sábado, 31 de enero de 2015

LECTURAS - 4 de Febrero de 1994 - España


SARA MONTIEL:
“ESTE ES EL HOMBRE CON EL QUE ME CASO”
Es el actor italiano Giancarlo Viola, de 57 años, un hombre con el que vivió una romántica historia de amor hace casi treinta años.
“Las ascuas resistieron el paso del tiempo y, al encontrarnos de nuevo, se han avivado con tanta llama como para impulsarnos al matrimonio”
Hoy por primera vez y en rigurosa exclusiva, Sara y Giancarlo nos hablan de sus sentimientos de ayer y de hoy. 

Giancarlo, de 57 años, y Sara, de 65, protagonizan una maravillosa historia de amor que nació en 1964. "Por fin, un amor de treinta años deja de ser secreto", comenta ilusionado el nuevo compañero de la protagonista de "El último cuplé". La pareja todavía no ha fijado la fecha de su boda ni tampoco su residencia definitiva, aunque probablemente será Madrid. 

Sara Montiel ha volado de isla a isla –de Mallorca a Cerdeña- para estar unos días con Giancarlo Viola: -Este es el hombre con el que voy a casarme –dice gozosa-. Le he querido desde que nos conocimos. Cuando entró en mi vida Pepe Tous, Giancarlo y yo nos dijimos adiós, pero, al morir mi marido, el destino volvió a unirnos y nos hemos dado cuenta de que estamos hechos el uno para el otro. Nos juntó el cine, nos enamoramos, nos amamos apasionadamente y ese amor, al cabo de los años y salvando las más adversas circunstancias, resulta que nunca se apagó, que las ascuas resistieron el tiempo y que ahora al encontrarnos de nuevo, se han avivado con tanta llama como para impulsarnos al matrimonio.
Giancarlo se emociona. Estrecha las manos de Sara entre las suyas. Es alto, de buena planta, la cabeza blanca, con rizos. Italiano, natural de Roma, de 57 años.
-En el programa “Esta es su vida” de Sara Montiel el 12 de mayo de 1993, a muchos sorprendió que públicamente declararas: “Es la mujer a la que más he querido en mi vida”. Ahora Sara dice que os casáis. ¿De cuándo viene ese amor?
-Nació hace casi treinta años. En el rodaje de “La dama de Beirut”, en 1964. Por cierto, es la primera vez que puedo hablar de este amor que las más diversas circunstancias obligaron a llevar en secreto. Por fin, un amor de treinta años deja de ser secreto.
Una vez que Sara comunicó a la familia y a los íntimos su decisión de volver a casarse, decisión que además hizo pública LECTURAS en su anterior número, se refugió en un rincón de la isla de Cerdeña en donde había pasado un mes de verano al lado de “Gianca”, como ella lo llama. También le llama “Pájaro”, pues él, desde que se enamoraron le dice “Passarota”, o sea, “Pajarilla”. En una casa de playa, Sara y su nuevo hombre aceptan recordar, al calor de la chimenea, su larga historia de amor.
Han elegido el norte de la isla de Cerdeña porque hace la friolera de veintiocho años, al concluir el rodaje de “La dama de Beirut”, se escaparon también a Olbia:
-Entonces, viajamos de Madrid a Génova en mi coche y tras comprar los pasajes del barco, seguimos a Livorno. Desembarcamos en Olbia y de allí nos fuimos a Alguer para recoger a la madre de Sara que venía en avión.
-Cuando te contrató el director italiano Ladislao Vajda, ¿sabías de la personalidad de Sara Montiel? –pregunto a Giancarlo.
-No. Ni idea de quién era la actriz.


Sara y Giancarlo en el salón de su refugio en la isla de Cerdeña, donde pasaron un mes juntos el pasado verano. "En 1964, al acabar el rodaje de "La dama de Beirut" también estuvimos aquí", recuerda el actor italiano.


"Es la mujer a la que más he querido", aseguró Giancarlo en el programa de TVE "Esta es su vida", emitido en mayo de 1993. El atractivo actor vive hace dos años dedicado al mundo de la publicidad y es editor de un periódico de anuncios en diversas ciudades italianas. 



Fue en la década de los sesenta. Sara estaba legalmente casada con Chente cuando descubrió que estaba embarazada de Giancarlo. Sara quería tener ese hijo, se lo comunicó a Giancarlo, pero sobrevino el aborto y no nació el fruto de aquel amor. 

“Cuando conocí a Sara ella estaba con su marido”
-¿Quién os presentó?
-El mismo Vajda. Enviaron un billete a mi agente en Roma para que viajara a Madrid. Me esperaba el propio Vajda y me llevó a un restaurante sobrio, oscuro, de lujo. Entramos y me presentaron a la actriz: Sara Montiel. Aún la veo: con traje de chaqueta y un chaquetón blanco de visón. Cerca de ella, un señor alto, de bigote que nadie me presentó y a quien tomé como actor de películas del Oeste. Después supe que era su marido de entonces: Chente Ramírez Olalla.
Sara apostilla:
-Cierto, allí estaba Chente aunque ya estábamos separados.
-Yo nada sabía. Lo que recuerdo es que, durante la comida, Sara apenas había abierto la boca. Pronunció muy pocas palabras, tres palabras. Al levantarnos, alguien me advirtió: “Bien, le ha visto el director; si le eligiera, se le avisará a Roma”. En la calle, Sara, tan callada, me despidió con unas palabras que jamás olvidé: “Bueno, adiós, a lo mejor nos volvemos a ver pronto”. Interpreté, tal vez interesadamente, que le había caído bien. A los tres días, recibí el contrato.
-¿Qué primera impresión te trajiste de Sara Montiel?
-Me fascinó su belleza: ¡Qué mujer más bella!, me decía.
-O sea que la encontraste muy guapa.
-No guapa, bella. Toda bella. Que es más que guapa, creo yo.
La mira sonriente y recuerda:
-Entonces, yo tampoco estaba mal. Era guapa. Tenía muchas chicas, se me daban bien. Ante Sara, sin embargo, me acomplejé. Pensé en mi interior: “Giancarlo, has conquistado mujeres estupendas, pero imposible conquistar esta española”. La veía inalcanzable. ¡Demasiado bella para mí!


Una simpática imagen de la pareja. A la actriz, Giancarlo le llama cariñosamente "passarota", es decir, "pajarita". Por eso, en la intimidad, Sara se dirige a él con el apelativo de "pájaro". 


Giancarlo, que tiene tres hijos, Cristina, Christian y Maribel, le besa la mano a Sara.


La risa ha vuelto al rostro de la actriz. Sus hijos, Thais y Zeus, la apoyan en su decisión.


"Sara es la misma de siempre, un poco más comprensiva", asegura Giancarlo que ha pasado las navidades en Mallorca.


"Ahora no hay nada que nos impida casarnos y yo espero que jamás volvamos a separarnos, pase lo que pase. No hay ningún milagro en nuestro amor, porque se trata de un amor verdadero. Yo la he querido, la quiero y la querré mientras viva", dice convencido el italiano. 

