EL
MITO
Si difícil es crear un mito, mucho más
resulta el mantenerlo, sostener viva esa ficción alegórica tejida entorno a
algunos personajes. La manera más sencilla de que el mito traspase las puertas
de la inmortalidad es morirse o, en el caso de Greta Garbo, desaparecer
hábilmente sin dejar rastro. En la divina sueca encontramos el ejemplo más
claro de una genial artista enamorada de la oscura fábula que es el mito.
Entre los profesionales del cine,
teatro, deportes, toros, etcétera, se está dando continuamente el caso del
señor o la señora que se retiran, porque según ellos han nacido para mitos. Lo
dejan todo: fama, dinero, gloria, etcétera. Sus incondicionales pican y les
tributan una despedida, a los acordes de la marcha triunfal, en la creencia de
que así los convierten en mitos, pero lo que ocurre es que, si no media una
pulmonía doble, el tiempo y el olvido se encargan de abatirlos del pedestal al
que fueron elevados. Porque ser mito, en vida, no es nada fácil.
Acude a mi recuerdo, a propósito de retirarse,
las últimas temporadas de la gloriosa Lola Membrives. Cada año que venía a
España a hacer su corta temporada de teatro en el Lara, de Madrid, al finalizar
ésta, se ponía su mantón, recitaba ‘La Lola se va a los puertos’ y anunciaba su
retirada, que todas las temporadas parecía ser la definitiva. Estoy seguro de
que, allá en la soledad de su casa de Buenos Aires, a ella le habría gustado,
aunque sólo hubiera sido de espectadora, esa ficción alegórica. Para mí resulta
mucho más sencillo y eficaz una muerte en el momento más oportuno, como las de
Carlos Gardel, Marilyn Monroe, James Dean, Gérard Philipe y alguno más.
El ritmo tan vertiginoso con que se vive
la vida hace que sintamos cada vez más angustiosa la carencia de mitos. Bien
está que nos dejemos contagiar de esta
velocidad, pero no pretendamos exigir que estos mitos, fruto de las prisas, se
mueran o se retiren a la Costa Azul.
Nuestra industria cinematográfica
cuenta, a nivel doméstico, con un mito: Sara Montiel. Desde ‘El último cuplé’,
película que batió todos los records de asistencia de público, hasta ahora
mismo, Sara Montiel sigue siendo la auténtica figura de la cinematografía
española. Testimonio claro del fenómeno excepcional que esta película significó
podría darlo, de haber hecho su aparición por aquel entonces, el Boletín de
Control de Taquilla.
Resulta que Sara sigue en la brecha,
continúa haciendo películas, montando espectáculos –donde acaba con el cuadro-
y sigue trabajando con la imaginación puesta en la total entrega a su público,
sin importarle un pito eso de ser mito o no. Entonces, ¿qué ocurre?...
¿Qué habría ocurrido si Sara Montiel,
tras haber rodado en Hollywood al lado de Gary Cooper, e interpretado ‘La
Violetera’, se hubiera retirado? Si esto hubiese ocurrido, los listos
españoles, que escriben sobre la vida de los demás, habrían dedicado más líneas
a la Montiel que a Picasso, único español sobre el cual uno puede escribir algo
con la tranquilidad de saber que siempre hay un editor preparado para comprarlo
y publicarlo. Con Sara Montiel estoy seguro de que habría ocurrido lo mismo por
la fuerza de su mito, contra la opinión de don Eugenio D’Ors, quien aseguraba
que escribir un libro sobre cualquier español era condenar dicho libro al
hospicio, porque jamás daría luz como Dios manda.
Sara Montiel recibe el ataque de los
listos de siempre, de los que funcionan a nivel de casino provinciano, quienes,
para demostrar lo valientes que son, hacen blanco de sus ironías a la máxima
estrella del cine español. Debe ser que en el país no existe otra forma de
demostrar la inteligencia, la valentía y lo intelectual que se es.
Una de las críticas que más perplejo me
dejó fue la de acusar a la estrella de inmovilismo, es decir, se le censura a
Sara que siguiese cantando, al cabo de los años, la ‘Violetera’, ‘Los nardos’,
‘Nena’, etcétera… Pues, naturalmente, por eso traigo a colación las ventajas
del mito, porque, entre otras cosas, ya no se repiten. Chevalier cantaba hace
muy poco las mismas canciones que estaban de moda en el año treinta. Lo mismo
se podría decir de Tino Rossi y de Luís Mariano o de la Mistinguette; el
artista se debe a su público y éste no quiere que su ídolo evolucione. Cada
cual con lo suyo, que lo hacen muy bien. No se le puede exigir a Sara Montiel
que cante ‘La tietta’ en catalán, ni a Serrat que interprete ‘Fumando espero’.
Cada cosa en su sitio.
Que Lauren Bacall haga una función
genial, titulada ‘Aplausos’, o que Liza Minelli interprete genialmente
‘Cabaret’ son hechos que todos acogemos con vítores y aplausos… Pero, ¿verdad
que no solamente en grandes espectáculos estamos más flojos que Estados Unidos
o Inglaterra? ¿Verdad que hay más cosas…? Pues eso.
Si a Sara Montiel la ha hecho estrella
su público, el pueblo que llena los locales, ¿no es lógico que ella sólo se
deje guiar por aquellos a quienes tanto debe? ¿No es normal que a ella le
importen un pito y le resbalen las insolencias de los que la atacan para ‘ser
noticia’, a falta de talento? Sin lugar a dudas, a esta mujer intuitiva sólo le
preocupa su profesión.
Como no todos podemos lograr lo que
Dalí, ese extraordinario pintor que ha conseguido una popularidad mítica sin
que se hable ni se conozca su pintura, yo, personalmente, me alegro de que Sara
Montiel ni se haya suicidado ni se haya retirado a la Costa Azul.
Por
JUAN JOSE ALONSO MILLAN
MITO
SARA
MONTIEL
¿AL
DESNUDO?
“STREP-TEASE”:
“SERIA INCAPAZ DEL DESNUDO TOTAL SI FUESE PRECISO. NO ME DESNUDE JAMAS PARA EL
CINE NI LOS REPORTAJES”
“UNA
MUJER TAPADA HASTA LA BARBILLA PUEDE RESULTAR MAS ‘SEXY’ QUE OTRA TOTALMENTE
DESNUDA”
UNA
ENTREVISTA DE CANTANDO LAS 40
ANTONIO
D. OLANO
El ‘primer ministro de la Naturaleza’
fue casi lo único inamovible en este verano político español. Porque el
mediodía de nuestra cita, Sara Montiel, hace un sol de justicia. Que no sé,
María Antonia, por qué han dado en llamarle ‘de justicia’ si nos baña en
sudores, nos hace más pesado el transporte de nuestras propias carnes y nos
trae a mal traer buscando el imposible fresco. ‘Aquí
se está muy bien, te das un chapuzón en cuanto te apetece, comes a cualquier
hora… Yo apenas si me acuerdo de comer. Un poco de algo y basta…’. ¡Y
dale que dale a la eterna canción de la línea! Aquí, Sara Montiel, está la
caricatura de un oasis, en la entraña del desierto, que es este Madrid de nuestros
calores de la canícula. Aquí, no nos engañemos, unos arbustillos raquíticos,
que se morirán de anemia antes de la pubertad, intentan hacernos un quite con
una sombra fina, que juega al escondite con nosotros. ¡Y eso es todo, María
Antonia! Lo que sucede es que este césped invita a camufladas desnudeces, y si
mi curva de la felicidad (¿por qué felicidad, si me tienta cada vez que me lo
dicen a gimnasias y otras torturas semejantes?), se hace notar, no es menor la
de don Fermín, que es el respetado presidente de no sé cuantos consejos de
administración y que, ‘fíjate bien en él, porque va
para ministro, si no al tiempo…’.
El caso es que me echo largo y tendido
sobre el césped; que el micrófono está presto a recoger un diálogo que se hace
casi confidencia, por aquello de la confianza, de la admiración y de todas esas
cosas que pueden unirnos o separarnos. Según y como. Lo cierto es, Sara, que me
recorre un duermevela mientras hablas, porque tu voz, que arrastra palabra tras
palabra (de la que eres auriga que de pronto la fustiga y la despereza), está
hecha para cantar una nana. O como fondo, con música, en momentos de intimidad
en los que parece que te duermes, pero no… ‘Amanecí
en tus brazos…’. ¡Eso es! No, yo no quiero que te coma el tigre tu carne
morena. ¡Qué disparate, señor, qué disparate, que se te pase cosa tal por la
cabeza! Pero el caso es que la semidesnudez invita a pensar en la desnudez, o
vaya usted a saber qué, porque el caso es que encuentro grabada una pregunta,
perezosa, y una respuesta, animosa, en la que hablamos del desnudo. Ya se sabe:
cuando los amigos no nos traían de Dinamarca revistas ‘porno’, de vez en cuando
nos obsequiaban con una reproducción de la Rila –la ‘Gilda’ esa, sí- en mangas
de pelota. O nos llegaba Sarita, de cuerpo entero, como Dios la echó al mundo.
Sólo que en el trozo de mundo en que se podía fotografiar, así no era en la
pudibunda España. Y, ya famosa, las agencias de París nos la mostraban
exhibiendo la pecaminosa carne. ¡Pero no! La verdad es que no pasó, en sus ‘excesos’,
del ombligo. Y eso porque se habló mucho
de la operación. Y no es cosa de comprarse un collar de brillantes y no
exhibirlo.
-¿Qué si soy capaz del
desnudo total? Si es necesario, sí. Por ejemplo, me acaban de hacer un retrato
así, desnuda, en Palma de Mallorca. Vi dos exposiciones de Roca Fuster, un
pintor mallorquín que me gusta mucho. Una en Barcelona. La otra, en Munich. Fui
a encargarle un retrato, y me dijo: ‘Señora, yo no hago retratos. Pero si usted
quiere que yo la pinte, tengo que hacerlo como yo la veo. Y yo la veo desnuda’.
