¿QUÉ HA HECHO
SARA MONTIEL
CON SUS MILLONES?
¿Se ha hecho
usted alguna vez esta pregunta?, ¿o incluso se la ha hecho más de una vez?
Hablar a estas alturas de la primera luminaria de nuestro cine es algo difícil,
pero, por una vez, lo vamos a intentar… y para llegar al final de los millones,
pasemos al principio, reflejando aquellos detalles que, aunque parezca mentira,
usted todavía desconocía de esta mujer que, con “El Cordobés”, ha logrado
alborotar es sistema de nuestras divisas:
“El último
cuplé”, un título que hace historia en la vida de Sara, pero…
El final del
rodaje de dicha película, coincidió con una gran concentración periodística en
Barcelona, con motivo del estreno de “Trapecio”, el primer film norteamericano
de Gina Lollobrigida; aprovechando dicha reunión, Sara y el productor, Juan de
Orduña, reunieron a la prensa para proyectarles en sesión privada su última
obra, al finalizar la misma, los señores de la prensa asistentes sólo
preguntaron cuáles eran los proyectos de Orduña y cosas por el estilo, para
ellos aquel film tenía que pasar sin pena ni gloria…
Eso no era todo,
la única fortuna que había cobrado la Montiel eran trescientas cincuenta
pesetas diarias, en concepto de dietas…
La casa de
discos no quería que grabara la Montiel, sin embargo, después conseguiría un
auténtico “disco de oro” concedido en España por la venta de un millón de
ejemplares…
En fin, pasamos
una nueva página: los cuplés le dieron mucha fama y muy poco dinero, cuando por
veinte mil furos tenía que seguir cantando cuplés en “La violetera”, film que
batería récords de taquillas (incluso en Bélgica llegó a sobrepasar los
ingresos de “Los diez mandamientos”).
A todo esto
triunfaba en Hollywood Natalie Wood interpretando un rol que se le había
confiado a Sara, y que ella no había podido interpretar por actuar primero en
“Serenade” (Dos pasiones y un amor), y después en “El último cuplé”: se trata
de “Colinas ardientes”, a la que seguiría “La novia que él dejó”, convirtiendo
a la Wood y a Tab Hunter en ídolos de la juventud norteamericana.
Con “Carmen, la
de Ronda” y “Mi último tango” se inicia una nueva etapa “económica” del primer
nombre de nuestra cinematografía: de las 100.000 pesetas pasó a las 500.000, de
éstas a los dos millones, de aquí a cinco, a los diez, hasta los treinta y uno
que cobra actualmente por “Una mujer perdida”, film cuyo rodaje la va a llevar
a Italia (donde filma por vez primera), y cuyo guión está basado en la
biografía de la comedianta española Rita Luna, y donde le acompañan Giancarlo
del Duca (su galán en “La Dama de Beyruth”), y Massimo Seratto, produce Cesáreo
González, y dirige Tulio Demicheli…
Pero sigamos con
la “cuenta corriente”: en “Mi último tango”, y con la canción “Nada”, en nombre
de Sarita Montiel se inscribe también en la Sociedad de autores. Sus discos
comienzan a venderse y a agotarse en toda América y Europa, y comienza a cobrar
sus porcentajes de venta, cuyo número de ceros es aumentado por el porcentaje
de beneficios que en las taquillas van dejando sus películas… Una actuación suya
en televisión cuesta 420.000 pesetas, como costaría después un show en Palma de
Mallorca más de 300.000 pesetas… Dos jiras por Latinoamérica son un caso nunca
visto de público, de entusiasmo y de fervor…
-Aquello era increíble- nos explica el
maestro Solano, inseparable maestro en todas sus jiras-. En Argentina llegó
incluso a esperar en la puerta del teatro, una mujer con un niño, que llevaba
el brazo escayolado. Con lágrimas en los ojos le pidió a Sarita que tocara el
brazo del niño, pues estaba completamente segura de que así se le curaría… Eso
era veneración, fanatismo, muchísimas palabras son pocas para describir cómo
recibieron a Sara en aquellas tierras…
-Siempre ha sido una locura
acompañar a Sarita- nos
explica otro amigo-. Existe en todo momento el peligro de perder la vida entre
la multitud… Enrique Herreros, que entonces era su mánager, tenía que cerrar
con llave las puertas de las “suites” que ocupaba en los hoteles, prohibir
terminantemente el acceso del personal, e incluso arrancar de cuajo los hijos
telefónicos para que Sara pudiera descansar entre actuación y actuación en el
transcurso de la jiras.
