SARA MONTIEL
LAS RAZONES DEL MITO
Foto: Simón López
Desde el llano
–Campo de Criptana- hasta la cima, pasando por la vega baja oriolana, Sara
Montiel ha sabido mantenerse en la categoría de actriz-“estrella” con la misma
facilidad con que sabe concentrar en su persona el interés de un público a la
espera de ver a la Sara de siempre, aquella de ‘El último cuplé’ y de ‘La
violetera’, la Sarita revelación de un cine español con alifafes de raquitismo
y la Sara de ahora, siempre en la brecha. Ella misma comenta, en las páginas que
siguen, su deseo de dirigir películas ‘cuando se
termine todo este barullo de juventud, de viveza’, porque lo lleva en la
sangre como en el rostro lleva la belleza patente en esta imagen de su última
película, ‘Cinco almohadas para una noche’.
Y sin embargo, a
pesar de sus contestaciones –tan cercanas a la sinceridad-, a pesar de los
miles de entrevistas, de sus espontáneas y explosivas declaraciones entre canto
y canto de sus ‘shows’, de las novelerías que sobre ella se han escrito, de las
películas en que se ha mitificado, Sara aparece hoy rodeada de una nebulosa
bien próxima al misterio. Es posible que María Antonia Abad grite contra la
personalidad de Sara, como también puede serlo que Marian, María Antonia,
Antonia o Antoñita –que de todas estas formas la llaman sus amigos- sea la
señora relajada, desmaquillada y como somnolienta que se sienta de forma que
pueda abarcar con un leve giro de su cabeza el magnetófono y el televisor, de
espaldas a un tocador barroco, vencido de potingues; enfrente de su buena amiga
Perla Cristal, que le hace una visita, y dándole su perfil romo y achatado a
una gran cama de matrimonio. La entrevista se realizó a la salida de un inmenso
catarro ‘A estos catarros tan tremendos los llamo
yo los amantes que no me dejan en paz’-, que mantuvo a la ‘estrella’
encerrada en su piso de la plaza de España madrileña. Un pantalón ceñido, un
jersey de cuello cisne y una rebequina marrón, sin más alhajas que algún anillo
en sus manos gordezuelas y pequeñas, constituyen el envoltorio del contraste: ‘Pues simplemente Sara Montiel, así, como me ve, con un
poquito de catarro, vestida un poco a lo secretaria y nada más. Con la cara
hinchada, los ojos hinchados y las narices rojas’. Algún sobrino querrá
asistir a retazos de conversación, y todo el ambiente, recargado y caluroso,
contribuirá a crear un clima de familia media española. Viéndola así, tan
abrigada, entran unos irresistibles deseos de preguntarle por su cotizado
‘sexy’ y por el destape a la española.
‘Hombre,
yo no soy una persona que da en pantalla la imagen de una mujer fría. Ni en
pantalla ni en la vida real; vamos, creo yo que no soy un palo, y entonces eso
lo recoge el…, el…, esto que es un canalla, el objetivo de la cámara. Hasta
hace poco, hasta ‘Varietés’, no me habían visto las piernas y creía todo el
mundo que las tenía torcidas, y no las enseñaba porque no llegaba la ocasión o
porque el personaje no las tenía que enseñar. Yo creo que lo del destape es absurdo, porque yo estoy
enseñando la espalda en traje de noche, en ‘shorts’ y en bikini desde hace
muchos años, o sea, que… Pero, en general, me parece bien, porque la gente se
había olvidado en España que la mujer tenía ombligo.’
Habla
reposadamente, elevando un poco las cejas, achicando los labios en cada coma,
en cada punto imaginario de las frases. Velada y bronca le sale la risa, como
subterránea. Quintales de candorosa ironía rezuma el tono de su voz.
‘¡Ay,
tragahombres!, qué incómodo, ¿verdad? Con los hombres soy una gheisa. Me
encantan los hombres y me aceptan muchísimo.’
Y momentos habrá
en que, cerrando los ojos, se tenga la impresión de estar ante una niña con la
cartilla perfectamente sabida. Pero, ¡atención!, nadie se precipite a sacar
conclusiones:
-¿Cuántos españoles se han enamorado de usted, Sara?
-Pues, no sé. Así, que me lo dijeran, bastantes. Un día me salieron veinticuatro.
-¿Y cuántos de los otros, de los admiradores?
