lunes, 10 de febrero de 2014

CINE NOVELAS - Abril de 1964 - México



SARA MONTIEL
EN
BESAME

Casablanca era un nido de espías en 1943. Su situación geográfica entre Europa y África la convertía en un punto clave para el movimiento secreto de las potencias en pugna. En Casablanca se daban cita hombres de diversas razas y los hechos de sangre eran comunes. El inspector Maurice, jefe de la policía de la ciudad, tenía en su archivo cientos de casos sin resolver. Y a esos vino a sumarse uno más, cuando descendían los pasajeros de un barco con pabellón suizo. Esta vez la víctima fue un hombre rubio, que llevaba bajo el brazo un portafolios. Cuando caminaba apresuradamente por el muelle, un coche conducido por un hombre llamado Lucien cruzó junto a él a toda velocidad y por una de las ventanillas una ametralladora vomitó una ráfaga de balas. El hombre rubio cayó fulminado. Una gran confusión se suscitó en el muelle, durante la cual un estibador arrebató el portafolios a la víctima. Corrió luego hacia una lancha y arrojó en ella la cartera. Ahí
la recibió un tipo vestido de pescador, llamado Matelot. Este metió el portafolio dentro de un burdo saco y saltando al muelle se dirigió a una casa cercana.
Desde la ventana de un gran edificio que dominaba el muelle, un hombre joven había seguido todos los movimientos a través de unos prismáticos. En la misma habitación estaba Teresa, una joven morena de líneas esbeltas, realzadas por ajustado y elegante traje.
-¿Qué ha ocurrido, Andres? –le preguntó la joven.
-Nada. Lo de siempre… algún sabotaje en el muelle… -contestó él, siguiendo a través de sus prismáticos al hombre que se había apoderado del portafolio.
Finalmente lo vio entrar en una vieja casa que quedaba casi frente al edificio. Segundos más tarde un coche se detenía en la misma casa y de él bajaron dos hombres que ocultaban bajo sus gabardinas las ametralladoras. Como sombras entraron en aquella casa, en cuya fachada se leía: COMPAGNIE SUISSE DE NAVEGATION.
-¡Deja de mirar por los prismáticos y vístete, que ya se me hizo tarde! –le urgió Teresa.
-No puedo acompañarte ahora –le dijo Andrés-; adelántate y yo te daré alcance en El Dorado.
 Ella se despidió con un beso.


Un estibador arrebató su portafolios a la víctima que acababa de caer y lo arrojó a un tipo vestido de pescador que sin duda lo aguardaba en su lancha. Este hombre metió el portafolios dentro de un saco y saltando al muelle se dirigió a una casa cercana. 

En cuanto Teresa salió, Andrés descolgó el teléfono. Al otro extremo de la línea contestó Max Von Stauffen, el jefe del Servicio de Contraespionaje alemán. Era un hombre joven aún, corpulento y de rostro agradable.
-Creía que se había ido de Casablanca, Andrés… -dijo-. ¿Por qué no me había llamado?
-Es que no tenía nada que contarle –repuso el joven-. En cambio ahora tengo una historia interesante… y sobre todo he identificado a ciertos señores a quienes usted deseaba echar el guante… Sí, sí, aquí lo espero, Max. Hasta pronto.
Al tiempo que Andrés colgaba el teléfono, la puerta se abría con violencia y tres hombres vestidos de estibadores se lanzaron sobre él. La lucha fue breve. Cuando los hombres se retiraron, Andrés yacía sin vida en el piso.