Y Sara comenzó
comprándose un ático en el número 117 de la calle de san Bernardo, en Madrid, y
allí fijó su residencia habitual. Muchas habitaciones, salón, dos terrazas,
etc., albergaban a la estrella más cotizada de la última década. Después cedió
este piso a su madre, y adquirió otro apartamento en la Moncloa, junto a la
plaza de España, desde cuyo salón se divisa también el Palacio de Oriente,
edificó un hotelito en su ciudad natal, Campo de Criptana, instaló con un
hermano un negocio de transportes, adquirió otro hotelito, con piscina, en las
afueras de Madrid, donde pasar la temporada de calor madrileño, en caso de
tener que quedarse en la ciudad durante el verano, por compromisos artísticos…
En cuanto a su colección de joyas y de visones, es indudablemente la primera de
España, siendo innumerables los millones invertidos en ello: sus esmeraldas y
sus brillantes son bien conocidos entre los buenos aficionados a la joyería de
Europa.
Sara jamás ha
sido una mujer derrochadora. Cuando estuvo casada con el realizador
norteamericano Anthony Mann, que rodó en España “El Cid” y “La caída del
Imperio Romano”, no sólo no hizo alarde de ello en ningún momento, sino que
incluso llegó a suponer una seria amenaza a Sofía Loren, cuando encontrándose
ambas en Peñíscola (con motivo de rodar exteriores la primera), se pudo
comprobar que “nuestra” número uno tenía en todo Levante mayor popularidad y
admiración que la número uno de los italianos.
A Sara le
entusiasma viajar acompañada de los suyos; desde que contrajo matrimonio con D.
Vicente Ramírez de Olalla, recobró por completo su paz interior y pasó a ser
una mujer distinta (si es que fuera posible ser distinta nuestra Sara), desde
entonces “Chente”, y doña María (madre de la Montiel) solían acompañarla en
casi todos los viajes; otras veces lo hacían una sobrina suya, o incluso sus
cuñados, cuando se encontró en Barcelona rodando su última película.
Muchas veces ha
pensado Sara Montiel en hacer teatro: sería indudablemente el cheque al
portador más seguro que haya caído jamás en manos de los empresarios… Pero ella
tiene mucho trabajo, debe dedicarse por completo a aquello que hace, y el cine
sigue siendo lo primordial en estos momentos… Es seguro, por otra parte que a
alguien le quepa preguntarse, ¿cuántos millones ingresaría Sara en un solo mes
de actuaciones?
Los rumores
comenzaron a circular a continuación: Sarita Montiel ha constituido una agencia
de viajes, Sarita Montiel es parte de la productora de una serie de películas,
etc., lo cierto es que indudablemente Sarita sabe darle al dinero todo el valor
que tiene, porque a pesar de la enorme cantidad que ha logrado reunir, ha
tenido que ganarlo peseta por peseta, o peso por peso; ha sido una carrera
dura, llena de sacrificios, que todavía existen por aquello de que más difícil
es aguantarse que situarse…
Hace exactamente
diez años, que Sarita se encontraba en los desaparecidos estudios
cinematográficos Orphea Films de Barcelona, cantando “Nena, me decía loco de
pasión…”, hoy, diez años después, y pese a dimes y diretes, y pronósticos más o
menos inducidos por el poco entusiasmo o la envidia, sigue siendo nuestra
número uno, ninguna se cotiza tanto como ella, ninguna rueda tanto como ella (y
ella no interpreta más films porque no quiere), ninguna ha logrado situarse a
su nivel, ni de las nuevas, ni anteriores resucitadas, y si esto, en el
transcurso de diez años, no es mantenerse en primerísima fila, sólo cabe decir:
el que tenga algo que alegar que levante el dedo… Bien, como no vemos ninguno,
ponemos punto final, deseándole mucha suerte y muchos millones a Sarita Montiel
en esta segunda década de su imperio.
