SARA MONTIEL
se casó en Roma
Ritual toledano en una boda romana: Dom Justo Pérez
de Urbel une las manos de Sara y José Vicente
Eran,
exactamente, las diez y veinte minutos de la mañana del sábado 2 de mayo de
1964 cuando Dom Justo Pérez de Urbel preguntaba a la mujer que estaba
arrodillada frente al altar mayor de la iglesia española de Montserrat, en
Roma:
-María Antonia Abad Fernández,
¿quieres por esposo al señor don José Vicente Ramírez García-Olalla?
Los micrófonos
recogieron la respuesta segura de la desposada, que dijo con voz clara y firme:
-Sí,
quiero.
Después, a la
pregunta siguiente (¿Te otorgas por esposa…?), María Antonia contestó
únicamente “Sí”, olvidando la palabra
“otorgó”; pero ni que decir tiene que ningún canonista entenderá que hubo con
ello defecto formal en la ceremonia. Terminó la triple indagación respondiendo
con igual firmeza el “Sí, lo recibo” y ocho
minutos más tarde los que ya eran marido y mujer se cambiaban los anillos de
desposorio. Los “flashes” y las cámaras cinematográficas funcionaron
frenéticamente en aquel instante, mientras el órgano dejaba oír los sones
tradicionales de Mendelsohnn. A partir de ese justo momento, Sarita Montiel era
señora de Ramírez García – Olalla.
Españoles eran los novios y nombre español tenía la iglesia de Montserrat. Les casaba Dom Justo Pérez de Urbel, abad de la basílica del Valle de los Caídos.
Al fondo, a la derecha, aparecen el embajador don Alfredo Sánchez Bella y su esposa. Junto a Sara y José Vicente los padrinos, la madre de la novia y el hermano del novio.
El ramo de la novia no llegó a tiempo
Media hora antes
de la ceremonia visité a Sarita en su habitación 351 del hotel Excelsior.
Vestida con un traje bellísimo de plata y oro, modelo de Jean Balmain, regalo
del novio (su precio: 2.000 dólares; es decir, 120.000 pesetas), estaba
realmente guapa. Un sombrero de ancha ala, con flores, prestaba especial
encanto a su rostro. No había en ella signos exteriores de nerviosismo, aunque
me dijo que no había podido dormir en toda la noche.
Sara a los pocos minutos de terminada la ceremonia con el traje negro de rigor en las audiencias pontificias.
-¿Cómo pasaste
esa tu última noche de soltera?
-Cené
aquí, en el hotel, con fray Justo Pérez de Urbel y mis familiares, que acababan
de llegar de Madrid. Y con Chente, claro está… Luego estuvimos charlando mi
madre, mis hermanas y yo hasta las cinco de la mañana en la habitación.
Sobre el cuello
de Sara, un espléndido collar de rubíes y platino, como única joya de su
aderezo nupcial. Llega el padrino: es el hermano del futuro esposo. No llega,
en cambio, el ramo y la novia se impacienta. Una prima suya sale a comprar otro
de emergencia.
-¡Qué
raro! Tengo encargados dos ramos y no han traído ninguno.
Invaden la
habitación varios fotógrafos de prensa. Poses divertidas, dirigidas siempre a
la estrella. Sabe mucho Sarita de fotogenia y conoce la suya mejor que nadie,
como es natural.
-Prefiero
que me toméis este perfil… Por favor, ésta, de abajo arriba… No; sin “flash”,
no, aunque sea en el balcón, faltará iluminación completa a la cara.
Sara conversa animadamente con Dom Justo Pérez de Urbel.
Su ya próximo
cuñado llama por teléfono al hotel donde se aloja el novio. Ya ha salido hacia
la iglesia. Son las 9’45 de la mañana.
-Tendremos que ir saliendo. No
conviene retrasar la ceremonia porque tenemos hora dada para la audiencia con
el Papa…
-Sí,
claro. ¡Pero ese dichoso ramo…!
Hay que
preguntarle algo a Sara.
