SARA MONTIEL:
FIESTA EN EL CEMENTERIO
-Ahí está mi madre. Si soy sincera,
debo confesar que me encuentro a gusto en el cementerio. Como en casa. Estoy
muy cerca de ella. Como si no estuviera muerta. Como si la visitara aún en
vida…
Sara Montiel viste de negro. En luto riguroso. Mas
no es un alma en pena. Sara Montiel aún sonríe. Su madre está ahí. En la tumba.
Ley de vida. Una madre es una madre. No hay dos en el mundo. Sara Montiel era,
además, una loca por su madre.
-Quise enterrarla aquí, en la Sacramental
de San Justo y Pastor, porque es un cementerio que veo desde mi casa.
Campechana y sencilla, Sara Montiel, visitante diaria del cementerio, compartió la comida de cumpleaños celebrada en honor de la nieta de la florista. Sara y su caniche se dejaron retratar en amigable actitud, rodeados de sus nuevos amigos.
No está triste.
No está sola. La gente que vive en el cementerio la quiere. Los sepultureros
son sus amigos. La florista la adora. Como si fuera de la familia. Sara Montiel
se siente muy bien con esta gente sencilla y humilde. Todos la saludan. Charlan
con ella. Sara los conoce por sus nombres. Dice:
-¡Hola,
Calixto!
Calixto es uno
de los sepultureros.
-¿Qué
tal, García?
Es otro.
Los sepultureros
han cobrado confianza con la estrella: la actriz más popular de España. Ellos
llevan zurrones y almuerzan al sol. O a la sombra de un mausoleo, si el sol
calienta demasiado. A veces, Sara Montiel pasa hacia la tumba de su madre y los
sorprende con el plato en la mano. Ella siempre se detiene un momento. Los
hombres, campechanos, rústicos, de recio corazón, le ofrecen:
-Si
gusta…
Una y otra vez,
Sara lo agradece. No come. Pero otro mediodía dice que sí, que les acompaña,
que come con ellos. Y la estrella comparte el pan de los obreros. Comparte el
cocido y disfruta más que con los más ricos manjares que le sirven en los
mesones de cuatro tenedores. Sara Montiel me decía: “Son
personas excepcionales por su bondad.” Sí, cierto. Y ella, igual. Es una
Sara Montiel distinta a la que se ve en el cine, a la que arma ‘el lío’ en el
teatro, a la que levanta tumultos en las calles… Sara es aquí María Antonia. La
del pueblo. La de sangre humilde… La que siempre –incluso ahora- ama, por
encima de todo, a su madre.
Un plano de la actriz y su perrita.
La florista me
dijo:
-Le
lleva flores a diario.
Cantidad de
flores. Crisantemos. Los crisantemos que tanto gustaban a Van Gogh. Y dalías. Y
nardos. E incluso rosas, aunque se marchitan pronto. La florista se llama
María. Como la madre de Sara Montiel: María. La florista invitó también a Sara:
-¿Quiere
comer unas patatas con carne?
Y añadió:
-Cumple
una nieta años y…
Sara Montiel
dijo que sí.
Y, en efecto,
Sara Montiel fue invitada a la mesa de la florista de la Sacramental de San
Justo para el cumpleaños de la espigada Mary Jose Pinto. Mary Jose es una
chiquilla muy crecida, muy graciosa, que cumplió los trece. Hay un sol
espléndido en el cielo madrileño.
Sara ofrece a la florista un trozo de pastel que ella aportó a la comida. Cada mañana, nuestra estrella acude al camposanto en donde reposan los restos de su madre, fallecida hace algunos meses. "Aquí me siento como en casa, como si mamá estuviera conmigo", dice Sarita.
Sorprendo a la
estrella con la tarta. No hay velas encendidas. Ahora bien, la tarta está muy
rica. Sara Montiel corta y reparte. En la mesa está la florista: doña María, le
llaman. Y su familia: Soledad Roco, Paquita Roco con su marido José Trigo,
Pepita Monsalve y Mari Carmen, una chica con unos ojos preciosos. La mesa está
en el puesto de las flores. El sol pega fuerte y la florista ha colgado unos
restos de cortinas y colchas en el tenderete para hacer sombra. Hay alegría en
la mesa. Soledad es una mujer con mucho humor y con vis cómica. Cuenta chistes.
Imita a los ‘graciosos’ del teatro y de la televisión. Incluso a Tony Leblanc.
Mary Jose, una vez que brinda con champaña, se marcha a jugar con el ‘Cuchi’ de
Sara Montiel. Es un caniche negro, muy mimado por la actriz.
