La revista chilena ha llevado muchas veces a su portada a nuestra estrella. Esta corresponde al año 1963, y según costumbre de la época sólo aparece en la portada.
EL RECORTE XXIV
El año 2000 fue el elegido por Sara Montiel para presentar sus memorias Vivir es un placer. Todos los medios de comunicación, fuesen de la clase que fuesen, se hicieron amplio eco del acontecimiento, entre ellos, ByN Dominical, que el 19 de Noviembre del citado año, y bajo el titular: Saritísima: memorias de una vida de cuplé, dedica un amplio reportaje a la estrella.
SARA MONTIEL
La actriz más célebre del cine español abre las puertas de su memoria. Una memoria que encierra una vida fascinante, plagada de triunfos, de amores, de secretos que por fin se desvelan. Vivir es un placer es el título de una obra autobiográfica que muestra a la auténtica mujer que vive detrás de la estrella.
“Severo Ochoa ha sido el hombre de mi vida”
Vivir es un placer es el libro de toda una vida. De una vida tan admirada como irrepetible: la de Sara Montiel. Ella, una de las estrellas más grandes del cine español, conoce de primera mano la lucha de los jóvenes por conquistar su propio futuro. Ella tuvo que hacerlo: abandonó un entorno de medianía para asomarse a las pantallas, abandonó una España gris e intransigente por triunfar en México, abandonó la meca del melodrama por conquistar Hollywood y abandonó el sueño americano para reinar en el mundo. Y todo eso antes de cumplir los 30 años. Siempre hacia arriba, siempre un poco más. Todo hasta ver cumplido su deseo de niña, que jamás abandonó: emocionar al público. Emocionar como a ella la emocionaron Ingrid Bergman y Rita Hayworth. Y lo consiguió. Llegó a la cumbre hace más de 40 años, y así hasta hoy.
-Porque ya estoy muy viejita. Y las he escrito pensando en los jóvenes. Quisiera que la gente joven que está empezando conozca la vida de una persona sencilla, nacida en una familia humilde y pobre, pero que tiene el afán de llegar, de ser totalmente diferente a los demás.
-¿Qué tienen estas memorias de novedad?
-De novedad hay mucho, porque a lo largo de mi vida he contado las cosas que me ha interesado contar; y he contado muchas mentiras.
-¿Por qué mentiras?
-Porque me convenía. En toda mi larga vida de actriz he contestado siempre que me han preguntado, pero no me ha importado responder cosas que eran mentira si con ello me guardaba otras verdaderas que eran íntimas y personales. ¿Por qué las iba a decir, si eran mías?
-En tal caso, se puede pensar lo mismo ahora: que este libro sea mentira también.
-No creo que lo piensen porque, total, para 72 años que tengo, y a falta de dos suspiros para retirarme… Si no me creen ahora, ¿cuándo me van a creer?; ¿cuándo me muera?
-Escribir unas memorias tiene mucho de hacer balance. Mirando con distancia, ¿qué piensa ahora de lo que ha sido la vida de Sara Montiel?
-He tenido cosas muy positivas, pero también muy negativas. He pasado lo mío, he sufrido, he atravesado momentos dificultosos para poder comer y mantener a mi madre en una casa. Pero también lo he pasado muy bien. He sido una mujer de suerte. Aunque en realidad no creo que se tenga suerte. Lo que creo es que uno se busca su propia suerte y se la trabaja. Y yo he trabajado como una enana.
-Dedica el libro a su madre. ¿Qué importancia ha tenido en su vida?
-Mi madre lo ha sido todo para mí. Seguramente he nacido con un talento natural, pero ese talento no pude desarrollarlo por medio de estudios; sí lo desarrollé, en cambio, aprendiendo en cabeza ajena. Mi madre, aunque fuese mi madre, era cabeza ajena; no era cabeza mía. Y yo aprendí sobre ella. Eso ha sido una de las cosas más inteligentes que he hecho en mi vida.
-En su libro describe una relación muy intensa con su madre. Es poco habitual que madres e hijas hablen con tanta franqueza del sexo y del amor como lo han hecho ustedes dos.