-¿Estás muy
nerviosa?
-Chico,
ni lo sé… ¡Ahora que caigo! Anoche, por fin, me olvidé de arreglarle las
patillas a Chente. Y las tenía demasiado largas. Es que, ¿sabes?, yo le arreglo
el pelo siempre…
El brindis del almuerzo nupcial.
Estamos
esperando el ascensor cuando llega la prima con el ramo. Un bouquet de
orquídeas.
-Es precioso.
-Sí,
ya puede serlo. Doce orquídeas, veinticinco mil liras. O sea, 2.500 pesetas.
-¡Qué barbaridad!
Abajo, en el
gran “hall” del Excelsior, más fotógrafos. Mientras llega el coche, “flashes”
sin parar. La gente que pasa por vía Venetto se queda mirando con curiosidad.
Un muchacho silba y comenta:
-“Che meraviglia, la ragazza…”
La ceremonia
Muy poca gente
en la iglesia. Sara no quiso que estuvieran presentes más que los familiares.
En total 17 personas asisten como invitadas a la ceremonia. Hay, en cambio, 23
fotógrafos. Un paisano conocido llega mediado el acto para curiosear: es Luís
Miró, entrenador que fue de la Selección española de fútbol y ahora preparador
de la “squadra” del Roma. A la izquierda del altar se sienta el embajador de
España en el Quirinal, don Alfredo Sánchez Bella, con su esposa. Enfrente, los
testigos. Solamente son cuatro: don Ignacio Balenciaga; don Pedro del Alcázar,
vizconde de Tuy; don José Jiménez Mendoza y don Julián Azcona. Revestido, con
mitra y báculo, Dom Justo Pérez de Urbel comienza a oficiar la misa.
Sara y Vicente cortan el monumental pastel de bodas.
Los fotógrafos
toman posiciones junto al altar. Cuando se ilumina el primer “flash”, Sarita
vuelve ligeramente el rostro hacia la izquierda –donde están las cámaras- y
sonríe. Terminado el Evangelio, Dom Justo pronuncia una breve plática. “El bella cosa
el matrimonio…”, dice para comenzar. Sara y Chente se miran a los ojos y
sonríen.
Llega el momento
de los “síes”. Los fotógrafos avanzan hasta colocarse junto a Dom Justo,
materialmente sobre él. No hay manera de contenerlos. Y se empujan unos a
otros, en busca del plano más interesante. En algún momento parece que van a
derribar los reclinatorios donde están arrodillados los novios. Alguien pone un
micrófono junto a los labios de Sara para recoger sus respuestas. Un círculo de
hombres cargados con cámaras rodea enteramente al grupo; los invitados no
pueden ver nada. Por fin se cambian los anillos, se ofrecen las arras y sigue
la ceremonia. Comulgan los novios y la madre de Sara, que es la madrina de la
boda.
Terminada la
misa, los señores de Ramírez García – Olalla se acercan al altar donde reposa
el cuerpo de S. M. el Rey don Alfonso XIII y depositan sobre la tumba el ramo
de la novia. Después pasan a la sacristía para firmar el acta. Aquí se ha
prohibido rigurosamente la entrada a los fotógrafos y periodistas. Por
especialísima deferencia hacia nuestra revista, estamos tan sólo Herter y yo.
Sarita sigue sonriente y tranquila.
La madre de Sara
recuerda:
-Se está haciendo tarde para la
audiencia del Papa…
-En
seguida me cambio, mamá…
Efectivamente,
tarda poco. Y allá se van, camino del Vaticano.
En la sacristía, firmando las actas de matrimonio civil.
Acabó en boda
Justamente ahora
se cumplen 20 años de la primera película que Sara Montiel interpretó como
protagonista. Se titulaba “Empezó en boda” y junto a ella intervenía Fernando
Fernán – Gómez. La dirigió un italiano, Raffaelo Matarazzo. Con este film
estrenó María Antonia su seudónimo artístico de Sarita Montiel; ese que, al
cabo del tiempo, daría la vuelta al mundo entre los sones de unos cuplés
puestos nuevamente en circulación por su voz apasionada.
