sábado, 7 de julio de 2018

MÍA - 15 de Febrero de 1.965 - España


¿QUÉ HA HECHO
SARA MONTIEL
CON SUS MILLONES?


¿Se ha hecho usted alguna vez esta pregunta?, ¿o incluso se la ha hecho más de una vez? Hablar a estas alturas de la primera luminaria de nuestro cine es algo difícil, pero, por una vez, lo vamos a intentar… y para llegar al final de los millones, pasemos al principio, reflejando aquellos detalles que, aunque parezca mentira, usted todavía desconocía de esta mujer que, con “El Cordobés”, ha logrado alborotar es sistema de nuestras divisas:
“El último cuplé”, un título que hace historia en la vida de Sara, pero…
El final del rodaje de dicha película, coincidió con una gran concentración periodística en Barcelona, con motivo del estreno de “Trapecio”, el primer film norteamericano de Gina Lollobrigida; aprovechando dicha reunión, Sara y el productor, Juan de Orduña, reunieron a la prensa para proyectarles en sesión privada su última obra, al finalizar la misma, los señores de la prensa asistentes sólo preguntaron cuáles eran los proyectos de Orduña y cosas por el estilo, para ellos aquel film tenía que pasar sin pena ni gloria…
Eso no era todo, la única fortuna que había cobrado la Montiel eran trescientas cincuenta pesetas diarias, en concepto de dietas…
La casa de discos no quería que grabara la Montiel, sin embargo, después conseguiría un auténtico “disco de oro” concedido en España por la venta de un millón de ejemplares…



En fin, pasamos una nueva página: los cuplés le dieron mucha fama y muy poco dinero, cuando por veinte mil furos tenía que seguir cantando cuplés en “La violetera”, film que batería récords de taquillas (incluso en Bélgica llegó a sobrepasar los ingresos de “Los diez mandamientos”).
A todo esto triunfaba en Hollywood Natalie Wood interpretando un rol que se le había confiado a Sara, y que ella no había podido interpretar por actuar primero en “Serenade” (Dos pasiones y un amor), y después en “El último cuplé”: se trata de “Colinas ardientes”, a la que seguiría “La novia que él dejó”, convirtiendo a la Wood y a Tab Hunter en ídolos de la juventud norteamericana.


Con “Carmen, la de Ronda” y “Mi último tango” se inicia una nueva etapa “económica” del primer nombre de nuestra cinematografía: de las 100.000 pesetas pasó a las 500.000, de éstas a los dos millones, de aquí a cinco, a los diez, hasta los treinta y uno que cobra actualmente por “Una mujer perdida”, film cuyo rodaje la va a llevar a Italia (donde filma por vez primera), y cuyo guión está basado en la biografía de la comedianta española Rita Luna, y donde le acompañan Giancarlo del Duca (su galán en “La Dama de Beyruth”), y Massimo Seratto, produce Cesáreo González, y dirige Tulio Demicheli…
Pero sigamos con la “cuenta corriente”: en “Mi último tango”, y con la canción “Nada”, en nombre de Sarita Montiel se inscribe también en la Sociedad de autores. Sus discos comienzan a venderse y a agotarse en toda América y Europa, y comienza a cobrar sus porcentajes de venta, cuyo número de ceros es aumentado por el porcentaje de beneficios que en las taquillas van dejando sus películas… Una actuación suya en televisión cuesta 420.000 pesetas, como costaría después un show en Palma de Mallorca más de 300.000 pesetas… Dos jiras por Latinoamérica son un caso nunca visto de público, de entusiasmo y de fervor…