¡Y desnuda me he retratado!
Uno, claro, se estaba refiriendo a
aquellos retratos que nos llegaban de afuera. Y… Y Sara protesta, sin poner
demasiado énfasis en su reivindicación, que maldita la falta que le hace. Porque
quien tiene para lucir, que luzca. Ella, manchega y refranera, sabe que ‘lo que se han de comer los gusanos, que lo vean los
cristianos’.
-Yo nunca me he desnudado
para ninguna película, ni para reportajes… Han circulado fotografías,
supuestamente mías, desnuda. A mi cabeza le ponían unos cuerpos impresionantes,
que no me pertenecían. Eran montajes, que han hecho y siguen haciendo con todo
el mundo. Sí, hasta con Jacqueline Kennedy. No, no me refiero a las fotografías
en que aparece desnuda, porque fue sorprendida así en su residencia particular.
Hablo de los ‘collages’…
Ahora vuelven dos crueldades al cine: el
desnudo y la violencia. Ya, ya sé, lector –amigo o menos amigo- que está usted
harto de leer, como verbigracia, lo de ‘El último tango en París’. ¡Pero, qué
quiere que le hagamos!
-No he visto esa película,
no… He oído hablar de ella, ¿cómo no? Francamente, no creo que hacer una cosa
importante requiera salir desnudos. Ahora bien: si en un momento dado, si en
una escena de amor, se necesita salir en combinación, o cubierta con una
toalla, o sin toalla, unos segundos, si así lo requiere la escena y ayuda a la
estética del film, pase… Siempre y cuando no haga daño ni a los ojos ni a la
sensibilidad…
Estoy seguro que su carne, morena, no
hace daño a la vista de los caminantes por la autopista verde de la piscina,
porque la miran y la remiran. En cuanto a las sensibilidades, eso es otra cosa
que a la vista no está claro. No es necesario quitarle una de las dos piezas al
bikini, porque lo ‘sexy’ -¡queríamos una definición hoy y para siempre!- es
otra cosa: ‘Lo ‘sexy’ no está en enseñar cosas, en
desnudarse… Lo ‘sexy’ está en los ojos, en la boca, en la expresión’.
Vaya, como una fotogenia del espíritu,
digo yo. Y ella dice:
-Es un matiz, una cosa muy
especial. Una mujer tapada hasta la barbilla puede resultar muy ‘sexy’. Y otra
se desnuda, y ¡nada! ¡Qué nadie da ni una perra gorda por verla!
Sí: es como tener ángel. O duende. O
xeito.
-Sí, es un algo especial.
Una mujer, tapadísima puede conmover los cimientos de la catedral de Burgos… Yo
creo que para hacer una película importante, con interés humano, con unos
personajes de carne y hueso, no es necesario salir desnuda…
PRIMER
CHAPUZON: ‘CUANDO LA TELEVISION ES NEGATIVA’
Primer chapuzón. ¡Plaf! Todo cuerpo
sumergido en un líquido… Y las salpicaduras de agua son ilustres, son la huella
que nos chapuza, provocada por la mismísima Sara Montiel ‘en persona’. Y ahora:
‘Vámonos a esa sombra y podremos hablar’. Bueno,
a ninguno le gusta hacer ‘audiencia pública’, aunque lo que se vaya a decir
tenga la pretensión de ser leído. ‘No te preocupes,
que la ventaja de este hotel es que casi todos los clientes son extranjeros… Y
el servicio muy amable… El año pasado estuve en otro, por Puerta de Hierro… ¡Y
no quiero acordarme!’. Hay un recordatorio: ‘A
las seis vendrán los de la televisión para tomar unos planos’. ‘Bien, está
bien… A las seis comenzaré a prepararme… No, hombre, no te asustes… No, no voy
a cantar ni a actuar en televisión. Es solamente una entrevista, contando algo
de mi vida… ¿Volver yo a actuar en Televisión Española? Si me hiciesen un
‘especial’ como a mí me interesa, puede que aceptase. Pero se necesitan muchos
medios, muchos días, prepararlo y grabarlo bien. Así sí que no es un peligro la
televisión. Pero si sale mal, es un perjuicio enorme para el artista, dado que
le ven millones de personas. Si se sale en la ‘pequeña pantalla’ de tarde en
tarde y bien, no perjudica, no… No, no es que en Norteamérica los artistas de
cine si hacen televisión se quemen. Lo que ocurre es que hacen su ‘show’,
generalmente musical, que nada tiene que ver con sus actuaciones, como actores,
en la gran pantalla’.
Mítica Sara Montiel de los años 60. Fue
entonces cuando salió, ‘en directo’, ante las cámaras de televisión. Había
público en la sala. Dedicó su actuación a su madre, y la hizo saludar. Hubo
comentarios para todos los gustos. Desde los más laudatorios hasta los que
afirmaban que Sara Montiel se había acabado ‘para los restos’. Porque aquí,
María Antonia, no nos andamos por las ramas. Un programa titulado ‘O todo o
nada’, es lo que mejor nos define. Por lo menos en su título: Sara Montiel.
-No, no me perjudicó aquel
programa, y te hablo después de trece años de realizado. Fue muy bonito en
aquel entonces, tiempo en el que la Televisión Española no disponía de los
adelantos de la de ahora. Salir en televisión, entonces, era menos
espectacular, menos vistoso. Para mí fue bastante positivo, porque creo que lo
hice bastante bien. Hoy sería distinto…
(Debe prestar su vera efigie y explicar
-¿en ‘La gran ocasión’?- algo de sí misma, de su triunfo. Uno mira el reloj, no
está en la muñeca de uno. Ya hablé, creo que sí, que lo escribí, de las
semidesnudeces bajo un sol injustísimo, que no nos deja ni respirar. Después
vendrá el no tan frugal almuerzo. Y el duermevela sobre una toalla, a su vez
colocada sobre un tímido césped verdoso. Y el resto de las preguntas y de las
respuestas. Y ‘el no te apures, que hay tiempo, si no sé que me esperarán…’. Y
patatí, patatá, y patatán, patatín. Y otra vez la cálida voz que no te irrita,
como la que sale de unos altavoces de unos lugares que ella y yo sabemos, y que
no contamos, mire usted, para no molestar. Solamente por eso. ¡Ay, si ellos
tuviesen presente lo de no molestar!)
¡ESA
VOZ CALIENTE, QUE TE ABRASA!
Enciende un cigarrillo y lo apaga
presta. Ha sido un acto del subconsciente el que pidiese a la señora del lavabo
(‘que es muy amable, y que vas de mi parte, y tal y
cual…’). Y que yo, casi adormecido con su voz caliente que te abrasa a
veces, que en otras ocasiones es más piadosa que el atardecer, yo me acuerdo de
‘Fumando espero’. Y de esa voz que no precisa del grito para decirte cosas.
Porque se te chillan, no las escuchas. Juan de Orduña trajo a Sara, por aquello
de ‘El último cuplé’, y empezamos a escuchar que ‘si esto no es cantar, que
para cantantes…’. La zarzuela, con poquísimas excepciones, era, a nuestro
subdesarrollo espiritual lo que los garbanzos -¿verdad que sí, don Gregorio
Marañón?- al otro subdesarrollo, al económico. Y a cualquier cantante lo
comparábamos con el que gritaba ‘La del manojo de rosas’, y, ante el caviar,
nuestra defensa era: ‘En donde están unas sardinas bien asadas…’. Creíamos de
patriotismo proclamar las delicias de la sidra frente al champagne francés. Y…
los que más concedían: ‘Esta Montiel no canta; si acaso, dice la canción’.
-Ya ves, sólo Juan de
Orduña tenía fe en mí. Sí, en como cantaba también. Juan tiene el oído muy
afinado y le gustaba como yo cantaba. Se emperró en hacer la película conmigo,
a pesar de las negativas de todos los demás… Aquella era la época en que todos
los cantantes gritaban. Yo cantaba normal, como se cantaba en el mundo Los
‘técnicos’ sentenciaron: ‘¡Pero si no canta!’. Todo porque no lo hacía así,
chillando…
(Aquí hace una demostración que no templa
el universo, porque el pequeño universo de la piscina se entretiene en
chapuzarse, entrar, salir, no estarse quietos ni un instante).
-Sí, sí. Chillaban y
gritaban. Yo no quise revolucionar nada. Canté de la misma manera que lo había
hecho siempre. NO gustaba a aquellos que me comparaban con las que salían
gritando ‘Valencia’ y ‘El relicario’… De aquel mundo en que yo venía, no se
excluían de todo los chillidos. Pero en Hollywood había una Judy Garland que
era una maravilla, y que cantaba sin chillar. Y Frank Sinatra o Nat-King-Cole,
que no han chillado jamás…
-Vaya, que el grito, lo mismo que el
chillar en las conversaciones, era nuestro sello nacional…
-Sí, seguramente… Pero no
quiero dármelas de renovadora ni de valiente. Ya he dicho que canté de esta
manera porque siempre lo había hecho así. El valor, si acaso, lo tuvo Juan de
Orduña, que creyó en mí con fe, no digo que ciega, porque él sabe mucho de
estas cosas, y sabía que era así como se debe cantar…
¡SUS
PICAROS OJOS!
¿Y se ha dado usted cuenta de la mala
literatura que tiene la belleza? Será porque los dedicados al oficio de
escribir no somos galanes, eso que se dice ‘agraciados’. (Ya lo sé, perdona,
Paco Umbral. Y que me perdone, en el recuerdo, González Ruano. Y, en leyéndome,
Álvaro de Laiglesia, claro, que vende sólo por el retrato de la contraportada.