“Empezó en
boda”. Y en boda termina; sólo que ahora de verdad. En el Gran Hotel se celebra
la comida nupcial. Los mismos invitados que en la iglesia, como es lógico. Sara
sonríe de continuo; su marido no tanto. Debe ser persona seria este José
Vicente. Seria y agradable.
-¿Dónde vais de
viaje?
-Queremos
ir a Moscú. Pero hasta el lunes no sabremos seguro si estará arreglado el
papeleo…
Levantan las
copas de champaña para el brindis. Se besan. Aplauden los invitados. La madre
de la novia llora, como es de rigor. Ha llegado un telegrama del alcalde de
Campo de Criptana, felicitando en nombre del pueblo a su paisana. Una última
pregunta para Sarita:
-¿Por qué no te
has casado en España?
-¡Uff!
¿Tú te imaginas el barullo que se hubiera organizado? Y nosotros queríamos una
boda tranquila, sin tumultos…
Salgo a via
Bisolatti. Parece que el aire de Roma traiga aroma de violetas. Parece que todo
el mundo vaya cantando por lo bajo de aquello de “Le vi por la calle…”. Asombra
no ver en las carteleras el anuncio de “El último cuplé”.
Lo que pasa es
que, a estas horas, Sara Montiel está viviendo en la realidad la más hermosa
historia que nunca pudo escribir para ella ningún guionista.
Enhorabuena,
María Antonia.
Vizcaíno Casas
(Roma, mayo de 1964)
Fotos: Herter y Keystone
EL RECORTE CCLXXXIII
Si el matrimonio con José Vicente Ramírez - Olalla fue, más o menos, austero, no fue igual el viaje de novios. Mes y medio recorriendo el mundo y comprando algunos de los objetos más míticos que la diva conservó hasta el final. Esto contaba a la revista Ondas en su número de 1ªquincena de Julio de 1.964.
SARA MONTIEL
REGRESÓ DE SU LARGA LUNA DE MIEL
EL MATRIMONIO RAMÍREZ – OLALLA RECORRIÓ, EN MES Y
MEDIO, 50.000 KILÓMETROS, VISITANDO SEIS PAÍSES
Imitando a una "gheisa", Sarita se arrodilla ante el biombo de su casa.
Nada más saber
que Sarita Montiel y su marido habían vuelto a Madrid, llamamos por teléfono a
su domicilio. Pero una voz nos dijo: “La señora está descansando; piense que dar la
vuelta al mundo en sólo cuarenta y cinco días no es nada cómodo”. Al
cabo de dos días, la actriz se brindó a recibirnos. En sus primeras palabras,
ya se intuía que era tremendamente dichosa.
-Por
ahora, lo único que puedo decir es que soy feliz, muy feliz. Que estos días me
han parecido cortísimos viajando con “Chente”.
Como todo el
mundo habrá adivinado, “Chente” es su esposo, don José Vicente Ramírez Olalla.
Sarita nos recibe en su piso del 107 de la calle de San Bernardo. Desde la
planta séptima se divisa gran parte de Madrid. Un piso lujoso, sin
estridencias, donde cada objeto conserva su valor. En el centro, un piano, y
sobre él un teléfono dorado, que lo trajeron del Japón.
Este es el teléfono japonés que se trajo.
Sarita viste
traje azul veraniego. Su chispa y ocurrencia surgen a flor de labios en la
actriz, con más ingenio que cuando la despedimos antes de partir para Roma.
-En
mes y medio hemos recorrido en avión casi cincuenta mil kilómetros, visitando
seis países. Pero, de verdad, es agotador un viaje así.
En su deseo de
contarlo todo, Sarita pasa de un país a otro. Nos habla de Roma…
-Yo
conocía la Ciudad Eterna por haber ido en otras ocasiones. Esta vez me pareció
más bonita y más encantadora. El motivo de haberme casado allí es porque desde
hacía varios días esperábamos la audiencia del Papa. Por eso, nada más que
terminaron de firmar los testigos en la sacristía de la iglesia de Santiago y
Montserrat, allí mismo me cambié de traje y acto seguido nos fuimos al
Vaticano.
