sábado, 10 de diciembre de 2011

FOTOGRAMAS - 29 de Octubre de 1971 - España


SOLO
PARA AMANTES
DE MITOS
SARA MONTIEL
Por: TERENCI MOIX





EL DIA QUE MURIO SARITA MONTIEL
Sara Montiel, Sarita, doña Sara, la Sara de España, la ex violetera, es de nuevo de actualidad con el estreno de “Varietés”, que tanto interés viene despertando, tanto en pro como en contra. Doña Montiel, la súper Sara, la Saritísima, como la llama a la italiana, el autor de este artículo, Terenci Moix escritor especializado en los fenómenos de masas –recuérdese su famoso libro sobre los “comics” y sus artículos en nuestra revista –y galardonado con cinco importantes premios, entre ellos, dos de crítica- por su labor como novelista. Así, NUEVO FOTOGRAMAS ha conseguido que uno de los autores más populares y discutidos  de los últimos años, se enfrentase a la que es, sin duda, la más popular, discutida y defendida de las actrices españolas. Tal vez la única diva auténticamente de multitudes que el cine español haya tenido desde Imperio Argentina, allá por los treinta.
A continuación, Terenci examina en dos artículos las constantes sociológicas del mito Sara Montiel. Nos confiesa cuando la amo y, en fin, cuando empezó a cantarle los responsos. Abre, al mismo tiempo, una nueva serie sobre los mitos del cine español e hispanoamericano que iremos publicando, respondiendo así a la petición de nuestros lectores. 



MY DARLING MARIA LUJAN
Me instan a que escriba sobre Sara Montiel, nuestra Saritísima nacional. Seguramente, NUEVO FOTOGRAMAS debe saber que, a mí, esa diva de ahora me causó alguna impresión personal, en dos etapas de mi vida bien distintas: primero, como mora tentadora, en mi infancia de cine de los sábados, reprimida; después, como cupletera de buen hacer y de mejor decir (léase de impecable mostrar el paladar) en mi adolescencia de cine de los domingos, liberada. En todo caso, dos impactos de Sara Montiel, metida a hostigadora de reinas carcas (Locura de amor) y a cupletista que-lo-cambiaría-todo-por-un-mínimo-de-amor-más-grande-que-la-vida (en El último cuplé). Pero, en todo caso, dos impactos que justifican el interés de la Saritísima en dos momentos tan opuestos de su carrera: cuando sus labios estaban hablando de amor (con Eros y Psique revoloteando sobre sus senos generosamente sugeridos) sus ojos, fijos en el espectador, o en cualquiera de sus hombres fílmicos, estaban hablando de sexo. Para decirlo de una vez: Sara Montiel llevó el sexo al cine español, y esto, por sí solo, ya merece un monumento. Es más: lo habría llevado a cualquier lugar del mundo –de esos donde el erotismo ya no es tanto pecado-, porque Sara Montiel ha sido un símbolo erótico de primera categoría: su magnitud excedió fronteras nacionales, sus rayos se proyectaron con una fuerza muy respetable (chapeau ante su versión en primer plano del Fumando espero), de la que quedan algunas referencias –muy lejanas referencias- en su versión de La bien pagá (Varietés) o cuando en Esa mujer regresa al convento de donde saliese como pobre monja encinta, y, suntuosamente envuelta en gasas moradas de folletín, formula a Cándida Losada una de las preguntas más sublimes de toda su carrera: “Madre, ¿tanto me ha cambiado el mundo?”. Desmelenamiento muy camp del guionista, Antonio Gala. 

Pero esta Saritísima actual, adicta al melodrama de la peor especie, que sólo se sublima cuando un Gala y un Mario Camús lo objetivan en términos de ironía feroz; esta Sara que viste hábitos de monja para pagar pecados de amores; que tiene que redimirse por el amor de un tierno jovencito vasco (¡Luigi Giuliani!) por haber sido tan viciosa (entiéndase como vicio el cantar “La pulga”), que viste los más suntuosos modelos de grandes modistas para pasear por estaciones pueblerinas su “miseria” de segunda de revista; esta Saritísima que lo mismo se atreve con Armando Manzanero que con Lucia di Lamermoor y el Ave María; pecadora, pero buena en el fondo, madre capaz de sacrificarse por la felicidad de hijas hasta entonces desconocidas, Galatea triunfante en manos de empresarios que siempre la amaran en sufrido silencio, Dama de las Camelias con nombre de habanera, esta Saritísima melodramática, ingenua al iniciarse los dramones, mujer con experiencia –fatal a su pesar- cuando el dramón cae, inexorable, sobre su destino generalmente victorioso… esta Saritísima de sus últimos films, ¿tendrá algo que ver con aquel mi arcaico delirio de Locura de amor, Pequeñeces, El Capitán Veneno y El último cuplé?
Digamos que   Sara, Saritísima, Saritona, murió para mí como fuerza erótica, como aportación completamente original a nuestra mediocre realidad cotidiana, el día preciso en que empezó a preferir ser una momia más o menos respetable de su propio impacto. Que Sara Montiel, en cuyo personaje siempre sabré encontrar algún motivo de simpatía, incluso camp, murió para mí el día en que dejó de exigirse la fuerza potencial que aún podía transmitirnos y se decidió a seguir el camino, bien fácil, de la constante repetición de sí misma. El día en que, para decirlo de una vez, Sara Montiel decidió trivializar su propia, poderosa fuerza de mujer –y, huelga decirlo, su posible fuerza de actriz. 



EL MITO, AHORA MISMO
No creo que estemos autorizados a dudar de la sinceridad de Sara Montiel (o del cariño que se tenga a sí misma) cuando afirma, vehemente, que no es que esté bien conservada, sino que se mantiene así porque es joven. A juzgar por las fotocopias de su pasaporte, que con gran sagacidad se facilitó a las fuerzas vivas de la información nacional, Sara, Sarita, doña Sara, la Montiel, se encuentra en aquella dorada edad (43 años, al parecer) en que, según las novelas Pueyo y las melosas locutoras de los consultorios radiofónicos para féminas, todos los sueños son aún posibles… todas las ilusiones están posibilitadas cuando se es diva, cuando se es bella. Aunque, en última instancia, la Saritísima de antaño tiene perfecto derecho a estar ahora mismo en la edad que mejor le cuadre, sin que a nadie deba importarle demasiado.
Con todo, no debemos olvidar que en estos últimos años, la baza más próspera del mito Montiel (que empezaba de muy avanzada su carrera, con El último cuplé, como es sabido) consiste precisamente en aquel formar parte del grupo de las diosas bien conservadas: un mito que, cada vez más, se establece para uso indistinto de señoras y caballeros, preparado para satisfacer la curiosidad morbosa de ellas (“pues mira, en dos meses ha adelgazado una barbaridad, ¿verdad mujer? Y de cara, guapísima, eh”) y para darles a ellos (bien que cada vez menos en sus películas anteriores a Varietés) aquella miaja de sexy de buena ley, servido siempre tan a cuentagotas en Celtiberia, y que, si bien imitado algunas veces (recuérdese la penosa etapa de una Marujita Díaz cupletera, peinada, retratada, maquillada y descotada a imagen y semejanza de la Reina Sara) no ha sido, ni por mucho, igualada.


Guapeza que cae bien a las señoras (ayuda mucho el argumento, generalmente melodramático que “sirve” a Sara) y sexy que los caballeros, especialmente en provincias, pueden encontrar, todavía, atrevido, incitante, con un punto de contacto con las realidades carnales más dignas de crédito, menos desfiguradas. Estos serían, de entrada, los dos pilares sobre los que se sigue sosteniendo el mito Montiel, catorce años después de haberse iniciado. Pero no olvido otros dos pilares fundamentales, que se han ido fortaleciendo a lo largo de la década de los sesenta (muchas y muchos han caído en menos tiempo); de un lado, la selección de historias que halagan en todo momento el gusto más elemental de una mayoría ineducada (de ahí que algunas películas de la Montiel triunfen especialmente en los cines de barrio y en los pueblos); en segundo lugar, un público de lo que, a imitación de André Gide podemos llamar “corydones” (los “vecinos del quinto” de la Piel de Toro) y que, con Sara, obran como los corydones yanquis con Mae West.
La “sofisticación” de Sara Montiel, artificio puro que roza los límites más afeminados de la percepción “camp”. 
Eso deben de agradecer los grupos de efebos que se amontonan, endomingados, en las “premiéres” de Sara, apreciando sus frases, resaltando sus avalorios, agradeciendo sus infinitos primeros planos como sólo harían con productos de Celia Gámez, Raphael, Luís Mariano y otros, contados príncipes de la ambigüedad. Como para las honestas abuelitas de tantos pueblos celtibéricos, también para este tercer grupo cuenta especialmente el estado de conservación de Sara; y, aparte esta constatación esperanzadora, aquel estado de identificación provocado por la sublimación de la extravagancia: los vestidos, cuanto más recargados, mejor; ciertas joyas, la frase ocurrente y dicha a tiempo, casi benaventina, con aquel retintín que, en un escenario madrileño lleno de “señoras bien” conduce directamente al aplauso; canción de despecho que es capaz de dedicar al amante que la planta o bien si ella le deja a él (al final sabremos, por supuesto, que era un equívoco), la bofetada moral a las rivales a quienes siempre ha de vencer en ley de más guapa, más hembra, más protagonista que nadie; el canto de dolor por algún amante muerto (mejor si es doncel ingenuo, como Luigi Giuliani en La Reina del Chantercler) y, en fin, todos aquellos ingredientes que, siendo típicos Montiel, tendrán más éxito cuanto más se parezcan al patrón establecido por la María Luján de El último cuplé. Y las derivaciones, lo sabemos, son múltiples, eternamente socorridas para halagar tanto el gusto de las señoras de clase media, como de las abuelitas aldeanas, como del macho hispánico y, en fin, de los corydones.
Para las señoras de clase media, incluso de una cierta burguesía de posguerra, el prodigio de conservación de Sara Montiel es, objetivamente hablando, un consuelo para su propia tragedia de mujeres elienadas cuya única razón social es la de ser bellas para una colectividad masculina encarnada por entero en el marido.
Para las abuelitas aldeanas (uso, por supuesto, metáforas: póngase a la inmensa masa femenina española de pueblos y provincias, con la derivación del “cine de barrio” en las grandes capitales), para ellas, Sara Montiel es el prototipo de la estrella inalcanzable pero muy próxima al corazón de todos gracias a esta máxima garantía de complicidad que es la simpatía (por muy sexy que acepte ser, Sara Montiel no aceptará serlo nunca en antipático: de ahí que en tantos de sus films empiece por salir como joven ingenua) y, además de la simpatía, ese sufrimiento a que aspiran todos los films de Sara Montiel: sufrimiento para triunfar, para ser amada, incluso para ser sexy. Toda una colectividad puede y debe admirarla porque sabe de antemano que su personaje ha tenido que sufrir mucho para llegar a esos finales felices, tan inefables. Las raíces más auténticas del melodrama, en resumen. (Recuerdo una proyección de La violetera, en el Tívoli de Barcelona: cuando Ana Mariscal, en gran dama, insulta a la pobre Soledad –“Yo no veo a ninguna señora”-, se oyeron en el cine algunos insultos dirigidos a la rival de Sara. El más piadoso de tales insultos es impublicable en varios países europeos).
Para los caballeros, cada vez menos fáciles de arrastrar por sí solos a un film Montiel, ella puede ser dos cosas, según la clase social: o el sexy español en su estado más puro (y esto suele darse en las capas inferiores de la sociedad) o el espectáculo que place contemplar, en recuerdo de horas mejores, y con un cierto distanciamiento; la consagración, en clave de producto servido con los envases mejor presentados de la sociedad del consumo, de la hembra española. Ni la esposa ni la madre. La lejana reminiscencia de la cabaretera de posguerra, que el Desarrollo ha revestido con etiquetas de los mejores almacenes (así, no es casual que cuando Sara canta La bien pagá, evoque a la prostituta convencional de la posguerra española –la de las mancebías-, pero adornando la canción de la Piquer con una presentación, un colorido, un erotismo pseudorefinado que ha de estar a la altura de los mejores productos extranjeros. Como una rivalidad entre fabricantes de neveras, para entendernos). 
Y, en fin, para los corydones Sara Montiel –nuestra Mae West, en este sentido del “camp”- representa la inspiración máxima de un erotismo tranquilizador, donde lo agresivo de la super-hembra viene suavizando tanto por sus extravagancias externas –vestuario, fraseología, simpatía, canciones- como por lo absolutamente increíble de los temas en que reina. La identificación llega a su punto culminante si recordamos que toda película Montiel, ella misma incluso, nunca olvida hábiles concesiones a la nostalgia (cuando no las explota hasta la saciedad), acaso consciente de lo que el flujo nostálgico tiene de liberación escapista para todo corydon que se precie. Si a ello añadimos que Sara Montiel tiene una especial habilidad para escoger sus galanes –generalmente es amada a la vez por un hombre maduro y otro jovencito-, se comprenderá perfectamente por qué este público ambiguo convierte cada estreno Montiel en un acontecimiento “social”.
Y es también este último público el que, subjetivamente, ha comprendido la frase que hace que todo amante del camp pueda gozar objetivamente películas de Sara Montiel como Esa mujer (la que más), Pecado de amor o La mujer perdida. La frase fue aplicada en su día a Bette Davis, pero puede revertirse perfectamente para el mito Montiel: “Las películas de Sara son más buenas, cuando más malas son…”

DE SEXY A LA MASCARA
Pero está, por encima de todo, Sara Montiel que es, probablemente, otra cosa. Están Sara Montiel y su apoteósica caída en picado dentro de un marasmo –el del cine español de la segunda mitad de los años cincuenta-, cuya s máximas concesiones al erotismo (dejando aparte algún intento minoritario como la memorable Emma Penella de Fedra) habían sido el adulterio de Muerte de un ciclista, las lejanas insinuaciones “no sé si debo” de una muy joven Mery Martín (se sabía que implicaba algún síntoma de tentación, porque todo en ella, desde el pelo platino a los cigarrillos que fumaba, olía a “extranjero”), o bien, a nivel de folklórica, dos o tres desmelamientos de Lola Flores y sus blusas.
Bromas aparte -¡bromas con el castísimo cine español de toda la posguerra!-, ahí estuvo Sara, con sus planos faciales en escorzo (antes de que la repetición los hiciese insoportables), su forma de mover la lengua al cantar, mirando fijamente al público, los escotes más prodigiosos de varias décadas (incluso en el cine extranjero que se nos permita ver), el vestido rojo ceñido, un cierto tono apache al cantar Sus pícaros ojos, y aquella forma de recorrer con la mirada a sus galanes, que remitía constantemente a un ofrecimiento erótico.
En El último cuplé, Sara Montiel fue una señora muy importante. Y lo fue en dos o tres películas más, mientras vivía. Una señora como pocas, poquísimas, ha tenido el cine español.
La señora importante cayó en este país como una tempestad de aire fresquísimo, aunque, de hecho, sus ondas fuesen más bien las de un Siroco. Un descubrimiento tardío de nuestro público, si se quiere, porque muchos de los grandes momentos de Sara Montiel –“guapa de morirse”, como dicen los corydones del Madrid mundano- estuvieron ya, ¡y de qué manera!, en su princesa Aldara de Locura de amor, donde sus têtes a têtes con una Aurora Bautista en gran trágica (y es que a los grandes de los años cuarenta los personajes históricos y portadores de valores nacionales y raciales les imponían un gran respecto) donde aquel famoso duelo verbal entre la reina cristiana (loca, pero cristiana y, encima, señora de las Castillas) y la mora impía (princesa, de acuerdo, pero de raza inferior y rencorosa) tuvieron el valor de conmover a las plateas e imponer un rechazo de la pecadora (entiéndase por “pecadora” de la época a una hembra pasional…, que ya era mucho) en una visión del mundo que privaba y privaría durante largo tiempo en este cine “nacional”, que si por alguna cosa se distinguió, aparte de patriotismo, fue por ser el más asexuado de cualquier historia más o menos normal. No estaban aún los tiempos para pasiones, y una Sara Montiel que había cambiado su máscara de pizpireta y moderna jovencita teñida de rubio (el tipo ideal de la chica topilino) o sus maquillajes de india dispuesta a evangelizarse a todo riesgo (La mies es mucha), una Sara Montiel que ya aparecía dispuesta a echar por los ojos toda la tentación que requiriesen las moralejas redentoras pro matrimonios-del-mundo-entero, uníos, del padre Coloma (Pequeñeces, nada menos); esa Sara Montiel hizo un par de películas más, cogió las maletas y se fue a Méjico. Allí, las tentadoras tenían una cierta prosperidad, como demuestra una portada del semanario Mundial, con una Sara en posición tanto o más sexy que la que, en aquellos mismos años, pudiesen exhibir las maggiorate italianas. Allí se la vio que daba tirando a india, y se la aprovechó para que, en folletines bastantes inmundos, fuese chaparrita alegre o hija de dueñecito de rancho, chica descarriada, madre soltera, mestiza despreciada por galanes con bigotito y traje a rayas, ladrona de maridos ajenos, cómplice buena de gangsters aztecas y cuantos papeles se terciasen para una chamaca que, en España, sólo había podido enseñar los hombros bajo la condición –la coartada de aquellos años- de que se vistiese de gala… en escenarios del siglo XIX.