-Con éstos ocurren cosas muy curiosas. Una vez vino a verme un señor con su esposa. Querían darme las gracias porque a los nueve meses de ver 'El último cuplé' tuvieron una niña y le pusieron de nombre Sara. Fue gracioso, porque yo no sabía que una señora pudiera quedarse embarazada por ver una película, pero así fue la cosa...
(De una entrevista con Sara Montiel)
Cara al público
-La
gente quiere verme en público porque a lo mejor soy más mona que otras
personas. Yo he actuado muchísimo cara al público y me encanta lo personal,
porque es más verdad. No hay cámaras, sino una cortina que se descorre y tienes
que estar ahí delante. Y cuando se descorre la cortina pasa que se arma mucho
follón, porque la gente cree que va a salir una retrasada mental y en lugar de
eso sale una señora muy buena. Como en el cine me han criticado que si me he
hecho operaciones en la cara, que si soy baja, que soy alta, que soy gorda, que
soy delgada, que tengo un ojo más arriba que el otro, en fin…; pues el público
llega al teatro, y se encuentra una señora de carne y hueso, una señora que es
de verdad, que canta sus canciones a su manera y que gusta muchísimo. Entonces
se dan cuenta de que en el cine no hay ningún truco.
Y puede
sorprender que sea el público femenino, precisamente, su más adicto seguidor: ‘Las mujeres no van a verme para buscarme defectos. Yo me
doy cuenta de que les gusto y me admiran, y me lo demuestran con aplausos, con
sonrisas, con palabras muy, muy cariñosas. Me ha pasado sentarme en las
rodillas de un señor, durante una actuación, y decirle su esposa: “Lo que tú
habías soñado toda tu vida”. O besar a otro y exclamar su mujer: “¡Esos besos
no dan celos!”, tan contenta.’
Entre circunspecta
y extrovertida se va a mantener Sara a lo largo de una conversación que se
fragmentó en dos días de la misma semana. En la segunda ocasión Sara se
encontraba en cama, la sábana hasta la barbilla, desmadejada por la lipotimia
de una inyección inoportuna. Su melena extendida sobre la almohada y sus ojos
casi llorosos resaltaban la belleza de Sara, una belleza extraña y fulminante
que entreabrió fugazmente las razones del mito. Ya repuesta explicó algunas
cosas, incluso las ya sabidas. Como, por ejemplo, que nació en Campo de
Criptana:
-Mis
padres eran manchegos; lo era toda la familia de mi padre. Siendo yo muy niña
me llevaron a Orihuela. Bueno, muy niña, era un bebé de cinco meses. Mi padre
había contraído una enfermedad de tipo asmático y los médicos le aconsejaron
que se fuera a la parte de Alicante, por la temperatura. Y allí, en Orihuela,
me crié yo diez años. Mi padre tenía trabajo en casa de los marqueses de Arneva
y tenía también una bodega, donde vendía vino al por mayor. Era un hombre con muchos
amigos, un hombre que a pesar de haber salido del campo resultaba muy
distinguido y sin ser culto tenía un don especial y una inteligencia natural.
Se codeaba con mucha gente importante de Orihuela y yo, pues claro, iba a las
casas de ellos. En el palacio de los marqueses de Arneva me encontraba yo, por
ejemplo, con un cuadro. Yo no sabía entonces lo que era la pintura, pero me
interesaba mucho, porque ya, desde muy niña, me tiraba la cosa del arte. Y me
gustaba la música. La ópera me ha entusiasmado desde que era muy chica, y
recuerdo que estos señores ponían los discos de cantantes célebres. Ya tenía yo
dentro algo parecido a una intuición. Me acuerdo que me impresionó muchísimo
ver una exposición de pintura importante, allí, en Orihuela, y eso que yo era
muy chica y hacía años que había terminado la guerra. Hacia el año 41 o el 42
coleccionaba yo estampitas, pero ¡qué casualidad!, resulta que cuando fui mayor
me enteré de que esas estampitas eran de Casas, del Miró de su primera época,
de Picasso. O sea, que el arte era algo normal en mí, intuitivo de nacimiento.
Cuando tenía yo diez años u once fue cuando lo del concurso en Madrid.
