SARA MONTIEL
EN
BESAME
Casablanca era un nido de espías en 1943. Su
situación geográfica entre Europa y África la convertía en un punto clave para
el movimiento secreto de las potencias en pugna. En Casablanca se daban cita
hombres de diversas razas y los hechos de sangre eran comunes. El inspector
Maurice, jefe de la policía de la ciudad, tenía en su archivo cientos de casos
sin resolver. Y a esos vino a sumarse uno más, cuando descendían los pasajeros
de un barco con pabellón suizo. Esta vez la víctima fue un hombre rubio, que
llevaba bajo el brazo un portafolios. Cuando caminaba apresuradamente por el
muelle, un coche conducido por un hombre llamado Lucien cruzó junto a él a toda
velocidad y por una de las ventanillas una ametralladora vomitó una ráfaga de
balas. El hombre rubio cayó fulminado. Una gran confusión se suscitó en el
muelle, durante la cual un estibador arrebató el portafolios a la víctima.
Corrió luego hacia una lancha y arrojó en ella la cartera. Ahí
la recibió un
tipo vestido de pescador, llamado Matelot. Este metió el portafolio dentro de
un burdo saco y saltando al muelle se dirigió a una casa cercana.
Desde la ventana
de un gran edificio que dominaba el muelle, un hombre joven había seguido todos
los movimientos a través de unos prismáticos. En la misma habitación estaba
Teresa, una joven morena de líneas esbeltas, realzadas por ajustado y elegante
traje.
-¿Qué ha
ocurrido, Andres? –le preguntó la joven.
-Nada. Lo de
siempre… algún sabotaje en el muelle… -contestó él, siguiendo a través de sus
prismáticos al hombre que se había apoderado del portafolio.
Finalmente lo
vio entrar en una vieja casa que quedaba casi frente al edificio. Segundos más
tarde un coche se detenía en la misma casa y de él bajaron dos hombres que
ocultaban bajo sus gabardinas las ametralladoras. Como sombras entraron en
aquella casa, en cuya fachada se leía: COMPAGNIE SUISSE DE NAVEGATION.
-¡Deja de mirar
por los prismáticos y vístete, que ya se me hizo tarde! –le urgió Teresa.
-No puedo
acompañarte ahora –le dijo Andrés-; adelántate y yo te daré alcance en El
Dorado.
Ella se despidió con un beso.
Un estibador arrebató su portafolios a la víctima que acababa de caer y lo arrojó a un tipo vestido de pescador que sin duda lo aguardaba en su lancha. Este hombre metió el portafolios dentro de un saco y saltando al muelle se dirigió a una casa cercana.
En cuanto Teresa
salió, Andrés descolgó el teléfono. Al otro extremo de la línea contestó Max
Von Stauffen, el jefe del Servicio de Contraespionaje alemán. Era un hombre joven
aún, corpulento y de rostro agradable.
-Creía que se
había ido de Casablanca, Andrés… -dijo-. ¿Por qué no me había llamado?
-Es que no tenía
nada que contarle –repuso el joven-. En cambio ahora tengo una historia
interesante… y sobre todo he identificado a ciertos señores a quienes usted
deseaba echar el guante… Sí, sí, aquí lo espero, Max. Hasta pronto.
Al tiempo que
Andrés colgaba el teléfono, la puerta se abría con violencia y tres hombres
vestidos de estibadores se lanzaron sobre él. La lucha fue breve. Cuando los
hombres se retiraron, Andrés yacía sin vida en el piso.
Teresa había
terminado su actuación en El Dorado, que fue celebrada por una ensordecedora
ovación. Preocupada por no haber visto a Andrés en la mesa donde acostumbraba
esperarla, fue a su camerino. Ahí encontró a Max.
-¿Qué hace usted
en mi camerino? –exclamó sorprendida-. ¡Salga de aquí!
Max pareció no
inmutarse ante la actitud hostil de la guapa mujer.
-¿Conoce usted a
un hombre llamado Andrés Khum? –le preguntó calmadamente Max.
-Es amigo mío
–repuso ella-. ¿Por qué me lo pregunta?
-Siento darle la
noticia – repuso él con voz apesadumbrada-. Andrés ha muerto.
Teresa, con el
semblante descompuesto, exclamó.
-¡Usted
miente!... ¡Acabo de estar con él… hace unos minutos…!
