SEÑORA MANN – SARA MONTIEL – MARÍA ANTONIA ABAD
Con veinte maletas y treinta y seis vestidos
SARA MONTIEL
ha emprendido de nuevo el camino de América
Actuará en Buenos Aires, Montevideo, Puerto Rico y
Sao Paulo, lo que la tendrá alejada unos cuantos meses de su patria.
Asegura que la mayor satisfacción que le han
proporcionado sus triunfos es la seguridad de tener a su madre tranquila y
feliz.
Una entrevista de PEDRO LUÍS CAMPOS TEJÓN
Lo primero que
echo de ver, en Sara Montiel, apenas llevo hablando con ella unos minutos, es
una faceta interesantísima y posiblemente desconocida por el gran público: su
fidelidad a las personas y cosas ligadas a otros tiempos en que el éxito, la
fama y la popularidad parecían metas inaccesibles: cuando no era más que María
Antonia Abad Fernández, una chiquilla que de Orihuela llegara a Madrid
dispuesta a echarle coraje a la lucha y a llegar arriba confiando en su belleza
y, sobre todo, en su vocación; un hombre para ella desconocido, llamado Enrique
Herreros, la descubrió –a través de una portada de “Semana”- para nuestro cine,
y la situaba, con papeles cada vez más importantes, en nuestros “platós”. El
nombre de Sarita Montiel comenzó a cotizarse en aquellos primeros años –“Te
quiero para mí”, “Empezó en boda”, “El viajero del Clipper”, “Mariona Rebull”,
“Confidencia”, “Alhucemas”, “Vidas confusas”, “Don Quijote de la Mancha”,
“Locura de amor”, “El capitán Veneno”…-, pero Sarita Montiel siguió al lado de
quien la lanzara. Y hoy, al cabo de varios años, y cuando las más dulces mieles
del éxito llegaron a sus labios, ella sigue junto a la familia Herreros, como
sigue idolatrando su patria chica –Campo de Criptana, donde acaba de estrenar
un hotel-como sigue considerándose carne de los suyos. No es muy frecuente,
porque el desagradecimiento, el olvido, el egoísmo, se adueñan fácilmente de
quienes habiendo comenzado como ella, desde un modesto principio, llegan
arriba.
Pero este
introito, quizá demasiado largo, roba espacio a la entrevista celebrada a
vuelapluma, cuando Sara está a punto de tomar el avión que se la llevará a
Buenos Aires como primera etapa de este viaje profesional.
-¿Países que
recorrerá?
-Realmente,
eso no se sabe nunca. En principio, tengo contratos firmes para Buenos Aires,
Montevideo y Puerto Rico. Probablemente también visite Santiago de Chile y San
Pablo… Luego, a lo mejor surgen otros. Depende de las oportunidades que se
ofrezcan. Es como la duración. Más o menos pienso estar algunos meses, pero en
esta aventura, que supone toda presentación lejos de la patria, no se sabe cómo
responderá el público.
-¿Le causa miedo
su debut en Buenos Aires?
-No,
miedo no. Curiosidad, nerviosismo, puede. El éxito de la artista está
determinado, muchas veces, por imponderables imposibles de prever.
-¿Qué le gustará
más traerse de este viaje: un éxito artístico o uno económico?
-En
realidad, van unidos. A la actriz le satisface el artístico, pero éste suele
aparejar el otro. Y aunque el dinero no lo es todo en la vida… es una parte muy
importante.
-¿Cuál es la
mayor satisfacción que le ha proporcionado su dinero?
-Una,
sobre todas las demás: tener a mi madre tranquila y feliz; pensar que si antes
no tenía para aceite o pan, ahora tiene para cremas y vestidos.
-¿La acompañará?
-Suele
hacerlo. En este viaje no es posible.
-¿Y su marido?
¿Irá con usted?
(Sara Montiel
está casada con el director cinematográfico norteamericano Anthony Mann, al que
conoció cuando la dirigía en “Dos pasiones y un amor”).
-No.
Empieza dentro de unos días “El Cid”, y le resulta imposible.
-¿De qué está
usted arrepentida, profesionalmente?
-De
nada. Las películas malas (he hecho bastantes, no crea) me sirvieron, al menos,
para conocer mis propios fallos y no repetirlos.
-Cuando usted
regresó de Méjico y Norteamérica para hacer “El último cuplé”, nadie creía que
fuese capaz de cantar…
-Ni
de cantar –me
interrumpe, vivaz- ni de otra cosa. Todos creían
que yo no sabía hacer nada de nada.
-¿Podrá usted
hacer otra película del éxito popular de “El último cuplé”?
-Ya
la hice; por lo menos, fuera de España, “La violetera” tuvo bastante más éxito.
Contra tres semanas de la primera en Río de Janeiro, hay que oponer veintiocho
de la segunda.
-Su
extraordinaria popularidad, ¿hasta dónde la halaga y hasta dónde le molesta?
-Me
va usted a creer insincera, pero es la verdad: no me molesta nunca. Yo uso
gafas negras por la sencilla razón de que me molesta el sol, no porque pretenda
pasar inadvertida. Me gusta que me reconozcan, y agradezco cuanto el público
hace por demostrarme simpatía. La popularidad, no lo olvide, es el termómetro
de la cotización artística.
-¿Sigue usted
pensando, como hace cuatro años, que a la Prensa deben ustedes el ochenta por
ciento de su carrera, de su vida profesional?
-¡Desde
luego!
No cabe duda.