Teresa había terminado su actuación en El Dorado, que fue celebrada por una ensordecedora ovación. Preocupada por no haber visto a Andrés en la mesa donde acostumbraba esperarla, fue a su camerino. Ahí encontró a Max.
-¿Qué hace usted en mi camerino? –exclamó sorprendida-. ¡Salga de aquí!
Max pareció no inmutarse ante la actitud hostil de la guapa mujer.
-¿Conoce usted a un hombre llamado Andrés Khum? –le preguntó calmadamente Max.
-Es amigo mío –repuso ella-. ¿Por qué me lo pregunta?
-Siento darle la noticia – repuso él con voz apesadumbrada-. Andrés ha muerto.
Teresa, con el semblante descompuesto, exclamó.
-¡Usted miente!... ¡Acabo de estar con él… hace unos minutos…!
-Lo han asesinado –insistió Max-. Era mi mejor amigo…
Teresa se estremeció. Quedó inmóvil y después estalló en sollozos. Cuando se recuperó un poco, levantó la vista y preguntó a Max.
-¿Quién es usted?
-Alguien  dispuesto a vengar su muerte. Y quiero que usted me ayude…
El traspunte llegó en esos momentos.
-¡Su número, señorita! El público está impaciente.
-¡Dígale a Noel que no saldré! –repuso ella con los ojos enrojecidos.
-Debe usted salir a cantar –terció Max-. ¡Hágalo! Es necesario. Después la veré.
Y mientras Teresa cantaba, Max hizo una llamada telefónica. Acto seguido salió del cabaret.
Cuando Teresa se dirigía nuevamente a su camerino, Maurice, el Inspector de Policía, le cortó el paso.
-Queda usted detenida –le dijo.
Teresa se opuso a acompañarlo, pero dos fornidos policías la sacaron casi a rastras del cabaret y la hicieron entrar en un automóvil. Poco después llegaban a una casa situada en las afueras de Casablanca, en la que había un letrero: COMPAÑÍA DANESA DE IMPORTACION Y EXPORTACION.


Teresa se había resisitido a obedecer las órdenes pero dos policías la sacaron casi a rastras del cabaret y la hicieron entrar en un automóvil. Poco después llegaban a una casa situada en las afueras de Casablanca. Adentro de la casa la esperaba Maurice. 

-¿Dónde estamos? –preguntó ella sobresaltada, cuando era conducida por un oscuro corredor.
-No se preocupe –dijo Maurice calmadamente-. Pronto lo sabrá. Es una simple formalidad…
En seguida un guardia tomó del brazo a la joven y la condujo hasta el final del pasadizo. Luego abrió una pesada puerta que comunicaba a un lóbrego calabozo.
-¡Entre! –le ordenó el guardia. Y al ver que ella se resistía, la empujó con violencia, cerrando la puerta tras ella. Teresa golpeó con desesperación el pesado portón metálico.
-¡Abran! ¡Abran! –gritaba histéricamente.
Mientras tanto, Maurice entraba a un lujoso despacho ocupado por Max.
-Mi jefe me ordenó traerle a la señorita, señor Von Stauffen.
-Gracias por el servicio, inspector –repuso Max-. Esa mujer es la responsable de la muerte de uno de nuestros agentes. Y lo tengo que averiguar. Hasta luego, inspector.
Teresa no supo cuánto tiempo permaneció en aquel oscuro calabozo. Pero al fin oyó que la puerta se abría y apareció en ella el mismo guardia que la había conducido hasta ahí.
-Sígame –le dijo simplemente.
La guió a un pequeño cuarto elegantemente amueblado, donde la esperaba una mujer que la hizo pasar. Teresa quedó sorprendida al advertir que sus vestidos estaban cuidadosamente acomodados entre sus objetos personales.
-Hemos traído sus pertenencias –le aclaró la matrona-. Arréglese porque la están esperando.
Sin agregar más, la mujer salió.
Mientras tanto, Max, en compañía de su ayudante Ziegler, revisaba algunos expedientes.
-Vea esto, señor Barón –le dijo Ziegler-. El hombre que mataron ayer en el muelle era uno de los enlaces más importantes de Berlín. Llevaba documentos valiosísimos.
-Los hombres de la resistencia lo mataron –repuso Max-, pero el servicio secreto no nos había avisado que venía…
-Berlín está un tanto indispuesto contra usted, Barón… -repuso Ziegler en tono confidencial-. La resistencia francesa crece cada día más en Casablanca y Berlín lo sabe. Le sugiero que forcemos a la policía francesa para que coopere con nosotros. En pocas semanas acabaríamos con ellos.
-Recuerdo que no estamos en Berlín –repuso Max-. Estamos en una zona ocupada, en un país que ha firmado la paz con Alemania…
Y sin agregar más, Max salió de su despacho y fue a la habitación que ocupaba Teresa.
-¿Usted…? –exclamó sorprendida la joven al verlo entrar.
Max se inclinó ceremoniosamente.
-Celebro verla tan hermosa como siempre.
-Déjese de cumplidos y sáqueme de aquí… si es que puede.
Max abrió la puerta y le indicó que lo siguiera. Poco después entraban al despacho de Max.
-¡No estoy dispuesta a que siga jugando conmigo! –dijo ella indignada-. ¿Qué hace usted?
-Mi nombre es Max Von Stauffen… Barón de Stauffen. Soy el jefe del Contraespionaje en Casablanca. El jefe de la ABWEHR…
Teresa empezó a comprender. Especialmente cuando Max le dijo que Andrés había sido uno de sus mejores colaboradores.
-Nunca me lo dijo –repuso ella sorprendida.
-Andrés era un hombre muy prudente, pero cometió un error y eso le costó la vida… -Enseguida extendió varías fotografías sobre su escritorio-. Es probable que el asesino de Andrés esté aquí, sobre esta mesa. Quiero que se fije bien en estas caras y me diga si alguno de estos rostros le es familiar…
Teresa miró las fotografías. Su vista se detuvo en una cuyo registro decía: Lucien. Y en los siguientes renglones, su filiación.
Tanto Teresa como Max ignoraban que en esos momentos Lucien y Matelot, el pescador que se había apoderado del portafolio, lo examinaban desparramando sobre una mesa papeles, fotostáticas y listas, todo en clave.
-No podemos descifrar nada –repuso Matelot-. Y apuesto a que nuestros nombres figuran en estas listas.
-¡Pues quemémoslas! – sugirió Lucien.
-No –repuso Matelot-, debemos consultarlo con El Lobo. El es el jefe y él debe decidir.