-Aquello era increíble- nos explica el maestro Solano, inseparable maestro en todas sus jiras-. En Argentina llegó incluso a esperar en la puerta del teatro, una mujer con un niño, que llevaba el brazo escayolado. Con lágrimas en los ojos le pidió a Sarita que tocara el brazo del niño, pues estaba completamente segura de que así se le curaría… Eso era veneración, fanatismo, muchísimas palabras son pocas para describir cómo recibieron a Sara en aquellas tierras…
-Siempre ha sido una locura acompañar a Sarita- nos explica otro amigo-. Existe en todo momento el peligro de perder la vida entre la multitud… Enrique Herreros, que entonces era su mánager, tenía que cerrar con llave las puertas de las “suites” que ocupaba en los hoteles, prohibir terminantemente el acceso del personal, e incluso arrancar de cuajo los hijos telefónicos para que Sara pudiera descansar entre actuación y actuación en el transcurso de la jiras.
Y Sara comenzó comprándose un ático en el número 117 de la calle de san Bernardo, en Madrid, y allí fijó su residencia habitual. Muchas habitaciones, salón, dos terrazas, etc., albergaban a la estrella más cotizada de la última década. Después cedió este piso a su madre, y adquirió otro apartamento en la Moncloa, junto a la plaza de España, desde cuyo salón se divisa también el Palacio de Oriente, edificó un hotelito en su ciudad natal, Campo de Criptana, instaló con un hermano un negocio de transportes, adquirió otro hotelito, con piscina, en las afueras de Madrid, donde pasar la temporada de calor madrileño, en caso de tener que quedarse en la ciudad durante el verano, por compromisos artísticos… En cuanto a su colección de joyas y de visones, es indudablemente la primera de España, siendo innumerables los millones invertidos en ello: sus esmeraldas y sus brillantes son bien conocidos entre los buenos aficionados a la joyería de Europa.


Sara jamás ha sido una mujer derrochadora. Cuando estuvo casada con el realizador norteamericano Anthony Mann, que rodó en España “El Cid” y “La caída del Imperio Romano”, no sólo no hizo alarde de ello en ningún momento, sino que incluso llegó a suponer una seria amenaza a Sofía Loren, cuando encontrándose ambas en Peñíscola (con motivo de rodar exteriores la primera), se pudo comprobar que “nuestra” número uno tenía en todo Levante mayor popularidad y admiración que la número uno de los italianos.
A Sara le entusiasma viajar acompañada de los suyos; desde que contrajo matrimonio con D. Vicente Ramírez de Olalla, recobró por completo su paz interior y pasó a ser una mujer distinta (si es que fuera posible ser distinta nuestra Sara), desde entonces “Chente”, y doña María (madre de la Montiel) solían acompañarla en casi todos los viajes; otras veces lo hacían una sobrina suya, o incluso sus cuñados, cuando se encontró en Barcelona rodando su última película.
Muchas veces ha pensado Sara Montiel en hacer teatro: sería indudablemente el cheque al portador más seguro que haya caído jamás en manos de los empresarios… Pero ella tiene mucho trabajo, debe dedicarse por completo a aquello que hace, y el cine sigue siendo lo primordial en estos momentos… Es seguro, por otra parte que a alguien le quepa preguntarse, ¿cuántos millones ingresaría Sara en un solo mes de actuaciones?


Los rumores comenzaron a circular a continuación: Sarita Montiel ha constituido una agencia de viajes, Sarita Montiel es parte de la productora de una serie de películas, etc., lo cierto es que indudablemente Sarita sabe darle al dinero todo el valor que tiene, porque a pesar de la enorme cantidad que ha logrado reunir, ha tenido que ganarlo peseta por peseta, o peso por peso; ha sido una carrera dura, llena de sacrificios, que todavía existen por aquello de que más difícil es aguantarse que situarse…
Hace exactamente diez años, que Sarita se encontraba en los desaparecidos estudios cinematográficos Orphea Films de Barcelona, cantando “Nena, me decía loco de pasión…”, hoy, diez años después, y pese a dimes y diretes, y pronósticos más o menos inducidos por el poco entusiasmo o la envidia, sigue siendo nuestra número uno, ninguna se cotiza tanto como ella, ninguna rueda tanto como ella (y ella no interpreta más films porque no quiere), ninguna ha logrado situarse a su nivel, ni de las nuevas, ni anteriores resucitadas, y si esto, en el transcurso de diez años, no es mantenerse en primerísima fila, sólo cabe decir: el que tenga algo que alegar que levante el dedo… Bien, como no vemos ninguno, ponemos punto final, deseándole mucha suerte y muchos millones a Sarita Montiel en esta segunda década de su imperio.


