viernes, 4 de enero de 2019

ESTÚDIO - 5 de Abril de 1.957 - Portugal


NA CAPA: Sarita Montiel, em "A flecha sagrada", da R.K.O.

La diva aparece sólo en la portada. 


EL RECORTE CCCX
Durante cuatro semanas vamos a compartir una biografía que la revista Mucho Más le dedicó a la artista en Enero y Febrero de 1.991. Tiene cuatro capítulos. Aquí va el primero. 

Serie –DETALLES ÍNTIMOS DE SU VIDA – Capítulo 1
SARA MONTIEL
DE NIÑA POBRE A FULGURANTE ESTRELLA
“Nací por casualidad, porque mi abuela hizo abortar a mi madre”

Sarita Montiel vino al mundo el 10 de marzo de 1928. 

Diosa del público, musa de poetas y diva predilecta de actores y directores, Sara Montiel, nuestra entrañable violetera, no es una estrella. Es toda una constelación. A sus 62 años –que son como 62 soles-, la negrura de sus ojos, la expresividad de su sonrisa y esas piernas de quitar el hipo brillan en el firmamento del espectáculo con la misma fuerza que cuando enamoraba a Gary Cooper en Veracruz, fascinaba a Marice Ronet en Carmen, la de Ronda o compartía desayunos con el duro Marlon Brando. A su favor tiene, además, un carácter sencillo y hogareño y un espíritu que se pone a la edad por montera –como demuestra con su actual show, Saritízate- y que resiste a cantar su Último cuplé. Sara, actriz de fama, madre amantísima de Thais y Zeus, flor de otoño, es como un sombrero mágico, siempre lleno de sorpresas; un sombrero que ahora, en estas memorias, nos desvela sus resortes y sus misterios, entre los que se cuentan alegrías y alguna tristeza.
“Nací por casualidad”
Nada en los comienzos de Sara Montiel auguraba un futuro tan maravilloso como el que tuvo. En realidad, su infancia y su propio nacimiento estuvieron rodeados de penurias y tristezas.
Vino al mundo –según confiesa- cuando en Europa se apagaban los sones del charleston, un 10 de marzo de 1928, en un pueblecito de la Mancha llamado Campo de Criptana (Ciudad Real). Sus padres, Isidoro Abad y María Vicenta Fernández, labradores, la bautizaron como María Antonia, Alejandra, Vicenta, Isidora, Elpidia Abad Fernández. Este sonoro nombre no fue acompañado de un gran recibimiento.
En realidad, el nacimiento de Sarita en una familia pobre y ya con cuatro hijos, no suscitó grandes alegrías, sobre todo en su abuela materna. “Mi abuela –explica Sara Montiel- se enfadó mucho al saber que mi madre estaba embarazada. La llevó a casa de una mujer del pueblo que practicaba abortos. Mi madre recordó siempre aquellos momentos como un verdadero infierno. Nací merced a la casualidad de que en el vientre de mi madre se gestaban dos vidas y la mujer que realizó el aborto no supo verlo. Mi abuela nunca me quiso. Yo tampoco quise nunca a mi abuela, aunque de mayor comprendí que su vida había sido extremadamente difícil y poco feliz”.


La estrella, con dos años, cuando su familia pasaba hambre. 


Fue una jovencita muy guapa. Entonces, ya se adivinaba la gran belleza que enamoraría a Gary Cooper o Maurice Ronet. 

