La noticia es de las grandes… Sara –ya
no le dicen Sarita- Montiel vendrá a México.
Pero no regresará como se fue.
Porque hay que recordarlo.
Se fue como una churrera más.
Una de tantas churreras que mal trabajan
en el cine mexicano, que más que industria del celuloide se antoja una fábrica
de eso: de churros.
Y ahora regresará como una estrella
esplendente que ha brillado en el mundo entero.
Ahora Sara es Sara. La Montiel es la
Montiel.
Y eso de Sara y la Montiel quiere decir
que es una estrella de vértices cósmicos y refulgentes internacionales.
Ella es como la Gina, La Pampanini, la
Loren, la Mansfield.
Ella es toda una mujer metida a artista.
Toda una estrella de primerísima magnitud.
Vede más películas que tacos el taquero
aquel de San Juan de Letrán y 16 de Septiembre.
¿Y se quiere saber por qué…?
Da pena decirlo…
Pero es por una razón:
Porque dejó de pertenecer al cine
nacional.
Y es que aquí no se le aprovechó. Ni siquiera
como la hermosa mujer que es.
Mucho menos como todo lo de artista
grande que tiene.
Recuérdese el caso.
Que es un caso ejemplar y catedrático.
Siendo española, sabiendo cantar,
teniendo tantas cualidades de estética… ¡la vistieron de rancherita para
interpretar algún papelillo que ni fu ni fa en películas de caballitos!
¡Bárbaros!
¡Blasfemos!
¡Desconocedores de la belleza femenina
cuando Dios la da a manos llenas, e ignorantes del arte!
Pero apenas regresó Sara –que no Sarita-
a España, se volvió una estrella que con el ‘Último Cuplé’ llegó a alturas
mayores que las alcanzadas por Gagarin y demás cosmonautas.
Y es que en España sí supieron quién es
Sara.
La valuaron en el lugar que merece.
Casi en un nicho.
Sobre una nube.
En calidad de estrella.
Porque estrella es ella desde que nació.
CHURRO Y CINE
Mientras aquí se le desperdició haciendo papeles de indita, a Sara se le dio en España la categoría que su belleza de reina mora y su arte exigían. A ella se debe su triunfo.
Y ahora que regresa a México cobrará
como las grandes.
Tenía que ser.
Porque ella ya no es churrera.
Ya no es una indita trenzuda de nuestras
películas.
Ya no es una desperdiciada por nuestros
genios del séptimo arte.
Pero no es el caso de estas líneas el
comentar el precio artístico de Sara o Sarita.
El caso es recalcar lo poco que vale
nuestro cine.
Por culpa de los genios…
Esos genios que no ven a las estrellas…
Que no saben lo que es la belleza
femenina…
Que no son capaces de valuar al arte…
¿No les dará vergüenza el volver a ver a
la Montiel…?
¿No les apenará reconocer que ellos
despidieron a una Sarita y ahora se tienen que postrar ante una refulgente
Sara?
Seguramente que no pasarán ninguna pena.
Porque además de ciegos y genios tienen
otra virtud…
¡El cinismo…!
Pero que ahí quede…
¡La Montiel les ha dado una cátedra…!
Cátedra que, seguramente, jamás
aprovecharán…
Pero por lo que hace al público queda
dicho:
¡Bienvenida, Sarita, tan sólo el verte
satisface…!
Por
JUSTO CABAL
EL RECORTE CXXVI
Es cierto que Sara se convirtió en súper-estrella en todo el mundo con 'El último cuplé'. Pero también es cierto que la diva fue siempre un alma inquieta. Cuando quizá ya intuía el fin de su carrera cinematográfica, decidió lanzarse a los teatros para saborear el tú a tú con el público. Así surgió 'Sara Montiel en persona', el primero de un sin fin de espectáculos que la mantuvieron siempre en la brecha. Ama, en su número de la segunda quincena de Diciembre de 1969 recogía esta entrevista con 'la Reina del Cuplé'.