Aquella Aldara inolvidable de Locura de amor, ¿dónde estaba?
Los lazos de la Hispanidad se estrechaban poderosamente, porque Sara Montiel –la guapísima- daba en mejicana. Medio sangre india, medio de la Mancha. La mezcla ideal. Y, por favor, jovencita, no vuelva usted a teñirse de rubio nunca más.
En 1957, lo recuerdo muy bien, una Cifesa que ya no era aquella gran marca que Sara dejó antes de irse a Méjico, anunciaba en su lista de material una película de la que nadie esperaba nada. El último cuplé. Y como reclamo, la siguiente frase: “Con Sara Montiel, la famosa star de Hollywood”.

LA BOMBA
Al caer sobre España el segundo soplo del huracán Montiel, el recuerdo de la moza indianizada no existía ya, a pesar de que se hubiese estrenado Veracruz y estuviesen por llegar los dos otros films hollywoodienses en las que, como este último, se la explotaba por aquella su belleza que le permitía parecer mijicana (Dos pasiones y un amor) o bien india piel roja (Yuma). Tal encasillamiento en el mestizaje no fue, por supuesto, culpa de Sara, ni demuestra que ella, en Hollywood, no hubiese podido hacer con éxito los papeles de, pongamos por caso, una Ava Gardner. Entramos, por el contrario, en el famoso racismo del cine americano, que ha hecho idénticos los destinos de todas las estrellas latinas importadas a Hollywood y confinadas a papeles estereotipados que han de responder siempre a sus características étnicas, consideradas como inferiores. Un yugo del que no pudo salvarse ni la Dolores del Río, que encabeza una lista extensísima de latinos y latinas que fueron estrellas de un día en el cine de Hollywood: Vittorio Gassman, Linda Cristal, Katy Jurado, Miroslava, Fernando Lamas, Ricardo Montalbán –bien que éste encontró su propiedad en el teatro-, George Chakiris y tantos otros.
Pero el día en que murió Sara Montiel fue, a mi juicio, ese en que empezó a imponer un cierto gusto y, sobre todo, a llevarlo hasta la saciedad; o a supeditar sus posibilidades (no exagero: no se nos ha hablado insistentemente de las posibilidades desaprovechadas de la Saritísima como de las de Marisol) al halago más fácil de una sensibilidad culturalmente subdesarrollada… lo cual la convierte a ella misma en instrumento muy eficaz de esa incultura que interesa imponer en lugar de atacarla. Esto en cuanto al llamémosle contenido de sus films; pero, también, como apartado distinto de un mismo problema: la estereotipización física del personaje. La total artiesclerosis de su erotismo, convertido en eje central de todo un universo plástico –generalmente kitsch- supeditado a ella, a sus gracias, a sus desgracias, al color de sus mejillas, a la mayor difusión de su retina, a todo cuanto puede ensalzar un erotismo que, siendo lógicamente mercancía desde el momento que comenzó a proponerse dentro de un cine de consumo, tiene que ser, también, objeto de formas seguras, nunca sorprendentes, nunca imprevistas. Un erotismo de las derechas, para entendernos. 






Tomemos, como ejemplo más a mano, el caso de Varietés. Prescindiendo de la espinosa cuestión bardemiana (como apuntaba Picas en estas mismas páginas: “¿qué vergonzoso estado de nuestro cine permite a la Saritísima zamparse a Bardem como si fuera unas gambas a la plancha?), dejando incluso aparte el problema básico de una obra que se queda a medio camino, entre el film de autor y el vehículo comercial divertido (lo cual, desde un punto de vista camp, nunca dejaron de ser los vehículos Montiel; sorprende señaladamente en este film el especial empeño de la Saritísima en barrerse, una tras otra, todas las posibilidades de la expresividad. En un caso así, el típico “trabaja bien” (elogio que el público suele dedicar con extrema facilidad no a las actrices, sino a las “personalidades”) no oculta sino una incapacidad de Sara Montiel para acceder a un nivel superior; incapacidad que, me apresuro a decirlo, parece haberse impuesto ella misma, ya que momentos aislados de algunas de sus interpretaciones hacen pensar en lo que podría ser una Montiel “suelta”… lo cual consigue parecernos cuando, en los planos generales, no tiene que preocuparse por imitarse a sí misma, por convertirse en la máscara de eternos primeros planos, sino que consiente en estar viva y abandonar su trillada estereotipización del erotismo.
Sin embargo, este espejismo no puede llevar a engaño: bastará un primer plano (y los films de la Saritísima los tienen en la más escandalosa e inútil continuidad que recuerda el cine moderno), bastará un número musical para que la estereotipización vuelva a dominar toda la actuación de la diva y a decretar, por supuesto, su máscara. De unos años a esta parte, Sara ya no parece tan preocupada por dar vida a sus canciones como en conseguir que la pose dure el mayor tiempo fílmico posible; y si Sara baila (o lo intenta como en la canción Las camareras) anula el movimiento, lo convierte en una sucesión más o menos bien ligada de poses que no son sino una variante de la máscara, esta vez a cuerpo entero. (Sin embargo, un buen momento de la Saritísima bailando el tango con Alaria en Mi último tango). 

Tal preocupación por ser máscara antes que nada, tal empeño por reducir todas las gamas del atractivo humano a una serie agotadora de perfiles, tomas en tres cuartos (el plano preferido de la diva), grandes primeros planos de miradas fatales y exhibiciones de paladar (en colores cada vez más rosados, gracias a la magia del señor Christian Matras) han de tener, por supuesto un resultado: es espectador no tendrá nunca la impresión de hallarse ante un ser vivo, sino frente a una constante reducción de la vida al inmovilismo; como un fetiche hecho poster que, de repente, salta de la panred, mueve algunos músculos faciales y vuelve a su encierro inicial.
A nivel dramático, este encierro en el poster ha de tener fatales consecuencias: ningún ser humano puede ser máscara y alma a la vez; lo uno anula a lo otro, y acabamos sin saber nada de ninguna de las dos. Así, con la Saritísima, en una alternativa de percepción que no deja de tener su importancia sociológica para toda una colectividad que, en la máscara (y tal máscara también puede estar presente en los “argumentos” que Sara interpreta) encuentra un substitutivo de la verdadera vida. Es imposible que la Saritísima, paralizada en argumentos calcados el uno del otro, lo cual la obliga a expresar sentimientos siempre idénticos, incluso en sus canciones; es imposible, insisito, que pueda dar de sí, en manos de cualquier director, más de lo que ya dio en La violetera. Por extensión, es imposible que toda una colectividad, enajenada ante la repetición constante de esos clisés psicológicos y de sensibilidad, pueda aspirar a algo mejor, pueda encontrar cualquier referencia a una verdadera vida, tanto de la realidad como del arte. Que si este puede ser artificio, no será nunca, por descontado, trivialización de la vida.
Huelga decir, además, que el poster continúa teniendo sus exigencias de erotismo: el carácter represivo del mismo (que, paradójicamente, en El últijo cuplé podría ser liberador) no debería ser ignorado. En esto, los erotólogos de oficio tendrían, sin duda, algo que decir. Porque desde un día en que Sara Montiel se decidió a no ser más que la máscara de su propia belleza –la tumba de su temperamento posible- fue, ya, el símbolo más claro, la afirmación de existencia más rotunda que podía dar una sociedad reprimida.
No debemos ignorar, tampoco, que todo ello tiene poderosos orígenes económicos: a ningún productor, ni a ella misma, interesa una Sara que no sea la Saritísima; del mismo modo que a ningún productor, ni a él mismo, interesa un Raphael que no sea… lo que es. Tal condicionamiento, estrechamente ligado a una sociedad que ha sido acostumbrada durante largo tiempo a efectuar, ella solita, su propia demanda, parece evitar que Sara Montiel nos dé, algún día, una notable interpretación de Juana de Arco, de la Nora de Ibsen o ni siquiera de una obra de Alfonso Paso. Cualquier cambio sería impensable, porque si el mito Montiel nació para quedarse fue a condición de tener todos los recursos asegurados, todas las piezas probadas, sin la menor concesión a la espontaneidad. Si bien se mira, no se lanzó como mito a la Sara anterior a la etapa mejicana, sino a aquella que ya había demostrado su eficacia, su viabilidad en unos ambientes, unos sentimientos, unas formas de cantar y de retratar determinados y determinantes. La imposición del clisé que una primera inspiración de la nostalgia y el sexy unidos habían sugerido, desencadenó inmediatamente en una trivialización total. Que Sara Montiel se trivializó a sí misma cuando trivializaron al producto me parece fuera de toda duda. A no ser que a Sara, Sarita, doña Sara, no le interesase más que esa máscara, esos planos de tres cuartos y salir del paso lo más guapa posible. Que todo es posible, sí.
Pero yo, que recuerdo momentos importantes de otra Sara Montiel, me planto en la idea de que ella murió el día en que nació la Saritísima. 

SARA MONTIEL in person
LA FICHA DE SARA




Nombre en la vida real: María Antonia Abad Fernández
Lugar y fecha de nacimiento: Campo de Criptana (Ciudad Real). El 10 de marzo de 1928.
Signo zodiacal: Piscis.
Nombre del padre y de la madre: Isidoro y María Vicenta.
Hermanos: Cuatro.
Estado civil: Divorciada y casada.
Maridos: Anthony Mann (americano); Vicente Ramírez Olalla (español).
Lugares de residencia: Campo de Criptana, Madrid, Méjico y Los Ángeles.
Estatura: 1,67.
Peso: 58 kilos.
Color cabello: Castaño claro.
Color ojos: Verde aceituna.
Religión: Católica.

LOS GUSTOS DE SARA
Época en que le hubiese gustado vivir: El Renacimiento italiano.
Aficiones: Leer, oír música, el cine, los toros.
Poetas preferidos: Rafael Alberti, García Lorca, Neruda.
Escritores preferidos: Siempre García Márquez.
Músicos: Tchaicowsky, Falla, Chopin.
Pintores: Goya y Velázquez.
Toreros: “El Litri” y “El Cordobés”.
Actor de cine: Charles Laughton.
Actriz de cine: Greta Garbo.
Cantantes: Tom Jones y Frank Sinatra.
Supersticiones: El número 3 y el 7 como números de la suerte.
Complejos: Timidez.
Personajes históricos preferidos: Catalina de Rusia y la Malinche. 


1.Amistad inesperada para una Sarita Montiel de la época de Pequeñeces. El gran realizador George Cukor. Asistieron juntos al estreno de su film La Costilla de Adán (con Tracy y la Hepburn). Acto seguido pasearon por una Gran Vía madrileña que presenta un aspecto inequívoco. Los años álgidos de la posguerra.


2.Sara con Enrique Herreros, el hombre que la “hizo”. Fue, efectivamente, él quien le puso su nombre artístico, quien la lanzó, quien la ayudó constantemente en los momentos más duros y la llevó a la fama proponiéndole –en una etapa muy difícil de su vida- El último cuplé. Los que conocen la historia califican la actitud posterior de Sara como un monumento a la ingratitud; convertida en la diva que conocemos, Sara prescindió del que había sido su benefactor, representante y gran amigo.


3.Sara saltó al charco a raíz del gran éxito personal que obtuvo en Sudamérica con su Aldara de Locura de amor. La capital mejicana le tributó un recibimiento que la prensa de la época calificó de apoteótico. Con Sarita, una colega que también cruzaría el charco pero al revés, viniendo a rodar a España: Rosita Arenas que, en aquel 1950, era Reina de las Fiestas de la Primavera de Méjico.


4.Durante su estancia de cuatro años en Méjico, Sarita se convirtió en una de las estrellas más populares de aquella cinematografía. Aquí aparece cuando fue nombrada Comandante Honorario de las Fuerzas Motorizadas de la capital mejicana. En lo sucesivo sería madrina de muchas otras fuerzas.


5.Méjico la hizo tan suya que durante años estuvimos sin saber de ella. Se decía que si algún lío sentimental, se hablaba de algún descoco, se comentaba una huida espectacular a Hollywood, con Anthony Mann, dejando plantado a alguien… La presente fotografía, publicada en un periódico italiano, rezaba: “También los mejicanos quieren tener su Marilyn Monroe. Por el momento han elegido a esta actriz de 21 años, llamada Sarita Montiel. Ahora se encuentra en San Francisco, para presentar su último film, Veracruz”.


6.Voces autorizadas y metidas en eso de la producción, aseguran que, durante el rodaje de Veracruz hubo lío. Gary Cooper se peleó con Burt Lancaster, y Sara se puso de parte de su pareja más directa en el film (Gary). Lancaster, que era el productor, se vengó cortando gran parte del trabajo de Sarita y extendiendo extraños rumores sobre ella, que dificultaron momentáneamente su carrera en Hollywood. Se non é vero…


7.Boda sonada con Anthony Mann, que se disolvería en Méjico años después. Al regresar a Barcelona, después de tan sonado éxito de El último cuplé –del que ella se enteró en América y del que fue, sin duda, la primera sorprendida-, Sara declaró a nuestra revista: “Estos dos meses los he empleado en el viaje de novios. Hemos viajado por Londres, Irlanda, Méjico, Japón. Allí se dio una semana de cine de Anthony Mann con todas sus películas”.


8.Y por este mismo motivo –ser señora de Anthony Mann- estuvo presente Sarita en el Festival de Venecia… cosa que nunca conseguiría presentando una de sus películas. Se presentaba el film de Mann God’s Little Acre y la prensa italiana aprovechó para dar dos noticias: a) que a Sarita, la esposa, “se la acostumbra a creer mejicana pero en realidad es española”; b) que “debutó en el cine a la tierna edad de trece años”. SNIFF!!


9.En 1957, Armando Calvo acude al aeropuerto de Barcelona para recibir a Sara Montiel, que ha de ser su pareja en El último cuplé, de Orduña. Por cierto que el director de Locura de amor –film que proporcionó a Sara un contrato para tierras mejicanas- es otro de los que con mayor virulencia han denunciado la “ingratitud” de la estrella. De hecho, después de su éxito en aquel film Sara se negó en redondo a volver a trabajar con Orduña incluso en La tirana, cuyo acuerdo estaba concertado antes del éxito del film de los cuplés. La sustituyó Paquita Rico, y Orduña dijo, en su momento, cuanto tenía que decir sobre Sara y su idea del agradecimiento, una vez que se había hecho famosa.


10.A partir de este momento, las llegadas y salidas de Sara Montiel se producirán siempre en olor a multitudes. Así, cuando abandona su residencia de Hollywood –al cabo de poco, visto el filón nacional, lo hará definitivamente- para acudir “a agradecer en persona la gran acogida de mi público”. También declara que será la protagonista de un film con Orson Welles (¿cuál?) y de La esclava libre (Band of Angels), con Gable. Lástima que, finalmente, el papel de Amanda se lo llevase Yvonne de Carlo porque, de hecho, cuajaba espléndidamente a la belleza de Sara… y a sus tópicas posibilidades de “dar” el mestizaje.


11.En el Festival de San Sebastián de 1958. Sara Montiel bate el récord de firma de autógrafos: cincuenta minutos dándole al bolígrafo. En el mismo año, y contado por testigos presenciales, es acogida en la República Dominicana con “el mismo entusiasmo y los mismos honores que un Jefe de Estado”. “Se inicia una impresionante racha de actuaciones personales por toda Sudamérica, donde El último cuplé ha pegado fuerte, cambiando la imagen que se tenía de Sara, “la Piel Canela”.


12 y 13.Más premios, honores y estrenos de sus films que, en Madrid, por ejemplo, se convertirán en una institución. En la primera foto, Sara recibe el premio del Sindicato a la mejor actriz, por su interpretación en La violetera. En la otra foto, Sara, acompañada todavía por Enrique Herreros y saludando a sus admiradores “a lo político”, sale del estreno de Carmen la de Ronda.


