martes, 24 de febrero de 2015

SEMANA - 24 de Septiembre de 1997 - España




SARA MONTIEL
(69 años) con su nuevo novio, un abogado de origen austriaco llamado Nicolás.
Se conocieron en Mallorca, donde él vive y ella pasa largas temporadas

Sara Montiel se ha vuelto a enamorar. A sus sesenta y nueve años y eternamente joven para el amor, Sara vive días de ilusión junto a un abogado de origen austriaco llamado Nicolás, quien lleva algunos años residiendo en Mallorca, donde precisamente ha nacido su amor. La feliz pareja fue fotografiada muy acaramelada cuando disfrutaban de una alegre velada en una discoteca. Siempre a la última, Sara vestía un traje corto con transparencias, tan de moda esta temporada, y llevaba las uñas pintadas en verde y naranja, lo que constituye otra muestra de su vitalidad y gusto por lo más moderno y vanguardista. En el amor no hay edad y, aunque en el corazón de Sara siempre habrá un lugar fundamental para Pepe Tous, no renuncia a salir, divertirse y tener amigos especiales, como decía recientemente:
-La edad no cuenta para mí y todavía tengo muchas energías para dar y tomar.
Mallorca está íntimamente vinculada a la vida de Sara Montiel. Allí conoció y se enamoró de Pepe Tous, hasta hoy el hombre más importante de su vida, y vivió momentos de inmensa felicidad.


Felices y muy acaramelados vemos a Sara Montiel y a su nuevo novio, Nicolás, en la discoteca mallorquina donde disfrutaron de una romántica y alegre velada. 


SIEMPRE MALLORCA
Sara es muy querida en la isla, donde cuenta con infinidad de amigos. Aunque aún se desconocen muchos detalles sobre la identidad del nuevo amor de Sara, se sabe que vive en Mallorca desde hace ya varios años y hoy es la persona que ha devuelto la ilusión a Sara Montiel, protagonista de apasionadas historias de amor, pero también de fuertes desengaños, como el que sufriera con Giancarlo del Duca, hasta ahora, su último amor conocido.
Es aún prematuro para saber cómo evolucionará su relación con Nicolás, aunque con la fuerza y energía que siempre la han caracterizado, Sara Montiel continúa su derecho a ser feliz.


Dispuesta a divertirse, Sara fue también a una fiesta donde coincidió con Pepe Rubio y Rosa Valenty. Siempre a la última, llevaba las uñas pintadas de verde y naranja.

BODA FRUSTRADA
La muerte de Pepe Tous, el 25 de agosto de 1992, supuso para Sara un durísimo golpe, pues no sólo perdió a su marido, sino también el mejor compañero que había tenido en su vida.
Sara se dedicó por entero a sus hijos y a su trabajo, hasta que a fenales del verano de 1993, durante la grabación del programa “Esta es su vida”, se reencontró con Giancarlo del Duca – cuyo verdadero apellido es Viola – al que había conocido en 1964 cuando rodaron juntos “La dama de Beirut”. El reencuentro pareció avivar antiguos sentimientos, al menos en Sara, quien en enero de 1994 anunció que se casaba con Giancarlo. Sin embargo, la irregular situación de él, que seguía casado en Italia, y otras circunstancias dieron al traste con aquel proyecto de boda a finales de marzo de ese año. Sara sufrió un gran desengaño y dijo que Giancarlo era un capítulo definitivamente cerrado en su vida.


Sara revive hoy la ilusión de estar enamorada.

EL APOYO DE SUS HIJOS
Ahora, junto a Nicolás, Sara ha abierto otra etapa de su ya intensa existencia. Cuenta, además, con el decidido apoyo de sus hijos, especialmente de Thais, quien continuamente anima a su madre a que salga y se divierta. Por lo tanto, no es extraño que Sara Montiel, siempre vital y alegre, viva intensamente esta etapa de madurez y dé rienda suelta a los sentimientos que le inspira Nicolás, el nuevo hombre en la vida de nuestra famosa estrella.

