La diva aparece sólo en la portada.
EL RECORTE CCCXL
Sara Montiel recordaba, para la revista Fotogramas, 2 de noviembre de 1973, algunos de sus recuerdos mexicanos. Destaca su encuentro con grandes intelectuales españoles en el exilio. Muy interesante testimonio.
“Recuerdos de mi vida en México”
escribe
SARA MONTIEL
“Mi deuda con Pablo Neruda”
SARA MONTIEL, LA SARA NACIONAL, BUCEA EN EL POZO DE
LOS RECUERDOS Y DESCUBRE ALGUNOS RETAZOS DE SU PASADO. UN PASADO LEJANO,
CIERTAMENTE UN PASADO DE JOVENCITA QUE QUERÍA ABRIRSE CAMINO Y SABÍA ESTARSE
CALLADITA EN LAS TERTULIAS INTELECTUALES. CONTACTO CON ALGUNOS DE LOS HOMBRES
DE ENJUNDIA DE LA LITERATURA DE ESTE SIGLO: PABLO NERUDA, LEÓN FELIPE, NICOLÁS
GUILLÉN, RAFAEL ALBERTI… HOMBRES QUE, CON SU PROBADA SENSIBILIDAD DE POETAS,
APRECIARON LAS PRIMICIAS DE LA SARA CUPLETISTA. PARA ELLOS CANTÓ LA MONTIEL:
¡SU PRIMER CUPLÉ!
El poeta dejó a la cupletista estas palabras autógrafas, que publicamos pese al pudor de Sara y a su conocida discreción. Dicen: "Sarita", siempre te he querido mucho y ahora te dejo aquí mi corazón". Firmado, León Felipe.
Es
la primera vez que llevo al papel escrito mis impresiones personales, un
recuerdo. Y no me puedo sustraer a la tentación de hacerlo, aún a sabiendas de
que quizá sea publicado, difundido. Es un atrevimiento, lo sé, pero el
recuerdo, la huella que dejó esta persona en mí creo que incluso me obliga, por
lo menos, a no guardar silencio, a expresar lo que siento. Estoy convencida que
la vida muchas veces viene marcada por las otras personas que a través de ella
hemos conocido.
Hace
veintiún años. Yo era una joven con ganas de abrirme camino y triunfar en este
difícil mundo del cine. Y me fui en busca de “mis Américas” sin más bagaje que
una pequeña maleta, la compañía de mi madre (la única entonces que tenía fe en
mí), la promesa de un contrato en México y todo un mundo por delante y al que
tenía que darme a conocer.
Y
tuve la inmensa suerte poco tiempo
después de haber pisado tierra mexicana de poder introducirme en el mundo de
aquellos hombres, en sus tertulias intelectuales, en su ambiente.
Fue
en casa de don Alfonso Reyes. Él y su esposa, doña Manuela, fueron para mí mis
segundos padres. A ellos les debo mis primeros conocimientos culturales, la
base que me permitiría en lo sucesivo comprender en parte lo que en silencio,
sin atreverme a abrir la boca escuchaba de los labios de las personas que se
daban cita en casa de don Alfonso. Allí, un buen día, la secretaria particular
de Gabriela Mistral me presentó a Pablo Neruda. Fue en el transcurso de una
cena en la que se habían dado cita amigos asiduos de la casa, como León Felipe
y Nicolás Guillén. Imagínenme a mí, pobre muchachita de poco más de veinte
años, entre aquellos seres privilegiados cuya inteligencia se hallaba tan por
encima de mis conocimientos.
Una jovencísima Sarita Montiel con un anciano León Felipe.
Don
Alfonso Reyes y León Felipe siempre me decían que si me estaba calladita me
dejarían estar presente en sus tertulias. Me llamaban la “bella españolita” y
lo más que me permitían era a cantarles alguna que otra canción o cuplé que les
recordaba su tan querida España. Yo en aquellos años aún estaba lejos de pensar
que mis grandes ilusiones de llegar a ser alguien en el mundo de la canción
llegarían a cuajar algún día. Entonces me limitaba a trabajar como actriz en
los papeles que me iban dando en las películas mexicanas. Si no recuerdo mal
fueron once películas, todas ellas dramáticas, encarnando papeles de mujer mala
o desgraciada en la vida. Folletines, melodramas, a los que sin embargo les
debo agradecer mi subsistencia en México, la posibilidad de relacionarme con
estos intelectuales, aprender el oficio del cine, curtirme en lo que respecta
al trabajo en los platós y ser el trampolín que me permitiría dar el salto a
Hollywood, la gran meta soñada.