14.No es broma: en sus actuaciones de 1960 en Buenos Aires, Sara Montiel abarrotó el teatro, tarde y noche, durante una semana. En Cuba, en Venezuela, en Méjico… una idéntica apoteosis. Tal vez para satisfacer tan importantes mercados se planea Mi último tango. Mientras, España se queda con las ganas de verla “in person”. Un “show” suyo en televisión había decepcionado ligeramente porque los españoles descubrieron que Sara no sabía hablar en público.


15 y 16.Entre tantos honores, uno de los puntales básicos del personaje Montiel, como de todo mito español que se precie, y por muy femme-fatale que sea: la familia. Ella ha declarado varias veces que a la persona que más quiere en este mundo es a su hermana Angelines (en la foto con el Trofeo Fotogramas de aquel año al fondo). También se la ha visto algunas veces con su hermano, como en la foto que nos los muestra a ambos en una agitada tarde de toros, en cuyo curso Sara sufre.

17.Pero ninguna devoción ha sido declarada tan a menudo por Sara Montiel como la que sintió por su madre, a la que siempre llamó por su nombre (María). Este fue, para el público, uno de los aspectos más simpáticos de la diva; y hay que decir, en su favor, que cuando su madre murió ella no hizo demasiada publicidad a un asunto que tan rentable hubiese podido resultar, dada la sensiblería que impera por estas latitudes. Es sabido que, para consolarse de tal muerte, pasó una larga temporada en casa de Maruja Díaz con quien se reconcilió después de una pelea que duraba años. .

18.En 1964, divorciada ya de Anthony Mann en Méjico, Sara se fue a Roma a contraer matrimonio con el industrial Vicente Ramírez Olalla. Se casaron en la iglesia de Monferrato, donde está sepultado Alfonso XIII. Las agencias nos mostraron todos los pormenores de la boda: Sara besando el anillo de fray Justo Pérez de Urbel, Sara depositando flores en la tumba de Su Majestad, Sara y Vicente paseando en carrozzella por la Via del Foro Imperiali y por Via Veneto… Siete años después, y tras alguno en que no se oía hablar de su marido, Sara dijo a “Tele/eXprés”: “A lo mejor me vuelvo a casar”.

19.Otra enemistad que fue famosa, por lo menos sobre el papel: la de Sara y Carmen Sevilla, que se produjo a raíz del litigio entre la Montiel y Cesáreo González. Este, en último momento, sustituyó a Sara en el film La guerrillera de Villa, junto a Vicente Parra. Don Cesáreo fue muy taxtivo respecto a sus motivos: Sara estaba demasiado gorda para el papel, Sara retrasaba enormemente el rodaje de cada film, Sara ya no era negocio. Sara declaró: “Ni Carmen ni yo tenemos motivos para no seguir siendo amigas y espero que en mi inmediato viaje a Méjico tengamos ocasión de vernos… Los veinticuatro millones de mi demanda corresponden a daños y perjuicios por la inactividad a que me he visto sometida por la exclusiva que tenía firmada”.

20.Entre todas esas cosas de pleitos y enemistades, falsas o no, Sara Montiel entra en la Gauche Divine, cuyos miembros al parecer la hacían el vacío durante el rodaje de Tuset Street; se convierte en productora de vanguardia, prueba con varios operadores (entre ellos, Néstor Almendros) y, al final, retira sus doblones por un quítame allá este primerísimo plano, y se lleva la película a los madriles, donde, sustituyendo a Jorge Grau, la termina Luís Marquina. Después de La dama de Beirut, Tuset Street es lo inevitable: una carrera en alarmante descenso.

21.Solo que Sara es como el ave Fénix: siempre resucita de sus propias cenizas. Así, con un vehículo adecuado a su servicio (Esa mujer, ambientada en la “belle époque”, mucho melodrama, ella guapísima) consigue remontar su carrera. Y lo remata con la tan esperada aparición en teatro (hasta ahora sólo había aparecido en España en “night clubs” y a precios muy elevados). Sara Montiel en persona resulta, efectivamente, un gran éxito de público en toda España; un éxito que, a un año de distancia, se verá confirmado por el de Varietés.

22.Tal vez Sara no ganará este año ningún disco de oro, como en los tiempos felices de El último cuplé y La violetera; tal vez muchos hayan visto ya la trampa de sus films y de su mismo personaje… pero ello no evita que, en cada una de sus resurrecciones, siga siendo la única diva del cine español, la que arrastra, todavía, a una considerable multitud de admiradores. Mientras tanto, descansa en cualquier playa del Sur de España (o, mejor, de Mallorca, por motivos pasionales) sin preocuparse de sofisticaciones, a sus anchas. Aunque algún fotógrafo siga sus pasos y la sorprenda en una intimidad un poco cruel: la del rostro de esta fotografía, que tanto contrasta con la mujer espléndida, rebosante de belleza y sensualidad, que cada uno de sus nuevos films propone, incansable, sobre las plateas españolas.

23.Con la resurrección de Sara como la más taquillera, María Antonia vive su vida intensamente. Al acudir al estreno barcelonés de su film, Sara Montiel dejó escapar la posibilidad de su próximo matrimonio “si consigo que me anulen el anterior”. “Tele/eXpres” decía a ello: “Se trata de un “playboy” a la española, íntimamente ligado a las tareas periodísticas. Es bastante conocido porque siempre asiste a todos los concursos de “Miss España” y su periódico Última Hora, organiza el de “Miss Baleares”. Se rumorea que el posible tercer marido de Sara sea, precisamente, José Tous, que en la foto aparece con Sara en la discoteca Barbarela, de Palma de Mallorca. ¿Se confirmará el rumor o, por el contrario, sólo quedará en esto?

TODAS LAS PELICULAS DE
SARA MONTIEL
Desde las películas de “teléfono blanco” que dieron una apariencia de modernidad ficticia a la posguerra española, hasta los grandes dramones mejicanos, con pasaje a Hollywood y regresa a España en olor de multitudes y aroma de flores marchitas (léase cuplés); una carrera que va afianzando la estereotipización de un tipo, pero, también, de la única diva indiscutible que ha tenido, en los últimos años, el pobre cine español.



1944: TE QUIERO PARA MI, con Antonio Casal. Director: Ladislao Vadja. (Debut en el cine con el pseudónimo "María Alejandra".

1944: EMPEZO EN BODA, con Fernando-Fernán Gómez. Director: Raffaello Matarazzo. (Actúa, ya, con el pseudónimo Sara Montiel).

1945: EL MISTERIOSO VIAJERO DEL CLIPPER, con Emilio Ruiz y Margarita Robles. Director: Gonzalo Delgrás. (En el mismo año: SE LE FUE EL NOVIO, con Fernando Fernán Gómez. Director: Julio Salvador. Y BAMBU, con Imperio Argentina. Director: Sáenz de Heredia). 

1946: MARIONA REBULL, con José María Seoane y Blanca de Silos. Director: José Luís Sáenz de Heredia, según novela de Ignacio Agustí. (En el mismo año: POR EL GRAN PREMIO, con Manolo Morán y Tony Leblanc. Director: Perre Caron).

1947: DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con Rafael Rivelles, Juan Calvo y Fernando Rey. Director: Rafael Gil. 
1947: CONFIDENCIA, con Julio Peña. Director: Jerónimo Mihura. 

1947: VIDAS CONFUSAS, con Enrique Guitart. Director: Jerónimo Mihura. (En el mismo año: ALHUCEMAS, con Julio Peña. Director: José López Rubio). 

1948: LOCURA DE AMOR, con Aurora Bautista, Jorge Mistral y Fernando Rey. Director: Juan de Orduña. 

1948: LA MIES ES MUCHA, con Fernando Fernán Gómez. Director: José Luís Sáenz de Heredia. 

1949: PEQUEÑECES, con Aurora Bautista y Jorge Mistral. Director: Juan de Orduña, según novela padre Coloma. 

1949: EL CAPITÁN VENENO, con Fernando Fernán Gómez. Director: Luís Marquina. Según novela W. Fernández Flórez. 

1950: AQUEL HOMBRE DE TANGER, con Nils Asther. Director: Robert Elwyn. 

EN MEJICO
1950: FURIA ROJA, con Arturo de Córdova, Pedro Armendáriz y Emilia Guiu. Director: Steve Sekely. 

1951: NECESITO DINERO, con Pedro Infante. Director: Miguel Zacarías. 

1951: CARCEL DE MUJERES, con Katy Jurado y Miroslava. Director: Miguel M. Delgado. 

1951: AHI VIENE MARTIN CORONA, con Pedro Infante. Director: Miguel Zacarías. 

1951: Y VUELVE MARTIN CORONA (El enamorado), con Pedro Infante. Director: Miguel Zacarías. 

1952: ELLA, LUCIFER Y YO, con Abel Salazar. Director: Miguel Morayta. 

1952: JIMMY (En Méjico: YO SOY GALLO DONDE QUIERA), con Joaquín Cordero. Director: Roberto Rodríguez. 

1953: PIEL CANELA, con Manuel Fábregas. Director: Juan G. Ortega. 

1954: PORQUE YA NO ME QUIERES..., con Raúl Martínez. Director: Chano Urueta. 

1954: SE SOLICITAN MODELOS, con Domingo Soler y Agustín Lara. Director: Chano Urueta. 

1954: CUANDO SE QUIERE DE VERAS (En Méjico: "Frente al pecado de ayer"), con Alberto González. Director: Juan J. Ortega. 

1954: YO NO CREO EN LOS HOMBRES, con Roberto Cañedo. Director: Juan J. Ortega. 

1954: LA AMBICIOSA (en Méjico: "Donde el círculo termina"), con Raúl Martínez, Nadia Haro Oliva y Rafael Estrada. Director: Alfredo B. Crevenna. 

EN HOLLYWOOD
1954: VERACRUZ, con Gary Cooper, Burt Lancaster, César Romero, Denise Darcel. Director: Robert Aldrich. 

1955: DOS PASIONES Y UN AMOR (Serenade), con Mario Lanza, Joan Fontaine. Director: Anthony Mann. 

1956: YUMA (Run of the Arrow), con Rod Steiger, Ralph Meeker, Charles Bronson. Director: Samuel Fuller. 

EN ESPAÑA
1957: EL ULTIMO CUPLE, con Armando Calvo, Enrique Vera, Julita Martínez. Director: Juan de Orduña. 

1958: LA VIOLETERA, con Raff Vallone, Ana Mariscal, Frank Villard, Tony Soler. Director: Luís César Amadori. 

1959: CARMEN LA DE RONDA, con Jorge Mistral, Maurice Ronet, Amadeo Nazzari. Director: Tulio Demichelli. 

1960: MI ULTIMO TANGO, con Maurice Ronet, Isabel Garcés, Milo Quesada, Laura Granados. Director: Luís César Amadori. 

1961: PECADO DE AMOR, con Reginald Kernan, Mario Girotti, Rafael Alonso, Alessanra Panaro. Director: Luís César Amadori. 

1962: LA BELLA LOLA, con Antonio Ciffariello. Director: Alfonso Balcázar. 

1963: LA REINA DEL CHANTERCLER, con Alberto de Mendonza, Luigi Giuliani, Gerard Tichy, Amelia de la Torre. Director: Rafael Gil. 

1964: NOCHES DE CASABLANCA, con Maurice Ronet, Gerard Tichy, Franco Fabrizi. Director: Henri Decoin. 

1964: SAMBA, con Marc Mitchell. Director: Rafael Gil. 

1965: LA DAMA DE BEIRUT, con Giancarlo del Duca, Magali Noël, Gemma Cuervo. Director: Ladislao Vadja. 

1966: LA MUJER PERDIDA, con Giancarlo del Duca, Massimo Serato. Director: Tulio Demicheli. 

1968: TUSET STREET, con Patrick Bauchau, Teresa Gimpera, Emma Cohen, Joaquín Jordá. Director: Jorge Grau-Luis Marquina. 

1969: ESA MUJER, con Ivan Rassimov, Cándida Losada, Hugo Blanco. Director: Mario Camús. Guión: Antonio Gala. 

1971: VARIETES, con Vicente Parra, Chriss Harman, Trini Alonso, Emilio Laguna. Director: Juan A. Bardem. (Remake en musical del film Cómicos, de Bardem). 


LOS HOMBRES QUE LA AMARON… EN EL CINE
Por: JORGE LLOVET

Sara, la mujer-mujer, ¿qué hombres ha necesitado para amarse en la pantalla? Este es un recorrido que comprende veintisiete años de carrera, con galanes que van del hombre-hombre, al adolescente ingenuo, pasando por las personificaciones del individuo medio hispánico y los maduros de buen ver, con aspecto aristocrático. Ni siquiera en esto podía Sara Montiel defraudar a su público y cuando a partir de su éxito personal en “El último cuplé” pudo permitirse el lujo de escoger sus parejas, no dudo en buscar siempre lo mejor, físicamente hablando. Treinta hombres de entre los que amaron a Sara Montiel en la pantalla: desde Julio Peña o Jorge Mistral hasta el ruso Rassimov y el húngaro Chris Avram. Pero, siempre, respuestas del erotismo masculino al poderoso, ferviente y patentado erotismo de Sara Montiel.



Antonio Casal
Una gran oportunidad para una debutante llamada “María Alejandra” fue trabajar al lado del entonces joven actor Antonio Casal en Te quiero para mí. Casal, actor favorito de un cierto cine español con ribetes de neorrealismo rosado (Huella de luz o El hombre que se quiso matar) y comedietas de éxito como Botón de ancla y Doce lunas de miel, fue, en los años cuarenta, el prototipo del individuo medio español, para aquel pseudorealismo hecho a la medida de Rafael Gil y Sainz de Heredia.


Julio Peña
Con Julio Peña, Sara hizo un pequeño papel en la muy patriótica Alhucemas y, como pareja principal, en Confidencias, una de tantas comedias melodramáticas por las cuales la primera Montiel paseó un tipo muy al gusto de la época. Peña, uno de los galanes “in” de los años cuarenta, había hecho cine hablado en español en Hollywood (años treinta) y paseó por el cine patrio de la posguerra una imagen entre aguerrida y cortés, pintiparada para muchos embolados que le tocó sortear (Misión blanca, Correo de indias, Revelación, etcétera…). Desposó a la actriz Susana Canales.


José María Seoane
José María Seoane fue el célebre viudo Rius de la famosa serie de Ignacio Agustí que, en la posguerra pretendió dar una imagen muy “sui generis” de la burguesía catalana y las luchas sociales que se produjeron entre su apogeo y la fundación del Liceo. Tema culminante de Mariona Rebull era la bomba arrojada en este teatro. Pero Sara Montiel –que aquí aparece leyendo el “Fotogramas” de la época, durante el rodaje de la escena que abría el film- era la cupletista Lula, a quien José María Seoane, en este vagón de tren contaba su historia y la de su ciudad. Los rizos rubios de la Montiel tuvieron cierto éxito en su primera “cupletera”, once años antes de su “hit” en El último cuplé. Y con Seoane volvería a encontrarse en el plató de La reina del Chantercler, donde él tenía que pintarla más o menos desnuda, más o menos maja goyesca. Sólo que, ahora, Sara era una diva y él un secundario.


Fernando Fernán Gómez
Con Fernando Fernán Gómez, Sara hizo cuatro películas en los años cuarenta: una muy patriótica donde ella tenía un papel secundario (Bambú), un par de “cosas” llamadas “de teléfono blanco” (Empezó en boda y Se le fue el novio) y una de misioneros en plena India (La mies es mucha, donde los productores explotaban la vena sacerdotal que Fernán Gómez culminaría en la mítica Balarrasa). En 1949, una Sara Montiel vestida de época –lo cual permitió resaltar sus hermosos hombros –acompañó a Fernando de nuevo en El capitán Veneno y se despidió de España hasta ocho años después. Al regresar, cupletera de pro, los destinos de ambos cointérpretes habrían cambiado mucho.

Jorge Mistral
Hoy apagado, Jorge Mistral fue el galán más famoso de los años cuarenta-cincuenta y, sin duda, el que, en el cine español, ha sabido servir con mayor apostura a los deberes que se exigen a todo galán que se estime. Locura de amor fuel el título que le unió a Sara Montiel, y un vehículo formidable para la futura prosperidad de ambos (así como de los otros dos protagonistas: Aurora Bautista y Fernando Rey). Se conoce el argumento de este dramón mítico, en el que Sara ya ocupaba el tercer puesto del reparto: Sara, princesa mora (Aldara) se apunta en la corte de Castilla para vengar, en la reina, el asesinato de su padre. Pero su odio a la imperial y cristianísima señora tenía otras raíces: el apuesto capitán don Álvaro –Mistral- con quien suponía que la otra se entendía. Lío tan descomunal sólo fue superado por la inaudita Pequeñeces, que reunió de nuevo al trío Bautista-Mistral-Montiel bajo la batuta dramona de Orduña.