EL RECORTE CCLXXXIV
Mucha sería la fortuna y fama cosechadas por la actriz a lo largo de su dilatada carrera. Pero en el ocaso de su vida y trayectoria profesional, Sara, ponía los ojos de la nostalgia en las personas que habían marcado su vida personal. Así lo explicaba en esta revista, Magazine (La Vanguardia), con ocasión de la entrega de la medalla de oro de la Academia de Cine español. Era en su número de 1 de Junio de 1.997.
Sara Montiel
“Lo mío es una sensualidad innata. Hay mujeres de 55
y no digamos de 60 que parecen mis abuelas”
A Sara Montiel
la academia española del cine le va a conceder la medalla de oro como
reconocimiento a su trabajo cinematográfico. Desde los años 50, y concretamente
desde “El último cuplé”, ese reconocimiento lo tenía por parte del público. No
importaba gran cosa cómo eran sus películas. Como escribió Antonio Valencia en
su día, lo importante era ella: “En un espectáculo o en una película con Sara, si Sara
marcha, todo marcha”.
Hace catorce
años, todos los fines de semana y durante tres meses cogí el primer avión del
viernes hacia Palma y regresé hacia Barcelona en el último avión del domingo.
El resultado de aquellos viajes fue un montón de cintas magnetofónicas en las
que Sara Montiel me explicaba su vida. Veinticinco capítulos en “Lecturas”, que
empezaban diciendo: “Una placa en la puerta
recuerda que nací allí. En la casa humilde, de fachada blanca, a las seis de la
mañana del día 10 de marzo del año 1928”, y acaban con una confesión
cargada de nostalgia: “Muchas veces, a través de
una música me llega como un viento de vieja época y entonces me pregunto ¿cómo
ha pasado todo?”
Nunca sabré si
fue verdad que James Deam estuvo enamorado de ella o que uno que le tiró los
tejos fue Marlon Brando. Pero recuerdo que cuando me contó que Fidel Castro
trató de secuestrarla en sus tiempos de Sierra Maestra me fui incrédulo al
consulado de Cuba para preguntarle al cónsul Eros si sabía algo de ese
rocambolesco proyecto de secuestro y Eros me dejó clavado en la butaca cuando
me dijo: “Lo
sé todo: yo era el que dirigía la operación para secuestrarla al acabar una de
sus actuaciones en el Tropicana. Cuando ya todo estaba ultimado se abandonó la
operación porque se corría el riesgo de que ella muriese en el cruce de
disparos con la policía Batista”. Y otro día me explicó que había
protegido a tres comunistas que habían llamado a su balcón, tras descolgarse
desde una azotea al irrumpir la policía en una reunión clandestina. Se lo
pregunté a Santiago Carrillo y me lo confirmó. Luego, me explicó historias
increíbles que no pude verificar y en otras era obvio que dejaba volar la
fantasía. También era obvio que, como dice Agatha Christi en sus memorias, Sara
“recordó lo que quiso recordar”, y en algunos casos recordó con generosidad: en
las cintas aparecen los nombres de dos hombres famosos que fueron sus amantes
cuando ella no había cumplido los 30 años, pero que me pidió no citase. No era
por pudor, sino porque eran dos hombres casados y no quería hacerles daño. Ni a
ellos ni a las mujeres que con ellos vivían.
Las largas horas
pasadas en el salón de Na Burguesa, en el promontorio que domina la bahía de
Palma, han dado paso hoy a una larga conversación en el salón de su piso de
Madrid, atiborrado de recuerdos. Me decía años atrás, cuando su hija Thais
tenía poco más de cuatro años y su hijo Zeus llegaba justo aquellos días a la
casa –las cintas recogen sus primeros llantos y las primeras palabras de Sara
para consolarlo- que vivir era dejar jirones de piel. Como mujer, reconocía los
errores en sus fracasos sentimentales pero había encontrado la paz con Pepe
Tous, un hombre que la quería, le daba seguridad y le permitía un
desdoblamiento a lo doctor Jekyll y míster Hyde entre la Antonia cálida,
desmaquillada e insegura y la Sara sensual, supermaquillada y estrella a lo
“star system”.
Hasta que un día
ella vio cómo por la bahía avanzaba un barco y le dijo a su marido: “Es ruso, amor”, porque siempre le llamaba amor, y
él, acostado en la cama, miró por el ventanal y respondió: “No es ruso. No
veo la hoz y el martillo”. Ella le puso en las manos unos prismáticos
mientras le decía: “El comunismo acabó hace tiempo,
amor” y Pepe Tous miró la bahía por los prismáticos y dijo, con su humor
característico: “Sí, es ruso: las tiendas de Palma van a vender muchas bragas y sostenes
del año de la tana”. Se ladeó en la cama, cogió el sueño de la siesta y
ya no despertó y a Antonia Abad se le paró el reloj de la vida.