“SARA
MONTIEL
en
persona”
ILUSION
Y GRAN MIEDO
Dieciocho
canciones, veintiún trajes y cuarenta millones en joyas, para su presentación
ante el público español
Desde la terraza se ve el Palacio Real,
inundado por la dorada luz de la tarde. Planta diez de un edificio de la plaza
de España. La casa de Sara Montiel volvería locos a anticuarios y decoradores…
Recuerdo que hace unos años entrevisté a Sara con motivo del estreno de este
piso. Entonces, en el amplio salón enmoquetado, con las paredes forradas de un
tono fucsia rabioso, había, bailando holgadamente, un piano de cola blanco, una
mesa sostenida por dos elefantes de porcelana y pocas cosas más.
El tiempo ha llenado el salón hasta los
topes de objetos de arte, de bibelots orientales, de recuerdos que se apiñan en
amigable camaradería sobre las mesas y las estanterías. A un lado, destacando
sobre un pedestal recubierto de damasco rojo, hay una escultura de Sara. Sobre
el piano de cola blanco, objetos de porcelana, una foto de la madre de la
artista recientemente fallecida y una foto más grande de Pablo VI.
Sara está dando los últimos toques a su
maquillaje. Sara está vistiéndose para nuestra revista con algunos de los
trajes que va a lucir en su próximo espectáculo. ‘Sara Montiel, en persona’,
que la llevará por vez primera a los escenarios españoles, y reclutará, sin
duda, en el teatro a sus ‘fans’ de todas las edades. A los de corazón tierno
que lloran con sus cuplés. A los que se estremecen en los cines de barrio con
sus historias dramáticas y folletinescas. Al gran público, que gusta de los
espectáculos sin más problemas que dejar volar su imaginación tras la magia
eterna de mis canciones de amor…
Una doncella nos sirve el café. En la
bandeja de plata hay grabada una inscripción: ‘La Mancha rinde homenaje a su
artista’. Sobre la mesita, una caja con caramelos en forma de violetas, y en la
tapa, un ramo de violetas en trance del más profundo desmayo.
Sara aparece por la puerta con empaque
de escenario. Sara se siente ídolo hasta en la intimidad de su hogar. Está muy
guapa con su traje negro de encaje chantilly, bordado en pedrería. Con él
cantará ‘El relicario’, y emocionará una vez más con la suerte triste del torero,
que murió sobre la arena un lunes abrileño de funesto encuentro.
-Sara, háblanos de tu próximo
espectáculo…
-Estoy ahora en plena
fiebre de ensayos. Va a ser algo espléndido. Cantaré dieciocho canciones:
cuplés, canciones modernas… Fíjate, sólo levantar el telón costará cuatro
millones de pesetas. Y después, los veintiún trajes que voy a lucir, casi todos
bordados. El principal problema está en las joyas. Llevaré todas mis joyas.
Están valoradas en cuarenta millones. Me ha sido difícil encontrar una casa
aseguradora adecuada. Me las han asegurado en Londres. Mis joyas son mis
mejores recuerdos, sobre todo un collar de turquesas y brillantes.
Al fondo, la puerta del salón, decorada con dibujos orientales. Sara luce un modelo estampado, con el que cantará una canción 'hippy'. El modelo es creación de Maribel.
Sara se ha puesto seria. Por la puerta
del salón hace su entrada triunfal ‘Cuqui’, la perrita caniche de color
chocolate. A ‘Cuqui’ también le gustan las joyas. Sólo que ella no tiene
problemas con las casas aseguradoras, porque su collar, con brillantes y
pedrerías de tonos azul y amarillo, entra en el ramo de la más exquisita
bisutería. ‘Cuqui’ luce un coquetón lazo rojo sobre su moña canina y lleva las
uñas pintadas de un rojo deslubrante.
-¿Fuera de España habías cantado en
algún espectáculo montado especialmente para ti?
-Sí; en Moscú y en
Rumanía. En Rusia me quieren una barbaridad. Lleno los teatros hasta los topes.
Me han dado el premio Lenin a la mujer más popular.
-¿Algún recuerdo emocionante de estas
actuaciones?