Teresa había señalado las fotografías de Lucien y Matelot y preguntó a Max si los haría detener. Este contestó que tenía que estar seguro antes de obrar. Precisamente para eso la necesitaba. Ocuparía ella el lugar de su novio asesinado, Andrés.
-Dentro de un par de minutos quedará usted en libertad –le dijo Max-. Maurice, el inspector francés, vendrá por usted. Recuerde, no venga usted nunca por aquí. Y si alguna vez nos vemos o nos encontramos, no me hable. Usted debe aparentar que me odia, ¿entendido?
La joven afirmó con la cabeza.
-Yo me pondré en contacto con usted –continuó Max-. Procuraré poner en su camino a los hombres que nos interesan. Usted debe enterarse de sus actividades, de sus propósitos, de sus amigos; ese será su trabajo por ahora, Teresa. ¡Ah, se alojará en el Gran Hotel! Hice reservar una suite para usted.
-¿Tan seguro estaba de que iba a aceptar su proposición? –repuso ella.
-Sabía que es usted una mujer inteligente y decidida. Y no me he equivocado… Ahora, su primera representación la hará frente al Inspector Maurice.
En seguida Max presionó un timbre y se presentó Maurice en compañía del mayor Ziegler.
-Inspector, puede llevarse a la señorita –ordenó Max-. Ha sido un lamentable error…
Teresa, fingiendo un terrible desprecio por Max, exclamó:
-¡Cretino! – y sin agregar más se marchó seguida por Maurice.
-La felicito –le dijo Maurice cuando salieron-. No todo el mundo se atreve a decirles la verdad en la cara a estos gorilas.
-Como usted, por ejemplo –repuso ella sarcásticamente-, que no es más que un lacayo de esa gentuza.
-Debo aceptar que hasta cierto punto tiene usted razón –dijo Maurice aceptando el insulto.
-¿Va a regresar al Dorado? –le preguntó.
-Creo que no. Si usted pudiera conseguirme un pasaporte para salir de Casablanca, Inspector… Deseo volver a España.
-Pero Casablanca espera su reaparición, Teresa. ¡No debe defraudar a sus admiradores!
Al llegar al cabaret, un obrero cambiaba algunos nombres en la marquesina. Teresa se dispuso a entrar. Antes de despedirse, Maurice le dijo:
-¿Me permitirá usted que asista a su reaparición?
-Haga usted lo que quiera –repuso ella, tratando de ser indiferente.
Entonces Maurice la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente. Cuando la joven pudo desprenderse de él, le propinó dos furiosas bofetadas.
-¡Atrevido! ¡Fresco!
-Pero usted me dijo: haga lo que quiera… -contestó Maurice-. Y yo lo he hecho…
La guapa mujer lo fulminó con la mirada.
-¡Antipatíco! –le gritó entrando al cabaret-. Y lo peor es que encima se cree gracioso…


La noche de la reaparición de Teresa en El Dorado, Maurice ocupaba una mesa cerca de la pista. Le había enviado a su camerino un ramo de claveles rojos con una tarjeta: ¿PODRIA DEDICARME ‘BESAME MUCHO’? ES MI CANCION FAVORITA. HUMILDEMENTE SUYO, MAURICE.


