SARA
CHAMELONA DE LUJO
El
super-Sara-show en el teatro de La Latina, de Madrid, ha puesto en candelero a
Sara Montiel, que se mantenía alejada de los escenarios desde hace tiempo.
Todos los días el teatro se llena en dos funciones con entradas a precios nada
populares. La moda del revival llega
a su culminación con su vuelta y la de tres cantantes de los años
cuarenta-cincuenta, Bonet Sampedro, Jorge Sepúlveda y Lorenzo González. Todos
los días dos veces, Sara Montiel se viste de chamelona y saluda al público en
el patio de butacas. Todos los días dos veces, Sara hace salir a los tres
acompañantes para que digan que están muy contentos de que les dejen volver y
demostrar que las canciones de ‘aquella época tan bonita’ siguen gustando.
En las taquillas
se arremolina un público de las más variadas procedencias. Una buena parte de
ellos son los mismos que saldrían en una película en la que Sara Montiel
hiciera de Sara Montiel y fueran a verla en su reaparición pública después de
muchos años sin cantar. Hay las señorazas con sus pieles y sus maridos colgados
del brazo, luego una ya muy mayor que además de las canas luce un jovencito
(debe ser su nieto) con el pelo engominado y un aire de facha que ‘patrás’.
Unos progres se hacen guiños para que unos no se crean que otros vienen a otra
cosa que hacer sociología del espectáculo retro. Al fondo de la sala, se
sientan apresurados un grupo de señores que se llaman a sí mismos ‘locas’ y
hacen carantoñas a las fotos de Sara. Los demás son casi todos gentes que han
nacido en diferentes sitios y se lo dirán a la estrella cuando empiece a
preguntarles.
Las luces se
apagan a las once menos cuarto en punto, que era cuando la función tenía que
empezar y empieza. Se sube el telón y un grupo de seis músicos, encabezados por
el maestro Alfaro, toca un ‘poutpourri’ de melodías de la época aquella.
Entonces sale Chicho Gordillo a hacer unas bromas sobre sus dientes y sobre el
tono que pone Suárez al hablar y dice a los presentes que se trata de un
espectáculo de Sara Montiel, que es para niños, y que se demuestra que siguen
gustando las canciones de aquella época tan bonita que era.
Y aparece ella con las plumas y su de todo, y un
acento de modestia que gusta mucho. Dice Sara que tiene muchos defectos,
muchos, pero que tiene una cualidad maravillosa, lo que hace que se corten las
respiraciones. Consiste en que es una señora muy agradecida y está muy contenta
de reaparecer en el teatro de La Latina, porque así le puede dar las gracias
todos los días (menos los miércoles que no hay función) a este público que
tanto me quiere y al que tanto debo.
La tensión sube
en los graderíos cuando anuncia que va a cantar una canción nueva, que nunca ha
cantado antes. Se trata de ‘Fumando espero’. Noticia que es recibida por el
respetable con una salva de aplausos. Al compás de Alfaro y sus chicos dice que
no le importa que le pegue porque así es como le quiere, que le busca como una
loca por todo París, que es un macró (maquereau), que es monón (mon homme) y
que le espera fumando.
Hay una señora
(de pieles) que a la entrada le ha dado a su marido los pases y ha comentado a
una acompañante (de pieles) que ‘yo para eso no soy nada feminista’,
refiriéndose a lo de la propina. Bueno, pues esa señora asiente con lo del
macró, más exaltada que el resto de las señoras que les gustaría tener un monón
que les pegue cuando le buscan por París.
¡Sara! Surge de
las filas de atrás el grito de uno de los señores que vienen juntos y se llaman
cosas feas. ¡Sara, Sara! Y la artista que se ve que le gusta y acentúa lo del
macró pegón ese de París. La ovación es tremenda.
Cierra sus
párpados plenos de luz reflejada en minúsculas lentejuelas y dice que gracias
otra vez. Y que a la vista de cómo está el patio, nos va a saludar a todos.