Giancarlo del Duca: un gran desengaño


Cuando Sara Montiel se reencontró a finales de 1993 con su antiguo amor Giancarlo del Duca en la grabación del programa “Esta es su vida”, creyó haber recuperado la ilusión por el amor que había perdido tras la muerte de su marido, Pepe Tous. Sin embargo, todas las promesas y proyecto de boda se desvanecieron al poco tiempo y Sara Montiel sufrió uno de los mayores y más dolorosos desengaños de su vida.


EL RECORTE CCXIII
En 1996, la diva era protagonista absoluta del País Semanal el domingo 18 de Agosto. Era una de esas entrevistas en las que Sara hacía recopilación de su vida y, evidentemente, muchas líneas estaban dedicadas a los hombres. Para los fans, lo que ya sabemos; pero las dos fotos que acompañan el reportaje fueron totalmente novedosas en aquella década. 



SARA MONTIEL
Continúa fiel a la imagen que ella misma se ha construido a lo largo de los años. Treinta años después del éxito de El último cuplé, Sara Montiel conserva el mismo espíritu y tesón que la llevó a ser la estrella indiscutible de la época.
EL TIEMPO DETENIDO

Hace quince o veinte años, Sara Montiel contestaba a una entrevista en un camerino frente al espejo de luces de maquillaje. Se preparaba para cantar en uno de los espectáculos que empezaron llamándose Saritísima y continuaron a lo largo de varios años. Atenta a su arreglo, rímel, colorete, polvos, un trabajo minucioso, sólo decía cosas como: “Yo en Rusia soy una estrella, allí me adoran, como en todas partes”. De vez en cuando entraban algunas visitas, así que entre unas cosas y otras aquello estaba a rebosar de gente. Una de las personas que se presentó para saludarla era de Campo de Criptana, el pueblo de La Mancha donde nació la estrella. Llevaba la fotografía de un mesón. “Sarita”, dijo, “este es el negocio que hemos puesto mi marido y yo; quería que lo vieras”. Luego llegaron otros, mientras la protagonista hablaba de sus sobrinos, de que les pagaba el colegio; o aseguraba que su voz era la de siempre y que además de cantar Fumando espero iba a estrenar otras canciones. De pronto, su ayudante advirtió: “Es la hora, tienes que vestirte”. Ya perfectamente maquillada, se levantó, se quitó toda la ropa que llevaba, una bata, y dijo: “Vamos”. Entonces cogieron el maillot de lentejuelas que iba a lucir y entre dos encargadas de vestuario lo colocaron con cuidado sobre el suelo, para que Sara introdujera los pies por las aberturas correspondientes. Luego subieron el maillot despacio y paralelamente al cuerpo de la artista, que de pie esperaba lo que vino a continuación; cuando el atuendo estuvo a la altura del pecho, contaron hasta tres y soltaron a la vez la prenda. Ésta se ciñó al cuerpo con ruido de lentejuelas y se ajustó como un guante de goma al cuerpo de aquella mujer que quedó embutida y, por supuesto, milagrosamente estilizada. Enseguida ella se fue sin más, tras ponerse un adorno de plumas en la cabeza.
Ahora, en su casa del barrio de Salamanca, y tanto tiempo después, parece que se revive aquella escena. Aunque tiene dos hijos adolescentes y se ha quedado viuda recientemente, todo lo demás que atañe a la Montiel sigue perfectamente idéntico. Es decir, Sara sigue fiel a su creación, a la imagen que forjó de sí misma. Sentada en un sofá imperio espera que el fotógrafo se convenza de la verdadera situación, que las fotos se harán sólo como ella quiere. Mira los grandes focos con serenidad de esfinge y replica: “La luz tiene que estar a la altura de los ojos”. “Mira, Sara”, interviene el fotógrafo, “con la cabeza un poco más alta queda mejor”. “Pero la luz debe estar a la altura de los ojos”, insiste monocorde, sin una sonrisa, con la distancia y el hastío de una verdadera diva. “Este perfil no sale”, dirá luego, señalando lo prohibido con una mano. “Pero las manos tampoco deben fotografiarse, porque son feas, como las de mi padre”. Unas manos regordetas, pesadas, con uñas de cucharilla, seña de