La comida transcurrió alegremente, entre la felicidad de la florista y su familia, contentos de tener con ellos a una celebridad de la categoría de Sara.
A la florita le
digo:
-¿Queda alguna
comida?
-Nada.
Sólo tarta.
Y añade:
-Estaban
muy ricas las patatas con carne. A Sara Montiel le han gustado mucho. Es
estupenda esta mujer. Nunca hubiera soñado que podría venir a sentarse a mi
mesa. ¡Tan famosa, tan popular, tan importante, tan cargada de millones…! Y
aquí está, como una más de la familia. Ha comido como yo: patatas con carne,
con guisantes y alcachofas. Ha bebido el vino tinto de los obreros. Ha servido
la tarta… Y claro, también hubo ‘nescafé’ y champaña.
Está orgullosa,
la señora, de la compañía de Sara Montiel. Nadie podía creerlo. Y es verdad.
Ahí está Sara Montiel, en el cementerio, comiendo y alternando con la gente que
allí trabaja. La florista lleva unos
cuarenta años vendiendo crisantemos, dalias, nardos, claveles… Soledad, que ha
cocinado el guiso, lleva veinte años. Los demás, menos. Los albañiles y
canteros que trabajan en un nuevo patio del cementerio pasan y saludan a la
actriz. Con respeto y con afecto. Sara me confesaría:
-Vengo
sola muchas veces. Mas no estoy sola. Siempre hay alguien que me acompaña.
Y me dice:
-Es
una gente maravillosa.
Llega el momento de la despedida. Las peticiones de autógrafos llueven en torno a Sara Montiel.
Un saludo, un "hasta mañana", y la actriz regresa a casa.
Lo siente. Sara Montiel
les ha dicho: “A mi estreno, en el teatro, no
quiero que falten. Les enviaré invitaciones. Quiero que estén conmigo”.
Sí, estarán. Y muy contentos. Allí estará la florista, María, y Calixto, el
sepulturero. Allí estarán con las manos listas para ovacionar a Sara Montiel, a
ese ídolo que a diario ven en el cementerio, llevando flores a la madre,
pensando en vestir de mármol de Carrara la tumba, aunque haya que importarlo de
Italia.
-¿No te deprime
el cementerio?
-No.
De veras que no. Me he resignado a la muerte de María. Sé que no hay remedio.
Pero vengo porque me imagino que paso un rato con ella. Ahí, bajo ese árbol,
unos padres lloran –no se contienen- la pérdida de una chiquilla de diecisiete
años. En esa tumba hay otra muchacha joven que murió en accidente con el
hermano. El padre está atolondrado. Ha perdido a los dos hijos. Se le vino el
mundo encima. A veces le doy ánimos. Siempre pongo una flor en la tumba de la
chica…
Sara Montiel se
mete en el corazón de los demás. Comparte el dolor del prójimo. Da ánimos. Y no
se siente deprimida entre las tumbas. Se siente deprimida entre las tumbas. Se
siente más mujer. Se siente más auténtica. Se siente no estrella, sino una
señora del pueblo llamada María Antonia.
Texto: JAVIER DE MONTINI
Fotos: MONCAUJASSA
EL RECORTE CLXVIII
El amor que Sara Montiel sentía por su madre era inmenso y hasta los últimos días de vida confesó echarla de menos. Sin duda alguna este, quizá, fue el golpe más duro que recibió la artista en su vida. En 1969, la revista Ama recogía una entrevista en la que nuestra estrella hablaba sobre su viaje a Rusia y el precipitado regreso por el fallecimiento de María.
Por la muerte de su madre regresó precipitadamente
de Rusia
“SARA MONTIEL
SIN SONRISA”
Junto a la catedral de San Basilio, un edificio construido en el siglo XVII.
Sara Montiel ha
traído un cálido recuerdo de la fría Rusia. Marchó a Moscú invitada por el
Gobierno soviético para participar en un festival cinematográfico. A su regreso,
precipitado regreso, a causa de la muerte de su madre, nos ha contado para
ustedes las experiencias de su singular viaje.
La muerte de su
madre ha sido un duro golpe para ella. Por ese motivo la conversación con Sara
tuvo un matiz especial, poco protocolario y mucho más entrañable que de
costumbre.
Entre todos los
recuerdos bonitos de Rusia se filtra el de su madre, para quien Sara Montiel
tenía un cariño muy especial.
Vestida de luto, Sara nos muestra alguno de los muchos recuerdos que trajo de Moscú.