EL RECORTE CCLXXXIV
Mucha sería la fortuna y fama cosechadas por la actriz a lo largo de su dilatada carrera. Pero en el ocaso de su vida y trayectoria profesional, Sara, ponía los ojos de la nostalgia en las personas que habían marcado su vida personal. Así lo explicaba en esta revista, Magazine (La Vanguardia), con ocasión de la entrega de la medalla de oro de la Academia de Cine español. Era en su número de 1 de Junio de 1.997. 
  

Sara Montiel
“Lo mío es una sensualidad innata. Hay mujeres de 55 y no digamos de 60 que parecen mis abuelas”

A Sara Montiel la academia española del cine le va a conceder la medalla de oro como reconocimiento a su trabajo cinematográfico. Desde los años 50, y concretamente desde “El último cuplé”, ese reconocimiento lo tenía por parte del público. No importaba gran cosa cómo eran sus películas. Como escribió Antonio Valencia en su día, lo importante era ella: “En un espectáculo o en una película con Sara, si Sara marcha, todo marcha”.
Hace catorce años, todos los fines de semana y durante tres meses cogí el primer avión del viernes hacia Palma y regresé hacia Barcelona en el último avión del domingo. El resultado de aquellos viajes fue un montón de cintas magnetofónicas en las que Sara Montiel me explicaba su vida. Veinticinco capítulos en “Lecturas”, que empezaban diciendo: “Una placa en la puerta recuerda que nací allí. En la casa humilde, de fachada blanca, a las seis de la mañana del día 10 de marzo del año 1928”, y acaban con una confesión cargada de nostalgia: “Muchas veces, a través de una música me llega como un viento de vieja época y entonces me pregunto ¿cómo ha pasado todo?”
Nunca sabré si fue verdad que James Deam estuvo enamorado de ella o que uno que le tiró los tejos fue Marlon Brando. Pero recuerdo que cuando me contó que Fidel Castro trató de secuestrarla en sus tiempos de Sierra Maestra me fui incrédulo al consulado de Cuba para preguntarle al cónsul Eros si sabía algo de ese rocambolesco proyecto de secuestro y Eros me dejó clavado en la butaca cuando me dijo: “Lo sé todo: yo era el que dirigía la operación para secuestrarla al acabar una de sus actuaciones en el Tropicana. Cuando ya todo estaba ultimado se abandonó la operación porque se corría el riesgo de que ella muriese en el cruce de disparos con la policía Batista”. Y otro día me explicó que había protegido a tres comunistas que habían llamado a su balcón, tras descolgarse desde una azotea al irrumpir la policía en una reunión clandestina. Se lo pregunté a Santiago Carrillo y me lo confirmó. Luego, me explicó historias increíbles que no pude verificar y en otras era obvio que dejaba volar la fantasía. También era obvio que, como dice Agatha Christi en sus memorias, Sara “recordó lo que quiso recordar”, y en algunos casos recordó con generosidad: en las cintas aparecen los nombres de dos hombres famosos que fueron sus amantes cuando ella no había cumplido los 30 años, pero que me pidió no citase. No era por pudor, sino porque eran dos hombres casados y no quería hacerles daño. Ni a ellos ni a las mujeres que con ellos vivían.
Las largas horas pasadas en el salón de Na Burguesa, en el promontorio que domina la bahía de Palma, han dado paso hoy a una larga conversación en el salón de su piso de Madrid, atiborrado de recuerdos. Me decía años atrás, cuando su hija Thais tenía poco más de cuatro años y su hijo Zeus llegaba justo aquellos días a la casa –las cintas recogen sus primeros llantos y las primeras palabras de Sara para consolarlo- que vivir era dejar jirones de piel. Como mujer, reconocía los errores en sus fracasos sentimentales pero había encontrado la paz con Pepe Tous, un hombre que la quería, le daba seguridad y le permitía un desdoblamiento a lo doctor Jekyll y míster Hyde entre la Antonia cálida, desmaquillada e insegura y la Sara sensual, supermaquillada y estrella a lo “star system”.
Hasta que un día ella vio cómo por la bahía avanzaba un barco y le dijo a su marido: “Es ruso, amor”, porque siempre le llamaba amor, y él, acostado en la cama, miró por el ventanal y respondió: “No es ruso. No veo la hoz y el martillo”. Ella le puso en las manos unos prismáticos mientras le decía: “El comunismo acabó hace tiempo, amor” y Pepe Tous miró la bahía por los prismáticos y dijo, con su humor característico: “Sí, es ruso: las tiendas de Palma van a vender muchas bragas y sostenes del año de la tana”. Se ladeó en la cama, cogió el sueño de la siesta y ya no despertó y a Antonia Abad se le paró el reloj de la vida.