Fernando Rey
Fernando Rey, por quien moría de celos la reina Bautista (ya lo decía el cantable “Reina Juana, ¿por qué me lloras?/ si es tu pena la mejor?/ porque no fue un mal cariño/ que fue locura de amor”) enloquecía por la mora Aldara, que lo utilizaba, simplemente, para estar cerca de la reina y poder chincharla a placer. Como Ferlipe el Hermoso, el gran actor de hoy sorteó con elegancia y garbo uno de tantos embolados de su carrera en films históricos. Con la mora Sara, se veía a escondidas en un mesón convencional, al que un día presentóse, enloquecida, doña Juana. Pero esto también lo decía el cantable: “Burgos clama por su reina, Valladolid le da un palio / y un mesón que hay en Tudela, refugio de enamorados”.

Arturo de Córdova
Cuando Sara Montiel cruzó el charco para hacer las Américas -¡y las hizo, vive Dios!- tuvo de oponente en su primer film a Arturo de Córdova. Pasiones encontradas, mestizaje abundante, machismo por doquier y toques de la plástica del Indio. No volvieron a coincidir, Arturo y Sara, pero él pagó con creces la visita de ella viniendo a España a rodar La herida luminosa, Hay alguien detrás de la puerta y Cena de matrimonios, entre otras. De Córdova, uno de los grandes del cine mejicano y argentino, hizo más fortuna como pareja de Libertad Lamarque.

Tito Junco y Raúl Martínez
Homenajeamos, en estas dos fotos de Sara con Tito Junco y Raúl Martínez, a los varios galanes mejicanos que la asediaron con sus malos deseos, con sus aviesas intenciones, en melodramas como Piel canela, Yo no creo en los hombres, Cárcel de mujeres… -del cual se dijo que el guión era… ¡de Max Aub!- y otros engendros que nunca habrían llegado a España de no haber alcanzado tanto éxito El último cuplé. Estrenados a raíz de este “hit” –incluso en Francia- tales melodramas rindieron un gran servicio a sus dudosos galanes: les dio la única oportunidad de que se les viese en Europa. En fin…

Pedro Infante
Pedro Infante, el pretendido sucesor de Negrete, el charro alegre y dicharachero por excelencia, con algún intento de interpretación dramática en films de mestizaje, fue compañero de Sara Montiel en los dos films de la serie Martín Corona, que tampoco habrían llegado a España de nos er por el éxito de El último cuplé. Nota de necrofilia irónica: Pedro Infante moría de accidente en el año 1957… precisamente cuando Sara triunfaba por toda España con El último Cuplé. 


Gary Cooper
Gary Cooper fue el partner más importante que haya tenido Sara Montiel y, al mismo tiempo, el que ella parece haber respetado más. Al parecer, durante el rodaje de Veracruz establecióse entre ambos una corriente de simpatía que, a raíz de la muerte de Gary, llevó a Sara a hacer declaraciones de admiración parecidas a las que hiciese Sofía Loren a la muerte de Clark Gable (con quien había rodado Capri). Al mismo tiempo –y tal vez por contagio de grandes figuras como Cooper y Burt Lancaster –Sara hacía en Veracruz una de las mejores interpretaciones de su etapa anterior a los cuplés. Por lo menos, de las más frescas.

Rod Steiger y Mario Lanza
Mario Lanza y Rod Steiger pasaron por la vida de Sara Montiel sin dejar en ella mucho rastro. Si Dos pasiones y un amor fue uno de los peores films de Anthony Mann, subordinado a la obligación de dar un buen vehículo a Lanza, Yuma fue, por lo menos, un buen producto de Fuller, al cual, de todos modos, no es necesario endiosar. Reestrenado últimamente en Italia para aprovechar la fama actual de Carles Bronson. En los anuncios de la prensa italiana, el nombre de éste aparece en las mismas letras que el de Steiger. Sarita, cuyo papel como Yellow Mocasin era más importante que el de Bronson (en la publicidad yanqui, de la R.K.O., iba como co-starring) no aparece por ninguna parte.

Armando Calvo
Armando Calvo inauguró en la nueva etapa española de Sara Montiel, la lista de empresarios bondadosos que la ayudan a triunfar sin pedir nada a cambio. Como Pygmalión, permanecerá enamorado de su creación hasta la muerte, pero al igual que los empresarios de La violetera y Esa mujer, sabrá soportar todos los sufrimientos e inventar una nueva, insólita variante del neoplatonismo. Su admiración por Sara (María Luján en el film) se manifestará en frases estentóreas como cuando al principio acompaña a unos jóvenes inconscientes a oír a su amor en El Molino barcelonés y les recuerda que ·ella es única”. (Frase que concuerda con la escena de Tuset Street en la que Berlanga, en enamorado paciente y callado, dice a un gamberro que grita cosas a Sara: “Es una gran artista”; frase destinadas a sublimar el personaje de Sara en todos sus films.

Enrique Vera y José Moreno
Si dos figuras de la categoría estelar de Mario Lanza y Rod Steiger pasaron sin pena ni gloria por la vida de Sara, ¿cómo no iba a suceder lo mismo con Enrique Vera y José Moreno? El primero fue la pasión madura de la cupletista que se lanza al amor sin reparar en gastos ni vigilar sus peligros. “¡Es el único amor de mi vida!”, sollozaba casi Julita Martínez al suplicar a Sara que le hiciese volver junto a ella, pobre obrerita del Madrid castizo. A lo que Sara, razonablemente, oponía: “Peor para mí… ¡es el último amor de mi vida!”. O algo por el estilo. Torerillo por vocación, Vera acabaría muerto en el ruedo, pretexto para que Sara cantase “El Relicario”. En el mismo film, José Moreno fue el novio relojero que no quiere interponerse en el camino de la chica que promete y se alista en la guerra de Marruecos después de oírla cantar, en pruebas, el “Balancé, balancé”. Primeros amores tan abnegados, han tenido su continuidad en los films de la Montiel, reales como la vida misma.

Raff Vallone
Primer afortunado –o primera víctima, según como se mire- de la escalada internacional de Sara Montiel, en el sistema de coproducciones para los públicos de todo el mundo, fue Raff Vallone, que ya había rodado en España Los ojos dejan huella, junto a su esposa Elena Varzi. La presencia de Raff dio una cierta apariencia neocapitalista al producto; su prestancia fue un acicate para las señoras, que siempre han contado con seguridad de encontrar en los films de Sara la importación bien juiciosa de los ejemplares más bellos de la galanura europea. En La violetera, Vallone fue el aristócrata que, aun prometido a la muy señoril Ana Mariscal, se enamora de la pobre muchacha del pueblo, le pone piso, se dejan, vuelve a encontrarla cuando ella es cantante de fama mundial, ella pierde la voz en el hundimiento del “Titanic”, él vuelve a encontrarla en la miseria… etcétera. El final es harto conocido: Sara recobra la voz al verle entrar a él en el cabaret en que se conocieron. Y Raff hizo feliz a Sara, que es lo que se trataba de demostrar.

Reginald Kerman
Pero Reginald Kerman no consiguió hacerla feliz, como Raff, y ella tuvo que buscar su consuelo en Dios. Para la historia de sor Belén, contada en Pecado de amor, Sara se trajo de Italia a este galán maduro, con una fuerza entre la trivialización de lo helénico y los protagonistas ideales de tebeos para chicas de catorce años. Había rodado La isla de Arturo y Sara le encontró el más adecuado para personificar a su amor imposible, a quien ella pudiese cantarle una canción griega, vestida de diosa y… en un cabaret de Atenas. La osadía de la Montiel, que ha cantado canciones en francés, italiano y griego a sus galanes, no tiene límites. Y como todos sus films demuestran que la vida no para de  dar vueltas y que los designios del Señor son insondables, terminó como había empezado el film: de monja abnegada y cantando el Ave María de Schubert en la boda de su propia hija. De Kerman nunca más se supo. 


Maurice Ronet
Tres veces, tres, amó Maurice Ronet a Sara Montiel… en la pantalla. Fue, después de Raff Vallone, el segundo en la racha de importaciones extranjeras. Don José a lo Saint-Tropez para la Carmen de Demichelli, repitió como empresario que ama-a-Sara-condundiéndola-con-otra en Mi último tango (trama, como se ve, de lo más original) y, después, inspector de policía en una aventura por las noches “exóticas y turbulentas” de Casablanca, donde una Sara que era de nuevo “pecadora a pesar suyo” se destapaba con una versión de Tatuaje que debió hacer enrojecer de coraje a la gran Conchita Piquer y lograba, a fuerza de tontería y tópicos, que su nuevo film para Balcázar fuese tan poco rentable como los otros dos. Esto a pesar de exhibirse en Francia. Pero por lo menos en sus dos primeros films habían hecho una pareja muy bella y, lo que es más raro, convincente desde un punto de vista de magia erótica.

Mario Girotti
Antes de re-lanzarse como Terenci Hill, Mario Girotti perteneció al gremio de los adolescentes vulnerables. Se veía que el amor entre el efebo de turno y la señora estupenda –con pasado, crimen incluido- se vería dificultado por el amor que su padre –el Kierman de las sienes plateadas- sentía hacia la misma pecadora. Y el joven Girotti, que había conseguido su primer éxito como jovenzuelo imberbe enamorado de señora mayor y con experiencia que se burla de él constantemente (Dorian Gray en Bambino), demostró que ya era ducho en tales menesteres. Mario era hijo de Massimo Girotti, famoso como el “galán más apuesto de la posguerra italiana”. El heredero del medio-Tarzán-medio-Parsifal de la muy fascistona La Corona de Hierro, recordó con su apostura, con su belleza clásica de niño bien, que Sara seguía sabiendo cuidar a su público. Kierman y Mario, en un mismo film, era toda una baza. Y Sara demostró cuán superior era al ser amada por ambos. ¡Pillina!

Antonio Ciffariello
Otro de los galanes de Sara Montiel, ya fallecidos (pero por culpa de ella, como se dijo que le ocurrió al director Ladislao Vadja durante el rodaje de La dama de Beirut) fue Antonio Ciffariello, que había hecho su pequeño nombre como galán chulapón de películas costumbristas italianas en los años sesenta (Cuentos de Roma, Esta chica es para mí). Más convincente como ragazzo del Trastévere en versión amable y antipasoliniana que como versión barcelonesa de Armando Duval, acompañó a Sara en una “dama de las camelias” pasada por agua que sólo sirvió para que, al entrar en la época de las habaneras, Sara las desfigurase a placer. Pocos admiradores de la Montiel se acordarán de este film que, con todo, no fue ni de los mejores ni de los peores de la segunda etapa de su carrera. De Antonio Ciffariello se recuerda, en Roma, que vivió en la misma escalera de Antonioni y Mónica Vitti. Aún sigue allí la placa con su nombre. Fatal destino.

Alberto de Mendoza
Alberto de Mendoza representó al chulo por quien incluso una mujer tan superior, fatal y cupletera como la Montiel podía perder la cabeza en La reina del Chantercler. En esta historia desarrollada en San Sebastián, y en la que, por salir, salía incluso la mismísima Mata-Hari, arrestada en la frontera francesa, e interpretada por una euroasítica de las de verdad. Sara se vio obligada a luchar no sólo entre dos pasiones, sino entre dos principios fundamentales: el bien, representado en la virginidad vasca de Luigi Giuliani, y el mal, personificado en el chulo de altos vuelos y buen renombre en sociedad que era Alberto de Mendoza. ¿Son ustedes capaces de adivinar cuál de los dos principios básicos llegó a triunfar?

Luigi Giuliani
Luigi Giuliani había hecho La isla de Arturo. Pero si allí era el genio del mal, representante de las pasiones más abjectas por las que es capaz de dejarse arrastrar el idealizado padre de Arturo, en La reina del Chantercler ofreció una mirada prístina y angelical que le anunciaba como el único efebo del mundo capaz de redimir a Sara Montiel y alejarla de sus “pulgas”, sus “habaneras” y alguna premonición de la rumba. Sarita tuvo así, para dos de sus películas, a Kerman y Giuliani. Pero… ¡cómo cambiaban las cosas con la Montiel de por medio! Después de desilusionar al virginal adolescente con una canción picarona –ella, las piernas al aire, señalando a los caballeros del público con un espejo y cantando “Usted busca un amor puro y sincero / más nunca lo tendrá si no hay dinero”-, después de alejarle de su lado aún amándole-más-que-a-la-vida-misma, el mozo moría arrastrado por una ola.

Marc Mitchell
Otra importación –y ésta más inexplicable que ninguna- fue Marc Mitchell, el sufriente y eterno adorador de Lola-Aimée, tanto en este film como en Los paraguas de Cherbourg. La vulgaridad francesa del mozo, que tan bien encajaba en las cursilerías de Jacques Demy, tenía poco que hacer en un melodrama “de colores exóticos” como Samba, donde, además de vulgar como su alucinante historia, se requería un desmadre más latino, más a lo Jorge Mistral, para entendernos. No importa: una vez más lo único que contaba era Sara Montiel, lanzada esta vez al film más idiota de toda su carrera (y de la de Rafael Gil, que ya es decir), y pensando que di Bette Davis había sido algunas veces hermana buena y hermana mala a la vez, ¿por qué no podía serlo ella? Del film se recuerda poquísimo. De Marc Mitchell, nada.


Giancarlo del Duca
Giancarlo del Duca, además de un nombre tan cursi, tenía un rostro de fotonovela italiana que tumbaba de espaldas. Pero Sara hizo dos películas con él: una “de antigua”, la otra de tiempos presentes. Pobre pescadora en la primera, que llega a triunfar y a escandalizar por una estatua de pseudo-desnudo; joven incauta atrapada en la red de la trata de blancas, en la segunda, tuvo en ambas a su lado a este perfecto ejemplar de la apostura convencional para redimirla a tiempo. Más Sara que nadie en ambos films, necesitaba un hombre a su medida: toda su interpretación ya se había esterotipado lo suficiente; requería, por lo tanto, un galán que fuese cualquier cosa menos natural. Y en argumentos tan delirantes fueron pareja de cromo con una escena erótica que aspiró a ser internacional y se quedó en calendario. ¿Títulos de las películas? La mujer perdida –que ya es nombrecito- y La dama de Beirut –que no le va a la zaga- y cerraba la desafortunada colaboración Sara-Balcázar.

Patrick Buchau
Patrick Buchau tenía cierto nombre dentro de la Gauche Divine, no se sabe si por su papel en La Collectioneuse, de Rhomer, o por ser el cuñado de Brigitte Bardot. Dentro del esnobismo total en que se movió el rodaje de Tuset Street, es más lícito pensar en lo segundo. O, por lo menos, ésta debió de ser la opinión del público de toda España, que se preguntaría qué tenía que ver este jovenzuelo inexpresivo con la burguesía catalana que en él se pretendía encarnar; qué tenía que ver con un galán o, en resumen, quién le había metido en la cabeza que, algún día, podría llegar a ser actor. Tantas cosas inexplicables eran uno de tantos misterior de un film que, con o sin Jorge Grau, resultaba sumamente ridículo ya desde su punto de partida (enfrentamiento de un fenómeno artificial como Tuset Street y el mundo “popular y vivo” del Molino). Curiosamente, entre un montón de seres esnobs, cursis, afectados y aburridos, la única que estaba viva, por primera vez en muchos años, era Sara.

Hugo Blanco
Hugo Blanco fue uno más en la larga tradición de hombres sin conciencia que han chuleado a Sara Montiel en la pantalla. En Esa Mujer, la ex monja y famosa cantante internacional, decide que la vida es un asco y se lanza en manos de este oficialillo advenedizo, que le saca los cuartos y, en una partida de póker, llega al extremo de… ¡jugársela a ella! El público no tenía por qué sufrir. Uno de tantos empresarios que-aman-en-silencio-a-Sara y se conforman sólo con servirla, le advertirá de la calaña del sujeto. Pero incluso en sus momentos más críticos, Sara Montiel es salvada a tiempo por ese orgullo femenino que, al faltarle a otras, hace que se pierdan definitivamente. Y echa a su chulo en uno de los momentos más memorables de un film en el que pasan más cosas en un cuarto de hora que en Lo que el viento se llevó con setecientas páginas. Y es que, digan lo que digan, Sara siempre supo tratar a sus chulos fílmicos.