Y
fueron precisamente estos hombres, Neruda, Reyes, Felipe… quienes al cantarles
en “petit comité” mis canciones, los viejos cuplés, me daban ánimos y me
alentaban a seguir probando suerte, a que no desmayara en mi ilusión
asegurándome que llegaría a ser alguien y que implantaría un nuevo estilo de
decir el cuplé. Les encantaba mi forma de decirlo, de expresarlo, y ellos
mismos a veces se convertían en mis maestros, dándome indicaciones sobre la
dicción, sobre la forma de decir la frase y pronunciar el verso, apoyando el
sentido en determinadas palabras… A veces, en ocasiones, León Felipe me hacía
leer alguno de sus poemas que arrebataban grandes aplausos de parte de Neruda y
Alfonso Reyes. Creo que aquella fue una época clave para mi vida, para mi
formación humana. A ellos se lo debo. Aquellos años de escuchar sus
conversaciones me dieron la base. Espero no haberles defraudado porque ellos me
demostraron tener fe en mí, en su “bella españolita” que irrumpió en su mundo
trayéndoles recuerdos de su querida e inolvidable España.
Ahora,
bajo el prisma de la distancia, tras los años, creo que Pablo Neruda se
hallaba por entonces en un término
medio, entre el mundo y la ideología serena de un León Felipe y Alfonso Reyes,
y el arrebato ideológico de un Alberti o de un Nicolás Guillén. Con Alberti
inicié una gran amistad en Argentina, junto con Alejandro Casona.
Pablo
Neruda era un hombre muy humano, profundamente sentimental, con un gran amor
hacia el prójimo, hacia la gente humilde, hacia los parias de la sociedad. Todo
él muy lírico, con la gran ilusión puesta en una humanidad mejor y más justa,
sobre todo para las sociedades de América y en especial para el pueblo chileno.
Recuerdo cuantas veces me preguntó Pablo sobre mis orígenes familiares, mis
tierras manchegas, el trabajo de mis padres en el campo. Conocía cuán humilde
era mi familia, mi aventura personal al cruzar el charco para probar suerte en
América, mi deseo de regresar a España habiendo alcanzado ya alguna meta, mi
profunda vocación y gran fuerza de voluntad, mi ilusión en cantar y, sobre
todo, mi cabezonería en querer ser profeta en mi propia tierra. Esto yo lo
llevaba siempre entre ceja y ceja. Y la prueba más evidente está en que a pesar
de México, de Hollywood, de haber entrado por la puerta grande en la “meca del
cine”, de mi matrimonio con Anthony Mann, no dudé ni un solo momento en decir
que SÍ cuando Orduña me llamó para hacer “El último cuplé”. Presentí que
aquello podía ser lo que tanto había esperado, más importante incluso que rodar
en Hollywood junto a los grandes del Séptimo Arte. Yo tenía que ser yo por mí
misma, como me habían alentado a lograrlo Pablo Neruda, León Felipe y Alfonso
Reyes. Y en España, desde España con proyección hacia el mundo, hablando y
sobre todo cantando, interpretando, en castellano, en el mismo idioma que ellos
utilizaban para sus obras, para sus poemas. Sí, aprendí el inglés a la
perfección, no tenía más remedio si quería trabajar en EE.UU. pero fueron
aquellos hombres españoles o americanos de la América-hispana quienes intuyeron
en mí un estilo distinto de cantar en castellano y fueron ellos los primeros
que aplaudieron mi forma personal de decir el cuplé, sin chillar, expresándolo,
dando sentido a la palabra, transmitiendo al público más que la potencia de una
voz lo que los autores habían pretendido expresar.
Y
este recuerdo, como comprenderéis, jamás lo podré olvidar. Se ha utilizado
mucho la palabra trascendental, muchas veces de forma gratuita, pero yo debo
decir con orgullo que mi relación con estos hombres, desde Neruda a León Felipe
fue trascendental para mí.
LA FOTO CCCXL
La artista en uno de sus films mexicanos.
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