“Sara creía que yo podía ser mariquita”
-Los dos estabais casados aunque erais infelices con vuestros respectivos cónyuges. ¿Quién dio el primer paso en vuestra historia de amor?
-Ella. A mí me gustó desde que la vi, pero la contemplaba con mucho miramiento. Estando en los estudios Balcázar, de Barcelona, me enteré de que incluso Sara comentaba con su gente que si yo sería mariquita, pues me veían maquillarme, trabajar, desmaquillarme e irme al hotel solo. Notaba a veces que Sara me buscaba con sus preciosos ojos, me tentaba con miraditas, pero yo no me atrevía, lo confieso, a emprender su conquista. Además, estaba enamorado de una actriz holandesa, Tea Fleming, rubia, guapísima. Un día, rodando Sara yo en el barco, en el puerto, se me acerca un chico: “Ahí hay una señorita que pregunta por usted”. Era Tea. Se había venido de Roma a verme. Cuando terminé el trabajo, la cogí del brazo y nos marchamos juntos. Sara, su peluquera, la maquilladora, que sé yo, se sorprendieron: “¡No es mariquita! ¡No es mariquita!”, exclamaron. Tea Fleming se quedó conmigo una semana. Cuando se fue, al desmaquillarme una tarde, la peluquera me pasa recado de que “la señora va a celebrar su cumpleaños y que vamos a cenar todos con ella”. Acepto la invitación, claro. A la noche, me llaman a mi habitación: “Le esperan en el vestíbulo”. Bajo y estaba Sara Montiel sola: “¿Dónde están los demás?”, le pregunto. “No, no hay más invitados a la cena, sólo tú y yo”. Ni siquiera era su cumpleaños.
Sara asiente divertida al recordar esa noche.
-Subimos a mi coche y nos fuimos a cenar a la costa. A Sitges, creo. Estaba deslumbrante Sara. Yo no cabía en mí de alegría. Me emocioné al estar a solas con aquella mujer. Tan grande emoción sentí que, al levantarnos de la mesa, me quedé embobado mirándola y no contuve el deseo de besarla: “¿Puedo darte un beso?”, le pregunté tímido. Sí, sí, le pedí permiso.
-Y dijo que sí.
-Jamás me olvidé de aquel momento. Mira, como se había retocado los labios, echó mano al bolso, sacó un pañuelo y, como los gatos cuando arañan, se quitó el carmín de los labios: ¡Sí! ¡Claro que sí! Aquél fue nuestro primer beso. Y en ese momento nacía un amor que tuvimos que vivir a escondidas, siempre huidos, pero un amor verdadero. Yo la quería. Y la quiero. Y la querré mientras vivía. Entonces, nos amábamos secretamente, tratando de que su marido –lo era según la ley- no se enterara. Sara temía que se armara un escándalo y puede que desconfiara algo de mí: un italiano que le gusta, pero ¿qué tipo de hombre será?
-Vuelves a trabajar con ella en “La mujer perdida” de Tulio Demichelli, con Massimo Serato y Antonio Ferrandis, en donde Sara juega con varios galanes.
-Sí, antes había hecho con el director Germán Lorente “Vivir al sol” con Dominique Boschero y Gemma Cuervo. Rodando en Torremolinos, un día me llama la atención una mujer con gafas que llega al rodaje con el torero Julio Aparicio y otras personas. De pronto, me llamaron la atención sus piernas: “Conozco esas piernas”, me dije. Era ella. Se quedó conmigo. A medianoche, llaman a la puerta de la habitación y abrió Sara. “Miss Europa” me buscaba: “¿Está Giancarlo?”, preguntó. “No, guapa, te has equivocado”, oí responder a Sara.
La artista apunta:
-Cuando le llamaron para “La mujer perdida”, Giancarlo no quería seguir de actor, en realidad sentía vocación de director. Aceptó el papel, yo le animé, para estar a mi lado. Desde “La dama de Beirut”, Giancarlo y yo estuvimos juntos hasta 1970, hasta que me enamoré de Pepe Tous.



Secuencia de imágenes de la pareja preparando la chimenea para protegerse del frío de Cerdeña.


Un año y medio después de perder a su marido, Pepe Tous, que falleció en agosto de 1992, Sara ha encontrado en el apuesto actor italiano el apoyo y la comprensión que necesitaba.

-Cuando Sara Montiel te comunicó que había quedado embarazada, Giancarlo, ¿te asustó la idea de un hijo con la estrella española?
-No, a mí no. En realidad, estaba casi libre. Un hijo con Sara Montiel no me ponía en dificultades. A ella, sí. Porque eran los años sesenta y, legalmente, era la esposa de Chente. De todos modos, Sara quería tener el hijo. Incluso consultamos con un poderoso abogado mafioso de Palermo. Sobrevino el aborto y fue una pena. No tuvimos la suerte de que naciera aquel hijo. Seguro que hubiera sido un niño muy guapo.
Asiente Sara:
-Ojalá hubiera logrado ese hijo. Yo, pese a todo, deseaba tenerlo. Pero, al igual que en otros embarazos, el último de Pepe Tous, lo perdí a causa de lo que llaman edema de Quincke.

“Vi una boda desde el balcón y la novia era Sara”
-Giancarlo, rodando en España, ¿mantuviste algún trato con Chente, el entonces marido legal de Sara?
-Nada. Ya dije que estaba con ella cuando Vajda me la presentó, pero callado. Y recuerdo que una vez fue a los estudios y presenció una secuencia bastante compleja y difícil para las cámaras. Como era una secuencia de amor y de besos, Chente se molestó, creyendo que nuestros besos eran más que de cine y el director Vajda lo echó del plató.
-¿Tu esposa supo que te habías enamorado?
-Sí, sí, claro. Yo me había casado joven, tengo tres hijos. Pero me había separado. Cuando vine a rodar con Sara, convivía con Tea Fleming, en un apartamento frente a la iglesia de Montserrat en Roma. Desde el balcón, Tea y yo habíamos presenciado una boda desde el balcón y la novia era Sara.

(Pedimos disculpas, falta un pequeño fragmento del reportaje)

EL RECORTE CCX
Más que conocidas son las idas y venidas en la relación sentimental-amorosa de nuestra Sara y su Gianca. Algunos afirman, incluso, que fue el gran hombre de su vida. ¡Da igual! Lo cierto es que con él la estrella protagonizó mil y una fotos para la prensa, mil y un programa de televisión... Este recorte es de la revista Hola, de marzo de 1999. 


EXCLUSIVA
SARA MONTIEL
RECIBIO LA EMOTIVA VISITA DE GIANCARLO VIOLA
“Giancarlo es un hombre encantador y me ha gustado mucho que haya venido a verme”
“Estoy muy contenta, porque ya he recuperado la visión por la parte superior del ojo y por los laterales”

Sara esboza una sonrisa mientras Giancarlo le hace entrega del ramo que le había comprado a su llegada a Madrid. Esa misma tarde, la artista había sido operada de la mácula de su ojo derecho (punto central de la retina en el que la visión es más clara). 

Roma y de madrugada se presentaba en la casa de la popular artista, quien, como informábamos la pasada semana, continuaba haciéndose pruebas que determinasen el origen de su pérdida de visión, una vez descartado que se tratase de un desprendimiento de retina. ¡HOLA! fue testigo del encuentro entre Sara y Giancarlo, hoy dos buenos amigos tras su reciente ruptura sentimental. Pero lo que Giancarlo no podía imaginarse es que horas antes de su llegada a España, justo esa misma tarde y en la clínica que hay unos pisos más debajo de su casa, Sara había sido intervenida con rayos láser de drusas en la mácula del ojo derecho (formaciones redondeadas alrededor de la mácula, punto central de la retina que forma una ligera depresión y en el que la visión es más clara). Ese era el origen de su lesión, aunque también tiene afectado el nervio óptico del otro ojo y tendrá que continuar sometiéndose a análisis para ponerse en tratamiento.

SE DETUVO PARA COMPRAR UN RAMO DE FLORES
Giancarlo no quería llegar con las manos vacías. Y por eso se detuvo previamente para adquirir un ramo de flores de primavera. No era muy grande, pero eso era mejor que nada. “Las rosas no eran muy allá –comentó una vez de regreso al taxi-, pero mañana le compraré algo más bonito”. Tan sólo llevaba una maleta por equipaje. No pensaba estar mucho tiempo. “Me enteré hace cuatro días de lo de Sara –contaba un extravertido y hablador Giancarlo-, y tanto me preocupó, que decidí venir de inmediato a Madrid para ver a Sara”. Era aproximadamente la una de la madrugada cuando Giancarlo llamaba al portero automático de la casa de Sara. Fue la hermana de ésta quien respondió al otro lado. Giancarlo entró decidido. Una vez en el piso –el ático- llamó a la puerta. De inmediato pasó al salón, donde Sara estaba sentada en uno de los sofás. Llevaba puestas unas gafas oscuras. “Me han operado esta misma tarde”, fue lo primero que Sara dijo, mientras Giancarlo se situaba enfrente de ella. Con los brazos extendidos, y en un tono muy afectuoso, le preguntaba una y otra vez por su estado de salud sin apartar la vista de ella. “Tengo el ojo como quemado –explicaba Sara-, y hasta dentro de quince días el médico no me va a ver de nuevo. Todavía no veo nada”.


Giancarlo Viola saluda a Thais, la hija de Sara, en primer término, en el salón de su casa de Madrid, presidido por un gran cuadro de la artista. 

SE ALOJO EN UN HOTEL
Pero Sara estaba mucho más tranquila: “Es que he pasado quince días angustiosos hasta no saber lo que realmente tenía”. En ese momento, Thais, estudiante de Derecho en Madrid, entra en la habitación. Giancarlo la saluda muy afectuosamente y posan juntos para la cámara del fotógrafo. De inmediato, Giancarlo se sienta de nuevo al lado de Sara, que todavía tiene el ramo en sus manos. No aparta su mirada de ella. “La encuentro estupenda –dijo-, tan joven y guapa como siempre”. Tras cenar esa noche en casa de Sara, Giancarlo se trasladó al hotel en el que se alojó las tres noches que permaneció en Madrid.


