sábado, 31 de mayo de 2014

GACETA ILUSTRADA - 2 de Noviembre de 1963 - España


SARA MONTIEL
prepara el hogar de
MARIA ANTONIA ABAD

Sarita en la terraza, contemplando la amplia panorámica. 

Cuando Sara Montiel se llamaba nada más que María Antonia Abad y tenía siete años, una gitana morena y despeinada del Sacromonte le tomó una mano entre las suyas y, mirándole a sus ojos de uva, le dijo:
-Yo te juro que serás una mujer importante y te digo que por donde pases dejarás una huella grande. Yo te auguro un porvenir como no lo has soñado jamás, y te quiero predecir, muchacha de ojos verdes, que serás una de las mujeres más admiradas de España…
Eso dijo la gitana. De entonces acá, mucho ha llovido sobre la vida de María Antonia Abad; pero el caso es que aún, en el fondo de sus ojos hermosos, se puede ver el perfil de la gitanilla con el mantoncito y los collares de conchas marinas. Muchos años han pasado desde aquella tarde del Sacromonte; Sara no ha olvidado la brujería: la lleva dentro, sobre la misma piel del corazón, porque sabe que ‘aquello’ se ha hecho una realidad palpitante.
Hoy, aquella niña María Antonia Abad es millonaria, tiene casas, acciones y cuentas corrientes. Su nombre figura en las listas de los mayores y mejores contribuyentes y su fortuna personal, según nuestras informaciones, sobrepasa los treinta millones de pesetas. Trece abrigos de piel se alinean en su armario y en sus joyeros hay millones de pesetas en esmeraldas, brillantes, platino viejo y rubíes. Cualquiera de las diademas de Sarita Montiel vale una fortuna. El mismo brillante que relampaguea en su mano de modistilla, se puede cambiar por una casa de cuatro pisos. Sus trajes de Balenciaga, de Dior, de Pedro Rodríguez, sobrepasan los límites normales. Sus películas le llenan las mañanas de cartas que contestar –Sara ha de responder unas novecientas misivas semanales- y las tardes de fotografías que firmar personalmente. Sus discos han llevado muchos dólares a su cuenta corriente y no hay hombre español que no haya suspirado profundamente al verla cantar ‘Nena’. Se da el caso peregrino de que un muchacho valenciano ha visto ‘El último cuplé’ diecisiete veces, y se sabe de buena tinta que más de un estudiante ha llorado en la soledad de su cuarto pueblerino recordando la sonrisa siempre triste y luminosa de Sara. También se sabe, por ejemplo, que Indalecio Prieto vio ‘El último cuplé’, en Méjico diecisiete tardes consecutivas, sólo por ‘oírla’, porque no veía bien.


Sara Montiel en su hogar, en el hermoso piso que posee ante el Palacio Real de Madrid. Aquí, posiblemente, será donde residirá la 'estrella' española con su futuro marido, el joven bilbaíno José Vicente Ramírez Olalla. 


Encuadrado su rostro famoso entre los rascacielos del Edificio España y la Torre de Madrid. 

