Agradecemos a Violeta Riscal el envío de esta revista.
Doña Sara de la Mancha
AUTENTICO PERFIL DE LA ACTRIZ MAS FABULOSA DEL HABLA
ESPAÑOLA
Doña Rosario se
alzó penosamente sobre un codo y contempló con una sonrisa a su hijo:
-Verás…
Quiero que escribas una carta a Sarita… Ya sabes lo que han dicho los médicos…
Esto no tiene remedio, y antes de marcharme para siempre quisiera…
Doña Rosario
vive en una modesta vivienda de los barrios extremos de Madrid. Una fractura de
cadera la dejó inmóvil en la cama. Su hijo, un robusto muchacho de diecinueve
años, accedió a los deseos de su madre y escribió a Sara Montiel. En nombre de
doña Rosario, le explicaba la situación: su madre no podía ir a verla a un cine
y le pedía el favor de una foto dedicada. Si algún día, Dios lo quisiera, la
actriz rodaba una película por aquellas calles y tenía un poquito de tiempo y
quisiera subir a verla… Doña Rosario sabía que esto era imposible, como un
sueño azul irrealizable. La carta terminaba expresando los mejores sentimientos
de admiración.
Cinco días
después, alrededor de las seis de la tarde, llamaron a la puerta. El hijo de
doña Rosario abandonó los libros escolares de sus clases nocturnas y acudió a
abrir presuroso. Al hacerlo, dio un paso atrás, trémulo, emocionado. Allí, en
el dintel de la ruinosa puerta, la figura esbelta de una bellísima mujer sonrió
como una aparición.
Alberto no supo
pronunciar una sola palabra. Corrió a la habitación de su madre, que dormitaba
suavemente, y susurró:
-¡Mamá!
¡Mamá!... ¡Ha llegado! ¡Es ella! ¡Sarita en persona!
Detrás del
muchacho, Sara Montiel, cargada de paquetes, entró en la habitación humilde, se
inclinó sobre el lecho y depositando un beso en la frente de la anciana, dijo
con toda sencillez:
-He
venido a pasar dos horas con usted, señora.
Doña Rosario
contempló atónita a la actriz de sus sueños. Engalanada con un bellísimo traje
de noche, como si se dispusiera a acudir al más brillante de sus estrenos, Sara
Montiel, española y manchega, venía a rendir tributo de agradecimiento a
aquella mujer inválida, ofreciéndola a cambio de su admiración el regalo de su
presencia.
Se dice que Sara
entretuvo a la anciana cantándole a media voz sus mejores cuplés; que la llenó
de regalos, y que cuando la máxima estrella que el cine español ha dado al
mundo concluyó su visita, doña Rosario, emocionada, besó su mano y dijo,
sollozando:
-Ahora
sí que me puedo morir tranquila.
Ni un solo
fotógrafo, ni un solo periodista tuvieron noticia de aquel rasgo generoso. Sara
Montiel había actuado en el mayor de los secretos y dentro del más riguroso
incógnito; pero la noticia saltó al día siguiente por toda la barriada y no
faltaron testigos que vieron salir, pasadas las ocho de la noche y envuelta en
un fabuloso abrigo blanco, a una guapa mujer que entró rápidamente en un coche
negro, huyendo de los cazadores de autógrafos.
Todos los días,
cientos y cientos de cartas llegan hasta el domicilio de Sara Montiel
conteniendo peticiones extremas, solicitando favores, suplicando entrevistas…
Es la ley de la fama. Una secretaria selecciona, resuelve y decide qué cartas
son las que debe leer la actriz. Sarita anota al margen, con su letra firme y
generosa, las medidas a tomar. Y se despreocupa del asunto. Para una estrella
de su categoría no hay apenas tiempo, sobre todo como en el caso de la española
de Campo de Criptana. ¿Qué pudo, entonces, hacerla desistir de sus múltiples
compromisos sociales para tomar su coche y, a escondidas de todos, acudir a ver
a la anciana inválida del barrio de las Ventas?
Junto a Sara
Montiel, una mujer ha compartido sus inquietudes, sus dudas y sus éxitos. Esa
mujer se llama doña María. Es la madre de la estrella: una clásica campesina
manchega que, de pronto, se ha visto rodeada de lujos y de emociones y en la
que Sara ha seguido vertiendo, frente a todas las opiniones sociales, todo el
amor que una hija debe al ser que le dio la vida.