La popular artista recibe el cariñoso beso de Giancarlo, que había viajado desde Roma para verla. 

OTRO ANIMO BIEN DISTINTO
Cada mañana Giancarlo se trasladaba a casa de Sara para pasar el día junto a ella y sus hijos, y hasta acompañó en una ocasión a Zeus a dar un paseo con el perro por las inmediaciones de su domicilio. A medida que pasaban los días, Sara iba experimentando una ligera mejoría en el ojo. También estaba mucho mejor anímicamente. El lunes 8 de marzo comentaba al otro lado del hilo telefónico, en una última hora sobre su estado: “Estoy muy, muy contenta, porque ya he recuperado la visión por la parte superior de los ojos y por los laterales”. Dos días antes, “Gianca”, como ella le llama, había regresado a Italia. “Giancarlo es un hombre encantador y me ha gustado mucho que haya venido a verme”, dijo Sara.

TICO CHAO
Fotos: JUAN CALLEJA


LA FOTO CCX


La diva en su film "La dama de Beirut", ocasión en que conoció a Giancarlo Viola. Este 2015 la película cumple 50 años. 

martes, 20 de enero de 2015

ÉPOCA - 18 de Octubre de 1993 - España


LA VIDA EN ROSA
“Apoyarte me perjudicó en América” reveló
SARA
 a Felipe
Hemos perdido las formas, las maneras, el estilo. La descomposición es total, casi una diarrea. Franco pagaba los servicios prestados dándoles la Cruz de Carlos III o el Lazo de Isabel la Católica, Felipe los despacha con una cena en La Moncloa y trabajos en televisión. Es más efectivo que la condecoración.
Lo último casi parecía una sagrada cena, el presi como todopoderoso. El alabámoste, Felipe en boca, corazón y mente de tanto popular. Un buen cartel, para sí lo querrían los depauperados teatros: desde la siempre espectacular Sara Montiel a la nuevamente cuestionada Concha Velasco, arrecian las críticas a su rentrée televisiva y en el primer programa la prevista audiencia de 7 millones quedó tan sólo en dos. Se entiende con entrevistas –más vista que entre- a doña Pilar de Borbón. Maquina mejor que habla, no pasará a la historia como esta reunión monclovita para agradecerles el puerta a puerta electoralista. Felipe puede desgobernar. Pero es agradecido. Lo demostró con esta insólita reunión. Churras, merinas y pastueños. Del encanto a la desilusión tal si fuesen este país aún llamado España. Sara y Vicente Parra fueron los primerísimos en llegar, entrando en el salón de las columnas casi toparon con Gila. El humorista se extasiaba, tal pareció, no se sabe si ante los lamentos felipistas o con el nirvana de los bonsáis estratégicamente distribuidos y que tan bien le cuida el experto Luís Vallejo. Felipe ya no sabe donde ponerlos, los enanos le desbordan. Un relax mental, el presi necesita estas fugaces evasiones. Todos lo entendieron. Aunque más trabajo les costó digerir el atuendo de doña Carmen, había que verla por más intimidad que tuviese la cosa. Acaso es que los recibían como en su propia casa. Debió de ser eso. Es la única manera de admitir, entender y hasta disculpar la faldita de paño verde casi tobillera, los zapatos – “planos y sin tacón, de lo más informal…”, repetían en su alucine- marrones, el sencillo suéter. Todo muy de andar por casa. Como si recibiesen en zapatillas y el Partido fuese –lo es, lo es, viven de su inagotable teta- la gran familia. Viendo tanta informalidad y que aquello iba de domesticidad planificada, Sara casi respiró: -Menos mal que no he traído el babero, hubiera sido un pase- , se refería al collarón de brillantes y esmeraldas que por su desmesura es conocido como el babero. Suerte, sí, del pijama negro – “Versace, sí, pero discretísimo, chico” –recubierto con chaquetita de gasa transparente. Concha Velasco  podía emparejársele también en negro, acentuando discreción. No era cuestión de pasarse con la presidenta, Carmen es muy sencilla. Todos lo saben. Por eso nada de alardes que puedan malinterpretarse. Los joyones no están bien cuando se da o se recibe limosna. Modestía ante todo. Un uff de alivio se escapó de la descomunal pechuga de Saritísima y de las planicies vallisoletanas de la Velasco. Ojalá no salieran hablando de en Encantada de la vida, ella lo está doblemente con los 240 millones que le paga Antena-3 por un año de contrato. Quién los pillara, me corroe la envidia y no lo disimulo. Tampoco ellas el impacto de cómo vestía la presidenta, todavía hay distancias con la Casa Blanca, entre Carmen y Hillary. Pero no era cuestión de incomodarse. Compartirían con Felipe y Carmen la crema de marisco, la merluza a la vasca -¿o sería bilbaína?, al contármelo no se pusieron de acuerdo, llevaba salsa blanca – y el helado animado con frutas. Un detallazo eso de sacarles champán francés y no cava catalán, las distancias ya van más allá de lo lingüístico y el 15 por ciento. Les quedó claro mientras repasaban la sobriedad casi espartana del salón. “Qué encanto de presidentes, cuánta sencillez, estaban recibiéndolos como en un piso de barriada”. No faltó ni el añadido de los chicos, también bajaron a saludarlos en vaqueros y camisetas, al menor, David, podían haberle preguntado cómo le va con sus estudios de diseño en el Esabe de Barcelona, donde ni siquiera está registrado. A lo mejor Felipe lo mandó de torpedo para sufrir en carne propia la discriminación escolar y la cooficialidad lingüística. Qué no sabrá él, España es su laboratorio, los hijos unos cobayas. Santo – santo, pensaban y casi repetían dentro del silencio reverencial. Sara, of course, llevaba la voz cantane. Por eso era la más de los más. En internacionalidad sólo le igualaban Bosé y Joan Manuel Serrat, lo de Concha es cercanías bien lo sabe ese Vicente Parra efusivamente recibido –su captación es incesante, cuánto trabaja el presidente- como acompañante de Saritísima. Vuelve a ser su chevalier servant ahora que falta el pobre Pepe.


Felipe les convidó en La Moncloa para agradecerles, entre la crema de mariscos y la merluza de la cena, la mano que le echaron en las últimas elecciones. Y allí estaba la Montiel, quejosa de que el apoyo político prestado a los socialistas le perjudicó artísticamente, y los Migueles Gila y Bosé, y Concha Velasco, y Joan Manuel Serrat, entre otros muchos, a la mesa de don Felipe y doña Carmen... Y hasta los chicos bajaron a saludar. 

