viernes, 13 de enero de 2012

INTERVIU - 10 al 16 de Agosto de 1978 - España


SARA MONTIEL
“Soy algo más que un cuerpo”

¿Quieren ustedes saber cuántas veces y por qué se ha operado Sara Montiel de estética? ¿Que les gustaría conocer la edad de Saritísima? ¿Qué cuántas veces ha sido abrazada por hombres que la han llamado Antonia? ¡Ah, ya adivino! Usted, lector, lo que quiere es enterarse de la frecuencia de las masturbaciones de Sara…



Sara nació Antonia y en la Mancha. Eran años difíciles, años de terror y miseria. Su familia se trasladó a Orihuela, la Orihuela de Miguel Hernández, ‘asesinado en los presidios de España’…
-Sara, ¿qué te dice el nombre de Miguel Hernández?
-Mira, mi padre vendía vino cerca de la cárcel de San Miguel y les llevaba comida a los presos; uno de los presos, hasta su traslado, fue Miguel Hernández, poeta que desgraciadamente no es tan conocido en España como se merecería. Pues bien, en aquella época yo acompañé muchas veces a mi padre a la cárcel de Orihuela. Eran tiempos terribles, pasábamos muchas necesidades y yo lo que quería era aprender, ¿comprendes? Entonces lo que yo hacía era ir a las casas de los ricos a que me dieran clases, pero sólo daban catecismo y acabé de catecismo hasta las mismísimas narices. Las casas de los ricos… ¿sabes? Una de las primeras palabras que aprendí fue “guapo” y tenía una sensibilidad especial por lo bello; de vez en cuando mis padres me llevaban a casa del amo –desde entonces odio la palabra amo- y allí todo era “guapo”. ¿Rencor, dices? Pues no, no soy rencorosa, lo que ocurre es que he sentido la gran injusticia de ver a familiares míos que estaban encarcelados por ser republicanos o socialistas, pero rencor, lo que se dice rencor, no. En fin, tuve que aprender a leer sola y la música me la enseñó una monja dominica, sor Leocadia, que era una pianista sensacional y que se fijó en mi hambre de música… Sí, realmente yo tenía hambre de música y un oído de tísica: lo aprendía todo. La verdad es que, siendo niña, muy niña, tenía una especie de intuición que me hacía buscar más allá de los límites familiares; fíjate, mis amiguitas no eran de mi clase social, sino que las buscaba entre personas de clase superior. Años después me pasaría lo mismo con España: se me había quedado chica, me sentía como encerrada y marché a América…


EL DON FATAL DE LA BELLEZA
He perdido el hilo de la entrevista. Sara, vestida de blanco, mitad Ibiza, mitad Méjico, sigue hablando. Admiro su belleza y recuerdo mis pecaminosas fantasías infantiles, cuando me embobaba ante la funda del disco de “El último cuplé”. Sara intuye y una vez más hace una pirueta de divagación y habla de su belleza.
-Gracias a Dios o gracias al diablo sigo conservando mi belleza, pero he tenido que luchar mucho contra ella, ha sido una lucha continua para demostrar que en Sara hay algo más que un cuerpo, claro que la verdad es que el físico me ha podido siempre. O sea, si he conocido a un escritor, a un músico, a un comediógrafo, pues no me hacían mucho caso y para aquel hombre importante yo sólo era “la mujer”; porque yo he tenido unos dieciséis años de caerse la gente de culo, oye, pero de culo, ¿comprendes? En esta época en que las niñas están gilipuertas y en la edad del pavo, yo era una tía sensacional, guapísima. Al principio de hacer cine mi imagen era la de la chica rubia americana, luego fui encontrando mi propia imagen…
Sí, aquella imagen que se desbordó en “El último cuplé”. ¿Recuerdan?
“Nena, me decías loco de pasión.
Nena, que mi vida llenas de ilusión.
Deja que ponga, con embeleso,
junto a tus labios la llama divina de un beso”.
-“El último cuplé” lo viví como una quijotada, no creía que fuera a tener el éxito que tuvo, entre otras razones porque nos enfrentamos con muchos problemas para encontrar un productor: nadie quería producirla, pero Juan de Orduña creyó en mí como en la Virgen y recorrió todas las productoras, las pocas que había en España, con el guión bajo el brazo. Fíjate, le decían que yo no era la indicada, que lo tenía que hacer María Félix o Carmen Sevilla. Finalmente, después de un año de intentos inútiles, y para poder hacer la película, llegamos al compromiso de que yo sería la actriz, pero me doblarían. Total, y para no hacer la historia muy larga, ya se tenía a una cantante contratada y el día que tenía que cantar, con toda la orquesta dispuesta, no se avino por un problema de dinero; la única solución fue llamarme a mí… De todas formas, “El último cuplé” no ha sido la película en que he topado con mayores dificultades, sino “Carmen la de Ronda”: el primer problema consistió en que nunca he sido una flamenca ni tengo nada de andaluza, y por otra parte había lo de la censura, ya que se trataba de una película muy fuerte para aquella época y que mereció un “tres erre”… En fin, el caso es que yo quería tener una Carmen en mi filmografía y se superaron todos los obstáculos. 

