viernes, 20 de marzo de 2020

PAQUITA de Lunes - 9 de Agosto de 1.954 - México


La diva aparece sólo en la portada. 


EL RECORTE CCCXL
Sara Montiel recordaba, para la revista Fotogramas, 2 de noviembre de 1973, algunos de sus recuerdos mexicanos. Destaca su encuentro con grandes intelectuales españoles en el exilio. Muy interesante testimonio. 

“Recuerdos de mi vida en México”
escribe
SARA MONTIEL
“Mi deuda con Pablo Neruda”
SARA MONTIEL, LA SARA NACIONAL, BUCEA EN EL POZO DE LOS RECUERDOS Y DESCUBRE ALGUNOS RETAZOS DE SU PASADO. UN PASADO LEJANO, CIERTAMENTE UN PASADO DE JOVENCITA QUE QUERÍA ABRIRSE CAMINO Y SABÍA ESTARSE CALLADITA EN LAS TERTULIAS INTELECTUALES. CONTACTO CON ALGUNOS DE LOS HOMBRES DE ENJUNDIA DE LA LITERATURA DE ESTE SIGLO: PABLO NERUDA, LEÓN FELIPE, NICOLÁS GUILLÉN, RAFAEL ALBERTI… HOMBRES QUE, CON SU PROBADA SENSIBILIDAD DE POETAS, APRECIARON LAS PRIMICIAS DE LA SARA CUPLETISTA. PARA ELLOS CANTÓ LA MONTIEL: ¡SU PRIMER CUPLÉ!

El poeta dejó a la cupletista estas palabras autógrafas, que publicamos pese al pudor de Sara y a su conocida discreción. Dicen: "Sarita", siempre te he querido mucho y ahora te dejo aquí mi corazón". Firmado, León Felipe. 

Es la primera vez que llevo al papel escrito mis impresiones personales, un recuerdo. Y no me puedo sustraer a la tentación de hacerlo, aún a sabiendas de que quizá sea publicado, difundido. Es un atrevimiento, lo sé, pero el recuerdo, la huella que dejó esta persona en mí creo que incluso me obliga, por lo menos, a no guardar silencio, a expresar lo que siento. Estoy convencida que la vida muchas veces viene marcada por las otras personas que a través de ella hemos conocido.
Hace veintiún años. Yo era una joven con ganas de abrirme camino y triunfar en este difícil mundo del cine. Y me fui en busca de “mis Américas” sin más bagaje que una pequeña maleta, la compañía de mi madre (la única entonces que tenía fe en mí), la promesa de un contrato en México y todo un mundo por delante y al que tenía que darme a conocer.
Y tuve la inmensa suerte  poco tiempo después de haber pisado tierra mexicana de poder introducirme en el mundo de aquellos hombres, en sus tertulias intelectuales, en su ambiente.
Fue en casa de don Alfonso Reyes. Él y su esposa, doña Manuela, fueron para mí mis segundos padres. A ellos les debo mis primeros conocimientos culturales, la base que me permitiría en lo sucesivo comprender en parte lo que en silencio, sin atreverme a abrir la boca escuchaba de los labios de las personas que se daban cita en casa de don Alfonso. Allí, un buen día, la secretaria particular de Gabriela Mistral me presentó a Pablo Neruda. Fue en el transcurso de una cena en la que se habían dado cita amigos asiduos de la casa, como León Felipe y Nicolás Guillén. Imagínenme a mí, pobre muchachita de poco más de veinte años, entre aquellos seres privilegiados cuya inteligencia se hallaba tan por encima de mis conocimientos.


Una jovencísima Sarita Montiel con un anciano León Felipe. 