-Sí, muchos. Pero uno,
sobre todo, fabuloso. Era en Rumanía, en el teatro del Congreso, con capacidad
para nueve mil personas. Se llenaba hasta arriba. Aunque no entendían el
idioma, escuchaban cada canción en el más profundo silencio. Pasaba esto que
ahora se dice de que se oía el silencio. Al terminar cada canción se ponían en
pie y me aplaudían a rabiar. El día de mi despedida, cada uno de los
espectadores me trajo un ramo de flores. Nueve mil ramos de flores. La locura,
hija. Aquello fue la locura.
-¿Qué sientes al enfrentarte por vez
primera en directo ante el público español?
-Ilusión y un gran miedo.
El artista siente siempre miedo. Bueno, si tiene sentido de responsabilidad,
como yo. Si no tuviera miedo, sería que soy una inconsciente, ¿no? Y de esto,
nada.
-¿En qué ocasión has sentido el miedo
más profundamente?
-Fue en Buenos Aires. Iba
a cantar allí por primera vez. Sentí un pánico espantoso. Pero a la primera
canción me sobrepuse. Canté ‘Carmen, la de Ronda’, y me aplaudieron mucho.
En la vida profesional de Sara ha habido
momentos difíciles y momentos gloriosos. Pero Sara ha nacido para cantar. Y
canta desde los cinco años. Y conoce el dorado rumor del aplauso desde que una
vez, en el parque del Retiro, en un concurso de noveles dirigido por Boby
Deglané, ganó el primer premio de su carrera artística.
-Canté una canción llamada
‘Horchatera valenciana’. Fíjate qué curioso: nunca más he vuelto a cantarla, a
pesar de que me dio suerte.
Y Sara tararea bajito la canción –un
poco anticuadilla, un poco ramplona- que la llevó de la mano al mundo del arte.
-Hablemos de ti, de tu vida personal.
¿Cuál es el momento que recuerdas con más emoción?
-Cuando me casé en Roma y
llevé el ramo de flores a la tumba de Alfonso XIII.
-¿Y el momento más triste?
Por los ojos grandes supermaquillados y
superfotogénicos de Sara asoma el brillo de una lágrima.
-La muerte de mi madre.
Sin ella me siento triste. Cuando se abra por primera vez el telón del teatro
me acordaré de ella. Y me sentiré más sola que nunca. Desde que murió no he
dejado de ir al cementerio a hacerle compañía. Iba todos los días. Me gusta estar
allí. Llevarle flores. Hasta los sepultureros esperan ya mi visita. Ahora el
médico me ha prohibido ir porque he tenido una gripe malísima y teme la
recaída. Pero ya estoy mejor. Y quizá mañana pueda volver otra vez al
cementerio a estar con mi madre.
-Sara, además de ir al cementerio,
¿rezas por ella?
Me mira con cara de sorpresa…
-Sí, claro. Todos los
días.
Pide un café muy cargado.
-La gripe me ha dejado
baldada. Fíjate que ya no bebo nada. No pruebo el alcohol. Me horroriza.
Tampoco tomo café, porque me da taquicardia. Pero la gripe me ha dejado tan
caída que lo necesito. Prefiero la taquicardia.
-¿Tú crees que la gente es objetiva al
juzgarte?
-No. No me conocen. Se
dicen muchas mentiras sobre mí. Que si soy soberbia, que si soy fría y déspota.
Y no soy nada de todo esto. Tengo muchos defectos, pero éstos no. Y todas estas
cosas las han escrito sobre mí algunos colegas tuyos. Y me han hecho decir
cosas que no he dicho. Otros, no; dicen la verdad y se lo agradezco.
-La sinceridad, la
honestidad.
-¿Y los defectos que peor toleras?
-El que sean embusteros.
Yo admiro a las personas sinceras. Si es un hombre, que sea un perfecto
caballero. Y las mujeres, aunque tenemos gatos en el estómago, debemos ser muy
abnegadas y caritativas. Odio a las personas difamadoras.
-¿Qué diferencia hay entre la Sara
Montiel de ‘El último cuplé’ y la Sara Montiel actual?
-Creo que he adelantado
mucho. Me siento más segura, más comprensiva. La gente, con los años, adquiere
tono. Estoy, ¿cómo se dice eso? ¡Ah, sí!, más consolidada. La vida enriquece.