Mira hacia los palcos de arriba para pedir permiso e ir primero abajo, que no
se preocupen, que después del descanso subirá arriba a hacer lo propio. Suenan
los primeros aires de ‘Mimosa’, mientras se desplaza enrollándose en las plumas
hacia el patio de butacas. ‘Hola’, va diciendo, ‘hola’, con una voz matizada por
una gota de aguardiente y buenas dosis de insinuaciones. ‘Hola’, ‘buenas noches, señora’, se
desplaza lenta, dejando que las plumas rocen los bigotes de los señores. Al
llegar a la mitad del patio, un matrimonio exclama conjuntamente que son de
Zamora. ‘¡Qué
bonito Zamora’. Es como una señal de zafarrancho general. ‘Venimos de
Campo de Criptana’, ‘somos de Santander’, ‘hemos venido desde Guadalajara’,
‘Barcelona’.
Para todos tiene la palabra justa, el comentado apropiado: ‘Ah, de Campo de Criptana’, ‘con que de
Santander’. El señor que desenrolla el micrófono se encorva incómodo
por la lentitud de la marcha, que se convierte en algo así como el desfile
triunfal de las autonomías.
Lupi dice que a
él se le sentó en las rodillas. Una señora con el pelo blanco se porta mal y
dice que se enrolla las pieles para que no se le noten los michelines, que sólo
se deja al descubierto los, bueno, las pechugas, que es lo mejor que tiene. Al
llegar a las filas de atrás, donde están los señores entusiastas, ve al
fotógrafo, y le dice: ‘Hola, fotógrafo, hola, buenas noches’. Pero
se olvida de José Miguel Gómez para enfrentarse a los más cálidos de sus
admiradores. ‘Dame
un beso, anda’. Y el otro le da dos, uno en cada lado.
Se vuelve como
una reina y reemprende el trabajo. ‘Voy a cantar una canción que es una rumba, de Cuba’.
La canción le gusta mucho a una señora catalana muy mayor ya que es madre de
una amiga suya médico casada con otro médico que es la que le soluciona a Sara
los problemas de obesidad. La señora mayor le insiste mucho para que la cante
siempre, aunque a Sara parece que le da vergüenza, porque hay que hacer cosas
que parece que es un poco de frescas hacerlas. Entonces, como le gusta mucho a
la señora, pues la va a cantar.
Unos señores
entran con evidente retraso e inútiles precauciones de silencio. Sara les
advierte y les sigue: ‘Pasen, no se preocupen, acomódense, no se preocupen por
haber llegado al espectáculo después que hubiera empezado…’, hasta
que se sientan y puede seguir con la historia de la chamelona, que es como una
señora que está muy buena, pero en Cuba.
Nueva
interrupción desde el patio de butacas (que parece mentira que la gente que va
a patio sea la que interprete, que es más propio de los de arriba): ‘Cómo está Thais,
Sara’. Contesta visiblemente emocionada: ‘Thais está ahora en casa, que se la han
llevado. Ha estado aquí hasta las ocho y media, pero luego tiene que ir a
acostarse. Muchas gracias por preguntar por ella’.
Y llega la
chamelona. Es la apoteosis anticipada del espectáculo. La chamelona se dedica a
vender de todo muy barato. Y cada vez que dice que vende algo a los señoritos
hace una cosa muy difícil con el torso de modo que ambas se desplazan a un lado
y a otro a una velocidad que la vista sigue con dificultades. El que está al
lado del fotógrafo dice que ‘se te van a salir’, ‘se te van a salir’, y la otra
sin parar de darles para un lado y para otro, y que no se salen pese a que el
público se crispa como un Uri Geller colectivo dispuesto a forzar la salida de
la izquierda o de la derecha, que tanto da.
