viernes, 13 de abril de 2012

BLANCO Y NEGRO - 8 al 14 de Agosto de 1979 - España


TODAS LAS BODAS DE
SARA
Casarse por tercera vez, en Mallorca, a las seis de la tarde del último día de Julio, delante de una docena de familiares y amigos y medio centenar de periodistas, que llenaban la sala del Palacio de Justicia, ha sido la última secuencia estelar de la vida de Sara Montiel, la única, la auténtica, la que mantuvo durante veinte años a millones de espectadores contra la pared del celuloide, la que despertó nuestros primeros sueños eróticos de adolescencia y sigue arrullando sensaciones placenteras desde el escaparate multicolor de la prensa del corazón, cuando por edad y biología debiera pertenecer a los fantasmas otoñales del crepúsculo de una época.


Pero no es así. La divina Sara vive una ‘glamourosa’ juventud. Despierta pasiones, levanta corazones agradecidos de mariquitas que la siguen proclamando reina; mantiene desvelados a una corte de fantasmas –unos, muertos; otros, trasnochados- que un día se acercaron a su voluptuosa piel, a sus ojos verdes, o marrones, eso depende, velados por el rítmico aletear de sus párpados.
Casarse en verano, de blanco otra vez, con todas las joyas puestas, el collar de esmeraldas y brillantes que en 1968 ya estaba valorado –por lo bajo y confidencialmente- en catorce millones de pesetas. Casarse una vez más; una tarta de setenta kilos, tres días de trabajo, cien mil pesetas de coste, decorada con toda la mitología cosmológica de la actriz, el mapa de Ciudad Real y el molino de viento, el Brasil tropical por parte de consorte, la cuna, la cigüeña de la adopción, la isla de Mallorca, el sol de España…
Casarse, detener el tiempo una vez más, escuchar otra vez el tonillo dulzón de ‘La violetera’ a los músicos uniformados de marineros americanos; repartir besos y sonrisas, consumir flashes, devorar carretes, invadir portadas de semanarios a todo color. Rito primaveral vuelto a celebrar en el quicio del otoño, para desafiar a la vida misma. Se ha casado otra vez y los incondicionales entonan la larga letanía de sus glorias. La eterna Sara Montiel, la manchega universal de Campo de Criptana, la de la infancia de muñeca de trapo en Orihuela, la ganadora del concurso de Cifesa que presentaba Boby Deglané en el Retiro, la que sigue moviendo los labios en las pantallas de la URSS para enseñar cómo se pronuncia el castellano; la de la apócrifa ascendencia árabe, de príncipe musulmán, cuando comenzaba su irresistible ascensión al estrellato; la que se llamó Tania en su primera película importante, ‘Locura de amor’, cuando la estrella era Aurora Bautista; la que hacía de embarazada a los catorce años en una película que luego no la dejaban ver porque no era autorizada; la que inmortalizó Coullant Valera en mármol y en lienzo Roca Fuester para desafío de todos los tiempos futuros…
Es hora de encender la historia de una vida a la luz parpadeante de los anuncios de neón que proclamaron su gloria. El tiempo pasa, pero la memoria queda y la historia de Sara Montiel está ligada a la vida de los españoles, a la civilización del ‘seiscientos’, al lujo discreto de los electrodomésticos, a las faldas de tubo, al doméstico erotismo escasamente transgresor y precintado de moralina.