Pero son excepciones las galanuras a lo D’Ors o a lo Fernando Díaz-Plaja. Digo
yo, claro, soy yo quien lo dice). Hasta la mismísima Ninnon de Lenciós,
superviviente de la frivolidad, sentencio: ‘La belleza es el primer regalo que
hace la Naturaleza a las mujeres, y el primero que les quita’. (Sara, que tiene
a la belleza como hermana siamesa desde su nacencia, puede reírse de la copla,
claro). Y el mismo Petronio, que se las daba de arbitrar la elegancia, dijo que
‘es muy raro encontrar la sabiduría unida a la belleza’. Yo estoy más con
Rousseau, mire usted qué bien, que dejó escrito: ‘Si quitáis a nuestros
corazones el amor a lo bello, nos quitaréis el encanto de la vida’ ¡Ay, Sara
Montiel ‘de belleza invisible’. Sólo conocí unos ojos tan penetrantes: los de
Picasso. Esta Sara -¡perdón, Rafael Alberti, por parafrasear tus versos!- sí
que te clava, te desnuda, te viste, te interroga, te responde, te pide, te
exige, te dice, te reza, te canta, te ama, te odia con los ojos. ¿En dónde
está, a dónde va, qué es lo que quiere, si es que quiere algo esta mujer de la
piscina, de la tórrida tarde de un verano de 1073?
-Como sabe todo el
público, yo, desde ‘El último cuplé’, hago solamente una película cada año y
medio. Tal vez esta sea la razón por la que me mantengo, ya desde hace quince
años, llamándome Sara Montiel. La más reciente, no tan próxima, fue ‘Varietés’.
Ahora estoy preparando otra, con tiempo. No me gusta hacer cine con
precipitación, aturullándome. Hago la película musical porque me gusta, y al
público también, a juzgar por la manera como hasta ahora me ha respondido.
‘Varietés’ ha sido un bombazo, y he de procurar que sea otro bombazo la
próxima…
Uno se mueve en el delicado equilibrio
de las preguntas que den a luz respuestas interesantes y de las interrogantes
que no molesten al personaje. Por ejemplo: una película de Sara Montiel, del
‘cuplé’ a un tiempo, tenía proyección internacional. Después vinieron altos y
bajos. Digo yo. ¿Y ahora?
-En octubre del año pasado
estuve en Los Ángeles y en Nueva York. En todos los Estados Unidos -¡que no son
moco de pavo!-, en cuatro o cinco canales de televisión se estaban pasando
todas las películas mías. Desde ‘El último cuplé’ hasta ‘Tuset Street’, que
allí se llama ‘La amante’. ‘Varietés’ se estrenó en ocho cines de Los Ángeles.
Y en Chicago, y en un cine importantísimo de Broadway, en Nueva York. Estuvo
allí once semanas… ¿Por qué mantengo el éxito? Porque sé cuidarme, no prodigarme.
Podría aceptar tres, cuatro películas al año. ¿Y qué sucedería si, para que
salga bien, necesito meses de preparación antes de cada rodaje?
Siempre nos sentimos fiscales. Que a un
celtibérico lo nombren juez de algo o acusador privado le gusta más que a un
niño una corneta. Las acusaciones andan fantasmeando por toda charla. Se habla
de que una actriz envidia a la Minnelli por su interpretación de ‘Cabaret’.
Pero también se dice que si a una Montiel se le presentase oportunidad y guión
tal, ¡señor, la que iba a armar! ¿A dónde iría a parar el que se lo propusiese?
¿Es o no es así, Sara Montiel?
-‘Cabaret’ requirió a una
gran actriz, a una gran cantante, a una mujer que en su juventud estudió
ballet: Liza Minnelli. No obstante, no tenía exigencias de estéticas físicas,
porque de la Minnelli no se puede decir que sea una belleza, por bien retratada
que esté. Si me ofrecen a mí tal papel, se encontrarían con un fuerte problema:
ponerme arrugas, que yo no tengo. Ponerme un ojo ‘a la virulé’, que tampoco tengo.
Tendrían que torcerme la boca, porque resulta que no la tengo torcida… No es
que me dé miedo aparecer fea en la pantalla. ¡Pero no gratuitamente! Sólo si la
historia fuese tan importante que mereciese la pena si no estuviese sometida a
la censura española, si se tratase de un papel fuerte. Lo que no puedo pensar
es en aparecer sin una de mis armas, la cara, sirviendo a un guión censurado
veinticinco veces, que al terminarse sufrirá cien cortes y del que no quedaría
ni la intención. ¿Merece la pena arriesgarse en nuestro país en tal empresa?
Decididamente, no. Porque al público no se le puede proyectar una película
pidiéndole perdón y dándole explicaciones por su baja calidad: ‘Señores, esto
que ven aquí no es el guión. Lo que queríamos contarles es la historia de unos
amantes… Aquí, en esta escena, han cortado lo mejor…, pero ustedes ya se lo
imaginan’. No, hasta ahora no he podido hacer en España más que la película
musical, de la mejor calidad posible, entretenida. Llegué a donde me han
dejado. No merece la pena arriesgar la belleza si la historia no se puede
rodar. Aceptaría si me propusiesen una cosa como ‘Piel canela’, una película
que hice en Méjico y en la que yo salía con media cara quemada. Pero me temo
que un problema importante, con unos personajes actuales, tropezaría con
censura.
¡SILENCIO,
SE HABLA!
Un espejo, un ligero retoque. ‘Sí, dentro de una hora vendrán los de televisión. Pues
como lo hago sin salir de aquí…’. Sara es capaz de situarles los focos,
de marcarles distancias… Di dirigir al fotógrafo… La Loren lleva sus propias
cámaras. Audry Hepburn me señaló en una ocasión el foco que debía poner para
retratarla. ‘Perdona estas indicaciones. Pero yo
vivo de mi cara. Este es mi medio de vida. Por eso tomo los reportajes como
parte de mi trabajo y los concedo una vez al año, en determinadas fechas y
condiciones’. No es extraño, pues, que a la hora de señalar la
extraordinaria fotogenia de Sara Montiel, ella se apoye en un lenguaje técnico.
Que no intentamos paliar con traducciones más o menos acomodaticias a favor de
la autenticidad de este diálogo:
-¿Son tan esenciales los primeros planos
como los cuplés, como objeto de venta para tus películas?
-Pues no, aunque se
utilicen. Es necesario todo en su momento. Si una secuencia requiere el objetivo
del cincuenta, se emplea… Una mirada importante puede ser recogida con un
ciento cincuenta. ‘Cabaret’ está rodada, casi en su totalidad, con el objetivo
cien. Y emplean el del ciento cincuenta, que es muy difícil para roda, porque
el técnico que tiene que hacerlo lo hace ‘a mano’.
-Sin numerar los objetivos, ¿por qué tan
poca gente soporta los primeros planos y por qué causa son una de las
principales armas de Sara Montiel?
-¡Son muy difíciles de
soportar los primeros planos! Yo los aguanto… pues, ¡no sé! Tal vez porque
tengo la cara más fotogénica que los demás. Porque la nariz me hace juego con
la barbilla, porque mis ojos están separados y rasgados… Será por esas cosas
por las que aguanto los primerísimos planos. La cámara es muy canalla, muy
caprichosa. Así sucede que un maravilloso actor de teatro se pone ante ella y
no parece el mismo, resulta mal. Yo tuve una experiencia trabajando al lado de
un actor muy famoso, James Steward. Él dominaba la técnica cinematográfica. Y
si le hacían una secuencia tomada con el objetivo cincuenta, actuaba de
distinta manera que cuando lo tomaban con el cuarenta. Medía sus gestos según
el objetivo. Por eso, el cine es distinto al teatro, hay que conocer la
técnica…
-¿Cuál es la lengua, aunque sea de
fuego, con la que se habla el idioma cinematográfico?
-¡Los ojos! Si un actor no
dice nada con los ojos no tiene nada que hacer. Tiene que salirnos a los ojos
lo que estamos pensando. Hacerlo por intuición es muy difícil. Puede
conseguirse a fuerza de estudio. No, no basta sólo pensar, sino decirlo con los
ojos. Hay una evidente acción visual delante de la cámara. De ahí que el cine
dé sorpresas, como las de las ‘estrellas’ que no son ni actrices ni actores.
Ahí está el caso de Gary Cooper –que en paz descanse-, que era un hombre que
firmaba contratos según los cuales sólo podía decir frases muy cortas, porque
no era un actor de frase larga. Era más bien de silencios. ¡Qué importantes son
los silencios en el cine! Porque el cine es más imagen que frase…
-Entonces, el ideal sería el cine mudo,
¿no?
-No, no estoy de acuerdo.
Ha de tener frases, pero que sirvan a la imagen, que sinteticen la situación,
no que traten de explicarla, que para eso está la cámara. Según en el teatro
las pausas son peligrosas, en la pantalla se agradecen…
EL
DIA MENOS PENSADO…
El día menos pensado, en Sara Montiel,
puede ser cualquier día. Recuerdo que mi padre utilizaba siempre esa frase: en
tono de amenaza, en son de paz, con aires de promesa: ‘El día menos pensado…’.
Una hija le preguntó de sopetón: ‘Papá, ¿cuándo será el día menos pensado?’. ¿Cuándo
será ese día menos pensado, Sara?
-No lo sé, pero el día
menos pensado me presento en teatro y hago una comedia no musical. O hago una
obra musical importantísima. Lo que sí procuraré, como me sucede en cine, es
hacer las cosas lo mejor posible. ¿Que me puedo equivocar? Todos nos
equivocamos alguna vez…
-¿Y Sara Montiel es parte de todo el
mundo?
-Ya lo creo que sí. Me he
equivocado varias veces…
-¿También en el cine?
-Sí. Sobre todo en dos
ocasiones… Pero me equivoqué por ser demasiado buena y prudente. A veces no se
puede ser ni buena ni prudente.