EL FESTIVAL DE CINE
-¿Quién te
invitó a ir, Sara?
-Fue
el Gobierno soviético directamente. El motivo era presentar una película
española y entregar los premios. Todo estaba maravillosamente organizado. Se
portaron muy bien con nosotros.
Con ella
viajaban don Miguel de Echarri, director del último Festival de Cine de San
Sebastián, Ana Mariscal y Julián Mateos, junto con otros artistas españoles.
-¿Qué película
presentó España?
-Hemos
quedado fabulosamente bien. Presentamos “La Celestina”. ¡Cómo aplaudían en las
últimas escenas!... El teatro estaba hasta el tope el día que se exhibió. Más
de siete mil personas aplaudiendo…
-¿Qué recuerdo
te has llevado de tus colegas extranjeros?
-Un
bonito recuerdo, créeme. Melina Mercuri y yo fuimos las encargadas de entregar
las medallas de los premios. La mujer de Vittorio de Sica me emocionó. Ella me
acompañó hasta París cuando recibí el telegrama de mi madre. Nunca se lo podré
agradecer. Todos, todos, se portaron maravillosamente. En seguida tuve el
billete de avión. Me hicieron mucha compañía.
-¿Pudiste hablar
con tu madre?
-Sí;
es el único consuelo que me queda. No quería ir a Moscú, no quería dejarla
sola, pero ella insistió, sabía que a mí me ilusionaba la idea y me pidió que
hiciera el viaje. Cuando me marché estaba bastante bien. Es más, la llamé desde
París, y me leyó ella misma un telegrama de Moscú por teléfono. ¿Cómo iba a
pensar que empeoraría tan de prisa? Pero ¡ya ves! No me acostumbro a saber que
no está. Han sido veinticinco años a su lado, y este último ha sido tan
especial… Por ella he perdido este año, un perder que es ganar, por lo menos
trescientos mil dólares. No acepté ningún contrato fuera de España. Me lo
pedían una y otra vez: ‘Sólo una semana, Sara’, pero no quise. Antes de irme a
Rusia le pasé la colección de modelos que iba a llevar. Siempre lo hacía. Y
también ella estaba ilusionada con mi viaje.
Junto al retrato de su madre, cuya muerte ha dejado en la vida de Sara un vacío muy difícil de llenar.
LA RUSIA QUE VIO SARA
-Estuve
en Rusia otra vez como simple turista. Ahora ha sido diferente. Es un país
maravilloso. ¡Me gustó tanto, tanto, que estoy deseando volver…!
-¿Qué dirías de
los rusos?
-Que
son dulces, muy dulces. Y que las mujeres trabajan mucho. La vida es dura,
porque el clima es malo. Ellos son cariñosos y delicados.
-¿Te conocían
allí?
-¿Que
si me conocían? ¡No puedes imaginártelo! Me saludaban por las calles de Moscú…
Hasta los guardias del Kremlin me reconocieron. Mis amigos del festival,
extranjeros, también querían acompañarme siempre. Era la única manera de que
pudieran visitar según qué lugares. Allí soy “la reina del ‘chanter clair’”.
Esta era mi tarjeta de presentación.
-¿Viste a algún
español en Moscú?
Claro
que sí. Tuvimos una comida con algunos emigrantes que querían agasajarnos. Fue
muy emocionante. Robles Piquer, que presidía la representación española, me
decía: “¡Ay, Sara, qué gusto que hayas venido con nosotros!” Pasé un rato muy
bonito con ellos.
-¿Volverás a
Moscú?
-Sí;
volveré. Me quieren de una manera especial en Rusia. Me habían invitado a
quedarme quince días para visitar el país, pero… me vine tan de prisa… ¡Hasta
dejé las maletas…! Ahora quiero quedarme en España y echar de menos, aquí, a mi
madre, si no, podría volver…
Los militares rusos contemplan con admiración a Sara. En este viaje, la actriz ha cosechado muchos éxitos artísticos y personales.
Pero lo que sí
se trajo Sara de Moscú fue un juego de vodka de oro y una figura de madera
tallada, con una cariñosa dedicatoria en ruso, regalo de los moscovitas. Todos
esos recuerdos, y otros muchos que guarda en su bonita casa, no le dejan
olvidar que no se ha quedado sola, que tiene muchos amigos, hasta en aquel
lejano país de los zares.
Texto: SOFI DIEZ TEJERINA Y M. JAR
LA FOTO CLXVIII
Fotografía de la misma sesión que la de esta portada de Garbo.
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