-¿Qué fue lo que
más le impresionó del Papa?
-Sus
ojos; son los ojos de un elegido. El Papa, cuando nos hablaba, parecía como si
nuestra vida le hubiese importado de siempre. Mi sorpresa fue enorme al
recordarme el proyecto que desde hacía tiempo abrigaba yo de encarnar en la
pantalla la vida de Eva Lavallière. Yo apenas salía de mi asombro; casi no
hablaba. Él sonreía siempre y procuraba de todas las formas desechar nuestra
turbación.
-¿Fue ese el
recuerdo más agradable de su luna de miel?
-Por
supuesto; nunca lo olvidaré. También para mí fue de gran emoción el cariño y la
simpatía de los italianos, de la Prensa y de la radio. Mi boda se transmitió en
directo a toda Italia. Al salir de la iglesia había una multitud enorme que me
aplaudía sin cesar.
-¿Cuántos
invitados fueron a su boda?
-Unos
treinta y cinco o cuarenta. Eché de menos a muchas personas queridas de España.
Al final de la comida alcé mi copa y todos en pie brindamos por ellos.
Los micrófonos de Radio Madrid estuvieron presentes en el regreso de Sarita.
RECUERDO DE LA EUROPA ORIENTAL
Sarita Montiel
habla y habla; tiene mucho que contar de su luna de miel recorriendo el mundo.
Da la impresión de que quiere decirlo todo en un minuto. De Roma fue a
Checoslovaquia. Allí visitó Praga, la capital.
-Lo
primero que hice fue visitar la sala española en el Palacio de Hradchany, en el
Parque del Palacio Real, es una maravilla del siglo XVII. Asistí al estreno de
mi película “La violetera”, y, al día siguiente, cuando paseaba por una de las
pintorescas islas-parque formadas en el río, la gente me reconoció y empezó a
aplaudirme.
Sarita Montiel
aprovechó su luna de miel para asistir al estreno de algunas de sus películas
en varias capitales del mundo. Lo mismo que en Checoslovaquia, ocurrió en
Dinamarca y en otros países del norte de Europa.
-Me
ha impresionado el Norte de Europa; sobre todo los países escandinavos;
disfrutan de un nivel de vida muy alto y no he apreciado clases sociales
distintas. Ese nivel de vida es igual para todos.
Realizado con conchas exclusivamente, este cuadro le recuerda a Sarita su visita al archipiélago de las Hawai.
Una de las cosas
que más impresionó a la Prensa madrileña fueron unas fotografías venidas desde
Moscú, en que Sarita aparecía fotografiada con su madre. La verdad, nos extrañó
a nosotros mucho, y pedimos una aclaración.
-Fue
un error de apreciación –confiesa
ella-. Esa señora que estaba a mi lado no era mi
madre, sino Gala, la guía rusa que siguió nuestros paseos por Moscú y que nos
habían impuesto nada más salir del aeropuerto. Ella fue quien nos marcó nuestra
vida en Rusia, la que nos llevaba de un sitio a otro… ¡Pobrecilla…!; sólo tenía
treinta años y qué estropeada estaba. Cuando nos despedimos de ella lloraba de
tal manera que a mí también se me saltaron las lágrimas.
“LA VIOLETERA”, ESTRENADA EN RUSIA
El termómetro marca
en el piso casi treinta y nueve grados. El calor se mete hasta en los mismos
huesos. Sarita Montiel procura airearse con la palma de la mano, y suspira.
-¡Qué
diferencia hay de Moscú a Madrid! Allí la gente va abrigada hasta las orejas.
Como no hay taxis ni nada que signifique derroche, hay que guardar cola para
tomar el autobús, y es inaguantable. Ir de un sitio para otro, siguiendo un
horario concienzuda y minuciosamente establecido, sin posibilidad de volver a
ver la misma cosa dos veces, a veces resulta molestísimo. Pero a nosotros todo
nos parecía maravilloso.