Entre Sara Montiel y María Antonia Abad hay un abismo tremendo, ancho y profundo, que la mujer salta siempre que quiere limpiamente, apenas recogiéndose un poco las faldas. La ‘estrella’ es una mujer impresionante, de bonita fachada exterior, que guarda en el armario de su corazón las más fundamentales y primitivas virtudes de la mujer española. En Sara gusta lo que tiene dentro, porque guarda en su interior el hueso dulce de su vida particular. Una de estas tardes Sara ha causado sensación en la casa del Gran Duque Vladimiro, en su palacete de Puerta de Hierro, en Madrid, y he aquí que ahora se está haciendo su comida en la cocina –una tortilla de patatas- como cualquier muchacha de veinticinco años.
Sara tiene treinta primaveras, como reza su pasaporte. Otro dato es que no le gusta el perfume de las ‘estrellas’, sino el de corteza de limón. Escribe rápido y con gracia; habla inglés correctamente; lee buenos libros y prefiere la cocina española. Es una ‘vedette’ mundial, pero bajo su piel se esconde el perfil de mujer guapa de La Mancha. En ocasiones, en su carcajada desbordada, casi infantil, de cría sorprendida que grita, hay un asomo de su niñez, de sus años de muñecas; aunque Sara no tuvo nunca muñecas en Campo de Criptana. Infancia triste y sobría bajo el alto sol de La Mancha, a la vera de los molinos quijotescos: un pan en la mesa, un jarro de vino, un aguafuerte de Benjamín Palencia en la ventana…
Lo bueno, lo realmente sorprendente de Sara, es su triunfo y su voluntad. Voluntad de acero y corazón de niña. Ahora Sarita está enamorada, y se le nota. Se le ve a la legua. Su vida entera la llena ese hombre joven, ‘Chente’, abogado y licenciado en Ciencias Económicas, que le ha vuelto a enseñar a sonreír. Sarita está ahora como una colegiala loca por un cadete de húsares. Vive su novela de amor de forma saltarina y sincera.
Ahora se nos va a Brasil, donde estará tres meses rodando los exteriores de su película ‘Samba’. Luego, a su vuelta, quizá se case en alguna iglesia romántica del norte español.

Una mujer sencilla
Sara no colecciona nada. No es caprichosa. Pero en ella no hay términos medios. La balanza de su vida va hacia la soledad como hacia el mundo. Gusta del silencio y del aplauso. Cuando camina lo hace de forma segura, rápida y elegante, con la suave andadura de una modelo de Dior. No fuma. No bebe, aunque a veces gusta de sentarse ante una botella de champaña, en la penumbra de algún restaurante elegante, siempre que sean las doce de la noche y ‘junto a él’, según sus propias palabras.
La rodean en su casa madrileña de la calle de San Bernardo su madre, una mujer sencilla y callada, su sobrina con gafas –pizpireta y graciosa-, una secretaria –ayuda de especial confianza- y nadie más. Por las mañanas acude al piso el secretario, que le ayuda a ordenar la correspondencia y, a veces, el figurinista Anguiano, que pone en el papel las ideas personales de Sara. Mientras solventa estas diligencias, Sara tararea la música de sus canciones y, a ratos, las toca en el piano del salón, cuando recibe la visita de los maestros Segura o Solano, sus ángeles musicales.
Es romántica; más triste que alegre, aunque a veces su carcajada rompa el dique de su auténtica forma de ser. Gusta de las esmeraldas, de las frías piedras montadas sobre la plata vieja. De buena tinta se dice que estuvo a punto de ser novicia, que en las noches de invierno suele hacer alguna visita al hospital de los pobres, a los enfermos solitarios, y que ha visto la ‘Bella Lola’ después de hacer cola durante veinte minutos en un cine de barrio, junto con otra película, a tres pesetas la butaca.
En ocasiones sale de su torre de marfil, de su marco de oro, y pasea bajo los árboles amarillos del Retiro. No tiene perros ni gatos y sí una impresionante colección de discos. La cercan, la agobian los trofeos, las medallas, las placas, las copas y los diplomas de plata y oro. Tiene dos fotos en su salón; una del Presidente de Chile, y otra de ella misma vestida de monja, en marco de plata: su papel en la película ‘Pecado de amor’. Además dos ángeles de madera con tulipa; un ramo de claveles; un paisaje de Madrid en otoño, firmado por Eduardo de Vicente, y otro del Madrid moderno, de Delafuente, con el Manzanares por medio. Y pájaros disecados en un fanal; y un piano caja de música; y una tortuga –ceninero-, y jarrones de porcelana, y cristales de Murano, y luces indirectas.


María Antonia Abad -'Sara Montiel'- con su madre. La 'estrella' española nunca olvidó a su familia; menos ahora, en los días de triunfo y felicidad. 