-Lo han asesinado
–insistió Max-. Era mi mejor amigo…
Teresa se
estremeció. Quedó inmóvil y después estalló en sollozos. Cuando se recuperó un
poco, levantó la vista y preguntó a Max.
-¿Quién es
usted?
-Alguien dispuesto a vengar su muerte. Y quiero que
usted me ayude…
El traspunte
llegó en esos momentos.
-¡Su número,
señorita! El público está impaciente.
-¡Dígale a Noel
que no saldré! –repuso ella con los ojos enrojecidos.
-Debe usted
salir a cantar –terció Max-. ¡Hágalo! Es necesario. Después la veré.
Y mientras Teresa
cantaba, Max hizo una llamada telefónica. Acto seguido salió del cabaret.
Cuando Teresa se
dirigía nuevamente a su camerino, Maurice, el Inspector de Policía, le cortó el
paso.
-Queda usted
detenida –le dijo.
Teresa se opuso
a acompañarlo, pero dos fornidos policías la sacaron casi a rastras del cabaret
y la hicieron entrar en un automóvil. Poco después llegaban a una casa situada
en las afueras de Casablanca, en la que había un letrero: COMPAÑÍA DANESA DE
IMPORTACION Y EXPORTACION.
Teresa se había resisitido a obedecer las órdenes pero dos policías la sacaron casi a rastras del cabaret y la hicieron entrar en un automóvil. Poco después llegaban a una casa situada en las afueras de Casablanca. Adentro de la casa la esperaba Maurice.
-¿Dónde estamos?
–preguntó ella sobresaltada, cuando era conducida por un oscuro corredor.
-No se preocupe
–dijo Maurice calmadamente-. Pronto lo sabrá. Es una simple formalidad…
En seguida un
guardia tomó del brazo a la joven y la condujo hasta el final del pasadizo.
Luego abrió una pesada puerta que comunicaba a un lóbrego calabozo.
-¡Entre! –le
ordenó el guardia. Y al ver que ella se resistía, la empujó con violencia,
cerrando la puerta tras ella. Teresa golpeó con desesperación el pesado portón
metálico.
-¡Abran! ¡Abran!
–gritaba histéricamente.
Mientras tanto,
Maurice entraba a un lujoso despacho ocupado por Max.
-Mi jefe me
ordenó traerle a la señorita, señor Von Stauffen.
-Gracias por el
servicio, inspector –repuso Max-. Esa mujer es la responsable de la muerte de
uno de nuestros agentes. Y lo tengo que averiguar. Hasta luego, inspector.
Teresa no supo
cuánto tiempo permaneció en aquel oscuro calabozo. Pero al fin oyó que la
puerta se abría y apareció en ella el mismo guardia que la había conducido
hasta ahí.
-Sígame –le dijo
simplemente.
La guió a un
pequeño cuarto elegantemente amueblado, donde la esperaba una mujer que la hizo
pasar. Teresa quedó sorprendida al advertir que sus vestidos estaban
cuidadosamente acomodados entre sus objetos personales.
-Hemos traído
sus pertenencias –le aclaró la matrona-. Arréglese porque la están esperando.
Sin agregar más,
la mujer salió.
Mientras tanto,
Max, en compañía de su ayudante Ziegler, revisaba algunos expedientes.
-Vea esto, señor
Barón –le dijo Ziegler-. El hombre que mataron ayer en el muelle era uno de los
enlaces más importantes de Berlín. Llevaba documentos valiosísimos.
-Los hombres de
la resistencia lo mataron –repuso Max-, pero el servicio secreto no nos había
avisado que venía…
-Berlín está un
tanto indispuesto contra usted, Barón… -repuso Ziegler en tono confidencial-.
La resistencia francesa crece cada día más en Casablanca y Berlín lo sabe. Le
sugiero que forcemos a la policía francesa para que coopere con nosotros. En
pocas semanas acabaríamos con ellos.
-Recuerdo que no
estamos en Berlín –repuso Max-. Estamos en una zona ocupada, en un país que ha
firmado la paz con Alemania…
Y sin agregar
más, Max salió de su despacho y fue a la habitación que ocupaba Teresa.
-¿Usted…?
–exclamó sorprendida la joven al verlo entrar.
Max se inclinó
ceremoniosamente.
-Celebro verla
tan hermosa como siempre.
-Déjese de
cumplidos y sáqueme de aquí… si es que puede.
