sábado, 29 de octubre de 2011

LIFE - 4 de Septiembre de 1961 - Estados Unidos


En un melodrama
SARITA
toma el velo


En el papel de Magda, cantante de cabaret, Sarita, sirena sensual, lleva un vestido provocativo. En Pecado de amor canta el tipo de canción sentimental que la ha hecho popular. 


Con el primer galán, el norteamericano Reginald Kernan, Sarita ensaya una escena. En la película él hace el papel del hombre casado del que ella está realmente enamorada. 


Con hábito de monja, en el papel de Sor Belén, Sarita tiene una expresión beatífica. La ceñida toca tuvo que ser aflojada para que la actriz pudiera expresarse con claridad. 

Una sensual muchacha de La Mancha, tierra inmortalizada por Don Quijote, Sarita Montiel (véase la portada), nada tiene de común con su glorioso coterráneo. Es una actriz y cantante de sentido práctico que se ha convertido en una de las más populares del mundo haciendo papeles que arrancan lágrimas al público. En su última película, Pecado de amor, hace de una cantante de cabaret que en el apogeo de su carrera desdeña el mundo de oropel de las candilejas para hacerse monja. Pero antes de tomar esta resolución, Sarita sufre una serie de vicisitudes. Es juzgada por homicidio, y perdonada. Ha sido amada por tres hombres, dos de ellos padre e hijo. Ella prefiere al padre, que no quiere abandonar a su familia por ella. Y hasta tiene una hija ilegítima, pero se niega a revelar el nombre del padre. Es una historia sensiblera, pero de las del tipo que Sarita sabe cómo hacer triunfar. Su éxito tiene perplejos a los críticos que encuentran su actuación y sus dotes de cantante –no sólo sus papeles- carentes de la inspiración necesaria para inspirar. Pero sus admiradores de España, la América Latina, el Japón, Israel y el sur de Francia, la consideran estupenda y acuden en masa a verla.
Según Sarita, su público llega a los 200 millones, cifra que debe estar muy cerca de la real. La mayoría son mujeres, que le escriben 1.600 cartas por mes. Sus admiradores de ambos sexos gustan tanto de sus cintas, que las ven varias veces y siempre se conmueven hasta las lágrimas. Las canciones de la actriz también los transportan. El éxito de Sarita, que sorprende sobre todo por lo modesto de su talento escénico, quizás se deba más que a nada al encanto de su feminidad. 





Con un pañuelo en la cabeza, Sarita graba canciones de Pecado de amor con el coro de niños de un monasterio del Valle de los Caídos. En la película canta en griego, japonés, francés e italiano. Le gustan los tangos y ha contribuido a revivir la sentimental canción argentina. 

De cabellos cobrizos y ojos castaños, Sarita comenzó su carrera a los 11 años cuando, cantando, ganó una beca para estudiar música y arte escénico. Desde entonces ha trabajado con ahínco. A los 13 años apareció en su primera cinta y en la cubierta de una importante revista española. Así llamó la atención del caricaturista Enrique Herreros, quien pronto se convirtió en su mentor y confidente.
Hace cuatro años la actriz alcanzó fama con El último cuplé, que costó 83.000 dólares y ha producido hasta hoy más de 4.500.000 dólares.
Artista cabal, Sarita leyó a San Agustín antes de rodar Pecado de amor, donde hace de mujer ligera que renuncia a todo para hacerse monja. Pero además de trabajar le gusta divertirse: pasea en motocicleta por los parques de Madrid.



Antiguo amigo y maestro, Herreros escucha a Sarita que lle un manuscrito en la casa de él. Herreros la ayuda a elegir papeles. 
Tras una vuelta en motocicleta, Sarita se detiene a saborear un helado en Casa de Campo. Fue reconocida por la gente. 


EL RECORTE XL
El rodaje, grabación, estreno de esa película mítica de Sara Montiel, 'Pecado de amor', creó en la época mucha expectación e interés. Revistas de todo el mundo se hicieron eco de la misma. Quizá por volver a ver a la estrella, quizá por el morbo de su sensualidad entre los hábitos.... Sea lo que fuere, todo convirtió a este film del que este año celebramos su 50 aniversario, en otro éxito rotundo y mundial de la Montiel. Muestra de todo esto es este reportaje que la revista Blanco y Negro publicó el 16 de Septiembre de 1961.