identidad de tantas folclóricas. “¿Y un filtro, no tienes un filtro? Es que no tengo 20 años, tengo 68”. No le importa confesarlo. Lo que le importa es ser un milagro de la naturaleza, una mujer por encima de la edad, un ejemplo de resistencia en el estrellato. La que más aguanta, tanto como Sofía o Liz, a las que cita por su nombre de pila, como se hace con los conocidos y colegas de toda la vida. Treinta años después de El último cuplé, y de ser la violeterilla, como le decía Franco, aún espera que el tiempo pase de ella. Se toma muchas molestias para lograrlo, no todo es cuestión de fe, sino de trabajo personal, de esfuerzo. Sin embargo, y en eso sí que se nota que estamos en el verano del 96, los labios brillantes bordeados de negro han perdido el mohín en forma de O de los primeros planos, ese camino intermedio tan suyo entre la obscenidad y lo kitsch. Ahora mira con los ojos un poco desmesurados, sin sonreír en ningún momento, como si la tirantez de su piel no pudiera resistir una nueva prueba. Se ha sentido bella toda la vida, lo que, unido a una intuición finísima para conocer el valor que eso tenía, le ha permitido abrirse camino con un desparpajo poco común. Conoce sus capacidades desde que a los 13 años Luís Ezcurra la vio cantando una saeta en Orihuela y se la llevó para Madrid para que participara en un concurso de caras nuevas para el cine organizado por Cifesa. “Ezcurra y doña Pura, su mujer, fueron mis padrinos. Luego, enseguida, empezó todo: en el 44 hice una película con Fernando Fernán – Gómez, Empezó en boda”. Arrogante, guardiana implacable de su caduca imagen, sólo cuando habla de sus hijos o de la muerte de su marido, Pepe Tous, asoma una mujer fuerte que ha sabido querer y sufrir con dignidad. En sus comienzos se hacía llamar María Alejandra, su nombre artístico durante un corto espacio de tiempo. Luego se puso Sara Montiel y, harta de hacer pequeños papeles, se fue a México, en 1954. Aconsejada por Miguel Mihura.
Pero su descubridor fue Enrique Herreros.
-Lo conocí en 1944, fue amigo. Era jefe de publicidad de la productora de Empezó en boda. Nos conocimos y luego la amistad no siguió porque me arrimé más a Miguel Mihura, como era lógico. Cuando volví para hacer El último cuplé, Herreros apareció con Juan de Orduña para que yo hiciera ese papel.
-¿Es verdad que Mihura fue su amante?
-Yo no he sido amante de nadie; nunca, estando casada, tuve novios. Y Miguel fue un enamorado mío, y yo de él, pero no se quiso casar porque me tenía como una niña. Yo tenía 17 años. Mi primer hombre lo tuve con 23 años, en México. Nació nuestro amor ya herido, no pudo ser. Pepe Tous y este hombre son los grandes amores de mi vida. Los demás simplemente han pasado por mi vida. Y he tenido muchos amores, pero amantes no. Una vez que me encuentro con el hombre, sólo soy mujer de ese hombre.
-Cuando era jovencita, ¿fue, según decía la moral católica de aquellos años, los cuarenta y los cincuenta, una chica fácil?
-No. Yo he sido muy jodida. He sido tremenda, en el sentido de que ha costado mucho conquistarme.
-¿Y Anthony Mann?
-Me contrató para hacer Serenade. Le admiraba por Winchester 73 y Música y lágrimas, que era la vida de Glenn Miller. Lo conocí en el estudio, nos enamoramos, y nos casamos en el 57 en artículo mortis porque le dio un ataque al corazón.
-El amor, ¿qué era entonces para usted?
-Lo que es para una mujer: te enamoras. Estuve siete años casada con Tony; nos divorciamos, e íntimos amigos, maravilloso; hasta me citó en su testamento.
-¿Le ayudó en su carrera?
-No, a Sara Montiel, desde 1944, sólo la ha ayudado su madre. Ella me decía que estudiase bien los papeles, sabía que el amor de mi vida era actuar. Se vino conmigo a México. Mi padre había muerto y todos mis hermanos estaban casados. Mi madre me tuvo a los 20 años y siempre me apoyó; mi padre también, pero mis hermanos no querían que fuese artista; era pecado mortal para ellos.
-¿Mann creía en usted como actriz?