Max abrió la
puerta y le indicó que lo siguiera. Poco después entraban al despacho de Max.
-¡No estoy
dispuesta a que siga jugando conmigo! –dijo ella indignada-. ¿Qué hace usted?
-Mi nombre es
Max Von Stauffen… Barón de Stauffen. Soy el jefe del Contraespionaje en
Casablanca. El jefe de la ABWEHR…
Teresa empezó a
comprender. Especialmente cuando Max le dijo que Andrés había sido uno de sus
mejores colaboradores.
-Nunca me lo
dijo –repuso ella sorprendida.
-Andrés era un
hombre muy prudente, pero cometió un error y eso le costó la vida… -Enseguida
extendió varías fotografías sobre su escritorio-. Es probable que el asesino de
Andrés esté aquí, sobre esta mesa. Quiero que se fije bien en estas caras y me
diga si alguno de estos rostros le es familiar…
Teresa miró las
fotografías. Su vista se detuvo en una cuyo registro decía: Lucien. Y en los
siguientes renglones, su filiación.
Tanto Teresa
como Max ignoraban que en esos momentos Lucien y Matelot, el pescador que se
había apoderado del portafolio, lo examinaban desparramando sobre una mesa
papeles, fotostáticas y listas, todo en clave.
-No podemos
descifrar nada –repuso Matelot-. Y apuesto a que nuestros nombres figuran en
estas listas.
-¡Pues
quemémoslas! – sugirió Lucien.
-No –repuso
Matelot-, debemos consultarlo con El Lobo. El es el jefe y él debe decidir.
Teresa había
señalado las fotografías de Lucien y Matelot y preguntó a Max si los haría
detener. Este contestó que tenía que estar seguro antes de obrar. Precisamente
para eso la necesitaba. Ocuparía ella el lugar de su novio asesinado, Andrés.
-Dentro de un
par de minutos quedará usted en libertad –le dijo Max-. Maurice, el inspector
francés, vendrá por usted. Recuerde, no venga usted nunca por aquí. Y si alguna
vez nos vemos o nos encontramos, no me hable. Usted debe aparentar que me odia,
¿entendido?
La joven afirmó
con la cabeza.
-Yo me pondré en
contacto con usted –continuó Max-. Procuraré poner en su camino a los hombres
que nos interesan. Usted debe enterarse de sus actividades, de sus propósitos,
de sus amigos; ese será su trabajo por ahora, Teresa. ¡Ah, se alojará en el
Gran Hotel! Hice reservar una suite para usted.
-¿Tan seguro
estaba de que iba a aceptar su proposición? –repuso ella.
-Sabía que es
usted una mujer inteligente y decidida. Y no me he equivocado… Ahora, su
primera representación la hará frente al Inspector Maurice.
En seguida Max
presionó un timbre y se presentó Maurice en compañía del mayor Ziegler.
-Inspector,
puede llevarse a la señorita –ordenó Max-. Ha sido un lamentable error…
Teresa,
fingiendo un terrible desprecio por Max, exclamó:
-¡Cretino! – y
sin agregar más se marchó seguida por Maurice.
-La felicito –le
dijo Maurice cuando salieron-. No todo el mundo se atreve a decirles la verdad
en la cara a estos gorilas.
-Como usted, por
ejemplo –repuso ella sarcásticamente-, que no es más que un lacayo de esa
gentuza.
-Debo aceptar
que hasta cierto punto tiene usted razón –dijo Maurice aceptando el insulto.
-¿Va a regresar
al Dorado? –le preguntó.
-Creo que no. Si
usted pudiera conseguirme un pasaporte para salir de Casablanca, Inspector…
Deseo volver a España.
-Pero Casablanca
espera su reaparición, Teresa. ¡No debe defraudar a sus admiradores!
Al llegar al
cabaret, un obrero cambiaba algunos nombres en la marquesina. Teresa se dispuso
a entrar. Antes de despedirse, Maurice le dijo:
-¿Me permitirá
usted que asista a su reaparición?
-Haga usted lo
que quiera –repuso ella, tratando de ser indiferente.
Entonces Maurice
la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente. Cuando la joven pudo
desprenderse de él, le propinó dos furiosas bofetadas.
-¡Atrevido!
¡Fresco!
-Pero usted me
dijo: haga lo que quiera… -contestó Maurice-. Y yo lo he hecho…
La guapa mujer
lo fulminó con la mirada.