También estuvo
en Leningrado y otras ciudades. Los peliculeros moscovitas la homenajearon
varias veces, una de ellas en el Teatro – Volchoy, donde se estrenó “La
violetera”.
-Una
de las cosas que allí compré fueron unos zapatos, artículo de primera necesidad
y que allí escasea muchísimo. Espera un momento, te los voy a enseñar.
"Estos son los zapatos rusos que me costaron mil quinientas pesetas".
Al poco rato
vuelve con un par de zapatos rusos, de un color y de una línea nada europeos.
Allí son los zapatos más elegantes, los que usan las esposas de los dirigentes.
-Y
esto –prosigue-
ocurre lo mismo con el vestido y con todo aquello
que tenga un poco que ver con la moda. Los zapatos me costaron veinticinco
dólares.
-¿Qué impresión
te causaron los rusos?
-Los
rusos apenas si conocen los adelantos de la vida occidental y están contentos
con su suerte. Sin embargo, yo intuí en ellos una predisposición para la
melancolía, la tristeza, como si echaran de menos algo. En el trato con
nosotros fueron amabilísimos, conocían mis películas y tarareaban mis discos.
He comprobado que el único cine español que se conoce por el mundo se llama…
Sarita Montiel. Las cosas, como son. Bueno, esto no lo pondrás.
JAPÓN, HOLLYWOOD Y NUEVA YORK
Sarita lo mismo
nos deja boquiabiertos con una de sus ocurrencias como abandona con premura el
salón para volver al cabo del rato con un cachivache en las manos, aunque esos
cachivaches cuesten alrededor de los cien dólares.
-Esta
muñequita de madera, que en vez de muñeca parece un estilete de marfil, la
compré en Tokio; y este budita barrigudo, en Nagasaki. Todo es auténticamente
japonés, incluso este teléfono que compré en Nueva York.
A nuestro lado
hay un biombo chino, adornado con figuras rocambolescas y misteriosas. Este
motivo lo aprovecha Sarita para fotografiarse.
-Japón
–confiesa-
me ha gustado mucho por su colorido y por el
carácter de sus ciudades y de sus gentes, tan distinto a lo que nosotros
conocemos. Estoy muy contenta porque he comprobado que allí me conocen hasta
los gatos, lo mismo que en Rusia.
Este delicado jarrón es otro recuerdo de Tokio.
En su afán de
abarcarlo todo, como temiendo que se le fuesen los días, para no volver más,
Sarita voló de un continente a otro. Del Japón al archipiélago hawaiano, aunque
ella confiesa que es muy mono, pero no le llegó a interesar por su parecido con
las islas del Caribe, que ella conoce tan bien. América, donde ella cosecho sus
primeros éxitos, le pareció falto de encanto y Hollywood le produjo tristeza,
al comprobar que la mayoría de los Estudios estaban cerrados y la Fox había
vendido sus terrenos. Como unos turistas más, Sarita y José Vicente Ramírez
Olalla, visitaron el pabellón español en la Feria Mundial de Nueva York. Verse
rodeada de tantos españoles y comprobar que la representación de su Patria era
la primera y la mejor de todas, sirvió para que la emoción se asomase a sus
ojos en forma de lagrimitas llenas de encanto y satisfacción.
-¿Cuándo
empiezan de nuevo sus trabajos cinematográficos?
-Dentro
de unos días comenzará el rodaje de mi próxima película. Se llama “La dama de
Beirut”, y me gustaría formar pareja con Charles Boyer, pero el hombre es ya
tan mayor…
Ha vuelto Sara
Montiel de su viaje de bodas. La señora de Ramírez Olalla ha estrenado
felicidad.
RAFAEL DE LA TORRE
(Fotos: NAYLO)
LA FOTO CCLXXXIII
Otra del día de su boda con José Vicente Ramírez García - Olalla.
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