viernes, 19 de octubre de 2012

LA CALLE - 28 de Octubre al 3 de Noviembre de 1980 - España


SARA
CHAMELONA DE LUJO
El super-Sara-show en el teatro de La Latina, de Madrid, ha puesto en candelero a Sara Montiel, que se mantenía alejada de los escenarios desde hace tiempo. Todos los días el teatro se llena en dos funciones con entradas a precios nada populares. La moda del revival llega a su culminación con su vuelta y la de tres cantantes de los años cuarenta-cincuenta, Bonet Sampedro, Jorge Sepúlveda y Lorenzo González. Todos los días dos veces, Sara Montiel se viste de chamelona y saluda al público en el patio de butacas. Todos los días dos veces, Sara hace salir a los tres acompañantes para que digan que están muy contentos de que les dejen volver y demostrar que las canciones de ‘aquella época tan bonita’ siguen gustando.



En las taquillas se arremolina un público de las más variadas procedencias. Una buena parte de ellos son los mismos que saldrían en una película en la que Sara Montiel hiciera de Sara Montiel y fueran a verla en su reaparición pública después de muchos años sin cantar. Hay las señorazas con sus pieles y sus maridos colgados del brazo, luego una ya muy mayor que además de las canas luce un jovencito (debe ser su nieto) con el pelo engominado y un aire de facha que ‘patrás’. Unos progres se hacen guiños para que unos no se crean que otros vienen a otra cosa que hacer sociología del espectáculo retro. Al fondo de la sala, se sientan apresurados un grupo de señores que se llaman a sí mismos ‘locas’ y hacen carantoñas a las fotos de Sara. Los demás son casi todos gentes que han nacido en diferentes sitios y se lo dirán a la estrella cuando empiece a preguntarles.
Las luces se apagan a las once menos cuarto en punto, que era cuando la función tenía que empezar y empieza. Se sube el telón y un grupo de seis músicos, encabezados por el maestro Alfaro, toca un ‘poutpourri’ de melodías de la época aquella. Entonces sale Chicho Gordillo a hacer unas bromas sobre sus dientes y sobre el tono que pone Suárez al hablar y dice a los presentes que se trata de un espectáculo de Sara Montiel, que es para niños, y que se demuestra que siguen gustando las canciones de aquella época tan bonita que era.
Y aparece ella con las plumas y su de todo, y un acento de modestia que gusta mucho. Dice Sara que tiene muchos defectos, muchos, pero que tiene una cualidad maravillosa, lo que hace que se corten las respiraciones. Consiste en que es una señora muy agradecida y está muy contenta de reaparecer en el teatro de La Latina, porque así le puede dar las gracias todos los días (menos los miércoles que no hay función) a este público que tanto me quiere y al que tanto debo.
La tensión sube en los graderíos cuando anuncia que va a cantar una canción nueva, que nunca ha cantado antes. Se trata de ‘Fumando espero’. Noticia que es recibida por el respetable con una salva de aplausos. Al compás de Alfaro y sus chicos dice que no le importa que le pegue porque así es como le quiere, que le busca como una loca por todo París, que es un macró (maquereau), que es monón (mon homme) y que le espera fumando.
Hay una señora (de pieles) que a la entrada le ha dado a su marido los pases y ha comentado a una acompañante (de pieles) que ‘yo para eso no soy nada feminista’, refiriéndose a lo de la propina. Bueno, pues esa señora asiente con lo del macró, más exaltada que el resto de las señoras que les gustaría tener un monón que les pegue cuando le buscan por París.
¡Sara! Surge de las filas de atrás el grito de uno de los señores que vienen juntos y se llaman cosas feas. ¡Sara, Sara! Y la artista que se ve que le gusta y acentúa lo del macró pegón ese de París. La ovación es tremenda.
Cierra sus párpados plenos de luz reflejada en minúsculas lentejuelas y dice que gracias otra vez. Y que a la vista de cómo está el patio, nos va a saludar a todos. Mira hacia los palcos de arriba para pedir permiso e ir primero abajo, que no se preocupen, que después del descanso subirá arriba a hacer lo propio. Suenan los primeros aires de ‘Mimosa’, mientras se desplaza enrollándose en las plumas hacia el patio de butacas. ‘Hola’, va diciendo, ‘hola’, con una voz matizada por una gota de aguardiente y buenas dosis de insinuaciones. ‘Hola’, ‘buenas noches, señora’, se desplaza lenta, dejando que las plumas rocen los bigotes de los señores. Al llegar a la mitad del patio, un matrimonio exclama conjuntamente que son de Zamora. ‘¡Qué bonito Zamora’. Es como una señal de zafarrancho general. ‘Venimos de Campo de Criptana’, ‘somos de Santander’, ‘hemos venido desde Guadalajara’, ‘Barcelona’. Para todos tiene la palabra justa, el comentado apropiado: ‘Ah, de Campo de Criptana’, ‘con que de Santander’. El señor que desenrolla el micrófono se encorva incómodo por la lentitud de la marcha, que se convierte en algo así como el desfile triunfal de las autonomías.