-Yo ya había hecho 20 películas en México y 20 aquí.
-Él no le dio una buena película como protagonista, pero ¿lo intentó?
-La Warner quería hacer una película con Jimmy Stewart, que fue socio de Tony Mann durante ocho o nueve años, pero entonces El último cuplé fue el bombazo, y Tony se vino a España conmigo porque yo le dije que hiciera una película aquí. Dirigió El Cid. Tony me enseñó a ser montadora de cine y a manejar el vídeo, y a entender de fotografía.
-¿Mann la quería convertir en estrella o la quería en casa?
-Quería que fuera una estrella. Se enfadó porque no quise hacer El Cid, pero estaba con Carmen la de Ronda y La violetera, y no podía hacer de Doña Jimena subida a un caballo; por eso trajeron a Sofía, porque yo no quise el papel.
-¿Usted cree que ha usado su belleza como una herramienta?
-Pues no. No le he dado importancia a la belleza, ha sido un hándicap para mí.
-Esa es la típica respuesta de una mujer muy guapa.
-Que una sea guapa y dé bien en cine, y sea perfecta de facciones, y yo soy guapísima, no garantiza el éxito. Yo vi El último cuplé en el Rialto, en el mes de julio, cuando llevaba varios meses estrenada y al terminar todo el mundo lloraba viendo muerta a María Luján, por oírme decir Nena. Eso pasó porque estaba bien como actriz, y expresando la canción como es debido. Si no, no mueves así a las masas como las moví. Y eso que había hecho El último cuplé por casualidad, porque vine de vacaciones a España.
-Pero ha dicho alguna vez que se vino a España al comprender que en Hollywood siempre sería una española haciendo papeles de mexicana.
-Por supuesto, y eso sigue siendo igual. Lo vi clarísimamente; la mexicana, la guapa –muy guapa porque eso no me lo podía quitar nadie-, pero siempre tenía que hacer de mexicana o de española.
-Así que ante este panorama decide probar suerte en España.
-No, vine de vacaciones con mi madre, que quería ver a sus hijos, la Navidad del 55, y Juan de Orduña me ofreció el cuplé. Regresé a EEUU porque tenía que hacer Yuma, con Rod Steigger, y cuando estaba terminando me enviaron el contrato. Hice la película, regresé a Hollywood, me casé con Tony, y, desde luego, no suponía el éxito que iba a tener el cuplé. Pero sucedió, y los productores fueron a Los Ángeles y me hicieron un contrato por seis películas. Me pagaban 35 millones de pesetas por película. Y volví.
-Todo un éxito para una mujer que se fue muy joven en busca de aventura.
-Y sin saber leer ni escribir, ése es el complejo que tengo. Empecé a leer a los 24 años. Pero yo era esponja prudente y callada, no abría la boca y aprendía de los demás.
-Cuando fue novia de Ernest Hemingway, ¿no había leído sus novelas?
-Las leí después, cuando pude hacerlo. Yo no sabía nada, ni siquiera quién era Hitler. Tenía 13 años, y en Valencia, en casa de unos amigos germanófilos, me presentaron a Goebbels y al comandante Canaris, y no supe quiénes eran.
-Cuando menciona sus aventuras amorosas siempre se sitúa en una posición de mujer deseada a tope, como una devoradora de hombres.
-No, no. Eso sí, me han enamorado por su inteligencia, por su manera de ser y luego todos han muerto, aunque siempre han quedado como amigos, adorándome.
-¿Has sido abandonada alguna vez?
-Pues mira, no. Siempre los he dejado yo, no me han dejado nunca; así que no conozco esa angustia que otros han vivido, ese sufrimiento.
-Y algún hombre le ha dicho: “Mira, Sara, no me líes, déjalo”.
-Nunca jamás. Cuando he encontrado al hombre que me gustaba, y sabiendo que había conexión, química, porque sin química el amor no existe, me he insinuado. Yo me caigo de femenina, es que soy una mariquita de miedo, y si notaba que había atracción, pues me insinuaba como mujer. Pero siempre muy femenina, nunca cerebral. Siempre me he guiado por el instinto. Si hubiera sido cerebral, ese monumento de la India, el Taj Mahal, sería mío. Con sólo mover la cabeza así, el Taj Mahal sería la caseta de mi perro.


