SARA MONTIEL
prepara el hogar de
MARIA ANTONIA ABAD
Sarita en la terraza, contemplando la amplia panorámica.
Cuando Sara
Montiel se llamaba nada más que María Antonia Abad y tenía siete años, una
gitana morena y despeinada del Sacromonte le tomó una mano entre las suyas y,
mirándole a sus ojos de uva, le dijo:
-Yo
te juro que serás una mujer importante y te digo que por donde pases dejarás
una huella grande. Yo te auguro un porvenir como no lo has soñado jamás, y te
quiero predecir, muchacha de ojos verdes, que serás una de las mujeres más
admiradas de España…
Eso dijo la
gitana. De entonces acá, mucho ha llovido sobre la vida de María Antonia Abad;
pero el caso es que aún, en el fondo de sus ojos hermosos, se puede ver el
perfil de la gitanilla con el mantoncito y los collares de conchas marinas.
Muchos años han pasado desde aquella tarde del Sacromonte; Sara no ha olvidado
la brujería: la lleva dentro, sobre la misma piel del corazón, porque sabe que
‘aquello’ se ha hecho una realidad palpitante.
Hoy, aquella
niña María Antonia Abad es millonaria, tiene casas, acciones y cuentas
corrientes. Su nombre figura en las listas de los mayores y mejores
contribuyentes y su fortuna personal, según nuestras informaciones, sobrepasa
los treinta millones de pesetas. Trece abrigos de piel se alinean en su armario
y en sus joyeros hay millones de pesetas en esmeraldas, brillantes, platino
viejo y rubíes. Cualquiera de las diademas de Sarita Montiel vale una fortuna.
El mismo brillante que relampaguea en su mano de modistilla, se puede cambiar
por una casa de cuatro pisos. Sus trajes de Balenciaga, de Dior, de Pedro
Rodríguez, sobrepasan los límites normales. Sus películas le llenan las mañanas
de cartas que contestar –Sara ha de responder unas novecientas misivas
semanales- y las tardes de fotografías que firmar personalmente. Sus discos han
llevado muchos dólares a su cuenta corriente y no hay hombre español que no
haya suspirado profundamente al verla cantar ‘Nena’. Se da el caso peregrino de
que un muchacho valenciano ha visto ‘El último cuplé’ diecisiete veces, y se
sabe de buena tinta que más de un estudiante ha llorado en la soledad de su
cuarto pueblerino recordando la sonrisa siempre triste y luminosa de Sara.
También se sabe, por ejemplo, que Indalecio Prieto vio ‘El último cuplé’, en
Méjico diecisiete tardes consecutivas, sólo por ‘oírla’, porque no veía bien.
Sara Montiel en su hogar, en el hermoso piso que posee ante el Palacio Real de Madrid. Aquí, posiblemente, será donde residirá la 'estrella' española con su futuro marido, el joven bilbaíno José Vicente Ramírez Olalla.
Encuadrado su rostro famoso entre los rascacielos del Edificio España y la Torre de Madrid.
Entre Sara
Montiel y María Antonia Abad hay un abismo tremendo, ancho y profundo, que la
mujer salta siempre que quiere limpiamente, apenas recogiéndose un poco las
faldas. La ‘estrella’ es una mujer impresionante, de bonita fachada exterior,
que guarda en el armario de su corazón las más fundamentales y primitivas
virtudes de la mujer española. En Sara gusta lo que tiene dentro, porque guarda
en su interior el hueso dulce de su vida particular. Una de estas tardes Sara
ha causado sensación en la casa del Gran Duque Vladimiro, en su palacete de
Puerta de Hierro, en Madrid, y he aquí que ahora se está haciendo su comida en
la cocina –una tortilla de patatas- como cualquier muchacha de veinticinco
años.