-¡Antipatíco!
–le gritó entrando al cabaret-. Y lo peor es que encima se cree gracioso…
La noche de la
reaparición de Teresa en El Dorado, Maurice ocupaba una mesa cerca de la pista.
Le había enviado a su camerino un ramo de claveles rojos con una tarjeta:
¿PODRIA DEDICARME ‘BESAME MUCHO’? ES MI CANCION FAVORITA. HUMILDEMENTE SUYO,
MAURICE.
En compañía de Maletot y otros dos jóvenes, Lucien trataba de descifrar la clave de los documentos que habían encontrado en el portafolios. 'Este código no sirve', dijo Lucien al cabo de largas horas de estudio.
Maurice, en realidad era el jefe de la resistencia francesa en Casablanca. Al encontrar a sus hombres con los papeles, los tomó y, enterado de que trataban de descifrarlos, los hizo pedazos y reprendió a los hombres.
Teresa estaba empeñada en la labor de conquistar a Maurice, cosa que no le era nada difícil. Cierta mañana paseaban juntos por el mercado cuando Matelot se acercó a decirle que Pierrot se encontraba en peligro.
El primer
impulso de Teresa fue romper la carta, pero se contuvo. Sonrió significativamente
al tiempo que se llevaba un clavel a los labios.
Teresa salió a
cantar pero no lo que Maurice le pedía. Peor aún, se dedicó a flirtear
descaradamente con Lucien, un marinero suizo. Aceptó ir con él a su casa.
Maurice no podía disimular sus celos cuando los vio marcharse.
Cuando Lucien
trataba de ponerse romántico con Teresa, llegó Pierrot a decirle que uno de los
camelleros quería más dinero para no delatarlos acerca del asesinato del hombre
del muelle. Minutos después llegaba el Inspector Maurice.
-¿Estorbo? –le
preguntó a Lucien, sonriendo maliciosamente.
-¡No! ¡Qué
va!... –repuso este conteniendo su ira.
Al entrar,
Maurice descubrió a Teresa sentada en un sofá.
-¡Qué pequeño es
el mundo! –dijo haciéndose el sorprendido- ¿Usted aquí?
-Ya lo ve
–repuso ella sin mirarlo.
-He venido a
salvarla de este astuto pirata… -añadió Maurice.
Teresa, sin
hacer mucho caso a sus palabras, se echó el abrigo sobre los hombros.
-Tengo que irme…
Buenas noches.
-Espere –dijo
Maurice dándole alcance-, tengo el auto en la puerta. Si usted gusta, puedo
llevarla.
Ella accedió.
Durante el camino, Maurice le dijo:
-Dígame, Teresa,
¿qué significa Lucien para usted?
-Pues… es un
joven muy simpático –repuso ella sonriendo-, cordial, educado…
-¿Nada más?
-No sé –contestó
ella encogiéndose de hombros-. No he tenido tiempo de conocerlo mejor.
-Entonces, ¿por
qué acepta que la galantee?
-¿Quiere una
respuesta sincera?
-Sí.
-Nunca pida
sinceridad a una mujer. Sobre todo si puede descubrir sus sentimientos…
Habían llegado
al hotel y Teresa bajó rápidamente.
-Buenas noches,
Maurice –le dijo, sonriéndole con ternura.
Lucien, en
compañía de Matelot y otros dos jóvenes, trataba de descifrar la clave de los
documentos encontrados en el portafolio.
-Este código no
sirve –exclamó Lucien, arrojando sobre el escritorio un pequeño libro forrado
de cuero.
-Me parece que
será inútil seguir tratando de descifrarlos –repuso Matelot.
-Sin embargo,
parecía que estaba a punto de logarlo –aseguró Lucien.
-¡Calla!
–exclamó Matelot-. Alguien viene…
Lucien se acercó
a la ventana y atisbó por una pequeña rendija.
-Es él…
-Musitó-. El Lobo.
Quien llegaba no
era otro que Maurice, el Inspector de policía, que en esos momentos asumía su
personalidad secreta. En realidad él era el jefe de la resistencia francesa y
sus compañeros lo conocían con el sobrenombre de El Lobo.
-¿Se puede saber
lo que están haciendo? –exclamó al ver los documentos extendidos sobre el
escritorio.
-Intentaba
descifrarlos –contestó Lucien.
Maurice empezó a
romper en mis pedazos todos aquellos papeles.