A Sara le gusta la música clásica. Bethoven sobre todo. Además aquello que lleve el sello de lo popular. No le gusta el ‘twist’, pero sí el vals.
Tiene en su casa un bargueño con sobredorados que debe valer un potosí.
Jamás se pinta las uñas.
Es algo supersticiosa. Nació con siete kilos y de pie, y de pie ha seguido por la vida, aunque con muchos ratos amargos y un millón de lágrimas derramadas.
No es mala conductora de automóvil; le gustan en los vestidos los colores blanco y negro y en su otro piso de la Plaza de España, de Madrid, que da a la doble vertiente del Palacio de Oriente y los rascacielos, acaricia de vez en cuando la espalda de un diván morado que tiene el empaque de asiento de novela de Stendhal.
A Sara, que pinta en sus ratos libres cosas deliciosas –aunque estos días tenga el caballete en el cuarto trastero-, le gusta Goya sobre todos los pintores, además de el Greco y Velázquez.
-¿Te gustaría ser la Dulcinea?
-Como la imaginaba Don Quijote, sí.
Hay una noche en su vida especialmente triste: ‘Aquella en que, estando en un sanatorio, me enteré de que me habían dado el segundo premio de interpretación… ¡De esto hace ya algunos años!...’.


Un nuevo hogar significa problemas de elección de muebles, de cortinas, de cuadros... Aquí, Sara Montiel preocupada ante las paredes en blanco de su piso.

Ahora, sobre su mesita de noche, junto a los discos, tiene un libro actual: “Dios y los hijos”, del padre Urteaga. Le rodean en su cuarto de dormir –una cama pequeñita- sobre una moqueta gris, unos cuadros pintados por ella misma: de color y luz inocente.
Dos veces ha llorado oyendo cantar a dos personas distintas: Judy Garland y Mario Lanza.
En ocasiones ha visto las orejas a la muerte: aquel accidente de coche y cuando recibió la terrible quemadura de su niñez.
-Yo, sobre todas las cosas, soy una mujer que amo a la gente, que amo a todo el mundo, que amo a los míos, a los que me rodean…
Impresionante Sara. Pequeño pajarito en ocasiones, pajarito cantor y, a veces, águila potente y real entre las águilas. Mujer sorprendente y sorprendida al mismo tiempo. Inteligente y llana. ‘A veces siento envidia…, envidia de la felicidad de otros…, porque quiero encontrar mi tranquilidad como mujer…’.


Rodeada de doncellas y secretarios. 

Sara define el amor
No hay en Sara nada de cursi, ni de afectado. Ella es cómo es. ‘Me gusta la flor, la flor así, aunque no tenga aroma’. Se mira mucho en el espejo de Isadora Duncan, que nació también de pie, como ella.
-Isadora Duncan tenía las mismas medidas que yo, había nacido en el mismo mes que yo, y también le leyeron las rayas de la mano como a mí…
Sara es supersticiosa de los números, del color, del momento y del olor…
-Cuando vuelvo de un estreno, cuando regreso de una fiesta grande y brillante, no me encuentro hasta la mañana siguiente; hasta que no clavo los pies en el suelo tengo la sensación de que floto…
Le gustan los días de lluvia, que le meten una tristeza gris en el cuerpo.
Le llueve también a Sara sobre el alma.
-¿Qué es el amor, Sara?
Otra vez mira despacio con los faroles chinos de sus ojos.
-El amor… ya se ha dicho lo que es. El amor es una cosa maravillosa. Y yo soy también millonaria de amor…
Cuando se mira al espejo, Sara se encuentra de muy diversas formas. Hay días que se ve guapa, otros menos guapa… ¿Y ahora?... Junta las manos fuertemente; rebrillan sus brillantes:
-Ahora…, ahora, de un año a esta parte estoy más niña que nunca.
A Sara le gusta la noche. A María Antonia Abad, el día. Un despertador que tiene música la llama muy tempranito. Tarda poco en dormirse y menos aún en levantarse.
-Soy celosa, si es que dejan de quererme.
-Me enfado con frecuencia, y  me contento en seguida.
-Soy incapaz de guardarle rencor a nadie.
-Soy muy dócil, pero reconozco que no soy una persona normal.
-Creo que hay diferencia entre Sara Montiel y Antonia Abad, pero las dos se soportan como pueden.
-No sería capaz de dejar jamás el cine. Es como la persona que nace con los ojos negros: tendrá que morir con los ojos negros. Esta es mi vida y a ella me debo. No es cosa que yo pueda arreglar fácilmente.