 NUPCIAS CIVILES EN HOLLYWOOD

En el festival de cine de San Sebastián con Anthony Mann

Sara se había marchado a ‘hacer las Américas’ cuando aquí sólo creían en su talento Miguel Mihura y Juan de Orduña, y volvió casada con Anthony Mann. Aquélla fue también una boda por lo civil. No era normal que una actriz española se atreviera a homologarse pecadoramente con el star system de Hollywood. Muchos años después escribiría: “En 1957 me casé por lo civil, cuando aquí, hasta para bañarse en la playa era obligado el uso del albornoz”. Pero lo cierto es que por entonces volvía mucho más modosa, muy en su papel de señora recién casada. No había aprendido aún a sacar relieve al pómulo, ni a deslizar su mirada lánguida, desmayadamente. Volvía ‘más guapa, más rellenita, más mujer’, confimraba la crónica social, muy de acuerdo con los cánones de belleza vigentes. “La primera vez que me marché –comentaba entonces a los periodistas- yo era una muchacha monilla, pero rotundamente idiota”.
Aún no se había estrenado ‘El último cuplé’, y la actriz que volvía de rodar ‘Veracruz’ con Gary Cooper, se encontraba un país por conquistar para su fama. En Hollywood había conseguido dos cosas: casarse con un director famoso y enseñar a decir ‘mi arma’ al personal de rodaje.
En los seis años siguientes se producen demasiadas cosas en la vida de Sara Montiel. Llueven contratos, sus películas son un río de oro, la actriz, que está a punto de que la doblen en su primer cuplé en celuloide, salta a la fama como tonadillera, ‘voz de terciopelo y pasión’, escribe un crítico, que terminará por dar el relevo al cuplé racial español, esforzadamente pulmonar y pasionalmente desgarrado. El estilo de la Montiel es persuasivo, insinuante, sensual. El matrimonio con Anthony Mann dura cuatro años y una prórroga de otros dos se lo llevan los trámites judiciales. “Me casé porque estábamos muy enamorados –dirá más tarde-, y si nuestro matrimonio fracasó al cabo de cinco años, fue por razones puramente personales, la más importante de todas, la de la edad, ya que me llevaba veintinueve años. Yo estaba empezando casi a vivir, pletórica de vida, acababa de lograr el triunfo y él era un hombre un poco ya de vuelta, cansado y como de retirada. Esa fue la verdadera razón de nuestro fracaso y de nuestro divorcio. No obstante, hasta su muerte hemos seguido siendo excelentes amigos, y a mi segunda boda, que se celebró en Roma, vino una de sus hijas. Puedo decir que Anthony Mann ha sido un excelente marido, un buen amigo y un gran director, y que le he querido y respetado mucho”.


Tercera boda de la Montiel -ceremonia civil con niña-, en Palma de Mallorca.

Pero estas son declaraciones recientes. Estamos en octubre de 1963 y el Juzgado número 3 de Madrid declara la anulación de su matrimonio. “Anulación, no divorcio –puntualizaba entonces Sara-; en España no hay divorcio y yo soy muy española”. Y dice, entre otras muchas cosas, que fray Justo Pérez de Urbel, a quien consulta sus problemas morales, ha conseguido una reducción de los trámites y del tiempo. En su vida hay un hombre que quiere llevarla al altar, con la bendición del abad del Valle de los Caídos. Es José Vicente Ramírez Olalla –Chente, en la intimidad-, relaciones públicas de la Seat, vasco, de treinta y un años, licenciado en Ciencias Económicas y Derecho. “Chente es un chico que me respeta mucho y es muy formal”, confirmaba la actriz.