-Muy poco habitual, poquísimo. Mi madre nunca se metía conmigo. Jamás se enfadaba y me gritaba: ‘¡Esto lo has hecho mal’! Jamás en la vida. En lugar de eso, me decía: ‘Hija mía, tú verás. A mí no me gusta mucho, pero tú verás. Yo tengo un ojo clínico, y no me gusta esa persona para tu vida’. ¡Y no se equivocaba la mujer después!
-¿Quiénes han sido los hombres de su vida, los verdaderos hombres de Sara Montiel?
-Han sido dos, en realidad. Dos; pero, de los dos, uno: Severo Ochoa.
-¿Por qué nunca había confesado que el amor de su vida era Severo Ochoa?
-Severo y yo tuvimos una relación muy clandestina. Fue así a causa de su posición; también por la mujer maravillosa que él tenía y a quién nunca quisimos dañar, y porque no llegamos a realizarnos totalmente como pareja. No nos convino; mi madre nos habló claramente y vimos que no podía ser. Así, esa relación pasó, desapareció y estuvimos sin el más mínimo contacto durante muchos años. Pero yo seguía sabiendo de Severo por su primo, que era el radiólogo al que acudía. Nunca se dijo nada de nosotros. Lo sabía mi marido, porque con Pepe he hablado de toda mi vida.
-Dice que con Severo Ochoa tuvo la pasión de la juventud, y que Pepe Tous fue ya la serenidad de la madurez.
-Claro, porque a Pepe lo conocí con 42 años, y con Severo tenía 23.
-Por una parte sí, pero, en el fondo, no se cambia. La persona se suaviza, se tiene más diplomacia, se comprenden mejor las coas, transiges más, te haces más bondadosa, pero no se cambia mucho.
-No lo sé, sinceramente.
-Pero cree que está en la historia del cine.
-Sí, eso sí. Ya pueden venir los que quieran a quitármelo, que no hay nada que hacer.
-¿A quién debe parte de su éxito en la gran pantalla?
-A mi madre y a Miguel Mihura.
-¿Más que a Orduña o a otros directores?
-Juan de Orduña era un gran director, me dirigió muy bien, pero luego no me ha dirigido más. Hice con él Locura de amor, pero después hizo películas con otras actrices. Hizo maravillosamente El último cuplé, pero también los que trabajamos en ella nos pateamos la película.
-¿Y Miguel Mihura?
-Miguel insistía en que yo era de otro mundo, que no tenía lugar en el cine español ni en la sociedad española de aquél tiempo; decía que yo tenía unos pensamientos muy avanzados, con un sentido de la libertad muy abierto. Eso Miguel lo sabía, porque me conoció cuando yo tenía 17 años y fue el que me puso de patitas en México. Y lo mismo hizo María Dolores Pradera, que también me ayudó muchísimo.
-¿Teme la reacción de los lectores ante este libro?
-¿Miedo? Yo no le he hecho daño a nadie, ni a lectores ni a no lectores. A los lectores les gustará o no les gustará. Es parecido a lo que cuento de los dos homosexuales de Televisión Española que, sin conocerlos yo en aquel momento, intentaron destrozarme y que deben de ser los únicos homosexuales que me odian; pero no por eso tengo que pensar que el resto de homosexuales no me van a querer. Es lo mismo con los lectores. El lector que me lea, si le caigo bien, me leerá a gusto; y si le caigo mal, pondrá sus prejuicios; y me parece bien. Yo hablo y digo lo que siento y lo que me ha pasado en mi vida privada. Que unos lo cojan bien y que otros lo cojan mal, es problema de ellos.
-¿Qué tal se ha llevado con Pedro Manuel Víllora, su colaborador en la escritura de sus memorias?
-Pues muy bien, francamente. Me ha ayudado muchísimo, porque soy capaz de poner Valladolid con B de Barcelona y me quedo tan fresca, hasta que me doy cuenta y digo: ‘¡Ay, Dios mío!’, y me entra el chirrión. Ha sabido entenderme, y tenemos 80 o 90 horas de grabación que ha plasmado igual que lo está oyendo; nada más que le da su toque literario que yo no tengo. Pero me he llevado muy bien con él, me ha comprendido a la perfección. Creo que ha hecho un gran trabajo.
