo vi siempre mayor…, yo fui mujer tarde, a los dieciséis años…, mi padre murió teniendo yo doce o trece años…, ahora tendría ya más de un siglo…, lo tenía como a un dios, como algo muy superior a todo lo demás…, si como pimientos, que no me gustan, es sólo para recordar a mi padre, a quien gustaban mucho… Mi madre era otra cosa; era un cariño distinto, que luego fue creciendo…, mi madre me comprendía, ¡ya lo creo!, su cariño se fue haciendo poco a poco mucho más grande… Mi mayor placer era dormir con mis padres, en medio de los dos…, yo era la más pequeña de cinco hermanos…, por querer a los dos fui muy criticada, yo no lo entiendo…, una crítica, tremenda, devastadora, que duró mucho tiempo… Yo era una niña tuberculosa muy delicada.
Cuando Antonia termina de hablar, pienso en la mucha tristeza que lastra su corazón, en el mucho dolor que ha ido almacenando en el alma y contra el que lucha con denuedo.
-Todo eso ya no cuenta, Antonia, todo eso ya pasó.
Antonia me sonríe con dulzura, quizá con muy fiera dulzura.
-Sí.



Por el aire vuela un pájaro noble y sosegado que planea como un arcángel, como cualquiera de los tres arcángeles, en las aves de rapiña nunca supe qué era más hermoso y sobrecogedor, si la silueta o el nombre: halcón, neblí, dardabasí, milano, gavilán, alcotán, azor, águilas de las nueve clases…
-Y a pesar del miedo que te da el avión, te pasas la vida volando.
-Sí, de un lado para otro, constantemente: fui a Japón por el Polo Norte, a Los Ángeles, a Nueva York, a Dinamarca, a Moscú…, y voy muerta de miedo. Yo no bebo más que vino blanco seco; bueno, pues en el avión, ni un vaso de agua, por lejos que vayamos. Al avión le tengo verdadero pavor, pero me subo cuando hace falta, ¡no me voy a quedar en tierra! Si me da miedo que me pase algo es por los demás, no por mí: por mi marido, porque los niños se queden sin apoyo…, a mí lo que me da miedo es el mal de los demás…, los niños son muy pequeños todavía.
-¿Prefieres el mando a la obediencia?
-Depende. Me gusta obedecer cuando sé que me mandan bien y con sentido común; si no, no. Si me mandan mal, no me gusta obedecer… Si me mandan mal, me rebelo, digo ¡no me da la gana! y no obedezco; tengo una intuición, un instinto que me lo dice…, no es cosa de inteligencia, no…, es como un pálpito, un repente…, se conoce que soy medio bruja.
-¿Y mandar? ¿Te gusta mandar?
-Tampoco; si tengo que mandar algo, lo explico antes. Para mandar algo, tengo que saber hacerlo yo mejor.
-¡No es mala teoría! ¿Puedes marcar un límite a la obediencia?
-Sí, sin duda. Yo soy una persona que se da cuenta de que hay que obedecer; a ver si me aclaro: si hay que obedecer, se obedece, pero sin perder la dignidad. Yo no he estado nunca presa, quiero decir presa en una cárcel, pero por lo que he hablado con mujeres que han estado presas mucho tiempo, sé que hay que obedecer: por cariño, por interés, por lo que sea, se aprende a obedecer, se adapta uno a la obediencia… Yo no soy perfecta, lo sé de sobras, pero soy obediente, o puedo ser obediente como no tienes idea. Tengo también ese… ¿cómo se dice?, bueno, que me doblego si hace falta.
Antonia finge un mohín de coquetería y se interrumpe.
-Es que contigo, hijo, me da canguelo y me confundo.
-No muerdo, vamos, me parece a mí.
-No, no es que muerdas, no me refiero a eso, ¿qué vas a morder si eres un hombre delicioso?
-Gracias.
-Sí. Y un gran escritor, por eso me da corte…
-Mira, Antonia, tú eres mucho más una mujer guapa que yo un gran escritor, así que, por lo menos, estamos en paz. Venga, estate quietecita y contesta como Dios manda. ¿Eres partidaria de la pena de muerte?
-No, ¡qué horror!
-Ya me figuraba, pero quería oírtelo. ¿En ningún caso?
-En ninguno. De lo que sí sería partidaria es de juzgar al criminal en seguida y cerca del lugar del crimen, vamos, quiero decir que sería partidaria de un juicio caliente.
-Cuidado, que por ahí acabas en la pena de muerte. Dicen los tratadistas que los delitos deben ser juzgados en frío; la pasión puede conducir al linchamiento, a la venganza. En Madrid, hace pocos días, un muchacho atracó un banco; bueno, pues lo cogieron y la multitud quiso cepillárselo allí mismo, tuvo que defenderlo la guardia civil.