¡AMERICA, AMERICA!
Preguntar a Sara resulta casi inútil. Sus recuerdos, los que le sugiere cada pregunta, la desbocan. Me da pereza frenarla. Y así, del cine en España salía en dos frases al cine de Hollywood, y de éste a su primera América.
-Fue en mil novecientos cincuenta y uno y llegué a América gracias a Miguel Mihura, que se dio cuenta de que España me venía chica y, por tanto, tenía que buscar otros países. Me fui a Méjico porque allí hablaban mi lengua, pero una huelga y mis necesidades económicas fueron la causa de mi inmediato traslado a Nueva York. Llegué a aquella ciudad un día de marzo; nevaba, lo recordaré toda mi vida; quedé impresionada y temerosa: me sentía sola, empequeñecida…, pero reaccioné y me dije: “¡Qué coño voy a estar empequeñecida!”… Mira, si en algún  momento me he agarrado a mi belleza física, fue entonces, en mi debut neoyorquino: cogí, me enrosqué mi cabellera y me marqué un escorpión en la frente. Fíjate, así me paseé por Nueva York, una ciudad en la que nadie se extraña de nada, y, sin embargo, yo logré que la gente se girara al verme y que me dijera: “You must be somebody” –usted debe ser “alguien”…-.No, no, no logré ser engullida por la “vida a la americana”; allí continué mi horario, mi vida a la española. ¿Méjico, dices? Méjico fue otra cosa. Volví a Méjico y permanecí más de seis años…




ROSARIO DE EXILIADOS ILUSTRES
Sara se transfigura en Antonia. Su voz abandona todo posible engolamiento y adquiere un no sé qué entre tierno y humilde. Habla de Méjico, de una etapa de su vida mucho más sorprendente y, por supuesto, menos conocida que la de sus amoríos.
-En Méjico viví dos años en casa de León Felipe y Berta. La primera vez que vi a León fue en casa de un pintor español exiliado que le estaba haciendo un retrato a Berta… Berta era muy alta y muy “hippy”, siempre descalza y con flores en la cabeza… Por supuesto, León era consciente del tronco de mujer que tenía delante, pero ayudó a pulirme, hizo que aprendiese y me mandó a tomar clases; de vez en cuando le leía sus versos, pero lo debía hacer mal y él aseguraba que los dioses no me habían llamado para recitar… León era un anarquista maravilloso… Cuando me trasladé a Cuernavaca, porque mi madre no soportaba bien la altura de Méjico capital, León y Berta venían a casa, también venía don Alfonso Reyes, y fue en Cuernavaca donde conocí a Neruda y a Ernest Hemingway… Otra de mis grandes amistades en Méjico fue don Indalecio Prieto; la crítica que publicó don Inda de “El último cuplé” fue maravillosa; la escribió poco antes de morir y murió escribiendo sobre mí. A quien llegué a apreciar mucho y que siempre que venía por Méjico vivía en casa fue a Jorge Guillén; le conocí en Sao Paulo por medio de… ¿cómo se llama?..., sí, hombre, ese pintor que siempre estaba en la cárcel y que había ido a matar a Trotsky… ¡Ya! Alfaro Siqueiros; pues bien, Siqueiros me presentó a Guillén; estaban en una reunión y al principio no querían dejarme entrar porque decían que yo era franquista. Oye, sobre eso del franquismo tengo una anécdota divertida: mira, resulta que Alberti me dio una cena cuando debuté en Buenos Aires, una cena a la que estaba invitada gente muy importante, y Rafael acababa de llegar de Pekín, donde los de Mao le habían llenado de medallas… Por cierto, años después colaboré en la organización en España de la primera exposición de Alberti… Muchos periodistas no se atrevieron entonces a escribir nada… ¿Qué te decía? ¡Ah, sí!, lo de la cena en Buenos Aires: pues entre los invitados estaba Alejandro Casona, que empezó a despotricar contra mí, a decir que yo era lo que enviaba Franco por el mundo, que vaya una cupletista, que el cuplé tal y cual, etcétera; yo callé por prudencia y por no aguarle la fiesta a Rafael. Total, que pasan los años y Casona vuelve a España en vida de Franco; y, mira por dónde, me llama para que yo le estrene; le dije: “Mire usted, soy demasiado poquita cosa para un Casona y además soy una cupletista muy avanzada para hacer un teatro ya caduco”. Hombres como León Felipe y como don Inda he conocido pocos… Don Indalecio Prieto escribió en una ocasión que yo era un “cacho trozo de mujer”…
En fin, cuando llegué a Méjico en mil novecientos cincuenta y uno ni siquiera sabía que había habido una guerra mundial; siempre me dolió mi ignorancia y toda esta gente me ayudó mucho.