Ivan Rassinov
Dispuesta a que ninguna otra diva tuviese galanes más guapos y con más apostura de tebeo que ella, Sara Montiel se fue a las mismísimas Rusias para llevarse a Ivan Rassimov, quien, encontrándola en plena desesperación porque sor Cándida Losada –monja con secreto- no la dejaba volver al convento, aconsejó a Sara con una frase desfigurada de Tagore: “No llore si ha perdido el sol, las lágrimas no la dejarán ver el paisaje”. Es uno de tantos chistes privados de Esa mujer, el film con el que el guionista –Gala- y director –Camus- se pusieron las botas del pasárselo en grande sirviendo al mismo tiempo los gustos de Sara y de los productores. Debieron pensar: “¿No queríais caldo? ¡Trescientas tazas!”. Rassimov era, por supuesto, una de esas tazas multiplicadas.

Chris Avram
Contenta de su experiencia con los galanes socialistas –que tengan rostro de tebeo de hadas socialista-, Sara se fue esta vez a Hungría y encontró a Chris Avram, que despierta en estos momentos notables suspiros entre el delecto auditorio de Varietés. Ustedes ya saben: galán bello, pregonero de la máxima masculinidad, con un no sé qué de la colección “Claro de luna” y un mucho de la bestialidad de un Stuart Whitman. Para una mujer-mujer como Sara se necesita siempre un hombre-hombre… con otro que se quede sin ella y que sea o más joven o estéticamente inferior al vencedor. ¡Divina Sara, que sabe rodearse de opuestos, consciente de que siempre tentaron al espíritu humano, desde la experiencia de los maniqueos hasta el cine español “histórico”! Convertida en mujer-mujer para un hombre-hombre, primero un ruso, después un húngaro, Saruska debe de preparar, sin duda, una versión del Potemkin en musical y teñida de rosa.

Vicente Parra
Íntima amiga de Vicente Parra, Saruska se españoliza para él, y en Varietés le da el papel que en la primera y notable versión del engendro –la memorable Cómicos- interpretase Fernando Rey. Pero como Parra no es Fernando, y Bardem parece olvidarse de lo que fue en otros tiempos, nos encontramos ante una interpretación carente de la menor fuerza, para un papel que la perdió toda al convertirse en puro respaldo de la Montiel. Por otra parte, los años son crueles y la presencia de Vicente Parra –el galán joven más famoso que tuvo el cine español antes del diluvio- se convierte en un espectáculo más triste que glorioso. Como buen profesional sortea el aprieto, sale por el foro a mitad de la película y ya nadie le echa en falta. En espera de oportunidades mejores para Vicente, recordemos que ya estuvo a punto de ser pareja de Sara para La guerrillera de Villa. 


LO QUE OPINA SARA…
Dichos de Sara. Sus “cosas”. Filosofía de la vida, proyectos, familia, público… las frases que reflejan al personaje. Pero, algunas veces, dan también una visión distinta, pues la misma Sara, a lo largo de quince años de largas entrevistas, llega a contradecirse. Así sucede en esta antología de varias publicaciones, donde las ideas políticas de Sara se contradicen entre la famosa entrevista que concedió a Baltasar Porcel (publicada en “Destino”) y otra, no menos famosa, concedida a Antonio Olano (en “Sábado Gráfico”). Como sea que Sara ha desmentido, después, que concediese jamás una entrevista a Porcel, hemos marcado los fragmentos sacados de ésta con una estrella (*) (Los fragmentos del texto de Olano se inician con un guión.)




SOBRE EL PUBLICO
Amo tanto a mi público, que moriría “espachurrá” de amor.

(*)En Rusia, fíjese, soy como Stalin en los primeros tiempos: se me adora. Cuando fui, el público me aplaudía a rabiar. En Moscú había un teatro de siete mil personas sentadas y dos mil de pie. Un público culto, caballero.

¡A quién se le ocurre decir que el público español es bajo porque contempla El último cuplé!

Mi público es lo que más amo en esta vida: lo adoro como él a mí.

No consiento que Grau ponga a mi público contra mi película (Tuset Street). Él quiere hacerse famoso a costa de mi nombre. Le pagué 600.000 pesetas, cantidad exorbitante para un desconocido como él.

Llego a pensar, a veces, que este éxito de El último cuplé es una especie de desagravio que me tributa el público por no haberse inconscientemente, fijado antes en mí.

SOBRE POLITICA
(*)¿Que qué me parece el régimen comunista? ¡Ah, yo el régimen no lo conozco! Yo soy artista y nada más. De política, nada, nada, ¿sabe? Yo artista, y listos.

(*)El dolor de una madre es el más sagrado que existe y un hijo en la guerra parte el corazón de madre. ¡La guerra del Vietnam, americano o ruso, es igual, el Vietnam que sea! El dolor de una madre lo es todo de todo.

(*)España es uno de los pocos países del mundo que en criminología, “hippies”, alcohólicos, de todo esto, estadísticamente, cero, oiga, ¡cero! ¿Y cuántos lo pueden decir? ¡A ver! ¿Si existen problemas sociales? No tengo la menor idea, no sé. Me imagino que siempre es poco lo que se gana, aquí y en la China. Todo el mundo quisiera tener nevera, televisión, un abrigo de astracán y mejor aún, de visón. Ahora, como se vive en España no se vive en ningún sitio. Tenemos un sol magnífico y, aquí, una mujer puede salir sola a las tres de la madrugada y no le pasa nada, sin sádicos, ni asesinos, ni nada. Fuera de España no lo puede hacer. Ya me dirá en París o Nueva York, o donde sea, si no le pasa nada o qué. Es la tranquilidad lo que vale.

(-)Puedo hablarte de política si lo prefieres. Me interesa mucho. Y las mujeres cada vez van incorporándose más a la política. ¿Qué soy yo?... Demócrata liberal. La democracia pura me encanta. Un sistema como el de Estados Unidos, pero interpretado perfectamente.

SOBRE SARA, LA ESTRELLA
(-)¡Soy una vedette! ¿Mis películas dan o no muchos millones de pesetas? Mis películas son las que más dinero dan… ¿Qué dicen que soy la estrella de los líos? ¡Será porque soy Sara Montiel! ¿Es que no sabían lo que yo gano? Soy, con Liz Taylor, Sofía Loren y Marlon Brando, la figura más cotizada del mundo.

Me hicieron millonaria; pero yo hice más millonarios a Cesáreo González, a Perojo y a Elvira.

En la U.R.S.S. he conseguido otros seiscientos millones de espectadores. Allí soy más conocida que el Kremlin.

Ciertamente que alguna de las cosas que hay en mis películas yo, por mi gusto, no las hubiese hecho. Pero no hay que quitarle la razón al público, que es quien exige que los temas sean así. A mí, desde luego, me gustaría que los temas fuesen lo mejor posible…

Después de Veracruz regresé a España, quedándome medio año en Madrid. Pues bien, ni un solo productor me dijo nada; seguía el desconocimiento de mi persona. Tanto es así que en la Fiesta de la Cinematografía de aquel año ni se me cursó invitación; y cuando, a pesar de todo, yo llegué a la sala del brazo de mi marido, apenas se fijaron en mí, y no se me llamó a los micrófonos. Pero no digo esto con ánimo de reproche, ni mucho menos. Quiero ser sencilla y lo comprendo, se perdona. Yo no había tenido ocasión de hacer nada para que no se me siguiera considerando del montón (1957).

Hacer una película mala (La guerrillera de Villa) me perjudicaría. Yo quiero darle al público lo mejor que pueda. Por ello las razones de mi postura no son de tipo económico, sino artístico. Y también deseo que las películas dejen de ser películas de Sara Montiel para ser con Sara Montiel.

SOBRE PROYECTOS PROFESIONALES
Iré a Hollywood a rodar una película para la Universal, que se titulará Besos de fuego. Luego, a Londres, a rodar otra con Orson Welles y Clark Gable. Después, tengo que regresar a Hollywood para hacer allí Banda de ángeles (La escala libre). Es una novela que ha tenido allí mucho éxito y de la que se han vendido cuatro millones de ejemplares. Mi papel es de mestiza y trata de los problemas de la Guerra de Secesión. (1957).

Me gustaría hacer muchos papeles de obras españolas en el cine porque hay escritores españoles estupendos. Por ejemplo, Pepita Jiménez y Lola Espejo Oscuro, aunque esta novela sea muy difícil adaptarla al cine (1957).

Ahora me voy a Moscú. Los responsables del cine soviético me han hecho una importante oferta. Ellos quieren rodar en colaboración con Occidente un espectacular film que se llamará Catalina de Rusia, del que yo he de ser protagonista… Además, tengo un ofrecimiento para hacer Doña Bárbara, la novela de Gallegos (1967).

Después de la película con Orson Welles haré La tirana, bajo la dirección de Juan de Orduña (1957).

Concretamente, tengo que rodar en Checoslovaquia una película, y otra en Rusia sobre La gitanilla, de Cervantes. Este va a ser un film importantísimo, que tendrá una gran proyección internacional. A partir de ahora voy a viajar a Roma cada ocho días para supervisar el guión que me está preparando Rafael Alberti sobre La gitanilla. Quiere que lo lea y lo comente con él, página por página, y esta es una deferencia no muy habitual y muy de agradecer.

SOBRE EL CINE
Me gustaría parecerme a Lelouch. Me encanta. Hace unas películas monísimas.

Trabajaré como ayudante de dirección de Bardem, pero este cometido no me viene de nuevas. Ya había hecho lo mismo para Anthony Mann y con Mario Camús y Vajda. Incluso hice de “script”.

El cine tiene que ser contar una buena historia lo mejor que se sepa.

Si en mi carrera salió algún petardo fue inconscientemente. Lo juro. Siempre trabajo con toda la ilusión. No me canso de aprender.

Nunca traté de imponer mis criterios artísticos. Soy un barro maravilloso, que se presta a ser moldeado.
Quiero trabajar con Bardem para aprender. Yo no sé nada.

SOBRE MARIA ANTONIA ABAD
(-)De quien estoy verdaderamente satisfechísima es de María Antonia. Sara es otra persona. Es, no sé, más extraña, quizá más resabida. Antonia me parece una mujer maravillosa, porque se cree todo lo que le dicen y luego resulta que es mentira. Sara es más difícil de engañar. Por muy lista que resulte, me gusta más Antonia. Es más cordial, más entrañable, más estupenda. ¡Me da una lástima! Es muy sincera, muy rica, muy mona, muy familiar, muy afectiva y muy sensible. La frontera entre las dos es la cámara cinematográfica. No es que ante ella Sara sea Sara. Como es buena actriz interpreta siempre papeles de diferente manera. Cuando salgo a rodar y estoy en mi casa o fuera de ella soy Antonia Abad Fernández. Y no me pongo ni uno sólo de los vestidos que Sara se pone en sus películas. Los regalo. Mi vestuario es completamente distinto.

Cesáreo González puede decir lo que quiera, pero yo no estoy gorda. Peso 55 kilos. ¿Es esto estar mal?
Me gustaría actuar como Ingrid Bergman, pero… ¡es tan difícil!

Mi mayor pecado es haber sido tan sincera.

Yo no amo mucho al dinero. Al cabo de los años, lo que quiero es mi profesión, mi vocación de artista. Pero hay que buscar, de todas formas, una compensación, precisamente, a este tiempo que he perdido en mis actividades artísticas.

He perdido cuatro hijos en dos años y medio. Pero el doctro dice que puedo ser madre. Que no debo desesperar… ¡Y no desespero!

Me gusta montar a “pelo”. Aprendí en Estados Unidos, cuando rodé una película junto a Rod Steiger. Como espectadora prefiero al fútbol al boxeo. Esto último no me gusta. Me apasiona el mar.

De niña soñaba con que mi madre tuviera las manos finas, tersas. Mi madre, que se dejaba la piel lavando mi ropa, la de mi padre y la de todos mis hermanos… Mi madre, que se llenaba la cara de tizones, guisando con el carbón. Mi mayor ventura es tenerla hoy conmigo, a mi lado, sin preocupaciones de ningún género. Feliz y despreocupada.

Valoro más la cara que el cuerpo. Es mucho más importante. Pero el alma, lo que uno lleva dentro, es más importante que el cuerpo y la cara. ¿De qué te sirve tener un físico fenómeno si después eres “gilipuertas” y tienes la cabeza hueca?

LO QUE OPINAN DE SARA
BALTASAR PORCEL (escritor): La señora Montiel no tiene, en persona, ese aire turbulento y sinuoso, de miradas y movimientos sensuales, que ostenta en las películas. Por el contrario, semeja una ama de casa, de clase media, mujer de su casa, que va a la plaza a las diez de la mañana; y por la tarde, cuando el marido, que es calvo, sale del despacho, van juntos a visitar a Enriqueta, que ya tuvo el niño. (Del libro Los encuentros.)
MARIO LANZA: Sara Montiel es muy carina y brava. Para Serenade la descubrí de la siguiente manera: estaba mi hija Coleen mirando una revista y de pronto, al verla, dijo: “Es la mujer más guapa que he visto en mi vida”.
VICENTE PARRA: Es una de las mujeres más hermosas que ha habido en el cine. Su cara está por encima de la de Liz Taylor y supera con creces el misterio de Greta Garbo. Tiene un corazón tan grande que, como el suyo, ya no quedan en el mundo. Es una estrella a la que este país le queda pequeño. Sara está por encima de todos nosotros.
RAQUEL MELLER: Además de imitarme y cantar mis canciones, Sara Montiel tiene voz de sereno.
ROSARIO BALBOA (periodista): El corazón de Sarita –la conozco desde muy pequeña- ha sido siempre mucho corazón. Es la entrega generosa de unas horas de felicidad para los suyos. Muy chica aún, cuidaba de su padre con una conciencia y responsabilidad raras. Había en ella el convencimiento de llegar en su carrera, para darles lo que no tenían.
JORGE GRAU (siete años antes de Tuset Street): Sara –gracias a su experiencia americana- no es dominada por los focos ni por la cámara ni por la responsabilidad del primer plano, al contrairo, es ella la que domina esos elementos y los usa eficazmente para dar de si cuando tiene para esconder su cortedad expresiva tras la sexualidad que imprime a su riada. Alegrémonos de esta su aportación al cine español y esperemos que sea aprovechada por actrices de mayor talento.
JUAN ANTONIO BARDEM: La película debe ser “para la estrella”. El elemento que tenemos es una mujer guapa que canta muy bien un cierto tipo de canciones… El tándem funciona porque esta vez la historia de Sara es más válida que otras veces, con lo cual puede ser no sólo estrella sino actriz: la profesional que siempre he entendido que era.
MAURICE RONET: Volver a trabajar con Sara siempre es un placer. No sólo es una de las mujeres más bellas del cine mundial, sino una profesional consciente de sus deberes con el público. Y una estupenda compañera.
ENRIQUE HERREROS, Jr: Yo podría explicarlo todo sobre Sara Montiel: pero, como sabe mucha gente, prefiero no hablar de ella para nada. Ni siquiera para criticarla. Se portó muy mal con mi padre, como con otros. Sólo diré una cosa: acabará muy soka, porque no quiere a nadie.