Sara tiene treinta
primaveras, como reza su pasaporte. Otro dato es que no le gusta el perfume de
las ‘estrellas’, sino el de corteza de limón. Escribe rápido y con gracia;
habla inglés correctamente; lee buenos libros y prefiere la cocina española. Es
una ‘vedette’ mundial, pero bajo su piel se esconde el perfil de mujer guapa de
La Mancha. En ocasiones, en su carcajada desbordada, casi infantil, de cría
sorprendida que grita, hay un asomo de su niñez, de sus años de muñecas; aunque
Sara no tuvo nunca muñecas en Campo de Criptana. Infancia triste y sobría bajo
el alto sol de La Mancha, a la vera de los molinos quijotescos: un pan en la
mesa, un jarro de vino, un aguafuerte de Benjamín Palencia en la ventana…
Lo bueno, lo
realmente sorprendente de Sara, es su triunfo y su voluntad. Voluntad de acero
y corazón de niña. Ahora Sarita está enamorada, y se le nota. Se le ve a la
legua. Su vida entera la llena ese hombre joven, ‘Chente’, abogado y licenciado
en Ciencias Económicas, que le ha vuelto a enseñar a sonreír. Sarita está ahora
como una colegiala loca por un cadete de húsares. Vive su novela de amor de
forma saltarina y sincera.
Ahora se nos va
a Brasil, donde estará tres meses rodando los exteriores de su película
‘Samba’. Luego, a su vuelta, quizá se case en alguna iglesia romántica del
norte español.
Una mujer
sencilla
Sara no
colecciona nada. No es caprichosa. Pero en ella no hay términos medios. La
balanza de su vida va hacia la soledad como hacia el mundo. Gusta del silencio
y del aplauso. Cuando camina lo hace de forma segura, rápida y elegante, con la
suave andadura de una modelo de Dior. No fuma. No bebe, aunque a veces gusta de
sentarse ante una botella de champaña, en la penumbra de algún restaurante
elegante, siempre que sean las doce de la noche y ‘junto
a él’, según sus propias palabras.
La rodean en su
casa madrileña de la calle de San Bernardo su madre, una mujer sencilla y
callada, su sobrina con gafas –pizpireta y graciosa-, una secretaria –ayuda de
especial confianza- y nadie más. Por las mañanas acude al piso el secretario,
que le ayuda a ordenar la correspondencia y, a veces, el figurinista Anguiano,
que pone en el papel las ideas personales de Sara. Mientras solventa estas
diligencias, Sara tararea la música de sus canciones y, a ratos, las toca en el
piano del salón, cuando recibe la visita de los maestros Segura o Solano, sus
ángeles musicales.
Es romántica;
más triste que alegre, aunque a veces su carcajada rompa el dique de su
auténtica forma de ser. Gusta de las esmeraldas, de las frías piedras montadas
sobre la plata vieja. De buena tinta se dice que estuvo a punto de ser novicia,
que en las noches de invierno suele hacer alguna visita al hospital de los
pobres, a los enfermos solitarios, y que ha visto la ‘Bella Lola’ después de
hacer cola durante veinte minutos en un cine de barrio, junto con otra
película, a tres pesetas la butaca.
En ocasiones
sale de su torre de marfil, de su marco de oro, y pasea bajo los árboles
amarillos del Retiro. No tiene perros ni gatos y sí una impresionante colección
de discos. La cercan, la agobian los trofeos, las medallas, las placas, las
copas y los diplomas de plata y oro. Tiene dos fotos en su salón; una del
Presidente de Chile, y otra de ella misma vestida de monja, en marco de plata:
su papel en la película ‘Pecado de amor’. Además dos ángeles de madera con
tulipa; un ramo de claveles; un paisaje de Madrid en otoño, firmado por Eduardo
de Vicente, y otro del Madrid moderno, de Delafuente, con el Manzanares por
medio. Y pájaros disecados en un fanal; y un piano caja de música; y una
tortuga –ceninero-, y jarrones de porcelana, y cristales de Murano, y luces
indirectas.
María Antonia Abad -'Sara Montiel'- con su madre. La 'estrella' española nunca olvidó a su familia; menos ahora, en los días de triunfo y felicidad.