En compañía de Maletot y otros dos jóvenes, Lucien trataba de descifrar la clave de los documentos que habían encontrado en el portafolios. 'Este código no sirve', dijo Lucien al cabo de largas horas de estudio. 


Maurice, en realidad era el jefe de la resistencia francesa en Casablanca. Al encontrar a sus hombres con los papeles, los tomó y, enterado de que trataban de descifrarlos, los hizo pedazos y reprendió a los hombres. 


Teresa estaba empeñada en la labor de conquistar a Maurice, cosa que no le era nada difícil. Cierta mañana paseaban juntos por el mercado cuando Matelot se acercó a decirle que Pierrot se encontraba en peligro. 

El primer impulso de Teresa fue romper la carta, pero se contuvo. Sonrió significativamente al tiempo que se llevaba un clavel a los labios.
Teresa salió a cantar pero no lo que Maurice le pedía. Peor aún, se dedicó a flirtear descaradamente con Lucien, un marinero suizo. Aceptó ir con él a su casa. Maurice no podía disimular sus celos cuando los vio marcharse.
Cuando Lucien trataba de ponerse romántico con Teresa, llegó Pierrot a decirle que uno de los camelleros quería más dinero para no delatarlos acerca del asesinato del hombre del muelle. Minutos después llegaba el Inspector Maurice.
-¿Estorbo? –le preguntó a Lucien, sonriendo maliciosamente.
-¡No! ¡Qué va!... –repuso este conteniendo su ira.
Al entrar, Maurice descubrió a Teresa sentada en un sofá.
-¡Qué pequeño es el mundo! –dijo haciéndose el sorprendido- ¿Usted aquí?
-Ya lo ve –repuso ella sin mirarlo.
-He venido a salvarla de este astuto pirata… -añadió Maurice.
Teresa, sin hacer mucho caso a sus palabras, se echó el abrigo sobre los hombros.
-Tengo que irme… Buenas noches.
-Espere –dijo Maurice dándole alcance-, tengo el auto en la puerta. Si usted gusta, puedo llevarla.
Ella accedió. Durante el camino, Maurice le dijo:
-Dígame, Teresa, ¿qué significa Lucien para usted?
-Pues… es un joven muy simpático –repuso ella sonriendo-, cordial, educado…
-¿Nada más?
-No sé –contestó ella encogiéndose de hombros-. No he tenido tiempo de conocerlo mejor.
-Entonces, ¿por qué acepta que la galantee?
-¿Quiere una respuesta sincera?
-Sí.
-Nunca pida sinceridad a una mujer. Sobre todo si puede descubrir sus sentimientos…
Habían llegado al hotel y Teresa bajó rápidamente.
-Buenas noches, Maurice –le dijo, sonriéndole con ternura.