-Sí; todo es muy complicado, lo que yo quería decir es que nadie debe esperar dos o tres años en la cárcel hasta que le juzguen.
-No; eso está claro que no. Vayamos más a lo nuestro. Oye, Antonia, ¿tú qué prefieres cantar, el tango o el cuplé?
-Pues mira, la verdad es que a mí me gustan las dos cosas.
-No, no; hay que decidirse.
-Bueno; pues entonces, el cuplé.
-¿Y tienes alguno preferido?
-Sí, tengo “La violetera”, tengo “Nena”, tengo “Fumando espero”…
-“Fumando espero” es un tango, se puede bailar perfectamente.
-Sí; es un tango cupletero, tú ya me entiendes, un cuplé atangado.
-Sí. Dime. Antonia, ¿qué harías en tu última noche de condenado a muerte?
-¡Qué horror! ¡Qué preguntas me haces! ¡Tú quieres asustarme!
-No; te juro que no. Dime, ¿qué harías?
-No sé; yo creo que me inhibiría…, eso tiene que ser una cosa horrible. Me consuela que creo en la reencarnación; bueno, no exactamente en la reencarnación, no: más bien en la transformación, sí, en la transformación en algo, en un árbol, en una flor silvestre, en una rosa, en un canario…, yo creo que nada desaparece del todo, que todo se transforma, en eso estoy perfectamente de acuerdo con Ochoa, con Severo.
-Sí, y también con Lavoisier. ¿Amas la libertad sobre todas las cosas?
-Sí, tú lo has dicho: sobre todas las cosas, sin libertad, yo no podría vivir, sería imposible: no podría estar, no podría trabajar, no podría ser yo. Cuando no he tenido libertad, he sido muy desgraciada. Todo es relativo, como decía Einstein, todo menos la libertad.
-¡Qué bien te ha salido esto! ¿Y puedes definir la libertad?
Antonia tarda y tarda, se conoce que quiere pensarlo bien; después sonríe, se arregla un poco las flores del pelo y me mira a los ojos con muy saludable agresividad. En cuanto empieza a hablar, me doy cuenta de nuevo de que aquello que dejé dicho del estrógeno y sus efectos sobre la flaca carne mortal es una verdad como un templo.
-Pues, mira, para mí la libertad es, ¿cómo te diría?, es hacer sentir mi propia libertad a la gente, no sé si me explico, y sentir yo en mis carnes y en mi espíritu la libertad de quienes me rodean, la libertad de todo: la libertad amorosa, la libertad política, la libertad de pensamiento y expresión, la libertad religiosa…, todas las libertades. Eso es la libertad; la libertad no se puede podar como los árboles porque muere, a lo mejor de tristeza. 

-¿Qué te afecta más, el hambre o la sed?
-A mí, la sed. Y eso que paso mucha hambre; yo soy una persona que por su constitución psíquica, digo, física, ha de llevar mucho cuidado. Soy una artista que me debo a mi público y tengo que estar siempre cuidándome, ¡qué remedio!
-¿Y cómo combate el hambre, que no sea comiendo, claro?
-Pues haciendo un esfuerzo. Verás, el hambre la combato un poco mentalmente; me como el coco a mí misma y me digo: Antonia, tienes que pasar hambre porque es la única manera de que puedas seguir en tu peso. Yo peso ahora 59 ó 60 kilos, pero no puedo pasar de ahí, me encontraría gordinflona, me sentiría mal.
-¿Cuánto mides?
-1,69, casi 1,70.
-Eso está muy bien, ¿qué te pongo?
-Es que mido 1,69 y un poquito; con tacones mido 1,72. Mi madre era más alta, media 1,73.
-Yo creo que estás muy bien en ese peso.
-Sí, pero paso mucha hambre. Camilo, yo soy una persona muy comilona…
-¡Paciencia, hermosa! En esto no te dan a elegir; comprende que no vas a salir a cantar con una barriga como la mía…
-No, claro. En cambio, la sed…, hay sed de otras cosas, sed de justicia…
-Bueno, por ahí vamos mal, no era eso lo que yo te preguntaba. ¿Encuentras disculpa para el pecado de carne?
-Yo creo que sí, ¡claro que sí tiene disculpa!, eso es la vida misma, lo más lógico, lo más normal, lo más hermoso, lo más bello… A mí me parece absurdo que nadie pueda pensar que es pecado, porque es algo bellísimo, es lo mejor que hay…, sentirte en brazos de un hombre al que amas, ¿cómo va a ser eso pecado? Sin amor no se podría vivir…
-¿Qué te parece Jomein?
-¡Quita, quita!