A Sara le gusta
la música clásica. Bethoven sobre todo. Además aquello que lleve el sello de lo
popular. No le gusta el ‘twist’, pero sí el vals.
Tiene en su casa
un bargueño con sobredorados que debe valer un potosí.
Jamás se pinta
las uñas.
Es algo
supersticiosa. Nació con siete kilos y de pie, y de pie ha seguido por la vida,
aunque con muchos ratos amargos y un millón de lágrimas derramadas.
No es mala
conductora de automóvil; le gustan en los vestidos los colores blanco y negro y
en su otro piso de la Plaza de España, de Madrid, que da a la doble vertiente
del Palacio de Oriente y los rascacielos, acaricia de vez en cuando la espalda
de un diván morado que tiene el empaque de asiento de novela de Stendhal.
A Sara, que
pinta en sus ratos libres cosas deliciosas –aunque estos días tenga el
caballete en el cuarto trastero-, le gusta Goya sobre todos los pintores,
además de el Greco y Velázquez.
-¿Te gustaría
ser la Dulcinea?
-Como
la imaginaba Don Quijote, sí.
Hay una noche en
su vida especialmente triste: ‘Aquella en que,
estando en un sanatorio, me enteré de que me habían dado el segundo premio de
interpretación… ¡De esto hace ya algunos años!...’.
Un nuevo hogar significa problemas de elección de muebles, de cortinas, de cuadros... Aquí, Sara Montiel preocupada ante las paredes en blanco de su piso.
Ahora, sobre su
mesita de noche, junto a los discos, tiene un libro actual: “Dios y los hijos”,
del padre Urteaga. Le rodean en su cuarto de dormir –una cama pequeñita- sobre
una moqueta gris, unos cuadros pintados por ella misma: de color y luz
inocente.
Dos veces ha
llorado oyendo cantar a dos personas distintas: Judy Garland y Mario Lanza.
En ocasiones ha
visto las orejas a la muerte: aquel accidente de coche y cuando recibió la
terrible quemadura de su niñez.
-Yo,
sobre todas las cosas, soy una mujer que amo a la gente, que amo a todo el
mundo, que amo a los míos, a los que me rodean…
Impresionante
Sara. Pequeño pajarito en ocasiones, pajarito cantor y, a veces, águila potente
y real entre las águilas. Mujer sorprendente y sorprendida al mismo tiempo.
Inteligente y llana. ‘A veces siento envidia…,
envidia de la felicidad de otros…, porque quiero encontrar mi tranquilidad como
mujer…’.
Rodeada de doncellas y secretarios.
Sara define el
amor
No hay en Sara
nada de cursi, ni de afectado. Ella es cómo es. ‘Me
gusta la flor, la flor así, aunque no tenga aroma’. Se mira mucho en el
espejo de Isadora Duncan, que nació también de pie, como ella.
-Isadora
Duncan tenía las mismas medidas que yo, había nacido en el mismo mes que yo, y
también le leyeron las rayas de la mano como a mí…
Sara es
supersticiosa de los números, del color, del momento y del olor…
-Cuando
vuelvo de un estreno, cuando regreso de una fiesta grande y brillante, no me
encuentro hasta la mañana siguiente; hasta que no clavo los pies en el suelo
tengo la sensación de que floto…
Le gustan los
días de lluvia, que le meten una tristeza gris en el cuerpo.
Le llueve
también a Sara sobre el alma.
-¿Qué es el
amor, Sara?
Otra vez mira
despacio con los faroles chinos de sus ojos.
-El
amor… ya se ha dicho lo que es. El amor es una cosa maravillosa. Y yo soy
también millonaria de amor…
Cuando se mira
al espejo, Sara se encuentra de muy diversas formas. Hay días que se ve guapa,
otros menos guapa… ¿Y ahora?... Junta las manos fuertemente; rebrillan sus
brillantes:
-Ahora…,
ahora, de un año a esta parte estoy más niña que nunca.