Lucien, en compañía de Matelot y otros dos jóvenes, trataba de descifrar la clave de los documentos encontrados en el portafolio.
-Este código no sirve –exclamó Lucien, arrojando sobre el escritorio un pequeño libro forrado de cuero.
-Me parece que será inútil seguir tratando de descifrarlos –repuso Matelot.
-Sin embargo, parecía que estaba a punto de logarlo –aseguró Lucien.
-¡Calla! –exclamó Matelot-. Alguien viene…
Lucien se acercó a la ventana y atisbó por una pequeña rendija.
-Es él… -Musitó-. El Lobo.
Quien llegaba no era otro que Maurice, el Inspector de policía, que en esos momentos asumía su personalidad secreta. En realidad él era el jefe de la resistencia francesa y sus compañeros lo conocían con el sobrenombre de El Lobo.
-¿Se puede saber lo que están haciendo? –exclamó al ver los documentos extendidos sobre el escritorio.
-Intentaba descifrarlos –contestó Lucien.
Maurice empezó a romper en mis pedazos todos aquellos papeles.
-¡Son ustedes unos estúpidos! –gritó. ¿No se dan cuenta de que estos documentos pueden volver a caer en poder de los alemanes? ¿Ya se les olvidó que matamos a un hombre para impedirlo?... ¡Quémenlos!
Luego, dirigiéndose a Lucien, lo escrepó:
-¿Por qué has traído a esa mujer a tu casa teniendo aquí los documentos?
-¡Pero Teresa no es espía de los alemanes! –repuso en el acto Lucien.
-¿Y si lo fuera? ¡No podemos correr riesgos! Que esto no se vuelva a repetir, Lucien.
En ese momento Matelot se acercó a informarle que el camellero había ido a pedir más dinero, amenazando denunciarlos si no se lo daban. También le informó que había ido a buscarlo el caíd de El Jad Kebir.
-Al camellero hay que eliminarlo. Estamos en guerra y no hay tiempo para sentimentalismos.


Al día siguiente Teresa se entrevistó con Max en la trastienda de un salón de belleza. Ella le informó que había estado en la casa de Lucien.
-Mientras estaba con él –le dijo-  fue un hombre a verlo. Habló de un camellero indígena al que le habían matado un camello y que le pedía más dinero por callar.
-Es una valiosa información –repuso Max-. Hay que actuar con rapidez. Iremos a ver al camellero. Tendrá el dinero que pide y así nos conducirá hasta los que buscamos. De ese modo usted quedará al margen de toda sospecha.
Teresa quedó pensativa, como si empezara a descubrir la gravedad del trabajo que había aceptado.
-Esto no es para mí –dijo de pronto-. ¡No sé por qué lo he hecho!
-Ya no puede dejarnos –atajó Max-. En el espionaje se entra, pero no se sale. Si usted intenta dejarnos, sería muy fácil eliminarla; bastaría con hacer llegar a oídos de la resistencia que usted colabora con nosotros y ellos mismos se encargarían del resto…
-Usted no haría eso –repuso Teresa acercándose a Max hasta hacerlo sentir su aliento..-. Conozco muy bien a los hombres…
Max se turbó visiblemente. Teresa influía sobre él de un modo extraño. Lo hacía perder su serenidad. Alejándose un poco de ella, continuó.
-Y al inspector Maurice, ¿también lo vio usted anoche?
-Sí, él también estuvo en casa de Lucien.
Max meditó un momento.
-Creo que por ahora va usted a tener que cambiar de pareja –le dijo-. Hay que tirar el anzuelo al Inspector…
-¿Pero sospecha de Maurice?
-A veces sospecho hasta de mí mismo –repuso Max, despidiéndose de Teresa.
A partir de ese día, Teresa empleó sus encantos en la labor de atraer a Maurice. No le fue nada difícil, ya que el Inspector estaba enamorado de ella. Cierto día que paseaban por el mercado árabe, Matelot se acercó a decirle que Pierrot se encontraba en peligro, pues habían detenido al camellero árabe. Minutos después Maurice veía que la policía y varios guardias alemanes perseguían a Pierrot.
-¡Detengan a ese hombre! –gritaba Ziegler, el oficial alemán- ¡Lo queremos vivo! ¡Que no le disparen!
Pierrot corría por entre los puestos del mercado escapando ágilmente de sus perseguidores. De pronto se vio cercado. En ese momento Maurice soltó a Teresa, y desenfundando su pistola, disparó sobre el fugitivo. Pierrot cayó sin vida.



Pierrot corrió entre los puestos del mercado. De pronto se vió cercado. Maurice disparó sobre el fugitivo, quien cayó sin vida...