La chamelona
como una loca corre todo el escenario y la crispación sólo abandona al personal
cuando es capaz de liberarse con un vivapaña que desagüe las emociones
contenidas. Un último meneo a ambas, desaparece por el foro entre atronadores
aplausos. El de ‘se
te van a salir’ no aplaude, decepcionado él. Sale ella de nuevo,
pero se da la vuelta: ‘Es que se me ha salido una con tanto trajín’,
y hace un par de vueltas para arreglárselas ambas. El mismo de antes ruge
satisfecho que ‘ya
te lo decía yo que se te iban a salir’, y se guarda las ganas de
aplaudir.
Para paliar
tanta tensión se pasa a presentar a los tres señores que acompañan con sus
canciones el lujoso espectáculo. Chicho Gordillo les hace salir. Primero, Bonet
Sampedro, llamado Perico por Gordillo. Luego, Jorge Sepúlveda, que como todo el
mundo sabe cantaba y canta lo de Santander. Por último, Lorenzo González, que
es venezolano de nacimiento. Unos señores que hay en el patio gritan cuando sale
Lorenzo González, porque ellos son también venezolanos. Sale de nuevo Sara,
vestida con un traje nuevo que da gloria verla. Explica al respetable que los
señores a los que se ha presentado siguen cantando tan bien como antes, y que
las canciones suyas son la de aquella época que era tan bonita. Y a desfilar
todos. Primero Perico, que tiene que explicar al público que está muy
agradecido a Sara por haberle incluido en el espectáculo, que él estaba tan
tranquilo en Mallorca, pero que le gusta mucho Madrid, y piensa que sus
canciones todavía le gustan a la gente. Luego viene el Jorge Sepúlveda, que se
da la vuelta para que todos vean lo bien que le sienta el traje y dice que está
muy agradecido a Sara por haberle incluido en su espectáculo y que sus
canciones siguen gustando al personal. Lorenzo González dice que está muy
agradecido a Sara porque le ha incluido en su espectáculo y que sus canciones
siguen gustando.
Perico Bonet
Sampedro canta ‘Carpintero,
carpintero, si tienes manos de plata también tienes corazón de oro’,
porque le está haciendo una casa preciosa a ella. Luego habla de ‘carita de
ángel’, y el personal se derrite entre los acordes de su bien modulada voz. El
Sepúlveda se marca un ‘Santander, eres novia del mar’, después de ‘María
Dolores’, a la cual Dios le dio la gracia del pelo y la noche en su pelo. El
Lorenzo es el último de la fila. Canta de primeras eso de ‘Ya no estás a mi lado, corazón’,
y sigue con tres canciones más.
Segunda
apoteosis: está acabando Lorenzo González la última canción y llega Sara y se
le abraza y empiezan a bailar los dos muy agarraditos (‘y Tous en el hospital’, dice el
enteradillo de antes), pero muy castos. Un beso le da sonoro en la mejilla.
Sara se vuelve al público y explica que lo de bailar ‘como siempre’ es muy agradable.
Hace una impagable demostración de las conversaciones que se pueden tener
cuando se baila agarrado y no como ahora que los dos se ponen a saltar uno
enfrente de otro, y así no hay manera.
Para volverse
loco con ella cuando dice que una señora de cincuenta puede encontrar un hombre
de treinta y bailar agarrados y explicarse muy bien las cosas. (‘Eso va con
segundas’, sigue diciendo el de antes), igual que se puede producir
la viceversa, o sea, que una chica de treinta vaya con un señor de cincuenta.
Todo el mundo asiente, porque la vida es así, que no se sabe lo que puede pasar
cuando se baila amarrado, pero bien amarrado.
Los tres
cantantes se retiran discretos para dejar de nuevo paso a la Sara. Otra vez
cuentan lo de que aquellas canciones de aquella época tan bonita siguen
gustando, y que por qué no iban a gustar.
Julia (que así
se llama la señora del pelo blanco que ha descubierto lo de los michelines)
dice que este vestido le sienta mejor, pero que sigue con las plumas, porque
los michelines se le siguen notando. El resabidillo ni la mira de puro todo que
le parece lo que dice, a lo mejor porque sólo se ha fijado en ambas cuando se
le iban a salir, que ya se lo decía él.