Con los años, una sabe más lo que quiere. Aunque, en definitiva, si yo misma
supiera lo que quiero…
Sara se arregla el chal color crema con
su eterno gesto de diva. La persiana baja deja la habitación en penumbra. Da
órdenes a la doncella y enciende un juego de bombillas de luz roja. Los
bibelots, las figurillas que llenan la habitación, toman un tono caricaturesco
y encendido. Casi diabólico.
-¿Vas a volver otra vez al cine?
-Sí. En marzo rodaré una
película en Inglaterra, pero con artistas americanos: ‘La hechicera de Wicher’.
Será una película en la línea de Sara Montiel, pero dentro de otras fórmulas.
Va a ser algo serio. Yo, con mi personalidad netamente española, mezclada con
ideas americanas. Algo sensacional.
-¿Será una película musical?
-Sí, claro; ahora está de
moda el cine musical, y los productores nos buscan a las que cantamos. Yo he
nacido para cantar. Desde siempre. Creo que en el vientre de mi madre ya
cantaba. Mira, ¿sabes lo que te digo?, que si yo no hubiera tenido voz (bueno,
no tengo mucha, pero la tengo muy entonada) hubiera sido concertista de piano.
La música es mi elemento.
-¿Qué clase de música prefieres?
-La clásica, pero no es
fácil encontrarse con ella. Tienes que educarte. Yo antes pensaba: ‘¡Qué latoso
es Chopin!’ Pero me fui educando. También me enloquece lo popular. Fui a
Estados Unidos para conseguir una recopilación de cuplés antiguos de Chicago y
de Boston. Están basados en Bhrams, en Wagner. ¡Ay, hija; en definitiva, éstos
son los que siempre privan! ¡Pero si las canciones de Los Beatles cogen muchos
compases de Wagner!
-Tú has compuesto alguna vez, ¿no?
-Sí; hice un arreglo para
‘La mujer perdida’ y algunas otras cosas. La literatura se me da peor. Pero no
me enorgullezco de mis buenas cualidades para la música. Los dones con los que
uno nace no tienen importancia. Los ha recibido y ya está.
Un modelo negro de blonda con hilos de plata. Está valorado en ciento cuarenta mil pesetas. Se complementa con una rica mantilla color crema. Con este modelo, Sara cantará 'Encuentro' y 'Contigo aprendí'.
‘Cuqui’ da unos saltos nerviosos sobre
los sillones. Sara la toma en brazos y la perrita se arrebuja entre blondas y
chantilly. Sara se pone otros dos trajes distintos: uno negro, bordado en
pailletes, y otro de colores abigarrados, con el que cantará una canción
‘hippy’. Antes de que el fotógrafo dispare el flash, da unos toques a su
peinado, después de mirarse con gesto crítico en un espejo de mango larguísimo
con dibujos psicodélicos.
-¿Qué pretendes conseguir del público
con tu presentación?
-Quiero el contacto
directo. Que me juzguen personalmente y no sólo en el cine. Que puedan dar su
opinión: ‘¡Qué joven es!’ o ‘¡Qué natural!’, o… lo que sea. Pon que en el
teatro voy a ser, sobre todo, yo. La Sara Montiel del cine, pero muy cerca de
ellos.
-¿Vas a estar muchos días en el
escenario?
-Por desgracia, pocos. En
marzo tengo que empezar la película. Claro, hay un contrato firmado por medio.
Después de Madrid iré a Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza. Me llaman de
todas partes. En Bilbao y en La Coruña están como locos para que vaya. Hasta de
Las Palmas recibo llamadas… Y es que mi arte sirve para que la gente lo pase
bien. Ya está todo el mundo harto de ‘hippies’ y gente desarrapada y sucia. Lo
mío va a ser muy suave, muy romántico, muy bonito.
La tarde empieza a caer. La luz dorada
que se desparrama sobre el Palacio Real se hace más tenue, más grisácea. Y
dentro del salón –envidia apretada de anticuarios y decoradores- las bombillas
rojas siguen dando un aire siniestro a los objetos de arte.
Texto:
JOSEFINA FIGUERAS
Fotos:
ALEJANDRO
Celebrando los 50 años de
'La Reina del Chantecler'
LA FOTO CXXVI
Imagen de la actriz en los '70. Fotografía de Ibáñez.
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