Un país ingobernable, dijo Felipe
-Bueno, tú has estado aquí antes que yo. Incluso mucho antes que Suárez- evovó Felipe a Saritísima al darle la bienvenida. Cierto, aquello había cambiado mucho desde que en los 60 ella rodó allí un tórrido pasaje de La reina del Chanteclair. Era un enfrentamiento con Ana Mariscal, Sara lo detallaba como si hubiera sido la víspera. Tiene una memoria de lo más cinematográfica, pero qué será. No dejó de chocarle que Felipe estuviera enterado, nada se le escapa. Bendito – bendito. No dejaban de alabarlo incluso con la súbita irrupción de gente tan inesperada como Los Rebeldes, Coque Malla, Ramoncín y Loquillo. Casi los miraron por encima del hombro, hombre… Bien estaba dar las gracias y corresponderles con crema de mariscos y merluza vasca a tanta subida de escaleras. Pero acaso faltaba sutileza en esto de mezclar churras con merinas. Históricos y modernos, todavía hay clases y orden de preferencia. Los nombres aún mandan en los carteles de esta España socialista. La incógnita siguiente estaba en “A ver cómo nos sientan”. A ver. Pero protocolo funcionó como en las películas de Sara o Concha, aquello parecía un rodaje con Felipe de superstar. Hasta se les ocurrió compararlos a Paul Nwman y Joanne Woodward. El, rutilante –“mucho más guapísimo al natural, no sabes”- y Carmen semianónima. A la derecha del astro, una estrella: la Montiel. A su izquierda sin connotaciones partidistas, Concha. Flaqueando a doña Carmen, Miguel Gila en la derecha y Bosé a su izquierda. Llevó la conversación y apenas se extrañó –si acaso se rascó la barba de cuatro días realzada por el cuello abierto sin corbata- cuando Felipe casi les corta la digestión. Todo tenía planificación fílmica, qué no sabrán. Un gag digno de Capra, menudo atraganto. ¡Uff!
-Este país está muy mal. ¡Lo que cuesta gobernarlo!, les soltó Felipe entre crema y merluza, entre su pecho y su espalda. A Sara estuvieron a punto de caérsele los dos colgantes –regalo de Pepe en dos Nocheviejas- que llevaba al cuello, la Velasco sufrió un tintineo en el brillante-penden-tiff. Todo tuvo un relumbre de efectos especiales. Faltaba una buena música para subrayarlo. Jarre o Valgelis, Serrat no estaba para gaitas y apenas abrió la boca cercano a Moncho, el gitano de los boleros –en la Moncloa no discriminan, que se entere Pujolet-, a un Paco Marsó contrastando su traje azul marino con el gris de Parra y el acanalado de Coque Malla. Como en los buenos guiones, Bosé se vió obligado a responder. Subía la tensión. Qué le diría, qué, para estar a la altura:
-Es que este país es la leche. No tiene memoria. Siempre hay que estar recordando el 36, presidente…- , replicó el panameño.
Sara aprovechó para pasarse la servilleta –blanca como el mantel, el posaplatos dorado lanzaba espectaculares relumbres que amortiguaban cualquier alteración racial, están en todo- por la comisura de los labios, suele hacerlo como tic y desahogo cuando no sabe qué hacer o decir. Es para ganar tiempo, no quedó atrás:
-No sabes, Felipe, lo que me ha costado apoyarte. Menudas consecuencias…
-Sí lo sé, sí lo sé -, ¿que no sabrá González siendo el todopoderoso? En el centro de la mesa parecía a punto de darles el pan y el vino, lo del champán era una sorpresa. Una santa cena, lástima de imagen para tranquilizar el país. Con reuniones así no hay miedo a sobresaltos. Felipe, tal si fuera Jesús, vela por nosotros. Pues claro que sabía lo de Sara, no había que recordárselo. Los servicios secretos funcionan incluso en algo tan público como el repudio miamense al puerta a puerta de Sara y Bosé. Ninguno del resto podía ofrecer algo semejante, estaban en la mesa de sacrificio. Proseguía el adorémoste, Felipe. Y hasta lo bendecían con la mirada. Arrobado estaba Coque, embelesado Loquillo, Los Rebeldes sin saber qué decir y Serrat mirando al techo. Quizá lo habían sentado un tanto desplazado para que se sintiera marginado. ¿Sería una velada afrenta a la catalanidad? A saber el otro boicot como plato principal de la conversación:
-Sí, sí, presidente- ¿o le llamaba presi amooor, Sara es muy suya de tanto ser muy nuestra, no supieron o no quisieron aclarármelo. “Ha sido terrible, vaya desquite por estar a tu lado en la campaña. Los cubanos de Miami me anularon dos galas que justo tenía a finales de junio. Y un show en la tele. Para estos conciertos organizados por Gratelli en el Dade Auditorium no se vendió ni una entrada. Dejaron chiquito lo que hicieron con Verónica Castro tras actuar en Cuba. No puedo actuar de nuevo en Miami. Lo mismo se repitió en Los Ángeles y Tejas, aunque allí no hay cubanos. Con lo dispuesta que yo iba a cantarles Piel Canela, más de uno temió que lo soltara durante la sobremesa. Sara no necesita mucho estímulo para darle al último cuplé incluso ahora que está alicaída:
-Lo estoy pasando mal, muy mal, Felipe, no supero lo de Pepe. Me ha partido la vida. Suerte que Zeus ya se ha recuperado. Lo he tenido ocho meses en el siquiatra. No sabes lo que ha sido. Carmen, no sabes. En cuanto a Thais, un amor. Se ha pasado el verano estudiando a Shakespeare. Había días en que se leía hasta 600 -¡seiscientas, dijo, seiscientas!- páginas de su teatro. Estoy deseando que hable con Terenci para que cambien impresiones. Thais es un fenómeno…-, Sara como epicentro. Es lo suyo. La Moncloa tal si fuera el Teatro Victoria donde tanto triunfó. Faltó que la aplaudieran, las miradas de entendimiento iban de Coque Malla –tiene ojitos traidores, son de cuplé. Bosé es su relicario- a Miguel, Miguel Gila como gran momia de la comicidad nacional:
-En noviembre empiezan a emitir la serie que rodé para Televisión Española- anticipaba ya con el ojo medio caído. Marsó y Parra de convidados de piedra. Casi petrificados, marmóreos o berroqueños ante lo que veían. Como en las buenas comedias –había más Paso que Wilde o Coward, España es diferente aunque ya no existan Pirineos- se entendían con la mirada. Hubieran necesitado a Saura para ponerle imágenes, es un experto en retratar ojos. Plasma hasta los pensamientos. Aunque la postura del dúo era evidente:
-A primeros de noviembre marcho a Buenos Aires. Estrenaré una comedia con Mercedes Carrera. Empezamos en Mar de Plata y vuelve Imperio Argentina haciendo el fin de fiesta. La esperan con verdadera impaciencia-, Vicente pone tierra por medio (más bien el Atlántico) en vista de cómo está este país-países. Nada es lo que era.


 JESUS MARIÑAS



EL RECORTE CCIX
Cualquier biografía o reseña de nuestra estrella debe tener en cuenta su lado político. Pues ella siempre se expresó libremente y se situó en el lado izquierdo. Recuerden cómo introducía en los conciertos su mítico polichinela: "haber, los de la derecha...; ahora los de mi izquierda". La revista Penthouse, en su número de Marzo 1988, dedicaba varias páginas a los 60 años de Sara. Hasta en la ilustración que acompaña recogían el lado político de la actriz. 


SARA
“SESENTISIMA”…
Afirma la copla que los rockeros nunca mueren, pero nada menciona de su envejecimiento. Los mitos también cumplen años. Inevitablemente. Sara Montiel cumple 60 años el 10 de marzo de 1988. Fidedignos. Veraces. Nada de imprimir la leyenda porque es más hermosa que la realidad, como se decía en el final de “La muerte de Liberty Balance”, de John Ford. Esto es, nada de partidas de nacimiento falsificadas, ni de DNI trucado atestiguando la fecha de nacimiento en 1933. Sus 60 años son soberbios. Realzados por la excelente conservación de una de las últimas “estrellas”, de uno de los últimos mitos, en el sentido de marcar una época del mundo del espectáculo español. Mito español exportable por antonomasia, cuando en Suramérica (y Cuba) exigían ansiosamente sus películas. Tiempos ya idos. Popular más allá del Pacífico, en la negra noche del franquismo ingresó una apreciable cantidad de divisas en las arcas del Tesoro, aunque sin llegar al extremo de Brigitte Bardot, que generaba más divisas que la Renault, y que simbolizó a la V República hasta recientes fechas, en que fue reemplazada por Catherine Deneuve.
A María Antonia Abad, en arte Sara Montiel, debe agradecérsele que trascendiera la imagen tópica de lo español esparcida en el mundo: la reducción al estereotipo del folklore andalucista (el flamenco, la pandereta y la peineta), a favor de personajes afiebrados, pasionales, de un arquetipo más universal al beber en las fuentes del desaforado melodrama. Como a todas las estrellas en su momento de esplendor, le escribían los papeles a medida. No había sustanciales variaciones en el corte del patrón. Sus conocimientos de las técnicas de iluminación y de maquillaje, aliado a su estatuto de “star”, le permitían imponer al director de fotografía de sus films (de ahí el escándalo que supuso el veto a Jorge Grau y al operador Néstor Almendros, y su sustitución por Luís Marquina y un cámara más dócil, en “Tuset Street”, 1968). El transcurso del tiempo facilitó su endiosamiento y acentuó su condición de hierática esfinge (papeles, interpretación, inmovilidad y la elección del perfil bonito). Políticamente, en cambio, hizo gala de una movilidad que la desmarcaron de colegas folklóricas menos veletas que ella. Frecuentó La Granja en las recepciones de artistas convocados por el general Franco, pero destapó tempranamente su filiación (sentimental, eso sí) socialista de casi toda la vida. Sara Montiel “la roja”. Y  no sólo eso; empezó a presumir de amistad con intelectuales: a la cabecera Pablo Neruda, y a continuación el poeta León Felipe, con idilio de por medio, que en la intimidad la llamaba cariñosamente “Pies bonitos”.
De ahí a echar flores al PSOE en el poder sólo mediaba un paso. Realizado. Hoy puede sorprender a las nuevas generaciones su condición de reconocido “sex symbol”. Lidió con las limitaciones impuestas por la censura y salió medianamente triunfante. Sin enseñar una teta, ocultando las piernas –incluso se llegó a insinuar que las tenía torcidas-, sugiriendo más que mostrando, a través de los ajustes finos de las letras de sus canciones (el legendario cuplé “Fumando espero”, “El relicario”, “Nena”, etcétera) y mediante los ceñidos vestidos –apretados hasta el ahogo en sus mejores instantes- de escotes en abismo a juego con su exultante carnalidad. Seduce a señoras y señores. Era (¿es?) una belleza femenina que no ofende a las mujeres, cautiva a los caballeros y enloquece a los homosexuales. Y de ahí su éxito. Contenta a todos. Los homosexuales la adoran, la convierten en su reina, la miman y su imagen, cual mascarón de proa, es imitada en estereotipos que van desde el decoro a la burda indecencia. Musa de gays y travestis, en directa competencia con otro físico rotundo como el de Rocío Jurado. Esta predilección se afirma en la década de los 60 y 70, cuando se convierte en una señora aparatosa, de generosos volúmenes, atractivamente fondona. Un monumento, esplendor de las catedrales. Una belleza pagana envidiada por su imposible asunción.