-¿Qué le ha
pasado en estos catorce años?
-Cosas
muy buenas y cosas muy malas. En los últimos cinco años, a partir de la muerte
de mi marido, mi vida ha cambiado totalmente.
-¿Sobre qué
cosas ha reflexionado en esos años malos?
-Sobre
el valor de la vida, la frustración de la muerte, la traición de la amistad.
Soy otra mujer. No diferente, porque cuando se llega a cierta edad no se puede
ser diferente a como has sido, pero sí soy distinta mentalmente porque me he
encontrado sola ante la responsabilidad de sacar adelante la educación de mis
hijos.
-Usted ha sido
una mujer que ha llorado mucho. Recuerdo que me contó cómo la muerte de su
madre le produjo una profunda depresión…
-Sí.
Fue terrible para mí. Una tragedia. Se cortó un cordón umbilical. Es la única
forma de explicar que durante tres meses fuese a llorar, todas las noches,
sobre la tumba de mi madre.
-¿No había
llorado nunca como los últimos años?
-Nunca.
El primer día que supe que Pepe iba a morir antes de tres meses el mundo se me
hundió. No fue un llanto por egoísmo. Fue un llanto por lo que la enfermedad
tenía de traición para él. Nunca acepté esa enfermedad. No pude.
-¿La aceptó
mejor él?
-Él
no supo nunca que iba a morir. Le engañamos.
-¿Le engañaron o
les engañó él haciéndoles creer que se dejaba engañar?
-Supo
que tenía cáncer de colon pero creyó hasta el final que le habían operado con
éxito. Le propusieron ir a una clínica norteamericana, donde está el manitas en
este tipo de operaciones, pero respondió que no. Él adoraba a su amigo el doctor
Fábregas, y el doctor Fábregas, mi internista, también le adoraba a él.
-Dicho sin
ironía: ese engaño ¿ha sido la mejor interpretación de su vida?
-Sin
duda alguna. Tres Oscar serían poco pero es un papel que no deseo a nadie. Ni a
mi peor enemigo. Tenía que maquillarme, estar alegre, rebosar optimismo para
demostrarle lo contenta que estaba porque le veía mejorar.
-Y usted no es
especialmente una mujer alegre…
-No.
Pero tengo sentido del humor negro.
-No era
precisamente el humor ideal para esa situación.
-No.
-A usted siempre
le ha dado mucho miedo la muerte…
-Sí.
Y los tres meses esperando la muerte de Pepe me han acrecentado ese miedo por
la soledad que mi propia muerte entrañaría para mis hijos. Es por eso por lo
que me dan miedo mis 69 años, los 70 que se acercan.
-¿Puedo decirle
que la encuentro guapísima?
-¡Qué
bien!
-Pero insisto,
como hace catorce años, en que sin maquillar la encuentro todavía más bella.
-¿Sí?
-Sí.
-La
piel. Cosa de la piel.
-Yo, y ya sé que
usted en eso discrepa porque mantiene que Antonia Abad es una mujer para la
privacidad y Sara Montiel es la que se debe al público, lo achaco más que a
cosa de la piel al hecho de que a Antonia la encuentro mucho más entrañable que
a Sara.
-Antonia
va muy unida a Sara y usted lo sabe.
-Su belleza es
ahora más serena. Como más madura, y no por los años.
-Debe
ser cosa de la tristeza. Tras años de llorar sé que mis ojos ya no son los
mismos. Han perdido vida, ya no son pícaros, no hay en ellos destellos ni de
humor negro ni de amor. Solamente cuando canto mis ojos recuperan la pasión de
siempre.
-Al despertar,
como en aquella vieja novela francesa, ¿ha recibido el día diciéndole “buenos
días, tristeza”?
-Muchas
veces. No quería dormir para no despertar con la verdad.
-¿Tardó mucho
tiempo en salir del pozo?
-Mucho.
Estuve un año sometida a curas de sueño. Cometí el error de seguir en Palma de
Mallorca. No me di cuenta de que al morir Pepe tenía que haber venido a vivir
enseguida a Madrid, donde tengo una familia entrañable.