-¿Qué le ha pasado en estos catorce años?
-Cosas muy buenas y cosas muy malas. En los últimos cinco años, a partir de la muerte de mi marido, mi vida ha cambiado totalmente.
-¿Sobre qué cosas ha reflexionado en esos años malos?
-Sobre el valor de la vida, la frustración de la muerte, la traición de la amistad. Soy otra mujer. No diferente, porque cuando se llega a cierta edad no se puede ser diferente a como has sido, pero sí soy distinta mentalmente porque me he encontrado sola ante la responsabilidad de sacar adelante la educación de mis hijos.
-Usted ha sido una mujer que ha llorado mucho. Recuerdo que me contó cómo la muerte de su madre le produjo una profunda depresión…
-Sí. Fue terrible para mí. Una tragedia. Se cortó un cordón umbilical. Es la única forma de explicar que durante tres meses fuese a llorar, todas las noches, sobre la tumba de mi madre.
-¿No había llorado nunca como los últimos años?
-Nunca. El primer día que supe que Pepe iba a morir antes de tres meses el mundo se me hundió. No fue un llanto por egoísmo. Fue un llanto por lo que la enfermedad tenía de traición para él. Nunca acepté esa enfermedad. No pude.
-¿La aceptó mejor él?
-Él no supo nunca que iba a morir. Le engañamos.
-¿Le engañaron o les engañó él haciéndoles creer que se dejaba engañar?
-Supo que tenía cáncer de colon pero creyó hasta el final que le habían operado con éxito. Le propusieron ir a una clínica norteamericana, donde está el manitas en este tipo de operaciones, pero respondió que no. Él adoraba a su amigo el doctor Fábregas, y el doctor Fábregas, mi internista, también le adoraba a él.
-Dicho sin ironía: ese engaño ¿ha sido la mejor interpretación de su vida?
-Sin duda alguna. Tres Oscar serían poco pero es un papel que no deseo a nadie. Ni a mi peor enemigo. Tenía que maquillarme, estar alegre, rebosar optimismo para demostrarle lo contenta que estaba porque le veía mejorar.
-Y usted no es especialmente una mujer alegre…
-No. Pero tengo sentido del humor negro.
-No era precisamente el humor ideal para esa situación.
-No.
-A usted siempre le ha dado mucho miedo la muerte…
-Sí. Y los tres meses esperando la muerte de Pepe me han acrecentado ese miedo por la soledad que mi propia muerte entrañaría para mis hijos. Es por eso por lo que me dan miedo mis 69 años, los 70 que se acercan.
-¿Puedo decirle que la encuentro guapísima?
-¡Qué bien!
-Pero insisto, como hace catorce años, en que sin maquillar la encuentro todavía más bella.
-¿Sí?
-Sí.
-La piel. Cosa de la piel.
-Yo, y ya sé que usted en eso discrepa porque mantiene que Antonia Abad es una mujer para la privacidad y Sara Montiel es la que se debe al público, lo achaco más que a cosa de la piel al hecho de que a Antonia la encuentro mucho más entrañable que a Sara.
-Antonia va muy unida a Sara y usted lo sabe.
-Su belleza es ahora más serena. Como más madura, y no por los años.
-Debe ser cosa de la tristeza. Tras años de llorar sé que mis ojos ya no son los mismos. Han perdido vida, ya no son pícaros, no hay en ellos destellos ni de humor negro ni de amor. Solamente cuando canto mis ojos recuperan la pasión de siempre.
-Al despertar, como en aquella vieja novela francesa, ¿ha recibido el día diciéndole “buenos días, tristeza”?
-Muchas veces. No quería dormir para no despertar con la verdad.
-¿Tardó mucho tiempo en salir del pozo?
-Mucho. Estuve un año sometida a curas de sueño. Cometí el error de seguir en Palma de Mallorca. No me di cuenta de que al morir Pepe tenía que haber venido a vivir enseguida a Madrid, donde tengo una familia entrañable.
-Usted es un animal de escena. ¿Ni siquiera el actuar en directo le servía como terapia para tratar de olvidar?