Al llegar el oficial alemán, tronó furioso:
-¿Por qué ha disparado, Inspector, por qué? ¡Usted sabía que lo necesitábamos vivo!
-Yo sólo sabía que era un fugitivo –repuso Maurice fingiendo indiferencia.
-Hablaremos de esto, Inspector –le dijo Ziegler en tono de amenaza.
Teresa comprendió entonces que las sospechas de Max no eran infundadas. Maurice pertenecía a la resistencia francesa.
Maurice acompañó a Teresa a su hotel. Ahí bebió de un solo trago un vaso de cognac. No podía ocultar su estado de ánimo.
-Es posible que me den una medalla por haber matado a un francés –dijo con los puños contraídos-. ¿Qué te parece mi oficio?
-No te atormentes, Maurice –repuso Teresa acercándose a él-. Era tu deber… tenías que hacerlo… Olvídalo ya –prosiguió la joven pasando su mano por el revuelto cabello de Maurice. El la abrazó y la besó. Ella se entregó a aquellas caricias sin oponer resistencia.


Poco después Maurice la acompañaba al cabaret. La entrada estaba rodeada de policías y guardias alemanes.
-¿Qué pasa? –preguntó Maurice a uno de los oficiales.
-Buscamos a un hombre, Inspector. El Inspector se quedó en la barra, al advertir que Max estaba en el local. Teresa se dirigió a su camerino. Al encender la luz, dos fuertes brazos la sujetaron impidiéndole hablar. Llena de pánico, pudo ver que era Lucien. Pensó que había descubierto que ella lo había delatado y su angustia y su miedo crecieron.
Al fin Lucien la soltó.
-Me buscan… perdona que te haya recibido de esta manera, pero temí que gritaras… ¿Vino Maurice contigo?
-Sí, está en la sala.
-Sólo él puede salvarme. Tengo a la policía y a todos los alemanes encima. Ahora que salgas a cantar, cierras la puerta con llave y se la entregas a Maurice… Ten cuidado. Que nadie te vea.


Poco después del incidente que había impresionado vivamente a Teresa, Maurice la acompañó al cabaret, que a esas horas estaba rodeado de policías y guardias alemanes. Los parroquianos los observaban al entrar. 

Teresa obedeció. Al salir de su camerino Lucien le besó la mano con agradecimiento. Los ojos de Teresa se humedecieron. Estaba arrepentida de haber denunciado a aquellos hombres.
Durante su actuación, Teresa se acercó a la barra, donde estaba Maurice, y le entregó la llave. Este se dirigió al camerino.
-¿Qué ha ocurrido, Lucien? –le preguntó.
-Me han descubierto –repuso el joven-. Alguien me ha delatado.
Maurice quedó un momento pensativo. Luego exclamó:
-Entre nosotros hay un traidor. ¡Tenemos que salir de aquí, pues esto es una ratonera!
Rápidamente iniciaron la huida por una ventana que estaba al final del pasillo. Pero dos soldados les cortaron el paso. Instintivamente se volvieron hacia el lado opuesto del pasillo, pero ahí estaba Max con sus guardias. Lucien simuló luchar contra Maurice y dándole un golpe lo tendió en el suelo. Casi al mismo tiempo varios guardias lo sujetaron por los brazos. Lucien intentó llevarse a la boca un objeto y Max se lo impidió.
-¡Cianuro! –exclamó Max, mostrándoselo a Maurice, que ya se había incorporado-. Esta vez sí llegamos a tiempo, Inspector.
Lo felicito –repuso Maurice- ¿Quienre que me haga cargo de este hombre?
-¡Oh, no se moleste! –dijo Max con ironía-. Usted tiene que acompañar a la señorita a su hotel…


Teresa trató de calmar el ánimo exaltado de Maurice, que por otra parte estaba muy deprimido por lo que se había visto forzado a hacer. Ella le dijo que no debía preocuparse, pues sólo había cumplido con su deber. 