-Usted es un
animal de escena. ¿Ni siquiera el actuar en directo le servía como terapia para
tratar de olvidar?
-No
podía actuar en directo. No pude hacerlo hasta hace un año. Créame: yo era una
piltrafa. Sentía un vacío terrible y, pensando en mis hijos, sentí por primera
vez el peso de los años. No era miedo a envejecer. Nunca tuve complejo de
cumplir años. Era el peso de la responsabilidad.
-Él era esposo,
padre, empresario, relaciones públicas. ¿Quién le suple?
-Nadie.
Asumo todos los papeles, salvo el de esposo.
-¿Le han tratado
de engañar?
-Me
han engañado y me han estafado.
-¿Y han tratado
de seducirla? Las separadas y las viudas atractivas suelen provocar
concupiscencias.
-Han
venido como moscas.
-Ese público
anónimo que le adora ¿le envió muchas cartas expresándole su solidaridad en el
dolor?
-Muchas.
Maravillosas. Gentes anónimas y gentes conocidas. Quizá la carta más hermosa de
todas fue la que me envió Adolfo Marsillach. Preciosa. Había sido un gran amigo
de Pepe. En sus años de estudiantes de
Derecho vivieron juntos y lo compartieron todo. Incluso amores.
-¿Se siente
sola? Usted siempre tuvo a su lado un hombre que la quería.
-Tuve
esa suerte. Ahora tengo a mis hijos. Tengo bastante con ellos y con un buen
amigo.
-¿Y qué sintió
cuando al salir del pozo actuó en directo otra vez?
-Miedo.
-¿Quién la
convence para que lo venza?
-Fui
con mis hijos a pasar unas vacaciones a Miami, donde tenemos muchas amistades.
Una vez allí, los empresarios que me habían contratado en otras ocasiones me
ofrecieron dos actuaciones en su auditórium con capacidad para 14.000
espectadores. Mi hija me animó y dije que sí. Pedí que me enviaran las
partituras desde Madrid y que viniese el maestro para ensayar durante una
semana antes de las actuaciones. Al principio fue terrible, una prueba de
fuego. Había olvidado incluso las letras de muchas canciones. Es curioso cómo
el dolor afecta a cosas que tú crees dominar.
-El final me lo
imagino: me dirá usted que fue un éxito…
-Inenarrable.
Dos horas y 45 minutos en escena interpretando 26 canciones sin equivocarme una
sola vez, cosa extraña porque a todos los que tenemos un repertorio muy amplio
siempre se nos va la letra al cielo en un momento u otro de una actuación, y
cambiándome tres veces de vestido. Mire si tuve éxito que me contrataron para
actuar durante diez días en el teatro Avenida de Buenos Aires.
-¿Qué receta
tiene usted para ser incombustible?
-Una
gran fuerza de voluntad y una gran sensualidad cuando canto. Es una sensualidad
innata. Es una sensualidad que morirá conmigo. No doy nunca la imagen de una
mujer mayor, fría, muy puesta, muy señora. Siempre actúo con unos vestidos que
ofrecen unas transparencias y unos escotes de locura. Hay mujeres de 55 años y
no digamos de 60 que parecen mis abuelas.
-¿Siempre
comiendo media lechuga sin aceite y sin sal para mantener el peso?
-Cuando
es necesario, sí. Ahora he estado tres meses a dieta porque vine de Buenos
Aires con ocho kilos de más. La carne argentina.
-¿Cuál es su
peso ideal?
-61
kilos. Puedo llegar a los 65 pero entonces ya estoy redondita.
-El público, su
público, ¿espera siempre la misma Sara?
-Siempre.
-¿Le molestaría
otra Sara?
-Sí.
Tengo que ser yo.
-¿Y a partir de
ahora?
-La
Sara de siempre actuará en Brasil. En Río de Janeiro, concretamente.
-¿Y el cine?
-Lo
dejé en 1975 y no volveré salvo una oferta que sea extraordinaria y me dé
libertad para seguir con mis hijos durante el rodaje.
-¿Sigue mirando
sus películas?
-Cuando
vienen a casa las amigas algunas veces nos divertimos pasándolas por vídeo.
-¿Y cuál
aguanta?
-Todas.