A Sara le gusta
la noche. A María Antonia Abad, el día. Un despertador que tiene música la
llama muy tempranito. Tarda poco en dormirse y menos aún en levantarse.
-Soy
celosa, si es que dejan de quererme.
-Me
enfado con frecuencia, y me contento en
seguida.
-Soy
incapaz de guardarle rencor a nadie.
-Soy
muy dócil, pero reconozco que no soy una persona normal.
-Creo
que hay diferencia entre Sara Montiel y Antonia Abad, pero las dos se soportan
como pueden.
-No
sería capaz de dejar jamás el cine. Es como la persona que nace con los ojos
negros: tendrá que morir con los ojos negros. Esta es mi vida y a ella me debo.
No es cosa que yo pueda arreglar fácilmente.
La 'estrella' en su vestuario.
Algún día Sara
escribirá sus memorias. Y de todo habrá en ellas. Ahora está en su capítulo de
amor; porque Sara ha encontrado el amor. Sara está enamorada. Y, por primera
vez en su vida, Sara Montiel y María Antonia Abad se han puesto de acuerdo. Las
dos, se han dado la mano y han sonreído…
-Ahora
no quiero escribir en mi diario las cosas que siempre he escrito desde que era
niña. Ahora quiero vivir, solamente vivir, nada más que vivir, con más
felicidad que nunca en mi vida tuve.
Desde el fondo
de sus ojos, como en el plano final de una de sus veinticinco películas, sube
una luz nueva. Una estrella distinta, un perfil nuevo para Sara. La ‘estrella’
ha abierto las puertas de su corazón de par en par para que surja la chica de
La Mancha, sencilla, bordadora, llorona, entusiasta…
T. M.
EL RECORTE CLXIV
La década de los '60 para Sara Montiel es la de mayor proyección como súper estrella. Además del continuo rodaje de películas, su boda con José Vicente Ramírez Olalla trajo consigo casa, vestuario.... y un sin fin de reportajes, seguramente los más glamourosos protagonizados por la actriz. El siguiente es en una tienda de Barcelona e ilustraba la revista Lecturas en su número de 19 de Febrero de 1965.
Después de una larga estancia en Hollywood, donde Sara Montiel rodó varias películas, una de ellas titulada 'Veracruz' junto al fallecido Gary Cooper, regresó a España donde interpretó el film que valoraría sus cualidades artísticas: 'El último cuplé', con Armando Calvo, Enrique Vera y Alfredo Mayo.
Sara Montiel,
durante su breve estancia en Barcelona, encontró un pequeño espacio de tiempo
libre y se dedicó a ir de compras.
Nuestra
conversación se inicia:
-¡Debe ser
agradable el sentirse continuamente reconocida y admirada, comprobar que se
posee tan gran popularidad!
-Desde
luego. Yo siento un gran cariño hacia mi público y, cómo no, me encanta que la
gente me conozca y se alegre al verme de cerca. Sólo hay una cosa que lamento,
que cuando la multitud es excesivamente grande y se producen aglomeraciones y
empujones, alguien puede ser lastimado. Conste que no lo digo por mí, sino por
quien puede ser lastimado. Precisamente en el estreno de mi película ‘Samba’
una persona resultó con dos costillas rotas. Esto es francamente lamentable.
La Guardia Urbana de Barcelona siente especial predilección y cariño hacia Sarita Montiel y ella corresponde encantada. En esta fotografía, la actriz se deja fotografiar, junto a un urbano. Sara Montiel hizo su primera aparición en el film que llevaba por título 'Mariona Rebull', con José Mª. Seoane y Tomás Blanco.
Pero ahora,
durante nuestro paseo, todo es perfectamente normal. Cuando penetramos en la
primera tienda la escena es casi igual a las de la calle. Rostros que se
vuelven, sonrisas y comentarios en los que se evidencia que tanto las
vendedoras como los clientes han reconocido a Sara Montiel.
Las prendas
femeninas son el primer objetivo de Sarita Montiel, en esta tarde compras.