-No podía actuar en directo. No pude hacerlo hasta hace un año. Créame: yo era una piltrafa. Sentía un vacío terrible y, pensando en mis hijos, sentí por primera vez el peso de los años. No era miedo a envejecer. Nunca tuve complejo de cumplir años. Era el peso de la responsabilidad.
-Él era esposo, padre, empresario, relaciones públicas. ¿Quién le suple?
-Nadie. Asumo todos los papeles, salvo el de esposo.
-¿Le han tratado de engañar?
-Me han engañado y me han estafado.
-¿Y han tratado de seducirla? Las separadas y las viudas atractivas suelen provocar concupiscencias.
-Han venido como moscas.
-Ese público anónimo que le adora ¿le envió muchas cartas expresándole su solidaridad en el dolor?
-Muchas. Maravillosas. Gentes anónimas y gentes conocidas. Quizá la carta más hermosa de todas fue la que me envió Adolfo Marsillach. Preciosa. Había sido un gran amigo de Pepe. En sus  años de estudiantes de Derecho vivieron juntos y lo compartieron todo. Incluso amores.
-¿Se siente sola? Usted siempre tuvo a su lado un hombre que la quería.
-Tuve esa suerte. Ahora tengo a mis hijos. Tengo bastante con ellos y con un buen amigo.
-¿Y qué sintió cuando al salir del pozo actuó en directo otra vez?
-Miedo.
-¿Quién la convence para que lo venza?
-Fui con mis hijos a pasar unas vacaciones a Miami, donde tenemos muchas amistades. Una vez allí, los empresarios que me habían contratado en otras ocasiones me ofrecieron dos actuaciones en su auditórium con capacidad para 14.000 espectadores. Mi hija me animó y dije que sí. Pedí que me enviaran las partituras desde Madrid y que viniese el maestro para ensayar durante una semana antes de las actuaciones. Al principio fue terrible, una prueba de fuego. Había olvidado incluso las letras de muchas canciones. Es curioso cómo el dolor afecta a cosas que tú crees dominar.
-El final me lo imagino: me dirá usted que fue un éxito…
-Inenarrable. Dos horas y 45 minutos en escena interpretando 26 canciones sin equivocarme una sola vez, cosa extraña porque a todos los que tenemos un repertorio muy amplio siempre se nos va la letra al cielo en un momento u otro de una actuación, y cambiándome tres veces de vestido. Mire si tuve éxito que me contrataron para actuar durante diez días en el teatro Avenida de Buenos Aires.
-¿Qué receta tiene usted para ser incombustible?
-Una gran fuerza de voluntad y una gran sensualidad cuando canto. Es una sensualidad innata. Es una sensualidad que morirá conmigo. No doy nunca la imagen de una mujer mayor, fría, muy puesta, muy señora. Siempre actúo con unos vestidos que ofrecen unas transparencias y unos escotes de locura. Hay mujeres de 55 años y no digamos de 60 que parecen mis abuelas.
-¿Siempre comiendo media lechuga sin aceite y sin sal para mantener el peso?
-Cuando es necesario, sí. Ahora he estado tres meses a dieta porque vine de Buenos Aires con ocho kilos de más. La carne argentina.
-¿Cuál es su peso ideal?
-61 kilos. Puedo llegar a los 65 pero entonces ya estoy redondita.
-El público, su público, ¿espera siempre la misma Sara?
-Siempre.
-¿Le molestaría otra Sara?
-Sí. Tengo que ser yo.
-¿Y a partir de ahora?
-La Sara de siempre actuará en Brasil. En Río de Janeiro, concretamente.
-¿Y el cine?
-Lo dejé en 1975 y no volveré salvo una oferta que sea extraordinaria y me dé libertad para seguir con mis hijos durante el rodaje.
-¿Sigue mirando sus películas?
-Cuando vienen a casa las amigas algunas veces nos divertimos pasándolas por vídeo.
-¿Y cuál aguanta?
-Todas.
-¡Mujer! Todas, todas… ¿no es un poco exagerado?
-Todas. La única mala es ‘Tuset Street’ y la más floja, ‘Cinco almohadas’, todavía se puede ver. ‘La violetera’ y ‘El último cuplé’ son dos clásicos que en los canales americanos pasan una y otra vez.