De Cifesa a “Veracruz”
(Sara y la
pintura. En su salón-estudio destaca el gran lienzo de Roca Fúster que podría
titularse: ‘Retrato cíclico de Sara Montiel’, en donde aparece la Sara-niña, la
joven, la mujer. Está encariñada la actriz con su cuadro: ‘Los artistas somos muy raros, muy extraños; por algo
somos artistas. El futuro es siempre hacer algo, crear algo. Claro que la vida
se acaba. Se ve en el cuadro cíclico que me ha hecho este hombre: la niña, la
salida, la luz, el mundo; luego, la mujer que quiere llegar a ser algo, el pavo
real, la mujer mimada en las tablas, los aplausos, los claveles, las rosas; la
mujer delante, la vida pisando fuerte, y después la muerte atrás. Eso es la
eternidad, algo que empieza y se termina’. Tiene muchos cuadros en su
casa de Palma de Mallorca, aunque no los retratos que le hicieron Alfaro
Siqueiros y Rivera. Confiesa Sara que no le importa salir guapa en los cuadros:
‘Es que no soy tan retrasada mental como para que
me importe mucho la belleza física, ni en el hombre ni en la mujer. Nunca ha
sido para mí lo principal. Lo importante es la persona muy humana, comprensiva,
muy cabal; el hombre muy entero, muy sincero, muy noble, con mucha
personalidad, un hombre inteligente… La hermosura física siempre me ha traído
sin cuidado’.) Y sigue:
-Cifesa
convocó un concurso infantil entre todas las provincias de España. Yo vine a
Madrid representando a Alicante. Me llevé el premio en el Retiro. Me acuerdo de
una rival malagueña que era como Marisol, y que si hubiera sido Marisol en
aquella época me habría arrebatado el triunfo. Entonces me pusieron a estudiar
aquí, con una señorita de compañía. Mis padres dieron un permiso notarial y
estuve estudiando declamación en el Conservatorio, con doña Anita Martos; pero
en seguida me puse a trabajar. Empecé en doblaje también. Me interesaba el cine
y el teatro sobre todo. Desde muy chica me hacía yo mis decorados; era muy
mañosa: sé cortar y sé coser. Entonces, a finales del 44, interpreté un pequeño
papel de colegiala en ‘Te quiero para mí’, de Ladislao Vajda, y luego ‘Empezó
en boda’, con Fernando Fernán Gómez. Ya después hice un papelito en ‘Mariona
Rebull’; en el 48, ‘Locura de amor0; en el 50, ‘El capitán Veneno’, y ese mismo
año me fui a América. Hice unas cuantas películas en Méjico, hasta que me vino
chico Méjico. Aunque no soy muy sajona, ni muy partidaria del cine sajón,
procuré trabajar en Estados Unidos. Hice ‘Veracruz’, trabajé en dos películas
más y me vine a España. ‘Veracruz’ fue realmente la película que me abrió las
puertas, porque era un embolado muy fuerte, muy importante, que ninguna artista
española que yo conozca había hecho. Y me pilló además muy desprevenida. Como
no sabía inglés, tenía que aprenderme las frases fonéticamente para darle la
réplica a Gary Cooper, un señor con el que no resultaba nada fácil trabajar, en
el sentido del enorme prestigio que tenía. Fue un escalón muy alto el que yo
subí. Me resultó difícil, pero podemos decir que de ahí partió el ascenso.
He hecho rica a
muchísima gente, empezando por el Estado español y terminando por productores
españoles y extranjeros.
(A pesar del
catarro, de la afonía, es incansable Sara con el cigarrillo. Lo enciende
poniendo los labios así, en forma de corazón, para expeler luego una profunda
bocanada. Cruza un brazo a la altura del estómago y mantiene el cigarrillo
hacia arriba, en una posición invariable, solamente interrumpida cuando lo
dirige al cenicero o a la boca. Entonces parece lógico que se pueda temer por
su voz: ‘¿Qué va a pasar con mi voz? Nada. Nunca he
tenido problemas con ella. No solamente me siento igual, sino que canto mejor
que antes. Eso sí, he tenido una bronconeumonía espantosa, que gracias a Dios
se me ha curado. Lo que no haré más es rodar en invierno, porque en España no
hay estudios adecuados. Se puede rodar una película con un buen ‘anorak’, si
está nevando, pero lo que no se le puede pedir a una señora es que ruede en
traje de noche con cinco o diez grados bajo cero. Es un disparate’. Y
bueno será escuchar la teoría que Sara Montiel tiene de su voz como clave del
éxito: ‘A los quince años cambié la forma de
cantar. En la época aquella se gritaba mucho, y entonces llegué yo cantando muy
normal, una voz muy pequeña, pero sin desentonar, porque he nacido con un oído
increíblemente fino. Es algo con lo que se nace, no una virtud que yo tuviera.