 CANCIONERO SARA  MONTIEL
Recorrer con Sara Montiel el camino que va desde el “Fumando espero” hasta “Las camareras” es sumergirse en una aventura auditiva “genial y sensual”, con seguridad la única aventura “sexy” sólida e insólita que en la España de estos treinta últimos años ha sido posible, es poner a prueba la capacidad de resistencia de uno frente a los labios besucones más soñados del país que, lejos de limitarse al común embadurnamiento con carmín, se abren repetidamente, cálidamente, sugestivamente para soltar una voz espesa, exageradamente grave, capaz de erotizar la más ingenua, aséptica y festivalera canción que el Algueró de turno le preste.
Si bien es posible analizar el papel que las canciones interpretadas por Sara Montiel han jugado en la consolidación de su imagen, es completamente imposible desligar a la Montiel cantante de la Montiel “artista de cine”, aun a pesar de que en contadas ocasiones haya dado recitales de canciones y haya grabado discos independientemente de las bandas sonoras de sus films.
La voz “acariciante y sedienta de placer” de Sara Montiel redondea su estampa y no desdice en absoluto del escote generoso y los labios pringosos de carmín, antes al contrario, su voz y el habilidoso repertorio nos traen obsesivamente su saludable aspecto. Sí, el amplio repertorio de Sara Montiel con canciones de bien diversa procedencia que tejen y destejen cien mil veces las consabidas palabras “pasión”, “alma”, “placer”, “deseo”, “amor” y “beso”, rondando la línea prohibida pero sin traspasarla nunca –hecha la ley, hecha la trampa-, contribuyen extraordinariamente a la configuración de esta monumental y soñada amante española de lujo, inaccesible y mítica, que viene a ser un poco madre, un poco esposa complaciente, un poco director espiritual, un poco diosa del amor sin remilgos ni estrecheces… Un poco sueño licencioso y consolador para esas toneladas de represioncilla sexual atesorada en los años de posguerra.
Para ello –y en el terreno musical-, Sara Montiel ha contado simplemente con su voz y sus vehemencias, promesa inequívoca de una noche de amor apocalíptica. Una voz lanzada en primitivo chorro sobre el deseo del oyente. Una voz lanzada en primitivo chorro sobre el deseo del oyente. Una voz a la que no se le exige cantar, sino apasionamiento, interjecciones, jadeos, suspiros y alguna que otra filigrana folklórica o en idioma extranjero para demostrarnos a nosotros mismos que, aunque no lo parezca, cuando quiere cantar puede hacerlo y para proporcionarnos algún que otro momento de relax a tan ardiente situación. Las canciones en inglés, francés, portugués o italiano, metidas en los álbumes de Sarita, vienen a ser la pausa que refresca y que cultiva. 


APASIONADA, PIA, FOLKLORICA O MODERNA
Claro que sí. Y jacarandosa, necrofílica, patriótica, dramática, soñadora, picarona, criolla, internacional, existencialista, cupletera y lo que fuere menester pero siempre “sexy”, inevitablemente “sexy”, estimulantemente “sexy” es como se nos presenta la Sara en sus canciones, bien sean boleros rítmicos, fox slow, blues, valses, boleros-plegarias, canciones incas o swings.
Y resulta ejemplar el genio y figura de Sarita al inyectar la correspondiente ración de “sex-appeal” en canciones tan inocuas como aquella del “Ola, ola, ola, ola, no vengas sola…” o como en la “Petite fleur”.
A medida que la carrera musical de Sarita Montiel ha ido avanzando, su propio e increíble instinto –capaz de reclutar el más amplio repertorio “sexy” en español que, además, pase por la cuerda floja –le ha aconsejado dejarse de filigranas vocales y jugar a fondo su personalísima carta “genial-sensual”, que es la que la gente espera de ella. Una carta que entre “relicarios”, “valencias” y “madelones” surgió aufórica en aquel primer rosario de canciones de “El último cuplé”, donde sabiamente incorporaba a sus inicios la ajustadísima predicción del “Ven y ven”:
…Por qué canto el “ven y ven”
se quejan muchas esposas
porque luego sus maridos, mi vida,
en casa las llaman sosas…
Recreándose al decir “mi vida”… Y recreándose –ahí nació todo- al fumar genial-sensualmente:
…Tendida en la chaisse-longue,
fumar y amar…
Ver a mi amante
solícito y galante,
sentir su labios
besar con besos sabios.
Y el devaneo
sentir con más deseo
cuando sus ojos veo
sedientos de placer.
Por eso, estando mi bien,
es el fumar un edén…
Dame, el humo de tu boca,
anda, que así me vuelves loca.
¡Corre, que quiero enloquecer,
de placer…
Sintiendo ese calor
del humo embriagador
que acaba por prender
la llama ardiente del amor…
Sin perder un ápice del “sex-appeal” demostrado, ya en la próxima serie de canciones peliculeras recogido en el álbum “La violetera”, demostraba Sarita su espiritualidad poniendo a la Virgen de su parte en esas cosas del amor en “Mala entraña”:
…Cuando triste quedo a solas en mi alcoba
le pregunto a la estampita de la Virgen:
¿Qué he hecho yo para que tú así tan mal te portes?
Que lo que haces tú conmigo
es casi un crimen.
Mira, niño, que la Virgen lo ve todo
y que sabe lo malito que tú eres,
que queriéndote yo a ti con fatiguitas
el amor buscas tú de otras mujeres…
Con sabiduría innata también en este álbum hizo adaptar la letra de “Flor de té”, cambiando el bucólico escenario natural –romance entre zagalilla y zagalillo con un señor del castillo por en medio- por un interior de dudosa reputación, con lo que incrementaba la tensión emocional de la escena.
Demostrando que a moderna nadie le pasaba la mano por la cara, Sara Montiel se metió en el estudio de grabación, sin justificarlo con ningún film, para lanzar un álbum con canciones de hoy, modernas, firmadas por Algueró y por Torrebruno. Canciones como el “Ola, ola, ola” (Mare nostrum), como “Torneró”, como “Mi platerito”, como “La montaña”, redondeando un total de doce temas presididos por el blues –sí, sí, blues-, que daba título al álbum “Besos de fuego”, rotulados en la portada con letras llameantes, como debe der. Un blues que Sarita cantó ávidamente y en inglés y que literalmente podemos, más o menos, traducir así:
…Este mundo para mí
es como el jardín del Edén.
Todos los chicos quieren mi amor.
Saben que soy diabólica
y que los trato tan mal…
¡Amante!
Eso es lo que me llaman
porque he amado a mucho.
¡Amante!
Y si me quieres, baby,
libérame de la manía de hablar…
Más canciones de película en el álbum “Pecado de amor”. En francés, en italiano y en griego se manifestaba el “sexy” de Sarita. Y, sobre todo, su ingenuidad…
…En la playa se bañaba
una niña angelical
y acariciaban las ola, ¡ay! (suspiro ansioso)
su figura escultural.
Al entrar en la caseta
y al quitarse el bañador
le decía a su bañero
con un gesto de candor:
Tápame, tápame, tápame
tápame, tápame
que estoy mojada.
Para mí, será taparte,
la felicidad soña…
Chim-pum.
Pero también aquí Sarita hacía de sano regionalismo –como lo había hecho ya cantando Valencia-, marcándose un “chotis”:
…Como yo soy castiza
y madrileña de corazón
siento gran repugnancia
por los twistese y los foxtrots.
Porque donde esté el chotis
cuando se baila con ilusión
se siente una transtorná
y arrobá
sin poderlo remediar…
Sara Montiel, sugestiva y con los labios entreabiertos, estaba abrazada a usted –que discretamente se había situado de espaldas-, en la portada del disco “Baile con Sara Montiel”. Y dentro un volcán de canciones tropicales y de las otras que constituyen posiblemente el álbum más completo y sugestivo de su carrera. 
Temas como ese poco conocido “bolero-plegaria” (así se clasifica en el disco), titulado “Señor, Señor”:
…¡Señor, Señor!
Cubre mi corazón con hierba
para que él me la pise.
Hazme agua y que me beba,
 o viento y me suspire,
o frío y se estremezca,
o temblor y me tiemble,
o muerte
para hacer que en mí
se muera.
¡Señor, Señor!...
“Bésame mucho”, “Acércate más” vivida con extraordinaria pasión, “Lamento”, “Fascinación”, iban completando el disco. E, incluso, una canción de Algueró moderna, pero al estilo ardiente:
…Cuando me acaricias
siento furia loca
de volcar mi alma
en tu linda boca…
¡Ay, amor, dulce amor!
Quiero yo tus besos
con idolatría,
tú no me los quites
pues me moriría…
También en “Baile” Sara Montiel, a través del slow “Mil veces”, ofrecía una guía práctica para hallar la plenitud del “amor de fan”. Vean:
…Cuando ríes, cuando lloras, piensa en mi.
Y en voz baja, por las noches, háblame.
Di mil veces que me quieres, júrame
guardar mi amor en ti.
Si has puesto en este amor tus esperanzas
sabré pagarte también con creces
y haré por merecer la confianza
que mi amor tiene puesto en mi amor…
“María Dolores”, “Quizás, quizás, quizás”, “Bésame mucho”, “Tatuaje”, “Delirio”, “La vie en rose”, “El humo ciega tus ojos”, “Les feuilles mortes” -¡y qué creían!-, “La española” (de “El niño judío”), “Solamente una vez”, “Frenesí”…
…¡Frene…! ¡Frene…!
¡Frenesí!
Dame la luz que tiene tu mirar
y la ansiedad que entre tus labios vi.
Esa locura de vivir, de amar
que es, más que amor, frenesí…
“Celos”, “Quiéreme mucho”, “Toda una vida”, las dos docenas de tangos… Todo un repertorio completísimo y “sexy” a la española hasta llegar a esta “Bien pagá” del último álbum “Varietés”:
…¡Bien pagá!
Me llaman la “bien pagá”
porque mis besos cobré.
Y a ti me supe entregar
por un puñao de “parné”.
Bien pagá, bien pagá,
bien pagá fuiste mujer…
Hasta llegar a “Las camareras”:
…Té, pide un cliente,
y al servirle el té,
a la camarera le dice:
¡Echa té!
¡Echa té, echa té!
A la cama… rera le dice
¡E-cha-té!







Hasta llegar a “La pícara ingenua”:
…Soy la joven ingenua,
sin picardia.
Y yo a solas con un hombre,
no sé que haría.
Tal vez le diera un beso
bastante largo
como esos que prodiga
la Greta Garbo…
Mostraría esta pierna
tan bien formada
y la otra la tendría
muy bien tapada,
porque la que practica
la ingenuidad,
de todo lo que tiene
enseña la mitad…
¿Y eso por qué?
Yo no lo sé.
Cuando me espabile
ya se lo drié… (bis)
Le presento mi brazo
y una cadera.
Y un trocito de mi espalda
para que viera
que mis papás me hicieron
tan bien formada
que en cuanto a redondeces
no envidio nada.
Y al final le obsequiaba
con mucho gusto,
que ocultar lo más bonito
no fuera justo.
Con esto se demuestra
mi ingenuidad:
de todo lo que tengo
enseño la mitad…
He aquí una historia –brevísima historia-, de la frivolidad en la posguerra española. Una frivolidad en la que el beso –“siento furia loca de volcar mi alma en tu linda boca”-, viene a ser el principio y el fin de todas las cosas. Un beso literario que viene a expresarlo todo en el juntar los labios y que es mucho más sugerente, erótico e intencionado que las sábanas de las que habla Serrat en sus canciones. Eso lo sabe bien –lo ha demostrado- Sara Montiel.
…Te seguiré besando,
te seguiré adorando
aunque me vuelva loca,
hasta que me devuelvas
el corazón que, en besos,
yo te dejé en la boca…

A.C.


Como hacer un film con la SARITÍSIMA
Texto: TERENCI MOIX




Cójase a una costurerita “honrá” pero tentadora que tenga bonita voz, apta para todo tipo de cupleterías, mézclese a una tía graciosa y castiza, que puede ser Matilde Muñoz Sampedro o Isabel Garcés –ésta como más socorrida-, añádase a un empresario maduro y de buen ver, de los que lo dan todo sin pedir nada a cambio, desate un amor no correspondido de él a ella, haga que la abnegación del justo lleve al triunfo a la costurerita, ponga a un galán guapo, de noble cuna, comprometido con “otra mujer”; enfréntese a ambas e introduzca suspense y cuplés en la cosa hasta el final. Ambiéntese en cualquier año de la “belle époque”, pero a condición de que ella triunfe en París. Invente un duelo u otro accidente fatal que precipite a Sara en brazos del noble que ha plantado a la noble. El empresario puede terminar cartujo.
Si el film no es de época pueden haber dos soluciones de emergencia: Sara Montiel en una “pecadora, a pesar suyo”, que canta javas y jotas en un tugurio de Tánger, el galán maduro –preferentemente húngaro, búlgaro o caucasiano- será un rico exportador de dátiles, viudo de buen ver, que intentará redimir a Sara. Puede haber, perfectamente, un problema imprevisto: el hijo del viudo, efebo rubio –actor italiano, please- se enamorará de Sara con impetuoso “primer amor” de adolescente retrasado mental. Ella, correspondiéndolo con la furia de la que sabe que es su “última posibilidad de ser amada”, no querrá mancillar un cariño tan virginal y huirá para esconder su pasado o bien se lo confesará cruelmente con la canción  Yo soy esa. Puede acabar monja o –según la época- enfermera en la guerra civil, pescadora de esponjas, hippy en Katmandu o vendedora de castañas. Otra posibilidad: Sara había tenido una hija con un contrabandista de tomates. A la hija estuvo a punto de violarla un camellero. El efebo rubio, desengañado por la huida de Sara, iba a arrojarse desde lo alto de una pirámide cuando salvó a su hija: ambos se enamoraron con amor MacGrawneal. Así, Sara puede casarse con el padre de buen ver o, vengadora, matar accidentalmente al camellero violador –en este caso, la historia contada en “flashback” y encuadrada en un proceso es lo más indicado- y terminar también de monja en cualquiera de las dos soluciones. Los diálogos han de ser de Pemán o de Gironella. Para la boda, que sor Sara seguirá desde el coro, puede cantar un fragmento de la misa de Mozart, que adaptarán Waldo de los Ríos y Arozamena. Escriba esos guiones y no se preocupe por el director. La Saritísima entrará en tratos con Buñuel y, si éste la retrata mal, con Visconti… como mínimo.