No ha habido
estreno de tronío donde doña María no estuviera presente. No es la primera vez
que Sara, desde el escenario, ha hecho que los focos centraran la figura de su
madre para proclamar a los cuatro vientos que aquella mujer era su máxima
pasión. Y aunque el público reaccionaba rompiendo un frenético aplauso, entre
bastidores tampoco faltaban los gestos compungidos de los hombres que cuidaban
de su publicidad:
-Sara:
ese desbordamiento de sentimiento filial te perjudica…
-Sara:
tu madre no está preparada para ser presentada al público…
-Sara:
deja que tu madre se quede en casa. A los estrenos debes ir tú sola…
No habían calado
en el espíritu de doña Sara de la Mancha. Nacida en medio de la ruta de Don
Quijote, bajo las aspas de los molinos de viento donde el Caballero de la
Triste Figura había roto su lanza desfaciendo entuertos, Sara Montiel no daba
su brazo a torcer. Y un día, ante las cámaras de T.V.E., el mito Sara, rodeado
por el apretado cinturón de sus guardaespaldas, estuvo a punto de irse a pique.
Cuando Sara
rompió aquella muralla que impedía que los periodistas tuviéramos libre acceso
a su casa, supimos la verdad. Una vez más, habían insistido en que Sara no
llevase a su madre a la TV., e hizo trampa. La llevó a escondidas, y para
animarse, porque sabía que su acto de rebeldía podía suponer el rompimiento
definitivo con su jefe de Relaciones Públicas, se metió entre pecho y espalda
dos copas de más y salió al escenario, obligando a los operadores a que dirigieran
los objetivos sobre la figura de su madre.
Manchega de
cuerpo entero, Sara se había enfrentado con la opinión de quienes dirigían su
carrera. No lo hizo en mal momento, porque, cuando se replegaron creyendo que
con ello la destruirían, Sara había alcanzado ya demasiada experiencia para
quedar desbancada. Y entonces fue ella misma quien supervisó las secuencias de
sus canciones, quien se interesó por los secretos de la fotografía y quien
recomendó a los “cameramans” que utilizasen el “tele” de 80 sólo en momentos
muy especiales. De esta forma, Sara es la única estrella que ha conseguido
parangonarse a Hitchcock, dejándose retratar zonas independientes de su rostro
en primerísimo plano, aguantando tranquilamente el objetivo de las cámaras.
El día 2 de mayo
de 1964, Roma se sintió sacudida por la curiosidad y acudió en masa a la
iglesia de Montserrat. Un centenar de fotógrafos del mundo entero y todas las
agencias acreditadas en la Ciudad Eterna desplegaron sus medios informativos
para acercar a la española que, tras haber conseguido la nulidad matrimonial
con el célebre director americano Anthony Mann, se disponía a contraer nupcias
con José Vicente Ramírez Olalla, un español hasta entonces desconocido.
La prensa, la
radio, la televisión y los noticiarios cinematográficos se encargaron de
expandir la noticia a todos los rincones del mundo, sobre todo después de
comprobar que el nuevo matrimonio había sido recibido en audiencia especial por
el Papa. Miles de fotografías ocuparon lugares preferentes en los más importantes
órganos difusores del mundo, catapultando la noticia. El viaje de novios fue
supersónico: en unos cuantos días, la pareja dio la vuelta al mundo. Y Sara
Montiel descubrió que su popularidad había taladrado el “telón de acero” y
ocupado lugares destacados en las ciudades japonesas. Fue entonces cuando el
cine nipón le propuso protagonizar una película en color, en el papel de una
conocida emperatriz japonesa, y tal vez por ello que Italia, sintiéndose
celosa, empezara a caminar detrás de Sara para que accediera a interpretar el
personaje de Clara Petacci, la amante de Mussolini.
Pero Sara tenía
ocupado ya su tiempo por tres años; primero, “Samba”, bajo la dirección de
Rafael Gil, película rodada en Brasil; después, “La dama de Beirut”, a punto de
rodaje. Y entre otros proyectos ya firmados, el próximo año su debut en España
como actriz de teatro…
-Espero
que sea algo así como la bomba atómica china –nos dijo Sara Montiel.
-¿Eres feliz,
Sara? ¿Has tenido que renunciar a tus costumbres habituales desde tu
matrimonio?
Sonríe la
incomparable estrella y dice, maliciosa:
-A
muchas… Sobre todo a una, que no puedo hacer pública porque lo tacharía la
censura…
Esto explica la
causa fundamental de su separación con Anthony Mann: Sara Montiel desea un
hijo:
-Y
lo tendré, si Dios quiere –susurra, esperanzada.
Con ello, el
mito levantado en torno a Sara, que empezaba a situarla en la órbita de
“Yerma”, el célebre personaje de Federico García Lorca, ha quedado aniquilado
para siempre.
En vísperas de
su marcha a Berlín, donde Sara se encargará de elegir el vestuario que deberá
lucir en “La dama de Beirut” y de seleccionar los números musicales de la nueva
película, concertamos el reportaje:
-Me
vais a hacer la pascua… Os espero el domingo, a las siete y media. Mandaré a
“Txente” al fútbol y así nos quedamos más tranquilos…
Puntual, como es
su costumbre, Sara hizo su aparición como una diosa vestal, exprimido su cuerpo
en una malla negra y con los rulos puestos.