-Es fama que las ‘estrellas’ que llegan
a una cumbre, a la cumbre de Sara Montiel, son indomables, no se las puede
mandar ni dirigir. Que son divos. Y el divismo, claro, también es necesario…
-Yo soy muy exigente. Divo
no lo soy. Pueden confundirlo con que sea exigente al máximo en mi trabajo. Lo
soy porque, desde chica, lo que hago ha sido mi vocación, mi amor, mi
profesión… Sé que con eso no se puede jugar. Y exijo. No es que yo haya
aprendido cosas en los libros, porque no soy una mujer de estudios… Aprendo por
la calle. Voy a los museos y me empapo de toda la pintura, cosa que me ha
ayudado mucho a tener una estética cinematográfica, a la composición del color…
Trato de acostumbrar mi oído por igual a la música clásica que a la moderna… Me
fijo en todo. Entonces, cuando voy a hacer una película, sé lo que me traigo
entre manos, no se me puede engañar en el maquillaje, en los objetivos, con el
vestuario o la decoración. Si llevo un vestido verde sé que en el decorado no
puede haber una pared roja…
-¿No es Sara Montiel la verdadera
directora de sus películas?
-¡En absoluto! Lo único
que dirijo con los ‘play-backs’, porque tengo mucha experiencia musical.
Después obedezco totalmente al director. Salvo que sea un suicida y que, por
ejemplo, no quiera aprovechar mis cualidades y vaya en perjuicio de la
película… Hay que aprovechar a la gente en todas sus dimensiones, en todo lo
que da de sí…
NACIMIENTO,
DESARROLLO Y CONSERVACION DEL MITO
Ya se sabe. Claro que ya se sabe. Lo del
sacristán que pierde el respeto a los santos porque les limpia el polvo y los
sabe de madera. Cuesta mucho el parto de los mitos. Es más trabajoso su
desarrollo. Y se convierte en labor de titanes su conservación. Lo mítico tiene
una buena dosis de inaccesibilidad. Desde hace tres años, Sara Montiel está al
alcance, en los aledaños del público, con sus galas, con sus cuplés dichos,
cuando cuadra, de mesa en mesa. ¿No es peligroso asomarse al exterior?
-No, si se sabe hacer. Yo
creo que las ‘galas’ han aumentado mi popularidad. El público piensa –y yo les
comprendo- que toda persona que les da el cine casi no existe, es trampa, está
prefabricada. Muchos pensaban que si cantaba en cine, de la misma manera podían
hacerlo ellos. Porque todo era cuestión de una técnica, de un buen micrófono
traído del extranjero, claro. Algunos pensarían que mi dentadura era prestada.
Y así les sucedería con mi piel, con mis piernas, con mis brazos… Acercándome a
ellos les he dado muestras de mi veracidad. ‘¡Ver para creer!’. Por otra parte,
no estoy con ellos todos los días, sino una vez al año como máximo. Las ‘galas’
son novedad en España; pero se han hecho siempre en todo el mundo: Sinatra,
Judy Garland. Nosotros las hemos asimilado muy bien, no vamos a remolque de
nadie, porque los latinos tenemos sobre el sajón la ventaja de la
repentización, de que no somos rutinarios como ellos. Salimos ‘a ojo de buen
cubero’. ¡Y nos salen perfectamente las improvisaciones! La improvisación,
contra lo que muchos dicen, no es negativa. Claro que siempre y cuando vaya
acompañada de talento… En lo único que no se puede improvisar es en el cine… Lo
que haces, ahí te queda para siempre.
-Para siempre queda el arte, y el cine
es un dudoso arte. En las ‘revisiones’ nos damos cuenta de lo difícil que es
soportar el paso del tiempo…
-El cine es un arte. Pero
todavía han sido muy pocos los que han respondido a ese arte… Hay excepciones,
como Greta Garbo. En sus películas todos los que la rodean están ‘pasados’. Y
ella resiste al paso del tiempo. Se diría que acaba de rodar esas viejas
películas… La Greta Garbo de ‘El velo pintado’ –una película que se ve
viejísima- es una mujer de mil novecientos setenta y tres. Lo que sucede es que
el cine no puede ser un arte total, dado que en cada película intervienen
muchas personas, un equipo. Y no puede pretenderse, aunque sería lo deseable,
que la totalidad de un equipo sea de artistas importantes, ¿no?
Después de almorzar, un chapuzón. Y otro
‘Después comienzan las funciones digestivas y si no
te has bañado inmediatamente después de comer, tiene que dejar pasar un
tiempo…’.
Un tiempo más al sol. Digo yo que esa
resistencia debe nacer con los que nacen en tierras manchegas. Porque para
paliar los calores no es más ancha la sombra de estos arbustos que la de las
aspas de un molino viejo de añoranzas y modas nuevas. Ya hay que alejarse de la
piscina y de sus aledaños. Mañana será otro día. Porque, mientras no se
demuestre lo contrario, mañana, siempre, será otro día. Y mientras no haya nada
que lo demuestre, Sara Montiel será al día siguiente otra Sara. Tal vez esa
ductilidad, ese ser cambiante haga que cada día parezca que está empezando.
A.D.O.
Reportaje
gráfico de DAMASO FREIRE
…Y
DESPUES DEL CUPLE?
SARA,
ESA
MUJER…
El cuplé. Ni el primero ni el último, o el último y el primero. Diez años antes de su lanzamiento definitivo, Sara, que entonces era Sarita, se sentaba ya sobre los pianos para desgranar sus fusas y semifusas. Era 'Mariona Rebull', en 1947.
‘Lo que cuenta es que, hagas lo que
hagas, todos los ojos del público están fijos en ti’, decía Kirk Douglas a Lana
Turner en ‘Cautivos del mal’, tras reprocharle la inoperancia de su actuación y
la rigidez de sus movimientos. La frase –reproducida aproximativamente- podría
aplicarse a miss Montiel, y es quizá la más exacta definición del ‘status’ de
estrella. Como miss Turner –el personaje en el film de Minnelli, el personaje
‘tout court’- miss Montiel es, antes que una actriz, una ‘star’. Al menos desde
que dejó de ser Sarita para convertirse en Sara. Desde que desgranó aquel cuplé
que no sería el último, pero que tampoco era el primero, pues ya diez años
antes del histórico film de Orduña se había visto en parecidos trotes en la
‘Mariona Rebull’ de Sáenz de Heredia. De la actuación de Sara no puede decirse
que sea inoperante, en cuanto que la misión que parece encomendársele en sus
films es la de estar y no la de ser; en cuanto a sus movimientos, hay que
reconocer que tienden más bien a la inexistencia, haciendo gala la diva de un
preocupante culto a la estatuaria. Pero, con todo, Sara es, ha sido en los
últimos años, nuestra única, auténtica, legítima o indiscutible ‘star’.
TO BE OR NOT TO BE
En efecto, si ser estrella es hacer que
cada par de ojos de los miles que llenan una sala estén pendientes de una
presencia, no cabe duda de que miss Montiel lo es. Si ser estrella es lograr
que cada plano del film esté en función de una sola y misma persona, miss
Montiel lo es. Si ser estrella es conseguir que las lenguas –malas y buenas,
que también las hay- sólo hablen de una cosa, miss Montiel lo es. Las películas
de miss Montiel son películas de miss Montiel. A nadie suele importarle
demasiado la historia –que ya se sabe, además, que es siempre la misma-, ni el
director –aunque Sara llegue un día y se saque de la manga la baza Bardem-, ni
el galán. En las películas de miss Montiel importa ella, importa fijarse en si
le ha salido una arruguita, en si ha engordado, en sus joyas increíbles, en sus
increíbles atuendos. Lo demás no. Que esto sea bueno o malo es otro cantar.
Pero no es cosa, a estas alturas, de hacer juicios estéticos sobre los films de
Sara, ni menos aún juicios morales sobre el modo de cómo ha orientado su
carrera.
LO
QUE CUESTA SER ESTRELLA
Habría que ver, por otra parte, si esa
carrera la ha orientado ella o se la han orientado a la fuerza, las tristes
coordenadas del cine español. Porque Sara no siempre cantó cuplés, ni adoptó
‘poses’ estatuarias, ni anduvo por sus films vestida de antigua. Porque el
dichoso cuplé no fue sino el inicio milagroso e insospechadamente exitoso de
una ‘tercera’, o ‘cuarta’, o ‘quinta’ carrera.
La Sara de tronío, morena morenísima,
guapa guapísima, de ‘Locura de amor’ sí pudo convertirse en estrella, además de
en actriz, pero la voz estentórea de miss Bautista se llevó toda la publicidad
de la película, y si el público iba a ver a la princesa Aldara luego sólo oía
hablar a la Reina Juana.
De la Sara mejicana, emigrada cuando,
tras esperar lógicamente la consagración definitiva vía ‘Locura de amor’ se vio
constreñida a hacer un papelito –por mucho que se calificara de ‘colaboración
especial’ era un papelito- en el siguiente vehículo para miss Bautista, e
incluso a ser una pionera de la publicidad filmada anunciando creo que era una
cocina a los acordes del ‘Aleluya’, de Humans, supimos poco, mal y tarde por
estos lares, pese a que entonces la importación del films de ‘allá’ era
abundante; pero parece que por aquí sentó mal que para poder trabajar se
nacionalizara mejicana y que por eso se le puso la punta, además de que sus
películas no eran muy aptas.
En cuanto a la Sara de Hollywood,
tampoco se explotó su triunfo o mini-triunfo como hubiera podido esperarse;
cuando en los USA esos su nombre, en las portadas de ‘Veracruz’, ocupaba un
cartel para ella sola con el mágico ‘introducing’, la publicidad nacional lo
colocaba en letras pequeñitas y mezclado en el de los secundarios. ¿Qué de
extraño tiene, pues, que cuando sonó la flauta –perdón, el cuplé- por
casualidad o no, Sara saltase sobre el éxito y no quisiera, a ninguna costa,
dejarlo irse una vez más?
Sara y sus galanes. Todavía no le llamaban Trinidad, ni siquiera Terenci Hill, sino Mario Girotti. La película era un pecado... de amor.
La boca, los ojos, el cigarrillo y los marabúes, como centro de atracción erótica. Fumar es un placer...
