Sarita Montiel, el
equivalente femenino de ‘Cantinflas’, en el cine de habla castellana, empezará
a filmar el mes de enero, ‘Bésame’, al lado de Mel Ferrer y Maurice Ronet. Aquí
la vemos en una escena de su última película que pronto estrenará, Gonzalo Elvira,
‘La reina del Chantecler’.
EL RECORTE CXLVI
En el verano de 1961, la revista Ecran, de Chile, entrevistaba a nuestra estrella en el set de 'La Reina del Chantecler'.
-Empieza por
darme un autógrafo tuyo para ‘ECRAN’ –le digo.
Y exclama:
-Eso
que escribí es la pura verdad. Tú viste que ni siquiera lo pensé. Me salió del
corazón.
-¿Estás contenta
con tus últimas películas? –pregunto.
-Estoy
satisfecha de lo que he hecho. Me gustan papeles como el de ‘La reina del
Chantecler’. Tienen drama, sinceridad, comedia. Son personajes de carne y
hueso.
-¿Te sientes
mejor interpretando dramas?
-Prefiero
las comedias, pero las hago poco. Es mucho más difícil hacer reír, que llorar.
¿Y sabías una cosa? Soy tímida. Me cuesta por eso hacer comedia. Me cuesta
‘soltarme’…
Una corriente de
aire inesperada la hace estornudar. Hay más de 30 grados de caluroso verano, pero
Sarita se pone de pie y dice:
-Vámonos
adentro. No me vaya a resfriar, hija… Mira que sería una demora para la
película.
Mientras nos
ubicamos dentro del set, Enrique Herreros, representante de Sarita, comenta
sobre su estrella:
-Jamás
llega tarde. Nunca falta a su trabajo. Es profesional ciento por ciento.
LA PERRICHOLI Y LA QUINTRALA
-¿Hay algún
papel en especial que te gustaría interpretar?
-Sí.
Y lo haré muy pronto: el de la Perricholi. Se presta muy bien para mí. Ella era
actriz, tú sabes.
-¿Y no has
pensado en ‘La Quintrala’? –le pregunto, luego de oírla comentar lo difícil que
le resulta encontrar personajes femeninos que calcen con su personalidad y
temperamento. No conoce la historia de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer,
la briosa dama de la colonia chilena, cuyas aventuras escribió Magdalena Petit,
y que ya fuera filmada en Argentina, con Antonio Vilar y Ana María Lynch. Le
cuento a grandes rasgos el argumento y queda entusiasmada. Llama a Enrique
Herreros, y le pide que oiga también la historia; en seguida me solicita que le
envíe el libro, para leerlo-. Me gusta. Me gusta
esa Quintrala –repite.
-¿Estás
satisfecha con tu carrera?
-Ahora
sí, hija. Muchas veces me sentí desilusionada. Cuesta llegar a alguna parte.
Tuve dudas, sufrí, pero seguí viviendo. Ahora estoy bien. Incluso, puedo vetar
aquellos temas o aspectos de mis películas que no me gusten.
-¿Cuándo
empezaste a cantar?
Sarita ríe con
buen humor, y responde:
-Desde
siempre, cuando era pequeñita. Sólo que profesionalmente no se me ocurrió
hacerlo. Fue ‘El último cuplé’ el que me abrió una carrera como
actriz-cantante.
-¿Vas al cine
como espectadora?
-No
mucho, fíjate. Pero voy…
-¿Qué película
de las que has visto últimamente te ha gustado más?
-‘El
Cid’. A Antonio (Mann) y a mí nos gustó mucho. Y le ha ido muy bien en todas
partes. Estamos muy contentos.
-¿Qué opinión te
merecen las películas de la ‘nouvelle vague’?
-Si
te refieres a esas películas que confunden el realismo con la grosería, te diré
que me merecen la peor opinión. En un afán de mostrar cada vez más, se están
poniendo escenas que… ¡bueno! Si yo he visto a un señor haciendo sus
necesidades frente a la cámara (en ‘El túnel’). ¡Imagínate que uno de estos
jóvenes directores me ofrece un argumento que incluya una escena ‘naturalista’
en el baño! –exclama
Sarita, riendo a más y mejor, e interpretando con mucha gracia las exigencias
del presunto director. En el set hay una pausa de filmación, y todos siguen los
gestos de la estrella, y celebran sus comentarios. Sara concluye, apoyándose en
el hombro de Rafael Gil-: ¡Ay, no! ¡Déjenme a mí
con mis argumentos románticos anticuada! Nada de naturalismo, que, si me lo
preguntas, es grosería, y no otra cosa.
Sarita Montiel y Marina de Navasal, en Madrid.
Sara abandona el
set para cambiarse de ropa. Retorna con una larga falda de terciopelo negro,
una blusa bordada en oro, y un gorro de piel.
-¿Me
veo ‘chichi’? –pregunta
Sarita al fotógrafo Montuori, y el italiano se inclina galantemente-. Uso ropa divina en esta película –confía Sara-. Veintidós trajes. Todos preciosos.
-Te ves
estupenda de todos modos. Ahora, y también hace un momento, con tu vestido
sencillo color celeste.
-Gracias,
hija. Es que tampoco soy muy vieja, tú sabes. Tengo la edad de Elizabeth
Taylor. Treinta años. Sólo que ella en ese mismo tiempo ha tenido tres hijos y
cuatro maridos.
-Y tú no pareces
tener vicio alguno…
-Fumaba,
pero lo he dejado. Un día decidí que me hacía mal a la voz y lo dejé. ¡Así! –concluye,
haciendo sonar los dedos, como castañuelas.
Todos los ojos
de los varones están puestos en Sarita. Y los de las mujeres también. Una
señora visitante, parienta de la maquilladora de la película, se acerca a Sara
y le dice:
-¡Qué
bella es usted! No la imaginaba tan joven y tan simpática. No sabe usted cuánto
la admiraba, y ahora, mucho más.
-¿Sabes
que no olvido a Chile? –concluye,
al despedirme-. La única fotografía que tengo en el
salón de mi casa, es la que me autografió el Presidente Jorge Alessandri. Algún
día tengo que volver, hija… Lo digo de corazón.
M. de N.
LA FOTO CXLVI
La diva en 'La reina del Chantecler', film que este año cumple 50 años.
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