Sara Montiel sigue conservando a los 68 años una belleza fuera de serie. "Nunca me he operado, sólo tengo una incisión bajo la barbilla porque me salió un bultito de cantar". 

-¿Usted cree que sobre todo ha sido una cara, desde luego, maravillosa?
-Una no es tonta, pero no soy consciente de mi belleza, siempre ha sido una molestia la belleza. Quería destacar como actriz. Y he estado muy bien, en las películas mexicanas y en las españolas. Pero me ha perjudicado la belleza. Todas las críticas decían lo mismo: bellísima, se sale de la pantalla, está bien en su personaje, es buena actriz, pero la belleza le puede. Y además que, siendo guapa, pudiendo cantar y siendo buena actriz, era muy completa. Así que he tenido la suerte de ser bella, una actriz bien y una cantante con un estilo que marcó una época.
-No es alta, ni rubia ni misteriosa, pero se ha comportado siempre como si lo fuera. Lo dijo de usted Juan Marsé, y me parece que encierra la clave de su éxito, esa confianza en sí misma, su tozudez para seguir adelante.
-Tenía mucha fuerza. Sin saber leer a los 24 años hay que tener fuerza para salir adelante. Me enseñó a leer León Felipe en México; partí de cero, pero siempre he sabido por donde ir. No me han educado nunca, no he ido al colegio; en Orihuela las monjas de la caridad me enseñaron a bordar y a cantar. Las canciones me las aprendía de memoria y los guiones de las películas me los leían en voz alta y los memorizaba. Eso me hacía sufrir mucho, todavía me acompleja. Pero en Hollywood rechacé un contrato de siete años con la Columbia porque no quería amarrarme a nada. Era pájara voladora, y a mí no me ataban con esos contratos leoninos.
-Decía que marcó una época; hace ya mucho tiempo de todo eso, pero sigue comportándose como si fuera una estrella fulgurante.
-Es que marqué una época y un estilo; pero en Turquía, en Israel, en Grecia, en Francia, en Italia, en Estados Unidos, en Canadá, en toda Sudamérica y en la India… hasta donde Cristo perdió el gorro.
-Pero ese género se agotó en diez años, y además era muy reiterativo. ¿No cree?
-No, no. Viendo todas las películas que he hecho, ninguna se parece a otra.
-Todos sus personajes son iguales; mujeres apasionadas, desgraciadas, con un destino fatal.
-No, no. El guión que me escribió Gala para Esa mujer era distinto. Además esas historias están a la orden de día en las películas americanas. Empecé en 1944 y todavía tengo ofertas para el cine, pero yo ya hice mis películas y ahí quedaron. Hoy no me gustaría verme en una pantalla.
-Así queda lo mejor de usted, ¿Sara Montiel en pleno esplendor?
-Sí.
-Aunque siempre le haya perjudicado ser tan bella, ¿cómo le afecta la pérdida de esa belleza?
-Es que siempre me ha importado mi salud.
-La veía, ahí, mientras hacían las fotos, retocándose, y he pensado si no le resultaba incómodo tanto cuidado, tanto trabajo.
-Eso es, se trata de mi trabajo.
-¿Nunca le apetece de pronto decir basta?
-No, me gusta mi trabajo. Como Picasso necesitaba crear, yo lo mismo. Creo en el escenario.
-A eso me refería, a esa necesidad de verse eternamente joven, al cansancio que debe producir esa actitud.
-No se puede decir de esta agua no beberé, me faltan dos para los 70, y me río de ellos.
-Pero esa negativa a envejecer le obliga a operarse una y otra vez.
-Nunca me he operado, sólo tengo una incisión aquí, bajo la barbilla, porque me salió un bultito de cantar. Jamás me he operado.
-¿Y qué hace entonces?
-Nada, me desmaquillo con aceite de oliva.
-¿Y qué planes tiene a los 68 años?
-Seguir la misma vida. Tengo un espíritu muy abierto, como siempre. Hablo con la gente joven y todos me entienden.
-¿Qué piensa usted de una actitud como la de Greta Garbo?
-Se retiró con 36 años porque ella quiso, y a esa edad no se puede retirar una actriz. Eso es desperdiciar una vida.