-Políticamente, ¿sigue siendo de izquierdas?
-Sí. Como mis abuelos y mis padres y mi familia. Soy una mujer muy fiel a sus creencias. Me han decepcionado muchísimo algunos políticos de izquierda pero a otros aún les sigo viendo como a dioses.
-Y al Partido Popular, ¿cómo lo ve’
-Si lo hacen bien me alegraré, porque eso será por el bien de mis hijos. A mí ya no me pueden quitar ni dar nada.
-A cierta edad se empieza a mirar hacia atrás. ¿Mira usted ya?
-Es malo rebobinar la memoria. No puedes vivir con el pasado.
-El pasado está ahí. Nos recuerda lo que hemos sido.
-El pasado es nostalgia. ¿Sabe cuándo he sentido nostalgia? Ha sido hace poco, cuando María Félix vino a Madrid. Hacía 47 años que quería conocerla personalmente y no lo he logrado hasta ahora. Era mi ídolo como estética. Era de una belleza que la eclipsaba como actriz. La quise conocer en 1947, mientras rodaba ‘Una mujer cualquiera’ con argumento de Miguel Mihura, ¿lo recuerda usted?, el primer hombre que creyó en mí y del que me enamoré. No me quiso recibir. Era tremenda. En 1951 rodábamos el platós próximos. Ella rodaba ‘Camelia’, con Jorge Mistral como pareja, y yo, ‘Necesito dinero’, con Pedro Infante y bajo la dirección de Miguel Zacarías, que descubrió a María en ‘El peñón de los ánimos’. Me asomé a la puerta de su plató justo en el momento en el que ella miraba hacia allí. Gritó enfurecida: “Esa señorita, fuera, que la saquen”. Como yo era la única señorita que estaba allí, me di por aludida y me marché llorando como una descosida. Mientras la presentaba en el festival del cine de la comunidad de Madrid y la invitaba a cenar el día que cumplía 83 años rebobiné mi memoria y reviví los años de México, el amor de Plaza, la amistad de León Felipe, lo sueños de una veinteañera que quería ser una gran actriz. Sí. Entonces sentí el pellizco de la nostalgia y recordé una frase de mi madre: ‘Antonia, espera; espera siempre porque la vida es muy larga’.
-Hace catorce años le pregunté si le gustaría un epitafio y me respondió que no. ¿Sigue pensando igual?
-Francamente: el epitafio me importa tres pimientos.
-¿Le dolería mucho que la olvidasen? La muerte es olvido.
-Una vez muerta ya no te enteras, pero pensándolo en vida, sí me produciría mucha pena que me olvidaran mis hijos. Yo no he olvidado a ninguno de mis seres queridos. Ni a mis padres ni a mi hermano ni a mis amigos, a muchos de los cuales se los ha llevado el dichoso sida. ¿Que los demás me olvidan? Pues qué bien. Que les den morcillas.
Sara Montiel, hace catorce años, mientras bebíamos la última copa mirando hacia las aguas lejanas de la bahía: “En ‘El último cuplé’ uno de los protagonistas decía que resulta difícil ser el marido de una estrella. El palmesano es el único hombre que ha estado a mi lado sabiendo cumplir ese difícil papel. Me deja de ser Sara Montiel y, al mismo tiempo, me sabe llevar como Antonia Abad y para hacer eso se necesita mucho tacto. Él sabe que soy una actriz con un carácter muy fuerte y que al mismo tiempo soy muy frágil como mujer”.
Junto a la piscina, Pepe Tous dirigía unas nuevas obras de albañilería. En un momento dado me gritó: “Cuando me casé, supe desde el primer día que me casaba con Antonia y con un grupo de albañiles”. Ella rió.

Texto de José Martí Gómez
Fotos de Montserrat Velando


LA FOTO CCLXXXIV


La diva en el esplendor de su carrera profesional y belleza legendaria. Por Gyenes. 


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