-¡Son ustedes
unos estúpidos! –gritó. ¿No se dan cuenta de que estos documentos pueden volver
a caer en poder de los alemanes? ¿Ya se les olvidó que matamos a un hombre para
impedirlo?... ¡Quémenlos!
Luego,
dirigiéndose a Lucien, lo escrepó:
-¿Por qué has
traído a esa mujer a tu casa teniendo aquí los documentos?
-¡Pero Teresa no
es espía de los alemanes! –repuso en el acto Lucien.
-¿Y si lo fuera?
¡No podemos correr riesgos! Que esto no se vuelva a repetir, Lucien.
En ese momento
Matelot se acercó a informarle que el camellero había ido a pedir más dinero,
amenazando denunciarlos si no se lo daban. También le informó que había ido a
buscarlo el caíd de El Jad Kebir.
-Al camellero
hay que eliminarlo. Estamos en guerra y no hay tiempo para sentimentalismos.
Al día siguiente
Teresa se entrevistó con Max en la trastienda de un salón de belleza. Ella le
informó que había estado en la casa de Lucien.
-Mientras estaba
con él –le dijo- fue un hombre a verlo.
Habló de un camellero indígena al que le habían matado un camello y que le
pedía más dinero por callar.
-Es una valiosa
información –repuso Max-. Hay que actuar con rapidez. Iremos a ver al
camellero. Tendrá el dinero que pide y así nos conducirá hasta los que
buscamos. De ese modo usted quedará al margen de toda sospecha.
Teresa quedó
pensativa, como si empezara a descubrir la gravedad del trabajo que había
aceptado.
-Esto no es para
mí –dijo de pronto-. ¡No sé por qué lo he hecho!
-Ya no puede
dejarnos –atajó Max-. En el espionaje se entra, pero no se sale. Si usted
intenta dejarnos, sería muy fácil eliminarla; bastaría con hacer llegar a oídos
de la resistencia que usted colabora con nosotros y ellos mismos se encargarían
del resto…
-Usted no haría
eso –repuso Teresa acercándose a Max hasta hacerlo sentir su aliento..-.
Conozco muy bien a los hombres…
Max se turbó
visiblemente. Teresa influía sobre él de un modo extraño. Lo hacía perder su
serenidad. Alejándose un poco de ella, continuó.
-Y al inspector
Maurice, ¿también lo vio usted anoche?
-Sí, él también
estuvo en casa de Lucien.
Max meditó un
momento.
-Creo que por
ahora va usted a tener que cambiar de pareja –le dijo-. Hay que tirar el
anzuelo al Inspector…
-¿Pero sospecha
de Maurice?
-A veces
sospecho hasta de mí mismo –repuso Max, despidiéndose de Teresa.
A partir de ese
día, Teresa empleó sus encantos en la labor de atraer a Maurice. No le fue nada
difícil, ya que el Inspector estaba enamorado de ella. Cierto día que paseaban
por el mercado árabe, Matelot se acercó a decirle que Pierrot se encontraba en
peligro, pues habían detenido al camellero árabe. Minutos después Maurice veía
que la policía y varios guardias alemanes perseguían a Pierrot.
-¡Detengan a ese
hombre! –gritaba Ziegler, el oficial alemán- ¡Lo queremos vivo! ¡Que no le
disparen!
Pierrot corría
por entre los puestos del mercado escapando ágilmente de sus perseguidores. De
pronto se vio cercado. En ese momento Maurice soltó a Teresa, y desenfundando
su pistola, disparó sobre el fugitivo. Pierrot cayó sin vida.
Pierrot corrió entre los puestos del mercado. De pronto se vió cercado. Maurice disparó sobre el fugitivo, quien cayó sin vida...
Al llegar el
oficial alemán, tronó furioso:
-¿Por qué ha
disparado, Inspector, por qué? ¡Usted sabía que lo necesitábamos vivo!
-Yo sólo sabía
que era un fugitivo –repuso Maurice fingiendo indiferencia.
-Hablaremos de
esto, Inspector –le dijo Ziegler en tono de amenaza.
Teresa
comprendió entonces que las sospechas de Max no eran infundadas. Maurice
pertenecía a la resistencia francesa.
Maurice acompañó
a Teresa a su hotel. Ahí bebió de un solo trago un vaso de cognac. No podía
ocultar su estado de ánimo.