La 'estrella' en su vestuario. 

Algún día Sara escribirá sus memorias. Y de todo habrá en ellas. Ahora está en su capítulo de amor; porque Sara ha encontrado el amor. Sara está enamorada. Y, por primera vez en su vida, Sara Montiel y María Antonia Abad se han puesto de acuerdo. Las dos, se han dado la mano y han sonreído…
-Ahora no quiero escribir en mi diario las cosas que siempre he escrito desde que era niña. Ahora quiero vivir, solamente vivir, nada más que vivir, con más felicidad que nunca en mi vida tuve.
Desde el fondo de sus ojos, como en el plano final de una de sus veinticinco películas, sube una luz nueva. Una estrella distinta, un perfil nuevo para Sara. La ‘estrella’ ha abierto las puertas de su corazón de par en par para que surja la chica de La Mancha, sencilla, bordadora, llorona, entusiasta…

T. M.


EL RECORTE CLXIV
La década de los '60 para Sara Montiel es la de  mayor proyección como súper estrella. Además del continuo rodaje de películas, su boda con José Vicente Ramírez Olalla trajo consigo casa, vestuario.... y un sin fin de reportajes, seguramente los más glamourosos protagonizados por la actriz.  El siguiente es en una tienda de Barcelona e ilustraba la revista Lecturas en su número de 19 de Febrero de 1965. 


DE COMPRAS CON
SARA MONTIEL

Después de una larga estancia en Hollywood, donde Sara Montiel rodó varias películas, una de ellas titulada 'Veracruz' junto al fallecido Gary Cooper, regresó a España donde interpretó el film que valoraría sus cualidades artísticas: 'El último cuplé', con Armando Calvo, Enrique Vera y Alfredo Mayo. 

Sara Montiel, durante su breve estancia en Barcelona, encontró un pequeño espacio de tiempo libre y se dedicó a ir de compras.
Nuestra conversación se inicia:
-¡Debe ser agradable el sentirse continuamente reconocida y admirada, comprobar que se posee tan gran popularidad!
-Desde luego. Yo siento un gran cariño hacia mi público y, cómo no, me encanta que la gente me conozca y se alegre al verme de cerca. Sólo hay una cosa que lamento, que cuando la multitud es excesivamente grande y se producen aglomeraciones y empujones, alguien puede ser lastimado. Conste que no lo digo por mí, sino por quien puede ser lastimado. Precisamente en el estreno de mi película ‘Samba’ una persona resultó con dos costillas rotas. Esto es francamente lamentable.


La Guardia Urbana de Barcelona siente especial predilección y cariño hacia Sarita Montiel y ella corresponde encantada. En esta fotografía, la actriz se deja fotografiar, junto a un urbano. Sara Montiel hizo su primera aparición en el film que llevaba por título 'Mariona Rebull', con José Mª. Seoane y Tomás Blanco. 