1.-CUPLETERÍAS
Hemos reencontrado a Sara Montiel en su come-back a tierras españolas: un come-back modestito, que en los primeros años cincuenta podría haber causado sensación –impresionaba eso de hacer las Américas- pero que a finales de los cincuenta ya no era nada del otro mundo (aparte el hecho, sólo para enterados, de la boda con un director yanqui). La década acabada, el país devorando planes de desarrollo, la apertura de Fraga a pocos años de distancia, y Sara Montiel irrumpiendo con un film anónimo: entre nosotros, en aquel momento ella no era ni mucho menos una “star” con la suficiente fuerza para lanzar aquel film. Y, por otro lado, el film sobre el papel, no parecía ofrecer demasiadas seguridades para servir de vehículo estelar.
Sin embargo, extrañas circunstancias obraron para hacer de El último cuplé un éxito de taquilla impresionante, un título que saltase a la calle, una proyección de más de un año en los cines de estreno, uno de aquellos títulos que, en los pueblos más pequeños de la piel de toro, empujaban a la gente a meterse en autocares para ir a verlo en pueblos más importantes o a las ciudades. Y, dejando aparte la presencia de una estrella potencial, que dominaba la proyección de cabo a rabo, me parece razonable achacar el triunfo a tres factores importantísimos: Juan de Orduña, la ausencia de films americanos en nuestras pantallas y Madame Nostalgia. (También cabría contar con un factor socioeconómico muy importante: sin ser llegada aún la hora del “consumo”, el “pick-up” y el microsurco marcaban una primera campaña de masificación del disco, y las canciones de El último cuplé pudieron beneficiarse de una difusión –contaba, también, un ligero aumento del poder adquisitivo- que, en la época de las 78 r.p.m. no pudieron tener otros musicales españoles).
Juan de Orduña, artífice del éxito, no lo fue por casualidad. A pesar de haber rodado en los años cincuenta una racha de fracasos comerciales (Zalacaín el aventurero, Cañas y barro, etcétera) había sido el autor del mayor éxito español de la posguerra: Locura de amor, cuya principal novedad para el público pudo ser la de aportar el acicate de la pasión, el desmadre, el amour fou más trivial a un género como el cine histórico, que se caracterizó por su sequedad, su falta total de disimulo y su excesivo “ir al grano”. Esta aportación de lo pasional, por banalizada que ahora pueda parecernos, fue baza importante de su nuevo éxito, y lo demuestra el hecho de que no fuese igualado por ninguno de los films cupleteros de la época, a excepción de algún título de Sara Montiel.
La ausencia de films americanos en nuestras pantallas, debida al pleito con la M.M.P.A.A., eliminaba a un competidor peligroso –U.S.A. continuaba dominando el mercado- como demuestra el éxito insospechado, que, en aquellos tres años de penuria, obtuvieron las series de comedietas italianas y algunos films alemanes.
Por último, la tercera circunstancia, pero también de las más importantes: sin que hubiese sonado aún la moda del camp y los revivals, una nostalgia casera, de cosas que la clase media pudiese recordar porque ya habían sido mitificadas anteriormente, funcionó de manera imprevista gracias en parte al tópico “cualquier tiempo pasado fue mejor” y a un cierto grado de vejez colectiva, que no sería lícito olvidar. La nostalgia hizo su entrada triunfal respaldándose en muchos motivos del film que no conciernen sólo a la “belle époque”, aunque perteneciesen a ella: las verbenas madrileñas del mantón y las chulapas, la nostalgia perenne del barrio (no eran casuales las escenas “dialectales” entre la Sampedro y sus vecinas “cotillas”), la referencia a mitos monárquicos garantizados como mitología popular (“¡Qué simpática es la Chatal”, dice Sara Montiel a Armando Calvo en una escena del film, recordando sin duda el verso de Alejandro Ulloa sobre la infanta Isabel), la presencia permanente de hechos históricos rozados apenas en lo periférico (el novio relojero de María Luján se apunta voluntario en la guerra de Marruecos para luchar en Melilla), todo ello contribuía a dar a la nostalgia un prestigio de cosa vivida, de algo entrañable, de background fácilmente reconocible, por mucha pasión “distanciadora” (en el sentido de aventura pasional, que el público no podrá vivir nunca pero con la cual también desea verse identificado) que Orduña le pusiese a manos llenas.
Tales suposiciones –además del contenido melodramático- no intentar restar méritos al éxito de El último cuplé, ni tampoco al impacto popular de la hembra importante, todavía viva, que era doña Sara por aquel entonces. Al contrario: he reconocido lo que ella significó de revitalización para el erotismo nacional de la pandereta y la bata de lunares. Si la María Luján del film “pasional” de Orduña pudo sustituir con éxito a Debla la Virgen Gitana, Lola la Piconera –para no hablar de las leonas de Castillas, las princesas de los Ursinos y las duquesas de Benamejí-, ello no fue sino una ventaja. Aunque se tratase de una ventaja provisional.
La lluvia de cupleterías fílmicas y radiofónicas fue otra cosa. Al socaire de Nena y del Ven y ven, una debutante con grandes posibilidades llamada Lilián de Celis –de quien se dijo que tenía la voz más apta para el cuplé que la Montiel, naciendo así una rivalidad, en castellano, que se anticipó trece años a la catalana de la Motta y la Feliu-, cantó todos los cuplés que pudo en Aquellos tiempos del cuplé y Júrame, mientras grababa un microsurco famoso con las canciones de El último cuplé que no cantaba Sara, que aparecían a veces en off, a veces en un momento interrumpido durante varias escenas del film (así, La Cruz de Mayo cuando Sara, vestida de andaluza, acude al encuentro de su torero en una fiesta sevillana; así, el Tápame, tápame; así tantos otros como La chulapona –“¡Qué ilusión volver a oír la chulapona!”, dice Sara al regresar a sus verbenas madrileñas, convertida en “star”; el Oh, Mari –lo toca un músico ciego junto a la Pérgola donde se arrullan María Luján y su novio relojero; después, cuando él decide abandonarla para dejarle libre el camino del triunfo, suena en off, cantada por un aspirante a tenor que pasa la prueba para Armando Calvo –y, en fin, varios más).
Siguiendo la racha de la nostalgia, Marujita Díaz, antes de su calco de la Gelsomina de Giulietta Massina (Pelusa) explotó hasta la saciedad un movimiento de ojos rotativo y picarón en… Y después del cuplé, grabó el Yira-Yira cuando Sara rodaba Mi último tango para llevar la nostalgia hasta la revista en La corista, donde cantaba desde La tarántula hasta el charlestón Madre, cómprame unas botas, pasando por La Reina Fallera –recordaba tal vez el número Valencia, de El último cuplé- el chotis pre-Serena Vergano de La Lola y la Luna de España. Por su parte, Juan de Orduña hacía Música de ayer, que se lanzaba como “la película hermana de El último cuplé y, a pesar de ser una evocación de zarzuela con toda la “belle époque”, no daba un real. En los estudios de Barcelona, Alberto Closas y Silvia Pinal se metieron en los felices veinte para Charlestón; la mismísima Mary Santpere llevaba al cine su ingeniosa parodia de los cuplés, que acababa de hacer popular en el teatro, incluyéndola en un film medio cómico medio folletinesco (Miss Cuplé), e incluso Mikaela intentó ser popular haciendo algo de Jesús Franco llamado Vampiresas 1930. Y Lola Flores hacía su aparición como estrella “invitá” en Las de Caín, vestida de cupletera y cantando un cuplé. En teatro, también cayó nostalgia por doquier: Chonchita Velasco en Ven y ven al Eslava y, ella y Larrañaga en una versión de The Boy Friend que, tal vez por ser extranjera y quedar menos inmediata, no conoció un gran éxito; Celia Gámez desempolvó sus viejos éxitos de Las Leandras, Yola, Dólares, La hechicera en Palacio, El águila de fuego y otras, construyó un sugestivo espectáculo-antología llamado La estrella trae cola, donde se demostró, como dice Oliver, que en esas cosas ella sigue siendo única (y, si no, que se lo digan a Rocío Dúrcal, ¡helas!. Y, en fin, en el Romea de Barcelona, Bella Dorita, creadora del Fumando espero allá por los años veinte, lo reproponía en toda su explosiva obscenidad y sin censura –la versión de la Montiel la tenía-; se rodeó de tres estrellas nuevas –Linda Vera, Rosita Ferrer y Coralito de Jaén- y entre las cuatro resucitaron el cuplé catalán (especialmente Linda Vera, con las canciones que, años después, grabaría Nuria Feliu) para un espectáculo llamado Teatro Eldorado, el Alma del Cuplé, de Salvador Bonavía. (Años antes, este tipo de espectáculo había tenido sus precedentes en algún teatro barcelonés). Finalmente, los Vieneses cedían el escenario a la eximia Raquel Meller, ya pobre sombra de lo que había sido, pero ofreciendo a las nuevas generaciones la última y única oportunidad de conocerla.
Al año siguiente, en las páginas de “Triunfo”, el dibujante Mingote podía proponer una falla valenciana que representaba al cine español: todo el mundo cantaba cuplés. 


2.-VIOLETERIAS
Con la “operación Nostalgia” en marcha se necesitaba a una estrella capaz de sobrepasar con garbo la moda temporal, que tan poco piadosa había de ser para muchas de las que a ella se adscribieron tan alegremente en un primer momento. No hará falta decir que el éxito de Sara, su permanencia, fueron infinitamente superiores a los de sus contrincantes; y esto a pesar de los enconados esfuerzos de Maruja Díaz y su máscara, calco avant la lettre de la que la Montiel llegaría a tener después, al modificarse. Al ser la Saritísima.
Las razones de este éxito, de esta permanencia, con sus baches incluidos, pueden residir en aquella arterioscierosis, precisamente. Siguió el filón con La violetera, que no hacía sino continuar, con ligeras variantes, los temas principales de El último cuplé. Y si aportó algunos nuevos, estos sólo servirían para ser calcados en las próximas “creaciones” de la Saritísima. Habíamos asistido al triunfo de un personaje. Lo que siguió ya fue un círculo vicioso.
Estaba, ante todo, la idea de que una mujer tan descomunal –que es como Sara aparece en la segunda parte de sus film, cuando la vida ya la “ha maltratado”, obligándola a “madurar”-, que una bestia erótica tan potente, también podía ser Cenicienta. Que todas las muchachitas de España, con trencitas, que vendían violetas en una esquina podían ser, en potencia, diosas futuras del Olimpo de la fama, amadas por bellos varones extranjeros, pero españolizados.
Cenicientísima Montiel, tuvo, por otro lado, aquella tendencia a la virtud que, en un primer momento de su vida, le permitía rechazar las ofertas más ventajosas, los destinos más dorados. Ella siempre llegó a la fama sin tener que acostarse con sus empresarios; es más, supo decirle claramente a Armando Calvo: “prefiero seguir en el coro… ¡y sin champaña!”. Tal vez porque sabía que el corazón de estos empresarios la harían triunfar lo mismo, sin pedir nunca nada a cambio.
Esta primera etapa de los films de la Montiel tenía, también, sus canciones adecuadas; se trataba de mostrar un lado ingenuo picarón –la mujer niña- que, sin instituir aún el poderoso sexy de la segunda parte del film, ya insinuaba un grado de picardía que, por supuesto, no sobrepasaría nunca los límites del buen gusto (un buen gusto pequeño burgués, se entiende). ¿Acaso María Luján, cuando Armando Calvo la llevó a oír a la cupletista que cantaba el Tápame, tápame, no se levantó indignada del teatro y exclamó: “Yo lo cantaría de otra manera”? Esta otra manera, la del “buen gusto” oficial, tuvo su demostración palpable cuando una Sara ingenua destrozó el “Ay Ba, ay Ba” de la Corte del Faraón en Mi último tango. Pero con anterioridad la había demostrado en el Balancé, balancé o en Ven y ven (El último cuplé); y en su versión “de gusto” de El polichinela (La violetera), sus picardías fueron dichas con la ingenuidad mujer-niña suficiente para limar, con la contribución de la censura, ciertas asperezas que, habiendo entretenido a la burguesía de principios de siglo podrían resultar, tal vez, violentas para la clase media de cincuenta años después:
Hay un viejo verde
a quien tengo frito
y para que baile
tiro del hilito…
Claro que este tipo de intencionalidad, incluso la forma de suavizarla, no fueron únicos en la carrera de Sara ni en sus concesiones al calco de las “ingenuas libertinas” -¡poco podía esperar Colette que este arquetipo pudiese resultar aún excitante en la España de principios de los sesenta!- Recuérdese, sin ir más lejos, la Canción de la pulga (en La reina del Chantercler) o, en el mismo film, Colón 34…
Colón, Colón 34
tiene usted su habitación,
y una chica muy decente
sin ninguna pretensión…
La ingenua libertina, tipo que en el personaje Sara Montiel se sobrepone con facilidad el de la muchacha del pueblo. Cenicienta condenada al coro o a vender violetas, va destinada, naturalmente, a despertar la simpatía del público, su absoluta complicidad. ¿Qué no se le perdonará, después, a una joven que ha demostrado tener tan buenos principios, que está tan convencida de los valores de la virtud?
Nacida en el Madrid de las Vistillas
de Embajadores, y de la Cava,
yo fui la pinturera modistilla
que baila el chotis como quien lava.
Se lo cantó Sara a Raf Vallone, cuando sólo era una “chica del pueblo”. Verbenera como la María Luján de El último cuplé y conservando, siempre, incluso en su triunfo, aquel punto de pasión desbordada que es, para el siglo, el último atributo a elogiar en las clases populares, revoltosas pero, en el fondo, provistas de buen corazón y de “salero”.


3.-LA ESCALADA
Es esencial, por supuesto, ese momento en que Sara inicia su carrera resplandeciente y que, también por supuesto, acaece después de algún fracaso sentimental o, tal vez, provocándolo. En El último cuplé, el amor de un joven relojero es lo que impide, en apariencia, la revelación de María Luján en el mundo de la canción. Aparece, sin embargo, el impacto arrollador del “amor que todo lo da sin pedir nada a cambio”. De seres así, tan generosos, están llenos los vehículos Montiel, empezando por ella misma. En La violetera, Ana Mariscal se casa con Raff Vallone pero sabe que, en el fondo, “nunca será suyo”. Frank Villard, empresario perfecto para con Sara, tendrá que ver cómo ella sigue pensando en Raff a pesar de los años y de los apoteósicos triunfos que ha alcanzado. Sin embargo, los guionistas siempre tienen un as argumental bajo la manga: la esposa inoportuna puede morir a tiempo; el empresario enamorado puede hundirse tranquilamente con el Titanic, como Clifton Webb.
Tantas renuncias demuestran al público que la fama tiene su precio y que, detrás de toda escalada gloriosa se esconde mucho dolor de mucha gente. Paralelo a este retablo de sacrificios es la monstración de los triunfos del personaje, pobre compensación de sus pesares. En este aspecto, la técnica narrativa no puede ser más elemental: la canción de Sara, en off, y planos correlativos de vías de tren con carteles sobreimpresos (Madrid, Berlín, Roma, etcétera), que culminan con un plano de Sara cantando Clavelitos, Tus ojitos negros o alguna otra majeza española ya en el Moulin Rouge de París, ya en el Carneggie de Nueva York, ya en el Palacio de Persépolis que le hubiesen puesto por delante. (Más de diez años después, la mostración sintetizada narrativamente de esta escalada hacia el éxito se repetía en Esa mujer, donde la Saritísima, al empezar su canción, es todavía una desconocida y, al terminarla, está descendiendo las escalinatas más suntuosas de un París ad hoc para la futura proyección internacional del personaje. Aquí, una vez más, se evidencia la escasa imaginación de los guionistas, lo cateto de sus empresas al situar, como Meca del éxito, una ciudad que dejó de serlo hace dos lustros. Aquí, una vez más, la mentalidad clase media que guía a estos films, unida, por supuesto, a la exaltación del triunfo del individuo medio: ningún camino le queda barrado, a condición de que sea Sara Montiel, Raphael, Kubala o Santana. Se trata, clarísimamente, de una actitud no sólo escapista, sino atrozmente deformadora.)
La consagración definitiva del personaje viene dada por los comentarios elogiosos de algún nuevo personaje que aparece de repente en escena.
Estos “elogios” de los demás son parte integral del personaje de la Saritísima y llevan a un punto de culminación máxima lo que podríamos llamar su “narcisismo”. Esto es evidente en la continua sucesión de planos con que las posibilidades estéticas e incluso narrativas de film se supeditan a la belleza de Sara (tanto primer plano ha de impedir necesariamente una continuidad narrativa lógica); pero tienen que serlo, también, a nivel de argumento. Nadie dejará de reconocer que Sara es única, ni siquiera sus rivales femeninas. Así, Julita Martínez, en la “patética” escena de El último cuplé que pide a Sara respete sus derechos de noviecita del torero, exclamará, objetivísima: “Usted es la más guapa”. Y cuando la mísera violetera llega a una fiesta aristocrática, y una madama de pro comenta: “¡Parece una lavandera!”, la orgullosa Ana Mariscal –pero orgullosa no quiere decir injusta, sobre todo en damas tan nobles- sabrá contestar: “No, parece una reina”. ¡Y ella la había zaherido pocas escenas antes, muertas ambas de amor por Vallone! ¡Y Sara, acomplejada, se creía el último mono de la fiesta!
Pero la Saritísima nunca podrá ser el último mono de ninguna jaula, de ningún zoológico. Con todo, su papel la obliga a la modestia, a este complejo de inferioridad frente al lujo y a la sangre azul que la harán fácilmente reconocible, fácilmente amada por los de su clase. Y también a la hora de recibir honores que ella, por supuesto, nunca esperó. Así, en El último cuplé, el presidente del Jurado que en la verbena madrileña otorga el premio a la más bella de la fiesta, dirá, con el más castizo de los acentos: “Aquí, guapas hay muchas, pero como premio sólo hay uno, este uno sólo puede ser para una… ¡la del vestido de lunares!” (La modestia con que María Luján recibirá este galardón inesperado –y eso que el novio relojero ya se lo decía que todos la miraban, que era para ella- es, también, parte importante de la simpatía que tiene que despertar entre los compañeros de su clase, radicados en el anonimato del público). Frases así, de elogio continuo a la protagonista, las hay a montones en la filmografía de la Saritísima. Y, por si resultasen insuficientes, nunca faltarán espejos donde ella pueda reflejarse; en estas escenas típicas, el narcisismo llega a su punto culminante y el dominio despótico de Sara sobre todos los elementos del film empieza, ya, desde la etapa previa a su concepción. 