-Es posible que
me den una medalla por haber matado a un francés –dijo con los puños
contraídos-. ¿Qué te parece mi oficio?
-No te
atormentes, Maurice –repuso Teresa acercándose a él-. Era tu deber… tenías que
hacerlo… Olvídalo ya –prosiguió la joven pasando su mano por el revuelto
cabello de Maurice. El la abrazó y la besó. Ella se entregó a aquellas caricias
sin oponer resistencia.
Poco después
Maurice la acompañaba al cabaret. La entrada estaba rodeada de policías y
guardias alemanes.
-¿Qué pasa?
–preguntó Maurice a uno de los oficiales.
-Buscamos a un
hombre, Inspector. El Inspector se quedó en la barra, al advertir que Max
estaba en el local. Teresa se dirigió a su camerino. Al encender la luz, dos
fuertes brazos la sujetaron impidiéndole hablar. Llena de pánico, pudo ver que
era Lucien. Pensó que había descubierto que ella lo había delatado y su
angustia y su miedo crecieron.
Al fin Lucien la
soltó.
-Me buscan…
perdona que te haya recibido de esta manera, pero temí que gritaras… ¿Vino
Maurice contigo?
-Sí, está en la
sala.
-Sólo él puede
salvarme. Tengo a la policía y a todos los alemanes encima. Ahora que salgas a
cantar, cierras la puerta con llave y se la entregas a Maurice… Ten cuidado.
Que nadie te vea.
Poco después del incidente que había impresionado vivamente a Teresa, Maurice la acompañó al cabaret, que a esas horas estaba rodeado de policías y guardias alemanes. Los parroquianos los observaban al entrar.
Teresa obedeció.
Al salir de su camerino Lucien le besó la mano con agradecimiento. Los ojos de
Teresa se humedecieron. Estaba arrepentida de haber denunciado a aquellos
hombres.
Durante su
actuación, Teresa se acercó a la barra, donde estaba Maurice, y le entregó la
llave. Este se dirigió al camerino.
-¿Qué ha
ocurrido, Lucien? –le preguntó.
-Me han
descubierto –repuso el joven-. Alguien me ha delatado.
Maurice quedó un
momento pensativo. Luego exclamó:
-Entre nosotros
hay un traidor. ¡Tenemos que salir de aquí, pues esto es una ratonera!
Rápidamente iniciaron
la huida por una ventana que estaba al final del pasillo. Pero dos soldados les
cortaron el paso. Instintivamente se volvieron hacia el lado opuesto del
pasillo, pero ahí estaba Max con sus guardias. Lucien simuló luchar contra
Maurice y dándole un golpe lo tendió en el suelo. Casi al mismo tiempo varios
guardias lo sujetaron por los brazos. Lucien intentó llevarse a la boca un
objeto y Max se lo impidió.
-¡Cianuro!
–exclamó Max, mostrándoselo a Maurice, que ya se había incorporado-. Esta vez
sí llegamos a tiempo, Inspector.
Lo felicito
–repuso Maurice- ¿Quienre que me haga cargo de este hombre?
-¡Oh, no se
moleste! –dijo Max con ironía-. Usted tiene que acompañar a la señorita a su
hotel…
Teresa trató de calmar el ánimo exaltado de Maurice, que por otra parte estaba muy deprimido por lo que se había visto forzado a hacer. Ella le dijo que no debía preocuparse, pues sólo había cumplido con su deber.
Max dio órdenes
de llevarse al prisionero. Antes de salir dijo a Maurice:
-Inspector, si
alguna vez desea salir de Casablanca, venga a mi despacho. Los pases ya no son
válidos sin el sello de la ABWEHR y todas las salidas están bloqueadas.
Maurice sonrió
imperturbable.
-Gracias –le
dijo-. Lo tendré en cuenta.
Cuando Maurice y
Teresa se dirigían al hotel, ella le dijo:
-Es preciso que
salgas esta misma noche de Casablanca, Maurice…
-¿Por qué?
–preguntó él extrañado.
-No es necesario
que sigas simulando conmigo –repuso ella-. Sé en qué estás metido… Lo malo es
que los alemanes también lo sabrán todo.
-¿Los alemanes?
–exclamó Maurice mirándola fríamente.
-Sí… ¿Cuánto
tiempo crees que pueda tardar en confesar Lucien? Si no sales esta misma noche,
estarás perdido.