PUSO A FRANCO DE PIE
Aunque Sara Montiel, por múltiples razones y por sus largas estancias fuera de España, no puede ser considerada como una de las folklóricas del franquismo, tampoco aprovecha esta circunstancia ni sus amistades republicanas para hacer alardes de neoantifranquismo.
-Mira, llámalo como quieras, mano izquierda, liberal, lo que quieras, pero la cuestión es que siempre he respetado todas las ideologías, aunque también es verdad que estuve una vez en La Granja, pero fue porque me llamaron, mientras que otras movían cielos y tierra para ser llamadas. Por cierto, en La Granja me pasó una cosa curiosa: cantaba “La violetera” y entonces me dirigí a Franco y le dije: “Tome, Excelencia, este ramito”, y le arrojé unas violetas a los pies; Franco se levantó para cogerlas, y entonces todos los invitados se pusieron en pie…, me hizo gracia levantar a toda aquella gente importante. Por otra parte, cuando llegaba el mes de noviembre, me inventaba un viaje al extranjero porque era la época en que nos llamaba Fernando Fuertes de Villavicencio para la gala del Calderón, y que conste que siempre he considerado a Villavicencio como un gran amigo. Oye, siempre he respetado todas las ideologías; es algo que me enseñó León Felipe, puesto que con él conocí a comunistas, a socialistas, a republicanos, a gentes de todos los colores y siempre los respeté. Claro que respeto no significa adhesión, y eso puede aplicarse al franquismo. Además hay cosas que no comprendo, como por ejemplo: Franco siempre despotricaba de Rusia y cuando yo llegué a Moscú me encontré con que teníamos unas relaciones comerciales estupendas con aquel país…

REINA DE MARIQUITAS
No cabe duda sobre el liberalismo de Sara, pero su mano izquierda y sus guiños de sobrentendido han sido la nave que ha capeado cualquier tormenta. Se dice, por ejemplo, que cuando Dolores Ibarruri, La Pasionaria, le envió un disco de cuplés editado en Moscú, Sara Montiel le agradeció el gesto con una paella que llegó en su punto a la Rusia soviética; filigrana diplomática a la vez que milagro culinario.
-Como te decía, yo siempre he procurado llevarme bien con todo el mundo, y prueba de ello es que lo mismo que estuve en La Granja, también escondí a gente en casa…, sí, sí, y además fíjate qué curioso: era cuando vivía en Madrid y debajo de casa había una librería en la que se celebraban reuniones clandestinas; el caso es que un día llegó la Policía y varios lograron escapar, pero los perseguían y se metieron en casa y los escondí en un armario; cinco años después estaba yo en Bucarest y en primera fila había una cara que me parecía conocida; cuando acabé la actuación, aquella cara conocida estaba en mi camerino, me saludó y me dijo: “Sara, ¿no te acuerdas del armario en la calle San Bernardo?”; claro que recordaba, el chico había pasado un día entero en casa… ¿Reina de los mariquitas, dices? Pues sí, también con los homosexuales siempre me he llevado muy bien, me adoran, es algo misterioso y que ocurre en todos los países, los tengo enloquecidos; no puedo decir por qué, pero es algo de toda la vida… ¿Que la Iglesia? Bueno, más que dinero lo que me han hecho perder es tiempo, la Iglesia me ha sacado mucho tiempo; de todos modos, yo sigo creyendo en Dios, aunque en la Iglesia no creo en absoluto y ahora, con Pepe Tous, no pienso casarme ni por la Iglesia ni por lo civil, simplemente haremos una ceremonia para los amigos y de amigos.
-Sara, contéstame a una última pregunta… ¿Rey o República?
-¡Ay, chico, qué susto me has dado! Creía que me ibas a preguntar por mis amantes y ¡he tenido tantos…! Bueno, a mí el Rey me cae muy bien.