Pero ahora, durante nuestro paseo, todo es perfectamente normal. Cuando penetramos en la primera tienda la escena es casi igual a las de la calle. Rostros que se vuelven, sonrisas y comentarios en los que se evidencia que tanto las vendedoras como los clientes han reconocido a Sara Montiel.
Las prendas femeninas son el primer objetivo de Sarita Montiel, en esta tarde compras.
-Vamos a ver aquellos sombreros.
Y Sarita se dirige hacia donde están expuestos unos gorros de punto de última moda. Coge uno de ellos, blanco, y se lo prueba. Con gracia y coquetería, se contempla frente al espejo, mientras ensaya diversas formas de lucirlo. En su rostro se nota la complacencia.
-La verdad es que dentro de muy pocos días volveré a Barcelona. Empiezo el rodaje de una película aquí, se titulará ‘La dama de Beirut’.


Sarita Montiel, la actriz más popular de nuestro cine, en unos populares almacenes de Barcelona, donde aprovechando su estancia en la Ciudad Condal, adquirió algunas prendas. El verdadero nombre de Sarita Montiel es María Antonia Abad Fernández y nació en el pueblo de Campo de Criptana. 


Junto a una despendienta, Sara Montiel, se prueba unos zapatos. Sería esta misma dependienta, quien le preguntaría a la actriz si esperaba algún hijo. Sara, contestó: "Por ahora, no; pero, ojalá Dios la escuche y me conceda pronto uno".

Sarita Montiel es una gran enamorada de Barcelona y mientras conversamos recuerda su presencia hace ya algunos años, en la Cabalgata de las Fiestas de la Merced, en la que recibió un claro testimonio de que la admiración que ella siente por Barcelona es recíproca de todos los barceloneses hacia ella.
Mientras Sara contempla unas corbatas, la encargada del establecimiento, que la atiende personalmente, llevada por una curiosidad muy periodística, nos ahorra a nosotros efectuar la misma pregunta, interroga a Sarita:
-¿No esperan aún ningún niño?
-No, por ahora no. Pero créame que lo estoy deseando. Ojalá Dios nos escuche y podamos tener uno pronto.
La respuesta ha salido espontánea, sentida. Es lógico. Para ella, que ha conseguido escalar los más difíciles peldaños en su carrera artística, que ha conseguido la felicidad de su vida íntima, un niño sería la culminación de todas sus ilusiones.
Cuando de nuevo camino del hotel, salimos de la última tienda, el diálogo entrecortado que hemos sostenido, vuelve a reanudarse.
-Sabemos ya que tiene en perspectiva el rodaje de ‘La dama de Beirut’, ¿qué otros proyectos vienen tras éste?
-Más películas. No puedo hablar aún de ninguna en concreto. Tengo ya algunas firmadas y pienso seguir trabajando aún durante mucho tiempo.
-De entre las películas que tiene en perspectiva, ¿hay alguna en la que no cante?
-No. La razón es muy sencilla. El público quiere oírme cantar y por ello, poco o mucho, yo canto en todas mis películas. Esto no significa que no me gustara realizar alguna película sin canciones. Pero, en esto como en todo, creo que es el público quien manda. Y yo me debo, por encima de todo, a él.


La gracia para posar ante el fotógrafo de Sarita Montiel queda reflejada en esta instantánea, que recoge toda la belleza de nuestra primera actriz cinematográfica. Sara Montiel contrajo matrimonio con José Vicente Ramírez Olalla, en la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat de Roma, el 2 de mayo de 1964. 

Las razones de Sarita Montiel son claras y totalmente lógicas. Al fin y al cabo el éxito de la película que le dio la gran fama que todavía sigue en pie, ‘El último cuplé’, se debió sin duda a las canciones.
Hemos llegado ya al hotel. Nuestra conversación y la tarde de compras de Sarita Montiel han llegado a su fin. Es el momento de las despedidas, una despedida que es realmente un ¡hasta pronto!, pues, seguramente cuando estas líneas sean publicadas Sarita Montiel estará ya de nuevo en Barcelona.

E. P.



LA FOTO CLXIV


Sara Montiel, espectacularmente bella, el día de su enlace con José Vicente Rámirez Olalla. Fotografía de la Agencia EFE. 

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