SARA MONTIEL
EN ‘SU ULTIMO FILM’:
‘PECADO DE AMOR’,
DIRIGIDA DE NUEVO POR
LUIS CESAR AMADORI



Tenía un gran interés en ver a Sara Montiel con el hábito de monja, pero no pude ver cumplidos mis deseos porque cuando llegamos a la plaza de Santa Isabel, ya ‘Madre Belén’ y los demás del equipo habían levantado el vuelo, regresando a la C.E.A. Habían ‘rodado’ casi toda la mañana en el claustro del Hospital Provincial, en donde se reunieron casi dos comunidades completas; una de ellas, la cinematográfica, integrada por las muchachas de la figuración, y la otra, la auténtica, ninguna de cuyas hermanas aparecen para nada, naturalmente, en la película, pero que entre escena y escena se fotografiaron muy gustosamente con Sara, a la que no se cansaban de mirar y admirar, no encontrando otro pero a su caracterización que los altísimos tacones que llevaba bajo los hábitos.
Por pronto que quisimos llegar al estudio, ya Sara estaba otra vez de seglar y, triste es decirlo vestida de presidiaria, esperando el momento de intervenir a las órdenes de Luís César Amadori –Gino para sus amigos-, que ha sido en estos días alcaide de esta prisión de paredes de escayola y rejas de madera pintada de gris, en comunicación directa –cosas del cine- con una amplia sala de fiestas que fue decorado hace unos días para otra de las secuencias del ‘film’.
Por fortuna, nuestra llegada coincidió –así me lo explicó Enrique Herreros, el gran dibujante y humorista, autor de tantas ingeniosas portadas de ‘La Codorniz’- con el feliz momento en que la protagonista, cumplida ya su deuda con la Justicia, abandona aquellos muros entre los que vivió, en espera de su  absolución, alcanzando al fin la libertad, aunque no, desgraciadamente, la felicidad, para ella ya inalcanzable.

Mientras preparaban la escena me di una vuelta, acompañado esta vez por Enrique Herreros Jr., por los distintos ‘platós’ en los que, día por día, ha ido Alarcón dejando constancia de su arte y habilidad de decorador. Algunas de sus obras, cumplida ya enteramente su misión, son ahora sólo desolación y ruina, ‘Sic transit gloria mundi’. 

Otras en cambio, en activo aún, impresionan por la justeza de su ambientación. Así, después de atravesar un zaguán y una galería de amplios ventanales que respiraban auténtica paz conventual, me sorprendí a mí mismo hablando en voz muy baja, casi cuchicheando respetuosamente, al llegar a la ‘capilla’, ante cuyo ‘altar mayor’ –flores y velas en torno a una dulce y policromada imagen de la Virgen- estuve a punto de hacer una genuflexión. En este decorado, precisamente, canta Sara acompañada de los Coros de la Abadía del Valle de los Caídos, una de sus canciones inspirada en el ‘Sueño de amor’ de Liszt, muy a tono con su ambiente recogido y austero, como igualmente se corresponden las restantes, con la frivolidad de sus respectivos escenarios: ‘el famosísimo chotis “Pichi” y la “Canción de los nardos”, “Sous les tois de Paris”, “La petite tonkinoise”, el famoso “Tápame” y una tonada griega llamada “Ti-na-ine”, cuyo título significa “¿Qué será?”, y en la que Sara hace gala de una perfectísima pronunciación que maravilló a un grupo de griegos que visitó días pasados el estudio.
La película –según me fueron contando- es una autobiografía de la protagonista. Para conmover y ablandar el corazón de una de las más indómitas y rebeldes de las reclusas, la ‘Madre Belén’, la encantadora ‘Madre Belén’, va contándole –pasaje por pasaje- su propia historia, en cuyo balance triste y desfavorable, cuentan más las penas, los sinsabores y los desengaños, que las auténticas alegrías. ‘Magda’, que así se llamó en el mundo ‘Madre Belén’, fue artista de fama, aplaudida por los públicos y cortejada por los hombres, entre los cuales hubo tres que influyeron más o menos decisivamente en su vida: el pianista bueno y abnegado, enamorado sin esperanzas, siempre constante y fiel compañero –Rafael Alonso-; el aventurero cínico y sin escrúpulos –Gerard Tichy-, y el que es para ella el amor imposible, personificado por Reginald Kerman, actor norteamericano que tiene una brillantísima hoja de servicios como periodista y médico e investigador de la Escuela de Harvard, y cuya biografía cinematográfica es, por el contrario, muy reducida, ya que hace poco más de un año actuó por primera vez ante las cámaras con Simone Signoret en ‘Les mauvaises coups’.