TEXTO: José Antonio Salvador
FOTOS: Angelo Frontoni
SARA MONTIEL
Una vida intensa y más de 400 páginas para contarla. La actriz ha recogido en un libro el relato autobiográfico de sus amores, fatigas, trabajos y triunfos, del que ofrecemos en primicia diversos pasajes.
PURA VIDA
A lo largo de las páginas de Vivir es un placer (escrito en colaboración con Pedro Manuel Víllora) aparecen numerosos personajes que han desempeñado un papel importante en la vida de Sara Montiel. Algunos son los hombres de su vida, sus auténticos amores; otros, sus amigos (también algunos de sus enemigos). Igualmente aparecen sus compañeros de trabajo.
Severo Ochoa
“Al amor de mi vida lo conocí en Nueva York. Muy poca gente lo supo entonces, y a muy poca gente se lo he dicho después. Es algo que siempre he creído conveniente que permaneciera oculto. Nadie se habría visto beneficiado de haberse sabido esta historia, y en cambio había una tercera persona a quién se le habría dañado cruelmente y sin necesidad. Una mujer a la que siempre he respetado y que no merecía sufrir por mi causa. Luego, cuando esta mujer falleció, lo sentí mucho, porque había sido una excelente compañera para este hombre, y él quedó muy triste y muy solo sin ella. Ninguno de ellos vive ya, y es ahora cuando puedo contarlo, porque mi vida estaría incompleta sin él.
Con Severo Ochoa tuve un amor que nació herido. El nuestro fue un amor imposible. Le conocí en 1951 a través del Consulado Mejicano en Nueva York, y aquello fue un flechazo. Lo vi y me gustó de inmediato; me atrajo físicamente como hombre, sólo después me hablaron de él y supe quién era. Pero lo primero fue el predominio de lo físico, el gusto de la mujer por el hombre con el que quiere estar, con el que quiere hacer el amor.
Tuve hacia Severo un deseo carnal, sexual, y no es raro, porque era un hombre altísimo y guapísimo, con una piel y una cabeza preciosas, con un pelo hermosísimo, muy claro, que pronto se volvería blanco. A sus cuarenta y seis años, Severo Ochoa era un monumento de cine. Y además era simpático, chistoso, alegre; estaba lleno de sentido del humor y derrochaba un encanto bárbaro. Me quedé obnubilada por él (…)”.
Una de sus primeras fotografías de prensa.
Sara con su madre, a quien dedica el libro.
León Felipe
“Tengo de León un recuerdo muy tierno, y a la vez de muy hombre. Él tenía una personalidad muy fuerte, y yo le dejaba que me besara y le respondía con mis besos y con mis abrazos, pero no me acosté con él y sé que le decepcioné. Yo, su musa, su aparición, su último tren, no podía dañarle como poeta ni como personalidad, porque eso lo tenía superadísimo; en cambio como hombre lo herí. (…)
Nunca más he vuelto a decirle a un hombre algo tan fuerte: ‘No te quiero’. Nunca más lo he dicho sabiendo que ese hombre me quería a mí. He procurado no volver a herir a nadie al rechazarlo. Incluso me he acostado con alguien antes de engañarle, sólo para que no se sintiera despreciado por mí, por no hacerle de menos. Cuando he notado que alguien me quería de verdad, he procurado no dañar su interior. Con León, por desgracia, no fue así”.
Boda con José Vicente Ramírez García-Olalla.
Severo Ochoa en un cumpleaños de Sara.
Fernando F. Gómez
“Gracias a Empezó en boda, conocí a Fernando Fernán Gómez. Fernando fue el primer actor que traté, y también el primero que me besó. Yo no sabía actuar; todos mis recursos eran, todavía, puramente intuitivos. Y tampoco sabía besar.
El rodaje del beso siempre lo he recordado como una humillación terrible. Yo no sabía cómo hacerlo. Me llenaba de vergüenza. Volvía a equivocarme… Tuvimos que rodar el plano una y otra vez”.
Miguel Mihura
“Miguel Mihura era un hombre muy dulce al que provoqué yo. Yo fui la que le metió caña y la que quiso casarse. Él no, porque en ese sentido me respetaba muchísimo, pero yo quería estar con él. Y estuve: fue el primer hombre que tuve en mi vida, el que me hizo mujer. Pero yo quería más”.