-Se quedó viuda hace poco. ¿Piensa que todavía es tiempo de enamorarse?
-Bueno, estoy bien, y soy peligrosa.
-¿Quiere decir que se enamora?
-Sí, y que se enamoran de mí. Pero baso mi vida en mis hijos, que son lo primero, y en mi trabajo, porque me divierte. Saldré a escena hasta que Dios quiera. Nadie tiene la vida comprada. Mi marido hacía planes de futuro y de buenas a primeras cayó enfermo y los médicos me dijeron: abrir y cerrar, no te hagas ilusiones, Antonia, tres meses. La muerte de mi madre y la de Pepe son los golpes más duros de mi vida. En esos tres meses puede haber conseguido un oscar de interpretación, fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Por eso para mí lo principal es la salud y mis hijos.
-¿Con la muerte de Pepe Tous ¿sintió que se hacía mayor de pronto?
-Cuando supe que se moría empecé a ver la vida de otro modo. Ahora le doy valor a cosas que antes no se lo daba. Mi marido iba a cumplir 61 años cuando murió. Yo me he hecho un chequeo, y estoy bien de todo. No noto los 68. Desde que Pepe murió, vivo dedicada a mis hijos. Antes los educábamos entre los dos, ahora estoy sola. Tras morir él, me estuvieron tratando psicológicamente. Los tres meses que pasé sabiendo que se moría, sin decírselo, fueron terribles. Sufrí muchísimo, todavía tengo depresiones.
-No parece una mujer que pueda vivir de recuerdos. De hecho estuvo a punto de casarse poco después de la muerte de Tous. ¿Deseaba rehacer su vida?
-Yo dejé a Gian Carlo para ir a vivir con Pepe, pero quedamos muy amigos y nos separamos porque yo quise; él se divorció por mí, pero yo no. Pepe y él eran grandes amigos, se enviaban felicitaciones en Navidad. Gian Carlo era una amistad, supo que había muerto Pepe y me consoló.
-Y así nació una historia…
-Claro, renació la historia. Yo estaba triste. Empezó a venir a Palma, y como yo le estimo, y he vivido con él siete años, y no era una locura, me dejé. Sin pensar en casarme, una relación de amistad, más por parte suya que por la mía. En realidad él sí quiere volver, pero no es cuestión de enamorarse. Soy una mujer que ha estado 25 años con un hombre perfecto.
-La mujer de Gutiérrez Alea, el director de cine cubano que murió recientemente, ha dicho que los últimos meses han sido los más felices con él. ¿Qué le parece?
-Imagino que lo dice porque ante la muerte aprovechas la felicidad, lo que te queda. La comprendo. No es que piense que cuando él moría ha sido más feliz, lo que quiere decir es que tenía que darse cuenta de que debía ser feliz el tiempo que quedaba. Te agarras a lo que tienes. Pepe murió una tarde, yo abrazada a él. Hacía poco que por la ventana habíamos visto un barco que entraba en el puerto de Palma y me dijo: “Ese barco es ruso, estoy seguro; aunque ya no llevan la hoz y el martillo, te aseguro que es ruso”. Se durmió y murió conmigo a su lado, y el barco era ruso.
-¿Le asusta más la vejez que la muerte?
-No soy de rezar, pero creo que hay una persona superior a nosotros, que conoce el bien y el mal y hace el bien. Creo mucho en Jesucristo hombre, más que en Dios padre. Podría asustarme la muerte porque mis hijos son pequeños y me necesitan. Por eso me gustaría llegar a viejita sin ser un estorbo para nadie, para verlos crecer. Podrían ser mis nietos pero son mis hijos, y quiero vivir muchos años por ellos. Sé que nacemos para morir, mi madre decía que esta vida es una siesta. Lo decía cuando era joven y cuando murió, con 63 años. Mi madre era preciosa, preciosa.

TEXTO: SOL ALAMEDA
FOTOGRAFÍA: JAVIER SALAS


LA FOTO CCXIII


Simplemente... MARAVILLOSA. 

2 comentarios:

  1. Maravilloso Blog... Lo sigo desde hace años...

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  2. Que alguien como tú disfrute con nuestro trabajo.... el placer es nuestro.

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