SARA MONTIEL
Y ahora vuelve el tango…
Un mundo lejano y distinto existe en estos momentos en los Estudios de la Cea, en la Ciudad Lineal de Madrid. Hoy, por ejemplo, figura una pintoresca taberna del barrio de La Boca, de Buenos Aires, donde se juntan en abigarrada confusión los marineros, las mujeres de vida fácil, los mediadores en propicios negocios y la buena sociedad que acude allí en busca de pintoresquismo.
De las vigas de madera del salón cuelgan unos farolillos celebrando quién sabe qué acontecimiento. ¿Año Viejo?... Un humo denso envuélvelo todo y los farolillos se mueven con las pequeñas ráfagas de viento que llegan desde el ‘muelle’ cada vez que se abre la puerta. Hay una orquesta de bandoneones que llora los últimos tangos; y de cuando en cuando, una pareja traza los difíciles pasos de este baile, que en esos momentos hace furor en el mundo entero.
Una escena de 'Mi último tango'. En el salón de un barco de pasajeros sobre el tapete verde. De izquierda a derecha, Isabel García, María Morales, Sara Montiel, José María Labernier y Ricardo García Lillo.
Sarita con Isabel Garcés. La escena tiene lugar en el camarote del barco que lleva a las dos a América. La jovencita ingenua que encarna Sarita aún no ha suplantado a una famosa 'vedette'. Es éste el eje de la trama fílmica que justifica los tangos y el amor.
Y sobre este ambiente de humo, de gritos, de falsos amores, en una mesa lejos de todo, una pareja vive su amor de verdad. Los dos son españoles. Ella llegó al Plata suplantando la personalidad de una famosa; él suplantó la personalidad de un no famoso. Se encontraron primero en una fría estación de ferrocarril, allá por las altas horas de la madrugada. Envueltos en humo, humo de locomotora, surgió la primera chispa. Después se encontraron de nuevo en la cubierta de un trasatlántico, envueltos en humo, humo de chimenea, rumbo a Buenos Aires; y ahora están frente a frente envueltos por el humo de los cigarrillos en una taberna de un barrio popular. Y ahora, se aman…
Un hombre canta un tango: “Melodía de arrabal”; su letra nostálgica, triste, va creando una sensación de vacío en el alma de esa mujer. Ha triunfado, ha cosechado los aplausos del público más difícil; pero ahora, frente a ese hombre que desconoce su auténtica personalidad, siente el imperioso deseo de decirle quién es, de dónde viene, a dónde quiere ir. Y levantándose de pronto, le dice a través de una canción, todo lo que no le ha podido explicar en palabras.
Pero la nostalgia termina. Y la leyenda. Y ese fabuloso mundo que se ha creado bajo los focos. Al grito de ‘Corten’… que lanza Luís César Amadori, todo se desvanece. Los marineros, las mujeres fáciles y los turistas, desaparecen. Quedan solos en una mesa Sara Montiel y Maurice Ronet. Ella enciende un cigarrillo. El director da instrucciones para el plano que se ha de rodar ahora. El ‘cameraman’, Antonio L. Ballesteros, da indicaciones para las próximas luces que han de cubrir el rostro de la ‘estrella’. Y la cámara vuelve a rodar con el rostro de Sara Montiel en primer término.
Después de “Carmen”
Dos productores se asociaron para el logro de esta película, cuyo presupuesto asciende a las nubes. Estos dos productores, Cesáreo González y Benito Perojo, aparecieron unidos ya en otras aventuras cinematográficas. Sara y Ronet se amaron ya en “Carmen, la de Ronda”. Ella era la heroína de Próspero Merimée, la mujer cuyo trágico destino estaba escrito en las rayas de su mano; él fue José, un soldado francés con la ingenuidad pintada en sus ojos azules, cuyos destinos felices quizá estén escritos también en la palma de su mano. Por lo menos, escritos están en el guión. De contrapunto, Isabel Garcés, lanzada y aplaudida en “Una gran señora”, y que vuelve a deleitarnos con un tipo sensacional, otra vez de la mano de su primer director, Amadori.