Anthony Mann, Sara Montiel y Cesáreo González, en el festival de cine de San Sebastián.
Ernest Hemingway
“A Ernesto le gusté, y él me gustó. Aunque yo le insistía en que era manchega, él me llamaba ‘la bella segoviana’, porque durante la Guerra Civil había estado en Segovia con los milicianos, y estaba fascinado por aquella ciudad. León Felipe lo había conocido en España y lo admiraba mucho. Era un hombre enérgico, muy fuerte, temperamental. También era muy mandón, pero tenía mucha gracia. Me cayó muy bien y nos vimos mucho durante el mes que pasé en Cuba, porque él venía a veces al rodaje.
Él hablaba medio español. Luego, Joan Miró me contaría que Ernesto había sido muy amigo suyo y le había ayudado. Nos entendimos perfectamente, porque además él también tenía un sentido de la libertad como el mío. Él estaba casado en segundas nupcias y yo estaba enamorada de Severo, pero en una ocasión fuimos a cenar a un restaurante detrás del malecón, y después me llevó a su casa e hicimos el amor. No pensé que con eso hiciese daño a Severo ni que le pusiese los cuernos, porque yo ni siquiera sabía lo que era poner los cuernos; no me pasaba por la cabeza que yo estuviese traicionándole”.
Gary Cooper
“A Gary le gusté a causa de mi parecido con Lupe Vélez, una mujer difícil y explosiva que había tenido una muerte espantosa, pues en principio había querido suicidarse muy teatralmente con barbitúricos, maquillada y vestida con mucho cuidado, pero vomitó y al parecer se ahogó en su propio vómito. Fue horroroso. Pero a Gary, que tenía ya cincuenta y tres cuando hicimos Veracruz, yo le traía recuerdos de un amor de veintitantos años atrás, un amor de juventud. Por eso es posible que al verme y gustarle, él rejuveneciese”.
Anthony Mann
“Tony me acompañó al Palacio de La Granja a una fiesta que se hacía con motivo del 18 de julio. Me habían pedido que fuese a actuar, y yo quise que mi marido viniese conmigo. Pero la fiesta era para los embajadores, militares de alta graduación y ese tipo de gente, no para artistas que íbamos a intervenir. Y Franco, con enorme desconsideración, no quiso conocer a mi marido, olvidando que no se trataba simplemente de un americano casado por lo civil con una actriz (o sea, de un falso matrimonio para aquella mentalidad), sino de todo un general del Aire; es decir, de un militar igual que él.
En el Palacio, nos pasaron a todos los artistas a una sala para que Franco nos saludase pero, no sé por qué, tal vez por el calor, tal vez por algo que comió, a Tony se le descompuso el vientre. Fue horroroso, porque se lo hizo encima y se manchó los pantalones. Yo me quedé con él en un rincón mientras Franco pasaba. Había un olor espantoso en aquella esquina, y entonces Franco me vio de lejos y dijo:
-Venga usted, violeterilla; venga usted aquí.
Y yo me acerqué, pero a Tony no lo quiso saludar, y eso le molestó mucho. Cuando Franco se marchó, todos se preocuparon por Tony. Recuerdo que Juanita Reina exclamaba:
-Ay, pobrecito. Ay, el pobre.
También vinieron Cristóbal Martízen Bordiú y Carmen, su mujer, la Marquesa de Villaverde, y yo le dije a Cristóbal:
-Critóbal, mira cómo está mi marido. Está negro porque su excelencia ha estado mal, muy mal; pero además necesita limpiarse y unos pantalones, porque así no nos podemos ni acercar a él.
Cristóbal cogió a Tony y se lo llevó al baño. También le buscó unos pantalones de la guardia mora, que eran unos hombres muy altos. (…)
A Tony, que era demócrata, no le gustaba Franco porque, entre otras cosas, había sido aliado de los alemanes. Sin embargo, él no se metía para nada en la política española, y yo tampoco”.