Tengo la sensación de que Antonia se siente más española que persa y, pese a todo, más católica (dentro de un orden) que chiíta.
-¿Cuál de los siete pecados capitales es más peligroso para el individuo y para la sociedad?
-Bueno, para el individuo, en España, ya sabes que es la envidia, lo sabe todo el mundo. Para la sociedad, no. Para la sociedad, el peor es la soberbia; la soberbia es muy mala y acarrea muchos males. De la soberbia viene luego la venganza y la venganza lleva a la violencia… La verdad es que son todos malos, muy malos.
-Antonia, ¿tú cómo te suicidarías? Y no me digas que no piensas hacerlo porque ya me lo imagino.
-No, te equivocas: ya lo intenté una vez, cuando era pequeña.
-¡Mujer, qué barbaridad! ¡No lo sabía!
-Pues ya lo sabes. Tenía unos dieciséis o diecisiete años y afortunadamente falló.
-¿Te hicieron un lavado de estómago?
-No, no tomé píldoras; me tiré debajo de un tranvía en Madrid, pegando a la Cibeles, frente a Correos, a la cervecería de Correos…
-¿Y qué te pasó?
-Pues que me rompí varios huesos; me rompí la clavícula, dos o tres costillas y una vértebra, creo que la séptima. Quedé muy escarmentada.
-Tampoco es raro.
-No; tampoco. Yo ahora no me suicidaría de ninguna manera, de ninguna de las maneras: ni  abriéndome las venas para morir dulcemente y sin sentir nada…, no metiéndome barbitúricos para dormirme…, ni nada. ¡Nada de nada! Al contrario. Yo ahora, lo que quiero es estar con los ojos abiertísimos. No te podría decir cómo me suicidaría porque no me lo puedo imaginar siquiera. Esa es una idea que para mí no existe. Ernesto se mató como lo hizo porque fue consecuente consigo mismo. (Antonia llama Ernesto a Hemingway, para eso eran amigos.) Ernesto se murió así porque él era así… Yo a Ernesto lo conocí lo bastante para saber que tenía que morir así, pegándose un tiro en la boca… Estamos siempre en la misma interrogación, si es cobardía o valentía.

 -Eso no se sabe nunca, yo creo que ni siquiera debe planteárselo uno.
-Yo sí, yo sé que me acobardé. Era muy jovencita y vi que se me terminaba el mundo, que se me cerraba todo, que me encontraba sin libertad, sin vida…, fue algo de espanto, me acobardé y me tiré debajo del tranvía…
-¡Menos mal que frenó!
-Sí; entonces los tranvías, para que frenasen mejor, echaban sobre la vía una paletada de arena…
-¡Caray, de buena libraste! Oye, hermosa, ¿sabes que eres dura?
-Sí.
Antonia sonríe como queriendo hacerse perdonar aquel mal momento ya lejano.
-Fuera de tu propia religión, ¿de cuál te sentirías más cerca?
-Verás; yo sé que hay un Dios, yo siento que hay un Dios, lo que no sé es a qué religión pertenece. Yo creo que todo lo que hay, el agua del mar, el agua de los ríos, las montañas, el aire, los animales, todo, ha sido creado por Dios, claro, lo que yo no sé si este Dios es uno o el otro.
-Bueno; tú, oficialmente, eres católica…, somos católicos todos los bautizados que no hayamos abjurado de la fe, y esto de abjurar es complicadísimo. Tú eres católica no practicante, como casi todos los españoles, y lo que yo te pregunto es de cuál otra religión te sientes más cerca. ¿De los protestantes? ¿De los budistas? De los mahometanos, probablemente no.
-No; yo no me acerco a Mahoma, pero a Buda tampoco. Yo, en mi interior, o sea en mi alma, tengo un Dios pero, yo te digo, no sé quién es ni a qué religión pertenece.
-¿Y no será el mismo de sor Leocadia, aquella monja dominica que te enseñó a cantar?
-Puede que sí.
Cuando empieza a caer la tarde le pido a Antonia una taza de té.
-¿Con limón?
-No, gracias; con leche fría.
Mientras Antonia va a buscarme la taza de té miro para el paisaje, para las muchas leguas de tierra, mar y aire, que forman el pasmoso y dilatado y suavísimo paisaje en el que Antonia vive.
-¿Amas la velocidad?
-Sí y no.
-¿Te aclaras?
-Sí; la verdad es que no amo la velocidad, a mí me gusta pensar las cosas antes de decidirme. Esta es la velocidad de la vida, tú ya me entiendes; bueno, pues la otra, la velocidad de la moto, tampoco me gusta. He conducido en Estados Unidos, en Méjico y en Francia, en todas partes, entre el 50 y el 61. De Los Ángeles a Las Vegas y vuelta he ido lo menos mil veces; bueno, pues gracias a Dios, no tuve jamás ningún accidente. Pero vine a España, me compré un Mercedes y atropellé primero a una señora mayor con dos niños y la segunda vez a un señor, a tres niños y un perro.