Don Alfonso Reyes y León Felipe siempre me decían que si me estaba calladita me dejarían estar presente en sus tertulias. Me llamaban la “bella españolita” y lo más que me permitían era a cantarles alguna que otra canción o cuplé que les recordaba su tan querida España. Yo en aquellos años aún estaba lejos de pensar que mis grandes ilusiones de llegar a ser alguien en el mundo de la canción llegarían a cuajar algún día. Entonces me limitaba a trabajar como actriz en los papeles que me iban dando en las películas mexicanas. Si no recuerdo mal fueron once películas, todas ellas dramáticas, encarnando papeles de mujer mala o desgraciada en la vida. Folletines, melodramas, a los que sin embargo les debo agradecer mi subsistencia en México, la posibilidad de relacionarme con estos intelectuales, aprender el oficio del cine, curtirme en lo que respecta al trabajo en los platós y ser el trampolín que me permitiría dar el salto a Hollywood, la gran meta soñada.
Y fueron precisamente estos hombres, Neruda, Reyes, Felipe… quienes al cantarles en “petit comité” mis canciones, los viejos cuplés, me daban ánimos y me alentaban a seguir probando suerte, a que no desmayara en mi ilusión asegurándome que llegaría a ser alguien y que implantaría un nuevo estilo de decir el cuplé. Les encantaba mi forma de decirlo, de expresarlo, y ellos mismos a veces se convertían en mis maestros, dándome indicaciones sobre la dicción, sobre la forma de decir la frase y pronunciar el verso, apoyando el sentido en determinadas palabras… A veces, en ocasiones, León Felipe me hacía leer alguno de sus poemas que arrebataban grandes aplausos de parte de Neruda y Alfonso Reyes. Creo que aquella fue una época clave para mi vida, para mi formación humana. A ellos se lo debo. Aquellos años de escuchar sus conversaciones me dieron la base. Espero no haberles defraudado porque ellos me demostraron tener fe en mí, en su “bella españolita” que irrumpió en su mundo trayéndoles recuerdos de su querida e inolvidable España.
Ahora, bajo el prisma de la distancia, tras los años, creo que Pablo Neruda se hallaba  por entonces en un término medio, entre el mundo y la ideología serena de un León Felipe y Alfonso Reyes, y el arrebato ideológico de un Alberti o de un Nicolás Guillén. Con Alberti inicié una gran amistad en Argentina, junto con Alejandro Casona.


Pablo Neruda era un hombre muy humano, profundamente sentimental, con un gran amor hacia el prójimo, hacia la gente humilde, hacia los parias de la sociedad. Todo él muy lírico, con la gran ilusión puesta en una humanidad mejor y más justa, sobre todo para las sociedades de América y en especial para el pueblo chileno. Recuerdo cuantas veces me preguntó Pablo sobre mis orígenes familiares, mis tierras manchegas, el trabajo de mis padres en el campo. Conocía cuán humilde era mi familia, mi aventura personal al cruzar el charco para probar suerte en América, mi deseo de regresar a España habiendo alcanzado ya alguna meta, mi profunda vocación y gran fuerza de voluntad, mi ilusión en cantar y, sobre todo, mi cabezonería en querer ser profeta en mi propia tierra. Esto yo lo llevaba siempre entre ceja y ceja. Y la prueba más evidente está en que a pesar de México, de Hollywood, de haber entrado por la puerta grande en la “meca del cine”, de mi matrimonio con Anthony Mann, no dudé ni un solo momento en decir que SÍ cuando Orduña me llamó para hacer “El último cuplé”. Presentí que aquello podía ser lo que tanto había esperado, más importante incluso que rodar en Hollywood junto a los grandes del Séptimo Arte. Yo tenía que ser yo por mí misma, como me habían alentado a lograrlo Pablo Neruda, León Felipe y Alfonso Reyes. Y en España, desde España con proyección hacia el mundo, hablando y sobre todo cantando, interpretando, en castellano, en el mismo idioma que ellos utilizaban para sus obras, para sus poemas. Sí, aprendí el inglés a la perfección, no tenía más remedio si quería trabajar en EE.UU. pero fueron aquellos hombres españoles o americanos de la América-hispana quienes intuyeron en mí un estilo distinto de cantar en castellano y fueron ellos los primeros que aplaudieron mi forma personal de decir el cuplé, sin chillar, expresándolo, dando sentido a la palabra, transmitiendo al público más que la potencia de una voz lo que los autores habían pretendido expresar.
Y este recuerdo, como comprenderéis, jamás lo podré olvidar. Se ha utilizado mucho la palabra trascendental, muchas veces de forma gratuita, pero yo debo decir con orgullo que mi relación con estos hombres, desde Neruda a León Felipe fue trascendental para mí.


LA FOTO CCCXL


La artista en uno de sus films mexicanos. 


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