Arthur Miller
“Tony tenía que dirigir una obra de teatro de Arthur Miller. Ya había conocido a Marilyn en el estreno de una película de Ava Gardner, también en Nueva York, pero ahora tuvimos ocasión de tratarnos mejor. Fuimos a la casa que tenían en Nueva York, al estudio donde Miller trabajaba, y también a otra casa que tenían en New Jersey.
Me gustaba mucho Marilyn, quien estaba pasando un mal momento porque acababa de tener un aborto. Estaba anímicamente muy decaída. Vestía un blusón ancho de seda, y pantalones muy anchos también. ´
Quien no me gustó nada fue Miller. Sabía que era un gran escritor, pero no me cayó nada bien como persona. Era rimbombante, engreído, altanero. Se lo tenía muy creído. No había ningún motivo concreto, no es que me hiciese algo que me molestase; era su forma de ser en general la que me disgustaba, y el tiempo me dio la razón, porque en todo lo malo que escribió de Marilyn después de que la matasen (porque a mí nadie me mete en la cabeza que fuese una muerte natural o accidental) también está retratado él. Con ese libro demostró ser una persona ruin, baja, sin escrúpulos, sin corazón, sin nada”.
Don Juan Carlos
“Con Orduña y su ayudante hice un viaje rápido por algunas ciudades para presentarme a la prensa y a los distribuidores. Así estuvimos en Valencia, Barcelona y Zaragoza. En esta última ciudad me dieron una cena a la que invitaron al Príncipe, que estaba en la Academia Militar. Él quería acudir, pero su preceptor, el duque de la Torre, no se lo permitió. Pero al día siguiente de la cena recibí en el Hotel Goya un bouquet de flores, muy fino y delicado, que me había enviado él.
En 1960 tuve, por fin, ocasión de estar junto al Príncipe. Fue en una cena que me dio el embajador de Estados Unidos. (…) En la cena me sentaron a la derecha del embajador, y a mi derecha estaba don Juan Carlos. Pero antes habían servido alguna bebida. Al pasar al comedor, coincidí en la puerta con el Príncipe, que me cedió el paso.
-No, le dije-. Primero su Majestad.
Se lo había dicho sonriendo, y él tal vez pensó que estaba siendo irónica con él, porque repuso:
-Por el momento, sólo Alteza.
-Pues para mí será usted siempre mi Rey –le contesté”.
Pepe Tous
“El día de la ceremonia llegó sin que yo me enterase. Llevaba tanto tiempo viviendo con Pepe y levantándome de la cama a su lado a las diez de la mañana, que el 30 de julio amaneció para mí como otro día cualquiera. Pepe se levantó, fue al cuarto de baño y permaneció allí mucho rato.
-¿Qué estará haciendo? –me pregunté.
Finalmente salió, e iba guapísimo, con un traje de hijo beige precioso, con una de sus corbatas tan personales.
-¿Adónde vas?
-Al Teatro Balear, amor; a dejarlo todo preparado.
Me bajan el desayuno, cojo a la niña y nos vamos a la piscina. Se hacen la dos, las tres de la tarde, y a las cuatro seguía en la piscina. De pronto, salen Antonia y la señora Bárbara: -Señora que es muy tarde ya. ¿Cuándo se va a arreglar?
-¿Cómo que cuando me voy a arreglar? No creo que el señor venga ya a comer.
-Pero señora, que son la cuatro y a las seis tiene que irse usted a casarse.
Se me había olvidado totalmente. Recogí la ropa de la niña, la mía, me fui a la peluquería, porque tenía todo el pelo mojado. Me vestí y me maquillé allí como pude, y, por supuesto, llegué tarde.
-Ya pensábamos que te habías arrepentido –me dijeron cuando llegué. (…)
Entonces, Pepe dijo a la gente que no habíamos podido bautizar a Thais ese mismo día por la mañana como era nuestra intención, porque lo había prohibido el señor obispo de Mallorca, ya que no nos íbamos a casar por la Iglesia, sino por lo civil.
-¡Hijo de puta! –gritó Terenci Moix.
Y al día siguiente, los alrededores del Palacio Arzobispal aparecieron llenos de carteles: ‘No dejéis que los niños se acerquen a él’, se leía en ellos”.
LA FOTO XXIV
CELEBRANDO LOS 50 AÑOS DE PECADO DE AMOR
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