BODA ROMANA
La boda romana de Sara Montiel tiene algo de conversión pública, de retorno del descarrío, de afirmación de las esencias patrias. En la Iglesia española de Montserrat de Roma, al final de un pasillo de guirnaldas blancas, fray Justo Pérez de Urbel, báculo y mitra, pronuncia “una sentida plática –dice el cronista del acontecimiento- con alusiones a la fuerza del matrimonio como forma de continua entidad amorosa y a su jerarquía espiritual en los países de recia raigambre católica, como España”.
Asiente desde el presbiterio Sánchez Bella, embajador de España en el Quirinal, y dodos, vizcondes, marqueses y pueblo soberano, escuchan el sí emocionado de Sara. Cuenta la crónica que los eclesiásticos luchaban con los informadores gráficos y que fray Justo estuvo a punto de casar a la protagonista de ‘El último cuplé’ con un fotógrafo desconocido, en lugar de su joven y amante esposo. Tal era el revuelo armado por la Prensa del corazón.
Nadie podía adivinar entonces que Sara –María Antonia Abad Fernández, en estas solemnidades- se estaba casando a la fuerza por la Iglesia. “Su belleza aumentaba al compás de la emoción”, relataba el cronista. Todo estaba en su lugar: el modelo de Balmain; el ramo de novia –orquideas moradas y lazo de plata- para la sepultura de Alfonso XIII; la audiencia privada del Papa con su rosario y sus medallas de regalo nupcial; los treinta y tres invitados íntimos y el viaje de bodas por más de medio mundo, con escala final en Marbella, donde, por cierto, la única nota disonante la puso un mocito, correctamente vestido, que se cae inopinadamente en la piscina del hotel, los ojos pecados en Sara, que toma el agradecido sol en traje de baño.





Pepe Tous y Sara Montiel han legalizado su situación. No pudieron unir la ceremonia civil con el bautizo religioso de su hija de adopción, Thais, por impedirlo el obispo de Mallorca. A la boda asistieron trescientos invitados y una nube de periodistas. 

Y, sin embargo, una sombra siniestra turba la espritual placidez de aquellas nupcias romanas. “Yo nunca deseé casarme por la Iglesia –declaraba doce años después, metida de lleno en el laberinto eclesiástico de las separaciones conyugales-. Lo hice obligada. Chente quería algo muy legal, algo ‘para la eternidad’. Tras la ceremonia civil me negué a presentarme en el templo. Todos los invitados esperaban y no me importó. Recibí presiones de todo tipo. Lloré durante veinticuatro horas al verme indefensa ante un compromiso que no deseaba. Chente no sabía que el amor es cambiante. Como viene, se va. Se salieron con la suya y me casaron como deseaban: con la bendición eclesiástica. Los testigos de la boda también han declarado a mi favor. Ellos conocían mi resistencia a un compromiso formal”.
Y fray Justo Pérez de Urbel tiembla de ira en su guardia montada sobre los luceros, y el obispo de Mallorca se opone al bautizo de la hija adoptiva y la cólera celestial de los sagrados tribunales, a quienes Sara confiesa haber entregado buenas cantidades para agilizar los trámites de separación mientras les contestaba piadosamente a sus escabrosos interrogatorios, la han borrado para siempre de los archivos. La última pirueta de la Sara no estaba prevista en el derecho canónico. La noticia de su embarazo está escrita con azufre luciferino. “Al quedar embarazada me consideré la mujer más feliz del mundo. Lo hubiese dado todo por un hijo de Pepe Tous. Si quieres a un hombre es normal que convivas maritalmente y que te embarace, digo yo. Aquello sirvió para anular cuanto habíamos adelantado en el proceso. Recibí una carta irreproducible. Me acusaron de escándalo público. Era una mujer maldita para toda la vida”.



TODOS LOS HOMBRES DE SARA
Para ‘Saritísima’, la sinceridad llegó con la democracia. Y comenzaron sus declaraciones espectaculares y el donde dije digo… Así, cuando en un ‘test’ de 1971 contestaba que la líbido freudiana la entendía debidamente sublimada, en 1976 confesaba abiertamente: “A estas alturas sería una gilipollez ir diciendo por ahí que no ha habido en mi vida más hombres que los maridos oficiales. Afortunadamente, he hecho el amor con señores muy importantes, de los que he estado enamorada, eso sí, y ni me arrepiento ni lo oculto. ¿O es que va a resultar que todas vamos a llegar vírgenes a la democracia?”.



