SARA MONTIEL,
TREINTA AÑOS DE CUPLÉ
En Estados Unidos la llaman Sa-rui-ta, en la URSS es
la gran Montiel. Hace treinta años por estas fechas estrenaba El último cuplé, y es casi la misma que
hace unos días salía ilesa de un incendio en un hotel de Barcelona. Y es que
Sara Montiel es de todo punto, y se la mire por donde se la mire,
incombustible.
“A mí el cuerpo me pide ahora mucha bulla”
-¿Por el humo se
sabe dónde está el fuego, Sara?
-A
veces no, aunque se vea todo el humo del mundo. Nosotros estábamos en el piso
decimoquinto y no veíamos el fuego por ninguna parte. A veces los refranes y
las frases hechas no dicen la verdad.
-¿Mientras
llegaban los bomberos se acordaba usted de aquella canción de “Fumando espero”?
-No,
no me acordaba. Sólo me venía a la cabeza aquella película de “El coloso en
llamas” y una angustia terrible, porque me estaba jugando la vida, los hijos,
mi marido. Y no me acuerdo de mucho más. Ahora es cuando estoy sintiendo un
miedo racional.
-¿Usted cree en
Dios?
-De
toda la vida.
-¿Y no se la
ocurrió hacer alguna promesa?
-Cuando
estuvimos a salvo, pensé en mis hijos y en mi marido. Yo tengo mucha fuerza en
las piernas y me sujetaba bien, pero Pepe padece de gota y la debilidad en el
pie es muy grande. No, no he hecho ninguna promesa, pero yo ya he puesto flores
a mi gente.
-¿A qué gente?
-A
mi madre y a mi hermano, que hacía quince días que le había enterrado.
-No le faltaba
más que un incendio en su vida.
-Pues
sí, mire por dónde. A mi edad y con la vida tan fuerte que he llevado, no me
faltaba más que un incendio. Precisamente cuando empiezo ahora a luchar contra
el tiempo. Yo soy una mujer mayor para mis hijos y quiero dedicarles todo el
tiempo del mundo.
-Usted no es de
las que ocultan la edad.
-Jamás.
Siempre he dicho la edad que tengo. Cuando hice “El último cuplé” tenía
veintisiete años y ahora tengo cincuenta y nueve. Yo nací en mil novecientos
veintiocho.
-Y no piensa
retirarse.
-Puede
que me retire algún día. Pero como ahora las cincuentonas estamos de moda en
todas partes, yo también sigo. Decía la actriz Vivian Leigh que cada uno tiene
una edad para cada momento.
-O la que se
merece.
-También
la que se merece, porque yo aparte de muy fuerte he tenido una vida muy bella.
Yo he trabajado mucho cuando esto era imposible en un país en que a la mujer se
le criticaba todo. También me ha tocado pasarlas muy mal, ¿eh? Que yo he
llorado muchas veces de felicidad, pero también de rabia, de dolor y de pena.
-Y cuando le
dicen que es el orgullo de España, ¿cómo se siente?
-Muy
bien, porque he sido la embajadora de mi país durante muchos años en todo el
mundo: en Japón, en América, en Rusia. Recientemente en Francia, y gracias a
Frederick Mitterrand, sobrino del presidente de la República, han pasado por la
televisión un ciclo de películas mías, porque en muchos países conocen el cine
español a través de mis películas. Que me digan que soy el orgullo de España me
llega al alma, muy adentro. Pero yo no creo que el Gobierno tenga que pagarme
por eso, porque yo sí que he sido profeta en mi tierra.
-¿Y usted qué le
da al público?
-Yo
les doy a Sara Montiel. El público me acoge porque sabe que le gusto como soy.
Yo no he aprendido mi arte de nadie.
-Tendrá también
sus ídolos.
-Cuando
era jovencita mi actriz preferida era Ingrid Bergman y a quien no alcancé a ver
mucho fue a Rita Hayworth. De gente actual me gustan mucho Robert Redford,
Meryl Streep y, musicalmente, Liza Minnelli y Barbra Streisand. Hombre, si
hablamos de verdad de cantantes a mí la que me gusta es Ertha Kitt, que tiene
setenta y tres años y el mayor número de discos vendidos en Estado Unidos. Pero
de verdad, quien me gusta de verdad es Frank Sinatra.
-¿No le da miedo
mirarse al espejo?
No,
yo soy muy coqueta y me encanta mirarme al espejo. Yo asumo la edad muy bien.
Será que los amores que he tenido siempre han sido hombres mayores que yo o
porque no he tenido nunca complejo de vejez. Porque llevo la vejez muy bien,
¿no? Yo lo digo siempre y lo repito: si quiero tener arrugas tengo que
pintármelas.
-¿Qué es lo más
auténtico de Sara Montiel?