LA CONSTRUCCION DE UN MITO
Sara Montiel, señora lista donde las haya, ha sabido siempre nadar entre dos aguas. No restringir su potencial público. Hace de sus limitaciones, virtudes. Su voz acazallada, de tonos uniformes, sabe extraer el partido idóneo a las notas de doble sentido en sus susurrantes cuplés. Picantes, pero no descarados. Mientras que sus interpretaciones cinematográficas más relevantes inciden en su caracterización de mujer fatal, pecadora, mujer de mundo, que lleva marcada en la cara el deseo (esa descastada María Luján de “El último cuplé” cuando murmura el celebérrimo cuplé: “Fumar es un placer genial, sensual… (…) Tendida en la chaise longe”), finalmente arrepentida, castigada con la muerte o el convento (la muerte en vida). Todo placer acarrea su penitencia –sobre todo en los grises años 50-. Pero, ¡que me quiten lo bailao!, podrían refutar sus personajes, (y la propia Sara Montiel). Hizo su fama en papeles fuertes, desgarrados, entregados, en melodramas de rompe y rasga, pletóricos de tragedia y dramatismo, en folletines indefendibles pero salvados (redimidos como sus personajes) por su mortal belleza. Resplandeciente en sus inicios.
Unos comienzos que casi nadie recuerda. Su debut fue en “Te quiero para mí” (Ladislao Vajda, 1944), con el seudónimo de María Alejandra, rápidamente cambiado por su mánager Enrique Herreros, donde no sólo perdía el novio, sino que además su “look” de niña rubia (ella tan morena, tan racial) era impensable. Raudamente transformó su aire de chica topolino, pero esto no ocurriría hasta “Locura de amor” (Juan de Orduña, 1948), en su papel de la incitante mora Aldara que hacía perder el “oremus” al cejijunto Felipe el Hermoso (Fernando Rey). Era entonces una beldad sana, auténtica, cada día, cada película más sugestiva. Los pómulos se le perfilaron, la piel era amelocotonada y la boca se le acerezó. Haciendo de india en “Yuma” (Sam Fuller, 1956) estaba sobresaliente. Cabello mojado, echado hacia atrás, escote redondo y apto para sumergirse en placeres ocultos. Y su sonrisa, su risa que mordía, de putilla.
Su coqueteo suramericano estaba en ciernes y después vendría la aventura norteamericana. Sólo tres films (“Yuma”, “Veracruz” y “Dos pasiones y un amor”) pero interesantes. Se estaban construyendo los cimientos de su edificio mítico. Película a película hasta llegar a la explosión, a “El último cuplé”. 1957. Su reaparición estelar en España. Esplendorosa. Radiante. Su rol indeleble y siempre evocado. Amando de cuplé en cuplé, yendo de hombre a hombre, emborrachándose en un cafetín del puerto y la apoteosis: la muerte en el escenario. Y a partir de aquí, Sara Montiel cual diosa, repitiendo su papel, sexo y fuego, placer y penitencia. La anatomía ha cambiado. Menos señalados los pómulos, menos mestiza, menos arrabalera y más señora. Más muslo y más escote vertiginoso. Pudo ser la Mae West española y no lo fue. Lástima. Pero retrocedamos en el tiempo. Regreso al pasado.


ERASE UNA VEZ HACE 60 AÑOS
El origen se sitúa en 1928, en Campo de Criptana (Ciudad Real), el 10 de marzo. Ese día nació María Antonia Abad Fernández. Tuvo una infancia difícil pero feliz. Hija de familia humilde, exenta de educación en las letras. Tempranamente pierde a su padre (su boca es herencia paterna, afirma) y debe ponerse a trabajar desde pequeñita. Pasó hambre e iba a la huerta a coger regaliz, higos y raíces. No por diversión sino como sustento. La dureza forjó su carácter. Dura pero tierna; arrogante pero sentimental, dicen sus íntimos. Interna en un convento de dominicas y luego en el Jesús María de Orihuela. Siempre soñó con ser una gran bailarina –sublimar en el arte las penalidades- y ha confesado que hubiera sido mejor bailarina que cantante, pero se cruzó en su camino Vicente Casanova, preboste de Cifesa, a través de uno de los habituales concursos que organizaba con la intención de revelar nuevos talentos interpretativos. Ocurrió el verano de 1942. El concurso, que se celebró en el marco de una verbena en el Parque del Retiro de Valencia, descubrió a una jovencita llamada María Antonia Abad. Era el principio de una gran carrera. Dos años después debuta en “Te quiero para mí”. El primer toque de atención fue “Mariona Rebull”. Luego el “Don Quijote” de Rafael Gil. Después “Locura de amor”, donde da vida con desgarrada furia a la mora Aldara, cuyos enfrentamientos con Juana la Loca (Aurora Bautista) son épicos.
Remarcable, sí, pero cualquier parecido con la explosión de 1957 fue simple coincidencia. Su sueldo era de 250 pesetas diarias, más dietas, y disponía de una habitación, compartida con su madre, con derecho a cocina. De ahí al contrato en exclusiva con Cesáreo González o al contrato que firmó con Benito Perojo (cuatro films y 23 millones de pesetas) el trayecto era largo y sinuoso. Y pasa por Suramérica. La conquista de las Américas. Entre 1950 y 1956 laboró –y medró – en México, en cine, televisión y teatro. A destajo. Catorce títulos en jornadas de 10 horas de trabajo como mínimo. Supondría el germen de su multitudinario éxito posterior. Y si al hablar de América utilizamos el plural se debe a sus tres películas norteamericanas. Breve pero enjundiosa aventura.

INTERLUDIO EROTICO – SENTIMENTAL
Si cinematográficamente su intermedio norteamericano tiene un indudable interés, casi siempre es realzado por la actriz por su relación con la élite y la fauna hollywoodense. En las hemerotecas pueden comprobarse las fotos de promoción, con Sara Montiel al lado de Alfred Hitchcock, César Romero, Nathalie Wood, Tab Hunter, George Sanders o Marlon Brando, que aterrizaba en su casa a horas intempestivas a degustar platos culinarios exóticos. De las fotos pasamos a los amoríos de la actriz, cuya trayectoria erótico-sentimental es ciertamente azarosa y prolija.
Sara Montiel, que siempre se ha declarado partidaria del sexo libre, sin ataduras, a la pesca de los hombres que le gustan, ilustra de esta forma su imagen de devoradora de hombres. Según confesión propia cumplió casi todos sus deseos, aunque alguna desilusión ocupa espacio en su bagaje / agenda sentimental. Recordemos primero sus amores institucionales, es decir, pasados por el cedazo de la vicaría: Anthony Mann (1957 – 1963), “un hombre culto, delicado y triste” (Montiel dixit), con quién se casó, dicen los rumores, para aprender cine y a quien confinó durante las pausas del rodaje de “El último cuplé” a la más vergonzante mudez. Relación que abunda en su atracción por los hombres mayores: él, 54 años; ella, 26, proseguida en su relación con Miguel Mihura, que le enseñó tardíamente a leer: él 45 años; ella tenía 16 añitos. León Felipe también se apuntó a la lista, aunque la excepción es su segundo y postrer marido: Pepe Tous. Indelicada crónica amarilla –sentimental enriquecida por su “affaire” con Juan Plaza, miembro del PCE, clandestino en el período, de quien tuvo un hijo sietemesino muerto. No puede decirse, pues que Sara no ha vivido. Mucho y a tope.
Ya en pleno apogeo de cotilleo erótico, Sara Montiel ha reivindicado haber mantenido amores con Ernest Hemingway, de quien destaca su salvaje ternura; Maurice Ronet, idilio iniciado en “Carmen, la de Ronda” (Tulio Demicheli, 1959), continuado en el rodaje de “Mi último tango” (L.C. Amadori, 1960); haber pasado una noche de sexo loco con James Dean, poco antes de su fatídico accidente; con Jorge Mistral, o con Gary Cooper, que la bautizó como “Montielito”, por quien sentía atracción física pero no amor (“un contacto físico interesante”), aunque otras fuentes pasablemente malévolas señalan que fue ella quien le tiró los tejos y quien le iba detrás, pero él, impertérrito, ni se inmutó. También encontró tiempo para pasajeros amores misteriosos, como el caballero italiano que la apodó “pàssero”, de quien se desconoce su identidad. ¿Fantasías o realidades? ¿Sara, la fantástica? Interrogantes, interrogantes a descifrar, a descubrir. Las autobiografías acostumbran a ser poco fiables y, además, curándose en salud, los amantes célebres y famosos de la Montiel están todos muertos. Y los muertos no hablan. No discrepan ni desmienten. ¿Para cuando un “biopic” sobre la vida de Sara Montiel? Esperemos un avispado productor que se atreva al desafío. Naturalmente, en su agenda sentimental hay rechazos: Cesáreo González, el productor gallego; Glenn Ford (“un cretino integral”, Montiel dixit); Burt Lancaster, cuyo rechazo fue muto o…