Y cuenta Sara que tuvo su primer amor en Orihuela, cuando ella era una muñeca de cintura de avispa y pelo rubio de panocha. Y que luego, en Madrid, después del concurso de Cifesa, estuvo viviendo en casa de José Ángel Ezcurra, que entonces todavía no dirigía ‘Triunfo’, sino que se dedicaba a promover concursos de ‘misses’. De Ezcurra conserva Sarita una entrañable impresión. Otro hombre que influyó de manera decisiva en sus primeros años, que le aconsejó salir de España, estudiar, prepararse, por quien profesó la actriz un amor platónico y con quien incluso declara que hubiera llegado a casarse, fue Miguel Mihura. Amores platónicos, ojos deslumbrados por una arrolladora juventud. Todos los hombres de Sara son mayores que ella. Cuando llega a México entra en contacto con los exiliados republicanos. Vive en casa de León Felipe y de Berta; “el poeta estaba platónicamente enamorado de mi –dice la Montiel-. Me preparó mucho en la vida artística, me hizo que leyera a los clásicos españoles, ingleses, griegos… León era consciente del tronco de mujer que tenía delante, pero ayudó a pulirme”. En Cuernavaca conoció a Neruda y a Ernest Hemingway y uno de sus grandes admiradores fue don Indalecio Prieto. A don Inda no es que le gustase el cine que hacía Sarita. A propósito de ‘El último cuplé’ escribió que la película no era buena, pero que dentro había ‘un cacho trozo de muer…’. Dice Sara que don Inda se murió escribiendo de ella. Que Dios lo tenga en su gloria.
Guillén, Siqueiros, Alberti, Alfonso Reyes…, todos reconocían en Sarita un torbellino de nueva sangre española. Pero el coqueteo republicano de Sara Montiel tampoco le impedía participar en aquellas veladas de La Granja con que el general Franco celebraba los aniversarios del 18 de Julio. Allí cuenta Sara que le tiró violetas imperiales a los pies del Generalísimo y que él las recogió amablemente y todo el público se puso en pie. Pero, a decir verdad, ‘Saritísima’ no debe figurar entre las folklóricas de la galería del franquismo. Su presencia en este tipo de veladas oficiales fue más bien escasa. Sara era una liberal de toda la vida. Ocasión hubo en la que escondió a más de un rojo en el armario de su piso, cuando estaba desatada en este país la caza del subersivo. Aquí hay argumento para un vodevil de muchas puertas y unos cuantos grises de figurantes. 



Entre los mejores partidos que recuerda la Montiel figuran dos premios Nobel; “con uno, al menos, me hubiera podido casar perfectamente. Era un premio Nobel de Física”.
Pero nada hay que extrañar. Media España estaba enamorada de Sarita Montiel, se arrullaba con sus cuplés, se deslizaba por aquellos generosos senos que iba abriendo poco a poco el celuloide, en pantalla cada vez más panorámica. El erotismo de Sara Montiel llegó a ser cotidiano, culinario, familiar. Las señoras no se enfadaban porque la divina Sara se sentara en los muslos de su marido, en aquellos inigualables descensos al patio de butacas. “No me importaría que me la pegaras con ella –decía rutilante la esposa a su marido-, eso sí que es una mujer”. Y el casto y celtibérico varón concupiscente retenía por momentos la caricia bendecida y casi conyugal de ‘Saritísima’.



Nadie tiene en su haber amores más imposibles. Una corte de mariquitas forman su escolta. La noche madrileña se ha poblado de travestís que le rinden culto noctámbulo, repiten sus cuplés, revuelven en su abigarrada guardarropía, repasan el celuloide ya rancio de su esplendor. Son como facsímiles de un original imperecedero y casi mítico.
En ninguna historia hay un milagro semejante. “Una vez vino a verme un señor con su esposa. Querían darme las gracias porque a los nueve meses de ver ‘El último cuplé’ tuvieron una niña y le pusieron de nombre Sara. Fue gracioso, porque yo no sabía que una señora pudiera quedarse embarazada por ver una película”.
Pero este país es así. Se nos ha vuelto a casar la novia de los cincuenta. Parece que fue ayer.