¿JUEGOS
PROHIBIDOS?
Todo el mundo sabe que ‘El último cuplé’
costó tres perras gordas, y que el salario de su protagonista estuvo en
proporción al presupuesto global del film. Todo el mundo sabe, o quizá lo sepan
menos, que el film debía estrenarse en la fecha entonces señalada del Sábado de
Gloria y que la empresa del local, que no confiaba en él, prefirió mantener en
cartel el que lo ocupaba y esperar la semana siguiente, siendo la primera sorprendida
al ver que el Sábado de Gloria posterior el film aún seguía en su pantalla.
Las razones del triunfo espectacular de
la película aún están por esclarecer. Todavía no se había inventado el ‘camp’ y
‘nostalgia’. Pero ‘camp’ y ‘nostalgia’ fueron motores del éxito de la película,
además, claro, de Sara. De una Sara que volvía de Hollywood sin haberse
convertido en una gran actriz, pero sabiéndoselas todas sobre cómo poner de
relieve su belleza. De una Sara que, cuando en nuestras pantallas imperaban las
‘modositas’, cuando todas nuestras divas rivalizaban por ser –en la pantalla
siempre, se entiende- las más ‘decentes’, cuando, en los casos en que había que
sacar a una mujer mala, se traía corriendo de Francia a Jacqueline Pierreux, se
plantaba allí, con su belleza inconfundiblemente española, y venga de tener
amantes, de tumbarse en la ‘chaise longue’ y de fumar, que era casi pecado. De
una Sara que cantaba –o ‘decía’- sus canciones en un susurro, en vez de
aullarlas, y que si le quitaba al cuplé dosis de picardía se las añadía en la
intimidad.
Claro que también, para que no se
dijera, iba y cantaba ‘Valencia’, y como había pecado contra el sexto –que era,
y parece seguir siendo, la única manera en que los españoles, y si son
españolas peor, no pueden pecar en la pantalla- se redimía con la muerte. Pero
no era por ‘Valencia’ ni por la muerte final –aunque ésta hiciera derramar
copiosos lagrimones- por lo que la gente veía y reveía el cuplé. Era, de un
lado, por la nostalgia y el campismo no inventados, y de otro, por María
Montiel o Sara Luján.
YO
SOY LEYENDA
En consecuencia, Sara, llamárase Lola,
Carmen o Soledad, la violetera, pasara sus cálidas noches en Casablanca o en
Beirut, bailara la samba o el tango, reinara en el Chantecler o en Tuset
Street, siguió siendo la mujer perdida, culpable de un pecado de amor. Siguió
siendo, en suma, esa mujer irremisiblemente condenada al mundo de las
‘varietés’.
Ya no se supo si ella servía a un solo
personaje, si se servía de él o si era su esclava. Posiblemente, a estas
alturas, ni ella misma lo sepa. A medida que fue convirtiéndose en leyenda, la
leyenda fue apoderándose de ella. Una leyenda sembrada de estrenos apoteósicos,
de aparatosos tocados, de declaraciones –‘Yo en
Rusia soy más popular que el Kremlin’- quasigeniales. Una leyenda que,
cómo no, afectaba –aunque discretamente, porque aquí para eso somos muy
mirados- a su vida privada, y, claro está, a su edad, sobre la que se
establecían los más delirantes cálculos, desde los que situaban su nacimiento
en la época en que se construyeron las pirámides de Egipto hasta los que, al
salir en defensa de la diva ultrajada, intentaban hacernos creer que cuando
rodó su primera película como protagonista, ‘Empezó en boda’, tenia tres o
cuatro años.
Ahora bien, si los años no cuentan para
las estrellas, sí que cuentan para las películas que hacen. Y miss Montiel
debería darse cuenta de que si ella sigue siendo joven, sus películas son
viejas, incluida la última. De que no se trata de convertirse en la ‘nueva’
Sara, sino de, si lo que quiere es seguir siendo Sara, encontrar los vehículos
que la convengan, que la acerquen a un público que últimamente no ha prestado a
sus películas la misma acogida que en otro tiempo, precisamente porque el
público ha cambiado y las películas no.
Indudablemente, el camino de Sara no va por la vía de la desmitificación. Como prueba, baste su paso por 'Tuset Street'. Sí puede ir, sin embargo, por la del gran melodrama a lo Sirk, camino que iniciara, sin continuarlo, en 'Esa mujer'.
EN
BUSCA DE UNA IMAGEN
Evidentemente, no es cuestión de pedir
ahora que Sara se baje de su pedestal y se ponga a hacer cine ‘underground’. La
experiencia ‘Tuset…’ demostró que el viraje de ciento ochenta grados no era
viable. Lo que sí puede serlo es el que Sara, sin dejar de ser Sara, encuentre
–o le encuentren- vehículos que no destruyan su imagen, sino que la hagan
actual. Quizá el modelo a seguir pueda estar en ‘Esa mujer’, donde el
desmelenamiento campaba por sus respetos, donde su personaje, a veces, y
salvadas las distancias entre un Camus y un Sirk, recordaba a los que encarnara
Lana Turner. Porque muy posiblemente, el camino de Sara –a no ser que nos
reserve una sorpresa, lo que no parece demasiado probable- puede estar en
seguir los pasos de miss Turner, de una miss Turner con un poco más de brío y
un poco menos de permanente Solriza. Claro es que si de verdad miss Montiel
–Antonia para sus amigos-, de verdad, decide darnos la sorpresa, si de verdad,
aunque nadie se lo cree, va a interpretar
‘La regenta’, nada hay que oponer a ello. Sobre todo si le sale bien, lo
que no hay por qué excluir ‘a priori’.
De profesión, sus violetas. Violetas en sus films, violetas en sus actuaciones 'in person'. Y siempre, como no, la 'pose' estatuaria.
FUMANDO
ESPERO…
Superestrella. Mito. Leyenda. A la
española, claro. Sara lo ha sido como nadie, antes o después que ella, lo
fuera, con excepción de Imperio, con la que por cierto coincidió, años ha, en
el reparto de ‘Bambú’. Si cuando era Sarita perdió la baza de las ‘topolinos’,
la de las heroínas históricas, la de Méjico y la de Hollywood, debe hacerlo
todo para no perder, ahora que es Sara –la Sara Nacional, la Saritísima- la que
ya corre peligro de escapársele de las manos. Cuidar sus películas, cuidar
–como lo hace cuando quiere- sus actuaciones ‘in person’, cuidar su imagen. Es
aún tiempo. Quizá dentro de unos años no lo sea, y no porque las malas lenguas
digan que una de las razones de sus frecuentes visitas a Rumanía sea el ponerse
en manos de la doctora Aslan, sino porque hoy en día el cine, hasta en España,
evoluciona. Piénsese lo que se piense del ‘star-system’, el hecho es que miss
Montiel es la única ‘star’ que nos va a quedando. Y, aunque sólo sea por
mantener el fuego sagrado, vale la pena de que permanezca. Y de que no se queme
con él.
Por
CESAR SANTOS FONTENLA.
El
diccionario (poco) secreto de
MISS
MONTIEL
AMOR.
–Hay
mucho, muchísimo en sus películas. Y casi siempre es pecado.
BOCA.
–Imprescindible
que aparezca en primerísimos planos, ocupando toda la pantalla, cuando canta.
Con efectos de lengua.
CAMA.
–Apareció
al fin, sirviendo para lo que sirven las camas en ‘Varietés’. Renovarse o
morir.
DECIR.
–Es
lo que hace Sara con sus canciones. Las dice.
ESCOTE.
–Véase
‘generoso’.
FOTOGRAFO.
–Se
pronuncia christianmatras.
GENEROSO.
–Véase
‘escote’.
HIJA.
–Tenía
una en ‘Esa mujer’. Como Lara Turner en sus películas. Mayor que ella, claro.
IN
PERSON. –Dícese
de Sara cuando actúa ante su público. El boá es de rigor.
JOYAS.
–Por
ellas se ha perdido Sara en más de una película.
KILOVATIOS.
–Por
ellos se mide la luz. Sara es la única estrella nacional que sabe exactamente
cuántos necesita.
LUJAN
(historia). –Apellido
del personaje –su nombre, simplemente María- que catapultó a Sara
definitivamente al estrellato.
MONTIEL
(geografía). –Hermoso
pueblo manchego de donde Sara –o mejor, Enrique Herreros- sacó su apellido.
NOVIO.
–Sara
siempre se queda en sus películas compuesta y sin, porque acaba por irse con
unos señoritos que de buen fin nada.
OMBLIGO.
–Malas
lenguas dicen que Sara se cree el ombligo del mundo. En todo caso, hace un par
de años todo el mundo habló del ombligo de Sara.
PECADO.
–Véase
‘amor’.
QUEREJETA.
–Dicen
que quiso contratar una vez a Sara, y ella que nones. ¿Y si volvieran a probar?
REGENTA.
–Se
dice por ahí que éste será el próximo papel de Sara. Otros dicen que no.
SOFA.
–Mueble
que sirve para que las parejas se sienten en él cuando la censura no deja que
salgan camas. También sirve para que las señoritas guapísimas –solas, claro- se
sienten en él a fumar, que ése sí que es un placer.
TANGO.
–Sara
bailó ya el último doce años antes que Brando. Y no pasó nada.
ULTIMO.
–Dice
la frase evangélica que los últimos serán los primeros. Y eso es lo que pasó
con los cuplés, oiga.
VIOLETAS.
–Las
vendía Sara en uno de sus film más populares. Se las tira a los señores en sus
actuaciones ‘in person’.
WLADIMIRO.
–Príncipe
ruso que se enfadó muchísimo porque ‘le sacaban’ en ‘El último cuplé’.
X
(mujer). -¿Ha
pensado alguien cómo podría quedar un ‘remake’ del célebre melodrama con Sara
como protagonista?
ZOOM.