EN EL FONDO DEL ESTRELLATO ESPAÑOL
Finalizada su estancia en USA, con “Veracruz”, “Yuma” y “Dos pasiones y un amor” en su haber, regresa a España. Su aliado es el triunfo. Vítores y aclamaciones. “El último cuplé” estuvo un año ininterrumpido en cartel. Orduña vendió la película por tres millones de pesetas a Cifesa y recaudó más de 100, reflotando momentáneamente a la firma valenciana. Significó su lanzamiento como cantante y el inicio de su listado de títulos cupleteros: canciones, morbo, pasión y la Montiel como “star” debatiéndose entre amores contrariados, robando hombres, que se repetían incesantemente. Contrato exclusivo con Suevia Films (Cesáreo González). Ya podía tocar el cielo con sus manos. El público quería a la Montiel, y los films se sucedían: “La violetera” (L.C. Amadori, 1958, premio del Sindicato Nacional del Espectáculo), “Carmen, la de Ronda”, “La bella Lola” (Alfonso Balcázar, 1962), “Samba” (Rafael Gil, 1963), “La reina del Chantercler” (Rafael Gil, 1963), “La dama de Beirut” (Ladislao Vajda, 1965), “La mujer perdida” (T. Demicheli, 1967)…
Su imagen se repite insistentemente de un film a otro. Sin mayores variaciones. Siempre es la perdida, la “otra”. El perfil izquierdo se eterniza, la nariz es inmejorable y su mirada electrizantemente castiza. En la década de los 60 la censura rebajó algo su cerrilidad. La apertura, sin embargo, alcanzó algo mustia a Sara Montiel, aunque todavía tiene tiempo de derramar sus generosas carnes en desbocados vestidos. No obstante, su mayor generosidad exhibicionista quedará relegada a sus espectáculos musicales, que prodigará al abandonar el cine, mientras que serán las páginas ilustradas de la revista “Interviú” las que desvelarán los secretos que el cine jamás desveló. Un mito al desnudo. En su ingrato adiós cinematográfico (avistado en el horizonte el cine de teta y culo), en “Cinco almohadas para una noche” (Pedro Lazaga, 1973), responde al oficial y otoñal estatuto de seductora, en un doble papel de madre e hija que aún conserva cartuchos eróticos que quemar, siempre con la toalla o la sábana a punto de caer pero… Genio y figura hasta el dorado crepúsculo epidérmico.

¿EL OCASO DE UNA ESTRELLA?
Cuando se mira en el espejo se gusta. Se encuentra satisfecha de sus 60 años. Muchas mujeres se cambiarían por ella, pese a que los diez minutos que asegura necesitar para maquillarse (30 si se pone las medias) suenan a mentira, piadosa, claro, que son las únicas que se permite. La modestia no figura entre sus virtudes. Cuando le piden que se defina suelta que, “yo soy actriz, cantante y Sara Montiel, pero a veces Sara Montiel anula a la actriz y a la cantante. Eso pasa porque Sara Montiel es muy bella”. Si no se halaga uno a sí mismo ¿quién lo hará?, parece pensar Sara Montiel. Y bien que hace. Luce con donaire la lencería fina y le encanta el negro provocador. Quien tuvo retuvo. De María Luján, su emblemático papel, conserva su capacidad de arrastrar al delirio y a la muerte por amor. Algún caballero estuvo en un tris de suicidio por un amor no correspondido y hasta una mujer, la esposa de un diplomático norteamericano, dejó caer sibilinas insinuaciones. Como comenta la propia Sara: “Una no puede impedir que alguien se enamore de ti”. Hoy, para la Montiel, el amor ya no es pasión, es respeto y comprensión. Los años pesan, no los kilos. Sigue alardeando de su romance con los intelectuales, pero más de una viperina lengua la califica de despótica, altiva, tosca y carente de elegancia innata. Los que la conocen bien aseguran que su gran frustración radica en no ser una gran señora.
Vida privada versus imagen pública. Realidad y ficción se dan con un canto en los dientes. Sara Montiel representó toda una época del cine español ya fenecido: sus grandezas y sus servidumbres, lentejuelas y oropel; epítome de estrella “made in Spain”. Su deseo no recompensado es volver al cine en papeles idóneos a su imagen actual, de mujer mayor (ya en “Pecado de amor”, 1961, figuraba que tenía una hija de 30 años y se caracterizaba). ¿Pero se imaginan a Sara Montiel de madre de Ana Belén o interpretando a la Tula de Unamuno? No. La imagen de la Montiel es la fijada en el celuloide, que es una forma de ser inmortal al alcance de unos pocos elegidos: la sensual india de “Yuma”, la María Luján de “El último cuplé” o la de multitud de señoras enjoyadas, abrigadas en magníficos visones, enseñando muslo y escote en profundidad y rotundidad, boquilla en ristre, susurrando palabras de amor, de deseo. No es una imagen justa sino justo una imagen, que diría Jean-Luc Godard. Que este “sex-symbol” autóctono, ese volcán de turbulencias, se haya convertido en una madraza, en una mujer hogareña que acuna a sus retoños, ladrada por un caniche, es un riesgo asumido. Sus 60 años no importan. Es una simple circunstancia. La memoria permite destrozar la más cruel de las realidades.


LA FOTO CCIX


¡Ay, nuestra Sara...!
 (Fotografía de Ibáñez)

miércoles, 7 de enero de 2015

LECTURAS - 23 de Junio de 1967 - España


SARA MONTIEL
UNA MUJER QUE HA VISTO REALIZADOS TODOS SUS SUEÑOS DE NIÑA
“Mi madre se dejaba la piel lavando ropa y se ensuciaba la cara al guisar con carbón”, dice la actriz.
Hoy Sara Montiel posee uno de los mejores vestuarios del mundo y cuenta con centenares de pares de zapatos.

La actriz Sara Montiel fotografiada en un agradable rincón de su hogar de Madrid. El verdadero nombre de la actriz es el de María Antonia Abad Fernández. Nació hace treinta y tres años, en Campo de Criptana, en la provincia de Ciudad Real. 

Nació en Campo de Criptana (Ciudad Real), un 10 de marzo. De niña era menuda, rubia y pizpireta. Bonita y sensible. María Antonia Abad Fernández… De mujer, más que bonita es ahora bellísima; continúa siendo sensible, apasionada y un precioso color negro oculta el rubio natural de sus cabellos. Hay pocas personas que la llamen ya María Antonia… Su madre, su esposo…, su amiga Nati, aquella que vivía al lado de su casa, cuando ambas eran niñas y a la que aún ve, de vez en cuando. Pero pocas personas más. Su nombre artístico ha traspasado fronteras. Su belleza inquietante ha influido poderosamente en el ánimo de todos los públicos. Sarita Montiel, hoy. Frente a mí. Sentada en un canapé, frente a un ancho ventanal desde el que se divisa la madrileñísima Plaza de España. Encima de la repisa de una chimenea, en un sencillo marco, María Antonia Abad, el día de su Primera Comunión… ¿Qué queda hoy de aquella pequeña? Esa es mi pregunta y esta la respuesta de la propia interesada:
Queda el alma, que es la misma. Los sueños ya no, porque se realizaron casi todos. La niña soñaba con hermosos vestidos…, la niña quería dormir en un colchón muelle y tener una almohada de plumas…
Silencio. Sara Montiel adquiere una mirada lejana, ausente… Y luego…
-Hoy, que tengo ya mi almohada de plumas, la llevo siempre en mi equipaje, vaya donde vaya. Reconozco que puede parecer una niñería, pero no consigo dormir con otra almohada que no sea la mía.
-¿Con qué más cosas soñaba la niña?
-Con que mi madre tuviera las manos finas, tersas. Mi madre, que se dejaba la piel lavando mi ropa, la de mi padre y la de todos mis hermanos… Mi madre, que se llenaba la cara de tiznones, guisando con el carbón. Mi mayor ventura es tenerla hoy conmigo, a mi lado, sin preocupaciones de ningún género. Feliz y despreocupada.