A esto de la voz hay que añadirle un tesón, un creimiento, una seguridad de
llegar a ser algo importante’.)
-Cuando
eres muy joven, muy joven, sientes que todo es pequeño en el mundo. Siempre he
sido muy decidida, soy una persona que aunque aparento ser muy sosegadita he
tenido y tengo una fuerza interior muy grande para mí trabajo. Entonces yo me
creía que en el mundo era facilísimo todo. Yo soñaba y decía: “Dios mío, si yo
hiciera algo importante en el cine”. Quería hacer algo importante que el
público se tuviera que fijar en mí y que yo diera un ‘boom’. Y esto,
efectivamente, lo empecé a desear cuando estaba haciendo ‘Veracruz’, aunque
sabía que era una película que no me iba a importar gran cosa, porque entre los
dos colosos que tenía enfrente, me iba a quedar pequeñita; lógico. Yo quería
verme en un pedestal muy alto, pero a través de películas, de una obra de
teatro o de una comedia musical. Cuando estaba en dificultades, llegó el cuplé.
Reportaje gráfico de Simón López.
(Rehúye Sara la
autobiografía con la misma firmeza que el ‘flash’ de un fotógrafo desconocido.
Con endiablada habilidad entrecruza historias, incluye anécdotas, intercala
apostillas hasta el momento en que la conversación toma por sí sola otros
derroteros, sorteando de esta manera posibles escollos reveladores: ‘He tenido toda mi vida tantos deseos de llegar a ser
alguien en mi carrera, que no me acuerdo mucho de mi niñez. Me acuerdo de cosas
muy agradables y de otras muy desagradables, entonces inconscientemente me digo
de olvidarlas, y las olvido’. Así que sus opiniones se refieren casi
siempre, necesariamente, al presente. Los directores, por ejemplo: ‘Todos son amigos míos, por lo menos todos se matan por
hacer cine conmigo’. Las listas: ‘Yo no
tengo lista negra, porque me suena mucho a los hitlerianos y no me gustan los
hitlerianos, nunca me han gustado. En mi lista blanca está casi todo el mundo,
porque admiro a la gente que trabaja y respeta a los demás’. Las
ganancias: ‘He hecho rica a muchísima gente,
empezando por el Estado español y terminando por los productores españoles y
extranjeros. Para mí es un orgullo servir de algo a mi patria, aunque sólo sea
un granito de arena. ‘El último cuplé’ dio en España más de cien millones de
pesetas y en Méjico más de tres millones de dólares, mientras que a mí me
pagaron 150.000 pesetas y doscientas diarias como dietas de rodaje. Soy
millonaria en amigos, sí’.)
Española y manchega
-Nadie
creía en ‘El último cuplé’. Yo acepté la película y tan pronto la terminé me
marché de nuevo a Estados Unidos, a vivir mi vida, hasta que se estrenó en
Madrid y fue el suceso que todos conocimos. Ahora se está mejor, pero hace
quince años el cine español era muy corto, muy reducido. Gracias al cuplé han
salido después todas las películas al extranjero, sobre todo las mías, porque,
¿quién me iba a decir a mí que sería una mujer famosísima en la U.R.R.S., o en
el Japón, o en toda Sudamérica, o en Canadá? No me lo podía ni sospechar.
Después de aquélla ha habido de todo, películas buenas y menos buenas. ‘La
violetera’ superó en éxito al cuplé. Tengo películas muy malas que me han
dejado un sabor de boca maravilloso, por los recuerdos de gente queridísima que
ya no existe, y películas estupendas que no me han dejado huella. Me acuerdo de
una en especial. Cuando me enviaron el guión no me gustó nada, dije que iba a
ser un fracaso y que no se la saltaba un gitano. Entonces, Cesáreo González
–que en paz descanse el pobrecito, que Dios lo tenga en su gloria- me puso un
pleito, diciendo que si no hacía la película iba a ser mi hundimiento
definitivo. Perdí el pleito, pero la película no dio ni para publicidad.