–También
llamado ‘travelling’ óptico. Sirve para que la cámara se deje de retratar
tonterías y en un abrir y cerrar de ojos deje en la pantalla sólo la cara de
Sara, que para eso paga la gente, caramba.
SARA,
ENTRE
EL FANGO Y LA GLORIA
Por
JULIO R. MELGAR
Sara, ella muy cristiana, diciendo 'Yo creo' hasta en su último disco: no podía menos que tener en su historia una foto tan conmovedora como ésta.
En la llanura casi desértica de la
Mancha, donde los altozanos se rematan con dos molinos, guardianes incansables
que giran sin cesar, los años cuarenta están intentando apagar los recientes
ecos errantes de disparos, explosiones y gritos desgarrados, sonido cotidiano
de un destino que había mostrado su monstruosidad en el rostro partido en dos y
ensangrentado durante tres largos años de lucha entre hermanos. Todo esto
permanecía intacto en este paisaje, jardín abonado con sangre de mil tragedias
oscuras, cuando María Antonia se asomó a los cielos claros y se dio cuenta que
ya nada sería igual. Nadie ha podido explicarse cómo pudo en este ambiente
surgir tan bella y reluciente, con el fulgor cegador que transfigura el rostro
sin talante, ennegrecida imagen de un pueblo que debía sobreponerse a la
derrota latente, presentando nueva batalla con savia renovadora de su pureza
soberana maltratada, con la nobleza de su arte arraigado en la esencia
auténtica, en el fervor creador de un ánimo inaccesible al desánimo de
racionamientos, colas interminables, escasez, mercado negro, asfixiante
necesidad cercenadora de las esperanzas de tantos años pasados de
alumbramiento, para finalmente engendrar una fiera ansiosa de divinidades
delirantes, obsesiones de la cretina impotencia media, devenida soberanía
enarboladora de orgullos impertinentes y claustrofóbicos. Con equipaje lleno de
ilusiones, entusiasmo sin límite que su autenticidad convierte en desenfrenada
fe, accede al pequeño mundo de la Gran Vía de la mano de la Cifesa del señor
Casanova, donde los carteles rutilantes iluminados por los potentes reflectores
son el marco brillante de apariencias camufladoras y sublimantes para los
impotentes desposeídos. La fiesta del ‘smoking’, la parejita, del pelo
engomado, del bigote a lo Clark Gable o a lo Adolf, recortado con un
clandestino cigarrillo rubio, es el decorado donde aparece con un nuevo nombre:
Sara. Allí los hay conocidos y recién llegados, que reciben las primeras
miradas de los oteadores de más influencia y de los farsantes de siempre.
Una joven rubia acapara las miradas; su
aire premeditadamente sofisticado no puede esconder una autenticidad
entusiástica que generosamente pone a disposición de este nuevo mundo que tiene
sus propias reinas, ocupando con dominio absoluto los tronos de la fama. Por
eso no le resulta fácil ganarse uno de ellos. Su trabajo no puede realizarse en
la modificadora bondad uniforme de santas y Reinas sin tacha de estos albores
de los 40, con voces desgarradas enfatizando un dramatismo traumatizante para
la sensibilidad herida de las plateas.
No, su papel era de mora Aldara en
‘Locura de amor’, la mala pagana intrigante desde la sombra contra la felicidad
de la Reina cristiana. Pero no, todo fueron buenas oportunidades, esto fue lo
que nuestro cine le ofreció: En ‘La mies es mucha’ es Guyeraty, la solícita
nativa siempre dispuesta a echarle una mano al atribulado Padre Santiago
(Fernán-Gómez), misionero español en Kattinga, provincia de Kutta (India),
hasta donde ha llegado para desfacer los entuertos de indígenas sojugados por
un traficante poseedor de la mina con que están endeudados.
En ‘Empezó en boda’ (1944) es Lina, que se casa
con Carlos (Fernán-Gómez), con problemas domésticos apenas salidos de la
sacristía; matrimonio de clase media, en seguida ve invadido su hogar por todos
los familiares de uno y otro cónyuge. Carlos no puede más, se emborracha y
acaba en la Comisaría; toda la familia se reúne allí, y finalmente es el buen
sentido del comisario el que pone en orden todo ese caos familiar. Elocuente.
En ‘Bambú’ no es protagonista –que lo es Imperio Argentina-, sino Yoyita, una
cubanita que allá en la lejana manigua aprende a lucir sus mejores galas para
una futura oportunidad, donde la presencia absorbente de la Argentina puede
darle ocasión a lucir su palmito. Su película siguiente, ‘Se le fue el novio’
(1945), le remite de nuevo a la cabecera del reparto con el fino nombre de
María Luisa, joven de un país imaginario que llega a otro que no lo es menos;
por culpa de unos líos burocráticos, se ve compuesta y sin novio, pero la
bondad del ministro del interior llega a punto de reparar su culpa, buscándole
novio. Ejemplar. Otra vez su eterno galán es Fernán-Gómez, joven soñador que
espera ansioso su redención represiva gracias a una Sara que hace muy poco
había dejado de ser María Alejandra. En ‘El misterioso viajero del Clipper’
(1945), es Nita, una mecanógrafa que se casa con Javier (Javier Ruíz),
periodista que debe hacer una entrevista a Henry Napoleón, pero es su esposa
quien consigue –gracias a un equívoco- la entrevista, no sin tener que defender
la honra. La intriga es tan rebuscada, que este afán rocambolesco es su
principal y más ingenuo atractivo. En ‘Por el gran premio’ (1946) es Dolores,
la novia de Eduardo (Raúl Cancio), hijo de un industrial de bicicletas que
prepara su equipo para participar en la Vuelta a España. Durante la prueba se
siente atraída por el campeón Antonio (Tony Leblanc), que finalmente gana la
prueba; ni que decir tiene que en contra de lo usual e inolvidable entonces en
nuestro cine, Dolores acaba casándose con el campeón, y su ex novio se tiene
que contentar con una americana llamada Marlene (Paola Bárbara). Se iba
manifestando su voluntad inconformista y retante para lo que es estilaba
entonces, pero por esa misma razón no acababa de encajar en la mitología
populista impuesta desde todas las tribunas sentenciadoras y bienpensantes. En
‘Mariona Rebull’ (1946) se acentúa todavía aún más –dentro de lo mínimamente
posible- su carácter ‘anti’ dentro del cupo de bellezas con pasaporte a la
popularidad callejera; por eso encarna a Lula, la chica de la aventurilla
amorosa de Joaquín Rius (José María Seoane), industrial catalán que se conmueve
por las lágrimas de sincero afecto de la chica y que le sorprenden no dejándole
marchar solo; él, hombre con pasado imborrable, se lo cuenta todo. En
determinado momento parece que va poder su amor por Lula, antes que sus
obligaciones con su fábrica, pero no es así, y al final, en traje de faena, la
deja desconsolada y sin el ‘gran amor’. Ya puede observarse cómo Sáenz de
Heredia comenzó a poner los cimientos de una mujer con predisposición a ‘amar’
con generosidad, a ser ante todo humana y más que nada lo que es: ‘mujer’, con
las obligaciones y grandezas que este término encierra, llevado a las últimas
consecuencias, o sea, marginada por una sociedad puritana que impide su devenir
no-hipócrita. En ‘Confidencia’ (1947), de Jerónimo Mihura, es Elena, la hembra
de gran belleza, codiciada por una especie de Dr. Jekyll, pero llamado a la
hispana Dr. Barde (Guillermo Marín), que pretende asesinarla una vez que ella
le revela noblemente que por quien se siente atraída es por Carlos (Julio
Peña), un periodista amigo del doctor y que ha recibido de éste las
confidencias de sus desequilibrios criminales en tiempos ha. Hay salvamento al
último momento a lo Griffith, y su belleza comienza a ser mitificada
seriamente, al ser pieza que se disputan locos y cuerdos. ¡Ahí es ná!
La María Alejandra que con tanta fe lanzó Cifesa demostraba ya unas formas y un reto poco habitual en nuestro cine de aquel momento.
Algo más afinada a la imagen fílmica que de ella se fabricó en los años 40, es esta rosada foto, ya con aires de estrella a internacionalizar.