Por ANGEL MONTOTO


EL RECORTE L
La revista erótica Penthouse, en su número de Noviembre de 1980 incluía una entrevista a nuestra estrella. Su interlocutor: nada menos que Francisco Umbral. Así que imagínense: pechos, transparencias, y pechos y pechos y pechos..... ¡Ay Sarita!



LA ESTRELLA O
SARA MONTIEL

Una de nuestras cenas de siempre, como siempre. Tiene la belleza de los cincuenta años, el sobredorado de un ayer donde hay nombres tan reveladores como Miguel Mihura o Enrique Herreros, como Anthony Mann o el Fernando Rey que se empecataba con ella, en “Locura de amor”, cuando niña mora:
-Pero has venido sin sostén, Antonia.
-¿Se me transparenta mucho?
-Se te transparenta todo.
-Me encanta.
Habíamos olvidado a la morita de Cifesa cuando Sara reapareció en nuestras vidas –tontos y lluviosos cincuenta, que nos pasamos cantando bajo la lluvia; sin el paraguas de Gene Kelly ni el paraguas atómico que ahora nos van a poner los yanquis-, reapareció en nuestras vidas, Sara, cuando “El último cuplé”, cosas que habíamos oído cantar a nuestras tías en la hora hacendosa de la limpieza. Nos descubrió la nostalgia irónica de lo inmediatamente anterior a nosotros.
-¿Y por qué a la agencia Efe fuiste con sostén, Antonia?
-Pues hijo, no sé, ni fijarme, tú es que no paras con lo transparente, parece como que me está dando apuro, te lo prometo.
Y se frunce un poco la leve tela sobre los pechos, a ver si le da espesor y honestidad.
-Dime, Antonia. ¿En Efe te pusiste el sostén por Luís María Ansón o por Rafael Alberti?
-Por los dos.
-O sea que yo soy una mierda.
-Contigo hay confianza.
-Gracias. 