4.-SARA CANTA A SUS HOMBRES
Se habla mucho en otro artículo de este número de lo que representan los hombres de Sara –cada uno de ellos- en los melodramas musicados (que no musicales) de su última época. La función de los mismos, hombre-hombres u hombres-niño, es puramente erótica y de soporte; su función en la plástica no varía: se trata de oponer una fuerza erótica al flujo erótico de la Saritísima. En ambos casos están siempre en función de ella, de cada mitad del film (es sabido que en muchos Sara empieza como mujer-niña y termina como mujer-mujer). Y de ambas correspondencias se hace depender, a menudo, las canciones que la diva ha de interpretar.
Podemos tomar el caso del hombre-hombre que, al aparecer en la vida del personaje femenino cuando éste se encuentra en la primera etapa de su evolución –el de la mujer-niña-, la obliga a una sumisión temporal, que la lleva a mimarlo como a un padre. Así, la pobre violetera se arrodillará ante Raff Vallone y le cantará Mimosa:
Vivo ciega, enamorada de un hombre moreno
que me tiene loca,
son tan dulces las palabras que cuando me mira
salen de su boca…
lo cual no haría nunca, por ejemplo, cuando en las segundas partes de sus films (e incluso de su carrera), sus relaciones eróticas son con hombres más jóvenes que ella. En este caso, la relación erótica ha tomado otro aspecto: Sara se convierte en la fuerza de esta relación, y el hombre puede convertirse en un objeto, al que ella puede despreciar públicamente, valiéndose del cuplé. Como cuando, enterada de los devaneos de Enrique Vera, puede cantarle a golpes de mantón:
Que poco te acuerdas
de las veces que has ido rogando
que yo te quisiera…
que poco hablas de ello
haces bien, como que es cosa de hombres
y tú no eres eso.
Poco importa que la hembra despechada pueda volver a caer en brazos del hombre por quien ha sido engañada; poco importa que, después, a su muerte, la endose El Relicario como homenaje póstumo y que, con esta muerte, empiece su propia caída. Para eso está la coartada de la pasión; y las relaciones de Sara con sus galanes jóvenes (torerillos, chulos o hijos de sus propios admiradores), es, siempre, un asunto pasional donde ella lleva la batuta. El mito de la mujer biológicamente superior triunfa en todas las de la ley; y, así, no es de extrañar que Sara, la violetera pueda cantar un cantable de “despecho” (toda una institución en sus melodramas), al mismo Raff Vallone a quien años antes había estado eróticamente sometida:
No te acuerdes de mí, no he de ser para ti,
no te cantes, déjame ya.
Agua que no has de beber, déjala correr,
déjala, déjala.
Claro que para llegar a este instante de crueldad perpetrada desde el escenario, Sara ha tenido que alcanzar una madurez física que la sitúa, ya, en la fila de las super-mujeres. Extrañamente, la diferencia erótica entre el hombre y la mujer-niña ha sido superada, y, con ella, la sumisión. Ahora se trata de un enfrentamiento de potencias eróticas colocadas a un mismo nivel y que, huelga decirlo, desfigura completamente la realidad de este tipo de relaciones en la sociedad actual. O por lo menos dentro de su “moral” oficial.
La escalada, el triunfo, la igualdad de potencias eróticas son pasos que conducen, inevitablemente, a la felicidad de la pareja. Y Sara, que lo sabe, hace que, en estos aspectos, todos sus films sean inevitablemente felices… aunque acaben mal. 


5.-SARA PASIONAL
A veces, cuando Sara Montiel ha alcanzado su madurez física, cuando se ha cortado las trenzas, ha arrojado sus violetas al Manzanares y se ha descocado cantando canciones que explican un destino fatal (desde Mon homme a la java de Ninón, que dice:
Adiós Ninón, mi gran pasión,
las joyas que yo he robado,
que he conquistado,
fueron mi perdición…
entonces deja de ser la Sarita, inmediata, entrañable, monina, y se convierte en la Saritona; en estos momentos –débil mujer que es-, puede permitirse caer en las simas más profundas de la pasión y tener “un pasado”. Se introduce, entonces, un tema nuevo: los pintorescos pasados de la Saritona, llenos de hombres por todas partes menos por una, que es, precisamente, su pequeño devaneo de tipo espiritual. Porque el personaje de Sara, que siempre ha tenido “mucho corazón” (ya me dirán ustedes cómo se le perdonaría el erotismo, sin corazón) deriva hacia el espíritu, lo busca, descubre que las pieles, las joyas, los triunfos, no son nada; que los galanes maduros no acaban de llenarle el alma, que ha de haber forzosamente otro camino. Es entonces cuando la Saritona, que ya empieza a imponer un erotismo de los “michelines”, descubre el amor puro o los caminos del Señor. No nos engañemos, sin embargo, si ella cambia una canción como Tatuaje por el Ave María de Schubert, si ella abandona las doradas sendas de la frivolidad por la redención de jovencitos vascos impecablemente vestidos de blanco, siempre es con un interés. Nada tan artificia como la religiosidad de la Montiel. Nada tan falso como sus amores puros. Es, simplemente, un recurso que ya conocieron, bravas, las heroínas de todos los folletines decimonónicos y sus derivados fílmicos, desde la Ana de la Mangano hasta la pobre Yvonne Sanson en Los hijos no se venden. Para la Montiel, lo sublime no es sino una autopista nuevecita con la que sustituye tantas carreteras de segundo orden, que ha recorrido hasta la saciedad, no sin placer.
De aquí que la visión que de lo “sublime” como recurso sea otra de las grandes mentiras de los films de la Saritísima. Si con su escalada ya había camuflado una realidad social, si con el erotismo disfrazó de normalidad las situaciones más anómalas de nuestro presente, con sus monjas y sus amores puros llega a banalizar incluso el espíritu humano. ¡Un poco de respeto, mujer!


6.-EL GUSTO
Ya definidas las dos etapas del personaje en cada una de sus historias, el público aceptará cuantas variantes se quiera y, en algunos casos, llegará a admirar curiosos casos de “inocencia pervertida”, como en la monja de Esa mujer, caso límite de lo que las heroínas de Sara son capaces de sufrir. Estamos ya, en la sublimación máxima de la Saritísima: el público acude al personaje que se le propone, el público va a reverenciar el gusto que le ha sido impuesto, y que siempre vendrá dado por la falsa ostentosidad de las puestas en escena, por la negación de toda ambigüedad típica del personaje, por la comunicación los vínculos indestructibles entre éste y sus canciones. No estamos, ya, ante un escenario de music-hall decimonónico, donde los cuplés de La Goya, la Chelito o Raquel existían como historias al margen de la personalidad de sus creadoras (aunque, por supuesto, cada una tenía su estilo propio y tan impensable era imaginar a una Raquel cantando La castañera de Carmen Flores como a Pilar Serós cantando Mala entraña). Por el contrario, Sara ha adecuado la “historia” de cada canción a las peripecias de sus heroínas, y así lo mismo puede entrar un tango de Gardel (con su mitología tan peculiar), como un cuplé de Raquel o una canción de Manzanero. Y, últimamente, como sabemos, fragmentos de revistas.
Tal heterogeneidad hace que no pueda hablarse de un estilo Montiel como cantante, sino de las necesidades de cada uno de sus films, con la consiguiente derivación hacia el melodrama más abyecto, el menos respetuoso para con este público que Sara dice “amar” tanto y al cual embrucete con las concesiones más abominables del gusto, la ausencia y de la ética más elemental.
Finalmente –y en un tema del que todavía queda tanto por decir-, Sara introduce en cada uno de sus films otro tipo de canciones, las regionales y las de “prestigio”, que se supeditan igualmente a las intencionadamente comerciales –Sara y sus films son objetos- que ilumina toda su filmografía desde El último cuplé. Desfigurando hasta el asesinato piezas como el aria de la locura de Lucía di Larmermoor, la Saritísima cree acceder a un prestigio que sólo tuvo cuando supo interpretar, con cierto tino, las canciones que cuadraban a las líneas generales de sus personajes. Colocando en cada uno de sus films homenajes a Valencia, a Madrid, a Andalucía o a Aragón, Sara Montiel intenta una labor de síntesis parecida a los Coros y Danzas de España pero que, en el fondo, sólo es una atroz banalización del auténtico folklore popular.
Todo esto es la Saritísima de los grandes éxitos, la Saritona del erotismo de estar por casa, la Sara Nacional en su aceptación más duradera. Particularmente, yo recuerdo aquel final de El último cuplé en que una Sara Montiel, perfecta en su insinuación de lo patético, culminaba una recreación que podía funcionar, por el lado naïf, gracias a una perfecta acumulación de tópicos sublimados por el lado de la nostalgia. Las palabras de Armando Calvo, amor invulnerable al cabo de tantos años, se recuerdan aún con cierta emoción:
-Señores, María Luján no podrá volver a cantar. María Luján ha cantado su último cuplé.
Yo añadiría que Sara Montiel acababa de hacer su última película. 




LA OTRA CARA DE
SARA
LA SARA QUE YO CONOZCO (¿?)
Texto: JORGE FIESTAS
A raíz de “sus” “Varietés” –en colaboración con Juan Antonio Bardem- ¿sabían que estuvieron a punto de colaborar en una ocasión en “La venganza”?- NUEVO FOTOGRAMAS me pidió un artículo sobre la Sara Montiel que yo conozco, la Sara inédita. No creo poder complacerlo. A mí me gustaría presumir de ser un amigo íntimo de la Montiel. Pero, sinceramente, no lo soy. He intimado más en un cuarto de hora con Ava Gardner, que en un año con Sarita. A pesar de llevar tratándola más de catorce. No es porque sea antipática o cosa parecida. Al contrario. Recuerdo con emoción que cuando hablé por primera vez con ella me llamó –como una folklórica cualquiera- con un “mi arma”, que me conmovió hasta los cimientos. Pero Sara, como todos los mitos, cada día que pasa más aumentado, lo demuestra que hasta por encima de sus buenas o malas películas, con mayor abundancia de las últimas, continúa siendo una estrella indestructible, un fenómeno nacional, en el que sólo existe un antecedente anterior. Me refiero a Imperio Argentina.
Sarita está por encima del paso de los años, tema que a ella molesta muchísimo tocar, por encima de sus kilos de ida y vuelta. Y de otras muchas cosas más. ¿Quién, por ejemplo, como ella, puede permitirse el lujo de no usar maquillaje, de vestirse y calzarse a su aire en los sitios públicos más “in”? ¿Quién puede permitirse el viajar en los aviones con una tortilla de patatas bajo el brazo? ¿Quién puede hacer cambiar a centenares de extras preparados para rodar una escena, en pleno invierno, y vestirlos a todos con muselinas y organdíes, porque el verano favorece más a sus escotes y sus pamelas? ¿Quién…?
Repetidamente se le ha acusado de innumerables cosas. Una, la de ser mala persona. Yo me digo, es un milagro que no sea ya mala, sino una verdadera arpía, después de escuchar o leer algunas de las cosas que se cuentan o escriben sobre su persona. Es posible que sea una mala hembra. Pero hay que ver la cantidad de gente que ha vivido y ganado millones a costa de su maldad.
Dicen que el cuplé se le subió a la cabeza, que no tiene voz. A algunas de nuestras estrellas que cobran sólo el cinco por ciento de lo que María Antonia obtiene, no hay quien las aguante. En comparación con ellas, Sara es una humilde violeta. Y, desde luego, no es Renata Tebaldi, pero sin poseer cinco octavas ella solita fue capaz de resucitar algo tan muerto como esos cuplés, que más adelante cantaría todo quisque.
Sus colegas afirman que si el cameraman, maquillador, etcétecra, no la cuidases, pobre Sara. Naturalmente. Pobre Sara y pobre Liz Taylor. Creo yo, que por afinidad. Ambas, en sus respectivos mercados, son estrellísimas, de edades similares, fotogenia fuera de lo normal, aunque yo creo que, en esto, Sara le gana ya a Liz, si nos atenemos a “Varietés”, en sus vidas privadas…
¿Cuál es la vida privada de Sara Montiel? Eso es desconocido, pertenece al secreto del sumario. Por su vida sólo ha pasado una mujer que haya dejado huella: su madre. Ninguna otra más. Hombres, sí, hombres ha habido muchos. Cada uno, con un capítulo reservado el día que se decida escribir sus Memorias, las “de verdad”.

Recuerdo aún cuando la vi por primera vez, en las escalinatas del Hotel Palace. Era una muchachita, de una belleza increíble, teñida de rubio platino, que se anunciaba como una promesa. Mucho celuloide aquí sin pena ni gloria, un cuplé en “Mariona Rebull”, donde daba sopas, con honda, a la protagonista; “Locura de amor” y en seguida México, y más tarde Hollywood, nos la arrebatarían, para devolvérnosla con “El último cuplé” (100.000 pesetas de emolumentos), donde estuvieron a punto de doblarla en las canciones (por Conchita Piquer). Sara marchó de nuevo a Hollywood y a Anthony Mann, convencida que había hecho una de las peores películas de su vida. A los pocos meses volvería a España para asistir al primer año de proyecciones de “El último cuplé”. Entonces, con gran indignación del galán, pediría ser acompañada al cine por Vicente Parra, un muchacho que se abría paso y que, en su día, le escribiera embelesado a Hollywood para decirla que como ella no había más que una. Actualmente, Sara y Vicente son vecinos, asisten al cabo de los años y de nuevo juntos, a los estrenos de “Varietés”, en Madrid o en donde se tercie, y están unidos por un común denominador hacia el halago de la popularidad, de amor al cine, a la profesión. Porque ni sus más acérrimos enemigos pueden negarle una cosa a la Sara Nacional: su profesionalidad.
Esto le lleva a efectuar cosas sorprendentes. Recuerdo cuando un grupo de amigos dimos una cena homenaje a Carlos Saura, a raíz del Oso de Oro, ganado por éste en Berlín. Sara se presentó espontáneamente. Pagó su tarjetón para el ágape sin rechistar y a los postres, y en un discurso inefable de solidaridad con el galardonado comenzó hablando de éste, para acabar describiendo como su madre la parió, poco más o menos, debajo de un puente, allá en la Mancha. Desde entonces, Saura, y esto es una verdad que quizás ella desconozca, es un leal admirador suyo. Y no me extrañaría que algún año de estos acabasen haciendo una película juntos.
No. No soy íntimo amigo de Sara Montiel. Tampoco María Antonia tiene tantos. ¿Y quién? A ella como a todo el mundo sólo le dieron hasta ahora por cientos los disgustos y casi por cero la amistad. Pero, en cambio, -esto ya está más que demostrado- tiene admiradores que pagan por verla en la pantalla, sin exigirle nada a cambio.


EL RECORTE XLV
Este número extraordinario de Fotogramas dedicado a nuestra estrella trajo mucha polémica. Es más, tres años después, al finalizar en Barcelona el espectáculo de la Montiel, aún seguían coleando recuerdos que reafirmaban a Sara en el Olimpo: SARITÍSIMA. Así lo reflejaba la revista Fotogramas el 7 de Junio de 1974. 

La última “soirée”
APOTEOSIS
SARITÍSIMA

Y DESMADRE TERENCIANO



La última noche de Sara Montiel en Barcelona fue, como diría el Forges, inenarreibol. Lluvia de flores, público en pie, bombardeo de claveles y placa de plata de la empresa del teatro a la artista más taquillera. Por cierto, que la semana que ha culminado con este homenaje-despedida ha sido un tanto agitada para la estrella: suspensión de la representación, una noche, a causa de enfermedad de Sarita y de inexplicables arañazos que le propinó en la espalda una señora celosa cuando la actriz, en el número “Las camareras”, se sentó en las rodillas de su marido. Al finalizar la representación de la última noche, Sara agradeció públicamente el nombre de Saritísima a nuestro Terenci Moix, que estaba en un palco. Y como éste, a la hora de corresponder, tampoco es manco, nos ha enviado la siguiente nota de agradecimiento desmadrado:
“Hace unos años, confeccionamos en NUEVO FOTOGRAMAS un número especial dedicado a la única estrella del cine español que, realmente lo merecía. Con las críticas pertinentes –porque no todo el monte es orégano-, este número provocó numerosas polémicas, en pro y en contra. Quedaba bien claro, sin embargo, que sólo un nombre podía encajar con la personalidad estelar de la Montiel, y este era superlativo. Repito que el homenaje, el estudio, la aproximación al mito, no podía excluir la crítica sincera; pero también es justo repetir  que olvidaba una faceta de la Super-Montiel que ahora me ha sido posible conocer de cerca: una humanidad arrolladora y una profesionalidad a prueba de bombas. Su magia quedó sobradamente demostrada el otro día; y es, probablemente, una magia que el cine español tardará mucho tiempo en volver a encontrar. Aun cuando podamos –y debamos- “meternos” con vehículos estelares que no han estado a la altura de su magia personal, hay algo que en la Montiel que no tiene que agradecerme, ni a mí ni a nadie. Ese pseudónimo. Porque ella es Saritísima, por derecho propio y, seguramente, por muchos inviolables años. Un pseudónimo ganado y mantenido a pulso, a la altura de los nombres más grandes del show-bussines mundial”.
Y el Terenci se queda tan ancho. 


LA FOTO XLV



Póster que incluye este número especial de la revista Fotogramas dedicado a Saritísima. 




2 comentarios:

  1. El actor de la película en México, "Dónde el círculo termina" es Raúl Ramírez no Raúl Martinez, ese era un cantante, ojalá hagan la corrección.

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  2. Un homenaje más de los muchos que iciéron a Sara Momtiel, fué en el año 1971 coincidiendo, es decir a raiz del estreno de "Varietes" tenia en ese momento 43 años, ya era considerada diva y mito de valoración universal, totalmemnte atemporal e imperecedera.

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