“Durante la guerra, pasamos mucha hambre”
Sus primeros años están marcados por la miseria y la visión de su padre trabajando la tierra casi hasta matarse. Hubo un momento, sin embargo, en el que las cosas parecieron mejorar. Sucedió cuando la pequeña María Antonia tenía siete años. Su padre, cansado de la esclavitud del campo, “tiró el arado –recuerda la estrella- y nos marchamos a Orihuela (Alicante). Nos instalamos en el primer piso de una casa con dos balcones que daban a la calle de la Acequia. Como mi padre poseía un talento natural, un gran don de gentes, no tardó en encontrar trabajo. Lo contrató un almacenista como catador de vinos, un tema en el que mi padre era todo un entendido”.
Este pueblo colocó a la familia Abad en una situación económica más holgada, pero la felicidad duró poco. Inmediatamente llegó la Guerra Civil y con ella el hambre y la desolación. “Lo pasé fatal porque siempre he sido muy tragona. Comíamos las cortezas de las patatas, las de las naranjas y un pan de color amarillo, de maíz amasado, que en mi casa decían que era muy malo. Esto me hizo aprender a valorar los alimentos. Con esta cuestión yo sigo teniendo un espíritu muy pobre, porque todos los alimentos, de la clase que sean, me parecen maravillosos”.
En tal situación, sus contactos con el mundo escolar fueron muy fugaces. En casa la necesitaban para echar una mano en las tareas domésticas, en trabajillos, y no había dinero ni ocasión para los estudios. Aun así, asistió algún tiempo al convento de las Madres Dominicas y, posteriormente, al colegio Jesús María. Gracias a las pocas clases que recibió en estos centros y la gran voluntad que puso por su parte, Sara aprendió a leer y a escribir. “Mi padre y mi madre murieron analfabetos, aunque eran unas personas con mucha sensibilidad para lo artístico. Yo aprendí a leer prácticamente sola, a fuerza de intentar leer el periódico a mi padre”.


Sarita, muy risueña, el día de su Primera Comunión, en Orihuela (Alicante). Lucía para la ocasión un sencillo vestido de organdí.


Una pose artística. De pequeña, le gustaba cantar seguidillas, tarantas, soleares y martinetas. 

“Comencé cantando flamenco”
Sara heredó de sus padres la pasión por el arte, la sensibilidad para escuchar música y cantar. Gracias a esto y a su enorme belleza, ya evidente en su infancia, pudo salir adelante. “Fue en el año 1937 o en el 1938, no recuerdo bien, cuando vi la película Carmen la de Triana, que interpretaba Imperio Argentina. Las canciones de la banda sonora, los preciosos vestidos de Imperio y la expresividad de sus gestos… En ese momento supe cuál era mi vocación. Y me la tomé muy en serio”.
Por aquellas fechas, la familia de Sara pasaba por momentos realmente malos. Ella y su hermana mayor, Ángeles, guardaban colas enormes para conseguir leche para su padre, entonces gravemente enfermo, y ayudaban a la economía doméstica hilvanando patrones para una modista del pueblo. “Fueron años muy duros. En casa no había ni agua corriente. Tenía que bajar al río para lavar los platos y hacer la colada. Pero lo hacía con alegría. Mientras trabajaba, canturreaba alguna de las canciones que iba aprendiendo. Así, el día me resultaba mucho más fácil”.
El tipo de música que más le gustaba era el flamenco. “Me encantaba entonar por soleares, seguidillas, tarantas y martinetes. Es decir, el cante grande”.
Tanto la piropearon y la ensalzaron en el barrio que, finalmente, Sara decidió presentarse en Murcia para cantar saetas durante la Semana Santa. Fue un bombazo. Las personas que contemplaban las procesiones se quedaron maravilladas con aquella voz. “¿Pero quién es esa niña? –decía el público- ¡Es la del Isidoro!”
Tras este éxito, Sara continuó cantando hasta 1944, año en que decidió viajar a Madrid para probar suerte en un concurso de cantantes infantiles organizado por Cifesa, una conocida productora de cine. La aguardaba el éxito, nunca soñado.

Paloma Escario
Efe/Reportajes
Próximo capítulo: Su primer sueldo en el cine: 2.500 pesetas.


LA FOTO CCCX


La diva posa en la habitación que la vio nacer... el 10 de Marzo de 1.928 en Campo de Criptana. 

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