Sara Montiel cuenta con uno de los vestuarios más completos de cuantos pueda poseer cualquier artista de Hollywood. Y tiene una colección maravillosa de joyas que sólo luce en contadas ocasiones. María Antonia está casada, desde hace tres años, con el industrial José Vicente Ramírez Olalla. 

-Todo aquello pasó ya como un mal sueño. Hoy eres famosa, rica, muy rica, y con un guardarropa que para sí quisieran muchas famosas de la Meca de Hollywood. Vestidos a centenares. Zapatos por centenares, casi también. Y joyas, muchas joyas que luces en contadas ocasiones. ¿Por qué?
-Si compro joyas, que me gustan, ¡qué duda cabe!, es porque considero que es siempre una buena inversión de dinero. Pero vestir…, eso sí me gusta tener un buen vestuario, tal vez recordando mis sencillos vestidos de percal, tan sencillos pero limpios y bien planchados. Cada año renuevo mi guardarropa y los vestidos que son más simples, y también los zapatos, los doy a jóvenes que los necesitan y que sueñan, como yo soñé un día, en lucir un traje de buen corte sobre su figura.
Frente a mí, la Mujer Serenidad en el rostro y aplomo en la mirada. Todo cuanto sabe lo ha aprendido gracias a su enorme fuerza de voluntad. Hablamos también del amor de la mujer. De su amor. De sus otros amores. De los que pudo tener. De sus admiradores.
-He sido una mujer con muchos pretendientes, es verdad. Pero ahora sólo me interesa un hombre: mi esposo.
-Los hombres, e incluso las mujeres, cuando te ven en el cine, son unánimes en declarar que tienes un gran poder de seducción. ¿Qué entiendes tú por seducción?
Reflexiona muy brevemente, antes de responder:
-Si en cine resulto seductora, es porque así lo exige el personaje que debo interpretar y con él me identifico. Del mismo modo que soy mística cuando encarno a una religiosa… La seducción, fuera del cine, es otra cosa. Serenidad, inteligencia, comprensión y dicha…


Encima de la repisa de una chimenea, en un sencillo marco, María Antonia Abad, el día de su Primera Comunión... "¿Qué queda hoy de aquella pequeña?", pregunta la periodista a Sara Montiel. "Queda el alma, que es la misma", responde la actriz. 

-Y tú pareces totalmente feliz… ¿Ninguna nube?
-Ni una. A pesar de que a muchos esto quizá les defraude. A mí me han divorciado ya tantas veces en la Prensa…
-¿Y nunca se te ha ocurrido demandar a nadie?
-¿Para qué? Ya estoy acostumbrada a que se escriban cosas inciertas. Este es mi hogar y este –señala una foto de su esposo- es Chente, mi marido. Un hombre inteligente, delicado y que ha hecho posible que yo me sienta una mujer plenamente feliz.
Quizá sea inoportuna la pregunta. Pero… me aventuro:
-¿Plenamente, plenamente feliz, Sara? ¿No anhelas… un hijo?
-Con todo mi corazón (aquí, sus ojos bellos, bellísimos, se cubren con un vaho de algo muy parecido a las lágrimas). Hoy podría tener un hijo que me obsequiase como yo hago con mi madre. Un hijo o más…, pero se quedaron en el camino…
Creo no haber entendido bien y le ruego me amplie detalles.
-He perdido cuatro hijos en dos años y medio. Pero el doctor dice que puedo ser madre. Que no debo desesperar… Y no desespero.
La noticia, que no había sido propaganda hasta hoy, me desconcierta. Y también su serenidad, mientras pronuncia la frase. Creo entonces oportuno derivar la conversación hacia otro tema.
A Sarita Montiel le gusta mucho escribir. Y también pintar. Empezó escribiendo su propia vida. Una autobiografía, pero el tiempo… ese condenado tiempo que no le permite hacer lo que quisiera, le impidió continuar con ella. Y ahora, alguien está escribiendo su biografía. Desde niña. Desde Campo de Criptana hasta el Madrid de hoy, pasando por América… Los hombres que influyeron en su vida profesional y privada. La verdad de Sara Montiel. ¿Y la pintura? Sara pinta bien, pero que muy bien. Sin embargo, sus cuadros no están plenamente a la vista. Modesta, los tiene a recaudo de miradas indiscretas. Y sin embargo, son francamente buenas las reproducciones de Van Gogh que tengo frente a mí, en tres distintos lienzos de pequeño tamaño. Sin escuela. Simplemente, por afición. En un deseo de superarse cada vez más. Hablamos de sus “hobbys”, de los deportes que le gusta practicar, de… ¡tantas cosas! Le gusta la cocina sencilla. Nada de caviar: filetes a la plancha y fruta, mucha fruta. No como régimen, que no lo necesita, sino porque le gusta la comida sana. ¡Ah! Y que en su despensa no falten las verduras –en especial, las espinacas-. ¿Y el deporte?
-Como espectadora, prefiero el fútbol al boxeo. Este último no me gusta.
-¿Y para practicarlo tú?
-Me apasiona el mar.


Sara Montiel posa para el fotógrafo con un precioso vestido largo de noche, que forma parte de su rico vestuario. 

-Tú eres española, y te consideras españolísima. Te supongo una entusiasta de la fiesta nacional…
-¡Toma! Pues claro. Si vieras cómo me arranco con mis “¡olé!”.
-¿A qué torero?
-Bueno… digamos que hay varios de buenos…, pero no todos los que de ellos se habla y escribe.
Sara Montiel, según se desprende de nuestra conversación, es una consumada amazona.
-Me gusta montar a “pelo”. Aprendí en Estados Unidos, cuando rodé una película junto a Rod Steiger.
-¿Partidaria de la independencia de la mujer?
-Soy partidaria, desde luego. Pero digamos que en un noventa y nueve como nueve por ciento. La mujer más independiente del mundo necesita, en un momento determinado, encontrar su nido. Su hogar. Un hombre. Algo que la ate. La mujer debe trabajar: esto beneficia no sólo la parte económica, sino que contribuye a su equilibrio emocional. Claro que hay que saber hacer las cosas con arte. Porque si queremos en todo ser igualitas al hombre, no podremos luego pretender que nos retiren la silla antes de sentarnos a una mesa o que nos abran la portezuela del coche… Hay que usar ahí la mano izquierda, y con inteligencia…
La tarde va declinando. Pasamos al salón. Muchas cajas desparramadas por el suelo. Sara pregunta a su secretaria y a su madre, qué es aquello. Son los modelos de Dior, que han llegado hace escasamente una hora, mientras nosotras hablábamos. Mujer al fin y al cabo, como todas, no espera más para verlos. Y los saca ilusionada, uno tras otro. Palpando la suave seda y la gasa, la pedrería, que refulge como un ascua bajo la luz de la lámpara. Y la tentación es más fuerte que ella. Se los prueba. Ella dice que para ver si no tienen “retoque”, pero yo, que soy también mujer, entiendo de eso y sé que cualquier mujer reaccionaria como ella. Sin espera al día de “estreno”.
Los cabellos largos, negros y un poco despeinados de Sara Montiel, caen sobres sus hombros. Se mira al espejo. Casi sonríe, un poco coqueta. Y amplia la sonrisa cuando dice…
-Soy casi tan presumida como cuando tenía ocho años… Y me ponía aquel lazo tan grandote en lo alto de la cabeza, para destacar… y tal vez, tal vez, para que nadie se fijara en mi vestidito de percal…


Sara Montiel en uno de los momentos más felices de su vida, cuando contrajo matrimonio con el industrial Ramírez Olalla, el 2 de mayo de 1964, en la iglesia de Ntra. Sra. de Montserrat, de Roma. 

La niña, atrás. Hoy, la mujer, Famosa y rica. Pero el alma de la niña, está allí. Como ella dijo antes. Y la que ha hablado de sus aficiones, de sus sueños, de sus recuerdos, María Antonia Abad Fernández. Sara Montiel, sólo en la pantalla. En la vida real, una mujer: María Antonia. Muy Mujer. Así, con mayúscula.