Así va la ‘Madre Belén’ narrando, y así los episodios más destacados y trascendentales de su vida van desfilando por la pantalla: alegres y bulliciosos en la época de sus triunfos; triste y aun desgarradores cuando se tuerce su destino o cuando ha de responder ante los tribunales de un delito del que es enteramente inocente, y por fin tiernos y conmovedores, cuando renunciando a todo vuelve los ojos al Único que puede darle consuelo y escoge el mejor camino.
Por eso ‘Magda’ se convierte en ‘Madre Belén’, y por eso, también, en los comienzos de la película y en el desenlace, enmarcan tocas monjiles el óvalo perfecto del rostro delicadamente bello de Sara Montiel. Ella está encantada desde luego con su papel, y se ríe al recordar cómo durante el rodaje de exteriores, la tomaron más de una vez por una verdadera religiosa, confusión que es indirectamente un sincero y cumplidísimo elogio a su perfecta caracterización.
Ya sólo quedan poquísimos días de rodaje en Madrid, y luego ella y otros de los principales intérpretes marcharán a Atenas, en cuya Acrópolis se tomarán algunas escenas, y más tarde, nada menos que a Japón, con el mismo objetivo. Por otra parte, también Schubert, el famoso modista italiano; el madrileño Pedro Rodríguez, y el también español, establecido en París, Balenciaga, contribuyeron a compensarla, con los modelos que crearon para realzar la esbeltez de su figura, las molestias y agobios del atuendo monjil, para ella muy favorecedor, pero sumamente calurosos, en los pasados días de agosto, en los que las paredes del estudio parecían despedir fuego.


A Sara Montiel le arreglan las medias para el rodaje. 

Ya casi a punto la escena, Amadori me hizo sentarme junto a él y tuvimos una breve conversación:
-Creo que ‘Pecado de amor’ no se parece a ninguna de las anteriores películas de Sara. Sin embargo, todas ellas tienen un común denominador: la canción. Esa ha sido mi principal y única dificultad, la de dar a cada una de las que aquí canta un aire diferente de las de sus otras películas que realizó bajo mi dirección; tarea nada fácil que requiere un meditado estudio y en la que creo haber acertado. Por lo demás, ya Sara y yo nos entendemos sólo con mirarnos, y únicamente he de luchar con ella para vencer su obstinación, originada casi siempre por un exceso de modestia. Por ejemplo ahora, en un principio, se negó rotundamente a cantar el “Pichi”, alegando que ya Celia Gámez lo había hecho de un modo insuperable. Logré al fin persuadirla de que a una misma canción pueden dársele dos interpretaciones enteramente diferentes y ambas igualmente acertadas…


Estaba todo listo y preparado para el rodaje y Amadori tenía cierta prisa. Era sábado y él tiene costumbre de pasar el fin de semana con los suyos en su casa de Alicante. Se encendieron, pues, las luces, y poco después empezaba a ‘rodar’ la cámara, mientras Sara, acompañada de dos monjas, avanzaba hacia la libertad, por aquel pasillo de proporciones relativamente reducidas, pero que un sorprendente truco escenográfico convertía, al encenderse el forillo, en una galería larga, larguísima, casi interminable…




Luís César Amadori con Sara Montiel y Reginald Kernan. 

Por Guillermo BOLIN


LA FOTO XL

Celebrando los 50 años de Pecado de amor

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