(‘Me
estoy manteniendo dentro de una línea bastante buena, dentro de como está el
cine hoy en el mundo, porque Sofía Loren –y digo de ella, como podría decir de
Brigitte Bardot o de Liz Taylor- ha tenido sus altos y sus bajos y yo, si se
mira fríamente, estadísticamente, me he mantenido en el plano adecuado’, cuenta Sara,
convencida de su huella, Sara, olvidada de que a sus ojos hay que darle el
brillo justo que conecte con la palabra. Sara en Rusia, armando el bollo; Sara
en Yugoslavia, considerada la mujer más bella del mundo; Sara detenida y
admirada por las gentes en las ciudades de Rumanía: ‘¿Mi
ideología política? Soy española y manchega’. Quienes la acompañaron a
alguno de sus viajes cuentan y no acaban de sus salidas, de sus continuos
esfuerzos de dar ‘la nota española’, no siempre discordante. Escrito quedó
aquel gesto de su boda romana, cuando depositó su ramo de novia en la tumba de
S.M. el Rey Don Alfonso XIII: ‘Recuerdo que fue en
la iglesia de Montserrat. Dejé mi ramo de flores en la tumba de Don Alfonso
XIII sin ningún ánimo de publicidad. Pienso que fue una cosa bonita por mi
parte, y muy romántica también’. Distingue Sara claramente el amor-amor
del amor-enamoramiento. A saber: ‘El amor-amor, yo
creo que para todo el mundo tiene que ser lo más importante en la vida. Y en el
enamoramiento, pues yo imagino que una mujer y un hombre que no vivan
enamorados tienen que estar muy tristes…’. Y entonces se le dice que
sería interesante hacer su historia a través de los hombres que ha amado. Y
contesta Sara, fuera ya del paréntesis):
Sara Montiel con su primer marido, el director Anthony Mann, en 1957.
Tres amores platónicos y un premio Nobel
-Soy
una mujer todavía muy joven y me hace mucha gracia la mentalidad ibérica. Será
que estoy acostumbrada a vivir muchos años en el extranjero y esta psicología
me hace, pues eso, gracia. Puedes tener veinte años y ser maduro y puedes tener
cuarenta o cincuenta y ser un torpón, y ya no tiene arreglo. Entonces la
densidad con que puedes amar a los veinte, a los treinta o a los cuarenta años
es muy relativa, son etapas muy extrañas en el hombre. Me podría preguntar que
si he querido a un hombre cuando tenía los quince, los diecisiete, los veinte
años, y yo, hombre, le digo que platónicamente, me enamoré de Miguel Mihura.
Miguel Mihura para mí era y es un hombre maravilloso, pero mi amor fue
platónico porque yo no sabía lo que era el amor ni nada hasta que no fui mayor
y me di más cuenta. Después conocí a mucha gente importante, porque he viajado
y me he pasado la mayor parte de los años entre los dieciocho y los treinta y
cinco o treinta y seis fuera de España. Que me haya enamorado o no, pues a lo
mejor he dicho: “¡Qué hombre más maravilloso, estoy enamorada de él!”, pero
sabiendo que no podríamos convivir, ¿me explico? De esto sí que he tenido
varias gentes importantes. Hay dos premios Nobel, por ejemplo, que, desde
luego, pues sí, con uno al menos me podría haber casado perfectamente, pero
como me conocía, porque siempre me he conocido desde muy chica y sabía la meta
a la que quería llegar, pues supe que con este hombre sería imposible. Era un
premio Nobel científico, pero no le voy a dar nombres, porque es una vida muy
íntima mía. Si he llegado a los cuarenta años, he tenido la suerte inmensa de
conocer a personas que dentro de su sencillez son muy importantes. Entonces, de
enamoramiento, pues ya le digo: dos o tres platónicos, sobre todo el de Miguel,
que es encantador. Y ya en Méjico tuve ocasión también de conocer a gente
intelectualmente muy fuerte, hombres muchísimo mayores que yo. Hasta ahora,
nunca jamás he tenido un romance con un hombre de mi edad; ni cuando tenía
veinticinco años salía con un hombre de treinta, ni cuando tuve treinta con uno
de treinta y cinco. Y ahora que tengo cuarenta, tampoco él tiene cuarenta, sino
cuarenta y cinco. O sea, han sido hombres, pues, como mi primer marido, que me
llevaba veinticinco o veintiséis años, o como Miguel, que me lleva unos
cuantos, o como este hombre de América, que podría ser más que mi padre. Ahora,
de enamoramiento fijo, pues no soy una mujer así muy facilona, ni tampoco
difícil. Soy una persona normal, muy normal.
En Roma, a la salida de la audiencia pontificia, poco después de su boda con el industrial José Vicente Ramírez Olalla.