MAITE MAINÉ


EL RECORTE CCVIII
Una vida completa la de nuestra estrella que en 1965 estrenaba  "La dama de Beirut". Este 2015 el film cumple 50 años. Esta página de Dígame (1965) nos esbozaba algunos detalles de la película.


SARA MONTIEL
ESTARA CUATRO MESES FUERA DE ESPAÑA
Cuando lean ustedes estas líneas, Sara Montiel habrá rodado unas escenas en el puerto y las ramblas barcelonesas y estará en París unas semanas y el resto en el Líbano. La causa: su próxima película, titulada “La dama de Beirut”, y el tiempo que invertirá en ello, cerca de cuatro meses, durante los cuales, estará lejos de España.
La víspera de este largo viaje emprendido por Sara, tuve la oportunidad de entablar una agradable conversación con ella.



DOS AÑOS EN PREPARAR ESTA PELICULA
El nuevo filme interpretado por la estrella famosa de “El último cuplé” y “La Violetera”, es muy distinto a estos últimos títulos.
-¿Es cierto que esta película pensabas haberla interpretado hace tiempo?
-Sí. Hace dos años firmé el contrato, pero yo quería que fuera dirigida por Ladislao Vajda. Exigí que fuera él, porque lo considero un buen director. Pero unas veces estaba ocupado, rodando en Alemania, y luego cayó enfermo. Hasta ahora no había tenido ocasión de trabajar a su lado, excepto hace años, en un papelito que hice de colegiala. Por fin voy a ver realizado mi deseo.
-¿Quién es tu oponente masculino?
-Mi “partenaire” es Giancarlo del Duca.
-¿Italiano?
-No; francés, de procedencia italiana. “La dama de Beirut” es coproducción franco-española.

“NO ESTOY ENCASILLADA”
-Sara, ¿tú no estás encasillada como actriz?
-¡De ninguna manera! En mi última película, “Samba”, canto “bossa-nova” y música de “jazz”, y el tema es de una chica enamorada…
-Digamos que tus películas son fáciles, rozando el folletín.
-Todas las que actualmente se hacen rozan el folletín. Mira, si no, “Los paraguas de Cherburgo”. Parece una novela por entregas. Y, ya ves, es una película premiada. En eso que dices no estoy de acuerdo. ¡Sí, sí! Ponlo así. Eso que mis películas son fáciles y todas iguales, vamos a dejarlo. “La Violetera” se desarrolla en 1900. “El último cuplé”, en 1925. “Carmen la de Ronda”, es Merimée, con problemas suyos. “Mi último tango” está ambientada alrededor del año 1928, en tiempos del tango argentino, y trata de la muchachita que quiere ser artista y lo es, cuando cambia a la cantante famosa por ella. ¿Qué no es original? Bueno, pero eso no quiere decir que se parezca a “La Violetera” ni a otra. Como también es distinto el tema de “Pecado de amor” o en “La bella Lola”, que es como una versión de “La dama de las camelias”. Y te repito que si no es original, tampoco son las que ahora se hacen, y que tocan, como ya te he dicho de “Los paraguas de Cherburgo”, un tema de amor escabroso. Y a la gente le gustan mis películas. A mis estrenos no obligo a nadie con una pistola en el pecho para que vaya a verme. La gente que quiere va a verme, y en paz. Yo soy una asalariada, una obrera del cine. Y al público le gusta que cante, como le gustan las películas agradables. Volvemos a lo mismo. Si no son originales, te diré que desde que murió Kulbricht, la Metro no hace una película original. Hay directores fantásticos, como Dassin. Es fabuloso. Pero fenomenal, fenomenal. Baste decir que hizo “Rififí”, “Fedra”  y ahora “Topkapi”. Me gustaría que me dirigiera.
-¿No te va lo dramático?
-Hago lo mejor. Lo que me gusta, que es lo musical. Que lo haga o no lo haga bien, es otra cosa. Pero siempre es algo que me guste. Es como si al Cordobés le dicen que sea futbolista.


SARA, EN PERSONA
No vamos a cantar ni a escribir adjetivos sobre Sara Montiel. Su belleza está puesta de manifiesto tantas veces como aparece en la película. Y, sobre todo, su espléndida fotogenia, ensalzada por cuantos fotógrafos y cameraman la han tenido posando. Vamos a hablar de su debut teatral.
-Es posible que en octubre me presente en Madrid con un “show” al estilo americano y titulado “Sara Montiel en persona”.
-¿Será parecido al de Ed Sullivan?
-Ed Sullivan tiene un “show” en televisión, como lo tiene, y mejor, Perry Como. Pero mi espectáculo será parecido al que existe en Las Vegas, con artistas de primera categoría, tal y como hacen allí Frank Sinatra y otros.
-¿De qué constará?
-De los éxitos musicales de mis siete películas. En total, ciento cuarenta y siete canciones. Haré un repertorio, claro. No será moderno, sino con canciones que ya conoce la gente, tal y como ahora está haciéndose en el Lido, de París.
-¿Qué explicación ofreces respecto al título del “show”?
-Quiero que la gente me vea en persona, tal y como soy, y no como cree que soy.
-¿Y cómo crees que te ve a ti la gente?
-Diferente. De otra manera.
-Más claro.
-Pues mira: dicen que soy vieja, baja, que tengo la nariz torcida, y el tobillo, y que me doblan la voz…
-¿No tienes miedo?
-¿Yo miedo? Me encanta más el teatro que el cine. Y con el “show” me verán tal y como soy en realidad, ya te lo he dicho. Voy a bajar al patio de butacas… Cantaré delante del público también.
-¿Tú sabes cantar, Sara?
-Yo no canto. Digo.
-¿Y qué crees que debe hacerse?
-Se dice y se canta.
-¿Qué diferencias hay en ello?
-Depende.
-¿Qué se necesita para cantar, según tú?
-Tener voz y corazón.
-¿Reúnes esas cualidades?
-Tengo corazón, voz y lo digo. Pero me falta ser cantante.
-¿…?
-Sí. Como los cantantes de ópera. Cuando yo hablo de cantar, me refiero a como lo han hecho Fleta, Renata Tebaldi y Victoria de los Ángeles. Para cantar una canción normal, un cuplé o un tango, se canta poco, pero dice mucho.
-¿Qué números interpretarás en tu último filme, “La dama de Beirut”?
-Siete. Canciones modernas con ritmos actuales, desde el mambo hasta el surf.
-¿Quién te ha ayudado musicalmente, desde que filmaste “El último cuplé” hasta hoy?
-He aprendido por mí misma.
-¿Quién te ha educado, también musicalmente hablando?
-Nadie.
-¿Y aconsejado?
-Tampoco.
-¿Y tus maestros?
-Son dos: Gregorio Segura y Solano. Llevamos seis años juntos.
-¿Qué han hecho ellos entonces?
-Los arreglos de mis canciones.


-¿Y aquella película, cambiando de tema, que ibas a hacer sobre la vida de Clara Petacci?
-Se iba a titular “Amor y muerte”; pero el productor, Riccoli, el dueño de “Tempo”, “Oggi” y toda esa cadena de periódicos italianos, tiene miedo a hacerla, porque sería necesario decir la verdad, y en ese caso podría herir a mucha gente. En resumen: que no se hace por motivos políticos. A mí me hubiera encantado hacer el papel de Clara Petacci, porque es una mujer que prefirió morir por el amor de un hombre, cuando hubiera podido fácilmente salvarse.
-¿Y qué otro papel sueñas con encarnar?
-Con la vida de Catalina la Grande.
-¿Contratos en perspectiva?
-Cuatro películas en coproducción inglesa.
-¿Con quién viajas ahora?
-Me acompañan una doncella, una secretaria y un secretario.
-¿Y José Vicente?
-En sus negocios particulares. Él es abogado y economista.
-¿Cigüeña a la vista?
-No. Todavía no, aunque yo siempre digo que espero cinco niños a la vez.
-¿Te importa que sea niño o niña?
-Lo que sea.
-Si fuera niña, ¿le pondrías el nombre de Sara o el de María Antonia?
-No sé. También podría ponerle Vicenta, como mi madre.
-Sara, ¿eres la mejor actriz de nuestro cine?
-Eso no lo sé. Lo único que puedo decirte es que trabajo. Y mientras hay salud y trabajo, ¿qué se puede pedir más?


LA FOTO CCVIII


Espectacularmente bella, como siempre, Sara Montiel en "La dama de Beirut", film que este año cumple sus 50 años.