-Aquí
me tenéis. No me he vestido, esperando saber qué tipo de reportaje queréis…
-Verás, Sara…
Una cosa “sexy”… Los ojos de Sara, los labios de Sara, las piernas de Sara…
-Ya…
Lo que pretendéis vosotros no es otra cosa que mi divorcio, pero todo sea por
la Prensa…
Siete trajes,
tres conjuntos, dos vestidos, cuatro abrigos, dos saltos de cama y un camisón…
Sara saca todos sus trapos –tiene un vestuario fabuloso- y, no contenta con
ello, se sube al piano, se tira al suelo, ofrece todos sus ángulos, permite el
objetivo a lo Hitchcock y no deja de soltar frases adecuadas:
-Yo
digo siempre a los periodistas que soy mayor que mi madre…
-No
soy inteligente, pero tampoco bruta…
-Niña,
dame la borla, el espejo y la estaca de quitar arrugas…
-En
cuanto supe que veníais, me he dado un salto a París para estirarme la cara…
-Algunos
se han empeñado en que haga películas sin canciones, y yo les digo: “No os
preocupéis; las haré en cuanto me quede sin voz”.
-Mi
marido es maravilloso… Fíjate…
-No;
no es cierto que tenga cuarenta años; tengo ya sesenta, pero ¡qué sesenta
años!, ¿eh?
-¿Quién
ha osado decir que yo soy la Brigritte Bardot española? Yo enseño la cara, y
ella…
Así durante dos
largas horas. Siempre chispeante, atenta, cordial, con una sencillez
desbordante. Y para colmo, su madre:
-Mi
madre es el amor de mi vida; y la ruina de mi vida, en cremas…
La hace salir y
la sienta ante el piano:
-Mamá…
“Fumando espero”.
Y doña María,
dócil, teclea con cierta habilidad el famoso cuplé, mientras Sara entona la
canción con su estilo inimitable de siempre.
FERNANDO MONTEJANO
(SUNC)
EL RECORTE CCXXVI
Los '60, quizá, sean los años más agitados para Sara Montiel porque es la década en que vive, trabaja y es reclamada como una grandísima estrella. Si no faltan los proyectos y compromisos sociales, la vida privada no se queda atrás: se divorcia de Anthony Mann, se casa por la Iglesia con Chente, se separa de Chente... Este artículo de 1964, de la revista Lecturas, recoge un momento de sosiego y de presunta felicidad: acaba de llegar del viaje de novios.
SARA MONTIEL
EN
SU HOGAR
De regreso de
sus vacaciones, disfrutadas en la Costa Brava, y en una apartada finca de
Manacor en la que reinaba un completo aislamiento, pues carecía hasta de
teléfono, Sara Montiel se ha reintegrado a sus obligaciones de ama de casa. La
famosa artista, que en lo profesional ha escalado la más alta cumbre, se siente
ahora plenamente feliz en la intimidad de su hogar, a cuyo cuidado se dedica
con el entusiasmo de una veterana ama de casa.
Sara Montiel,
junto a un decorativo aparato telefónico de 1900, adquirido en la Feria Mundial
de Nueva York, durante su viaje alrededor del mundo. Se afirma que la
proyección de “Casablanca” en dicho certamen causó sensación, y que son
numerosísimas las mujeres norteamericanas que imitan los gestos y actitudes de
la actriz.
El cuidado de su
hogar ocupa la mayor parte de las horas de Sara Montiel, que lleva una vida
sencilla, más propia de una oscura modesta ama de casa que de una rutilante
estrella. En el próximo mes realizará su traslado al piso de la Plaza de
España, que se encuentra ya casi totalmente decorado.
Diversos rumores
afirman que Sara Montiel se encuentra esperando su primer hijo. La bellísima
artista no niega ni afirma nada, aunque sí manifiesta su deseo de que esto se
haga un día realidad, ya que comprende que la felicidad completa de una mujer
consiste en ser madre. Ante la pregunta de si la maternidad le haría abandonar
su carrera, Sara Montiel responde que sólo cuando llegara el caso podría
opinar, pero que, en principio, cree perfectamente compatible su actividad
profesional con el cuidado de su hijo o hijos.
La sagrada hora
del yantar es siempre personalmente vigilada por Sara Montiel, quien se ocupa
directamente de la confección de las minutas y de la “prueba” de la comida antes
de ser servida a la mesa. Sara Montiel contrajo matrimonio el día 2 de mayo de
este año, en la iglesia española de Montserrat, de Roma, donde se encuentra
enterrado el último rey de España, don Alfonso XIII. La artista afirma que el
momento más emocionante de su vida fue al ser recibida por Su Santidad Pablo
VI, minutos después de la ceremonia religiosa.
Fotografías de M. Cuadros
LA FOTO CCXXVI
Sara Montiel en su casa con su famoso Dior, su famoso sillón, su famoso piano...
Saludamos y agradecemos a los fans de la diva de Alemania, Francia y Rusia que esta semana nos han visitado por centenares.