-La
sinceridad que tengo, el amor que le tengo a la gente, al hombre en sí. Yo creo
mucho en el hombre.
-¿No dijo usted
en alguna ocasión que ya quedaban pocos hombres de verdad?
-Jamás.
Yo no puedo haber dicho nunca eso, no es mi estilo. Yo creo mucho en los
hombres, aunque reconozco que no todos llevan buenas intenciones.
-¿Qué le pide el
cuerpo a su edad?
-Mucha
bulla. O sea, que yo tengo una vida muy activa, muy intensa. Mis hijos, la
marcha que llevo, las actuaciones, las galas ahora en verano… Yo canso a un
buey.
-Usted presume
mucho en sus actuaciones de “domingas”.
-Bueno,
eso de las “domingas” es un término muy manchego.
-¿Y se puede
decir aquello de que dos “domingas” tiran más que dos carretas.
-Podría
ser, pero no creo que sean tan importantes. Hay otras cosas, como la manera de
pensar y de ser, las cualidades, el amor. Todo eso.
-¿Qué última
gran burrada le han dicho?
-Me
han dicho muchas. Muchos hombres vienen y me dicen: “¿Ve esta hija? Pues la
hice pensando en usted y se llama Sara.” Así de veces me lo han dicho.
-Dicen de usted
que ha tenido tantos amores como catarros.
-Es
que yo llamo a los amores catarros, porque yo soy propensa a cogerlos terribles
y no me los puedo quitar de encima. Pues cada vez que tenía un amante no me le
podía quitar de encima. Pero sí, he tenido muchos.
-¿Tantos como
María Asquerino?
-No
sé cuántos ha tenido María, pero sé que mi marido está entre ellos. Mi marido
siempre ha tenido buen gusto para todo.
-Aparte de él,
¿cuál fue el hombre de su vida?
-Sin
duda alguna, Anthony Mann. Fue importante y decisivo en mi vida, aunque también
lo fue el poeta León Felipe, pero tenía sesenta y cinco cuando le conocí. Le
quería como a un padre, pero él se enamoró de mí como una fiera. Yo creo que
fui su último tren.
-León Felipe es
un desconocido en España.
-Como
Miguel Hernández, yo creo. Miguel era muy amigo de mi padre. Cuando le
ingresaron en la cárcel, íbamos mi padre y yo a llevarle medicinas, inyecciones
de oro que se decía entonces, y comida a su mujer y a su hijo. No sirvió de
nada, porque se murió o le mataron. Le dejaron morir.
-Ha habido
muchos poetas en su vida.
-También
conocí y canté poemas de Neruda. Le envié un disco con sus poemas “Me gusta
cuando callas” y “Te recuerdo como eras” dos meses antes de que muriera en Isla
Negra.
-Pero usted es
manchega. Supongo que habrá leído el “Quijote”.
-No
sólo leído, sino interpretado también. En “Sara de la Mancha” hice el papel de
su sobrina Antonia.
-Creo que usted
tiene una gran frustración y es no haber podido ir a la Universidad.
-Ahí
me ha cogido en mi punto débil. Yo tengo complejo no sólo de no haber ido a la
Universidad, sino también de no haber ido a un colegio normal, porque en la
época de Franco no podíamos ir a la escuela porque no las había y mi padre no
podía pagar un colegio de pago. Empecé a leer con casi veinte años y a esa edad
no se asimilan las cosas. Tenía talento, pero no posibilidades para
demostrarlo. Es la vida la que me ha ido enseñando y la he ido absorbiendo con
mi inteligencia natural.
-Creo, además,
que esto le ha hecho pasar una de las mayores vergüenzas de su vida.
-Exacto.
Cuando estrenamos “La violetera” en el año mil novecientos cincuenta y ocho en
Caracas yo tuve que escribir unas cosas para el público y puse hispanidad sin
hache. Yo creo que ha sido la mayor vergüenza de mi vida.
-Sin embargo
tenía usted compensaciones. Indalecio Prieto dijo que España, la España de
entonces, no se merecía “ese pedazo de mujer”.
-Sí,
Indalecio Prieto me hizo una crítica, creo que en “El Excelsior” de México, que
no había palabras tan generosas. Esas cosas te animaban mucho.
-¿Y usted de
política cómo anda?
-Pues
parte del terrorismo, la droga y el paro, creo que estamos en una democracia
maravillosa y en una libertad que espero que no se convierta en libertinaje. A
mí me gusta cómo están gobernando los socialistas y creo que todo no se puede
hacer en un día. Hay que dar tiempo al tiempo. Antes los artistas íbamos al
extranjero avergonzados, pero desde que hay democracia yo voy con la cabeza muy
alta por el mundo.
-¿Qué le
preocupa ahora?
-El
Sida y el tiempo. El tiempo que no tengo para ver crecer a mis hijos. t
LA FOTO CCCLXXI
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