Sara Montiel, perfectamente encajada en su papel, con un conjunto 1920, en la cubierta del barco; a su izquierda, el capitán, Alfonso Goda, y, en el centro, Isabel Garcés.
Las dos facetas del personaje que encarna Sara Montiel en 'Mi último tango' le deparan ocasión para probar su talento de actriz. Vestida de doncella en la fotografía inferior, con el actor Juan Cortés, y, en contraste, en su papel de 'vedette', en el grabado superior.
Sara canta tangos por primera vez en su vida. Ella se inició como cancionista en “El último cuplé”, y descubrió una nueva forma de decir las canciones. De la voz aguda y sin intención de las cupletistas en boga, pasamos a la voz caliente y honda de nuestra primerísima ‘estrella’. En “La violetera” se volvió a repetir el fenómeno. (Por cierto, como anécdota de esta película, les diremos que en Sao Paulo, Brasil, lleva más de veinte semanas de éxito en el cine de estreno. Y que el público se agolpa a la salida de la última sesión, exigiendo al empresario que les pase la película a medianoche. Fenómeno desconocido en aquella tierra, desde que aquella tierra cuenta en el mapa). Después, Sara giró bruscamente su ruleta. En “Carmen” fue la cantante apasionada que llevaba prendidos en sus coplas a los hombres de su destino. Y ahora, una nueva faceta: los tangos. Esos tangos tristes y profundos que Carlos Gardel recreó por el mundo, que llegó a los lugares más lejanos de la tierra, que hizo célebres en los cinco continentes. ‘A media luz’, ‘Yira, Yira’, ‘Volver’, ‘Nostalgias’… en la voz personal e intransferible de la Montiel.
Por eso podemos decir que el tango ha llegado a Madrid, que ha vuelto. Cuando parecía olvidado, cuando dormía en el cajón de los recuerdos, cuando sonaba a algo ido para no volver, Sara Montiel y Luís César Amadori le llamarán a una nueva cita con la actualidad. Recuerdo la primera entrevista: “¡Pero si yo jamás canté ningún tango…!”, dijo Sara. Sin embargo, el día siguiente no podía decir lo mismo, porque había grabado el primero. Después: “¡Pero si yo nunca he bailado el tango…! Si fuese el cha-cha-chá, el mambo, el merengue…!” A los pocos días, precisamente en esa falsa taberna de La Boca, Sara se ceñía junto a Alfredo Alaria –profesor y bailarín desinteresado, que ha prestado su colaboración de una manera amable y contundente- y se marcaba un tango de esos que hacen época. Y es que Sara es así. “Es la primera vez…” Pero su intuición y talento le hacen adaptarse a cualquier modalidad.
No es elegante hablar de millones. Por eso no será preciso en estos momentos decir cuántos cuesta la película. Muchos. Un vestuario sensacional donde los tules y las gasas alternan mano a mano con los marabús y las plumas. Un reparto magnífico. Exteriores en Buenos Aires y en algún pueblecito cercano a Madrid. Interiores costosos. Reconstrucción de toda una época. Y teatros, teatros… Modestos teatros donde Sara actúa –mejor dicho no actúa- cuando está enrolada en una modesta compañía de ópera que recorre los pueblos de Castilla; y después, teatros lujosos donde ella triunfa como vedette.
Luís César Amadori, director de 'Mi último tango', en las dos fotografías que estas líneas separan, da las últimas instrucciones a Sara Montiel y Maurice Ronet antes de rodar. Los actores están en la cubierta de un transatlántico. El director, en el falso mar.