-Vamos
a ver aquellos sombreros.
Y Sarita se
dirige hacia donde están expuestos unos gorros de punto de última moda. Coge
uno de ellos, blanco, y se lo prueba. Con gracia y coquetería, se contempla
frente al espejo, mientras ensaya diversas formas de lucirlo. En su rostro se
nota la complacencia.
-La
verdad es que dentro de muy pocos días volveré a Barcelona. Empiezo el rodaje
de una película aquí, se titulará ‘La dama de Beirut’.
Sarita Montiel, la actriz más popular de nuestro cine, en unos populares almacenes de Barcelona, donde aprovechando su estancia en la Ciudad Condal, adquirió algunas prendas. El verdadero nombre de Sarita Montiel es María Antonia Abad Fernández y nació en el pueblo de Campo de Criptana.
Junto a una despendienta, Sara Montiel, se prueba unos zapatos. Sería esta misma dependienta, quien le preguntaría a la actriz si esperaba algún hijo. Sara, contestó: "Por ahora, no; pero, ojalá Dios la escuche y me conceda pronto uno".
Sarita Montiel
es una gran enamorada de Barcelona y mientras conversamos recuerda su presencia
hace ya algunos años, en la Cabalgata de las Fiestas de la Merced, en la que
recibió un claro testimonio de que la admiración que ella siente por Barcelona
es recíproca de todos los barceloneses hacia ella.
Mientras Sara
contempla unas corbatas, la encargada del establecimiento, que la atiende
personalmente, llevada por una curiosidad muy periodística, nos ahorra a
nosotros efectuar la misma pregunta, interroga a Sarita:
-¿No esperan aún
ningún niño?
-No,
por ahora no. Pero créame que lo estoy deseando. Ojalá Dios nos escuche y
podamos tener uno pronto.
La respuesta ha
salido espontánea, sentida. Es lógico. Para ella, que ha conseguido escalar los
más difíciles peldaños en su carrera artística, que ha conseguido la felicidad
de su vida íntima, un niño sería la culminación de todas sus ilusiones.
Cuando de nuevo
camino del hotel, salimos de la última tienda, el diálogo entrecortado que
hemos sostenido, vuelve a reanudarse.
-Sabemos ya que
tiene en perspectiva el rodaje de ‘La dama de Beirut’, ¿qué otros proyectos
vienen tras éste?
-Más
películas. No puedo hablar aún de ninguna en concreto. Tengo ya algunas
firmadas y pienso seguir trabajando aún durante mucho tiempo.
-De entre las
películas que tiene en perspectiva, ¿hay alguna en la que no cante?
-No.
La razón es muy sencilla. El público quiere oírme cantar y por ello, poco o
mucho, yo canto en todas mis películas. Esto no significa que no me gustara
realizar alguna película sin canciones. Pero, en esto como en todo, creo que es
el público quien manda. Y yo me debo, por encima de todo, a él.
La gracia para posar ante el fotógrafo de Sarita Montiel queda reflejada en esta instantánea, que recoge toda la belleza de nuestra primera actriz cinematográfica. Sara Montiel contrajo matrimonio con José Vicente Ramírez Olalla, en la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat de Roma, el 2 de mayo de 1964.
Las razones de
Sarita Montiel son claras y totalmente lógicas. Al fin y al cabo el éxito de la
película que le dio la gran fama que todavía sigue en pie, ‘El último cuplé’,
se debió sin duda a las canciones.
Hemos llegado ya
al hotel. Nuestra conversación y la tarde de compras de Sarita Montiel han
llegado a su fin. Es el momento de las despedidas, una despedida que es
realmente un ¡hasta pronto!, pues, seguramente cuando estas líneas sean
publicadas Sarita Montiel estará ya de nuevo en Barcelona.
E. P.
LA FOTO CLXIV
Sara Montiel, espectacularmente bella, el día de su enlace con José Vicente Rámirez Olalla. Fotografía de la Agencia EFE.
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