En la gran superproducción del cine
nacional ‘Don Quijote de la Mancha’, no podía faltar, como buena manchega que
es, cosa que se conocía en todos los círculos cinéfilos. Antonia presta su
nobleza y entrega al bueno y loco de Don Quijote (Rafael Rivelles). De buen
corazón, amante del chorizo del país y poseedora de una belleza tranquila y
reconfortante. Pero va para abajo, en vez de ir hacia arriba, como parecía ser
lo lógico. En ‘Alhucemas’, su siguiente film, es María Luisa –la protagonista
es Alicia (Nani Fernández)-; viene a ser el contrapunto evasivo y amoroso que
el antipatriótico capitán Salas (Julio Peña) tiene en Madrid, lejos del Tercer
Batallón de Cazadores de Ceuta, que tanto aborrece, pero donde finalmente se
regenera como parecía ser obligatorio. Film patriótico para Sara, que incluso
dentro de ese contexto desempeña un rol ‘inconveniente’. En ‘Vidas confusas’,
de Jerónimo Mihura, es Antonia –de nuevo-, la chica de provincias, nueva novia
de Fermín (Enrique Guitart) cuando la antigua se le muere (Irene-Guillermina
Grin). Buena sustituta con que el bueno de Eurídice-Guitart sale recompensado,
después de tristes peripecias, para volver a su tranquila vida de tendero. Aquí
surge su gran oportunidad de ‘Locura de amor’, propiciada por un hombre
predestinado en su vida: Juan de Orduña, gran artífice de mitos de nuestro cine,
recibiendo como pago la ingrata recompensa del desprecio muy duradero, aunque
afortunadamente no eterno. En 1950 estrena sus dos últimos films españoles en
la Gran Vía: ‘El Capitán Veneno’, junto a Fernando Fernán-Gómez –es una buena
niña burguesa que le esconde en casa-, y ‘Pequeñeces’, donde la nueva gran
estrella de Cifesa, Aurora Bautista, le relega a una ‘colaboración especial
de…’. Desanimada por su falta de afirmación, decide cruzar ‘el charco’, donde
su imagen de Aldara ha quedado en las retinas desmadradas de los productores
mexicanos. Tras ‘Aquel hombre de Tánger’, donde la dirige el extranjero sajón
Robert Elwyn, llega a México, donde ahí sí que puede desarrollar a gusto, cosa
que le ha sido imposible en un cine hispano, todavía traumatizado por heroínas
patrioteras y un aluvión de folklóricas que se anuncian invencibles; para
otros, heroínas no tan limpias como la imagen que por los más recónditos
rincones del país van a difundir, primero en blanco y negro, poco a poco en
‘cinefotocolor’ y otros procedimientos delirantes que Sara no llega a utilizar,
porque ella está muy ocupada con Martín Corona (Pedro Infante), que ‘Ahí
viene…’ y poco más tarde ‘Y vuelve…’. Prisionera en una ‘Cárcel de mujeres’, al
lado de Katy Jurado y sin desmerecer lo más mínimo a su lado, su aspecto físico
ha cambiado notablemente; se ha hecho morena, de belleza más tórrida, más
tropical; ya es sabido: ¡la influencia del Ecuador! Es ‘La mujer de Lucifer’,
junto a Abel Salazar; ‘Jimmy’ en España –título mexicano: ‘Yo soy gallo donde
quiera’- junto a Joaquín Cordero, aunque su debut es junto al muy acicalado
Arturo de Córdoba en ‘Furia roja’; pero da igual, su éxito es apabullante como
el nuevo mito erótico del cine mexicano, y en premio a lo ‘bien que me
trataron’, adopta esa nacionalidad. Mil novecientos cincuenta y tres es el
glorioso año de ‘Piel canela’, con el rostro tapado por una melena a lo Lake,
ocultando los mordiscos que le hicieron unas ratas inclementes con su belleza.
En 1954 –el año más prolífico de su carrera- rueda cinco films mexicanos, y
Hollywood le llama para ser la mexicana compañera de Burt Lancaster y Gary
Cooper –sus ídolos de infancia- en ‘Veracruz’, dirigida por el gran Robert
Aldrich; es uno de los puntos culminantes de su carrera, y si este año la reponen,
podremos apreciar hasta qué punto nuestra gran estrella es digna de tan buena
compañía.
¿Hay alguien que dude del verdadero estrellato de nuestra Sara hollywoodense, alternando con la flor y nata de la Meca mítica? Pues a sus detractores va dedicada esta inédita foto, con Gary Cooper.
Y este 'party-pris' deliciosamente furibundo entre James Dean y ella en los Estudios Warner, ¿no es de lo más 'mítico', 'divino' y 'loqueril' que puede verse, aun con cierto sabor a necrofilia?
Antes de marcharse,
todos dicen que es una gran estrella, que se abre a su paso un sendero de
glorias sin cuento, donde se hará justicia a lo mucho que dicen vale, pero los
films que interpretó demuestran la realidad de que nadie acertó a desentrañar
el misterio que latía en su adivinada y no descifrada figura misteriosa, enigma
latente, perceptible en sus ojos para perderse en su ahogada sonrisa forzada,
pero envuelta en una atmósfera de represiones informes y condicionantes, de una
imagen que no se recorta con el relieve que preanuncia su retante presencia,
agridulce y desafiante; relegada al desastre por ofender a los valores
oficiales del momento, Reinas católicas, santas de Rosario y Misa diaria, como
prevenda hipócrita de una propia mentira engendradora de las histerias que
aprovecha en beneficio de su franca sensualidad pecadora, mujer tras la
cortina, pagana a media luz que acecha consciente de su ciudadanía mermada,
desecho clandestino de un pasado ya prohibido, pero rostro vengador, fascinante
y hermoso. De ahí su firme voluntad de no perecer en un medio que no le hace
justicia. Esta decisión le lleva a un México distante, ancho horizonte donde
expansionar su belleza y su latir ardiente de mujer apasionada antes que
cualquier otra cosa, amante de su profesión y deseosa de descubrir los vedados
misterios del ‘más alla’ de nuestros limitados horizontes, tan lejanos de su
origen y tan cercanos a sus sueños de gloria, que se hacen realidad cuando
México se rinde a su voluntad de ser, a su belleza, piel canela, piel morena,
desinteresada de los ensortijados perifollos cosificantes, de los buenos
modales a la hora del té, para hacer vibrar su ánimo con personajes de mujer
emotiva y temperamental que ahora ‘ya’ puede incorporar, liberada del corsé
ibérico que ha decidido quitarse, aun a riesgo de dejar su solar y adquirir una
nueva nacionalidad como reconocimiento a un trato sin lugar a dudas deferente.
Y viene Hollywood a por ella, sí, el racista Hollywood, que trata a la mujer
latina con su cliché de siempre: es dos veces mexicana (‘Veracruz’ y ‘Dos
pasiones y un amor’) y otra india (‘Yuma’); ese es su mosaico americano,
mediatizado por las imposiciones topiqueras de evidente falta imaginativa. Mil
novecientos cincuenta y siete: vuelve a España tras siete años de recorrer
mundo. ‘El último cuplé’. Lo inimaginable entonces, hecho realidad con una
facilidad inesperada. Hasta en Hispanoamérica supera las recaudaciones
obtenidas con ‘Lo que el viento se llevó’, por mucho que su María Luján y
Escarlata tengan más de un punto en común. A partir de este momento, el cine
español ya no vuelve a ser el que era, y toda una nueva era de mujeres
marginadas por el amor, pero sufriendo esa segregación, logran la felicidad
realizadora del completo ejercicio de la libertad y el desprecio, asoman a
nuestras pantallas como única forma, por cierto nostálgica, de redimir ‘de
verdad’ a un cine anquilosado en épicas guerreras y religiosas, o en un
folklorismo genial a ratos y deleznable a otros.
Si algún día alguien inventó para las 'stars' el calificativo de imperial sin haber visto esta foto, no cabe duda que estaba dotado de una gran imaginación.
La continuación de esta singladura tiene
las derivaciones todavía puras de su original, tanto ‘La violetera’, como
‘Carmen la de Ronda’ y ‘El último tango’, son dignas de tenerse en cuenta como
reafirmación y matización de un personaje que gana en estudio lo que pierde en
naturalidad. Nuestro cine no sabe dar vida a lo que recibe, y en vez de
vivificarlo, lo anquilosa haciendo de su personaje un cliché a reproducir cada
vez con menos fidelidad y menos nitidez. Comienza una etapa donde ya no puede
calibrarse con dignidad su talento estancado. ‘La bella Lola’, ‘Noches de
Casablanca’, ‘Samba’, ‘La dama de Beirut’ y ‘La mujer perdida’ son una
singladura monstruosamente sublime, donde la vemos asfixiada por un entorno que
no se merece; sólo su presencia redentora impotente de tanto desaliño artístico
a sus espaldas. Se plante una nueva etapa y surgen sus tres mejores films desde
tiempo ha: ‘Tuset Street’ –que pudo haber sido su gran ‘rentreé’-, ‘Esa mujer’
y ‘Varietés’, donde ya puede decirse que asistimos a un absoluto festival Sara
dentro de una mínimas coordenadas actualizadas que posibilitan su integración
en una nueva moral que el país puede aceptar sin rechistar, aunque con cierto
escándalo por parte de quienes le han seguido desde el principio. La
protagonista de ‘Varietés’ está un poco de vuelta de todo, y sabe que para
llegar no es suficiente el talento; guiada por Bardem, da un paso hacia
delante, aceptando la relación sentimental con el cinismo hiriente de un
materialismo que choca con su sensibilidad de mujer que aspira a realizarse.
Empeñada en desfacer los entuertos de
una cultura de masas imposible, su quijotismo fue manipulado, su generosa
entrega dulcificada y repetidamente envasada, sin que ella pudiera hacer otra
cosa que llegar hasta donde pudo y finalmente arriesgarse con sus propios
caudales para dignificar su personaje y hacerle latir de nuevo a los compases
de la nueva moral que ella trataba de reincorporar a su personaje ante la insistencia
negativa de mercachifles y veladores, empeñados en desvelar su autenticidad, en
cosificar su belleza y desposeerla del vitalismo agresivo que otrora ella se
encargo de aportar. ¿Hasta qué punto ha conseguido este deseo? En caso de
resultar negativa la respuesta, nuestras miradas acusatorias han de dirigirse a
un entorno empeñado en modificar su presencia, en suavizar las aristas de su
personaje hasta domesticarle en un sentimentalismo de novela rosa y no en una
declaración de principios liberadores, en una forma auténtica de interpretar la
existencia, aunque, eso sí, con el estigma condicionador de una alienación
castradora, pero más auténtica que tanta pose trascendente como coartada
reaccionaria y poco vitalista en un panorama que, como cualquier otro, reclama
una equilibrada mezcolanza de sentimientos y razón, donde el pulso de la vida
no se escape entre un culturismo terrorífico, abstracto y bastante represor.
UNA
SARA
PARA
ANDAR POR CASA
Coincidiendo de que esta semana tenía el
propósito de hablar de un excelente disco de viejos cuplés interpretados por
Olga Ramos, que acaba de aparecer en el mercado, me dicen que CINE EN 7 DIAS
dedica parte de sus páginas al estudio de Sara Montiel. Una vez introducidos en
el mundo de la canción española, resulta más fácil hacer un comentario sobre la
señora Montiel, aun cuando, por poco que se piense en ello, se descubre
rápidamente que la vinculación de la ‘máxima estrella de nuestro cine’ con esos
cuplés es sólo aparente. Está claro que, muy por encima de ser una ‘intérprete
de la canción’, Sara Montiel es en el cine español un fenómeno complejo, al
menos en la medida en que utiliza una serie de ‘particularidades’ para
transformarse en este fenómeno.