Lupi dice que a él se le sentó en las rodillas. Una señora con el pelo blanco se porta mal y dice que se enrolla las pieles para que no se le noten los michelines, que sólo se deja al descubierto los, bueno, las pechugas, que es lo mejor que tiene. Al llegar a las filas de atrás, donde están los señores entusiastas, ve al fotógrafo, y le dice: ‘Hola, fotógrafo, hola, buenas noches’. Pero se olvida de José Miguel Gómez para enfrentarse a los más cálidos de sus admiradores. ‘Dame un beso, anda’. Y el otro le da dos, uno en cada lado.
Se vuelve como una reina y reemprende el trabajo. ‘Voy a cantar una canción que es una rumba, de Cuba’. La canción le gusta mucho a una señora catalana muy mayor ya que es madre de una amiga suya médico casada con otro médico que es la que le soluciona a Sara los problemas de obesidad. La señora mayor le insiste mucho para que la cante siempre, aunque a Sara parece que le da vergüenza, porque hay que hacer cosas que parece que es un poco de frescas hacerlas. Entonces, como le gusta mucho a la señora, pues la va a cantar.
Unos señores entran con evidente retraso e inútiles precauciones de silencio. Sara les advierte y les sigue: ‘Pasen, no se preocupen, acomódense, no se preocupen por haber llegado al espectáculo después que hubiera empezado…’, hasta que se sientan y puede seguir con la historia de la chamelona, que es como una señora que está muy buena, pero en Cuba.
Nueva interrupción desde el patio de butacas (que parece mentira que la gente que va a patio sea la que interprete, que es más propio de los de arriba): ‘Cómo está Thais, Sara’. Contesta visiblemente emocionada: ‘Thais está ahora en casa, que se la han llevado. Ha estado aquí hasta las ocho y media, pero luego tiene que ir a acostarse. Muchas gracias por preguntar por ella’.
Y llega la chamelona. Es la apoteosis anticipada del espectáculo. La chamelona se dedica a vender de todo muy barato. Y cada vez que dice que vende algo a los señoritos hace una cosa muy difícil con el torso de modo que ambas se desplazan a un lado y a otro a una velocidad que la vista sigue con dificultades. El que está al lado del fotógrafo dice que ‘se te van a salir’, ‘se te van a salir’, y la otra sin parar de darles para un lado y para otro, y que no se salen pese a que el público se crispa como un Uri Geller colectivo dispuesto a forzar la salida de la izquierda o de la derecha, que tanto da.
La chamelona como una loca corre todo el escenario y la crispación sólo abandona al personal cuando es capaz de liberarse con un vivapaña que desagüe las emociones contenidas. Un último meneo a ambas, desaparece por el foro entre atronadores aplausos. El de ‘se te van a salir’ no aplaude, decepcionado él. Sale ella de nuevo, pero se da la vuelta: ‘Es que se me ha salido una con tanto trajín’, y hace un par de vueltas para arreglárselas ambas. El mismo de antes ruge satisfecho que ‘ya te lo decía yo que se te iban a salir’, y se guarda las ganas de aplaudir.
Para paliar tanta tensión se pasa a presentar a los tres señores que acompañan con sus canciones el lujoso espectáculo. Chicho Gordillo les hace salir. Primero, Bonet Sampedro, llamado Perico por Gordillo. Luego, Jorge Sepúlveda, que como todo el mundo sabe cantaba y canta lo de Santander. Por último, Lorenzo González, que es venezolano de nacimiento. Unos señores que hay en el patio gritan cuando sale Lorenzo González, porque ellos son también venezolanos. Sale de nuevo Sara, vestida con un traje nuevo que da gloria verla. Explica al respetable que los señores a los que se ha presentado siguen cantando tan bien como antes, y que las canciones suyas son la de aquella época que era tan bonita. Y a desfilar todos. Primero Perico, que tiene que explicar al público que está muy agradecido a Sara por haberle incluido en el espectáculo, que él estaba tan tranquilo en Mallorca, pero que le gusta mucho Madrid, y piensa que sus canciones todavía le gustan a la gente. Luego viene el Jorge Sepúlveda, que se da la vuelta para que todos vean lo bien que le sienta el traje y dice que está muy agradecido a Sara por haberle incluido en su espectáculo y que sus canciones siguen gustando al personal. Lorenzo González dice que está muy agradecido a Sara porque le ha incluido en su espectáculo y que sus canciones siguen gustando.
Perico Bonet Sampedro canta ‘Carpintero, carpintero, si tienes manos de plata también tienes corazón de oro’, porque le está haciendo una casa preciosa a ella. Luego habla de ‘carita de ángel’, y el personal se derrite entre los acordes de su bien modulada voz. El Sepúlveda se marca un ‘Santander, eres novia del mar’, después de ‘María Dolores’, a la cual Dios le dio la gracia del pelo y la noche en su pelo. El Lorenzo es el último de la fila. Canta de primeras eso de ‘Ya no estás a mi lado, corazón’, y sigue con tres canciones más.