-¡Mujer! Todas,
todas… ¿no es un poco exagerado?
-Todas.
La única mala es ‘Tuset Street’ y la más floja, ‘Cinco almohadas’, todavía se
puede ver. ‘La violetera’ y ‘El último cuplé’ son dos clásicos que en los
canales americanos pasan una y otra vez.
-Políticamente,
¿sigue siendo de izquierdas?
-Sí.
Como mis abuelos y mis padres y mi familia. Soy una mujer muy fiel a sus
creencias. Me han decepcionado muchísimo algunos políticos de izquierda pero a
otros aún les sigo viendo como a dioses.
-Y al Partido
Popular, ¿cómo lo ve’
-Si
lo hacen bien me alegraré, porque eso será por el bien de mis hijos. A mí ya no
me pueden quitar ni dar nada.
-A cierta edad
se empieza a mirar hacia atrás. ¿Mira usted ya?
-Es
malo rebobinar la memoria. No puedes vivir con el pasado.
-El pasado está
ahí. Nos recuerda lo que hemos sido.
-El
pasado es nostalgia. ¿Sabe cuándo he sentido nostalgia? Ha sido hace poco,
cuando María Félix vino a Madrid. Hacía 47 años que quería conocerla
personalmente y no lo he logrado hasta ahora. Era mi ídolo como estética. Era
de una belleza que la eclipsaba como actriz. La quise conocer en 1947, mientras
rodaba ‘Una mujer cualquiera’ con argumento de Miguel Mihura, ¿lo recuerda
usted?, el primer hombre que creyó en mí y del que me enamoré. No me quiso recibir.
Era tremenda. En 1951 rodábamos el platós próximos. Ella rodaba ‘Camelia’, con
Jorge Mistral como pareja, y yo, ‘Necesito dinero’, con Pedro Infante y bajo la
dirección de Miguel Zacarías, que descubrió a María en ‘El peñón de los
ánimos’. Me asomé a la puerta de su plató justo en el momento en el que ella
miraba hacia allí. Gritó enfurecida: “Esa señorita, fuera, que la saquen”. Como
yo era la única señorita que estaba allí, me di por aludida y me marché
llorando como una descosida. Mientras la presentaba en el festival del cine de
la comunidad de Madrid y la invitaba a cenar el día que cumplía 83 años
rebobiné mi memoria y reviví los años de México, el amor de Plaza, la amistad
de León Felipe, lo sueños de una veinteañera que quería ser una gran actriz.
Sí. Entonces sentí el pellizco de la nostalgia y recordé una frase de mi madre:
‘Antonia, espera; espera siempre porque la vida es muy larga’.
-Hace catorce
años le pregunté si le gustaría un epitafio y me respondió que no. ¿Sigue
pensando igual?
-Francamente:
el epitafio me importa tres pimientos.
-¿Le dolería
mucho que la olvidasen? La muerte es olvido.
-Una
vez muerta ya no te enteras, pero pensándolo en vida, sí me produciría mucha
pena que me olvidaran mis hijos. Yo no he olvidado a ninguno de mis seres
queridos. Ni a mis padres ni a mi hermano ni a mis amigos, a muchos de los
cuales se los ha llevado el dichoso sida. ¿Que los demás me olvidan? Pues qué
bien. Que les den morcillas.
Sara Montiel,
hace catorce años, mientras bebíamos la última copa mirando hacia las aguas
lejanas de la bahía: “En ‘El último cuplé’ uno de
los protagonistas decía que resulta difícil ser el marido de una estrella. El
palmesano es el único hombre que ha estado a mi lado sabiendo cumplir ese
difícil papel. Me deja de ser Sara Montiel y, al mismo tiempo, me sabe llevar
como Antonia Abad y para hacer eso se necesita mucho tacto. Él sabe que soy una
actriz con un carácter muy fuerte y que al mismo tiempo soy muy frágil como
mujer”.
Junto a la
piscina, Pepe Tous dirigía unas nuevas obras de albañilería. En un momento dado
me gritó: “Cuando me casé, supe desde el primer día que me casaba con Antonia y con
un grupo de albañiles”. Ella rió.
Texto de José Martí Gómez
Fotos de Montserrat Velando
LA FOTO CCLXXXIV
La diva en el esplendor de su carrera profesional y belleza legendaria. Por Gyenes.
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