El éxito que Sara Montiel ha obtenido en
España –y, al parecer, en otros lugares del mundo- no radica únicamente en el
hecho de que cante mejor o peor una serie de canciones ‘demodées’ ni en haber
sido la intérprete principal de aquel gran éxito de taquilla que fue ‘El último
cuplé’. A esa realidad –Sara cupletista- habría que añadir el de su atractivo
físico (que, de cualquier modo, no puede dejar indiferente al espectador) y, en
fin, el pintoresquismo de su personalidad pública. Sara da la impresión de ser una
elegante y distinguida dama de nuestra sociedad, que, a la par de sus trajes,
pinturas, afeites y andares, se transmuta en las películas que interpreta en
una mundana canzonetista que sufre y ama como hacía tiempo que no se veía en el
cine. Con esto quiero decir que, en mi opinión, el éxito de Sara Montiel debe
estribar en la unión de una serie de factores sociológicos –a los que, por
supuesto, no son ajenos determinadas circunstancias históricas de la España que
la dio a conocer-, que permiten, por ejemplo, que un amplio sector del público
no conciba que en sus películas pueda ‘ser’ pobre o fea, sino que apenas
consienta que se disfrace de fea y de pobre. En ‘Varietés’, la chica del coro,
Sara, que vive en una triste y miserable pensión, solicita un adelanto al
empresario mientras va vestida con lujosísimos abrigos y pamelas, de corte
dignamente aristocrático. Es natural, pues, que el público no conciba la
personalidad de Sara Montiel más que a través de sus caracterizaciones de gran
señora, lo que muy probablemente no nos sirva más que para sublimar paradójica
y ‘freudianamente’ la miseria de lo cotidiano que Sara, bien sea a través de
aplausos o de carcajadas, recibe encantada.
Porque, claro, es obligado recoger aquí
que el personaje público llamado Sara Montiel tiene, a juicio de muchos de sus
comentaristas, un aspecto divertido, que le da su mayor encanto. Como cualquier
otro personaje sujeto a los avatares de la fama tiene, obligadamente, que
aceptar los pros y los contras de su situación. Y, naturalmente, muchos no
verán más que disparates y cualidades grotescas allí donde otros encuentran el
pan y la sal.
Recuerdo que cuando yo era mozo, y
Sarita una jovencita que aún no conocía ni Méjico ni Hollywood, ya poseía un
‘algo’ que nos llamaba la atención. Era guapa, inmensamente guapa, y en
aquellos tiempos de inmediata posguerra no era usual disfrutar con la visión de
un ser tan ‘particularmente’ bien construido. El futuro de Sarita como actriz
no parecía muy claro, o, al menos, no lo parecía tanto si se confiaba en que
sólo los buenos actores tuvieran derecho a la consagración total. (Más tarde se
comprobó que además de tener pocos buenos actores –no eran tiempos de tener
buenas cosas en ningún aspecto-, los ya consagrados, o que estaban en vías de
serlo, no tenían por qué preocuparse por su trabajo interpretativo. El éxito
les llegó por razones diversas, ajenas casi siempre a sus cualidades
artísticas, como creo haber dicho con respecto a Sara). El caso es que aquella
princesa mora de ‘Locura de amor’ se largó al extranjero y volvió a casa con un
señor importante y con mayores ganas, si cabe, de ser una rutilante estrella.
Cuando veo a la Sara-espectáculo,
recuerdo a la Sara-mora, y comprendo, si me preocupo en observar en mi entorno,
que el resultado de la variante es idéntico al que creo captar a mi alrededor.
Después de todo, el cine español ha evolucionado en la misma medida en que lo
ha hecho nuestra estrella, y su situación perenne de ‘máxima’ es lógicamente lo
que nuestro cine y nuestro país se merecen. Para bien o para mal. A fin de
cuentas, y si los anglosajones poseen sus vampiresas puras, nosotros podemos
presumir -¿por qué no?- de vampiresas visigodas.
Se suelen escribir con frecuencia
tonterías sobre Sara Montiel. (Y no descarto, naturalmente, la posibilidad de
que este artículo vaya a engrosar el número). Dichas tonterías suelen
presentarse o bien de forma de panegírico disparatado o de broma facilona. El
caso es que, unas por otras, se está relegando para no sé cuando el análisis
serio de esa entidad artística y sociológica llamada Sara Montiel. Sólo
recuerdo ahora un librito que escribió Javier Alfaya, tratando de esclarecer el
tema. Y es un asunto serio, por cuanto que, queramos o no, la existencia
–adjetívenla como gusten- de una estrella como la Montiel es un fiel reflejo de
nosotros mismos.
Si los anglosajones poseen sus vampiresas puras, nosotros podemos presumir -¿por qué no?- de vampiresas visigodas.
Vengo hablando constantemente de la
estrella Sara Montiel y no de sus condiciones como actriz, cantante o intelectual
con rasgos de humor. Y es que, en mi opinión, Sara Montiel no es ninguna de
esas cosas. Escucho a Olga Ramos, asisto a una función del TEI o leo a
Aranguren y ‘caigo en la cuenta’ de que Sara es ajena por completo a cualquiera
de estas tres definiciones. Y si me remito a su cine –que en cierto modo
‘inspira’ lo suficiente como para considerarla de alguna manera responsable-,
entiendo que sus películas no pasar de ser subproductos con calidad, hechas con
mayor cuidado y dedicación de lo que es usual en nuestro país, pero, en
cualquier caso, carentes de un ‘minimum’ de nivel adecuado como para suponer
algo en la vida cultural y artística española.
¿En qué consiste, entonces, este mito
para andar por casa? Y uno espera pacientemente que venga alguien y nos lo
explique. Porque ya es tiempo de que se nos muestre clara y valientemente cómo
somos, qué hacemos y en función de qué regla de tres nos pasan las cosas que
nos pasan.
Y esto lo piensa quien –lo confieso- no
ha dejado de ver ninguna de las películas que esta mujer ha interpretado. Y he
de reconocer que lo he hecho unas veces llevado por la ternura, otras por el
afán de divertirme, y otras por la admiración que me produce ese estar en la
brecha de no se sabe qué o frente a no se sabe quién.
Por
CAYO LARGO
EL RECORTE CXXVII
Sara Montiel ha sido objeto, a lo largo de toda su vida, de estudios sociológicos y hasta psicológicos de por qué ha sido una estrella. Teorías.... ¡para aburrir! Pero estrella la convirtió el público y como estrella murió. Y al público se abrió en la sección 'Pregúntaselo a Sara' que la revista Lecturas le dio en 1985. Aquí uno de ellos.
Pregúntaselo
a
SARA
LA
BELLEZA DE SARA
Querida Sara: Soy Rosa, de Valencia,
tengo 9 años. Esta es mi carta y mi pregunta: ¿Por qué eres tan guapa? Adiós,
gracias y muchos ‘vesos’.
Rosa
Mª Alvarez Sanz, de Puerto Sagunto (Valencia)
Seguro que tú también eres
muy guapa, como mi hija Thais, aunque tú ya eres mucho mayor, ya que mi hija
tiene sólo seis añitos. Yo creo que soy guapa, si es que así tú lo ves, porque
mi mamá me hizo guapa. Pero no olvides que es más importante la bondad que la
belleza. Si tú eres una niña obediente, respetas a tus papás y aprendes todo lo
que te enseñen vas a ser la más guapa de todas. Y tus papás se sentirán muy
orgullosos de ti. Besos con todo mi cariño.
LA
JUBILACION DE LOS CANTANTES
Admirada Sara Montiel: ¿No cree que en
España, cuando un buen cantante pasa de los 50 muchas veces se les olvida o se
les deja en segundo plano, cosa que no se hace en el extranjero? Yo sé que
usted ha llevado a muchos de éstos injustamente olvidados, en todos sus espectáculos.
Yo soy admirador de Gloria Lasso y desde el último LP que grabó en 1980, que
nunca he escuchado por radio, no volvió a España. ¿No podría usted hacer algo
para conseguir su retorno?
Ramón
Mayol, de Palma de Mallorca.
Efectivamente es cierto
que en el extranjero, sobre todo en Francia y en Estados Unidos, jamás dejan en
el olvido a sus grandes artistas; al contrario, a medida que pasan los años va
en aumento la admiración, devoción y respeto que les profesan. Personalmente no
puedo quejarme, sería injusto por mi parte. Tengo 57 años y sigo teniendo un
público fiel. Y no como otros artistas, aunque también se dan casos de
cantantes injustamente olvidados, como los que usted cita. No va a quedar en el
saco del olvido su sugerencia con respecto a Gloria, por que también siento una
gran admiración. Ojalá que en alguno de mis futuros espectáculos pueda tener la
satisfacción de compartir el escenario con ella.
LOS
TRAJES DE SARA
Amiga, Sara: He visto que llevas unos
trajes preciosos. ¿Los compras hechos o te los hacen? Y otra pregunta que te
quiero hacer es si tienes guardaespaldas cuando viajas y vigilancia especial en
tu casa.
Trinidad
Oltra Pedros, de Ribarroja (Valencia)
Por lo general todo mi
vestuario artístico es exclusivo, o sea, que me los hacen distintos modistos o
firmas de alta costura, para mí. En alguna otra ocasión he comprado un vestido
ya hecho para actuar, con la garantía y seguridad de que era un modelo único y
no me iba a llevar un chasco de vérselo puesto a otra artista. Para determinados
viajes y según el sitio a donde voy y como voy vestida, sí que llevo mi propio
‘gorila’ para protegerme de algún posible susto. Y en mi casa tengo un sistema
especial de seguridad cuyos pormenores, como comprenderás, no te voy a
explicar, aparte de unos ‘simpáticos’ perros que se encargan de tener a raya a
excesivamente curiosos.
Celebrando los 50 años de
'La Reina del Chantecler'
LA FOTO CXXVII
Otra fotografía de Sara en los '70; otra vez retratada por Ibáñez.
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