Después de la juventud
(Cuando responde
Sara al teléfono le sale la voz más tierna del mundo. Suena el timbre, se pone
alguno de sus sobrinos, se vuelve a ella: ‘Tía,
para ti’, y se levanta Sara, con un poco de esfuerzo por el catarro, y
camina Sara un poco bamboleante por los restos de fiebre, y ya el auricular en
la mano deja salir una voz de película cara, como son todas las de Sara
Montiel: ‘No es que sean caras, sino que están más
cuidadas. También después son superiores las recaudaciones y va una cosa por la
otra. Haces una película que le cuesta cinco millones al productor y se gana
nada más que un millón. Pues hombre, yo creo que para ganar un millón tiene que
haber salido una película muy mediocre. En cambio, con las mías, aunque tengan
un presupuesto muy fuerte, ya en el estreno se ha recuperado, porque, claro, en
seguida se exportan a Rusia, a Rumanía, al Japón, a Estados Unidos, a
Argentina, a Chile, a todos los países del mundo, en realidad, hasta la India.
O sea, que es productivo.’ Y a toro pasado se puede encontrar uno con
recortes que hablan de la ‘espantá’ de público en algún sitio, o de poca
taquilla en alguna última película, y se le puede preguntar a Sara que después
qué. Y ella, que es directora de cine):
-Lo
que pasa es que yo llevo un atraso muy grande para ser directora de cine. Soy
una mujer que de pequeña no ha tenido medios ni oportunidad de estudiar.
Entonces lo que sé de la vida procede de lo que he vivido, de lo que he podido
captar y sorber. Ahora me veo preparada para ser directora. Técnicamente no es
que me las sepa todas, porque nadie sabe nada, pero sí estoy preparada. Estuve
siete años casada con Anthony Mann y con él hice de ‘script’, de montadora, de
dobladora, me he leído los guiones, o sea, que de eso puede ser que esté
bastante enterada. Algún día dirigiré una película musical y lo haré muy bien,
pero será más adelante, cuando se termine todo este barullo de juventud, de
viveza. Entonces, cuando yo sea más mayor, que vea que la vida se va para otro
lado, entonces quizá dirija cine, porque es algo que lo llevo en la sangre.
Manuel María MESEGUER
EL RECORTE CLIX
Es el verano de 1973. Sara, entre poses y modelos ibicencos, disfruta de su nuevo amor y prepara el que se convertiría en su último film: "Cinco almohadas para una noche". Así lo contaba Gaceta Ilustrada en su número del 29 de Julio de aquél año.
SARA,
AHORA
Se fue
a las Baleares, se vistió de ibicenca y, a la hora de las fotos, olvidó el
traje y puso la pierna en primer plano. Posa, Sara. Melena alborotada, postura
incómoda: es poco tiempo, clic, rápidamente otro escenario. Musa inspiradora de
bellos pensamientos en medio mundo, Sara Montiel descansa ahora en Mallorca,
después de actuaciones en directo en salas carísimas, primero, y salas
asequibles más tarde. Cálida voz, cálida figura conocidísima que se resiste
fácilmente a ser “camp”. Puede permitirse ese lujo, entre otros. Los papeles
señalan que sus cuplés continúan como número fuerte de sus “shows”, y que “La
violetera” provoca aún suspiros arrebatados entre la clase moderadamente
acomodada del país, preferiblemente entre caballeros que rasparon la guerra y
gastan bigote.
No sólo eso.
Sara prepara próxima película. “Cinco
almohadas para una sola noche” es el sugeridor título del filme que Sara
comenzará en otoño. Pueden ser muchas almohadas o pocas, eso depende. Los
informes escasamente confidenciales indican que la actriz y cantante logrará
pronto estabilizar su situación legal relacionada con el pasado matrimonio, y
sugieren que en Mallorca tiene Sara algo más que un chalé en construcción:
acaso un hombre, dicen. Mientras buscan director y cinco galanes para la
próxima película, Sara ha grabado un disco grande donde recoge incluso
canciones de Facundo Cabral. Al tiempo, Sara, ahora, posa. No emplea el sistema
de boca entreabierta común a otras actrices, sino que esboza pequeñas sonrisas,
cruza las piernas y deja que el público haga todo lo demás. Las fotos, según
explicaban al dorso, se llamaban: “Sara Montiel, vestida de ibicenca”.
Fotos: F. GOMEZ
LA FOTO CLIX
"Pobrecita yo, que pena me doy...."
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