-Pero tú misma
has oído decir que todas las salidas están bloqueadas.
-Yo iré a ver a
Max para que te dé un salvoconducto.
-¡Nadie puede
entrar en su despacho! –exclamó Maurice-. Y menos una mujer.
-¡Yo sí puedo
–repuso Teresa con firmeza.
Maurice no
contestó. En su mente una idea empezaba a tomar fuerza. Le había dicho a Lucien
que entre ellos había un traidor y ese bien podía ser Teresa.
Súbitamente giró
el volante, desviándose del camino del hotel. Se internó por oscuras
callejuelas hasta llegar a una construcción antigua débilmente iluminada.
-¿Dónde estamos?
–preguntó la joven sorprendida.
-Pasa –dijo
Maurice abriendo el portón-, quiero presentarte a unos amigos.
Bajaron por una
escalera escasamente iluminada hasta llegar a una especie de bodega. Allí, en
torno a una especie de bodega. Allí, en torno a una mesa había tres hombres:
Jaques, que engrasaba su automática, Bobby y Marcel. Atrás en la semioscuridad,
estaba Matelot fumando su pipa.
Súbitamente, él hizo girar el volante, desviándose del camino del hotel. Se internó por oscuras callejuelas hasta llegar a una construcción antigua.
-Amigos, dijo
Maurice en son de saludo-, la señorita acaba de hacerme una proposición
interesante… Pero antes dime, Matelot, ¿hay alguna posibilidad de salir esta
noche?
-El submarino
norteamericano saldrá a la superficie entre dos y tres de la madrugada. Tengo
el pesquero listo en la playa de Kebir, pero ¿cómo podremos llegar hasta allí?
-Sólo
abriéndonos paso a tiros –repuso Maurice-, pero Teresa se ofrece a sellar
nuestros pasaportes en la ABWEHR…
Un gesto de
sorpresa apareció en todos los rostros. Las miradas llenas de rencor de
aquellos hombres se clavaron en ella. Bobby sacó un revólver con intención de
usarlo. Maurice se lo impidió.
-¡Guarda eso,
idiota! Ella es nuestra última oportunidad…
Una hora más
tarde, Teresa se hallaba en el despacho de Max. Al entrar vio salir a Lucien,
cuyo rostro estaba desfigurado por los golpes. El muchacho clavó sus ojos en
ella. La expresión de su mirada era terriblemente acusadora.
-¡Maldita
traidora! –le gritó tratando de zafarse de sus guardias.
Teresa entró
rápidamente al despacho de Max.
-No debió haber
venido aquí –le dijo Max.
-Tengo que
hablarle con urgencia –se disculpó Teresa-. Le iba a hablar por teléfono pero
todas las líneas están intervenidas. Quería decirle que los de la resistencia
tienen una emisora clandestina en el 37 de la calle Nemours.
Max se levantó
de su escritorio.
-Espere –le
dijo-. Voy a hablar con Ziegler.
Teresa aprovechó
aquellos segundos que se quedó sola. Nerviosamente abrió los cajones del
escritorio hasta encontrar un sello y empezó a marcar uno a uno los pases de
identidad que llevaba en su bolsa. De pronto escuchó pasos y guardó el sello en
su bolsillo.
-Su información
es muy valiosa –le dijo Max abriendo la puerta-. Ya dí instrucciones a Ziegler
para que se encargue de ellos.
Teresa hacía
esfuerzos para disimular su nerviosismo.
-Tengo que irme
–dijo-. Esta noche ha sido demasiado agitada para mí.
Cuando regresó a
la calle Nemours, Maurice y sus hombres la esperaban con ansiedad.
-¿Tienes los
pases? –le preguntó Maurice abrazándola.
-Sí –suspiró
agitadamente.
-¿Te han
seguido?
-No… no creo.
Maurice empezó a
revisar los documentos.
-Y tu pasaporte,
¿dónde está?
-Yo lo tengo.
También está sellado.
Teresa se abrazó
a él.
-Anda,
apresúrate… No hay tiempo que perder. Vete con ellos.
Maurice tomó sus
manos entre las suyas y la besó.
Antes de descender por la oscura escalera escasamente iluminada, se detuvieron a mirar hacia abajo, donde se hallaba una especie de bodega.
-No pierdas el
avión de esta noche. Pueden enterarse y Max jamás te lo perdonaría… ¡Te
necesito, te quiero a mi lado, Teresa!