-¿Y los mataste a todos?
-No; Dios hizo que no matase a nadie, ni me lo explico siguiera…, saltaban sobre el capó, hacían plam, plan…, pero ya ves, libraron todos; aquello fue un verdadero milagro. Entonces, cuando me di cuenta de que los peatones españoles no sabían andar por la calle, me quité de conducir.
-Para mí que hiciste bien; cuando la gente no da facilidades, lo mejor es dejarlo.
-Claro.
Antonia se ríe recordando.
-¡Y pensar que el segundo atropello, el más aparatoso, fue en un semáforo!
-Déjalo, no les des más vueltas a la cosa… Oye, Antonia, ¿tú prefieres la injusticia al desorden?
-Hombre, no sé; a mí me parece que las dos cosas son malas, ¿no crees?, pero la injusticia es peor que el desorden porque trae desorden…, claro que el desorden también trae injusticia…, sí, las dos cosas son malas, pero quizá sea peor aún la injusticia.
-¿Puedes definir el orden?
-Bueno, puedo probar. ¿Qué es para mí el orden? Bueno, depende del orden, a ver si me explico. El orden, para mí, claro, es aceptar y poner, o sea, que hay que dar unas normas, no son órdenes, hay que mediar, hay que plantear, hay que poner y hay que aceptar. Y también hay que obedecer, claro, porque, si no, no hay orden. ¿Tú me entiendes?
-Casi. Y me parece que no vas nada descaminada. ¿Prefieres  el ruido a la soledad?
-No; a mí me gusta mucho la soledad y prefiero la soledad al ruido. El ruido me molesta mucho.
-¿Prefieres el cáncer a la locura?
-¡Ay, Dios mío!
-¿Quieres que te ayude?
-No, deja. Yo prefiero la locura, eso, la locura, las dos cosas son malas, son horrorosas…, con las dos se sufre mucho…, bueno, para uno mismo quizá sea peor la locura, la verdad es que no sé.
-En tu cabeza, ¿cuál de las tres potencias del alma prevalece? El entendimiento, ¿no?
-¿Tú crees?
-No, no; yo no creo ni dejo de creer, yo te pregunto.
-Pues me haces dudar ahora; no sé, seguramente la voluntad.
-¿Más que la memoria y el entendimiento?
-Bueno; un poco de entendimiento, también, pero ya a los años que tengo…
-Tampoco son tantos, Antonia, y además el entendimiento no se quita con los años.
-Bueno, pues el entendimiento. Yo, más que voluntad, diría que lo que tengo es entendimiento.
-¿Y la memoria?
-Yo tengo muy mala memoria; bueno, verás, no me aprendo las cosas de memoria pero sí las recuerdo, es una cosa rara pero es así.
-En tu oficio, Antonia, ¿crees más importante la sensibilidad que el talento?
-Y para todos. ¡Ay, la sensibilidad! Para mí la sensibilidad lo es todo. Y no sólo para el artista; también para el investigador científico, Ochoa, Severo Ochoa, yo lo respeto mucho, lo quiero mucho…, cuando está indagando esas cosas tan complicadas necesita mucho la sensibilidad, claro, si no tuviese sensibilidad no podría hacer nada. Y don Gregorio Marañón…, don Gregorio me estuvo a mí curando una cosa de tiroides cuando era jovencita y no tienes idea de qué sensibilidad tenía en las manos, en la mirada, en la voz, en todo. Fue un gran hombre, sin duda. Sí, yo creo que para todo se necesita talento, pero es más importante la sensibilidad.
-En el amigo, ¿prefieres la lealtad o la inteligencia?
-La lealtad.
-¿Y en el amante?
Antonia se ríe a carcajadas.
-¡Bien me lo has puesto!
-Venga, contesta.
-Bueno; pues en el amante, la inteligencia.
Antonia y yo nos entretenemos en pintar con la palabra el retrato de la amante ideal, también el del amante ideal. No es muy probable que acertemos pero si nos divertimos mientras empieza a llegar gente, empiezan a repartirse copas, empieza a hacerse de noche y empiezo a despedirme.
-Adiós, Antonia; sigues estando como un tren, criatura, que Dios te conserve tan cojonuda y en sazón.
-Adiós, Camilo, dame un beso. ¿Tú crees que habrá quedado todo bien?




LA FOTO IV



Fiera, nuestra Sara Montiel, en su época mejicana.