En el tardofranquismo le hice una entrevista donde ella se lanzó al destape político, se proclamó socialista, contó la historia penal y penitencial de su familia, y se armó el cirio. Los columnistas del “Arriba” recuerdo que escribían: “¿Y tú me lo preguntas, Sara? Socialismo eres tú”. Siempre tan becquerianos.
¿Volverán las oscuras golondrinas del partido único?
Le pregunto a Sara:
-¿Tú crees que volverán?
-Dios no lo quiera, hijo.
Su casa de la plaza de España era una confusión de pasillos, vestidores, cuadros de la moza, desnudos de la moza, follones de la perra y colas de fotógrafos. Ahora ha llegado un ángel: Thais, la niña adoptada, la hija elegida, que centra ya la intimidad nada estrellada de la estrella como ordenan el mundo los niños en torno de ellos. Dulcemente:
-Y hasta pienso en traerle un hermanito. Sí, porque Pepe y yo no somos unos padres tardíos, sino unos abuelos prematuros.
Lorenzo González, Bonet de San Pedro, Jorge Sepúlveda. Tres tiernos fantasmas de mi prehistoria sentimental, que aparecen en el show/Sara con la sábana recién planchada. Me parece un gran acierto haberlos reunido. Porque tienen un público y porque la hacen más joven. Una vez, Marsillach, Forges, Máximo, yo y otros redichos quisimos meterla en el mogollón del teatro intelectual y político. Es intuitiva y no tragó.
-La transparencia, dios, la transparencia.
-¿Otra vez, hijo?
-Nada, Antonia, citaba a Juan Ramón Jiménez.
-¿Y por qué pones Dios con minúscula?
-Él lo ponía así.
Pero yo sé que las estrellas tienen un Dios con mayúscula. La transparencia de la gasa sobre sus senos, que son como hogazas manchegas con cuchura de sol. Un pelucón como un violín, el nombre de la niña, en oro, al cuello, confusión de dijes, fetiches y joyas en el escote, cinco sortijas de brillantes en los tres dedos finales de la mano izquierda, un perfume a estrella y la calavera, sobre todo la calavera de pómulos perennes y dibujo primaveral, bajo la máscara cruenta del maquillaje, la sonrisa de prensa y el silencio.
-Ya como de todo, Paco, no es como antes, que andaba a régimen, ¿te acuerdas?, y me desmayaba, aquella vez en Barcelona, lo malita que me puse, que tú estuviste a verme, y luego menos mal que se pasó y fuimos a la Diagonal a tomar pan y tomate con Tania Doris y Luís Cuenca y Colsada, hoy dos kilos más o menos, pero siempre en mi línea, tan tranquila, oyes, ya lo ves, y que trabajo a tope, ya ves el espectáculo, no paro, cincuenta y dos años, qué te parece, no me mires ya más lo transparente, qué pesado.
Cuando eran novios ella y Miguel Mihura, en los desgualdrajados años cuarenta, iban juntos a los viejos cafés con parejas ya entradas, que jugaban toda la tarde al parchís, y aparato de radio para oír el parte y la voz rota y dramática de Manolo Caracol. María Antonia Abad, la niña fresca, nueva y decidida del Campo de Criptana, que se viene a la capital en ruinas y se ennovia con la crema de la intelectualidad.
-Cuántos años, ¿verdad, Sara?
-Cuántos, Paco.
Una de nuestras cenas de siempre, como siempre. En las cenas mundanas, uno hace recuento y revisión de escotes (porque las mujeres, a cierta edad, comienzan a creer mucho en su escote, así como las adolescentes van con suéter alto), y me parece que nadie lleva sus cosas tan frescas, tan altas, tan puestas, tan peripuestas como Sara Montiel, en su generación.
-De lo que estoy contenta es de haberle quitado un teatro a Colsada, La Latina, cosa casi imposible, para nuestro espectáculo.



La miro fijamente en los últimos espejos de la noche, con la mirada que debe tener el escritor, el periodista, mirada un poco forense y autópsica, para con sus personajes reales o fingidos (todos son reales y fingidos al mismo tiempo). ¿Cuál es el secreto último, la clave final, la verdad elemental y compleja de esta mujer? Me parece que sigue funcionando en ella la niña manchega deslumbrada ante la gloria de más o menos watios de una estrella que se llama Sara Montiel.
-¿Y por qué se llama Thais o Tahis la niña, Antonia? –le pregunto, para darle ocasión a soltarme la ficha del Espasa que habla de este personaje, de este nombre, y que ella naturalmente tiene más o menos aprendida.
Dicen que, cuando estaba casada con Anthony Mann y el señor Mann rodaba con Sofía Loren, a Sara le daban todas las madrugadas unas alarmantes y fugaces hepatitis que la ponían a parir, retenían al director/esposo en casa y a Sofía Loren, gran profesional, esperando dos o tres horas, con frío y relente de madrugada, al pie de su coche de cardenal romano.
Me lo decía un académico la noche del show/Sara:
-Adónde habría llegado esta mujer en una industria del espectáculo menos ruinosa y mediocre que la española. Canta, baila, hace de sí misma, va entre el público, se sienta en las rodillas del hombre anónimo de Poe y Baudelaire, de Melville, tira claveles al personal, es, tan sólida, como una cosa frágil y pequeña en las rodillas, ya digo, de coloso múltiple y sin rostro de la multitud. Luego los espejos me la devuelven.
-Antonia, tu actual marido era tu antiguo amante y tu hija es adoptiva. Dime, por lo menos, una amiga de verdad.
-Marujita Díaz.
-Marujita Díaz no ha hecho otra cosa que copiarte, toda la vida.
-Sí, hijo, es una obsesión que se le ha metido. Pero cómo se portó cuando lo de mi pobre madre.
Y es que uno llega a olvidarse de que las estrellas tienen, han tenido una madre.

Francisco Umbral


LA FOTO L



Sara, en su plenitud, regalando sensualidad a raudales.