La primera parte
se termina con una canción brasileña que tiene su historia. Es una samba
compuesta por una señora de allí. Bueno, pues la hija de Sara, Thais, nació en
Brasil, y a ella le gusta cantar sambas por eso. Entonces, una vez Sara estuvo
en Brasil para hacer una película de una chica natural del lugar que vivía muy
humildemente y tenía penas de amor. El caso es que Sara fue antes de comenzar
el rodaje para ver la favelas que se acumulan en los montes de alrededor de Río
de Janeiro y ambientarse un poco con el personaje. Allí la gente era muy pobre,
vivía muy malamente, pero era gente muy alegre y muy simpática y muy humilde. Y
entonces Sara se sintió muy identificada con esa gente y desde entonces canta
mucho la samba, que es algo así como ‘cuando hago el amor contigo’, pero que nada
tiene que ver con María Jiménez ni con Rocío Jurado, sino que va de cosa fina y
más relajada, que la Sara cuando se pone un poco fresca a cantar lo hace por
derecho y con la cosa de la risa que da cuando mueve ambas que parece que se le
van a salir, pero no se dedica a provocar al personal diciendo barbaridades
incitadoras a las más bajas pasiones.
En un plis plas,
se despacha la canción en portugués, y se despide hasta que acabe el descanso.
Es la locura, porque el personal no puede más de gusto que da ver a esa mujer
cómo domina las tablas. Los progres que se miran unos a otros intervienen
diciendo que lo del diálogo bailando es el diálogo Norte-Sur. Los de las filas
de atrás se desgañitan gritando ‘Sara’. La señora del pelo blanco, que se llama
Julia, deja ya en paz el tema de los michelines y afirma que le ha gustado
mucho. El listillo que siempre sabía si se le iban a salir o no se vuelve hacia
su acompañante guiñando los ojillos, y le repite machacón con picardía: ‘No te decía yo
que se le iban a salir’.
En la segunda
parte, Sara sube a la parte de arriba, para que nadie diga nada, y departe con
la concurrencia. Lupi dice que él estaba arriba el día que se le sentó en las
rodillas. El niño facha que va con su abuela sigue con la misma cara que al
entrar. La abuela le dice que si le ha gustado y él dice que sí. Porque las
canciones de antes, de aquella época tan bonita, siguen gustando. Y Sara más.
GREGORIO MUÑOZ
Fotos: JOSE MIGUEL GOMEZ
EL RECORTE LXXXVII
Todas las presentaciones de la artista fueron un derroche de arte, gusto y lujo. En 1969 se presentaba en el Teatro de la Zarzuela con gran éxito y acogida del público. Así lo narraba la revista Garbo el 31 de Diciembre de ese año.
EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA
SARA MONTIEL
EN PERSONA
Se estrenó el
espectáculo con Sara de ‘star’. Su título es, precisamente, ‘Sara Montiel en
persona’. Y el estreno fue, a lo que reflejan las crónicas de los periódicos
madrileños, un éxito total. El Teatro de la Zarzuela se llenó de público y de
personajes: Lola Flores, José Bódalo, Juan Luís Galiardo, Vargas Ochagavía,
Antonio…
Todos
aplaudieron a Sara, sus canciones, su belleza entrada en carnes. Cantó sus
canciones de siempre y canciones de ahora. El espectáculo es obra de Vizcaíno
Casas y Santiago de Mora, por el libreto, y Gregorio García Segura, por la
música.
Lo más
deslumbrante –por lo menos en brillo-, el vestuario. En joyas llevaba cuarenta
y cinco millones de pesetas, y en vestidos, tres millones más.
LA FOTO LXXXVII
La diva en otra de sus presentaciones. En la mesa, Paquita Rico y Lola Flores comentando con el productor Cesáreo González.
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