Maurice se
separó de ella y subió a un auto en marcha donde lo esperaban sus compañeros.
Desde la ventanilla le gritó:
-¡Te espero en
Gibraltar!
Max no tardó en
advertir que un sello había desaparecido de su escritorio. Dedujo de inmediato
quién se había apoderado de él y se dirigió a El Dorado. Llegó en el preciso
momento en que Teresa terminaba su número. Sin perder tiempo se dirigió a su
camerino. La joven le abrió la puerta y lo miró en silencio.
-¿Por qué lo
hizo? –le preguntó simplemente Max.
-Porque estoy
enamorada de él –repuso Teresa sin vacilar.
-¿Hasta el
extremo de sacrificar su vida por salvarlo? –agregó Max. ¿Y él lo sabe?
-No –dijo con
voz casi imperceptible.
Max la miró con
ternura.
-Daría cualquier
cosa porque una mujer fuese capaz de sacrificarse por mí… -Luego se llevó la
mano al bolsillo y sacando un pasaporte le dijo-: Ordenando mis papeles
encontré su pasaporte, Teresa. Si se da usted prisa, puede todavía alcanzar el
avión de Lisboa…
Había llegado el momento en que tenían que despedirse, y ni uno ni otro sabían si alguna vez podrían volver a verse en aquél caos de la guerra.
Teresa lo miró
con infinita gratitud y sin poder contenerse se arrojó a sus brazos.
-Max… Oh, Max…
Los ojos de
aquel hombre rudo, al parecer inhumano, se humedecieron. Besó levemente el
rostro de Teresa.
-Es el último
avión de esta noche… No lo pierda.
Se desprendió de
sus brazos suavemente y salió sin volver el rostro. Teresa hizo el intento de
ir tras él pero se contuvo. Alguien la esperaba en Gibraltar.
FIN
Teresa: SARA MONTIEL
Maurice: MAURICE RONET
Max: FRANCO FABRIZZI
Lucien: LEO ANCHORIZ
Ziegler: GERARD TICHY
Andrés: TOMAS BLANCO
Pierrot: JOSE GUARDIOLA
Argumento de la coproducción hispano franco italiana
BALCAZAR (Barcelona), F.I.C.I.T. (Roma), Intercontinental (París), realizada
por PRODUCCIONES CINEMATOGRAFICAS BALCAZAR y presentada en México por ORO
FILMS. –Director HENRI DECOIN. –Productor Asociado ENRIQUE HERREROS.
–Adaptación para ‘Cine Novelas’ de XAVIER CASTELAZO.
EL RECORTE CLIV
En 1963, la revista juvenil Serenata Extra, dedicaba su sección 'Los cantantes y el cine' a la que, para entonces, era la nueva película de Sara Montiel: 'Noches de Casablanca'.
En 1963, la revista juvenil Serenata Extra, dedicaba su sección 'Los cantantes y el cine' a la que, para entonces, era la nueva película de Sara Montiel: 'Noches de Casablanca'.
LOS
CANTANTES
Y EL CINE
NOCHES DE CASABLANCA
Por primera vez,
SARA MONTIEL, protagoniza una película de acción y de suspense. En el papel de
una aclamada cantante española que actúa en un club nocturno de Casablanca,
Sara Montiel se ve envuelta en una intriga de espionaje cuando intenta aclarar
la muerte de su prometido en el ‘film’. Franco Fabrizi interpreta el papel de
jefe del espionaje alemán y Maurice Ronet el de un comisario de policía que,
bajo una apariencia de poco hábil, rutinario y mujeriego, oculta su verdadera
personalidad de jefe de la resistencia francesa. Sara Montiel llega a
descubrirle pero se ha enamorado de él, le ayuda a escapar y, más tarde, se
reúne con él en Gibraltar, gracias a la ayuda del propio jefe del espionaje
alemán que, por amor a ella, olvida su deber. En la película, Sara Montiel
deleita al público al cantar con su estilo peculiar las melodías: ‘Bésame’, ‘María
Dolores’, ‘Acércate más’, ‘Pequeña flor’, y ‘La vida en rosa’ entre otras. Esta
superproducción en eastmancolor de la prestigiosa firma BALCAZAR, la distribuye
en España FILMAX.
LA FOTO CLIV
La diva, bellísima, en 'Noches de Casablanca', film que cumplía 50 años en 2013.
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