Su escolta, una corte de mariquitas que la proclaman su reina. Los travestís, como Antonio Ramos, rinden culto a su imagen en la noche madrileña. Son los facsímiles de un mito que se niega a perecer. 

Por: David CUEVAS
Fotos: Mallorca Press, VIP-Photo y Archivo


EL RECORTE LXI
La boda de nuestra estrella con Pepe Tous fue seguro el sello a un amor que se remontaba años atrás, pero también, quizá, el comienzo de una felicidad que se vería colmada con la llegada de sus dos pequeños hijos: Thais y Zeus, y la multitud de momentos familiares que vivieron juntos. La revista Lecturas el 4 de Noviembre de 1983 recogía uno de ellos. 

Sara Montiel
con su familia en una reserva india


Sara Montiel, con su hijo Zeus, que nació el pasado 21 de mayo.
La famosa actriz, que está realizando una gira artística de casi medio año, por varios países del continente americano, se ha llevado consigo a su marido, Pepe Tous, y a sus hijos: Thais, de cuatro años, y Zeus, de cinco meses, porque no quería permanecer separada de ellos durante una temporada tan larga. Todos juntos fueron a visitar el poblado de los indios miccosukee, en Florida.


Sara y su hija Thais, de 4 años. 

 Toda la familia viendo cómo una india miccosukee realiza su trabajo. Pepe Tous, Sara Montiel y sus dos hijos permanecerán en América hasta mediados de enero, y pasarán la Navidad en Puerto Rico. 

Tal como informamos en el número 1.641 de nuestra revista, Sara Montiel inició una gira por diversos países americanos que concluirá a mediados del próximo enero. La estrella no quería pasar todo ese tiempo sin ver a su familia, por lo que decidió llevarla consigo, en su periplo artístico. Así es cómo Sara, Pepe Tous y sus hijos, Thais y Zeus, están recorriendo el continente americano, combinando, además, trabajo y turismo. Por ejemplo, hace unos días, aprovechando una ornada de descanso de la actriz, fueron a visitar la reserva de los indios miccosukee, en Florida, donde pudieron admirar, entre otras cosas, la artesanía multicolor que éstos realizan, tanto en ropa como en cerámica. Thais, que el pasado mes de marzo cumplió cuatro años, estaba fascinada por aquel mundo desconocido y no paraba de hacer preguntas a sus padres, mientras Zeus, que acaba de cumplir cinco meses, observaba todo con sus grandes ojos oscuros. 

El matrimonio Tous paseando por el poblado indio. La gira americana de Sara comenzó en septiembre. 

A Sara le interesan mucho la vida y costumbres de los indios. 
Sara, con Zeus en sus brazos, observa a una india en plena tarea. 

La familia Tous-Montiel subió a una lancha para desplazarse de un lugar a otro de la reserva india. 

Viendo a Sara tan feliz con sus hijos y tan entregada a su papel de madre le preguntamos:
-Sara, ¿llevas a los dos niños a todas partes?
-Bueno, cuando tengo actuaciones de sólo dos o tres días se quedan en Miami, que es donde tenemos ‘nuestro cuartel general’ mientras dura la gira, al cuidado de la niñera, pero si he de permanecer más tiempo fuera, se vienen conmigo. Por ejemplo, ahora tengo que cumplir un compromiso de diez días en Santo Domingo, y nos vamos todos para allá.
-¿Qué otros proyectos tenéis?
-Prometimos a Thais que iríamos a Disneylandia, y en cuanto tengamos la posibilidad de hacerlo, cumpliremos nuestra promesa.
Y mientras dice esto mira tiernamente a la niña, que sonríe al escuchar las palabras de su madre.


Thais, deslumbrada por lo que veía, no paraba de hacer preguntas. 

La reserva que visitó la familia Tous está situada en Florida. 

Texto y fotos: Biarnés y Couto


LA FOTO LXI



Doña María Antonia vestida de Saritísima en esta estampa típica de la actriz en los 70.

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