Porque si pensara lo contrario, no me habría recibido, como no hubiera recibido
a otra colega que está esperando a que yo termine, y como no habría atendido a
dos o tres llamadas, también de compañeros, durante la conversación. El
trajinar de visitas es continuo mientras dura nuestra charla. Sara Montiel
–rubia ahora, con un sencillo traje-sastre veraniego, fumadora y locuaz-, está
disimulando, no me cabe duda, un gran cansancio.
-¿Cuesta mucho
trabajo preparar una “tournée” como esta?
-¡No
me hable! Sobre todo, de modistas.
-¿Qué equipaje
lleva Sara Montiel a Buenos Aires?
-Unas
veinte o veinticinco maletas. Treinta y seis trajes, mitad verano y mitad
invierno, porque pasaré por las dos estaciones.
-¿Arriesga usted
mucho, económicamente hablando?
-No,
no. No soy Empresa, sino actriz contratada. Me lleva Luís César Amadori a uno
de los mejores teatros de la capital argentina. Pero hay que cuidar mucho los
detalles cuando se presenta una en una ciudad de cinco millones de habitantes.
-¿Teme usted a
las huellas dejas allí por otras estrellas españolas?
-No,
en absoluto. Por ejemplo, Conchita Piquer, que siempre fue un ídolo mío, armó
un alboroto hace unos cuantos años. Pero yo llevo mi propia personalidad y
estilo.
-¿Echa usted
algo de menos en la vida?
-Creo
que no, porque lo que más quiero en el mundo, que es mi madre, la tengo
conmigo, sana, contenta y feliz.
-Pensando en lo
que ya dejó atrás, ¿cree usted que la audacia le conviene a las estrellas de
cine?
-A
las estrellas de cine y a los representantes comerciales. Nadie puede triunfar
sin ser audaz, quedándose en un rinconcito, esperando de los demás lo que debe
salir de uno mismo.
-La actriz
alcanza su puesto, ¿llegó al summun en cuanto a conocimientos o debe seguir
estudiando?
-Yo
atiendo al refrán: “a la cama no te irás sin saber algo más”. Y tengo una gran
curiosidad por todo, y de todo quiero aprender siempre algo.
-No cabe duda de
que, hoy por hoy, está usted encasillada en un tipo de personaje. ¿Le agrada?
-No.
Lo que pasa es que hay que saber aprovechar el momento, el sitio en que a una
la coloca el público, juez inapelable. Pero como toda actriz que se precie de
serlo, quisiera otros personajes. Siempre soñé con, por ejemplo, María
Estuardo. Una mujer que tiene ese formidable contenido humano, sería un
personaje cinematográfico maravilloso. Como ve, por completo alejado de mi
línea actual.
Enciende un
cigarrillo y habla momentáneamente de no sé qué con el fotógrafo. Aprovecho
para fijarme en ella. ¿Se parece a la Sara Montiel que vemos en la pantalla?
Sí, naturalmente. Pero la encuentro… ¿cómo diría? Más humana, más simpática,
más sincera que en sus personajes de ficción. Observo su perfil y pienso en que
resulta una fabulosa verdad, pero que parece mentira, esto de que haya seres
que salten así, en el breve lapso de unos años, de una esfera a otra, de la
modestia de la fama, de la pobreza (Sara Montiel tiene a gala el haber sido una
niña pobre), a la fortuna. Un millón seiscientas mil pesetas le valió “El
último cuplé”. Las posteriores habrán incrementado, me figuro, esa cifra. Y,
sin embargo, Sara Montiel se diferencia muy poco de María Antonia Abad, sobre
todo, según confiesa, cuando se enfada.
-¡A
mí que no me joroben…!
Y no resulta
ordinaria, sino graciosa, por espontánea, esta frase en sus labios. Por cierto,
hablando de éstos, observo una cosa curiosa. Cuando el fotógrafo se dispone a
disparar su “flash”, un leve, imperceptible movimiento de su boca, transforma a
Sara que tengo a mi lado en la Sara que he visto en la pantalla.
-La fama
¿proporciona más amigos que enemigos?
-Aparentemente,
al menos, amigos. Pero cualquiera sabe la verdad.
-¿Vivirá usted
ya siempre en España?
-Ese
es mi deseo.
-En este viaje,
¿no hará cine?
-No
puedo, aunque quisiera. Tengo comprometidos los años sesenta y uno y sesenta y
dos en España.
Y quedan muchas,
muchas cosas en el bloc de notas, pero el espacio impuesto se acaba. A decir
verdad, y por el trabajo que me costó concertar esta entrevista, tenía otra
idea de Sara Montiel. Quizás, en el fondo, fuese un poco predispuesto en contra
suya. El resultado es que me ha conmovido su sinceridad y su espontaneidad.
Bastante más que su belleza, con ser mucha.
-¿Vive usted en
estrella?
-A
ratos. Pero siempre me siento muy dueña de mí misma. A mí, por lo menos, no me
ocurre eso de perder independencia por culpa de la fama. Sé vivir sola y con
gente alrededor.
-Última
pregunta: ¿ha tenido usted ocasión de ayudar a alguien, dentro del cine?
-He
hecho lo que he podido.
La respuesta es
modesta. Pero alguien que está con nosotros me muestra un disco, en el que se
lee: “Grabado por Sara Montiel a beneficio de los actores ancianos acogidos en
el Instituto Cervantes”. Y ese alguien me informa de que no es ésta, ni mucho
menos, la única obra meritoria realizada por ella en beneficio de los menos
afortunados. Y me parece adivinar, bajo la espesa capa de maquillaje, que se
ruboriza cuando le pregunto si el éxito de sus películas se debe exclusivamente
a ella.
A estas horas,
Sara estará en Buenos Aires, adonde ha ido, sin que me lo haya confesado –las
cosas se ven-, segura por completo de su triunfo. Al regreso seguiremos
charlando para ustedes.
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