A punto ya de ser dada la orden clásica en los estudios -¡'Motor! ¡Cámara!"-, Luís César Amadori hace una observación final. Después, ya funcionando las cámaras, Sara Montiel aparece en la foto inferior con una pitillera en las manos que juega mucho en la acción.
Y de pronto, hoy, la taberna ha vuelto a llenarse de gente. Los mismos marineros, quizá con la gorra más ladeada; las mismas mujeres de bocas rojas y ojos oscuros; el mismo humo que flota cansado. Los farolillos, la orquesta de bandoneones, la pareja que baila en la pista, a los acordes de un tango. Y la misma mesa. Sara Montiel y Maurice Ronet frente a frente. El acaba de confesarle su gran amor. Ella acaba de aceptar su gran amor. De pronto, alguien pide que ella cante. “No, no, por favor…”. Pero las luces la buscan, los músicos le sonríen, los maridos la animan… Y canta.
Después los aplausos. La cámara recoge los aplausos que premian la actuación de Sara. Maurice y ella sellan su amor. Luego, a las nueve de la noche, todo ha terminado. Y la ‘estrella’ se mete en su ‘Mercedes’ amarillo y enfila hacia Madrid. En casa todavía le queda trabajo. Tiene que estudiar sus diálogos, probarse un nuevo traje, ensayar una nueva canción. Y mientras a lo lejos se divisan las primeras luces de Madrid, Sara recuesta su cabeza en el respaldo del asiento y enciende un cigarrillo. Mirando el humo –‘Fumando espero’- piensa en su pasado, en su presente, en su futuro. Y la radio del coche, para acompañarle más aún, retransmite un tango. Un tango sentimental y dramático. Un tango de por allá el año 20, ese año que ahora, ella y toda la ‘troupe’, están recreando y reviviendo en un plató de unos estudios cinematográficos de Madrid.
Alfredo Tocildo
Anuncio de la película que aparece en la misma publicación.
EL RECORTE LVIII
Sara lo eclipsaba todo. Daba igual el tema de la película, el reparto, los decorados o los vestidos..... incluso su propio personaje. La gente acudía a verla a ella de la forma que fuese. Y la única manera de llevar a casa un pedazito de la estrella era comprando el vinilo de la última película. Si Sara triunfó en el cine no fue menos en el terreno musical. Desde el 'Último Cuplé', todos sus temas fueron grabados y súper vendidos. Y Sara, que es mucha Sara, tampoco se libró de tener algún altercado con su casa discográfica. Así nos lo contaba la revista Lecturas el 11 de Julio de 1975.
SARA MONTIEL,
GRABA UN DISCO
Hace unas semanas, en un reportaje publicado en estas páginas, con el título que encabeza la nota, se decía textualmente: “Al parecer, la Compañía no liquidaba a Sara la parte que le correspondía como ‘royalties’ de ventas, y ella se negaba a grabar”, y aunque a continuación se aclaraba el equívoco, queremos hacer constar que si su Compañía discográfica retiene los ‘royalties’ que le corresponden se debe a una causa de fuerza mayor.
Con fecha 4 de mayo de 1971, la Compañía discográfica de Sara Montiel recibió un oficio o comunicación de Hacienda. Zona 2.a-Latina, en la cual el recaudador de Contribuciones e impuestos del Estado de dicha Zona, se dirigía al presidente del Consejo de Administración de la casa discográfica, requiriéndole para proceder a la retención de las cantidades que se hubiesen devengado, y que en lo sucesivo puediesen devengar, a favor de doña Antonia Abad Fernández, artísticamente ‘Sara Montiel’.
Este y no otro es el motivo por el cual Sara Montiel no percibe los derechos que le corresponden por la venta de discos. La Compañía, por su parte, liquida puntualmente todos sus ‘royalties’ a sus otros artistas.
LA FOTO LVIII
Sara Montiel en una escena de 'Mi último tango'.
'Soy maja aristocrática
y en los más elegantes salones
marquesa democrática
me titulan por mis aficiones...'