Max dio órdenes de llevarse al prisionero. Antes de salir dijo a Maurice:
-Inspector, si alguna vez desea salir de Casablanca, venga a mi despacho. Los pases ya no son válidos sin el sello de la ABWEHR y todas las salidas están bloqueadas.
Maurice sonrió imperturbable.
-Gracias –le dijo-. Lo tendré en cuenta.
Cuando Maurice y Teresa se dirigían al hotel, ella le dijo:
-Es preciso que salgas esta misma noche de Casablanca, Maurice…
-¿Por qué? –preguntó él extrañado.
-No es necesario que sigas simulando conmigo –repuso ella-. Sé en qué estás metido… Lo malo es que los alemanes también lo sabrán todo.
-¿Los alemanes? –exclamó Maurice mirándola fríamente.
-Sí… ¿Cuánto tiempo crees que pueda tardar en confesar Lucien? Si no sales esta misma noche, estarás perdido.
-Pero tú misma has oído decir que todas las salidas están bloqueadas.
-Yo iré a ver a Max para que te dé un salvoconducto.
-¡Nadie puede entrar en su despacho! –exclamó Maurice-. Y menos una mujer.
-¡Yo sí puedo –repuso Teresa con firmeza.
Maurice no contestó. En su mente una idea empezaba a tomar fuerza. Le había dicho a Lucien que entre ellos había un traidor y ese bien podía ser Teresa.
Súbitamente giró el volante, desviándose del camino del hotel. Se internó por oscuras callejuelas hasta llegar a una construcción antigua débilmente iluminada.
-¿Dónde estamos? –preguntó la joven sorprendida.
-Pasa –dijo Maurice abriendo el portón-, quiero presentarte a unos amigos.
Bajaron por una escalera escasamente iluminada hasta llegar a una especie de bodega. Allí, en torno a una especie de bodega. Allí, en torno a una mesa había tres hombres: Jaques, que engrasaba su automática, Bobby y Marcel. Atrás en la semioscuridad, estaba Matelot fumando su pipa.


Súbitamente, él hizo girar el volante, desviándose del camino del hotel. Se internó por oscuras callejuelas hasta llegar a una construcción antigua. 

-Amigos, dijo Maurice en son de saludo-, la señorita acaba de hacerme una proposición interesante… Pero antes dime, Matelot, ¿hay alguna posibilidad de salir esta noche?
-El submarino norteamericano saldrá a la superficie entre dos y tres de la madrugada. Tengo el pesquero listo en la playa de Kebir, pero ¿cómo podremos llegar hasta allí?
-Sólo abriéndonos paso a tiros –repuso Maurice-, pero Teresa se ofrece a sellar nuestros pasaportes en la ABWEHR…
Un gesto de sorpresa apareció en todos los rostros. Las miradas llenas de rencor de aquellos hombres se clavaron en ella. Bobby sacó un revólver con intención de usarlo. Maurice se lo impidió.
-¡Guarda eso, idiota! Ella es nuestra última oportunidad…


Una hora más tarde, Teresa se hallaba en el despacho de Max. Al entrar vio salir a Lucien, cuyo rostro estaba desfigurado por los golpes. El muchacho clavó sus ojos en ella. La expresión de su mirada era terriblemente acusadora.
-¡Maldita traidora! –le gritó tratando de zafarse de sus guardias.
Teresa entró rápidamente al despacho de Max.
-No debió haber venido aquí –le dijo Max.
-Tengo que hablarle con urgencia –se disculpó Teresa-. Le iba a hablar por teléfono pero todas las líneas están intervenidas. Quería decirle que los de la resistencia tienen una emisora clandestina en el 37 de la calle Nemours.
Max se levantó de su escritorio.
-Espere –le dijo-. Voy a hablar con Ziegler.
Teresa aprovechó aquellos segundos que se quedó sola. Nerviosamente abrió los cajones del escritorio hasta encontrar un sello y empezó a marcar uno a uno los pases de identidad que llevaba en su bolsa. De pronto escuchó pasos y guardó el sello en su bolsillo.
-Su información es muy valiosa –le dijo Max abriendo la puerta-. Ya dí instrucciones a Ziegler para que se encargue de ellos.
Teresa hacía esfuerzos para disimular su nerviosismo.
-Tengo que irme –dijo-. Esta noche ha sido demasiado agitada para mí.
Cuando regresó a la calle Nemours, Maurice y sus hombres la esperaban con ansiedad.
-¿Tienes los pases? –le preguntó Maurice abrazándola.
-Sí –suspiró agitadamente.
-¿Te han seguido?
-No… no creo.
Maurice empezó a revisar los documentos.
-Y tu pasaporte, ¿dónde está?
-Yo lo tengo. También está sellado.
Teresa se abrazó a él.
-Anda, apresúrate… No hay tiempo que perder. Vete con ellos.
Maurice tomó sus manos entre las suyas y la besó.


Antes de descender por la oscura escalera escasamente iluminada, se detuvieron a mirar hacia abajo, donde se hallaba una especie de bodega. 

-No pierdas el avión de esta noche. Pueden enterarse y Max jamás te lo perdonaría… ¡Te necesito, te quiero a mi lado, Teresa!
Maurice se separó de ella y subió a un auto en marcha donde lo esperaban sus compañeros. Desde la ventanilla le gritó:
-¡Te espero en Gibraltar!


Max no tardó en advertir que un sello había desaparecido de su escritorio. Dedujo de inmediato quién se había apoderado de él y se dirigió a El Dorado. Llegó en el preciso momento en que Teresa terminaba su número. Sin perder tiempo se dirigió a su camerino. La joven le abrió la puerta y lo miró en silencio.
-¿Por qué lo hizo? –le preguntó simplemente Max.
-Porque estoy enamorada de él –repuso Teresa sin vacilar.
-¿Hasta el extremo de sacrificar su vida por salvarlo? –agregó Max. ¿Y él lo sabe?
-No –dijo con voz casi imperceptible.
Max la miró con ternura.
-Daría cualquier cosa porque una mujer fuese capaz de sacrificarse por mí… -Luego se llevó la mano al bolsillo y sacando un pasaporte le dijo-: Ordenando mis papeles encontré su pasaporte, Teresa. Si se da usted prisa, puede todavía alcanzar el avión de Lisboa…


Había llegado el momento en que tenían que despedirse, y ni uno ni otro sabían si alguna vez podrían volver a verse en aquél caos de la guerra. 

Teresa lo miró con infinita gratitud y sin poder contenerse se arrojó a sus brazos.
-Max… Oh, Max…
Los ojos de aquel hombre rudo, al parecer inhumano, se humedecieron. Besó levemente el rostro de Teresa.
-Es el último avión de esta noche… No lo pierda.
Se desprendió de sus brazos suavemente y salió sin volver el rostro. Teresa hizo el intento de ir tras él pero se contuvo. Alguien la esperaba en Gibraltar.

FIN

Teresa: SARA MONTIEL
Maurice: MAURICE RONET
Max: FRANCO FABRIZZI
Lucien: LEO ANCHORIZ
Ziegler: GERARD TICHY
Andrés: TOMAS BLANCO
Pierrot: JOSE GUARDIOLA


Argumento de la coproducción hispano franco italiana BALCAZAR (Barcelona), F.I.C.I.T. (Roma), Intercontinental (París), realizada por PRODUCCIONES CINEMATOGRAFICAS BALCAZAR y presentada en México por ORO FILMS. –Director HENRI DECOIN. –Productor Asociado ENRIQUE HERREROS. –Adaptación para ‘Cine Novelas’ de XAVIER CASTELAZO.



EL RECORTE CLIV 
En 1963, la revista juvenil Serenata Extra, dedicaba su sección 'Los cantantes y el cine' a la que, para entonces, era la nueva película de Sara Montiel: 'Noches de Casablanca'.

LOS CANTANTES
Y EL CINE
NOCHES DE CASABLANCA


Por primera vez, SARA MONTIEL, protagoniza una película de acción y de suspense. En el papel de una aclamada cantante española que actúa en un club nocturno de Casablanca, Sara Montiel se ve envuelta en una intriga de espionaje cuando intenta aclarar la muerte de su prometido en el ‘film’. Franco Fabrizi interpreta el papel de jefe del espionaje alemán y Maurice Ronet el de un comisario de policía que, bajo una apariencia de poco hábil, rutinario y mujeriego, oculta su verdadera personalidad de jefe de la resistencia francesa. Sara Montiel llega a descubrirle pero se ha enamorado de él, le ayuda a escapar y, más tarde, se reúne con él en Gibraltar, gracias a la ayuda del propio jefe del espionaje alemán que, por amor a ella, olvida su deber. En la película, Sara Montiel deleita al público al cantar con su estilo peculiar las melodías: ‘Bésame’, ‘María Dolores’, ‘Acércate más’, ‘Pequeña flor’, y ‘La vida en rosa’ entre otras. Esta superproducción en eastmancolor de la prestigiosa firma BALCAZAR, la distribuye en España FILMAX.





LA FOTO CLIV


La diva, bellísima, en 'Noches de Casablanca', film que cumplía 50 años en 2013. 

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