Segunda apoteosis: está acabando Lorenzo González la última canción y llega Sara y se le abraza y empiezan a bailar los dos muy agarraditos (‘y Tous en el hospital’, dice el enteradillo de antes), pero muy castos. Un beso le da sonoro en la mejilla. Sara se vuelve al público y explica que lo de bailar ‘como siempre’ es muy agradable. Hace una impagable demostración de las conversaciones que se pueden tener cuando se baila agarrado y no como ahora que los dos se ponen a saltar uno enfrente de otro, y así no hay manera.
Para volverse loco con ella cuando dice que una señora de cincuenta puede encontrar un hombre de treinta y bailar agarrados y explicarse muy bien las cosas. (‘Eso va con segundas’, sigue diciendo el de antes), igual que se puede producir la viceversa, o sea, que una chica de treinta vaya con un señor de cincuenta. Todo el mundo asiente, porque la vida es así, que no se sabe lo que puede pasar cuando se baila amarrado, pero bien amarrado.
Los tres cantantes se retiran discretos para dejar de nuevo paso a la Sara. Otra vez cuentan lo de que aquellas canciones de aquella época tan bonita siguen gustando, y que por qué no iban a gustar.
Julia (que así se llama la señora del pelo blanco que ha descubierto lo de los michelines) dice que este vestido le sienta mejor, pero que sigue con las plumas, porque los michelines se le siguen notando. El resabidillo ni la mira de puro todo que le parece lo que dice, a lo mejor porque sólo se ha fijado en ambas cuando se le iban a salir, que ya se lo decía él.
La primera parte se termina con una canción brasileña que tiene su historia. Es una samba compuesta por una señora de allí. Bueno, pues la hija de Sara, Thais, nació en Brasil, y a ella le gusta cantar sambas por eso. Entonces, una vez Sara estuvo en Brasil para hacer una película de una chica natural del lugar que vivía muy humildemente y tenía penas de amor. El caso es que Sara fue antes de comenzar el rodaje para ver la favelas que se acumulan en los montes de alrededor de Río de Janeiro y ambientarse un poco con el personaje. Allí la gente era muy pobre, vivía muy malamente, pero era gente muy alegre y muy simpática y muy humilde. Y entonces Sara se sintió muy identificada con esa gente y desde entonces canta mucho la samba, que es algo así como ‘cuando hago el amor contigo’, pero que nada tiene que ver con María Jiménez ni con Rocío Jurado, sino que va de cosa fina y más relajada, que la Sara cuando se pone un poco fresca a cantar lo hace por derecho y con la cosa de la risa que da cuando mueve ambas que parece que se le van a salir, pero no se dedica a provocar al personal diciendo barbaridades incitadoras a las más bajas pasiones.
En un plis plas, se despacha la canción en portugués, y se despide hasta que acabe el descanso. Es la locura, porque el personal no puede más de gusto que da ver a esa mujer cómo domina las tablas. Los progres que se miran unos a otros intervienen diciendo que lo del diálogo bailando es el diálogo Norte-Sur. Los de las filas de atrás se desgañitan gritando ‘Sara’. La señora del pelo blanco, que se llama Julia, deja ya en paz el tema de los michelines y afirma que le ha gustado mucho. El listillo que siempre sabía si se le iban a salir o no se vuelve hacia su acompañante guiñando los ojillos, y le repite machacón con picardía: ‘No te decía yo que se le iban a salir’.
En la segunda parte, Sara sube a la parte de arriba, para que nadie diga nada, y departe con la concurrencia. Lupi dice que él estaba arriba el día que se le sentó en las rodillas. El niño facha que va con su abuela sigue con la misma cara que al entrar. La abuela le dice que si le ha gustado y él dice que sí. Porque las canciones de antes, de aquella época tan bonita, siguen gustando. Y Sara más.

GREGORIO MUÑOZ
Fotos: JOSE MIGUEL GOMEZ


EL RECORTE LXXXVII
Todas las presentaciones de la artista fueron un derroche de arte, gusto y lujo. En 1969 se presentaba en el Teatro de la Zarzuela con gran éxito y acogida del público. Así lo narraba la revista Garbo el 31 de Diciembre de ese año. 


EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA
SARA MONTIEL
EN PERSONA




Se estrenó el espectáculo con Sara de ‘star’. Su título es, precisamente, ‘Sara Montiel en persona’. Y el estreno fue, a lo que reflejan las crónicas de los periódicos madrileños, un éxito total. El Teatro de la Zarzuela se llenó de público y de personajes: Lola Flores, José Bódalo, Juan Luís Galiardo, Vargas Ochagavía, Antonio…
Todos aplaudieron a Sara, sus canciones, su belleza entrada en carnes. Cantó sus canciones de siempre y canciones de ahora. El espectáculo es obra de Vizcaíno Casas y Santiago de Mora, por el libreto, y Gregorio García Segura, por la música.
Lo más deslumbrante –por lo menos en brillo-, el vestuario. En joyas llevaba cuarenta y cinco millones de pesetas, y en vestidos, tres millones más.


LA FOTO LXXXVII



La diva en otra de sus presentaciones. En la mesa, Paquita Rico y Lola Flores comentando con el productor Cesáreo González. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario